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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

Hola a todos! Gracias por seguir aqui! si es que alguien esta leyendo esto...

Advertencia: Dumby bailando y cantando. Entrad bajo vuestra responsabilidad. Nada grave en realidad, pero estais advertidos. En este capitulo hay mucho blablabla, espero no abirriros mucho. 

Un saludo a Die Potatoe Xx! Os quieroooooooo. Muaaaaaaaaaa.

 

Haec ego non multis  (scribo), sed tibi: satis enim

Magnum alter alteri

Theatrum

Sumus

(Yo no escribo esto para muchos, sino para ti:


Pues bastante teatro formamos entre tú y yo)

Epicuro citado por Seneca.

 

 

 

 

 

 

 

La materia favorita de Harry Potter era la Draco-logia. Y obviamente aquello poco tenía que ver con criaturas feroces de gran tamaño… vale, quizá con lo de feroces. Era muy sabido que los Malfoy podían llegar a ser feroces. Pero no hablábamos de eso. Hablábamos de la materia favorita de Harry Potter. Draco-logia. Y la parte favorita de esa materia era la de Anatomía. Y la parte favorita de Anatomía eran Los Labios de Draco Malfoy. Y aquel día, tirado en el suelo de la prisión de Azkaban donde estaba, sabía que aquella parte de la anatomía Draco-niana, le iba a ser negada. En realidad, cualquier parte de la anatomía, para ser exactos. No, hasta que Potter no consiguiera la venia del padre de Draco Malfoy, este último no permitiría que estuvieran juntos por que era tradición familiar que ambos padres del novio estuvieran de acuerdo en ese pequeño detalle.

Si tan solo Narcissa Malfoy le hubiera dado una ayudadita, una palabra mágica para convencer al mezquino de su marido… pero no. La muy bruja se lo pasaba en grande con el sufrimiento ajeno. Y sobre todo, si ajeno se llama Harry y se apellidaba Potter.

Potter suspiró cansinamente. El destino le mostraba su lado chungo.

Juar, juar, juar, burlémonos todos juntos de Harry Potter.

Vale, pues el destino podía largarse cagando leches, porque Harry Potter no se iba a dar por vencido tan fácilmente. Y mientras Lucius Malfoy le apuntaba con su varita, Harry tuvo la certeza de que si no hacía algo para distraer a su suegro lo más pronto posible, iba a morir sin haber conocido a su hijo, sin haberle partido la madre a Dudley, y sin haber ganado el mundial de Quidditch. Ah, vale, vale, y sin haber derrotado a Voldemort, que a aquellas alturas ya era algo personal.

Harry miró a su alrededor, como si esperara encontrar alguna idea escrita en las piedras del muro caído, o en el rostro de su amigo (que lo miraba con los pelos de punta). Y fue así que descubrió que el señor Weasley se había lastimado una pierna y que el carcelero tenía casi toda la pared encima. Los Dementores husmeaban a la espera de robar algún pedacito de alma incauta, pero el rubio mayor no le prestaba atención a estos últimos, parecía que no le afectaba para nada el aura maligna de aquellos seres.

-        Señor Malfoy… - dijo Harry, a la desesperada. – Lamento mucho lo de su Elfo Domestico… si pudiera regresar el tiempo me convencería a mí mismo de que no me sacara ese calcetín…

-        ¿A quién diablos le importa un puto elfo doméstico, Potter? – chilló Lucius, a punto de partir la varita, que cogió con ambas manos, de lo fuerte que la sujetaba. – Vienes acá, como el Niño Que Vivió Para Deshonrar A Mi Hijo y me dices como si nada que has mancillado la virginidad sacra de mi Draco y que ahora está encinta y que seré abuelo de un bastardo Potter, ¿y quieres que te reciba con los brazos abiertos? ¡A ti sí que se te pira la pinza, Potter!

-        Esto… - continuó Harry, limpiando sus gafas que estaban llenas de polvo. – Pues, así que usted diga que le he mancillado, pues no, más bien podría decir que ha sido el quien me ha mancillado a mí, porque ha sido el quien  me ha besado en primer lugar, y después ocurrió un accidente, vera, uno de mis dedos ha entrado por su culo y así fue como perdió la virginidad, pero ya puestos en ello, él me ha querido bailar y, que le puedo decir, uno no es de palo, así que…

-        ¡¿Pero, qué coño estás haciendo, Harry?! – preguntó Ron, intentando coger la piedra más grande que pudiera para darle una leche a su loco amigo para salvarle de sí mismo. – Así solo vas a lograr que te mate más rápido.

-        Pues, nada, que le he saltado encima y él me ha abierto las piernas tan deprisa que he pensado que me ha dado un filtro de amor o algo así…

Y Crack. Harry no lo pensó dos veces y se lanzó sobre el hombre que acababa de romper la varita que tenía en las manos, del enojo que le habían provocado las palabras de Potter. El de las gafas se arrojó sobre él, y lo estampó contra el suelo, intentando inmovilizarlo y Ronald se levantó del suelo para ayudarle. Y así, con los dos adolescentes montados sobre él, Lucius juraba y perjuraba que iba a matar a todo mundo y que apenas pudiera ponerse en pie, destriparía a Potter y haría cuerdas para guitarra con sus órganos. Que le cortaría el pene, lo freiría y se lo daría en trocitos para la merienda. Ah, y que Ronald Weasley podía irse olvidando del oro por que no vería ni un sickle partido en tres.

-        Creí que te habías vuelto completamente loco, Harry – confesó Ron, cuando más carceleros llegaban en su ayuda. – pero veo que tenías un plan.

-        Un plan. Sí. Exacto – dijo Harry, con voz apagada –. Un plan estupendo, ¿eh?

-        ¡Quiero matar a Potter! – aullaba Lucius, mientras se revolcaba como si estuviera siendo sofreído sobre aceite y los carceleros le sujetaban para llevarlo a otra celda. – ¡Solo dejadme unos cuantos segundos a solas con él, por favor, hare lo que queráis! ¡Cualquier cosa que me pidáis lo hare sin chistar, por favor! ¡Solo dejadme matar a Potter!

-        Creo que has perdido tu oportunidad, amigo. No sabes cuánto lo lamento – dijo Ron, tan fresco, y Harry se le echoo encima.

Cuando Dumbledore apareció, Harry estaba montado sobre la espalda del pelirrojo, golpeando la cabeza de su mejor amigo sobre el duro suelo de piedra al tiempo que le torcía una mano en su espalda y el pelirrojo suplicaba que alguien le lanzara una maldición al moreno antes de que lo matara. El director de Hogwarts no tuvo que lanzar ninguna maldición a  Harry. Basto con que el muchacho escuchara la serena voz del hombre para que dejara de hacer lo que estaba haciendo y se pusiera en pie.

-        ¿Cómo te encuentras, Arthur? – preguntó Dumbledore, al hombre que era atendido por un joven medimago de la prisión.

-        Estaré bien – anunció el señor Weasley, con voz tranquila -. Solo han sido un par de huesos sin importancia.

-        Pronto estará bien – terció el medimago, haciendo desaparecer los huesos quebrados para aparecer otros.

-        Pero, por desgracia – señaló Arthur, al carcelero que estaba bajo el muro caído -, no creo que él tenga la misma suerte.

Tanto Albus, como el medimago, asintieron con respeto. El hombre de la barba blanca le dio unas palmadas al señor Weasley en la espalda y siguió su camino hasta Harry, que se había quedado inmóvil como una estatua. Ronald, por su parte, intentaba levantarse y erguir la cabeza pero parecía misión imposible. Harry lo miró con pena.

-        Lamento haberte pegado tan duro – se disculpó Harry, ayudándolo a estarse en pie.

-        Creo que me lo he tenido bien empleado – confesó Ron, sobándose la cabeza -, ¡pero, es que, te juro que esa varita la he sacado de Sortilegios Weasley! Se suponía que no debía hacer nada más que regresarle el hechizo lanzado a Lucius. O eso es lo que presumía la envoltura. ¡Me la van a pagar esos dos! – juró Ron, levantando una mano en puño hacia el cielo -. Lo juro por mi escoba de Quidditch.

-        ¿Estáis bien? – preguntó Dumbledore al par de muchachos. Estos asintieron y el hombre cogió a Harry por un brazo, gentilmente, para llevarlo consigo a donde quiera que este fuera. – Debo disculparme contigo por no haber venido antes, pero como ya te había dicho, estoy un poco atareado con un asunto del cual te enteraras pronto. Y como siempre, debo pedir tu ayuda, Harry.

Potter asintió con decisión y siguió a su director por un pasillo oscuro, húmedo y estrecho, hasta una celda pequeña y silenciosa. Había tres carceleros haciendo guardia en la puerta cerrada, y uno de ellos lloraba en silencio, intentando pasar desapercibido.

-        Permitidme un momento a solas con el señor Malfoy, por favor – pidió Dumbledore, amablemente. Los carceleros se apartaron para darle paso al anciano y cuando Harry entraba detrás de  él, este se volvió -. Espérame afuera, Harry, primero debo hablar unas cosas con él y cuando te llame, me haces el favor de entrar.

Harry volvió a asentir y esperó afuera, resignadamente. Sabía que Dumbledore haría todo lo posible por que Lucius Malfoy cambiara de opinión, pero el moreno lo dudaba seriamente.

Intentando pasar desapercibido ante las inquietas miradas de los carceleros, se pegó a una pared para esperar a que saliera el director, de la celda, y le llamara. Tenía deseos esquizofrénicos de pedirle a los guardas que le dejaran escuchar algo, pero sabía que lo mandarían a tomar por culo. Lástima que no llevaba las orejas extensibles que le habían dado los gemelos Weasley, pero sospechaba que aunque las llevara nada escucharía porque lo más probable era que la celda estuviera  hechizada para que ningún sonido escapara de ella.

Estaba pensando en aquello cuando escuchó el sollozo poco decoroso de uno de los carceleros, que se sonaba la nariz con un pañuelo de papel. Harry se sorprendió al ver que era el mismo que tenía los dientes afilados.

-        Tranquilo, Woof – le dijo otro de los carceleros, dando palmaditas en la cabeza del pobre tío –, ya nos vengaremos. Ya lo veras. Todo va a estar bien.

-        ¡Es que…  ha sido mi culpa! – dijo Woof, hipando y volviendo a sonarse la nariz –. He sido yo el encargado de las varitas, y no he reconocido que me han dejado una chunga. ¡Y ahora  Winston esta muertoooooo!

-        Ya, ya, mi lindo, lindo Woof – dijo el tercer carcelero, abrazando al pobre hombre, que se desgañitaba en llanto. - ¿Quién es el más lindo de los carceleros de Azkaban? ¿Quién es? A ver, a ver, ¿quién es?

-        ¿Yo? – titubeó Woof, con un asomo de sonrisa trémula.

-        ¡Pues, claro que tú! – aseguró el carcelero, aun abrazándolo.

Harry tenía ganas de saltar al abismo ante aquella imagen desoladora, pero se vio interrumpido por la voz de Dumbledore que le llamaba para que entrara a la celda. El de gafas se apresuró a entrar mientras escuchaba los gruñidos que le dedicaban los carceleros al pasar, y se perdió tras la puerta, aliviado. Hasta que recordó donde estaba y se pegó a la puerta.

En lo más alto de una pared, casi pegado al techo, había una ventanilla pequeña por donde entraba la luz del día justo sobre la puerta. Alguna reminiscencia se expandía un poco más allá en la habitación, haciendo que fuera difícil distinguirla completamente.

Lucius Malfoy estaba sumido en una oscuridad terrible, densa, casi tangible, ahí donde no llegaba la luz.  En sus manos, pies y cuello, había grilletes de metal de donde colgaban gruesas cadenas que se anclaban dentro de la pared. A Hermione Granger aquella escena le parecería bárbara sin duda alguna, pero a Harry Potter no. De hecho le parecía bien, si pensábamos en su seguridad.  El tío ha estado a punto de matarle, que alguien le comprenda, por favor. Un aura de hostilidad y desprecio emanaba de todo su Mortifago ser y Harry se sintió tentado a esconderse en una esquina, encogerse en posición fetal y chuparse el dedo mientras suplicaba a Dumbledore (así es, sin sacarse el dedo de la boca) que  le cantara nanas para tranquilizarle. El pobre muchacho dio un respingo cuando el director de su colegio le cogió un hombro con su mano no negra.

-        El señor Malfoy ha aceptado escuchar lo que tienes que decir, Harry – dijo Dumbledore, escondiendo su mano enferma detrás de si mientras con la otra le ofrecía un pequeño frasco azul traslucido -.  Pero tendrás que beber esto. Es Veritaserum. No habrá otra forma de que Lucius Malfoy confíe en ti si no la bebes.

Harry miró la botella con un poco de recelo que no sabía exactamente de donde venía, ya que la botella se la ofrecía el propio Dumbledore. Confiaba ciegamente en él.  Cogió la botellita intentando no demostrar recelo, y bebió un trago. El líquido sabía poco  más que a agua.

-        ¡Dime la verdad, Potter! – apremio Malfoy, desde las sombras a las que lo habían confinado. - Quiero saberlo todo. Y cuando digo todo, es todo.

Dumbledore se dio la vuelta, dando la espalda a Harry, y comenzó a tararear una canción, que a Harry le pareció reconocer como Do the Hippogriff, mientras repasaba con un dedo de su mano sana, los surcos donde se unían las piedras en el muro. El muchacho supuso que lo hacía para darle un poco de privacidad.

Vale, Harry no sabía si Malfoy estaba preparado para saberlo todo, pero si sabía que él no estaba preparado para contarlo todo, y aun así las palabras salieron de su boca como un torrente imparable. Chorros y chorros de letras que se unían para formar palabras con sentido, aunque si alguien miraba la cara de Malfoy, pensaría que tanta palabrería eran solo letras y que el que las decía había perdido todo rastro de lucidez. Harry no pudo evitar preguntarse a sí mismo si se vería tan lunático como lo había estado Barty Crouch Jr., después de que Snape le diera el veritaserum tras el Torneo de los Tres Magos.

-        No. No. No. No. Claro que no – decía Lucius Malfoy negando con la cabeza, sin dejar que Harry terminara su relato.

-        Por supuesto que sí, señor Malfoy – rebatió Harry, sacudiendo violentamente su cabeza en afirmación -. Que Draco y yo hemos hecho el amor en su habitación tres veces en una noche. Después de eso lo he metido a darse una ducha y le he enjabonado el cuerpo y…

Lucius resoplo y Dumbledore soltó una risita por lo bajo. Lucius volvió a resoplar.

-        No. No. No. Eso que has bebido no era Veritaserum – pataleaba Malfoy, cabreado como un chiquillo al que le han dicho que Papá Noel no existe y que son sus padres quienes compran los regalos que abre al amanecer. ¿Y el Conejo de Pascua? ¿Los Reyes Magos? ¿Barney? Todo mentira -, debió de ser solo agua.

-         Ha bebido exactamente de la misma botella que te he ofrecido a ti, Malfoy – argumentó Dumbledore, con paciencia infinita -, pero supongo que no has oído ese dicho muggle que dice que No hay más ciego que el que no quiere ver, ni más sordo que el que no quiere oír.

-        Y tú no has escuchado ese que dice No metas las narices donde no te llaman, vieja rata.

-        Por supuesto que sí, de hecho debo admitir que ya he perdido la cuenta – aseguró Dumbledore, tranquilamente. Y de pronto comenzó a cantar en voz un poco alta:

¿Podéis bailar como un hipogrifo?

Na, na, na, na, na, na, na, na,na

Volando desde un risco

Na, na, na, na, na, na, na, na, na

Cayendo al suelo en picada

Na, na, na, na, na, na, na, na, na

Girando y girando y girando y girando

Na, na, na, na, na, na, na, na, na

Malfoy carraspeó, notablemente escandalizado con el gamberro lunático aquel, pero regresó su atención a Harry mientras Dumbledore seguía cantando. Podría pasarse el día entero, la semana, el mes o el año entero, negando, discutiendo, contradiciendo, impugnando y hasta pataleando, pero lo cierto era que necesitaba conocer las razones, la evidencia, tener en claro el porqué de las cosas y así tener la certeza de que lo que decía Potter era más falso que un vampiro que brilla en la luz. Sin mirar a nadie, ¿eh?

-        ¿Cómo ha pasado?

-        ¿El qué? – inquirió Potter, desafiante.

-        ¿Cómo te has enamorado de él y él de ti?

Harry lo pensó un momento. En realidad jamás se había detenido a cavilar, simplemente sabía que había pasado y se había dedicado a sufrirlo y disfrutarlo. Así, sin más complicaciones. Era por eso que ahora que su suegro se lo preguntaba, no sabía que contestar.

-        Ya se lo he dicho – dijo el muchacho,  desesperado. Lo suyo no eran las explicaciones, teniendo en cuenta que jamás conseguía que un adulto le creyese cuando desconfiaba de alguien, el porqué. Venga, que a veces ni sus amigos le creían sus argumentaciones -. Hemos viajado al pasado y no hemos tenido de otra que conocernos y nos hemos dado cuenta de que…  de que  no somos lo que creíamos que éramos.

Y volvió a reinar el silencio… o no. Más bien, la voz aguda y a veces grave de Dumbledore cantando mientras se movía al ritmo.

Como un espectro horrendo

Mas asustado de sí que nadie

Muévelo como un boggart dolorido

Una y otra vez

Baila como un espectro furioso

Que va detrás de ti

Zapatea como un duende

Baila, baila…

Malfoy y Potter se habían quedado en silencio, escuchando la agitada voz del anciano que movía su cabeza y un pie al ritmo de su canción.

-        ¿Y qué te hace pensar que mi hijo no te está engañando, Potter? – preguntó Malfoy, de pronto, con la voz ronca - ¿Cómo puedes estar seguro de que no eres solamente un títere para él?

-        De ser así, usted no me lo estaría diciendo, ¿o me equivoco?

Malfoy rió despectivamente.

-        No, no te lo diría.

Yeah! Yeah! Yeah!

Oh, vamos!

Tienes que moverlo

Como una loca criatura de la noche…

-        Comprendo que me odia por todo lo que ha pasado entre nosotros desde un principio – aseguró Harry, sentándose sobre un banquillo de madera desvencijado, que tenía unas cuantas telarañas y algunas arañas que corrieron a buscar escondite detrás de las patas -. Y usted sabe que yo le odio.

-        Pues, ya que no te lo puedo negar, te diré que tienes toda la razón. Sería imposible que no te odiara – dijo Malfoy, con un soberbio cabeceo -. Derrotaste al Señor Tenebroso cuando solo has tenido un año de edad y te volviste puñeteramente famoso. Y de esa manera nos relegaste a los Mortifagos a las sombras del olvido. Debes saber que eso no fue nada cortés de tu parte.

-        Vale, pero es que yo no sabía lo que estaba pasando – se defendió Harry, tranquilamente  -. Como usted ha dicho, tenía solo un año de edad. Y tampoco es que el tío no se mereciera lo que le estaba pasando. Matar a mis padres, matar a todos esos Muggles y magos simplemente porque no compartían su creencia de que  todo el mundo debía estar bajo su talón… no se en que crea usted, pero yo creo que hay algo llamado Karma en esta vida y en cualquier otra. Y, claro, también justicia.

-        Pues no voy a discutir contigo sobre moral y filosofía, en ese punto tienes razón: se lo había ganado – aceptó Lucius, con un profundo suspiro. Y después de unos segundos de silencio, continuó -. El hecho es que muchos de nosotros estábamos, en parte, con él porque creíamos que una vez que se hiciera con todo el poder lo compartiría con nosotros, ya sabes, quizás me haría primer ministro de todo el mundo o algo así, pero llega un momento en que te das cuenta de que  quizá no es lo que siempre has soñado. Llegan los hijos, llegan nuevas oportunidades, y un día te descubres a ti mismo, a ti, que solo te importabas tú, dándolo todo, incluso a ti mismo, por ese nuevo ser que hace que todos tus días se vuelvan coloridos y cada momento se vuelve precioso, cada segundo que estas sin él es tan terriblemente tedioso que solo te preguntas que estará haciendo, si ya habrá dormido su siesta, si ya habrá comido, si ya estaría dando su primer paso, si ya  habrá pronunciado tu nombre mientas tú estás fuera, asegurándote de que tenga todo lo que necesita, de que no le falte absolutamente nada porque no soportarás que en un futuro te lo reproche con uno de esos lindos morritos que tanto te gustan pero que debes fingir que no. Y entonces sabes que tienes que hacer cualquier cosa por él, que tienes que mantenerlo a salvo de todo, incluso de la persona que una vez quisiste como a un líder, como a un amo, porque eso es, Potter, somos como elfos domésticos sin valor alguno para él, y cuando obtiene de nosotros lo que quiere, simplemente nos desecha como una basura, como una mierda. Él tiene el poder de hacerlo, Potter, tú mejor que nadie lo sabe. Tiene el poder de hacer lo que quiera cuando quiera con quien quiera. Y es por eso que he vuelto a ser un elfo para él, porque no quiero que nada malo le pase a mi hijo, Potter. Agacho la cabeza hasta el suelo si es necesario, me hundo en la mierda sin dudarlo, Potter. He perdido toda la dignidad que tenía, por mi hijo, por mi mujer y su bienestar. Es por eso, Potter, que cuando ella y yo hemos visto el poder que tiene y hemos sido testigos de lo que es capaz de hacer, decidimos que era menos peligroso para Draco ser aliados que enemigos. Debes entenderme. No me enorgullezco de lo que soy pero tampoco me arrepiento, porque he mantenido con vida a mi familia todos estos años (y por algún motivo Lucius se tragó un que es más de lo que puedo decir de James Potter).

-        No me malinterprete – dijo Harry, incapaz de quedarse callado ante la lógica de Malfoy -, pero ¿a qué precio? ¿Se ha preguntado alguna vez si esto era lo que su hijo quería de verdad? Como usted ha dicho, conoce a Voldemort lo suficiente como para saber que nadie está a salvo de él, ni siquiera sus vasallos. Y ahora es su hijo quien tendrá que hacer cosas de las que no se enorgullezca por que su padre lo ha empujado a ello. Y le vuelvo a repetir, no me malinterprete, le agradezco con todo mi ser el hecho de que mantuviera a Draco a salvo todo este tiempo, sé que usted hacia lo que pensaba mejor para él y su esposa también. Jamás me puse a pensar en ello, lo reconozco, para mí siempre fueron usted y su familia un nido de serpientes rastreras lameculos, ambiciosos y parias. Y porque negarlo, Draco era para mí el peor de todos, simplemente porque jamás me puse en su piel y jamás quise creer que tenía alma y sentimientos, o algún motivo de ser como era, hasta hoy. Comprendo lo que me dice sobre hacer cualquier cosa para protegerlo, porque desde que me he enamorado de él, se ha convertido en mi prioridad. Ellos son mi prioridad, pero no estoy de acuerdo en la manera en que ha hecho las cosas hasta ahora, señor Malfoy. Quizá se deba a que mis padres murieron por su ideal de justicia, me protegieron con su vida, y pensara usted un blablablá, pero es lo que hicieron. Y no solo me protegieron a mí, sino a todos aquellos a los que amaban. Y créame cuando le digo que no hay nadie en el mundo que este más orgulloso de sus padres que yo.

-        Pero pusieron tu vida en peligro – rebatió Lucius, con voz grave. Harry pudo percibir cierto tono desesperado en sus palabras -. ¿Y qué ganaste realmente tú con ello? Con su muerte, quiero decir. Según tengo entendido, has estado a merced de esos Muggles que tanto defiendes, y que te han maltratado toda tu vida. ¿Cómo pretendes argumentar que es más correcto lo que han hecho tus padres que lo que yo he hecho por mi hijo?

-        Quizá tenga razón – dijo Harry, sinceramente. Observó a Dumbledore, que ahora tarareaba el coro de la canción, y parecía no prestar absoluta atención a la charla, pero Harry sabía que sí que estaba escuchando. Claro que no le molestaba ni lo cortaba. El muchacho sospechaba que Dumbledore le leía la mente desde siempre, y no solo a él sino a todo el mundo a su alrededor. Por un momento tuvo la esperanza de que le echara una mano con la argumentación hacia Lucius, pero Dumbledore no daba señas y supuso que esa era una batalla que tenía que librar solo -. Quizá para un padre este permitido hacer lo que crea correcto para sus hijos, supongo que no soy quién para echarle en cara nada, pero, ¿qué hay de su hijo? ¿Le ha preguntado alguna vez si esto es lo que realmente quiere? ¿Se ha puesto a pensar que hace las cosas simplemente para que usted este orgulloso de él, aunque realmente le aterre lo que tiene que hacer? Porque ambos sabemos que Draco no es el más valiente ni el más intrépido, quizá si el más rápido a la hora de echar carrera – dijo Harry, con una sonrisa, recordando el incidente en el Bosque Prohibido del primer curso -. Yo mismo lo he visto luchar con sus demonios internos, Lucius, y créame que no es nada fácil de ver. Pero ¿qué pasara cuando Draco descubra sus secretos, lo que no quiere que sepa, lo que ha hecho y lo que no ha hecho? ¿Cuándo se dé cuenta de que erró el camino? ¿Está completamente seguro de que Draco jamás le reprochara nada? Supongo que sabe que su hijo tiene pesadillas y terrores nocturnos respecto a Voldemort.

Malfoy guardó silencio esta vez. Era cierto que jamás le había preguntado lo que quería, porque Draco era muy joven para saberlo en realidad, así que se había basado en su derecho de padre para hacer todo por su bien, sin mirar a quien pisaba en el camino. No tenía por qué pedir disculpas por algo de lo que no se arrepentía. Pero debía admitir que el punto sobre si Draco se sentiría orgulloso de él, sí que le estaba taladrando la cabeza. Y eso de que tenía terrores nocturnos… sabía que su hijo tenía manías y esas cosas, ya que era él quien pagaba la cuenta del terapeuta, pero nunca había imaginado que fuera nada grave. Su hijo no era un psicópata (o eso quería creer Lucius), por lo tanto jamás le había preocupado en lo más mínimo. Pero, ¿y si Potter tenía un poco de razón? Aun así, ya nada se podía hacer. El camino estaba trazado para los Malfoy.

-        Vale, Potter, por un segundo supongamos que tienes razón: ¿qué quieres que haga? ¿Qué le dé la espalda al señor tenebroso y firme la sentencia de muerte para Draco y su madre? Ya sin contarme a mí, por supuesto.

-        Le estoy pidiendo que haga lo correcto, por su hijo y su nieto. Le estoy pidiendo que hable con Draco antes de tomar una decisión. Y le estoy pidiendo que tenga el valor de ser un buen padre y le enseñe a su hijo lo que está bien y lo que está mal. Por lo que vale la pena luchar y por lo que no. Que no solo importan los lujos y la vida de señores, sino el amor, la justicia, los sueños propios y los de los demás, y sobre todo, que no importa de donde vengan, la sangre siempre es del mismo color (siempre y cuando sean terrestres, pensó Harry) y vale lo mismo con magia o sin ella ¿o me equivoco? ¿Qué hubierais hecho si Draco hubiera sido un Squib? ¿Le hubierais tirado por un precipicio? ¿Le hubierais dejado  a merced de los lobos para que se dieran un festín con él?

-        ¡Por supuesto que no! – espetó Lucius, escandalizado ante la sola mención. Amaba a su hijo más que a su vida y si tal hubiese sido el caso, habría sido capaz de mudarse a mugglelandia y jamás mencionarle el mundo mágico si era necesario. Solo por él. Por Merlín que sí -. Nunca en la vida. Él es lo más preciado que existe en este mundo para mí, sin importar su magia.

-        Y le hago la misma pregunta, pero ahora por su nieto: ¿Si fuera un Squib lo despreciaría?

Malfoy suspiró. Sentía que hacía tiempo que no le estaba entrando suficiente aire a los pulmones. Pensando en la pregunta de Potter, se imaginó a su nieto tan hermoso como había sido su hijo en sus brazos, sintiendo el pequeño cuerpecito y el calor como el de un pollito, que emitiría su piel. Quizá nacería con el cabello negro, o los ojos verdes. En realidad podría hacer muchas combinaciones entre su hijo y Potter, pero lo cierto era que estaba seguro que nada le desagradaría. Ni siquiera que fuera un Squib como lo había referido Potter.

-        ¿Tenéis un nombre para él? – preguntó por fin, Malfoy, con la boca reseca.

-        Su hijo quiere que se llame Scorpius – contestó Harry, mirando al suelo, mientras recargaba sus brazos sobre sus piernas y unía sus manos, como si estuviera a punto de suplicar por algo.

-        Un nombre digno – dijo Lucius, con una sonrisa por declaración de derrota. Una sonrisa que volvería a sus labios cada vez que pensara en su nieto. En Scorpius. Y Harry, cuyas pupilas ya se habían habituado a la oscuridad, fue testigo de ella.

El silencio volvió a reinar entre ellos. A pesar de que Lucius no había  respondido a su pregunta, Harry sabía la respuesta.

Dumbledore seguía pegado a la pared, canturreando por lo bajo lo que a Harry le pareció un Creo que puedo volar, creo que puedo tocar el cielo…

-        Creo que los has puesto en peligro – dijo de pronto, Malfoy, con el ceño fruncido -. En este momento no sé cómo reaccionar. Quisiera soltarme y estrangularte con mis propias manos. ¿Morirías por ellos, Potter? Y quiero que me convenzas, que me dejes en claro que si los amas tanto como dices, harás hasta lo imposible, como he hecho yo todos estos años, para que nada malo les pase. Incluso si tuvieras que hacer algo de lo que no estarás orgulloso, si tuvieras que herir a alguien en el proceso de mantenerlos a salvo, de matar a alguien aunque solo ha estado en el lugar y momento equivocados, o mantenerlos a salvo alejándote de ellos como he hecho yo, a fin de cuentas. ¿Lo harías tú, Potter? ¿Serias capaz de eso por ellos? Dejarlos ir aunque te revienten las entrañas por que los amas demasiado y no puedes vivir lejos de ellos. Extrañarlos tanto que sientes como si te quemaran a fuego lento, como si te arrancaran la piel de un tajo cada vez que piensas en ellos, que es una y otra y otra vez, porque siempre estás pensando en ellos. ¿Estarías dispuesto, Potter, a llorarles en silencio, a no pronunciar su nombre para no atraer la ira sobre ellos?

Potter no contestó de inmediato. Pensaba en todo lo que Lucius Malfoy había dicho y sabía que tenía la razón. Harry había estado dispuesto a morir por Draco y Scorpius durante el ataque de Bellatrix Lastrange. Todavía estaba dispuesto a morir por ellos y lo estaría siempre. Pero, por alguna razón, alejarse de ellos se le hacía imposible, tremendamente difícil. No se sentía con la fuerza para ello. Eran su razón de ser, de seguir en pie y de triunfar. Por ellos, y solo por ellos tendría la fuerza para terminar con Voldemort.

Pero si fuera necesario… muy necesario.

-        Lo haría, señor Malfoy. Por ellos lo haría, pero debe prometerme que jamás tomaría ventaja usted ni haría que nadie tomara ventaja de ello.

Dumbledore continuaba canturreando mientras paseaba de un lado a otro frente a la pared.  Malfoy miró por la pequeña ventanita que había arriba, muy arriba, en la pared. Por ella se podía ver un cielo azul añil, limpio. El pecho de Lucius se infló, sus labios dibujaron una sincera sonrisa que Potter apenas pudo distinguir.

-        Lo prometo, Potter. Sinceramente lo juro. Mientras tú pongas la vida de mi hijo y de mi nieto en primer lugar, sobre cualquier otra vida, jamás intentare hacerte daño valiéndome de tu amor hacia ellos. Y aun mas, Potter, mientras los hagas felices, te respetaré y seré un aliado para ti. Por la vida de mi hijo, y mi esposa (y ahora mi nieto, pensó con verdadera emoción), que son lo que más amo en esta vida, seré un fiel perro para ti, Potter. Pero… si llegara a enterarme, Potter, que no estas cumpliendo tu parte del trato, que no los haces felices ni los estas protegiendo con tu propia vida o la de cualquiera, puedes estar seguro que hare hasta lo imposible por entregar tu cabeza en bandeja de plata al Señor Oscuro, Potter.

-        ¿Debo suponer que me está dando su venia, señor Malfoy?

-        Mmmm… - Malfoy movió agresivamente su cabeza, de un lado a otro, como si no supiera que hacer con ella, y resopló -, vale, Potter, tenéis mi venia.

-        ¿Puedo llamarle papá?

-        ¡De eso nada, Potter!

-        Ya me está gustando eso de ser su hijo político, suegro – dijo Harry, poniéndose en pie y acercándose al condenado para golpearle suavemente con su puño cerrado en el brazo de Lucius -. Creo que después de aclarar las cosas nos llevaremos bastante bien, ya vera que sí.

Harry escuchó una risita forzada pero no pudo ver la cara de pocos amigos que le dedico el rubio. Malfoy comenzaba a arrepentirse de haber confesado todo aquello a Potter, pero la culpa la tenía la maldita poción que Dumbledore le había dado. Ya ajustarían cuentas cuando lograra salir de ahí.

-        Vale, Potter, pero no podréis casaros si no estoy presente. La tradición dicta que el padre de la no… del novio, debe entregar a este, así que tendrás que buscar la manera de sacarme de aquí, antes de que maten los carceleros o mi fantasma te perseguirá toda la eternidad y no os dejara consumar la noche de bodas, ¿comprendes?

-        Esto… claro, claro. Ya se me ocurrirá algo, suegro.

Quizá pudiera hacer que Ron ocupara el lugar de Lucius como lo había hecho la madre de Barty Crouch Jr., con este.  Lástima que Hermione no le dejaría hacerlo. Sin embargo, Harry salió de la prisión sintiéndose extrañamente a gusto con su desempeño con Lucius Malfoy. Habían aclarado  las cosas y estaban de acuerdo en todo. Vale, no en todo, pero en lo importante sí. El mismo se cortaría la cabeza y se la entregaría a Voldemort en bandeja de plata si no protegía a su Draco y a su Scorpius de alguna manera.

 

Al regresar al colegio, Potter sintió ganas de correr a la sala común de Slytherin he ir derechito al cuarto de Draco Malfoy para contarle la noticia de que ya podían casarse (o casi, todavía tenía que resolver la fuga de un Mortifago de Azkaban. Ahora se arrepentía de no haberle preguntado a su padrino como había escapado de la prisión) y que era mejor ir haciendo la lista de invitados, pero Dumbledore se lo impidió. Lo llevó a su despacho, donde le contó todo sobre esa tarea tan importante para la que necesitaba de su ayuda, y lo metió de nuevo a su Pensadero, en donde conoció a un joven Slughorn y a, un más joven, Voldemort.

Cuando entró en el Gran Comedor, pensativo, y la mirada puesta en el suelo, Hermione Granger le saltó encima y le susurró un Enhorabuena, sabía que podrías hacerlo. A la mesa de los Gryffindor estaba un Ronald Weasley con semblante desconsolado y que miraba su plato de comida en lugar de devorar todo a su paso. Harry sintió un poco de pena por él, pero solo un poco. Y mientras se acercaban al pelirrojo, Granger le contó a Potter que  tenía castigado a su novio de por vida por más que el muchacho se defendiera diciendo que él estaba seguro de que aquella varita que había entregado a la Serpiente, había sido robada de, es decir, regalada, por sus hermanos, de su tienda de Sortilegios Weasley. Que jamás había creído que hiciera daño a nadie, que Él solo quería molestar un poco a Lucius Malfoy. Y la castaña sintió ganas de darle una leche con una silla pero Harry la convenció de que no lo hiciera porque a fin de cuentas nadie había salido realmente herido, a lo que Hermione rebatió que le preguntaran al pobre carcelero al que le había caído la pared de piedra de una tonelada encima. ¡Ah, pero es que no podéis por que el pobre tío está muerto durante el cumplimiento de su deber!, dijo Hermy con los brazos en jarras, al tiempo que Harry se sentaba junto a Ron y cogía un plato con huevos fritos y patatas asadas. Ahora que lo pensaba detenidamente, estar cerca de la muerte siempre le causaba apetito. Y como la muchacha siguiera con los brazos en jarras,  Harry le rebatió que él se refería al señor Weasley, a Ron y a él, gracias. El carcelero había sido solo un accidente absurdo, porque igual pudo ser en cualquier momento, con cualquier otro condenado y cualquier otro memo que llevara una varita falsa-nofalsa. Y en realidad no se creía ni una sola de sus propias palabras pero el pelirrojo era su amigo y tenía que defenderlo de alguna manera, aunque el mismo hubiera intentado matarle. Es decir, no sería la última vez, de eso estaba seguro.

Por supuesto, Hermione no se quedaba callada, por lo que Harry optó por contarles lo que Dumbledore le había mostrado en el Pensadero y la vida en Hogwarts transcurrió normalmente hasta que llegó la hora de transformaciones y un hermoso rubio entró en el aula, con un cabreo del demonio, curiosamente seguido por una estela de mariposas de colores que revoloteaban a su espalda como la cola de un cometa. Pansy Parkinson, detrás de él, le dedico una mirada de hielo a Potter y recorrió su propio cuello con su dedo índice, como dibujando una sonrisa en este, pero claramente de sonrisa no tenia nada, cosa que hizo que la espalda se le erizara como a un gato,  mientras la chica le comentaba algo al rubio en voz baja.

Harry se preguntaba qué era lo que había pasado para la morena le dedicara aquel gesto amenazante, y que su prometido estuviera así, y ya puestos, también el por qué le seguía esa estela de mariposas como si fueran abejas a la abeja reina. ¿Las mariposas tenían reina? ¿Draco era su reina mariposa? Harry no estaba muy seguro de nada, pero antes de acercarse a preguntarle a Hermione, que estaba a su lado en la mesa, si las mariposas tenían reina, el moreno vio como el Slytherin le dedicaba una mirada asesina y Harry Potter supo que la había cagado en grande. Aun no sabía en qué, pero de que la había cagado, la había cagado.

-        Señor Malfoy – dijo de pronto la profesora McGonagall, parándose detrás del rubio, que sacaba su libro de transformaciones de mala leche -, ¿sería tan amable de dejar sus mariposas fuera de mi clase? Si quisiera mariposas aquí, me vestiría de rosa y tendría montones de platos con fotos de gatos.

-        Y pesaría doscientos quilos más – razonó Seamus y algunos de los Gryffindor rieron.

Harry se sintió molesto por eso. Aún más cuando descubrió que Ron era uno de ellos. Cuando el pelirrojo notó que Harry le miraba enfadado, levantó los hombros y borró su sonrisa.

Draco Malfoy bufó, se puso de pie, le dio la cara a la profesora y se aproximó lentamente a ella. En algún rincón de la mesa de Slytherin se escuchó que alguien decía en voz baja: ¡La va a besar! Pero lo que el rubio hizo fue decirle algo al oído de McGonagall y esta se hecho hacia atrás como si le fuera a pegar la peste o algo así.

-        ¿Está seguro? – preguntó la profesora en voz baja, aunque fue perfectamente entendible para Harry. El rubio asintió y la profesora hizo una mueca ambigua, le puso cortésmente una mano en el hombro y ella también asintió -. Coja asiento por favor.

Harry y Hermione siguieron a la mujer con los ojos. Esta dio la vuelta y regresó a su escritorio, con un gesto de consternación que no le dio buena espina a ninguno de los dos Gryffindor. Harry moría en deseos de ir hacia su rubio y preguntarle qué era lo que estaba pasando, pero no podía. Tendría que esperar a que las clases terminaran para desobedecer a Dumbledore y esconderse bajo la capa para entrar a las mazmorras.

La clase de transformaciones se le hizo pesada y eterna. No pudo concentrarse en nada de lo que la profesora decía y Hermione insistía en mirarle como si temiera que en cualquier momento hiciera una locura. Lo cual tenía sentido, tratándose de Harry Potter. Nada grave, solo le diría que iría a verlo, que lo esperara con la puerta abierta. Nada loco. Nada disparatado. Simples palabras susurradas cuando pasase por su lado.

Al momento de salir del aula, este se detuvo en la puerta, con Granger y Weasley por un lado, dejando que los alumnos fluyeran como marea, hasta que Draco Malfoy pasó con su estela de mariposas agitándose a su espalda. Cuando el rubio caminaba por su lado, Harry se hizo hacia él, pero este chocó su cuerpo violentamente contra el moreno, y sus ojos grises le dedicaron demostraron un odio incontenible. Malfoy siguió su camino sin detenerse siquiera a esperar a Pansy, que corría detrás de el a todo gas.

Potter no pudo articular palabra. ¿Qué coño estaba pasando?

 

 

Notas finales:

Bueno, pues nada, espero que no os desagrade tanto. No me dejais rr, me teneis castigada, supongo que esto no os esta gustando, U.U estoy muy triste.

Un saludo y un beso con mucho respeto.


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