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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

Holaaaaa a todos!!!!!!!!!! Gracias por continuar aquí, espero no aburriros mucho. Anuncio que ya no faltan muchos caps.

Millones de besos.

Os quiero.

Harry Potter no sabía cuanto tiempo llevaba frente a su ventana contemplando la nada que era el lago, el bosque y los terrenos de Hogwarts. Eran nada por que, aunque Harry tenía sus ojos en ello, no existían, en ese momento, para él. Su mente era un revoltijo de recuerdos, un furioso huracán de sentimientos que no daban tregua. Potter quería dar un orden a tanto caos pero no sabía como. Buscaba en esos recuerdos algo que le diera una señal de que en realidad nada había pasado y en resumen el se estaba volviendo loco. O, por el contrarío, que todo había sucedido tal y como recordaba.

En algún momento del día, Seamus Finnigan había entrado a la habitación, mascullando algo como “jamás volveré a jugar Gobstones” y Harry ignoró el maloliente hedor que le acompañaba.

Neville Longbottom también había entrado, echando fuego por la boca, literalmente, y con un poco de timidez ofreció al moreno un diablillo negro de pimienta. ¿Había aceptado? Al parecer sí, ya que en su mano cerrada, aplastada con fuerza, había una de aquellas golosinas. Longbottom se fue en algún momento.

Poco después entró Ron, pero no dijo ni una palabra. Se había limitado a sentarse sobre su cama y contemplarlo. Cuando decidió que su amigo no diría nada, salió.

Ahora el sol estaba desapareciendo tras un arco de fuego de un cielo que ya no era azul.

Y Potter seguía de pie, frente a la ventana, contemplando la nada.

Severus Snape, siguiendo la orden de Dumbledore, salió del despacho mientras él y Harry hablaban y volvió poco después, asegurando que Draco no recordaba nada, y que “Eso lo puedo jurar con mi vida” comentó tras la recelosa mirada del muchacho.

« Solo ha sentido una especie de ola mágica expulsada por el señor Potter al tiempo que gritaba histéricamente»

Harry rió de mala gana al recordar aquellas palabras que le hacían el mismo daño que mil crucios.

«¿Qué hay de Draco? ¿Por qué no recuerda nada?»

El director suspiró y se puso de pie, con la mirada en el suelo. Su andar cansado le llevó a pararse junto a Harry y su nudosa mano se posó en el hombro del muchacho.

«No tengo la menor idea de por qué el señor Malfoy no recuerda nada»

dijo Dumbledore con voz paciente, casi adormecedora. «Tal vez la pregunta que deberíamos hacernos, es por qué usted si lo recuerda»

Harry sintió como el dolor de su pecho regresaba con insoportable intensidad, envuelto ahora en una sensación de angustiante vacío.

«¿Draco lo recordará alguna vez? ¿Hay forma de que lo haga?»

«¡Señor Potter!»

exclamó Snape, con una sonrisa sardónica. «¿Está enamorado del señor Malfoy?»

¡¡Claro que estaba enamorado del señor Malfoy, joder!!

Su puño contra el vidrio le ocasionó un dolor físico que no se comparaba con el que tenía por dentro, así que no se hubiera molestado mucho por él de no ser por que le hizo contemplar su mano y descubrir el pequeño corte en su muñeca.

El mismo corte que le significaba un matrimonio.

Y estaba ahí.

No eran imaginaciones suyas.

Contempló a su alrededor: la habitación seguía vacía.

Aun era temprano para que sus compañeros de habitación regresaran. Probablemente estarían en la última clase del día o en el Gran Comedor.

Caminó hasta su baúl y sacó el Mapa del Merodeador. Prometió que sus intenciones no eran buenas mientras tocaba el con su varita, revelando el entramado del castillo.

Sus ojos pasaron de largo cada nombre con su motita hasta que dio con que buscaba. No se había equivocado. Casi todo el colegio estaba en el Gran Comedor. Sin embargo, el objeto de su deseo no estaba allí. Su motita se deslizaba por el sexto piso y se dirigía al baño de hombres… solo.

Y justo hacia allá se dirigió Potter.

Draco Malfoy salió del cubículo observando en todas direcciones a pesar de saber que estaba solo en el baño y que no encontraría nada de su interés.

Estaba nervioso y no sabía explicarse a sí mismo el por qué.

O quizá sí.

Había algo que se le escapaba a la razón y lo mantenía perturbado.

Se contempló en el espejo resquebrajado sobre la pila, descubriéndose indiferente a la transparencia monocromática que lo rodeaba.

“Es que el espejo no muestra el alma,”

pensó el rubio, girando la llave para lavarse las manos. “Si fuera así ¿con qué me encontraría?”

A esas horas debería estar en el comedor, cenando. Pero curiosamente no tenía ganas de encontrarse con Potter. Aunque debería ser al revés. No era él quien había decidido de buenas a primeras abrazarle como si fueran enemiguísimos del alma.

Sacudió la cabeza, sonriendo ante su ocurrencia, y su cabello le golpeó suavemente las mejillas. Ahora que lo pensaba, le parecía que estaba mas largo que aquella mañana. Tendría que recortarlo de nuevo.

Pero, que extraño.

Se secó las manos y se dirigió a la puerta, intentando concentrarse en la tarea de Transformaciones. Aún no lograba transformar una jarra de cristal en un ave del paraíso decente, que no tuviera cabeza de cristal. La profesora McGonagall le había llamado ya la atención, mencionando que le extrañaba de él, y que si no quería reprobar su E.X.T.A.S.I.S. era mejor que se pusiera en ello.

Bueno, ya quisiera verla él, trabajando a presión por hacer funcionar la porquería de Armario Evanescente, llevar acabo planes para asesinar a su director y seguir sacando buenas notas.

En fin, que cualquier cosa era mejor que pensar en Ha…

Antes de que Draco alcanzara a girar la perilla, la puerta se abrió con brusquedad, golpeando la nariz del rubio.

- ¡Aaaaaaaarg! ¡¡Potter!! ¡Eres un…!

El Gryffidor apareció tras la puerta, apenado por lo que su acción (torpe como siempre) había provocado.

Por un segundo Malfoy sospechó que el moreno quería reír a carcajadas, pero algo se lo impedía.

- ¡¡Lo siento, Draco!! De verdad. Déjame…

Malfoy, cubriéndose la nariz con ambas manos, soportando estoicamente las ganas de llorar de dolor, elevó una ceja airada y retrocedió un paso.

- Amenos que hubiera perdido la memoria, Potter, cosa que no creo - explicó con la voz apagada por el golpe -, no recuerdo haberte dado permiso de llamarme por mi nombre.

El Slytherin no podía imaginar el desacierto de sus palabras y el muchacho de los ojos verdes pareció dolido por aquellas mismas, pero no se apartó, ni replicó, sino que sacó su varita en un rápido movimiento y apuntó a la nariz de Malfoy.

El rubio no pudo evitar cerrar los ojos fuertemente cuando le vio apuntarle y pronunciar un Episkeyo, y sintió que le dolía hasta el alma. Después de unos cuantos segundos en que Draco trató de dilucidar si seguía vivo después del ataque del gilipollas de Potter, se dio cuenta de que sí, estaba vivo y que no solo eso, sino que su nariz no había crecido como la de un duende. De hecho, se sentía exactamente igual que siempre.

Oh, y ya no dolía.

Solo esperaba que al mirarse en el espejo no encontrara un par de retorcidos cuernos saliendo de los laterales de su cabeza, o una tercera cabeza en su persona. Con la primera y la segunda tenía mas que suficiente. Sobre todo cuando ambas no se ponían de acuerdo en lo que querían. Claro que, para bien o para mal, solía ganar la segunda, pero no era tiempo de pensar en ello.

Sin perder de vista al moreno, el rubio se dirigió al espejo y se echó un rápido vistazo: parecía normal. Sin cuernos ni otras cabezas ni otras lindezas. Su nariz perfecta como siempre.

Excelente.

- Imagino que esperas que te lo agradezca - especuló la serpiente, regresando toda su atención al Niño Que Vivió -. Pues, en ese caso, te recomiendo que traigas una silla y te sientes en el suelo, Potter.

A Draco no le dio buena espina esa miradita perdida del Gryffindor. Simplemente por que estaba en él. Y eso le confería un aspecto medio demente, medio desesperado, medio ausente, medio odioso. Y definitivamente completamente peligroso. Y estaba parado justo al lado de la puerta.

Lo cual significaba que tendría que pasar a menos de una nariz de él.

¡Joder!

¡¿Por qué la vida insistía en hacerle esas cosas a él?!

- Potter, si no quieres morir aun, te aconsejo que muevas tu culo de…

Antes de que Malfoy terminara su amenaza, Harry había dado tres rápidas zancadas y ya estaba a un centímetro de él. Cogió su muñeca, la misma que tenía ese ignoto corte y lo admiró como si admirase una reliquia. Su pulgar recorrió la herida con suavidad, con reverencia, y el rubio se dio cuenta que Potter también tenía un corte parecido en la misma muñeca.

- ¡¡Potter!! ¿Qué mierda te pa…? ¡Ah, otro abrazo no…!

Vale, aquello no era un abrazo. Vale, vale, no solo era un abrazo.

Los labios de Potter se sentían dulces, suaves y se movían con frenesí, húmedos e inquietos.

Sin embargo, a lo que mas prestó atención el Slytherin, era el ardor, el calor que emanaban. Y no solo ellos, sino que todo Potter parecía emanar calor. Ya le había parecido notarlo tras el repentino abrazo de aquella mañana, simplemente que ahora era quemante.

Si seguía así, pegado a él, respondiendo a aquel beso… lo mas probable es que sufriera una combustión espontánea.

Empujó al Gryffindor ignorando la sensación de Dejâ vu que le ocasionó el extraño pensamiento y se limpió los labios exagerando un asco que no sentía, y se maldecía por ello.

- ¡¡¿Cómo mierda te atreves?!! - gruñó dedicándole una mirada llena de indignación, odio y repulsión.

Si hubiera puesto atención, Draco habría podido escuchar el CRAC a la altura del pecho de Harry.

Había descubierto que su rubio tenía el signo de su pacto.

¿Y qué? ¿De que coño le servía?

Sentado en el alféizar de su ventana, Harry no entendía, después de pensar en ello toda la noche, cómo era que todo había terminado así. ¿Cómo era que Draco había olvidado su amor por él?

Ya no lo quería. Ya no mas.

¿Tendría que olvidarlo él también?

Pero ¿Cómo ser indiferente al corazón, al alma, a sí mismo?

El cielo gris oscuro, nublado como su animo, traía una brisa gélida matinal, que le resultaba un sedante para sus emociones. Una tregua a sus pensamientos que siempre lo llevaban por el mismo camino.

¿Cómo fue que Draco Malfoy había transfigurado en su dios pagano personal? ¿Cuándo Draco Malfoy había reemplazado a su corazón? ¿Cuándo, Harry Potter había dejado de respirar para hacerlo cuando Draco Malfoy respiraba? ¿Cómo era que se había transformado en su ruina personal? ¿En el sol sin el que la humanidad se extingue?

¿Cómo había pasado?

¿Por qué lo había dejado pasar?

No, no solo lo dejó pasar, sino que deseó que pasara.

«Es difícil definirlo»

expuso Dumbledore, mirando fijamente a Harry tras sus gafas de media luna. «Es algo que pasó pero no pasó. ¿Comprendes? No, claro que no» El director buscó en su subordinado un poco de ayuda, pero el hombre no apartaba sus fríos ojos del estudiante ni un solo momento. «Para ti ha pasado, pero para el resto del mundo, es decir, nosotros, no»

Hedwig ululó sobre el respaldo de la silla junto a la cama de Harry, seguramente hambriento.

El muchacho esperó hasta comprobar que sus compañeros de habitación seguían dormidos y se levantó del alféizar, sintiéndose patético.

“¡¡Basta, basta ya!! - gritó su conciencia - ¡¡El seguir pensando en él no va a mejorar las cosas para nada!!”

Decidido a desterrar a Draco Malfoy de sus pensamientos (al menos de momento) abrió su baúl y sacó el frasco de gusarapos azules para alimentar a su lechuza.

….

Aquella mañana de sábado, el capitán del equipo de Quidditch de Gryffindor no fue al entrenamiento.

Y de hecho, no fue por su gusto.

Tuvo, por un momento, la esperanza de que el entrenamiento le ayudaría a distraerse de ese nuevo mundo que no debía ser y al que tendría que enfrentarse de ahora en adelante: al mundo donde Draco Malfoy lo seguía odiando como siempre.

Hubiera ido de no ser por cierto pelirrojo y su castaña novia, que se le habían plantado en las narices apenas salir del dormitorio, que parecían no saber otra frase que “Dinos que ha pasado.” Y como ya estaba enfermo de oírles, no tuvo mas remedio que pedirle a Ginny Weasley que fuera su sustituto.

Ni siquiera notó que al dirigirse a ella no había nerviosismo alguno, ni que le daba igual que fuera ella o fuera otra.

Sin darle mas vueltas a ese asunto, se dirigió con sus amigos al lago donde se sentaron bajo la sombra de un abeto. El lago lucía pacifico a pesar del viento y las amenazas de lluvia. Las lejanas montañas se recortaban en el cielo y su reflejo en el lago se confundía con una bestia durmiente que respiraba el viento del norte.

Al terminar su relato, y con obvias exclusiones en este, acerca de besos y actos íntimos y matrimonios con cierto Malfoy, que, de momento no estaba preparado a mencionar en voz alta, Hermy y Ron estaban que no se la creían, pero sabían perfectamente que su amigo no tendría por que engañarles.

- ¿Un paréntesis temporal? - preguntó Hermione. - ¡Claro! Me parece una conjetura correcta. Partisteis y regresasteis justo en el mismo momento, que según nos has contado, vendría a ser cuando tú y Malfoy chocasteis. Pasó pero no pasó. Fue… pero no es.

- ¡Que suerte que sabes explicarte, Chocolatina! - dijo Ron y su novia se sonrojó.

- Les diré - continuó la castaña, decidida a hacerles entender su idea. - : es como cuando comes un enorme pastel pero te despiertas con el estómago vacío.

- ¡Oh, sé de lo que hablas! - aseguró el pelirrojo, con alegría, mirando a su novia y después a Harry. - Es como un sueño.

- ¡Exacto! Pero uno real.

- Uau, soy inteligente.

- A veces, mi Pequeño León.

Y Harry rió del sonrojo de su amigo y de la expresión orgullosa de su amiga. Hasta que recordó algo…

- Espera un momento - pidió Harry, con el ceño fruncido. - Has llamado Chocolatina a Hermy.

- Sí - afirmó ella. - Es un mote cariñoso. Ron me llama así y yo le llamo mi…

- Rana de Chocolate.

- Noooo. Mi Pequeño León… Harry ¿Qué…?

Pero Harry no estaba escuchando a su amiga por que de pronto las palabras de Draco vinieron a su mente.

“Tú eres mi rana de chocolate, Harry”

Esas, exactamente habían sido las palabras de Draco. Y había mencionado algo acerca de un cuento.

¿Madeline y las ranas de chocolate? ¿Maciela? ¿Marina? ¿Minerva? ¿Mafalda?

Lo único que recordaba con claridad era que el nombre era de mujer y empezaba con eme.

- Hermy ¿sabes algún cuento que hable sobre ranas de chocolate?

La muchacha, algo nerviosa, se rascó la cabeza y lo pensó un momento.

- Yo… conozco solo cuentos muggles, Harry, y no creo que en alguno se mencione una rana de chocolate. ¿Por qué lo…?

- Y tú, Ron - interrumpió Harry a su amiga.

- Yo… creo recordar que mi madre a veces contaba un cuento a Ginny. Algo así como Mercedes y la rana de chocolate.

- ¡¡¡Sí, Mercedes, eso era!!!

Para cuando Hermione y Ron se pusieron en pie, Harry ya iba a medio camino a la puerta del castillo.

….

Draco se había levantado al alba sintiéndose incapaz de estar a gusto en cualquier sitio. Sus bellos ojos grises habían adquirido una tonalidad rojiza y lucían hinchados; la cabeza le dolía como nunca y tenía una extraña sensación de vértigo.

Por si fuera poco, no había parado de ir al baño durante toda la noche. Su vejiga parecía mas llena de lo común.

Y quizá por eso estaba con un humor de perros.

Aunque también podía tener que ver el hecho de que al Armario Evanescente aun no funcionaba correctamente y el profesor Snape no paraba de ofrecerle su estúpida ayuda, como si él la necesitase o como si no supiera que solo lo hacía para quedar bien con el Señor Tenebroso.

Y para mas INRI, el estúpido de Potter se le aparecía en cada rincón del castillo y ahora hasta en sus malditos sueños.

Eso, en definitiva, no debía volver a pasar.

Y por supuesto, después de ese puto sueño húmedo con El Salvador del Mundo Mágico, y despertar todo sudado, había tenido que ducharse con agua fría y el sueño se había esfumado absolutamente.

¿Quién podría dormir después de una pesadilla así?

Con las cortinas de su dosel a medio correr para ver espabilarse la luz encantada del sol en su dormitorio, Draco se sentó al filo de la cama y cogió una rana de chocolate para desenvolverla, pero apenas tenerla en las manos la volvió a colocar en su lugar y corrió al baño para devolver cualquier cosa que hubiera comido el día anterior.

….

Harry subió hasta el cuarto piso para dirigirse a la biblioteca, y sin detenerse, entró a toda pastilla, chocando en su trayecto con algo… o alguien que ahora se encontraba bajo unas cuantas docenas de libros. Al quitar uno de aquellos, descubrió que solo se trataba de Irma Pince, la bibliotecaria, que lo miraba con muy mala leche.

- Madame Pince, mil disculpas - dijo Harry, completamente apenado, quitando todos los volúmenes de sobre la mujer. - No ha sido mi intención…

- Harry - llamó Hermy, que llegaba a la puerta con su novio, después de correr tras su desequilibrado amigo. - ¿Qué es lo que no nos estás diciendo?

- Shhhhhhh - chistó Madame Pince, levantándose del suelo con la ayuda de Ron y Harry.

- Lo siento - se disculpó Hermy en un susurro, con gesto compungido. Se agachó al suelo para recoger los libros que habían caído mas lejos de la mujer, y formó una torre con ellos en sus brazos. - No vuelve a pasar.

- Madame Pince, que bonita luce hoy. ¿Ya le habían dicho que ese sombrero le sienta muy bien?- dijo el moreno, sacudiéndole la túnica a la bibliotecaria, con ímpetu. -. Y hablando de cosas tristes, quería saber si, de casualidad, usted supiera sobre el cuento de Mercedes y la rana de chocolate.

La delgada mujer arrebató su sombrero de manos de Ron y se lo colocó de mala manera.

- Mercedes y la rana de chocolate debe estar en la sección infantil - informó con resentimiento y cogió la pila de libros que separaba a Hermy del resto del mundo. - Y comportaos, esto es una biblioteca…- aseguró echándose a andar - Os estaré vigilando…

Apenas la menuda mujer se perdió por la sección de Dragones, Harry corrió a la sección Infantil con sus amigos detrás.

- Venga, venga - pidió Potter, sacando libros de sus estantes, por cierto, con dibujos encantados muy monos, y buscó en sus índices el tan anhelado cuento. - Ayudadme, por favor.

Hermione puso los ojos en blanco y comenzó a sacar libros. Ron, poco convencido, se sentó en el suelo y buscó en los de abajo.

Y una hora después…

- No creo que esté aquí, Harry - anunció la castaña, exhausta.

- ¡¡¡Oh. Mirad!!!

- ¿Lo has encontrado, Ron? -preguntó Hermy, acercándosele.

- ¿El qué? Ah, si, Mercedes… No.

Hermy estaba a punto de morderse la falda.

- ¿Entonces por que has exclamado “¡Oh, mirad!”?

- Eh… pues, por que me he encontrado el cuento de Babbitty Rabbitty y su Cepa Carcajeante.

- ¿Y? - dijo la castaña, impasible.

- Pues nada - continuó Ron, con las orejas coloradas. - que mi mamá solía dormirme con él.

Hermy sonrió y le alborotó los cabellos a su infantil novio.

Harry, a sus espaldas, se había recargado sobre uno de los estantes que acababan de vaciar y suspiró.

Granger lo miró y se sintió apenada por él.

- Tal vez alguien mas lo ha sacado - dijo, intentando darle ánimos.

El moreno simplemente asintió.

- ¿Sabéis que podríamos ahorrarnos toda esta faena si simplemente vamos y le preguntamos a Ginny? - repuso el pelirrojo, abrazando el libro que traía su cuento favorito. - No me miréis así. Yo solo decía…

Draco regresó a su cama con ganas de llorar.

Algo le había hecho daño de la cena, no podía ser otra cosa.

Se puso de pie nuevamente y dio una vuelta por la habitación, completamente frustrado. Esa imágenes en su cabeza, en vez de ser el recuerdo de un sueño, daban la impresión de ser el recuerdo de algo vivido.

Regresó a su cama sintiendo un pánico repentino a Merlín sabía qué. Se sentía sofocado, con el pulso alterado y un deseo eróticamente dantesco de una manzana.

De hecho, el solo pensar en una de esas cosas le causaba un sonrojo violento.

!Merlín! Lo que le faltaba: se estaba volviendo loco.

Y a todo esto ¿Qué tenía que ver Harry Potter con una manzana?

Vale: un sueño.

“Calmate, Draco, resira profundo… Aggggg”

Respirar profundo obviamente no servía para nada.

Hiperventilando, y con la mirada clavada en la pared, por si esta decidía moverse de lugar y darle un pretexto para perder el control, coger su varita y lanzar maldiciones a diestro y siniestro, lanzó un alarido salvaje y volvió a ponerse en pie como si la cama o las colchas negras sobre ella, picaran. Cogió una de sus elegantes almohadas plateadas y la colocó contra la pared, a la altura de su cabeza y… se dio de leches contra ella.

Al tercero o cuarto recordó que su madre le había enviado una carta la tarde anterior, que por varios motivos no había podido responder, así que se dio la media vuelta dejando caer la almohada al suelo y se acercó a su mesita de noche. Abrió el cajón y sacó una caja de cerezo. Apenas abrirla le asaltó el dulce aroma del jazmín que su madre usaba para perfumar las cartas que dirigía a él.

Eligió la que aún tenía el sello Malfoy sin violar y la abrió casi con temor, para quedar hipnotizado un momento por la tinta negra que dibujaba grácilmente palabras de amor y de añoranza.

No pudo evitar llevar el pergamino a su rostro y aspirar el perfume que le evocó un frondoso jardín, una manzana rojo sangre y unos labios que besaban con placer la curvatura de su cuello y su hombro; los ojos cerrados y la respiración arrática; una nube que con el sol se vestía de oro y rasgaba el cielo del atardecer; un murmullo que se convirtió en un grito… Un grito que evocaba un nombre…

Draco dejó de lado la carta para levantarse, molesto consigo mismo.

¡Era la ostia que incluso las cartas de su madre le recordaran el estúpido hijoputa sueño!

Descalzo, camino hasta el baño y se plantó frente al espejo. Con desprecio contempló las ojeras azulosas que le sombreaban los ojos y las manchas rojizas en ellos. Pero si había algo que odiara era que se le pusiera la nariz roja.

Se sabía patético e infantil lamentándose como una nenaza de sí mismo.

Suspiró, cansado de sus emociones y regresó los pasos a su cama, donde se dejó caer pesadamente.

Y pensar que tendría que contarle aquel sueño a su terapeuta mágico…

Cuando Harry Potter se plantó frente a Ginebra Weasley se convenció de que el sentimiento que confundiera con amor, no había sido tal, o quizá, en el mejor de los casos, había sido pasajero.

Mejor o peor.

No había nada en ella que pudiera atraerle. De hecho, se preguntó que era lo que le había llamado la atención de ella, antes.

Estaban en el campo de Quidditch. Los entrenamientos acababan de concluir y la muchacha ya salía de los vestidores, como nueva. El moreno admitía que era bonita y tenía un lindo carácter, cosa que su rubio ni por las narices, pero así, con todas sus manías, lo quería.

- Entonces… ¿no recuerdas nada del cuento? - dijo Potter, con desilusión.

La pelirroja, apenada, se volvió a ver a su hermano, que cuchicheaba con su novia, y sonreían como si compartieran un secreto que incumbía a Ginny y a Harry.

- Lo siento, Harry. He tenido unos dos o tres años cuando mi madre me lo contó.

- ¡¡Harry, Ginny, Ron, Hermy!! - llamó una risueña voz.

Cuando los aludidos se dieron la vuelta, encontraron a Luna Lovegood y a Neville Longbottom caminando hacia ellos.

- Vamos a la Lechucería, - anunció Neville mostrando un sobre en su mano - ¿Nos acompañáis?

Todos se voltearon a ver al moreno, que asintió, cabizbajo.

A pesar de que septiembre apenas moría y octubre todavía no daba señas, el otoño se apoderaba lentamente de los bosques, de las colinas, del lago y del cielo, vistiendo de sepias, granas, naranjas y dorados todo a su paso. Cuando el viento corría, traía consigo una lluvia de hojas de colores y el rocío de los campos de girasoles y margaritas reverberaba pequeños arco iris en las pupilas.

El sol penetraba difusamente por las ventanas sin cristales de la estancia circular que era la Lechucería, a punto de desaparecer nuevamente bajo la sombra de una extensa y oscura nube.

- Eso no es nuevo - comentó Neville al tiempo que ataba la carta a la pata de una lechuza marrón. - Yo tenía un tataratataratatara… un antepasado que juraba que le dolían los juanetes cada que hacía erupción un volcán en el mundo.

- Y yo tengo un primo que asegura que le duelen las piedras en los zapatos - agregó Luna, con su delicada voz, riendo como si aquello fuera lo mas absurdo que pudiera pasar en el mundo.

Los demás no pudieron mas que reír, contagiados por la celestial risa de la muchacha.

- Pues una vez me encontré un gato en el callejón Diagon  que decía “Mamón” - dijo Ron, aun sonriendo -. Lo curioso es que solo lo decía cuando yo estaba presente.

- Definitivamente no me extraña - dijo Draco Malfoy, apareciendo tras ellos, con una gran sonrisa en los labios -. Cualquier cosa que te conozca y tenga el don del habla, te diría lo mismo.

Harry no pudo, por mas que se lo hhubiera implorado a sí mismo, ignorar la presencia del Slytherin y le buscó con sus ojos. Al encontrarle su corazón fue victima de un tremendo incendio.

El rubio, vestido con una elegante túnica azul metálico, lucía su rubio cabello hacia un lado y sus ojos, gris cromo, brillaban radiante y fríamente.

Sus pupilas se posaron un efímero segundo en Harry y a este le dio un vuelco el estómago, pero entonces Draco dibujó una sonrisa desdeñosa y apartó sus ojos del moreno.

A Potter, en ese momento, le hubiera gustado ser una poción en un caldero y que Severus Snape le lanzara un Evanesco.

Notas finales:

Gracias por llegar hasta aquí.


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