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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

Hola de nuevo!! otro capitulo mas. se acerca la hora. un gran saludo y agradecimiento a ti, Shina, por tu lindo review. sin ti no hubiera sido este cap. dedicado a ti con amor y atodas las personitas que se han tomado el tiempo para leer este intento de fic. Muchas Gracias.

los personajes no me pertenecen, obviamente.

Perded toda esperanza vosotros que entráis aquí.

 

 

  Ronald Weasley suspiró tras leer aquellas palabras pulcramente grabadas con magia, por Fred y George Weasley, a la entrada de la mazmorra 5, antes de esfumarse de Hogwarts.

Vale, eso de esfumarse…

En fin, que no sabía que a Fred y a George les gustara Dante. Sabía que era de Dante aquella Frase porque Hermione Granger se lo había explicado. A él no se le daba la literatura muggle.

A decir verdad, ninguna literatura.

El caso es que ya no era lo mismo. No, sin el profesor Snape ejerciendo sus diabólicas clases en aquel antro de mala muerte.

Ronald se sentó a la mesa de los Gryffindor, junto a Hermione Granger, que aquel día se notaba radiante.  Frente a ellos estaba Ernie Macmillan, la mar de emocionado. El tío siempre le había parecido algo subnormal a Weasley, con su forma siempre tan cordial. Vale, que lo habían educado bien, ya todo el colegio lo sabía.

Bah,” bufo Ron, enfadado.

Cinco años. Cinco terroríficos años de Pociones con Snape. Y casi podía extrañar aquellos días. Horace Slughorn tenía lo suyo, claro que sí, pero le faltaba el dramatismo, la opresión y las amenazas de muerte y destrucción que había en los ojos de Snape cada segundo de la clase.

Adrenalina. Era lo que faltaba. La adrenalina que el cuerpo segrega cuando sabes que si la cagas la palmas.

En otras palabras, Ron se aburría. Y gran parte de ello se debía a que Harry Potter no estaba en clase. Hermione, por otro lado, lo estaba pasando bomba, ya que,  precisamente,  Harry no estaba. Por una vez, desde que había comenzado el curso, Granger podía relajarse y hacer sus pociones sin la tensión de saber que, por más que se esforzara, no podría ganarle al Príncipe Mestizo.

Slughorn, moviendo graciosamente su bigote de morsa, ordenó que abrieran sus libros y que sacaran del armario los ingredientes de el Elixir para inducir Euforia.

Ron sacó del armario los ingredientes necesarios para Hermy y el, y regresó3+ a su asiento, siendo agradecido por su novia con una coqueta sonrisa que prometía muchas cosas. Ron le devolvió el gesto, con una sonrisa tonta y sus orejas se ruborizaron. Ya le parecía escuchar algún comentario venenoso por parte del Rubio Más Rubio…

Oh, pero tampoco estaba el Increíble Hurón Saltarín. Ni Pansy Parkinson. En la mesa de los Slytherin solo estaba Blaise Zabini y Theodore Nott.

Antes de entrar a la clase de Pociones, Ron se lo había dicho a su novia: lo extraño que era (y sospechoso, por supuesto) que solo las dos serpientes regresaran. El pelirrojo no se tragaba tan fácil lo del ataque. ¿Cómo podrían haberlo sabido los mortifagos si Snape no se los hubiera dicho? Pero Hermy insistía en que esperara a que Harry se los contara para saber los detalles. Según habían escuchado tras la puerta del director del colegio, Snape había desaparecido con Pansy apenas comenzó el ataque (Ron podría haberle escupido en la cara a Snape las palabras COBARDE TRAIDOR si Hermione no lo hubiera sujetado por el brazo impidiéndole moverse. ¿a qué si?) y no sabía mucho de la suerte de los muchachos, pues al regresar por ellos ya no estaban. Y una mierda. Que se la crea su abuela, dijo el pelirrojo, pero Hermy le acalló con un Shhhh Ronnie, y se tranquilizó cuando escuchó a Dumbledore diciendo que había recibido una carta de Narcissa Malfoy mencionando que estaban bien y que los regresaría al colegio pronto. Pues, bien, ya era otro día, ya estaban por la segunda clase aquella mañana gris y ni luces del Gryffindor y del Slytherin.

Ronald no había notado que removía muy rudamente su Elixir para inducir euforia  (estaba seguro de que Severus Snape estaría totalmente de acuerdo en que aquello no podía llamarse tal), y que de amarillo sol no tenía nada. Ah, y tampoco olía muy dulce que digamos… de hecho, olía un poco picante… no, él no la probaría ni aunque lo amenazaran con pus de bubotuberculo.

Pero la de Hermione, esa sí que se la tragaría hasta la última gota.

Cuando el profesor Slughorn dio por finalizada la clase, Hermy había obtenido la mejor poción, como era de esperarse, y Ron una mala nota y una mirada de pena para el pobre Rupert, como le llamó el tío del bigote de morsa, nada contento al darse cuenta que su poción había hecho una ligera explosión y se había adherido al techo… y no solo eso sino que parecía que algo se movía bajo la pegajosa poción.  Theodore Nott murmuró por lo bajo que quizá saliera un inferí y se comiera a todo el colegio. Ron lo asesinó siete veces en su mente de diferentes maneras.

-        ¡Me llamo Ronald, no Rupert! – chilló el pelirrojo, indignado, mientras salían por la puerta de las mazmorras. – ¿Cuándo se aprenderá mi maldito nombre? ¿Cuándo me salga una cicatriz en el culo?

-        Cálmate, Rupert – pidió la castaña, ciertamente divertida. – Hoy es un lindo día, muy lindo como para que andes de amarguetas.

-        Claro, para ti es fácil decirlo porque has sido la mejor de la clase… de hoy – anunció, un poco ponzoñoso. Amaba a su novia pero ella jamás pasaba desapercibida. No sabía lo que era eso de vivir a la sombra de cinco hermanos. Por fortuna, ella era hija única y aunque no hubiera sido así, lo tenía todo para resaltar en cualquier lado. Era inteligente, hermosa y empollona. Claro que sí. Aun así… Hermy le dio una leche y después le plantó tremendo beso que dejó en coma a las pocas neuronas que seguían con vida en el desastre de cerebro de Ronal Weasley. Este sonrió como idiota y  siguió caminando por el pasillo hasta que Hermy le haló por el brazo para que no chocara contra la pared. Entraron en el Gran Comedor y buscaron asiento entre Neville y Seamus. – Solo falta que en lugar de Weasley me llame Grint. Yo no sé quién es ese tal Rupert con el que me confunde pero debe ser un tio bastante guapo, pelirrojo e inteligen…

De pronto había recibido un nada delicado codazo en las costillas de parte de su dulce novia, y después de quejarse miro hacia lo que ella le señalaba con la cabeza. Harry Potter y Draco Malfoy entraban al Gran Comedor, cada uno por su lado, como si no se conocieran. Pelirrojo y castaña voltearon a verse mutuamente, con cara de interrogación.

-        ¿Crees que Harry descubriera que no es el padre del huroncito?- murmuró Ron antes de que Harry se sentara con ellos. Por única respuesta el prefecto recibió otro codazo.

 

 

-        ¡Harry! – jadeó su amiga en cuanto este cogió asiento, con la incertidumbre brillando en sus pupilas. - ¿Qué…?

-        No es nada – dijo Harry, cuando notó que sus dos mejores amigos miraban hacia su rostro, a los recuerditos que le había dejado Fenrir Greyback. Pequeños cardenales que apenas se notaban. Narcissa le había asegurado que se borrarían en unos días. 

 

Agachó la mirada. Sus gafas resbalaron un poco del puente de la nariz y las  regresó a su lugar. Desde que se los entregara Snape, apenas regresar a Hogwarts, ya no eran lo mismo. Harry se preguntó si no era que el mago les había hecho algo. Y de ser así, ¿qué probabilidades tenía su varita? El profesor le había entregado ambas en las manos. Quizá, si intentaba lanzar un hechizo, este le rebotaría a él. Tendría que prestársela a Hermy para que la revisara.

Y su rubio, ¿que estaría haciendo? ¿Qué estaría pensando?

Sabía que no podría resistirse a mirarlo. Y como Ron y Hermione seguían con la mirada clavada en él…

-        Luego os cuento.

Granger asintió y llevó su mirar hacia la mesa de Slytherin. Harry moría por hacerlo pero no debía.

-        ¿Qué pasó con el hu…? ¡Ahhh, Chocolatina! Vas a hacer que se me rompa alguna costilla como me sigas golpeando.

-        ¡Te voy a romper algo más si no cierras el pico! – aseguró la muchacha, con inquina. Y Harry agradeció su gesto.

Y antes de que Ronnie pudiera replicar, los platos antes vacíos de pronto estuvieron llenos y el pelirrojo no esperó más: se acercó el pastel de riñones, las patatas asadas y el budín de Yorkshore. Por su parte Hermione se acercó el puré de patatas y las empanadas de Cornualles.  Harry no tenía mucha hambre. Su cuello estaba obstinado en girar, así fueran 180 grados, si así podía ver a sus rubios.

Pero es que si no estaba sentado a su lado, abrazándolo posesivamente y gruñéndole a cualquiera que osara posar su mirada o dedicarle una palabra a SU RUBIO era única y exclusivamente por que el director de Hogwarts en persona se lo había prohibido.

       “Ya demasiadas personas os ha visto juntos y eso  puede ser peligroso para vosotros,” ha dicho el anciano hombre, respecto a su preocupación de que Voldemort se enterara. Harry tuvo que hacerse con todo su autocontrol para no decirle a Dumbledore que se fuera a tomar por culo porque no importaban los alumnos mientras Severus Snape estuviera al tanto. Obviamente, la culpa de todo la tenía el jefe de Slytherin.  La boda, ha dicho el director, se hará con la mayor de las reservas y Minerva tendrá que borrar unos cientos de nombres de la lista de invitados que ha venido haciendo.

La profesora, que estaba presente en la charla, volteó la cabeza hacia otro lado y mencionó la muerte cercana e inminente del director, casi ininteligiblemente, cosa que causó una sonrisa fugaz en los labios del hombre mayor.

Pues, bien, Harry estaba de acuerdo con la bruja: quería lastimar a todo aquel que se interpusiera entre sus Malfoy, así fuera el mismísimo hombre que le había salvado la vida varias veces.

Por el momento se contendría. No quería que la segunda guerra mágica empezara de nuevo. Pero como no lo dejaran estar al lado de Draco Malfoy pensaría seriamente en unirse a ya sabes Quién.

Ni un besito, ni un solo besito le habían dejado darle a su rubio antes de ser separados bruscamente por Minerva McGonagall (quien casi arrastro a Harry) y severus Snape (que no tuvo que arrastrar a nadie. Entiéndase por nadie a Draco Malfoy).

Las carcajadas provenientes de la mesa de los Slytherin lo sacaron de su ensimismamiento. Y estaba seguro que la hermosa risa de su esposo era la que más fuerte había sonado. ¿Qué estaría pasando allá? Incapaz de contenerse, giró la cabeza solo para encontrarse con que Blaise Zabini le estaba diciendo algo al oído al muchacho de ojos grises.

Y la bestia que llevaba dentro aulló y rasgó sus entrañas, deseoso de salir a hacer pedazos al gilipollas aquel.

-        No has probado bocado, Harry – mencionó Hermy, que ya había acabado el puré y las empanadas y ahora comía un pastel en forma de caldero. Ron por su parte se devoraba una tarta de melaza.

-        No tengo hambre – masculló Harry, estrangulando el dobladillo de su túnica.

-        Debeías poba as tatas e measa – invitó Ron, pasándole el plato con las tartas.

-        No hables con la boca llena – ordenó Hermy, rodando los ojos. Ronald  tosió y casi se atragantó.  Bebió un gran sorbo de su jugo de calabaza y como no se bajara la comida se puso de pie para dar de saltos hasta que estuvo mejor y volvió a sentarse para echarse a la boca otro trozo de tarta –.  Pero Ron tiene razón, Harry. – continuó Granger, después de ver aquel bochornoso espectáculo en silencio. -  Deberías comer una por lo menos.

Harry negó con la cabeza y se levantó para salir del comedor sin un rumbo. Aun debía pensar en cómo decírselo a su suegro,  y visitar Azkaban no le hacía mucha gracia. Sobre todo por tener que volver a ver esas cosas horripilantes que llamaban Dementores. Casi le daban tanto miedo como Lucius Malfoy…

 

 

 

       Lucius está gafe…

 

   Curiosamente, Lucius Malfoy amaneció de buen humor aquel día.

Cosa por demás extraordinaria, siendo el lugar donde se encontraba, la famosa prisión de Azkaban. Cualquiera esperaría verlo demacrado, derrotado, hecho un ovillo en algún lugar de aquella apestosa celda, con la mirada enajenada y deseando cortarse las venas. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

Los propios dementores no entendían con qué clase de criatura se enfrentaban. Aquel curioso ser era inmune a su magia. O así parecía. Pero es que ellos, con su poca inteligencia desencarnada, aparte de besar a cuanto tío se le cruzara enfrente, no pensaban en nada más. Y era por eso que no podían comprender que alguien pudiera resistir a su maligna fuerza gracias a una burbuja de belleza y felicidad, como la que había creado el rubio, alrededor de su persona. Una burbuja protectora de belleza infinita.

Esa mañana, el apuesto rubio mayor silbaba la melodía de una canción romántica, pensando en su esposa, en lo sexy que se veía con su pequeño pijama transparente, y en lo chulo que se veía cada que se reflejaba en un espejo. Como aquel día. Se acercó al pequeño espejo que había logrado pasar de contrabando a la prisión (no preguntéis donde lo ha escondido) y se admiró el hermoso y joven rostro risueño que los dementores no lograban erradicar.

Y sucedió…

Cualquiera que hubiera escuchado aquel grito se hubiera persignado y hubiera dicho una jaculatoria en memoria del ahora difunto, seguro de que acababa de recibir el beso de un dementor. Lo cierto es que no había difunto. No todavía. La conmoción de Lucius era tal que estaba seguro de estar en una pesadilla, despierto. Hiperventilaba. Sudaba frio. Las manos que sostenían el pequeño espejo, temblaban. No, todo el temblaba. Su corazón latia, desbocado. Desquiciado. Ha perdido la cordura…

 Y es que, al verse en el espejo su corazón padeció de un terremoto: ahí, en aquel rostro de exuberante hermosura, crecía un volcán de caos y destrucción, del tamaño de un poro abierto, justo en la punta de su nariz.

“! No, esto no puede ser! ¡Esto es una pesadilla!, rezaba el mago, desesperado, a punto de las lágrimas. ¡Una puta pesadilla!”

 Y como era de esperarse, aquel grito atrajo a las únicas criaturas que Lucius Malfoy no quería cerca de si en aquel momento. El dementor pasó flotando delante de su celda y giró su cabeza en dirección a Malfoy, quizá para asegurarse de que seguía con vida. Regresó su vista al frente, continuando su camino, pero de pronto se paró en seco y rotó su cuello con un espeluznante crujido, a toda pastilla. El dementor regresó el camino que había andado hasta posarse frente a los barrotes de la fría celda, se sujetó de ellos con sus desencarnadas manos, y ladeó su inquietante cabeza como si buscara comprender algo ignoto dentro del antro.

Malfoy se estremeció por aquel acto y se echó hacia atrás, hasta la pared, buscando resguardo hacia su persona.

El dementor atravesó los barrotes como si estuviera hecho de humo, y se acercó a Malfoy hasta quedar cara a cara, si aquello se podía decir así, y volvió a repetir su gesto, ladeando su extremidad. Lucius intentó hacerse más hacia atrás, pero era imposible. Su cuerpo chocó contra la fría piedra. El aura maligna de la criatura se expandió y le envolvió en cuerpo y alma, haciéndole sentir desgraciado y repulsivo. Su pilso se había vuelto loco y en sus entra;as una sierpe de metal había hecho nido y comenzaba a poner huevecillos. Pero, quizá, lo peor fue que estaba seguro de que estaba por recibir un beso. Y no era un beso que alguien quisiera recibir, por Merlin que no.

Y lo inimaginable ocurrió: Lucius, escéptico, escuchó una risita estrangulada, cavernosa, nasal y mal intencionada. Y, por supuesto, maliciosa.

Con incredulidad, Malfoy abrió un ojo y descubrió el dementor, que sacudía violentamente sus hombros, había echado la cabeza hacia atrás y tenía una huesuda mano donde debería tener su tripa de ser una criatura viva. El infernal y putrefacto ser apuntaba con su otra mano directo a la nariz de Malfoy. Y este se lo imaginó en un mohín, con los ojos alegremente cerrados (alguna lagrima de felicidad resbalando por su cruda piel) y su tenebrosa boca muy abierta en una carcajada casi muda.

¿Se está riendo de mí? ¡Se está riendo de mí!

 El dementor se dio la vuelta (aun riendo, Malfoy estaba seguro por la forma en que seguían temblando sus hombros, y su cabeza estaba echada hacia atrás), el rubio pensó satisfactoriamente, que para largarse por fin, pero la criatura infernal se detuvo en el pasillo, hizo un ruidito hueco muy extraño, y a la distancia, los dementores que flotaban en diferentes puntos voltearon a verse unos a otros y presurosos fueron hasta la celda de Malfoy.

     La puta que os parió, pensó con amargura el rubio, cuando una docena de dementores o más se asomaba a su celda  y terminaba en un gesto igual de histérico o  más que el primer dementor.

De pronto el fantasma luminoso de una ardilla paso a todo gas y los dementores se desperdigaron en todas direcciones. La pequeña forma se detuvo frente a su celda y un hombre de gran tamaño se acercó a él, y tan feo como un Trol. Pero Lucius Malfoy no prestaba atención ahora. Daba vueltas por su celda murmurando muy bajo, arrastrado hasta la locura por los pelos.

-        ¡Qué espanto! – dijo Thomas Varley, el carcelero, recargado en  la barra horizontal. - Si esa cosa te explota voy a tener que sacar a todo mundo para que no mueran asfixiados por el mar de pus…

El carcelero no lo quiso decir, pero la mirada inyectada en sangre que le dedico el preso, le causo severos escalofríos.

-        Te parece gracioso, ¿he? – dijo Malfoy, acercándose elegantemente al tío. – A que no te parecerá gracioso cuando escape de aquí y valla a por ti y te saque una a una las venas, las tripas y los huesos.

La cabeza teatralmente gacha, los ojos azules clavados en los violeta, de Varley, tan ácidos que comenzaban a corroer el alma del carcelero; el caminar lento, frio, elegante e insinuante como solo el mayor de los sicópatas era capaz.

      Varley supo que había metido la pata en serio  y que era momento de correr a Gringgots a sacar todos sus galeones (que no eran tantos, en realidad) y cambiar de nombre sus pertenencias. Tal vez viajar  muy lejos: Francia estaría bien. No, Tokio, mejor. O algún lugar tan lejano como la Antártida. Sus hijos crecerían fuertes y sanos como esquimales comiendo salmón. Lo que fuera, menos Italia. No mientras su suegra viviera ahí.

-        Escucha, Malfoy… lo siento, ¿sí? Sabes que no ha sido mi intención – aseguró Varley, raspando el suelo con su taco. – Los del segundo turno dicen que soy muy suavecito, que no he de durar ni un año y esas cosas y… pues, nada, que me llevo a parir con ellos.

El aura rojinegra en las pupilas del rubio fue menguando hasta retornar al hermoso azul que las caracterizaba. Malfoy suspiró y desvió la mirada, perdida entre las hendiduras de las piedras.

-        Te entiendo. No pasa nada. ¿Sabes? Yo he tenido que pasar lo mismo con los mortifagos. Me llaman Snob, petimetre, dandi, y hasta hamburgues – dijo Malfoy, tristemente. Y luego fingió la voz grave: - “Tienes que ser más asesino, Lucius. Así ningún mago te respetara,” o “ Sácale las tripas, Lucius, lánzale el avada…” ni siquiera me llaman por mi apellido, los capullos.

-        Eso debe ser muy… duro – terminó Varley, que en realidad no entendía nada. – pero, venga, quita esa cara. Pediré que te den tostadas en el almuerzo, para subirte los ánimos. ¡Ah, se me olvidaba! – masculló Thomas, revolviendo sus ropas, buscando algo, hasta que lo encontró. – Seguro que esto te pone de mejor humor. Tienes carta de un tal Nar…cissssa Malfoy. Pero que letra tan más bonita tiene el tío. Sabes que no te la puedo dar por esas absurdas regulaciones del Departamento de Refuerzo de la Ley Magica y blablablá, pero sí que te la puedo leer. Aquí pone que… - el hombre no notó la sanguinaria nueva mirada de Lucius y continuó, con una expresión muy risueña. – “Dale…  una…  oportunidad.” Expresivo, ¿eh? Bueno, te dejo porque tengo cosas que hacer. ¡Hasta la otra, Lucius!

-        ¡Lárgate cagando leches!  – gruñó Malfoy, pensando en lo que decía la carta.

 

 

Harry Potter estaba nervioso. Muy nervioso.

Hermione y Ron estaban sentados en el sillón, frente a la chimenea, en la sala común de Gryffindor.  Miraban a su amigo como recorría el lugar de un lado a otro. Era ya bastante tarde así que estaban solos. El moreno acababa de contarles como habían sobrevivido su rubio y él al ataque de Bellatrix Lastrange y Fenrir Greyback. Y mientras  Ron se echaba a la boca un puñado de droobles,  le había dicho lo que pensaba  de que  Severus Snape hubiera hecho acto de desaparición, y Harry asintió. Era muy posible que el hombre los hubiera traicionado, claro que sí, pero ahora no le importaba gran cosa eso, sino el cómo se enfrentaría a Lucius Malfoy en Azkaban. Esta vez, lo había decidido aquella tarde, solo iría acompañado de Gryffindors, por lo que le pediría al señor Weasley que le asistiera. A la mañana siguiente le enviaría una lechuza con la petición. Ron se había apuntado de ya y ni hablar de Hermione. Pero Harry le había suplicado a su amiga que se quedara porque sabía que a la muchacha no le iba a gustar de nada la prisión. Ella era muy receptiva al sufrimiento de los demás y era obvio que no lo soportaría, por lo que había sido reacio y cortante con ella. Finalmente había desistido y cruzada de brazos, aceptó quedarse a cuidar al lindo Slytherin.

-         Si me encuentras en la enfermería o muerta, Harry, será tu culpa – dictaminó la muchacha, subiendo a Crookshanks a sus piernas. La mascota mitad gato, mitad Kneazle dio vueltas sobre la muchacha hasta que se acomodó plácidamente y comenzó a ronronear –, porque sabes cómo me trago a Parkinson. Estoy más que convencida de que estará de perro guardián con tu… Malfoy. Y espero que vivas feliz con ello.

Harry no le prestó atención a sus amigos: el pelirrojo estaba terco en pellizcar las piernas de Hermy y esta le daba un manotazo para que se pusiera quieto, pero el muchacho pecoso solo se reía y volvía a hacerlo. Por su parte, Crookshanks intentaba cazar aquella mano inquieta e impertinente que amenazaba a su sustentadora. Y en una de aquellas los dientes del felino hibrido se clavaron en la mano.

-        ¡Auch! Chocolatina… - se quejó admirando los puntitos sanguinolentos en su piel. Del susto casi se había tragado la goma de mascar–. No es que deba beber una poción antirrábica o algo, ¿verdad?

-        De hecho – dijo Hermione, con una risita mal contenida –, creo que deberán ser inyecciones.

-        ¡inyec… ¿Qué? – preguntó el pelirrojo, tragando duro. A saber por qué, se le antojaba un invento muggle.

No, Harry Potter tenía cosas más importantes en que pensar.

Albus Dumbledore le había dicho a Harry que partirían en tres días, después de la visita a Hogsmeade. Lo cual era una excelente noticia para el moreno, porque ahí sí podría acercarse a Draco. Y nadie lo podría evitar. Solo debía esconderse debajo de su capa de invisibilidad y arrastrarlo a la Casa de los Gritos y hacerlo gritar y…

De pronto por el hueco de la Dama Gorda apareció Ginny Weasley. La pelirroja se los quedó viendo un poco asustada, pero sus claros ojos se posaron en Harry.

-        ¡¿Dónde estabas, Ginevra  Weasley?! – preguntó Ronald, poniéndose de pie para acercarse a ella hecho un basilisco. - ¿O debería decir con quién?

Pero su novia lo cogió del brazo y le negó con la cabeza.

-        Buenas noches – dijo ella aun mirando a Harry, y pasó como una exhalación hacia las escaleras de las chicas.

-        Y ahora, ¿qué mosca le ha picado? – dijo Ron que se volvió a sentar, con la frente arrugada.

Harry, por su parte, se acercó a la ventana. Desde ahí podía ver claramente los terrenos del colegio, completamente desiertos, apenas dibujados por la tenue luz de una luna invernal. Una que otra nubecilla flotaba sobre el horizonte, prometiendo días soleados.

-        ¿No te has dado cuanta, verdad, querido? – siseó Granger.

-        ¿De qué? – preguntó Ronald Que No Se Entera De Nada.

-        Ha estado llorando – aseguró la castaña, acariciando el suave pelaje de su mascota mágica.

-        ¿Qué? ¿pero, por qué?

Hermy lo miró de muy mala leche. Su novio era el novio más cabezón de todos, al parecer. Y de nuevo, aquella palabra le hizo sonrojarse.

-        ¿Cómo crees que se siente con todo lo de…? – la muchacha apuntó repetidas veces con su cabeza al moreno.

-        Ooooohhhhh – dijo Ron, asintiendo –. Claro, claro. Ya te pillo.

-        Pues, ya era hora, mi Pequeño León.

       Potter sabía a lo que se refería Hermione y la verdad era que entendía a la muchacha. Si Ginny estaba tan colada por el como decían, le era doloroso saber que era un hombre casado y que pronto seria padre. Quizá en otra vida, si Draco Malfoy no se hubiera interesado en él, Harry y Ginny se hubieran hecho novios. Quizá hasta se hubieran casado y hubieran tenido un par de hijos, tal vez tres. En otra vida. Porque en esta Harry no deseaba más de lo que tenía: un hermoso rubio preñado con un hermoso bebé rubio. Esperaba que el orden cósmico hiciera de las suyas y su bebé heredara los ojos verdes de la abuela Lily.

Y de nuevo se preguntó qué sería de sus rubios. ¿Qué estarían haciendo? Era tarde así que lo mas seguro era que ya estuviesen dormidos. Y el pensar en Draco acostado en su cama, vestido con solo su pantalón pijama, la epidermis tan tersa que parecía hecha de seda, los labios entreabiertos en la tranquila inconciencia del sueño…

Y cuando se dio cuenta alguien se había despertado. Y no era precisamente Draco Malfoy.

-        Esto… waaaaa – el moreno fingió un desproporcionado bostezo e intentando que sus amigos no vieran a su inseparable amigo de pie, camino a las escaleras, siempre dando la espalda –, que sueño tengo. Es mejor que me vaya a descansar. Os veré mañana.

-        Que descanses, Harry – se despidió Granger.

-        Duerme bien – terció Weasley.

Y Harry desapareció como por arte de magia.

-        Que considerado es – dijo Ronald, acercándose más a Hermy, sacándose la goma de mascar de la boca –. Sabe que necesitamos un poco de privacidad.

Crookshanks le pelé los dientes al pelirrojo y se bajó de las piernas de la castaña, con un porte digno de un rey, para escabullirse debajo de una mesa. Weasley ni se inmutó y abrazó a la muchacha, que rió suavemente y se dejó hacer.

-        ¡Pero que si estas urgido, Pequeño León!

-        Por ti siempre, mi Chocolatina.

 

Notas finales:

pues, nada, de nuevo, gracias. y os agradeceria un comentario chiquito solo para saber si os a gustado.

saludos


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