Cap. 1: La caja de madera.
Despertó con la sensación de algo rígido y húmedo entre sus manos, un pequeño cobre con una cinta de cuero para impedir que se abriera. Fue lo primero que su cuerpo pudo sentir. Tras varios segundos en reaccionar, su cuerpo despertaba más lento que su mente.
Poco a poco empezaba a ser consciente de todo a su alrededor; el galope lejano de caballos sobre calles empedradas, el murmullo de voces extrañas, la humedad pegada a su ropa y el agua en el suelo, bajo él. Una briza ligera que se colaba entre su ropa dejándolo apenas con el aliento necesario para seguir respirando.
Apenas amanecía, pero él… en esa callejuela abandonada, no sabía nada. Ni dónde estaba, di quién era.
Se incorporó con torpeza…, demasiada, y caminó hacia la salida estrecha del callejón, la luz poco a poco le ayudó a vislumbrar gente yendo y viniendo, esas pocas personas que se detuvieron al notar su presencia, los rostros se movieron hacia él, la gente lo observaba, juiciosa, podía sentir como su nariz golpeaba con los aromas de todas esas personas, aromas escandalosos y desagradables.
Justo cuando había tenido la intensión de decir algo, un dolor agudo atravesó su cabeza y le hizo doblarse sobre sí mismo. Un fuerte zumbido y a pesar de eso, fue capaz de escuchar en el murmullo: “Es un alfa”, “Miren sus prendas”, “Él no pertenece a un lugar como este”.
No respondió, por supuesto, a penas si podía sostenerse en pie, temblaba, un enorme escalofrío invadía su cuerpo y antes de que terminase por ceder al cansancio, unos brazos firmes lo rodearon. Confundido, alzó la vista y se encontró con una mirada tranquila, un hombre… de sotana negra.
Observó como las comisuras de sus labios se elevaban en una ligera sonrisa mientras las arrugas del rostro del aquel hombre se hacían más pronunciadas. Intentó abrir los labios, preguntar a ese hombre cualquier cosa, pero su mente no fue oportuna ara preguntar nada y se dejó llevar por el agarre de aquel sujeto, caminaron apenas unos metros antes de poder identificar la construcción a la que se dirigían.
Una iglesia. Por supuesto…
El trayecto fue lento, paciente. Ninguno dijo nada, el hombre no hizo preguntas ni exigió explicaciones sólo lo guio hasta la entrada por la capilla y al ingresar, sus pasos sonaron de forma inmediata mientras atravesaban el pasillo central hacia el altar. Había vitrales y luces de colores iluminando sus pasos, casi de forma solemne
Cruzaron el atrio, ingresaron y sus pasos sonaron como castañuelas mientras atravesaban el pasillo central del templo, había vitrales y luces de colores iluminando sus pasos. Pasaron frente y giraron hacia una esquina para ingresar por una pequeña puerta de madera, que los llevó a la sacristía, pero sin atención de reparar en los detalles, salieron por otra puerta que daba a un pasillo angosto. A ambos lados había varias puertas cerradas, de madera envejecida y herrajes oxidados. El aire allí olía a lino guardado y piedra húmeda. Avanzaron hasta el final, donde una salida daba al exterior.
Frente a ellos se alzaba una pequeña construcción anexa, hecha de piedra gris y techo bajo. El hombre abrió la puerta y, por primera vez, habló.
—Aquí podrás recuperarte. — Entraron. Era una habitación austera, con una cama de madera de patas robustas y un colchón que crujía levemente bajo una colcha de lino áspero. En las esquinas, pequeños montones de cajas y herramientas dejaban claro que el lugar servía también como bodega. El aroma a madera seca y polvo antiguo impregnaba el aire, pero a él no le importó.
— No se esfuerce demasiado… le traeré ropa limpia, para que pueda descansar un poco. — Murmuró el religioso antes de marcharse.
Él, apenas se dejó caer sobre el colchón, sintió cómo el ardor en sus muslos descendía hacia las pantorrillas y pies, del mismo modo que el cansancio de su espalda se extendía hasta atraparlo por completo.
El religioso regresó un poco después, manteniendo el mismo silencio, dejando ropa doblada sobre una silla, para después marcharse otra vez. De ese modo fueron sus visitas; cortas silenciosas y repetidas sólo para llevarle lo indispensable, un poco de comida, algunas mantas más para pasar la noche, algo más de ropa y él… no pidió ningún tipo de explicación, se mantuvo también en silencio, aceptando con agradecimiento los cuidados.
El tiempo avanzaba, una noche tras otra hasta que su cuerpo empezó a eliminar las incomodidades, los dolores, sin embargo, había una sensación de ausencia que su cuerpo no podía superar. Aún así, de los dolores de cabeza, de la enorme confusión inicial… fue quedando muy poco al pasar de los días.
Estaba recostado, una mañana, cuando de nuevo fue consciente de la madera suave que no había dejado de sostener en ningún momento. Madera suave, quizás aún un poco húmeda, con una dura cinta de cuero para impedir que se desparramara el contenido, pero justo en ese momento la curiosidad de observar el interior se hizo latente.
La abrió; un interior de terciopelo rojo había protegido todo como un tesoro, observó el montón de papeles perfectamente doblados, envueltos por listones y decorados con flores secas.
Flores… eso era.
¿Flores? No supo cuáles, pero su fragancia le provocó una sensación tan profunda de seguridad que el pecho le dolió.
Aún encogido en la cama, acarició los papeles hasta elegir uno al azar y lo desplegó con cuidado.
"Querido Dereck, mi pequeño Dereck, papá y yo te esperamos con mucha felicidad".
La voz que imaginó detrás de aquellas palabras le hizo titubear. No sabía quién las había escrito, pero esa carta acababa de despertar algo que ni la amnesia podía borrar.
“¿Recuerdas que mencioné antes que la lluvia de noche daba un poco de miedo? Quiero aclararte que la lluvia no es aterradora en sí. Hay algo que amo… y amaré toda mi vida: las mañanas lluviosas, como hoy”.
Por inercia, miró hacia la ventana… también esa mañana había brisa.
“Cuando llueve, las flores, a través del espejo intentan esquivar las gotas. Se mueven despacito, como si estuviesen saludando, y el agua les da un brillo especial. Puedo quedarme mirando por la ventana toda la mañana, hasta que deja de llover y entonces, abro la ventana y me inundo del aroma de las flores y la tierra mojada”.
“Me encanta eso. Me encanta tanto como los desayunos de panecillos con mantequilla y leche caliente”.
“Esa es una de mis comidas favoritas, y la disfruto más ahora que puedo compartirla contigo… aunque papá insista en que debería variar mis desayunos, sé que tú disfrutas cada bocado mientras yo lo hago”.
“Dereck, me gusta mucho que crezcas dentro de mí. Te amo con todo mi corazón”.
“Y cuando te tenga en mis brazos, no dejaré de abrazarte jamás, papá va a protegernos siempre, así que no tardes, mi pequeño, te espero”.
Con amor.
A.
Después de leer aquella carta, titubeó. ¿Desayunos con pan y mantequilla? El simple pensamiento le dejó en la lengua un sabor tibio, antiguo. Negó con la cabeza.
¿Dereck?
¿Esas cartas eran suyas?
Negó otra vez. Era desesperante no recordar nada y pensar que, en esa pequeña caja, quizá se escondía lo único capaz de darle un poco de luz… en medio de tanta oscuridad.
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|¤°.¸¸. ·'¯'» D’Amare Peccavi «'¯'·. ¸¸. °¤|