Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Giratiempos Roto. por aerosoul

[Reviews - 263]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Holaaaaaaaaaa a todo(a)s? Aqui esta, como he prometido por que vuestros comentarios me han hecho muy feliz, una semana antes de lo planeado. El capitulo prometido. Espero que sea de vuestro agrado.

Un gran saludo a Minita_vGt, a cajaamarilla, Mel-san, paty-li, Die Potatoe Xx, Blanca_Bunny, Ryoshin Di Juri, Macross, pame, shina, y Hikari Yuki. Muchas gracias por vuestros RR!!! Os quiero.

Este capitulo se lo dedico a Minita y a Die Potatoe!! Espero que os guste!!!

 

 

 

 

Malfoy se paseaba de un lado a otro de la antecámara, a la expectativa, suficientemente ansioso como para beberse una botella completa de Whisky de Fuego, sin que esta le hiciera algo más que cosquillas.

El hombre se paró una vez más frente al ventanal: el poblado de Wiltshire dormitaba bajo una angustiosa tormenta que llevaba hostigando desde la madrugada. Si Malfoy hubiera puesto atención a algo de lo que sucedía allá afuera, hubiera visto a los robles negros llorando sus  hojas, con un sollozo arrancado por el hiriente viento.  Y si hubiera seguido poniendo atención, hubiera visto como la marea de nubes negras se habría paso en el cielo, y el sol crepuscular, incandescente y manipulador, reverberaba un paisaje de fuego en las pupilas.

Malfoy quizá lo habría notado de no ser porque, justo en ese momento, un repentino llanto infantil se sobrepuso a todas las cosas importantes en el mundo.

Malfoy se retiró del ventanal y con paso nervioso se adentró en la habitación que compartía con su esposa, para encontrar el pequeño bultito que la matrona envolvía en mantas dentro de una cuna azul pastel, y que lloraba temblorosamente, como si  anticipara su futuro.

-        Su hijo, señor Malfoy – anunció la matrona, elevando el pequeño bultito inquieto, para ofrecerlo a su progenitor.

Malfoy  estiro sus brazos para recibir al nuevo integrante de su pequeña familia, nervioso de lo que encontraría al mirarle.

-        Estoy cansada – dijo la esposa de Malfoy, desde su lecho, pálida y sudorosa, con el flequillo pegado a la frente, extenuada. Había sido un parto difícil.

-        Enseguida terminaremos – dijo la matrona, poniendo por fin en brazos de Malfoy a su hijo, para acercarse a la mujer.

Malfoy observó con detenimiento a su hijo, y era, por mucho, lo más bello que hubiera visto en su vida: ojos grises, de un brillo acrisolado,  grandes, dulces y con cierto toque de tristeza que era imposible no desear hacerle feliz cuanto antes; su pequeña nariz respingada tenía un aire diplomático y sus labios eran rojas cerezas en el blanco lienzo de su piel, casi traslucida; bosques de venas se dibujaban, azules, bajo la tierna epidermis; cabellos de brillos de oro blanco  ocultaban su frentecita en un tímido beso; cejas apenas perceptibles y tupidas y largas pestañas de cristal a contra luz.

Malfoy jamás había visto algo tan hermoso y tan perfecto.

-        Es… es… - Malfoy no hallaba la palabra apropiada para describirlo, porque hermoso se le hacía poco.

-        Es un Malfoy – terminó la madre del niño, por su esposo.

-        Si, exacto – dijo Malfoy, orgulloso, sacando su pecho y sonriendo con soberbia -, es un Malfoy.

El hombre acarició la sonrojada mejilla del infante que continuaba llorando, y posó sus labios suavemente en la frente del niño.

-        Solo espero que tu vida no sea tan tormentosa como esta noche en la que has nacido, amado Draco…

Lucius Malfoy se despertó sobresaltado por el grave tintineo de una llave sobre la reja de su celda. El carcelero le miraba desde arriba, con una sonrisa jactanciosa.

-        Ponte, decente – ordenó el carcelero -. Tienes visitas, Malfoy. Y a que no adivinas quien es.

 

……….

Desde los albores de la humanidad, las personas se han preguntado por qué estamos aquí, a donde vamos, por que existimos…

Harry Potter creía tener las respuestas personales a todas esas preguntas. Y de hecho, todas, curiosamente, coincidían en la respuesta:

Draco Malfoy (futuramente de Potter)

Annexus

Scorpius James Potter

Y fue por eso, y no por otra cosa, que cuando la profesora Minerva McGonagall, después de hacer varias preguntas a Leanne, la amiga de katie, sobre lo sucedido, y preguntar a Granger, Weasley y Potter  si tenían alguna idea de quien pudo haber hecho tal aberración con el collar de Ópalos, maldito, Harry no titubeó en lo más mínimo para decir un Lo siento, profesora, pero no tengo idea. Potter pensó que tal vez Hermione o Ron se lo pensarían más antes de mentir o le delatarían, pero no fue así. Granger suspiro antes de contestar pero mintió lo mejor que pudo y Ron hizo su parte estupendamente bien.

La profesora se los quedó viendo severamente. Harry rogaba a quien quisiera oírle que fuera por el hecho de los churretes de sangre en su ropa, que por las mentiras. Y por fortuna para él, así fue.

Cuando la profesora señaló el cuello de su abrigo, manchado, Harry tuvo que confesar que había golpeado a alguien pero que había una buena, buenísima, excusa para ello. A lo que la profesora, negando rotundamente con la cabeza, aseguró que no estaba totalmente de acuerdo con ello, no podía haber ninguna buena excusa para algo así, menos buenísima. Por lo que Harry, que no quería comentar intimidades de su prometido pero no le importaban las de Blaise Zabini (además el cabroncete se lo tenía bien empleado), contó resumidamente lo que Parkinson le había dicho y entonces sí, la profesora admitió que sí que era una buenísima excusa, pero que, desgraciadamente, las peleas entre alumnos, dentro y fuera del colegio, estaban prohibidas por lo que tendría que imponerle un castigo. Después de asegurar que sus amigos no habían tenido nada que ver, que incluso intentaron detenerlo, llegaron al acuerdo de que solo Potter estaría castigado y después hablarían de cuál sería el castigo, porque ahora mismo debía encargarse del asunto del collar maldito.

-        Bien, ya que no hay otro asunto que tratar… – dijo la mujer, dirigiéndose hacia la puerta de su despacho para abrirla -, gracias y que tengan una buena tarde.

Los tres Gryffindor salieron en silencio, con la cabeza gacha. Hasta que Harry recordó que su prometido  le estaba esperando en la Torre de Astronomía, y de pronto se le ocurrió que tal vez no había sido muy buena idea pedirle que lo esperara ahí. Teniendo en cuenta las locas ideas que a veces tenía su rubio favorito, quizá se encontraría con que el muchacho quería saltar o algo parecido.

-        ¡Os  veo luego! – gritó Harry a sus amigos cuando ya corría hacia la dichosa torre.

 

 

Draco caminaba de un lado a otro dispuesto a no quedarse quieto. No quería ser un blanco fácil. Y ya  fuera que le arrojaran un hechizo, un cuchillo, una zapatilla o una maceta, el seguiría moviéndose.

 De hecho, si no se había largado ya, era por que Pansy estaba de guarda en la puerta, y su única opción era saltar, cosa que no volvería a hacer en su vida, lo juraba por su lechuza.

Oh, sí, y no paraba de hablar. Pansy tuvo que escuchar cómo, cuando el rubio más hermoso de Hogwarts tenía unos seis tiernos añitos, había obligado a su, entonces, elfo doméstico, a que entrara a la habitación de su tía Bellatrix, mientras ella aun dormía, y robara uno de sus calzones para usarlo de tirachinas contra los gnomos de jardín.

 Lo recuerdo como si fuera ayer: Draquito, vestido de blanco, completamente angelical, y sus mejillas sonrosadas por la expectación de lo que pasaría, iba detrás del pequeño elfo, que intentaba hacerse más pequeño aun, empujándolo cada vez que este se retraía e intentaba recular. El oscuro y largo pasillo era iluminado con una lámpara de llamas violetas que las pequeñas y níveas manos de Malfoy sostenían tan alto como podían, y la aterrada criatura, con las manos encogidas y sus miembros temblorosos, no paraba de decir en voz susurrante un Dubby va a morir, amo Malfoy. La ama Bellatrix va a matar Dubby y al amo Malfoy no le importa,sollozando el elfo. Pero tenía razón, a Draco no le importaba porque él sabía que su tía no era capaz de lastimar a ninguna criatura.  Jamás en la vida.

Cuando la morena vio que Harry Potter llegaba a su rescate, los ojos le brillaron y se esfumó del lugar con la rapidez de un relámpago en una noche oscura. Draco miró a su prometido, con la cabeza y los hombros cubiertos de aguanieve, y se relajó. Potter camino hacia él y le abrazó.

-        ¿Nos expulsaran? – preguntó, con la cabeza escondida en el cuello de Harry. - ¿Nos meterán a prisión?

Potter se aferró al cuerpo de Draco, que gimió de angustia después de eso.

-        Ninguna de las dos – afirmo Harry, besándole los suaves y pálidos cabellos -. Lo más probable es que yo pase un año castigado por lo de Zabini pero no me importa. Ya buscaré la manera de que nos veamos, después de todo ya lo tenía prohibido.

Draco mantuvo los ojos firmemente cerrados durante un momento. Se debatía entre salir corriendo o quedarse a vivir en los brazos de Potter. Se preguntó qué era lo que querría el propio Gryffindor. Y no se sentía con ánimos de saber la respuesta.

-        He pensado que… quizás deba irme del colegio. Esconderme. Hablo en serio.

-        ¿Por qué harías semejante estupidez? – reprendió Harry, sintiendo dolor físico ante la sola idea de que Draco se alejara de él.

-        Porque tengo miedo – musitó Draco, con las mejillas sonrojadas por la vergüenza que le causaban sus propias palabras. Nunca antes lo había dicho en voz alta, ante nadie, y el que fuera a Potter al primero que se las decía, lo hacía peor.

-        Tienes miedo. ¿De qué? – inquirió Potter, intentando demostrar con toda su persona que estaba dispuesto a protegerlo de lo que fuera, cualquier cosa que se presentara en el camino, pero Malfoy parecía dispuesto a ignorarlo por completo.

-        De lo que tengo que hacer – dijo Draco, en voz tan baja, que Harry tuvo que hacer un esfuerzo para entenderlo – porque sé que no puedo negarme.

El corazón de Harry se aceleró. ¿Acaso su prometido estaba por confesarle otra vez que debía matar a Dumbledore por capricho de Voldemort?

-        Sabes que puedes decirme lo que sea, cualquier cosa. No te juzgaré – animó Potter, intentando no presionar demasiado -. Lo que sea, lo enfrentaremos juntos.

Malfoy inspiró profundo. Quería hacerlo. Quería decírselo todo de una puñetera vez. Si iban a sobrevivir a Lord Voldemort, era mejor que fuera sincero el uno con el otro. Que Potter decidiera si quería seguir con el después de lo que tenía que decirle, y quizá, si Potter decidía alejarse de ellos, sería lo mejor para todos. Y Draco sintió miedo ante la sola idea de que fuera así.

-        Lord Voldemort… - ¿Cómo decirlo delicadamente? Voy a matar a Dumbledore, claro. Delicadamente. – Me ha dado una tarea. Debo matar a alguien.

Harry intent0oo controlar su corazón, que latía tan rápido y fuerte que dolía. Guardó silencio esperando que su prometido continuara hasta el final.

-        Y si adivinas a quien debo matar, bailare contigo y te daré un beso francés.

-        Sabes que no se bailar – dijo Harry, casi divertido por aquel  pensamiento.

-        ¿Qué no? Pero si en el baile de Navidad de cuarto has estado estupendo – mintió Malfoy, con sarcasmo en la voz. – Esa  Padma PatIl debe habérselo pasado pipa. ¿A que si?

-        En realidad, fue su hermana, Parvati, con la que he bailado.

-        Vale. Las dos son tan puñeteramente iguales… - dijo Draco, a modo de disculpa.

-        Ya – fue la escueta respuesta de Harry. Y de pronto una sonrisa radiante se dibujó en sus labios -. Estas celoso. ¿A qué si?

-        Quisieras – dijo Draco, alzando una ceja.

Hubo un momento de silencio entre los dos.  Draco, resguardado entre los brazos de Potter, perdió su plateada mirada en el horizonte, donde se arremolinaban las nubes y el bosque, las montañas y el lago desaparecían tras una cortina de copos de nieve, que esbozaba un perpetuo blanco. A Draco le pareció como una hoja nueva.  Cualquier cosa podría surgir ahora. Se podría dibujar cualquier cosa que se deseara. Con un poco de imaginación se podría crear algo completamente diferente. El asunto era que Draco no quería algo diferente. Quería lo que tenía, fuera para bien o para mal.

-        ¿Te das por vencido? – preguntó de pronto.

Potter sonrió con una mirada iluminada. Cogió ambas manos de Draco y las acercó a su boca, donde sopló su aliento para darles un poco de calor, y después respondió:

-        ¿Por casualidad será a… Dumbledore?

Malfoy abrió los ojos como si hubiese visto un inferí con vestido y zapatillas.

-        ¡Madre mía! ¿Pero cómo coño has adivinado? – exclamó Malfoy, claramente sorprendido. Una sonrisa alegre se dibujó en sus labios sonrojados. - He pensado que me darías tu nombre o cualquier otro pero al parecer tienes talentos desconocidos para mí. Eso o solo has tenido suerte.

-        Ya me lo habías dicho – dijo Harry y se arrepintió al instante.

-        ¿A qué te refieres? – quiso saber el rubio, entrecerrando sus ojos suspicazmente.

Harry Potter no sabía que contestar. A las claras sabía que Malfoy pensaría que estaba más loco que una cabra si le contaba lo del viaje temporal. Se rascoo la cabeza sopesando  las posibilidades.

-        En un sueño – dijo por fin -. Me lo has dicho en un sueño.

Malfoy arrugó su entrecejo. Aquel tío debía estar de cachondeo.

-        ¿Así que en un sueño? – repitió, el rubio, divertido.  Asintió. Sabía que las cosas más locas pasaban en los sueños. Como las que le habían pasado últimamente a él. Respiró profundo y preguntó lo que tanto temía saber - ¿Estás muy enfadado conmigo?

Harry Potter lo alejó de si solo lo suficiente para verle el rostro y acariciar su mejilla. El moreno negó con la cabeza suavemente. Cogió al rubio por la nuca, con sutileza, y lo acercó a si para besar sus labios. De inmediato, Draco, necesitado del afecto de Potter, se prendió de los delgados labios de Harry y aprisionó al otro cuerpo en sus brazos, sintiéndose incapaz de seguir viviendo sin ello. Potter volvió a separarle de sí.

-        Me has prometido un baile y un beso francés.

Draco rio suavemente. A Harry, aquella risa le pareció el tintineo de dos copas de cristal chocando entre sí.

-        Señor Potter, no creo que ahora sea una buena idea. Además, no hay música.

-        Eso se puede arreglar fácilmente – señaló Harry, intentando recordar lo que la profesora McGonagall había enseñado para el baile de cuarto curso.

 Dirigió una mano de Malfoy hacia su hombro, le cogió por la cintura y pegó la otra mano a la suya, apretando al rubio contra su pecho. Draco volvió a reír pero Harry lo acalló con un suave shhhh, cerró los ojos y comenzó a mecerse suavemente, mientras tarareaba una melodía. Si  Malfoy creía que en eso consistiría todo, estaba muy equivocado. Y de pronto estaban bailando de verdad: Harry llevaba el ritmo, diestramente.  Giraba a Draco, con sutileza, sensualmente.

La voz de Harry salió de sus labios apenas en un susurro para los oídos de Malfoy, grave, pero a este le pareció lo más hermoso que hubiera escuchado en su vida.

 

 

I know you.

I walked whit you

Once upon a dream.

I know you.

That look in your eyes

Is so familiar a gleam.

And i know it’s true,

That visions are seldom all they seem.

But if i know you,

I know what you’ll do,

You’ll love me at once

The way you did once upon a dream…

 

Harry Potter no tenía idea de que podía hacer aquello: cantar y bailar al mismo tiempo sin terminar matando a alguien. Y lo más bizarro era que se había aprendido la canción de la Bella Durmiente cuando el verano pasado su primo Big D se había pasado día tras día mirando la película animada, en su habitación (Harry creía que lo hacía para fastidiarlo ya que la ponía a todo volumen, pero quien sabe y quizá el chico también tenía su corazoncito) antes de dormirse. En aquel entonces Potter odiaba la canción y tenía intención de matar a Dudley la próxima vez que lo mirara, por el simple hecho de que, mientras estaba empacando, al final de las vacaciones de aquel año, Harry se había sorprendido a si mismo cantando por lo bajo aquella insana canción. Ahora ya no estaba tan seguro si quería matarlo o no.

-        Ahora solo falta el beso francés – dijo Harry, a Malfoy, que estaba en completo silencio, y el moreno se preguntaba si debía sentirse humillado o algo por el estilo, pero antes de agregar nada el rubio estaba cumpliendo lo prometido.

Y fue cuando Harry sujetaba fuertemente a Malfoy entre sus brazos, cuando sus cuerpos formaban una sola silueta y sus labios estaban fusionados violentamente, sus lenguas unidas en un nudo gordiano, que Blaise Zabini decidió que había visto demasiado y regresó sus pasos bajando las escaleras para perderse en su propia oscuridad. Tenía una cita por hacer con cierta serpiente.

 

 

     

 

 

Arthur Weasley caminaba de prisa, seguido de cerca por su hijo, Ronald y su amigo, Harry Potter. Y la situación no era para menos. Una prisión, muggle o mágica, siempre era un lugar donde se debía hacer todo a las prisas por que uno nunca podía saber lo que iba a pasar si se destinaba demasiado tiempo a permanecer en ellas. Quizá, después, ya no lo dejasen salir a uno porque alguno de los condenados se habría enamorado de nosotros.

El señor Weasley estaba por sacar su reloj de bolsillo y mirarlo otra vez (debía estar en menos de una hora de regreso en el Ministerio de Magia) pero le pareció descortés de su parte (después de todo hacia solo cinco minutos que había revisado el tiempo, y ya Harry se había mostrado un poco apenado), por lo que solo siguió caminando, detrás de ese muro móvil, al que insistían en llamar, por algún ignoto motivo,   persona o carcelero. El aludido prefería esto último.

 

 

 

Harry Potter se sintió ligeramente cohibido ante el carcelero.

Ojoloco Moody era una bella flor de jardín comparado con aquella cosa: dos metros, centímetros más, centímetros menos; parecía que había acercado mucho el rostro a una granada de fragmentación justo antes de que hiciera explosión y si, lo único que había dejado eran fragmentos (un ojo por aquí, un diente por allá, un trozo de nariz en algún lado…)

¡¿Aquello era una mano?!

Y el colega… (Joder, que al parecer los escogían por feos) ¡Madre mía! Tenía pinta de perro de caza con los dientes limados en punta y sus pequeños ojos lanzaban destellos a matar.

-        Dejadme las varitas – ordenó este último con voz de caverna, tan grave que Harry sintió deseos de esconderse detrás de Ron… si este no se hubiera escondido detrás de él, primero. O al menos había hecho el intento. – y todo lo que pueda ser utilizado como un arma.

Harry, que llevaba colgado al cuello aproximadamente un centenar de amuletos que Ron había insistido en que le protegerían y le darían suerte, tuvo que deshacerse de todos ya que el guarda insistió en que alguien, como el prisionero al que visitarían, los podría utilizar para estrangularlo, y el moreno se sintió aliviado porque el cuello le dolía montones.

El señor Weasley y Ron no tuvieron más que sus varitas para entregar, aunque, apenas deshacerse de ellas, ya las miraban con aprensión. Continuaron su camino detrás del muro móvil, intentando no separarse ni un centímetro unos de los otros y mirando por encima de sus hombros a cada momento. Los Dementores recorrían los pasillos herméticos, y aunque el  Patronus del carcelero brillaba en todo su esplendor, se podía sentir un poco del aura maligna que envolvía a aquellas criaturas desencarnadas.

Lo cierto era que, gracias a la ayuda del señor Weasley, Harry había podido entrar a Azkaban aquel mismo día, ya que el papeleo que se requería para ello era infinito y hubiera tardado por lo menos unas cuantas semanas. Por suerte para Harry (Ya te he dicho que el Triskel sí que funciona, ha dicho Ron, con aire de autosuficiencia) el señor Weasley conocía al hermano del primo del abuelo del pariente muy lejano del vecino del hijo del cuñado del dentista de uno de los carceleros y este le había hecho el favor.

Y ahí estaba, como se lo había prometido a Draco, dispuesto a dar la vida por él. Cuando el guarda, después de lo que pareció un laberinto infinito, anunció con su voz grave, que habían llegado a su destino, Harry lo sintió como si le estuviese anunciando su muerte inminente.

Ron le sonrió, quizá para darle ánimos, aunque se le figuró, a última instancia, que había un brillo depredador en aquellos ojos azules. Arthur Weasley, al tanto gracias al mismo Potter, que le contó todo un poco antes de partir (el señor Weasley se había sorprendido un poco pero no había hecho ningún comentario al respecto y Harry lo agradecía), decidió darle espacio al muchacho para que hablara con toda la confianza del mundo con su interlocutor. Cedió unos pasos y mantuvo una civilizada conversación con el carcelero, quien no parecía tener nada de educación al respecto, ya que también quería escuchar lo que Harry Potter tenía que decir al condenado.

Ron, por el contrario de su padre, había metido literalmente las narices entre las rejas para tener información de primera mano.

Harry se sintió mal: de pronto sus pies no querían moverse de donde estaban, y sus manos sudaban a montones. Y aunque el muchacho de gafas quería creerlo, sabía que tal situación no se debía en nada a las criaturas que flotaban por ahí. Enfrentarse a Narcissa Malfoy había sido bastante fácil, dadas las circunstancias en que se llevó el evento, pero esto era totalmente diferente. Aquí no habría quien intercediera por él. Y no era que Harry Potter no pudiera cuidarse solito (Bah), claro que no. Tampoco era que tuviera miedo (os juro que no), pero realmente se sentía incómodo.  Después de todo era él quien había liberado el elfo domestico de la familia Malfoy en las propias narices de Lucius. Y sabía que aún no lo habían perdonado por mucho que anunciaran que la pérdida del elfo no les había hecho ni cosquillas. Varias veces, Harry tuvo la intensión de obsequiarles con su propio elfo, Kreacher. Había pensado en llevárselo hasta la mansión, en una canasta de mimbre, envuelto en mantas y con un letrero que pusiera ‘Se ha quedado sin familia, por favor, acogedlo’, pero por algún motivo (no tenía las agallas) se lo había pensado mucho.

Cuando Ron notó que el muchacho estaba estático, se paró detrás de él y le empujó suavemente (A Harry no le ha parecido tan suavemente) para que se acercara a la celda. El interior estaba completamente oscuro y hacia un frío de  muerte. En una de las esquinas, envuelto en penumbras y a duras penas visiblemente, se encontraba una figura inmóvil.

-        Esto… ¿podría regresarme los amuletos que me he quitado? – preguntó Potter, al carcelero, quien ya estaba en una charla muy animada sobre Quidditch, con el señor Weasley -. Cualquiera. Vamos, el Triskel. Me conformaré con el Triskel. ¿No? Vale. Solo he preguntado por si acaso, ya sabéis…

-        Haaarry… Poootter… – canturreó suavemente el condenado en las sombras, con una voz casi amigable., sin salir de su reino de tinieblas -. Así que el gran Niño Que Vivió viene a buscar a este humilde mago. Cuando me lo han dicho los guardas, os juro que no me lo he creído, pero ahora que mis propios ojos te ven, ya puedo alegrarme. ¿A que debo este gran… honor?

Harry sintió que la piel se le ponía de gallina con solo escuchar aquella voz. El tono había sido sutil, hasta podría llamarse gentil, pero Harry sabía que solo era una farsa, un engaño para esconder toda la rabia y los deseos de matarlo lo más pronto posible. ¡Claro que se alegraba de verlo! Así lo tendría a la mano para realizar todos sus sueños de venganza. Monstruo.

-        Vengo… - la voz de Harry se quebró y carraspeó para continuar. - Vengo a hablar con usted sobre Draco Malfoy…

Harry no pudo terminar lo que iba a decir porque una blanca mano ya le estaba halando por la túnica (de no haber estado las rejas, Harry ya estaría dentro de la celda, encerrado con la temible bestia. Tendría que agradecerle al carcelero el no haberle regresado ningún amuleto por que le debía la vida ahora y para siempre) y el muchacho con la cicatriz en la frente lo pudo sentir en sus tripas: estaba por darle una diarrea galopante.

-        No te atrevas, Potter, a mancillar con tu sucia boca, llena de mierda, el nombre de mi hijo.

Ron soltó una carcajada pero se atragantó con su propia saliva y casi se ahoga, cosa que Harry ignoró por completo. Sabía que la parte que le había hecho gracia al pelirrojo, era la de mancillar. Lo menos que debía preocuparle, en aquel caso, a Lucios era que Harry mancillara el nombre de su hijo. De hecho, porque después pensaría que ya lo había mancillado completo.

Después de dedicarle una cara de poker a Ron (seguía tosiendo y ahogándose), Harry le dio la cara a Lucius, que se notaba en muy mal estado: sus largos cabellos albos estaban sucios y desordenados; sus ojos azules tenían unas pronunciadas ojeras en las ojeras, y su piel se le veía cetrina, sin vida. Harry hubiera podido sentir pena de no ser porque tenía muy en cuenta lo que el hombre le haría si pudiera, así que se mentalizó en lo que debía hacer y continuó mientras se quitaba suavemente la mano de Lucius de su túnica..

-        Pronuncio el nombre de su hijo con todo el respeto y la veneración de que soy capaz, señor Malfoy. Se lo puedo jurar sobre la tumba de mis padres. Lo último que haría sería hacerle daño porque yo… - Harry sintió como el bochorno le tintaba la cara. Y la culpa de ello la había tenido su amigo, Ron, que había intentado disimular una risita nada amigable. Ya comenzaba a arrepentirse de haber llevado al pelirrojo con ellos. ¿Por qué había creído que Ronald Weasley iba a ser de alguna utilidad en esa situación?

-        ¿Por qué tu qué, Potter? – preguntó con saña el condenado.

-         Anda, Harry, dile que estás enamorado de su hijo, y tú y Draco os casareis porque tendréis  un Huroncito y haréis abuelo a Lucius…

-        Como no te calles te daré una leche que estarás en Hogwarts para antes del desayuno – amenazó Harry, mostrándole un puño fuertemente cerrado a su mejor amigo.

-        A que no te ha gustado que metiera baza, ¿eh? – dijo Ron, con los brazos en jarras -. Pues, ya sabes lo que se siente que hablen por ti. Y si, esto es por lo de Vicky, es decir, Victor.

-        Ya. No me digas.

Cuando Harry regresó la cara a Lucius Malfoy, lo que encontró le perseguiría por el resto de su vida.

El rubio había palidecido a extremos aún más enfermizos y había compuesto una sonrisa bastante siniestra a pesar de lo claramente tensa que tenía la quijada.  En sus pupilas azules se podía echar un vistazo al infierno más hondo y aterrador que cualquiera pudiera imaginar.

-        Dadme un momento, creo que voy a vomitar – pidió Harry alejándose a todo gas, para agacharse en un rincón, que resultó ser la celda de alguien. Harry no pudo parar y vomito hasta lo de la semana pasada -. Lo siento mucho – se disculpó, después de limpiarse la boca, cuando notó que el condenado miraba horrorizado sus zapatos cubiertos de… lo que fuera que hubiera desayunado el muchacho -. Ya mismo le limpio – aseguró, metiendo su brazo por entre las rejas y limpiando el zapato con el ruedo de su túnica. Cuando considero que estaba bien, que el zapato brillaba como nuevo, se levantó, hizo una reverencia, y regresó sus pasos hasta donde estaban el señor Weasley, el carcelero y Ron, mirándolo con preocupación y lastima. - Vale – dijo Harry, tragando duro. Empezaba a sopesar la idea de haber llevado a Hermione en lugar de a Ron. Se dirigió a Lucius, que no había cambiado su postura en todo aquel tiempo -. Lo que ha dicho mi amigo es cierto tal cual.

-        ¡Dime que es día de los Santos Inocentes, Potter! – ordenó Lucius aferrándose a los barrotes de metal y escupiendo pequeñas gotas de saliva a la cara de Potter. Su aliento no era el mejor del día pero Harry pensó que no era el mejor momento para decírselo. - ¡Pero qué digo! ¡Claro que es mentira! Mi hijo jamás pondría sus ojos en semejante bodrio, hijoeputa.

-        ¡Con su madre no se meta! – dijo Ron, apuntando amenazantemente con un dedo.

Harry sopló el aire fuera de su boca con pesar. Eso no estaba yendo a ningún lugar.

-        Lo siento, señor Lucius, pero no lo siento – explicó el moreno, cancinamente –. Su hijo y yo hemos pasado muchas cosas juntos, últimamente, y...

 Harry no sabía cómo explicarle aquello con exactitud. Había tanto para decir y tanto para callarse que sentía nauseas de solo pensarlo.

-        Si eso es verdad, ¿por qué no ha venido él a decírmelo? – inquirió Lucius, a todas luces, intentando aferrarse a un clavo ardiendo.

-        ¿Pero qué parte de lo que he dicho no ha entendido? – preguntó Ron, exasperado – Que está en estado inte-re-san-te – deletreó el pelirrojo, por si las moscas.

Harry Potter estaba por echársele encima.

-        Dejadme ver si os he comprendido bien – pidió Malfoy, pasándose una mano por sus desordenados cabellos, para darles un poco de dignidad -. Según vosotros, mi hijo está enamorado de ti, Potter,  está en cinta y contraerá nupcias contigo, siempre según tú. Ha, por si fuera poco, aseguráis que mi hijo está enamorado de ti, Potter. Vale. Supongámoslo solo por un segundo. Mi hijo enamorado de ti, y en cinta de ti. Un bastardo Potter… en la familia Malfoy.  Al menos no sería un Weasley. Si se hubiera enamorado de Ronald Weasley lo desheredaba de por vida y muerte… pero aun así ¿quién me asegura que esto es verdad? Lo más probable es que se lo ha inventado todo – dijo Lucius, de pronto hablando con la pared -. Quizá solo han venido a cabrearme, a burlarse de mí. Por otro lado, como podrían haber sabido que Draco es un gestante. Solo él, Narcissa y yo lo sabíamos. Oh, claro, también esta lo que me ha dicho Narcissa: dale una oportunidad. Quizá se refería a esto. Es decir, ella sería feliz porque Draco tendría un hijo siendo el gestante y eso la convierte en… nos convierte en abuelos automáticamente. Vale, que no habría duda que es de Draco ese crío. Amenos que alguien cambiara al bebé, pero eso no podría pasar. De todos modos yo le he hecho ver a ambos que no quería que Draco fuera el gestante, pero al parecer en esta familia nadie me toma en cuenta.  Solo porque estoy en prisión no significa que ya no soy más el jefe de la casa Malfoy. Debería matar a alguien para que me respeten más. Debería empezar por matar a Potter, a ver si el Señor Tenebroso me va respetando más. Tú, pequeño Weasley, dame tu varita.

-        Porque usted lo dice – se mofó Ron, haciéndole un gesto a Harry con el dedo índice en la oreja, de que aquel tío se le va la olla.

-        Dámela, y prometo que te daré todo tu peso en oro.

-        ¿Mi pe… peso en oro? – repitió Ron, con la ambición dibujada en sus facciones.

-        Si, lo juro por lo que más amo. En cuanto mate a Harry Potter, y escape de aquí, te daré tu peso en oro.

-        Pero peso como cuatrocientas libras. ¿Me daría cuatrocientas libras en oro?

-        ¡No pesas cuatrocientas libras! – rebatió Harry y Ron le golpeó con el codo.

-        Si, cuatrocientas libras de oro. Así pesaras mil libras, te las daría en oro.

-        Eso se puede arreglar – dijo Ronald, pensando en que debería haber comido más, últimamente.

-        ¿Ron, has oído para que quiere tu varita? – preguntó Harry, mosqueado.

-        Para matarte – respondió, Ron, babeante ante la idea de todo lo que se podría comprar con aquel dineral.

-        Por supuesto que sí – recalcó Lucius.

-        Ya lo sé – respondió Ron, parcamente.

-        ¿Entonces por qué se la quieres dar?

-        ¡Porque no he olvidado lo de Vicky, es decir, Victor!

Harry Potter se dio una leche en la frente, y suspiró. Jamás lo hubiera creído de Ron, su mejor amigo, su hermano.

-        Estaba ebrio, si bien lo recuerdas. Además, Hermy ya lo sabía. No puedes echarme toda la culpa.

-        Y una mierda, Harry. Voy a darle mi varita a Lucius, sí o sí.

-        Pero si te la han quitado en…

Harry no pudo decir más porque Ron le piso el pie y este dio de saltitos, sujetándose el pie lastimado y aullando de dolor. Para cuando pudo recuperarse, Ronald le sacaba de su bolsillo una varita. ¿De dónde coño había sacado su varita?

Ahora, imaginaos la siguiente escena en cámara lenta: un Arthur Weasley con su peso hacia adelante; en su cara un gesto aterrado y su boca en una perfecta O, pronunciando un NO que en aquel contexto se alargaría eternamente; su mano alargada hacia su hijo con los dedos como garras dispuestas a rebanar; un carcelero histérico que intentaba saltar a Arthur como en el juego del burro; un Harry Potter montado sobre la espalda de su mejor amigo, sus brazos rodeando el cuello del pelirrojo, las gafas torcidas sobre su nariz y los labios fruncidos enseñando los dientes; un Ronald Weasley  dispuesto a morir en el intento, con la varita extendida hacia el condenado, su cara en un gesto de fastidio y un grito ahogado en sus labios; un Lucius Malfoy con una sonrisa perversa en expansión y un brillo maléfico resplandeciente en sus ojos azules. Un destello de muerte.

 Lucius sujeto la varita y se desató un huracán dentro de Azkaban. Apuntó hacia la pared sin perder más tiempo y gritó un Bombarda Máxima.

La explosión que creó fue tal que todos se tiraron pecho a tierra, mientras que el condenado reía, eufórico, en medio de una cortina de polvo, y apuntaba a Harry Potter a punto de lanzar un Avada.

 

Notas finales:

Os juro que cuando he empezado a escribir este cap no tenia idea de Ron meteria baza. Espero que os haya gustado. De no ser asi sentiros con todo el derecho de decirlo.

Un saludo y un beso a todo el mundo!!

Gracias por seguir aqui, os quiero.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).