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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

holaaaaaaaaaaaaa a todo/as!!! vale, lo sé, no tengo ma... nera de disculparme. me odio a mi misma y no puedo vivir conmigo sabiendo que os he defraudado. me merezco mil avadas, lo se. estoy abierta a cualquier review con antrax, maldiciones y torturas, vociferadores y mas.

los personajes no me pertenecen, si no a la hermosa JKR Y TODO LO DEMAS.

MIL DISCULPAS Y MIL GRACIAS

Los capítulos perdidos de El Giratiempos Roto

 

 

Por medio del Fuego Perpetuo concilio Presente, Pasado Y Futuro

Por qué Es, Fue y Sera.

Con esta ofrenda de sangre convoco a los Guardianes del Sur a que transformen

Lo solido en líquido,

Lo impuro en puro

La muerte en renacimiento.

La oscuridad en luz.

La destrucción en recreación.

Para que mi alma sea transmutada en oro y mi corazón en fuego.

Exiliad del corazón todo sentimiento, por más enterrado que este en el alma, aunque tengan que lacerar la carne…

     

 

       El atardecer lluvioso traía una noche prematura sobre Hogwarts, que obligaba a los alumnos a quedarse a resguardo del castillo. Los de sexto y séptimo curso pululaban en pequeños grupos, como abejas buscando miel, por los amplios pasillos, disfrutando de un muy merecido descanso de sus montones de deberes. Los demás cursos corrían, saltaban, bailaban y destrozaban el castillo a sus anchas, sin que nadie, de momento, los molestase.

Y es que, ese nadie, en efecto, era Severus Snape.

Del resto de los profesores, ni sus luces. Algún alumno de tercero menciono haberlos visto entrar a hurtadillas a la sala de profesores, como si tramaran algo siniestro contra el alumnado. Nada más lejos dela realidad. Se oían rumores de que la profesora McGonagall ya debía haber encontrado novio porque últimamente se le veía muy feliz. Ese era un rumor a medias.

  Mientras tanto, en la torre de Astronomía, el oscuro horizonte era tenazmente vigilado por Albus Dumbledore, en busca de la mínima señal de vida de su subordinado y sus tres alumnos.

  Aunque, tampoco era que estuviera la mar de preocupado. El hombre de 150 años sabía muy bien que mientras Potter, Malfoy y Parkinson estuvieran con su maestro de DCAO, nada ni nadie podría hacerles daño. No había criatura rastrera que se pudiera esconder de la ira de Severus Snape…

  Además, las malas noticias tenían alas de Snitget Dorado (en palabras muggles, volaban rápido), así que, Albus estaba seguro, ya sabría si algo malo les hubiera pasado.

  Sin embargo se sentía un poco inquieto. Paseaba de un lado a otro de la torre, con las manos entrelazadas a su espalda, y su larga túnica azul cielo de bordados de filigrana de ave fénix dorados, arrastraba sobre el suelo de madera con un leve murmullo, áspero como la incertidumbre.

  Entonces lo divisó: una mancha blanca flotando entre la negrura, cada vez más intensa, de la noche. Como un pálido fantasma, la lechuza avanzaba con un gran esfuerzo bajo aquella lluvia torrencial que parecía un obstáculo insalvable.

Directo a la torre de Astronomía.

  El director esperó con paciencia a que el mensajero salvara la distancia entre ambos. Cuando el ave se detuvo sobre la baranda, frente a su persona, y evidentemente pagada de sí misma por haber llevado a cabo semejante proeza, ululó, soberbia, y extendió su adiestrada patita, para que el director pudiera coger el mensaje.

  Dumbledore sonrió, pensando en que el dicho popularmente muggle de que cada animal se parece a su dueño se asemejaba bastante a la realidad; aquella lechuza tenía todo el porte Malfoy.

  El profesor quitó el pergamino de la majestuosa ave, pero esta no se movió, claramente esperando una recompensa por tan difícil misión, sin embargo Dumbledor le ignoró de momento.  Desenrolló el mensaje, y leyó:

                 HP Y DM están a salvo conmigo. Mañana los enviaré de nuevo al colegio.

                 Ps. Tiene muchas cosas que explicar.

                                                                               Cordialmente: NM

   Albus Dumbledore volvió a sonreír. Saber que HP y DM estaban bien, era un gran alivio. Al parecer el señor HP había sobrevivido a la ira de una mujer bastante peligrosa si se habla del bienestar de sus hijos, y el hombre sospechaba que mucha  de aquella suerte se la debían al propio DM. Bien, ya tendría más tiempo de recapacitar sobre aquello, ahora al director le preocupaba la suerte de SS y PP no mencionada en la carta de NM.

   Observó al ave, que aun esperaba su recompensa, con los ojos brillantes de indignación por la tardanza, y sacó de su bolsillo un puñado de gusarapos de todos los colores, se los acercó al animal sobre la palma de su mano sana, y aguardó pacientemente a que ésta se devorara hasta el último.

-          Supongo que deberé esperar visitas, ¿no es así…?- preguntó a la lechuza, que no se dignó en contestar, quizá como venganza por haber sido dejada de lado tanto tiempo… quizá porque las lechuzas no hablan…

Y como si lo presintiera, sus ojos se dirigieron directo a la puerta principal. Suspiró tranquilamente. SS y PP entraban al colegio, hechos una pena. El profesor de DCAO haría que los alumnos se pusieran de piedra sin necesidad de lanzarles un hechizo y ya lo podía oír gritar CIEN PUNTOS MENOS A TODO EL COLEGIO.

 

 

 

     Y  un par de horas antes….

 

                                                                                       

    

        La noche caía como una lluvia fría e hiriente sobre el tranquilo pueblo de Hambleden.

Eran las diez menos quince de la noche y hacia un frio de 6.5° c. En uno que otro hogar aún se podía ver luces encendidas pero las calles estaban totalmente desiertas.

    Catherine Benevolent, una mujer mayor, un poco regordeta y de gafas cuadradas, se dispuso a acurrucarse sobre su sillón favorito frente a su reconfortante chimenea de ladrillos rojos.  Leía, por quinta vez, 50 Sombras de Gray mientras bebía cocoa caliente y degustaba sus bizcochos de vainilla, cuando un sonido, como un latigazo estrepitoso, y una luz fantasmal se refractó por su ventana y desapareció bajo el cobijo de la silenciosa noche.

    No era la primera vez que algo como aquello pasaba: ya en otra ocasión había percibido tal fenómeno fugaz pero se lo había atribuido a su flipante imaginación, así que no se molestó en acudir a su ventana. Sabía lo que vería: el espectro de un autobús morado de tres pisos,  alejándose a todo gas.

«Chorradas de mi mente senil » dedujo Benevolent.

    Sonrió y se repanchigó sobre su mullido sillón echando  sobre sus piernas una manta violeta. Se reacomodó las gafas sobre el puente de su nariz y bebió un sorbo de su humeante taza blanca que ponía en grandes letras rojas Team Edward. Ni siquiera había terminado de tragar cuando un sonido de cristales rompiéndose llamó su atención hacia su ventana. Y ahí, entre su puerta y su chimenea, descubrió una sombra que giró sobre sí misma hasta alargarse verticalmente.

    Benevolent no gritó aun cuando la sombra se puso de pie y pudo distinguir a un hombre alto y delgado que poseía una presencia magnética. Catherine jamás había visto semejante cosa, estaba segura que lo recordaría perfectamente de ser así: el hombre, ser o demonio que estaba frente a ella llevaba una túnica negra que destilaba agua así como las dos cortinas de cabello negro que caían a ambos lados de su angulosa cara. El extraño se sacudió grácilmente los fragmentos de vidrio que traía encima y dirigió una nariz ganchuda hacia su persona, murmurando en un siseo venenoso hasta que la descubrió a ella y pareció que se iba de espaldas.

    Cada vez más su imaginación se superaba a sí misma. Benevolent se limpió las gafas para admirar mejor a aquel tío. Sus delgados labios se curvaron en una sonrisa muy coqueta.

-          ¿Llevas algo debajo de ese vestido?-  preguntó la mujer mordiéndose un labio. El hombre parecía no entender su idioma. Cosa por demás extraña ya que podía jurar que hacía un momento había proferido improperios demasiado… ingleses. Observó el libro entre sus manos y sus ojos parecieron alarmados y negó vehementemente con la cabeza. - Te gustaría jugar a algo indecoroso…

    Y antes de empezar a desnudarse, Benevolent fue testigo de una de las cosas más curiosas que había visto en su vida: el extraño sacó una rama de árbol o algo parecido, pequeña y sin follaje, le apunto con aquel chisme hacia lo que quedaba de su ventana y pareció decir Reparo, a lo que de inmediato, uno a uno, los fragmentos de cristal se unieron hasta quedar un vidrio intacto. Después apunto hacia ella y susurro algo parecido a Obliviate.

     Si Catherine Benevolent pensó que sería una buena historia para cotillear con sus amigas Rosalie y Beth en el juego de canasta de la mañana siguiente, todo quedó completamente olvidado aun antes de que el hombre saliera por la puerta con un porte demasiado soberbio para un mortal.

   Benevolent se sumergió en su lectura, suspirando, aun cuando sabía de memoria las palabras escritas sobre el papel.

   Porque Catherine Benevolent jamás olvidaba nada.

 

 

 

 

            Fenrir Greyback era un mago. Un hombre lobo, es cierto. Pero también era un mago. Podía hacer magia excepcional con su varita de madera de espino y núcleo de ala de murciélago. Sin embargo, en cuanto fue mordido por un hombre lobo la magia quedó atrás. Adoraba matar con los colmillos. Un avada o un crucio eran nada comparados con el placer de morder, desgarrar y matar. Disfrutaba como ninguno la sed de sangre y la oportunidad de matar cara a cara; sentir el miedo palpitando en sus venas, rugiendo poderosamente en un frenesí de muerte. Sentir a la víctima convulsionando, el pánico que reflejaban sus ojos, su cuerpo, su respiración, al saber que iba a morir sin poder hacer nada… y al final, sentir a la muerte reclamando a su víctima. Era lo mejor que había en el mundo. Si se podía decir que había algo en aquel tenebroso mundo que Fenrir Greyback amaba, eso era matar. A quien, era lo de menos, pero mientras más pequeños,  mejor: la sangre de los niños, el dulce olor aterrado que emanaban sus cuerpecitos indefensos…

    Cuando se revolcaba en el suelo, presa del dolor y del miedo tras ser mordido, jamás imaginó que llegaría el día que desearía darle las gracias al hijo de puta que lo había convertido en lo que era. Porque iba a tener la oportunidad de destruir a Severus Snape con sus propias manos.

    Fenrir escupió saliva sanguinolenta y se limpió la boca con el dorso de la mano.

    Le importaba un duende de Gringotts lo que Bellatrix pensara: la tía estaba tan loca que igual podía aplaudir como lanzarle un Avada. O ambas cosas.

      Resoplando como toro salvaje, la poderosa sangre de licántropo ardía en sus venas, quemaba ante la urgencia de matar. No, el no necesitaría de ninguna magia para acabar con Severus Snape. Su magia estaba en sus colmillos de acero y en sus garras de granito. Severus Snape no pasaría de esa noche.

 

 

 

       Severus Snape detestaba a Harry Potter como jamás en su vida. Y en esa ocasión era por el simple hecho de que el cielo se caía sobre su cabeza, estaba calado hasta el tuétano y sus ropas estaban hechas una sopa.

     Ah, por si fuera poco, en el interior de sus zapatos había un lago en expansión… y pronto aparecerían las primeras señales de vida acuática. ¡Madre mía, estaba seguro de que entre sus largos dedos nadaba algún anfibio o cosa o criatura maligna!

      Joder.

  Y para joderla todavía más, si Fenrir Greyback se le lanzaba a su delicado cuello, estaba seguro que no era para darle un besito. Sin embargo, Snape parpadeo con lentitud y admiro el pequeño pueblo en el que había, literalmente, caído desde el autobús noctambulo: seguro de día sería una primorosa visión aunque de noche luciera algo siniestro. Quizá a la señorita Parkinson le agradaría…

    ¡Pero, qué dementores¡

    Apunto al licántropo con su varita un segundo antes de que las afiladas garras surcaran su rostro con un zarpazo.

-          ¡Crucio! – murmuró  el profesor, tan suave y calmado que parecía charlar sobre el clima de verano.

   El hombre lobo cayó al suelo lanzando un angustiante alarido, retorciéndose como un maldito gusano de mierda.

-        Basta. Basta. Piedad. – suplicó la bestia, pálida y temblorosa, temblando como una hoja.

-     Crucio – repitió el hombre, con una sonrisa de placer. La lluvia le bañaba el rostro, tan fría como salida del glaciar que eran sus ojos ahora, pero ya no le molestaba en lo más mínimo por que se sentía poderoso. Condenadamente poderoso. En ese momento de euforia se sentía capaz de enfrentarse a mil licántropos con solo una mano.

-      Pero ¿qué coño pasa allá afuera? – gritó la mujer a  la que acababa de lanzarle el Obliviate, y Severus Snape sintió una ola glacial recorrer su espina dorsal. Como sigáis haciendo alboroto os enfrentareis con mi Benelli.

    Severus no estaba muy seguro de lo que era un Benelli o quién era, pero definitivamente no quería descubrirlo. La mayoría de los muggles estaban más locos que una cabra. Se volvió hacia el tío que seguía retorciéndose y le lanzó un Lapifors que de inmediato lo convirtió en un lindo conejito pardo.

-          Pero que condenadamente bien se me da esto de la magia – se vanaglorió el profesor, desapareciendo con un suave crack, conejo en manos, justo antes de que la psicópata mujer pateara la puerta, con una escopeta casi más grande que ella, dispuesta a disparar a cualquier gilipollas.

 

 

-      Esto… ¿y a dónde has dicho que vas? – preguntó Stan Shumpike, con goma de mascar en la boca. Estaba parado frente a Pansy Parkinson, con los brazos cruzados a la altura del pecho, intentando crear un aura de misterio que obviamente el muchacho no tenía y que tenía la finalidad de interesar a la alumna de Hogwarts.

 -      Aun no lo he decidido.

 -     Yo puedo ayudarte a decidir, si quieres. Conozco toda Gran Bretaña y…

   La desinteresada muchacha dirigió sus verdes ojos al mago (si es que este lo era, por lo que a ella respectaba, bien podía ser un boggart que intentaba aterrorizarla… y estaba funcionando) y suspiro antes de contestar. Si miraba a su alrededor en busca de ayuda lo único que haría sería entrar en pánico: el autobús se encontraba lleno de magos y brujas de poca monta y algunos asustaban más que el propio Shumpike o el conductor con sus lentes de cristal blindado. Pansy comenzaría a rezar a la manera muggle, como acababa de aprender en la clase de la profesora Charity Burbage. No estaba segura de que serviría pero al menos la distraería.  Draco Malfoy le había dicho que eran un desperdicio, que no sacaría nada bueno de ellas pero la morena se había puesto testaruda y, además, solo lo había hecho para molestar a Blaise, pero la verdad era que se divertía en ellas. Los muggles eran más interesantes de lo que pensaba. Aunque, claro, también peligrosos, como lo ponía su libro Cuando los muggles atacan…

   Pero, ¿dónde estaría su amado profesor que no iba a rescatarla?

   La Slitheryn había dejado en su mochila un muy largo pergamino con la lista de todos los nombres de santos que había transcrito del libro “Santoral muggle” sacado de la biblioteca, pero ahora, en ese preciso momento, no podía recordar uno solo.

   ¿Habría alguno que se llamara San Severus?

   No. Estaba segura que de ser así lo recordaría perfectamente.

   Y de pronto se dio una leche contra la frente. ¡Claro! Estaba San Valentín. ¡Que mema estaba! ¿Cómo se le había olvidado San Valentín?

   Stan Shumpike entrecerró los ojos y la miró con suspicacia pensando en que la tía estaba como una regadera. Pero la morena no se enteraba de nada. Intentó recordar cómo era eso de la “rezación.” Al parecer si  no cerraba los ojos y unía sus manos en una súplica humilde no serviría de nada. Oh, y había que hacerlo en voz alta por que los tíos del Santoral debían ser sordos, la profesora Charity jamás lo aclaró.

-    Querido San Valentín: ¿Cómo estás? Espero que te lo estés pasando de miedo, porque yo estoy en apuros. Hay un boggart aterrorizándome justo ahora, aquí a mi lado. Si fueras tan amable de mandarle a tomar por culo o lanzarlo por la ventana o hacer que el profesor Severus Snape… Es mi profesor de DCAO… Oh, cierto, no sabes qué es eso. Son las siglas de Defensa Contra las Artes Oscuras. Vale, tampoco sabrás de qué te hablo. Veras, soy alumna del colegio Hagwarts de Magia y Hech…

-      Esto… -interrumpió Shumpike, sacando la goma de mascar de su boca. La estiró hasta formar un fino hilo, y lo regresó a su boca. - ¿hablas conmigo?

  

    Pansy abrió la boca para contestar. Pero no dijo nada. El autobús paró de golpe y las camas saltaron a la pared más cercana con todo y magos encima. Stan Shumpike se fue de bruces directo sobre la chica, que gimoteó y lloriqueó que alguien le quitara de encima al pervertido aquel… y alguien se lo quitó.

   Severus Snape levantó del cuello de su túnica al pervertido y le apuntó con su varita. En los ojos del profesor se desató el infierno al rojo vivo.

-          ¡Ha sido un accidente! – graznó el mago, con un gesto de terror en su rostro salpicado de acné. – ¡Lo juro por mi lechuza! Yo jamás le haría algo así, además no es mi tipo, esta enana y plana y sus dientes están muy pequeños…

   La muchacha se observó los senos y se tapó la boca con asombro y vergüenza, y Severus Snape decidió que era tiempo de callar al tío. Stan Shumpike salió volando por una de las ventanas del autobús y el profesor de DCAO se sacudió las manos con asco, como si por aquel tacto se le fuera a pegar el acné o algo peor. Se giró hacia su alumna y le extendió su brazo cortésmente. Los ojos verdes de la muchacha brillaban como farolas, encandilada con su amado profesor.

   ¿Quién lo diría? Rezar sí que funcionaba.

 

 

 

   Iba a matar a alguien. Severus Snape cruzó la puerta del colegio seguro de que ese pensamiento se haría realidad en cualquier momento. Por qué iba a matar a alguien. Tenía que hacerlo o le saldría un grano enorme en la frente o en el culo. Lo sabía. Lo sentía. Jamás había estado tan seguro de algo en su vida como de aquello. Por qué tenía que matar a alguien ya. Y solo necesitaba la menor provocación para ello. Estaba cien por ciento seguro de ello…

   Con el cielo aun cayendo sobre su cabeza, el hombre de mirada asesina se deslizaba sobre sus pies mojados, maldiciendo a toda la creación, junto a la señorita Parkinson, que parecía no enterarse de nada, y, apenas cruzar la puerta al Gran Comedor, un capullito se estampó de bruces contra su estómago, sacándole casi todo el aire de los pulmones. Y para más inri, otro capullín de primer año, (mirad­: aun hace pucheritos) paso a toda leche por su lado en una escoba, (Severus alcanzó a sujetarse de la señorita Parkinson, ya que el crio había pasado tan cerca que  le había hecho perder el equilibrio, y obviamente Pansy estaba encantada), giró en U y se estampó directo contra la mesa de Profesores.

   “No, mil por ciento seguro.”

  Lástima que no estaba Potter.

-           ¡Avada que…!

  Pero antes de poder lanzar la maldición hacia el primero que se le cruzara, un hombre alto, delgado, de cabellera muy larga y blanca al igual que la barba, se paró detrás de él, con ambas manos escondidas detrás de sí, y carraspeó gentilmente. Severus Snape sintió que se le electrizaba el cuerpo y un escalofrío le erizaba los pelos de la nuca. Se giró dignamente, de hecho, de forma bastante teatral, (se quitó un mechón de cabello que se le había pegado a la frente al girarse) y se encaró al director de Hogwarts.

  -     Esto… Dumbledore… - dijo con cierto nerviosismo. - No sabía que estabas aquí…

  -     Ya me doy cuenta, Severus- repuso el hombre mayor, con una mal disimulada sonrisa.

  -   Yo, esto… ¡Cien puntos menos para Griffindor!- vociferó el profesor haciendo que los demás capullitos (entre ellos, uno grupo de griffindoritos que saboteaban una armadura en el pasillo) se perdieran de vista como por arte de magia.

          -     Pero si él no es de Griffindor – rebatió Hermione Granger, que acababa de entrar detrás de Dumbledore.

  Junto  a ella, Ron Weasley asentía vigorosamente con los brazos en jarras.

-          Gracias por la información, señorita… Granger- masculló el Dictador, venenosamente, con la mirada filosa.- La tendré en cuenta.

  Y sin más dio media vuelta con un gesto arrogante y se perdió entre el mar de estudiantes temerosos de morir prematuramente, junto con Dumbledore.

  Pansy parkinson se acercó a la castaña y al pelirrojo, y le cruzó un brazo por los hombros a cada uno.

-  Mirad el lado positivo – dijo, con una sonrisa iluminada, suspirando como chica enamorada. Pareció que iba a decir algo muy emocionante, pero de pronto la sonrisa se le borró. – No, creo que no hay lado positivo. – levantó los hombros y se separó de ellos, palmeándoles la espalda, conciliatoriamente. - Lo siento.

   Granger y Weasley miraron a la Slitherin seguir al profesor Snape con fanatismo. Como si el hombre fuera una especie de Rock Star o algo así. Hermy se miró con enfado sus hombros, que ahora estaban empapados gracias a Pansy Perrita Faldera Parkinson.

  Ron negó con la cabeza, tristemente.

-          Ya no hay respeto…

 

 

 

 

Harry Potter miró a su alrededor.

En la mesita de noche, junto a un libro forrado de cuero, había una lámpara con forma de serpiente retorcida hacia arriba y de sus fauces abiertas salía una luz mortecina. A su lado, descansaban unas gafas rectangulares y sin armazón.

Cogió las gafas y se las colocó sobre el puente de la nariz. No estaban tan cómodas como las suyas, pero solo así pudo distinguir una muy espaciosa habitación que claramente tenia todos los vestigios de la grandeza de la Familia Malfoy.

 Jamás en su puñetera vida había estado en una habitación tan lujosa, cómoda y, al mismo tiempo, tan… fúnebre. ¿Acaso se había muerto?

-          ¿Morí?- se preguntó a sí mismo, tocándose desesperadamente su cuerpo. Vale, ahí había piel, carne y huesos. Pero no estaba seguro de nada. Sabía que los fantasmas no tenían cuerpo material, algo que se pudiera sentir en lugar de traspasar, pero y ¿si su mente muerta le jugaba una mala pasada? -  ¿He muerto?

 ¿La había palmado por fin?

   “¡Cálmate, Harry! ¡Calmaaaaa! No estás muerto. ¡Respira profundo y cálmate!” le conminó una vocecilla familiar, en su cabeza.

-          ¡Ja, estoy vivo! Toma esta, Voldemort. Viviré más años que tú y tendré diez hijos con Draco Malfoy.

  La vocecilla en su cabeza rió suavemente. Alegre. Sensual. Y es que aquella voz le recordaba a la de su Draco.

-          Pues más te vale que sea conmigo, Potter. Por que donde nos enteremos que piensas tener bastardos, te cortamos las pelotas, querido.

   Harry volteó la cabeza hasta que su cuello dolió, y se sorprendió de ver a su rubio sentado detrás de él, abrazándolo por los costados (“por eso estaba tan cómodo”). Se notaba que se lo estaba pasando mal: su piel estaba más pálida de lo normal, no había ningún asomo de color en sus mejillas y sus hermosos ojos, gris iridiscente se apreciaban cansados. Aun así, Harry descubrió turbación, miedo… quizá un poco de rabia… No, un mucho de rabia y hostilidad. Y Potter se maldijo a si mismo por ello.

-          ¿Cómo te sientes? – preguntó Draco, acariciándole la frente, acomodando el negro cabello inquieto que se había escurrido hasta sus ojos.

-          Pues, no me he de quejar, ahora. Me duele todo el ego y mi persona, pero vosotros estáis bien y eso es lo importante.

   Draco se estremeció de pies a cabeza y Harry lo sintió. Las mejillas pálidas adquirieron el color de la piel blanca al ser besada por el sol, siendo que el astro aun permanecía oculto tras el velo de la noche. Al Gryffindor, por algún motivo, aquel gesto le pareció infinitamente adorable.  

-          ¡Maldito bastardo, donde vuelvas a asustarnos así, te juro que…!

-          Me matareis.

-          Si, te mataremos.

 Y Harry se prendió de aquellos labios que llevaba quién sabe cuántos siglos sin besar, sintiéndose envuelto en las llamas de un deseo incontrolable. Su corazón era ahora un ardoroso torbellino de ansiedad y estaba dispuesto a libar todo el dulce, dulce veneno de sus febriles labios, hasta perder la cordura o la vida en el intento.

Y a pesar de que se sentía como si alguien lo hubiera arrojado a una trituradora, lo hubiera vuelto a unir y lo hubiera arrojado de nuevo y así un centenar de veces más, se irguió sobre la cama sin separar sus labios de los de Malfoy para girar su cuerpo y quedar cara a cara, pecho con pecho. La respiración de ambos era intensa como el ansia de uno por el otro. Las piernas de Draco, encendidas por el calor, como todo su cuerpo, se elevaron como muros protectores alrededor de las caderas de Potter, mientras que este quería rasgar las ropas que su rubio llevaba puestas por que no estaba dispuesto a separar su boca de la de Draco. Las manos escarbaban furiosamente bajo las estorbosas telas y más piel se dejaba ver. Harry empujó sus caderas contra las de Malfoy y lo sintió temblar, gemir, jadear, aun cuando sus labios seguían unidos, y eso solo lo incentivó a romper aún más, las telas que los separaban. Había alguna clase de magia negra en aquello. Harry jamás había experimentado nada tan intenso como el amor y el deseo que sentía por Malfoy, y si lo pensaba más detenidamente quizá llegaría a la conclusión de que estaba bajo algún hechizo.  De que quizá, solo quizá, Draco lo había atado a sus piernas con algún poderoso filtro de amor. Y aunque aquel pensamiento pudo hacer nido en cualquier momento, justo en ese preciso instante, y pese a ello, estaba dispuesto a morir. O quizá solo fuera  que lo amaba demasiado y como consecuencia el terrible y lacerante deseo de ser uno con el fuego y convertirse en cenizas; de morir y renacer de los labios del otro…

Fuera como fuese, Harry estaba consciente de que hacía mucho tiempo atrás había decidido que ya nada tendría importancia en su vida, que aquel que le mordía los labios, sensualmente.

Harry Potter se había jurado a sí mismo que, pasara lo que pasara, nada… ni nadie, podría separarlo de Draco Malfoy de Potter y de Scorpius James Potter Malfoy.

  Y sintió tal felicidad ante su revelación que una lágrima resbalaba de sus ojos. Por Merlín, había encontrado su paraíso personal…

-          Así que sigues con vida- dijo Narcissa Malfoy, desde el umbral de la puerta. La punta de su varita apuntando directamente a su corazón. – Pues no por mucho tiempo.

  Y Harry supo que estaba por convertirse en un infierno.

 

 

 

    

Notas finales:

Pues nada, perdonad los anacronismos y espero no haberos aburrido demaciado. os extranio muxxxooooooo buaaaaaaaaa besitos y abrazos


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