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SPQR por nezalxuchitl

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Notas del fanfic:

Este es un fic de romanitos sin calzones. He resistido la tentacion y los pocos datos históricos asentados son veridicos, salvo el acrónimo SPQR, que no significa Sono Pazzi Questi Romani (como dice Obelix) sino Senatvs PopvlvsQue Romanus, o Romanae, que significa El Senado y el Pueblo de Roma, o Romano, y era el nombre oficial del Imperio Romano.

No se agüiten por ese pequeño intro historico, es un fanfic PWP, puro pretexto para poner las cosas hot entre estos dos romanos.

Notas del capitulo: Cualquier parecido entre Lucio y el actor britanico James Purefoy no es mera cohincidencia, pues esta inspirado en el, asi como Marco esta inspirado en un tipo buenisimo que beso a diario. (Alfonso, de Viento, para quienes suelen leer mis fics ;)
 

SPQR

 

SPQR= Sono Pazzi Questi Romani= Están locos estos romanos.

 

Cincuenta años antes de Cristo, los romanos, antepasados de los italianos, dominaban la Europa toda. Desde los desiertos de Judea hasta las columnas (próximamente sevillanas) del Non Plus Ultra, del Finisterre, la negra águila del imperio dejaba caer su sombra.

 

Desde la ciudad de las siete colinas se erguía la insignia poderosa y sombría de las cuatro letras; SPQR, que reposaban sobre una corona de laurel y daban soporte a la orgullosa águila de alas desplegadas; la insignia de Julio Cesar.

 

Julio Cesar regresaba a Roma luego de su campaña de las Galias, presto a debutar como novelista aquel emperador de quien se decía era el marido de todas las mujeres y la esposa de todos los hombres. Regresaba el emperador tras larga ausencia, con todos sus tribunos, con todos sus patricios, con todas sus legiones y con todos sus tesoros: animales enjaulados, enemigos enjaulados y joyas y telas puestas a buen resguardo, pues el Cesar conocía bien a su gente y mas vale a priori que a posteriori.

 

Dos tribunos, dos nobles patricios regresaban en la cansada y victoriosa corte del Cesar. Venían de manera muy poco conveniente a su dignidad pero muy apropiada para el circo de la entrada triunfal: con las ropas militares sucias y desgarradas, las puntas de las lanzas romas, los rostros sin afeitar, con barbitas bien despuntadas de un par largo de días, despeinados, sudados, oliendo a macho y con sendas satisfechas sonrisas, saludando a diestro y siniestro desde su áureo carro, sosteniendo cada uno un extremo de las riendas, pues ambos eran excelentes aurigas, y como juntos habían peleado, juntos regresaban.

 

Llamábase el uno Marco Aurelio Quinto y el otro Lucio Áureo Séptimo. En cuanto la parte del desfile en la que iban arribó al Capitolio Marco y Lucio entregaron las riendas a un centurión, bajaron del carro y con mucha solemnidad traspasaron los arcos de la entrada del Senado... y rápidamente salieron por la puerta chica. Aunque sus abolengos y sus carreras militares y políticas les permitían entrar a las sesiones, maldita la gana que tenían. Marco, sobre todo, se tomaba muy a pecho el correcto arreglo personal de un legionario romano: el rostro bien afeitado, el pelo corto, las uñas limpias y el cuerpo bien depilado.

 

Los dos hombres tomaron una litera de alquiler y se dirigieron a la casa de ciudad de Lucio, donde se encontraron con la casa sola. La dómina brillaba por su ausencia y a todas luces se veía que los esclavos, luego de hacer fiesta, se habían tomado el día libre.

 

El semblante de Lucio se ensombreció, sus cejas casi se juntaron y su rostro, por lo general jovial ahora estaba adornado por una tremenda cólera.

 

-¡Por Júpiter tunante! - blasfemó el patricio desde el atrium (patio central) y los ecos se repitieron por los pasillos y habitaciones del desierto tugurium (casa).

 

Ante tal desplante de ira Marco se hecho a reír. A carcajadas, apretándose el estomago conforme los exabruptos de su amigo aumentaban en intensidad e incoherencia.

 

-¡Por todas las furias y las harpías! - vociferaba Lucio, el de negros cabellos- ¡Que semejantes desplantes no los sufre uno de la gens Áurea! (tribu Áurea) ¡Voy a calentar los lomos de mis esclavos a latigazos cuando regresen! - juro levantando el puño contra el cielo- ¡Y tampoco estaría mal dar de palos a Tercia Julia! - termino, refiriéndose a su mujer.

 

Y al imaginar a la digna Tercia Julia, siempre tan pendiente de que sus rizos no se salieran de la diadema, cogida a palos Marco no pudo con mas y se tiro al suelo, retorciéndose de risa mientras se apretaba el estomago a dos manos. Lucio le dirigió una mirada ceñuda y le largo una patada en las costillas.

 

Ante el golpe, más dado a la dignidad que al cuerpo, Marco dejo de reírse y se le quedo viendo muy serio, con las lagrimas de risa todavía brillando en las sienes.

 

-Por Vesta, Lucio, y por nuestro divino Cesar, ¿a que tanta ira? Te va a crear piedras en los riñones y malos humores en el hígado, además de afear tu hermoso rostro.

 

Ante el halago Lucio, que gustaba de que le alabaran su apostura, relajó el semblante. Marco se puso en cuclillas y luego se incorporó.

 

-La ira fuera de lugar es una cosa pésima, querido. Esos Senecae deberían escribir algo al respecto.

 

Las amonestaciones del amigo, y mas, su presencia, templaron el animo por lo general amable de Lucio. Dio seis pasos para llegar a una cantarina fuente y metió la cabeza de lleno en la límpida agua, sacándola luego y sacudiéndola con fuerza, como un can.

 

-Brrr. Ya se han enfriado mis ánimos. Amenazaré a los esclavos con venderlos y a Julia con lo que mas le duele: el dinero. (Lástima que faltaban siglos para que naciera el poeta que escribió aquello de: Vuela pensamiento y dile/ a los ojos que mas quiero/ que hay dinero.)

 

Marco volvió a reír: era un sol ese hombre. Siempre tan alegre, tan diáfano: hasta su apariencia tendía mas a lo claro. No abundaban los rubios entre los romanos, Marco tampoco lo era, como tampoco era el típico ciudadano de Roma, de tez aceitunada y cabellos oscuros, como si lo era Lucio. No, Marco era de piel blanca, con el cabello castaño como tronco de árbol, iluminada aquí y allá, sobre todo cerca de las orejas, por una que otra prematura canita, sacada por tantos exfuerzos, pues Marco, lo mismo que Lucio, era un hombre en flor de la virilidad, de treinta y tantos largos que se acercaba ya peligrosamente a los cuarenta.

Tenía los ojos de color café claro con largas pestañas que no llegaban a ser afeminadas por no ser curvas ni abundantes en demasía, y que enmarcaban divinamente su mirada. Sus ojos claros y cristalinos siempre parecían sonreír, como su boca, que era grande y con el labio inferior un poco mas grueso que el superior. Todo en Marco tendía a ser grande pero bien proporcionado, la nariz, muy recta, las manos, fuertes, las piernas largas.

 

Su complexión era delgada pero fuerte; se adivinaban los poderosos huesos debajo de aquellos músculos firmes y bien cincelados: su cuerpo, como también el de Lucio, nada tenia que envidiarle a las estatuas de los dioses. No con esa espalda ancha y cadera estrecha, esos muslos tensos y esas nalgas firmes. Y lo mejor de todo era que, al tacto, Marco era liso y calido, y no duro y frío como las estatuas.

 

Lucio se le parecía bastante, era un hombre muy bien formado, mas o menos de la misma estatura y complexión que el de pelo castaño, con la diferencia de que él era mas peludo, con vello negro sombreándole bien el pubis y algo el pecho, y mas abundantes los cañoncitos de su barba. Sus ojos eran negros, como su pelo, y sus facciones eran menos cuadradas que las de Marco, su mirada mas dulce, salvo en los momentos, como tormentas de verano, en los que su cólera se encendía súbitamente, como había ocurrido hacia unos momentos. En los momentos en los que se enojaba gritaba y juraba que no había quien se la hiciera que no se la pagara, pero después de un rato lo gentil de su carácter y la nobleza de su corazón hacían que se le pasara el coraje sin que hubiera, por lo general, consecuencias para quien había provocado su ira.

 

Los labios de Lucio eran mas carnosos, mas besables, y su cabellera, aunque no tenia canas, no era tan abundante como la de Marco y tenia la frente mas amplia, sus ojos eran mas pequeños y las pestañas menos notorias, siendo también muy apuesto y sintiéndose mas bello que su amigo, mas pendiente de sus vestiduras y de lucir bien que Marco, que solo se preocupaba por lucir aseado acorde a la tradición de los legionarios: bien depilado, y limpio.

 

Lucio procuraba siempre estar limpio, pero tomando por el lado amable el tener mas vello corporal que Marco solía dejarse la barba de un par de días, argumentando que hacia lucia mas atractivo para las mujeres, pues juraba que a ellas les gustaba sentir el rasposo roce de sus mejillas.

 

Y a ellas quien sabe, pero a Marco si que le gustaba. Por lo diferente; para mejillas tersas las de las féminas (que tenia a montones, a pesar de estar casado con la digna Claudia Livia) pero cuando quería, a semejanza de Cesar, experimentar esos goces tan loados por los griegos, le gustaba que el hombre fuera varonil. Y Lucio le venia que ni mandado a hacer, pues además de apuesto y varonil era intimo suyo, su amigo y compañero de toda la vida y su discreción estaba garantizada, cosa nada despreciable en una sociedad en la que Cesar se divorcio de su esposa por no aparentar ser casta.

 

Luego de su risa, esta vez breve, Marco propuso tomar un baño.

 

-¿En las termas publicas?- preguntó Lucio, con desden.

 

-No, aquí, en tu templidarium. - repuso jovial Marco.

 

-¿Y que esclavos nos van a calentar las piedras y a echarles el agua para que haya vapor? ¿Que esclavos nos van a ungir con el perfumado aceite, a masajearnos y a limpiarnos con los suaves paños?

 

-Nosotros. Yo seré tu esclavo y tu serás el mío.

 

Lucio lo miró con una ceja enarcada.

 

-Vamos, no será la primera vez que nos prestemos este tipo de servicios, querido. - le dijo Marco con su mas sugestivo tono de voz, poniéndole una mano sobre la baja espalda y atrayéndolo un poco a el.

 

Lucio conectó su mirada con la de los ojos castaños y le pareció entrever la promesa de masajes mas que relajantes. Y la verdad que ahora que lo pensaba, le apetecía.

 

-Vayamos.- dijo entonces Lucio.

 

Y pretextando que harían labores de esclavos se desnudaron, dejando caer con resueno metálico los petos musculados (corazas metálicas labradas a semejanza de los músculos masculinos) y abollados, se quitaron la tunica corta y la loriga, con sus tiritas de cuero adornadas con un poco de metal al final de cada tira, para dar movilidad a las piernas y ventilación a las partes pudendas. Se descalzaron las caligas (el calzado entre sandalia y bota de los legionarios) y anduvieron descalzos sobre los fríos mosaicos, echando leña al fuego que siempre ardía bajo el piso del caldarium, el baño de agua caliente (similar a la sauna finesa) y mientras Lucio avivaba las llamas Marco cargo los baldes de agua, pendientes en los extremos de un palo, desde el pozo hasta el caldarium, echándola sobre las piedras cuando estas ya crepitaban por lo caliente. Una oleada de vapor nublo la vista de los pintados mosaicos de las paredes y Marco, satisfecho de la cantidad de agua que tenían disponible, llamo a voces a Lucio.

 

Este subió, con el rostro enrojecido y acalorado, cogió un lienzo de fino lino y se envolvió la cintura, no por pudor sino por no quemarse las posaderas al sentarse en la banca de piedra. Marco lo imitó y se dejó caer junto a el, y entrambos romanos disfrutaron del relajante vapor, que abría sus poros y limpiaba sus vías respiratorias. Las partículas flotantes de agua se unieron de algún modo a la mugre de sus cuerpos, intensificando ese aroma, no desagradable pero si muy intenso, un aroma fuerte a sudor, a metal y a cuero; a hombre.

 

De cuando en cuando con una jicarita de mango largo se echaban agua sobre sus perlados cuerpos, y cuando el vapor se disipo dejando de nuevo ver el dibujo de los mosaicos de las paredes Marco cogió el frasco de alabastro que contenía el perfumado aceite del baño (el jabón todavía no se inventaba) y vertiendo chorritos sobre la cuenca de su mano comenzó a ungir a Lucio, frotándole bien el pecho, el cuello, los brazos y la espalda. Para que le ungieran esta ultima Lucio se acostó bocaabajo en la larga banca de piedra, y Marco lo masajeó, apretando sus espaldas recias con sus manos fuertes, de largos dedos, en las que los huesos duros se perfilaban bajo la piel, algo maltratada por el trato que se daba su dueño.

 

La expresión de Lucio, con los ojos cerrados, era de pura beatitud: le encantaba sentir las manos de su amigo tocándolo, masajeándolo, haciéndolo sentir bien. Y cuando le masajeó la parte trasera de los muslos hecho una mano atrás para descubrir su mejor atributo, si se pudiera declarar un ganador dentro de la perfecta armonía de sus miembros, sus nalgas carnositas y firmes, tan suaves al tacto. Marco captó la indirecta y con una sonrisita depredadora llevo sus manos a las nalgas de Lucio, intentando sin éxito abarcárselas, sobandolas hacia dentro y hacia fuera, contemplado embelesado como se veían de buenas y como, al separarlas, dejaban ver fugazmente ese agujerito que apretaba tan deliciosamente.

 

Marco se relamió los labios y dejó correr un poco de mas aceite por la hendidura entre las nalgas, y a Lucio le gustó la sensación. Sin abrir los ojos ni quitar la cara complacida separó los muslos dejando ver, directamente abajo, pegaditos al vértice del triangulo que sus muslos hacían, los testículos.

La vista de aquellas bolitas ajenas termino de excitar a Marco, que metió la mano entre las masas deslizándola de arriba abajo, tomando los testículos y masajeándolos, haciéndolo sin cesar mientras su miembro crecía y se paraba, listo para el ataque.

 

Lucio, que cada vez se sentía mejor, súbitamente decidió parar el acto. Se puso a gatas y luego se incorporó, y echando una miradita libidinosa al erecto pene de Marco le quitó el aceite y le ungió el pecho, sobando con especial atención en las zonas que sabia mas le gustaba a su amigo que le tocaran, deslizándolas muchas veces por sus marcados pectorales, endureciendo sus tetillas, mirando fascinado como el pecho sin un solo vello del pelicastaño brillaba a la media luz. Para ungirle la espalda Lucio se le sentó en las piernas y lo abrazo, y con el rostro a escasos milímetros del de Marco mantenía los labios fruncidos y la mirada entre lujuriosa y "aquí no pasa nada" que usaba para enloquecer a Marco, que miraba sus labios carnosos y besables como si de ellos pendiera su vida, fascinado por el hechizo del hombre que se le repegaba y lo frotaba como para sacarle fuego, rozándole los músculos del abdomen con su erguida erección.

 

Lucio, cansado del jueguito de seducción dejo caer el aceite, que se derramó en una brillante mancha y tomo los labios de su amigo con los suyos, siendo de inmediato correspondido con hambre y pasión; no sabia si el chupaba los labios de Marco o si Marco chupaba los suyos, como tampoco sabia las manos de quien acariciaban con mas ardor el cuerpo del otro, ni cual de las dos erecciones mostraba mas firmeza.

 

Marco bajó la diestra por entre sus vientres y las cogió las dos, masajeándolas, frotando las puntitas, exarberando el deseo de los dos, hecho que se vio reflejado en la intensidad con que se chupaban las lenguas y se acariciaban las encías. Se besaban con tal pasión que sus dientes chocaban de vez en cuando y los ruidos que producían eran cada vez mas fuertes y excitantes, hasta que finalmente Marco rompio con violencia la unión de sus bocas y parándose con rapidez cogió la cabeza de Lucio por los cortos y negros cabellos y la hundió en su entrepierna.

 

Y Lucio no se hizo de rogar y tomo entre sus labios el miembro hinchado de Marco, introduciéndoselo todo, sintiéndolo palpitar dentro de su boca y apretando las nalgas en un reflejo-recuerdo, de cuando lo había sentido palpitar ahí. Chupo el miembro de su amigo dejando que este le moviera la cabeza al ritmo que deseaba, tirándole a veces con demasiada fuerza de los cabellos, pero el solo chupaba y chupaba con los ojos cerrados mientras Marco lo miraba apretando los labios, sin perder detalle de lo que veía. Finalmente, cuando sintió que de seguir así otro instante terminaría separo la cabeza de Lucio de su sexo, y levantándolo por los cabellos unió su boca a la que estaba brillante de saliva y fluidos previos y un nuevo beso atascado, que se coló hasta el fondo de la garganta de Lucio fue el intermedio entre ambos actos de homenaje al pene.

 

Lucio lo empujó tirándolo sobre las piedras tibias y se montó sobre el, con las rodillas a los lados de sus hombros y su trasero sentado sobre el pecho lampiño y brillante, cogiendo su erección y llevándola a la boca grande que lo recibió todo a la primera, sin problemas, con delicia. Y a diferencia de Lucio Marco no cerraba los ojos mientras chupaba, miraba el objeto que entraba y salía de su boca o miraba la cara de placer, tan plena, del de cabellos oscuros. Se lo chupó largo y tendido, con mucha fruición y mucha saliva, tanto rato que creyó que Lucio se vendría en su boca, pero no. La belleza aceitunada se retiro antes del clímax y retrocedió, de nalguitas sobre el pecho musculoso, por el abdomen de lavadero, hasta la cadera huesudita donde topo con el estorbo del bien erecto pene del pelicastaño. Se acomodó en cuclillas sobre el turgente miembro, y llevando su mano a su carnoso trasero se penetro con un par de dedos, cerrando los ojos al metérselos y moverlos con velocidad, para abrirse lo bastante para poder recibir la generosa erección de su amigo.

 

Marco lo miraba con sus ojos claros iluminados por el deseo, que atractivo se veía Lucio, por todos los dioses, que cuerpo tan hermoso y tan varonil: cada uno de sus miembros era como el verso de un poema. Le cogió el verso mas delicado y se lo masajeó, de arriba abajo, cubriendo y descubriendo la sonrojada cabecita a cada movimiento.

 

Al sentirlo Lucio abrió los ojos y se encontró con la mirada de puro fuego de los ojos cafesitos, entonces no dudo mas y sacándose los dedos cogió el miembro largo y duro, casi tan grueso como el suyo y se lo metió. Una punzada de incomodidad lo atravesó al mismo tiempo que el pene, pero ignorándola comenzó de inmediato a cabalgarlo: el que había sido atravesado por espadas de hierro cortante no se iba a quejar al ser atravesado por la espada del placer.

 

Marco le puso una mano grande sobre la cadera para ayudarlo con el equilibrio, y con la otra siguió masturbándolo, jalándosela recio como recio Lucio lo montaba, jadeando de manera cada vez mas entrecortada; su piel clara estaba toda sonrojada y sus miembros brillantes, ungidos con aceite se tensaban resaltando sus propias formas, al igual que los músculos de Lucio y quien mirara a Lucio por detrás miraría su espalda ungida y tensa, los hoyuelos marcándose a cada contracción sobre sus nalgas, el tronco grueso y brillante del pene que a cada instante desaparecía entre aquellos volúmenes, solo dejando a la vista las bolas, y los dedos de los pies de Marco abriéndose y cerrándose, cada vez mas cerca del clímax.

 

Lucio jadeo y arqueo la espalda, alzo el rostro con los ojos cerrados al llegar al máximo placer, derramándose en la mano y abdomen de Marco, deteniendo unos instantes su frenética cabalgata, disfrutando el placer recibido, y luego, conciente de que su amigo aun no lograba aquel divino placer reemprendió sus movimientos, mirándolo ahora si, disfrutando de la sensación de tener metido algo tan grande, mirando el rostro sonrojado de Marco y su nuez de adán que se resaltaba cada que tensaba el cuello, cogiéndolo ahora este a dos manos por las caderas, levantando las propias para embestirlo mas recio, mas hondo, mas duro, hasta eyacular gritando ronco y fuerte.

 

Lucio lo sintió y se dejó caer sobre el pecho de Marco, apoyando su barbilla en su hombro, con las orejas pegadas y raspándose mutuamente con sus mejillas sin afeitar. Las manos de Marco se deslizaron perezosamente sobre el cuerpo de su amigo y una vez recuperado el aliento Lucio se levantó, y Marco tras el, y sin una sola palabra se enjuagaron el uno al otro con el agua ya casi fría del caldarium, afeitándose después uno al otro con sumo cuidado y una cuchilla bien filosa.

Se frotaron luego con paños tibios y para terminar su aseo personal pasaron a la sala del agua fría, rociándose con ella antes de secarse y vestirse con las elegantes togas, arreglándoselas lo mejor que pudieron sin el auxilio de los esclavos que para eso tenían.

 

Lucio, que era el anfitrión, buscó una jarra de vino, aceitunas y pan duro, que remojado en buen aceite de oliva era el acompañante perfecto, recomendado por los griegos, del buen vino. Botanearon así, hablando de cosas banales hasta media tarde, cuando los primeros esclavos comenzaron a llegar, entre risas y gritos que se convertían en lamentaciones y gemidos en cuanto veían que el amo estaba presente, y se tiraban al suelo suplicando clemencia mientras su dueño, con el ceño fruncido, los amenazaba con los peores castigos fusta en mano, dando uno que otro golpe que arrancaba lamentos verdaderos de los esclavos y risas disimuladas a Marco. Por lo que mejor, antes de que el de cabello castaño se carcajeara sembrando la confusión entre los esclavos Lucio los dejo ir, no sin antes enterarse por ellos que la digna Tercia Julia, su virtuosa (o que lo aparentaba) esposa había ido a la costa a tomar aires de mar por prescripción de su médico.

 

Y la miradita traviesa que los ojos cafesitos le lanzaron al escuchar aquello lo convenció de dejar a Julia mejorando su salud mientras el seguía cerca del Cesar y sobre todo, cerca de Aurelio Quinto.

 

 

                                                                  Alea iacta est.

 

 

Notas finales: Les alegrara saber que esos Sénecas si escribieron algo respecto a la ira. Lucio Aneo Séneca se chutó tres excelentes libros al respecto ;)

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