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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

jojo, Capitulo muy largo dividido en dos y aqui un pequenio lemon como recompensa por la espera. Espero que os guste...

Dedicado con mucho amor a todas aquellas personitas que siguen esperando...

   Harry Potter  estaba seguro de que la poca sangre que había sobrevivido en su cuerpo después de la masacre llamada Fenrir Greyback, había hecho el esfuerzo increíble de viajar de todos sus miembros hasta sus mejillas, que encendieron como un farol.

   Jamás le había pasado y no debía presumir por ello, pero la robusta erección que tenía un segundo antes de que entrara Narcissa Malfoy a la habitación, desapareció como por arte de magia.

  La luz de la lámpara de serpiente se hizo más intensa y toda la habitación se iluminó como si fuera de día. Draco Malfoy lo empujó como si de pronto le picara, se levantó de la cama y se reacomodo sus ropas con el aire más frío  y sereno que de que fue capaz. El moreno fue presa de un vertiginoso mareo, un ligero sudor frio humedeció su frente y su corazón tamborileaba en su pecho a punto de hacer un gran hoyo en sus costillas y saltar al vacío para largarse por piernas.

   ¡HUYE, COBARDE!

-          ¿Y bien? – dijo Narcissa, sin dejar de apuntar al moreno con su varita, con el mismo tono soberbio en que hablaba Severus Snape cuando alguien la cagaba en su clase de pociones. - ¿Quién de vosotros me explicara lo que está pasando?

-          Debimos asegurarnos de que no estuviera armada – masculló Draco, dándose una leche en la frente. – Bien, Potter, cumple tu parte del trato.

Los vidriosos ojos de la bruja se pasearon por ambos rostros, poniendo más énfasis en su hijo: un sutil estremecimiento de manos le hacía notar a la mujer que su hijo estaba nervioso…  pero, ¿Por qué?  

-          Yo… yo… – balbuceó Potter. No tenía idea de que decir. ¿Podía enfrentar Inferis pero no podía enfrentarse a su suegra? ¡Vaya héroe! – yo…

-          Vale, – bufó Draco, poniendo los ojos en blanco. -  tengo que hacerlo todo yo.

   Malfoy chapurreó tan rápido las palabras que Harry tuvo que hacer un gran esfuerzo para poder descifrarlas.

  Lo cierto era que Potter alguna vez había pensado que Bellatrix Lastrange y Narcissa Malfoy eran diametralmente opuestas, de pies a cabeza. Ahora reconocía un punto en común que había hecho acto de presencia en cuanto Draco (Su Draco, le importaba un Escreguto que la mujer lo hubiera parido, ahora y para siempre era suyo) había mencionado por lo bajo y torpemente que su °hijo político°  tenía algo que anunciarle. De inmediato el rubio prefirió mirar para otro lado y silbar una melodía fúnebre mientras  tallaba su brazo, sobre su manga, justo donde Harry sabía que tenía la Marca. Narcissa había entrecerrado sus hermosos ojos azules y cogido con más fuerza su varita. Y ¡Bingo!  Ahí estaba el parecido entre las dos hermanas: ambas tenían  un enajenado brillo de locura en los ojos que helaba la sangre.

A Harry se le ocurrió hacerle algún tipo de platica ( ¿De que es su varita, suegra? La mía es de acebo con núcleo de pluma de fénix, mide 28 cm y es gemela de la que usa Voldemort .) o algo que la distrajera de sangrientos asesinatos, pero la verdad era que no se le ocurría nada bueno.

Bien, a lo que había ido.

 Y mientras hablaba, Narcissa Malfoy hizo ademan de querer decir un montón de cosas pero nada salió de sus labios, más que un sonido estrangulado y Harry estaba seguro de que uno de sus ojos había brincado salvajemente pero se había repuesto rápidamente.

Además, no era como si pudiera culparla por querer matarlo. No todos los días se tenía a Harry Potter en casa de su peor enemigo, diciéndole a su madre que estaba  enamorado de su hijo y su hijo de  el ( “A ni me metas, Potter,” ha dicho Draco), que este estaba en cinta, y que se iban a casar con o sin su consentimiento (“Habla por ti, Potter,” recalcó Draco), o algo así.

 Potter  sabía que estaba por cumplirse la profecía de la profesora Trelawney,  y lo más seguro era que Voldemort se cabrearía porque el mismo quería matarlo. Sin embargo el Avada no llegaba. Harry se atrevió a abrir los ojos y vio a la bruja tan tiesa como una tabla. Juraría que el jamás le había lanzado un Petrificus  ( a menos que fuese Draco… o el elfo domestico… Potter lo dudaba en cualquier caso).

   Y de pronto la mujer pareció cobrar vida. Los tacones de las zapatillas negras repiquetearon sobre el suelo, como campanillas de metal, hasta que se detuvieron frente a su hijo y lo sujeto por los hombros para zarandearlo como a un vulgar muñeco de trapo.

-          ¡Pero, ¿qué narices estabas pensando?! – gruñó, loca de ira. - ¡Dime que esto es una trampa para Potter! ¡Dime que solo esperas a por una oportunidad para matarlo lenta y dolo…

-          Esto… - dijo Harry, tímidamente. - Estoy aquí…

-          ¡Pues anda y que te den, Potter…! - chilló Narcissa, con el aire de una salvaje Banshee.

-          Modera tu vocabulario, madre – pidió Malfoy, la mar de tranquilo.

-          Lo siento… - aseguró la mujer, adoptando de nuevo su pose elegantemente fría. -  , fue un momento de debilidad. No volverá a pasar – prometió, alejándose hacia la puerta.  Su largo cabello rubio se deslizaba suavemente, como un péndulo,  a su espalda. Su paso se había relajado, la varita, sin embargo, seguía aferrada férreamente - .  Creí que habías dicho que Potter era un fracasado, un inútil, un patoso y no sé cuántas cosas más. Así que tendrás mucho que explicarme, querido – sentenció a Draco desde el umbral de la puerta con una última mirada de brillo glacial antes de desaparecer.

Y de pronto, había un silencio de muerte.  En la habitación solo se escuchaba el sonido de una lluvia perezosa que parecía jamás claudicar. Bien, mientras no se convirtiera en un diluvio todo estaría bien… Harry sonrió, imaginando que hubieran hecho su rubio y él, si hubieran tenido que pasar por El Diluvio. Seguramente que Noé no los dejaría subirse a su arca, si Draco se ponía nervioso y comenzaba a Hiperventilar y a contar su vida entera. Pero la sonrisa se borró. No olvidaba lo que acababa de decir Narcissa Malfoy: que su hijo constantemente lo llamaba fracasado y demases. Sabía que sería injusto reclamárselo. El mismo, antes de todo aquel embrollo lo llamaba de peor forma. Pero no podía dejar pasar la oportunidad de hacer sufrir a su rubio. ¡Que Merlín lo perdonara, pero no podía!

 Draco se acomodó el cabello que torpemente Potter había desacomodado al intentar violarlo de nuevo y…” ¡Jo, qué te den a ti si no lo estabas disfrutando, capullo!”

Por la cara de Potter, el rubio sospecho que le estaba dando vueltas al comentario que había hecho, ponzoñosamente, su madre antes de salir. Habría que distraerlo.

-          Te felicitamos, Potter – dijo Malfoy, sentándose a la orilla de la cama, junto al moreno antes de que este abriera la boca.

-          ¿Me felicitáis? – Inquirió el muchacho, elevando una ceja al más puro estilo Malfoy. Al parecer ya se le habían pegado sus manías. - ¿Y por qué lo haríais?

-          Porque sigues con vida – espetó el rubio, mirándose las uñas. – Lo creas o no, le caes bien.

-          Ya. En ese caso… gracias. Pero… ¿así que un fracasado, ha?

-          Era la verdad – se defendió Draco, poniéndose de pie para acercarse al espejo de pared que había al otro lado de la habitación. Se puso de perfil frente a él y sumió la espalda para que su abdomen ganara volumen. – Creo que dentro de poco tendré que hacerme todo uno guardarropas nuevo. En un par de meses la túnica del colegio ya no me quedara. Además, Pansy estará feliz de acompañarme de… ¿Cómo ha dicho? ¿Shaping…?

-          ¿Era la verdad? – ignoró el Griffindor, con curiosidad. – ¿Ya no lo es?

-          No lo dejaras pasar, ¿verdad?

-          No.

-          Era lo que temía – aseguró el rubio, mordiéndose un labio. - ¿Qué quieres que te digamos? Después de tantas violaciones era lógico que llegáramos a sentir algo por ti… es decir, algo aparte de odio y asco y…

-          Me amáis – no era una pregunta.

-          No, claro que no. Solo… nos das pena… Vale, digamos que te tenemos cariño.

-          ¡Malfoy ama a Pottito! – canturreó Pottito.

-          ¿De dónde nos suena esa? – se preguntó el rubio, exasperado con su Pottito. El maldito tenía razón. – No sé, Potter, pero si no te callas te lanzaremos  un Flagelum.

-          Vale, pero ¿podríamos pasar con lo de Potter? Llámame Harry. Después de todo soy tu… ejem, seré tu esposo y soy el padre de tu hijo.

Draco hizo un raro sonidito con la boca, como si el aire se esforzara demasiado para entrar por su nariz y su boca, y abrió los ojos desmesuradamente. A Harry le pareció que acababa de maldecir a todos sus antepasados y futuras generaciones, por la forma en que había reaccionado.

-          ¡No escuches eso, bebe! – dijo hacia su vientre, posando ambas manos en este, como si así el bebé no pudiera escuchar nada. - ¡Y ahora resulta que te sientes orgulloso, ¿no?! – dijo Draco, con una mirada de hielo. – Durante nuestros primeros años de colegio has intentado matarme hasta la coronilla y ahora resulta que me amas con locura y pasión.

-          Si mal no recuerdo, Draco, el sentimiento era mutuo – dijo Harry, desafiante.

-          ¿Y se puede saber cómo es que cambio?

Harry Potter no supo que contestar. ¿Cómo explicarle todo el viaje por el nacimiento de la humanidad sin parecer más loco de lo que ya parecía a los ojos de Malfoy? El moreno se limitó a encogerse de hombros.

-          Mi madre tiene razón, Potter.

-          ¿A si? ¿Y se puede saber en qué?

Malfoy giró los ojos. Negó con la cabeza. Quería ser cruel con él, y decirle que en lo de Fracasado,  pero por  más que lo intentaba no podía. Lo distrajo un extenuante mareo.

-          Hazte a un lado, Potter. Nos sentimos mal.

Harry, ipsofacto se hizo a la orilla contraria y levanto ó las sabanas para que sus rubios se acostaran (porque de alguna manera el moreno ya sabía que Potter Malfoy iba a sacar el hermosos cabello rubio de Draco) y este, un poco remilgoso, se quitó las zapatillas y se acomodó junto a Harry, que se acostó atrás de él, en posición de cuchara, lo rodeo con sus brazos y recargó sus manos en el pequeño vientre habitado. De inmediato fue testigo del milagro de la vida que se manifestaba a través de la piel de Draco. Se sentía como un pequeño pececillo de Jade que jugueteaba de un lado para otro, como un tiburoncillo hambriento.

El calor de Malfoy, el aroma de su piel y el pensar en que solo tenía que hacer el más ligero de los movimientos para estar dentro de él, fue demasiado para su cordura.

-          Dime que eso es tu varita, Potter.

-          Esto… no. ¿Qué tan lejos está la habitación de tu madre?

-          ¿Por qué lo preguntas? – inquirió Draco, con el deseo latiendo en sus pupilas.

-          Porque quiero terminar lo que empezamos antes…

-          Potter, has estado a punto de palmarla dos veces en un par de horas y todavía estas con ánimos y en pie de guerra? Eres la hostia, Potter, la ostia.

Draco no lo vió, pero Harry hizo un pucherito. Su vena Griffindoresca hizo de las suyas y el moreno llevó su mano a la cintura de Draco.  El Slytherin estaba muy pero que muy equivocado si creía que un dolorcillo del demonio y una amenaza de espantosa muerte iba a detener el salvaje deseo que el Griffindor sentía por él. Comenzó muy lentamente. Sus dedos fueron subiendo poco a poco la tela de la túnica del rubio hasta que quedo completamente arriba. El sentir sus dedos deslizarse en comunión con aquella epidermis lechosa y caliente hizo que a Harry se le parara algo más que el corazón.

-          ¡Harry! – se quejó el rubio, aunque Potter pudo escuchar una risilla traviesa por parte de su Draco.

-          ¡¿Lo ves?! – dijo Harry, alimentándose ahora del delicado cuello del aludido. – No ha sido tan difícil, ¿cierto?

-          Eres un maldito, Potter – aseguró Draco, con los ojos cerrados, intentando no demostrar su propio deseo.

Los dedos de Harry habían llegado hasta los aterciopelados muslos del ángel y ahora podía sentir directamente su erección, lo que le causó gran satisfacción. La apresó con su mano, con cierta rudeza medida, y le escuchó gemir.

-          ¿Cómo me has llamado? – exigió Potter, acariciando el enhiesto miembros de Draco, desde la punta hasta la base. Sintió como el muchacho entre sus brazos inhalaba y su pecho se hinchaba, como su erección.

-          Potter – recalcó, testarudo.

-          No te escucho bien – dijo Harry, empezando a mover sus dedos alrededor del miembro, con movimientos sedosos, de arriba hacia abajo. Pegó más sus caderas a las de Malfoy, que de inmediato sintió la tremenda erección de Potter contra sus glúteos. Y aunque los separaba aun las prendas que vestían, Harry logro meter una parte de su miembro entre ellas. - ¿Qué has dicho?

Draco se mordió un labio, intentando mantener su pose fría, pero le fue imposible con aquella mano masturbándolo tan diestramente y el miembro henchido que intentaba penetrarle con todo y ropa.

Gimió. Se maldijo por ello y suspiró. El aire no entraba suficientemente en sus pulmones. Era la ostia que el Griffindor le hiciera hasta olvidarse de como respirar correctamente. Pero es que las malditas manos del moreno parecían quemar, marcar su piel a fuego lento. Y aquello era el cielo. El maldito cielo. La sinuosa espalda, delgada y pálida se estremeció incontrolablemente cuando Harry movió aún más rápido su mano en torno a su miembro.

-          ¿Cómo me has llamado? – insistió Harry, tercamente. Sabía que lo tenía, literalmente, en sus manos.

-          Potter – gruñó el rubio, dispuesto a no perder la apuesta.

-          Vale, tú lo has querido así – sentenció Harry, irguiéndose sobre la cama, y haló al ángel por los hombros hasta dejarlo cara al techo, sobre la cama.

Entonces Potter pudo notar el apasionado sonrojo en sus mejillas, que Malfoy había intentado esconder, girando su rostro. Aquello fue el acabose para el autocontrol del muchacho: tener de esa  manera al Slitherin le hacía perder los estribos y convertirse en la bestia salvaje que solo Draco podía despertar. Sintió que algo en su interior luchaba por salir, gruñendo, aullando y lanzando dentelladas a la poca cordura que le quedaba a Potter.

Malfoy, con la túnica desarreglada, las largas y torneadas piernas desnudas y parte de su vello púbico a la vista, la blancura de crisantemo de su piel, los ojos grises destellando con las pupilas dilatadas violentamente…  Y Potter lo supo en ese instante: estaba ante un ángel celeste disfrazado de mortal.

¿Acaso tenía el derecho de mancillar tan hermosa criatura? ¿O era acaso solo un cruel rayo de luna que había tomado la forma más bella que encontró? Harry temía que en cualquier momento el muchacho se desvaneciera en sus brazos y se fundiera con las sombras.

Pero era mayor el deseo de poseerle, mayor el egoísmo de ser suyo. Lo tendría fuera como fuese.

No sería la primera vez que le poseería, y sin embargo las manos le temblaban como ni siquiera la primera vez. El rubio y lo que había dentro de si eran su mayor tesoro y debía ser cuidadoso.  Y de pronto se le vino algo a la mente: ¿y si lastimaba a su bebe? ¿y si su miembro podía llegar a causarle daño? Harry no tenía una puñetera idea de si eso era posible. Jamás había tenido aquella duda por lo que nunca se había puesto a investigarlo. ¿y si mejor le preguntaba a Hermy? Ella debía tener la respuesta. Ella tenía todas las respuestas. Claro, siempre y cuando pudiera comunicarse con ella.

Malfoy frunció el ceño elegantemente, o eso le pareció a Harry, que todo lo relacionado con su Malfoy le parecía elegante. El rubio debió saber lo que pasaba por esa cabecita morena porque sonrió y fue él el que tomó el mando de la situación.

-          Ya comenzaste, Harry – soltó venenosamente, tumbando a Potter contra la cama y subiéndosele encima a horcajadas. Se quitó la túnica de un movimiento, quedando completamente desnudo ante el boquiabierto muchacho. –, ahora terminas.

Draco Malfoy le quitó bruscamente la túnica a Potter y la arrojó lejos, al suelo. Cogió la magnífica erección de Potter y se la introdujo sin miramientos. Ambos soltaron un gemido unísono que de inmediato acallaron uniendo sus labios apasionadamente. Parecían querer comerse uno al otro. Draco aún no se movía y Harry, más ansioso por que empezara, no podía estar.  Amaba  besarlo, sentir el aroma dulce de su aliento, sus labios calientes y carnosos moviéndose con frenesí contra los suyos. Era lógico que cuando sintió esa boca separarse de la suya supiera que iba a hacer un berrinche como jamás en su vida. Pero entonces sintió esos deliciosos labios contra la piel de su cuello, el aliento quemante erizando cada poro, abriéndolo y marcándolo con su saliva. Harry se estremeció cuando las brasas que los consumían se encendieron como un torrente de fuego en su epidermis. Draco hizo un movimiento que al moreno le pareció suave, lento y desesperante, y torturantemente Harry enloquecía de placer. Se separó de su cuello y continúo acariciando el firme cuerpo de Harry con sus delirantes dedos. Se apoyó  en el abdomen de Potter y, erguido sobre sus talones, el rubio contoneó sensualmente sus caderas, mientras sus glúteos se movían en círculos sobre el miembro de Potter. Los labios entreabiertos, los ojos fijos en Harry, el sudor comenzaba a resbalar por su frente y cuello ahora sonrojados como las mejillas y los labios. Un mechón de su cabello blanco se pegó a la comisura de sus labios pero a Draco no le importó. Harry llevó la punta de sus dedos a estos, intentando quitar el suave cabello, pero fue como si ellos cobraran conciencia por sí mismos y cambiaran su objetivo: los labios. Acariciaron suavemente el contorno carnoso y sonrojado, los hicieron hacia abajo y se humedecieron con su saliva. El rubio suspiró y jadeo casi al mismo tiempo. Puso su mano sobre la de Potter, y la arrastró voluptuosamente por su labio, por su barbilla, por su cuello y su pecho, ahora mordiendo sus labios. Su espalda se arqueó hacia atrás y se estremeció.  Sin embargo, continuo con sus movimientos como diestro jinete, sintiendo, tembloroso, como la erección de Harry entraba y salía de su interior. El moreno enterró sus dedos firmemente la carne de las  caderas, presionándolo cada vez más contra sí y Draco cerró los ojos, y gimió incontrolablemente: Su cuerpo se convirtió en una sierpe hechizada, su espalda se erizó de placer y se echó hacia atrás, recargado ahora sobre las piernas del moreno. Potter tuvo ahora la erótica visión de su miembro penetrando salvajemente a su rubio, su largo cuerpo perlado y brillante por el sudor, y sintió que iba a desfallecer, que no podría aguantar un segundo más. Malfoy, quizá adivinando, le sujeto los cabellos e hizo sus movimientos más violentos. Sus pezones sonrosados se le antojaron a Harry tan lejanos que era insoportable, quería atraerlo hacia su cuerpo, sentirlo piel con piel, disfrutar del fuego que salía de cada uno de sus poros, y sentir el dulce aliento quemante sobre sus labios.

Y sucedió. Ambos fueron testigos de la luz que emanaba de sus cuerpos, de que estaban transmutando en soles, de cómo el fuego que los envolvía se expandía a todo a su alrededor y se consumía hasta formar un nuevo sol en la oscuridad.

Y la noche se hizo día. 

 

  Draco Malfoy no tenía ni una puñetera idea de lo que estaba haciendo. Vale, no literalmente hablando por que en ese sentido sí que sabía: reposaba con la cabeza escondida en el cuello de Harry. Estaba lo suficientemente agotado como para no haberse movido ni un ápice después de terminar, así que seguía montado en Potter, abrazándolo aun con sus piernas, mientras este todavía lo aferraba fervorosamente con sus manos en su espalda. Sus respiraciones apenas comenzaban a normalizarse.

  Draco no entendía como era que siempre terminaba así: con Potter entre las piernas. Es decir, no fue así siempre, pero últimamente…

  ¿Era que todo debía ser así desde el principio?

¿Era que el destino estaba poniendo las piezas en su lugar? A donde en verdad pertenecían. Lo cual significaba que Harry pertenecía a entre sus piernas y Draco a entre sus brazos.  Y de igual manera Draco seguía hecho un lio.

-          ¿Por qué me haces esto, Potter? – dijo, sin asomar el rostro.

Harry Potter se separó un poco, solo un poco, de él, para mirarle a los ojos. Esos hermosos ojos mercuriales que le hacían perder la razón.

-          No te entiendo – susurro, apenas audible. Sus verdes ojos se perdieron por un momento en la marca que tatuaba la piel de su brazo. Draco se dio cuenta e intento esconder su brazo, incomodo. Harry lo notó y llevó su mirar a los sonrojados labios entreabiertos. Escuchó el trémulo suspiro que salió de ellos y que se estrelló contra los suyos.

-          Tú y yo. Somos tan diferentes… - aseguró en un murmullo líquido, agachando la mirada. – somos como el día y la noche. El frio y el calor. El fuego y el hielo... además, cualquiera que me conozca te dirá que soy malo, que no te merezco, que soy de lo peor…

Aquella platica ya la habían tenido, no con las mismas palabras, pero si la misma esencia. Harry sabía lo que inquietaba a su ángel, así que cogió su brazo marcado por la muñeca y lo llevó hacia sus labios donde depositaron un casto beso. Draco gimió ante aquel gesto.

-          Se que no eres fácil,  que a veces eres frio, insensible y ambicioso…  no me pongas esa cara, sabes que es cierto. También sé que cuando estas nervioso hablas de mas, que amas las ranas de chocolate y que tu cuento favorito es Mercedes y las ranas de chocolate. Sé que cuando estemos juntos…  mírame - Harry cogió el rostro de Draco en su mano y lo giró para que no ocultara su triste mirada. – . Sé que ahora debemos guardar este secreto herméticamente por el bien de vosotros dos – aseguró, pegando la palma de su mano a la pequeña hinchazón en el vientre de Malfoy -, pero llegara el día en que caminaras a mi lado, orgulloso de mi… de nosotros. Y puedo jurarte que nada se interpondrá entre nosotros. Que ni Voldemort lograra sepárame de vosotros. Porque tú eres la fuerza que me hace seguir respirando, la motivación a todos mis actos. Porque te amo… con o sin marca… os amo. Y no me importa que los demás piensen que es una trampa. Que a la menor oportunidad me entregaras a Voldemort en bandeja de plata, porque yo sé que no es así. Te conozco, Draco Malfoy. Yo creo en ti. Y siempre creeré en ti.

Draco se dio cuenta que Harry había sostenido su muñeca todo aquel tiempo y que en su espalda baja un dedo dibujaba un corazón infinitas veces. Quería creerle. Ansiaba creerle tal como el presumía creerle a Draco.

-          Entiende que para mí es como si  me prometieras una lluvia de estrellas en las manos – dijo Draco, con un brillo anhelante en los ojos grises.

-          Si la quieres la tendrás – prometió Potter, volviendo a plantar sus labios sobre la oscura cicatriz que había dejado a fuego mágico, la Marca Tenebrosa. Presiono suavemente, con reverencia y Draco supo que era cierto, que Harry le decía la verdad. Que serían una familia feliz, que él estaría orgulloso de Harry Potter y el estaría orgulloso de Draco Malfoy.

Y en el pasillo, junto a la puerta, una mujer con el corazón en el puño, también supo que era cierto: que una de las personas que más amaba en la vida había encontrado su camino. Aunque ella o su esposo murieran en aquella guerra que ya no le parecía tan correcta, su amado hijo ya no estaría solo. Tendría su propia pequeña familia feliz…

Y ella iba a hacer hasta lo imposible porque así fuera.

-          Pero aun tienes que decírselo a padre – sentencio Draco, y Narcissa adivinó que en el rostro de su hijo había una cruel sonrisa dedicada a Potter.

Se dio la vuelta, caminando lentamente por el pasillo por el que acababa de llegar, lo más sigilosamente que pudo para no demostrar su presencia a los dos amantes, y se adentró en su habitación. Le parecía demasiado grande ahora que Lucius no estaba. Toda la casa para ella sola era… inquietante.

La luz que irradiaba el fuego de la chimenea dibujaba sombras inestables en la pared plateada. Narcissa se deslizo hasta su escritorio negro y se sentó frente a él. Saco pergamino virgen, pluma y tinta, y se dispuso a escribir. Sin embargo las palabras no salían. No sabía cómo decírselo a Lucius. Debía hacerle más fácil el camino a Potter con su padre político, y bien sabía que esa no sería una tarea sencilla. Sobre todo cuando llegaran a la parte en que sería abuelo. Lucius siempre detesto la idea de que Draco fuera un gestante.

La bruja se golpeó repetidas veces los labios con el dedo índice, intentando pensar…

Tampoco quería hacerle la vida taaan fácil a Potter. No se le olvidaban todas las veces que se insultaron mutuamente. Lo mereciera o no, solo le daría un empujoncito.

Y el recuerdo de las palabras de Potter le hizo sentir un calor que subió desde sus entrañas hasta su pecho. Iba a ser abuela. Su Draco la iba a hacer abuela. Y no había forma de que hubiera duda sobre la pureza de su sangre Malfoy, ya que sería un Malfoy quien le gestaría. Por supuesto, la sangre de Potter no era exactamente pura, gracias a Lily Evans, pero los padres de James Potter, Charlus y Dorea Potter si eran sangre pura.

Vale, Lucius tendría que conformarse. Su hijo tendría un respetable apellido después de todo. Draco Potter. No, estaba segura de que a Lucius le daría el patatús.

Cogió la pluma azul de brillos tornasolados, y la hundió en la fuente de la tinta.

Miró el pergamino y sonrió. Ya podía ver la cara de Lucius cuando tuviera enfrente a Harry Potter.

Acercó la pluma al pergamino y con caligrafía larga y elegante escribió tres palabras.

No más, no menos. Tres palabras.

Lo enrollo y llamo a su elfo doméstico.

-          Envíalo ahora mismo a Azkaban.

El elfo reverencio antes de desaparecer y Narcissa se acercó a la ventana con forma ojival.

Más, no podía hacer por Potter. Además, ni siquiera lo hacía por el…

 Afuera parecía el fin de los tiempos. La bruja sabía que solo el comienzo.

Notas finales:

bien, ahora si, es todo de momento, prometo no perderme mas. ya son pocos caps para el final. MIL GRACIAS DE NUEVO.


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