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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

Hola a todos!!!! Como estáis? Aqui un nuevo capitulo. Muchas gracias por vuestra infinita pasiencia!!!!

Saludos Die Potatoe Xx y Salo Reyes!!!!!!!! Besitos, os quierooooooooooo!!!!!

Cuando abrió los ojos, Draco estaba en la enfermería. La tímida luz del sol se colaba por la ventana que se encontraba detrás de la cama de Draco y una lluvia furiosa chocaba contra el cristal como si tuviera intención de partirlo para penetrar en la estancia.

De nuevo lluvia.

 Pansy estaba sentada en una silla al lado de la cama, con la cabeza hacia un lado, y un hilo de saliva colgaba de su labio inferior, y, pegado a este, un mechón de su cabello negro que se elevaba suavemente cada que esta exhalaba. En sus  manos había dos Ranas de Chocolate que estaban a punto de caer al suelo, y a juzgar por el ruido que salía de su boca, la muchacha estaba profundamente dormida.

Más allá, cerca de la puerta de la enfermería, estaban Hermione Granger y Ronald Weasley, sobre una banca, la cabeza de uno recargada en la cabeza del otro y el pelirrojo parecía que llevaba un batallón adentro, que pugnaba y gritaba por salir cada vez que el muchacho respiraba. Draco se preguntó cómo era que alguien podía conciliar el sueño con semejante bulla.

Entonces se le vino a la mente el porqué de su estadía en aquel lugar y de inmediato llevo una mano a su vientre, temeroso de ya no encontrar lo que buscaba. Pero ahí estaba, lo podía sentir, su corazoncito mágico latiendo bajo su piel. El rubio respiró hondamente, aliviado de que sus temores fueran falsos.  Se sentó con mucho cuidado y recargó su cabeza contra la  pared pensando en lo que había pasado. ¿Aquello había sido una amenaza de aborto? Ya no le dolía la espalda ni la cabeza, ya no se sentía mareado pero si cansado.

Sus ojos admiraron todo el lugar en busca de una, solo una, persona en concreto. Y esta no estaba. ¿Dónde coño estaba Harry Potter?

Admiró a Pansy. Parecía estar sufriendo alguna clase de pesadilla, ya que sus piernas hacían movimientos nerviosos apenas perceptibles, como si estuviera intentando poner pies en polvorosa pero no pudiera. Sus ojos se movían rápidamente detrás de sus parpados, y parecía balbucir algo que Draco entendió como Te voy a matar cuando te alcance, Zabini, o también pudo ser un tengo muchas ganas de huevos con Ginny.

Draco sonrió. No tenía idea de que a la morena le gustaran los huevos con  Ginny, pero era muy linda cuando dormía… y claro que cuando no dormía también lo era, sí, señor. Seguramente, si Draco no prefiriera a los Potter’s, la afortunada seria Pansy. La cogería como esposa, sí que sí. Y regresando a los Potter’s… Quizá Pansy sabría dónde estaba el muy cabrón.

Y por algún extraño motivo tenía tremendas ganas de despertar a Pansy de un puñetazo que…

 Y ¡ZAZ!

Pansy cayó de bruces de la silla y se levantó ágilmente con su varita en ristre, acomodándose la falda correctamente y lista a matar lo que se pusiera enfrente, cuando miró a Malfoy sentado y cruzado de brazos sobre su cama, con una mirada de muy, muy, muy mala leche, supo que Zabini no iba a morir aquel día.

-        ¡Habéis despertado! – gritó Pansy, con ojitos de emoticón  emocionado, y más grandes y brillantes que los del gato – ¡Estáis bien! Me habéis asustado de muerte.

Pansy se dirigió hacia el rubio, con toda la clara intención de abrasarle y ¡ZAZ! Pansy volvió a sobarse el cachete dolorido. Hermione y Ron se removieron en sus sillas (la castaña cambioo de posición) y siguieron en lo que estaban sin inmutarse más.

-        Y eso ¿Por qué ha sido? – preguntó Pansy, con resentimiento y voz baja, sin acercarse ni un paso más.

-        ¡¿Dónde es que esta Potter! – cuestionó Malfoy, también en voz baja, con una mirada más filosa que un cúter.

-        ¡Qué, es que soy su niñera?! Que yo sepa el León no ha regresado todavía.

-        ¡No me levantes la voz que estoy convaleciente! – exclamó Draco, elevando la voz lo suficiente para que solo la muchacha pudiera oírle, arrojando su almohada a la cabeza de Pansy -. Y ¿qué coño quieres decir con todavía?

-        Pues, eso, que todavía no ha regresado. Se ha ido cuando estabais a punto de… ya sabes. Y vino pero se ha ido y no ha regresado todavía.

-        ¡Maldito Gryffindor, hijoeputa! – exclamó el rubio, intentando ponerse de pie pero Parkinson se le echo encima para detenerle.

-        ¡No debéis levantaros aun! Recordad que estáis convalecientes.

-        Potter es quien estará convaleciente, eso te lo puedo jurar…

-        Malfoy – dijo una vocecilla demasiado irritante como para que Draco no supiera de quien se trataba. Granger estaba despierta ahora y la maldita culpa de todo la tenían Potter (por no estar) y Pansy (por gritar) – ¡Has despertado!

-        No es de tu incumbencia, Granger.

-        ¡Draco Malfoy! – masculló Pansy, con los ojos muy abiertos – Discúlpate con Granger. ¡Ahora mismo!

-        No es necesario – dijo Hermione, acomodando sus revueltos cabellos detrás de su oreja, con toda la calma de la que fue capaz.

-        No, Pansy tiene razón – concedió Draco, jugando nerviosamente con sus dedos sobre su vientre -, he sido descortés y no es vuestra culpa que Potter no esté aquí. ¿O sí? – preguntó con los ojos entrecerrados. Ambas chicas negaron de inmediato -. ¡Pero la culpa de todo la tiene el puñetas de Potter! Si no se hubiera metido en mi cama, si no se hubiera metido en mis pensamientos, si no se hubiera metido en mi corazón…

Pansy hubiera agregado unos cuantos lugares más donde se había metido Potter pero lo dejó pasar.

-        Escucha, cariño – pidió la morena, sentándose junto a Draco, en la cama, pero de inmediato fue empujada por el rubio, y esta cayó al suelo. Se levantó rezongando y mascullando cosas ininteligibles, y guardando distancia esta vez, se dirigió a su amigo -: No debéis exaltaros, ¿de acuerdo? Nada de enojarse, nada de gruñir hasta que todo esté bien con vosotros dos. ¿Vale?

-        Nada va a estar bien hasta que mate al puñetas de Potter – aseguro el rubio, estrujando las sananas sobre la cama. Ya lo tenía planeado: le cortaría las pelotas, le cortaría en pedacitos, los quemaría y esparciría las cenizas en el Valle de Godric, porque seguramente a Harry le gustaría estar con sus padres. Cuando Draco observo a su amiga y a la Gryffindor, se dio cuenta que había pensado aquello en voz alta y carraspeo-.  Tú, Granger – dijo Draco, apuntando a la castaña con su delicada barbilla -, debes saber dónde está tu amigo.

Hermione se sonrojo al instante. Volvió a pasar su mano sobre su cabello, aunque estaba más que claro que no podría hacer nada más por el para ponerlo decente. El rubio podría aconsejarle varios encantamientos para aplacar la ira de aquel patoso cabello pero no tenía gana. No tenía gana de nada hasta que encontrara a Harry Potter y cumpliera sus sueños de venganza. Vale, quizá si tenía solo ganas de comer. De hecho, muchas ganas de comer.

-        Pansy, tráeme quinientas ranas de chocolate y doscientos pastelillos de caldero. Unas cien Meigas fritas y todo lo que encuentres de chocolate. Tengo que aguantar hasta el desayuno.

-        Cariño – dijo Pansy, con temor -, ya es tarde, el desayuno ya se ha servido.

-        Espera, ¿Qué? ¿He dormido tanto? Entonces que sean mil Ranas de chocolate y quinientos Pastelillos de Caldero…

-        Claro, porque tú lo digas…

-        ¿Qué has dicho?

-        Que si no quieres también unas cuantas ortigas… es decir… ahhh, me largo.

Granger dibujo una sonrisa al ver marchar a Pansy. Y Draco sonrió al verla a ella.

-        Se nota que se quieren mucho – dijo la castaña, distraídamente.

-        Como tú y Potter – contesto Draco, borrando su sonrisa. Quizá los demás lo tomaran a broma, pero en ese momento había un gran pesar en su pecho porque Potter no estaba ahí. El Slytherin no concebía nada más importante que el bienestar de su hijo. ¿podría haber algo más importante que Scorpius para Potter? Porque si era así, Draco no quería pertenecer a esa pequeña familia a la que se había hecho ilusión de pertenecer.

-        El vendrá, Malfoy – dijo Granger, adivinando sus pensamientos, quizá -. Como has dicho, quiero mucho a Harry, es como un hermano para mí y para Ron, y así como le quiero le conozco y sé que tú y ese bebé son todo para él.

-        Claro, Granger – concedió Draco, con gesto de sus manos que parecía que le quitaba importancia al asunto, cuando en realidad quería seguir escuchando esas cosas de boca de la castaña -. Y dime una: ¿tú no piensas que le voy a traicionar como todo el mundo? Apuesto a que Weasley sí que lo piensa.

-        ¿Sabes? Quizá en un tiempo sí que lo he pensado. Es decir, tú sabes lo que hemos sido todos estos años: bandos opuestos. Jamás te perdonare todos esos rumores que le dijiste a Rita Sketeer – prometió Hermione, sonriendo – Sin embargo, entonces éramos unos niños. No teníamos una idea clara de lo que hacíamos o decíamos. Al menos no entendíamos el dolor que podían causar nuestras palabras en los demás. Quiero creer que ya crecimos y hemos dejado eso atrás. Es decir, míranos. ¿Cuándo antes creíste que tú y yo mantendríamos una charla civilizada sin matarnos uno al otro? Estamos creciendo y madurando – Hermione volteo a ver a Ronald, que aun dormía plácidamente sobre la banca. Sonrió cándidamente y sin mirar a Draco, comento -. Conozco a alguien que me diría que es el amor el que lo cambia todo y que este se puede encontrar donde menos lo esperas – regresó sus ojos al rubio, y este pudo notar un sonrojo en las mejillas de la muchacha -. Y creo que no me equivoco cuando te digo que ambos hemos encontrado el amor donde menos lo esperábamos.

-        Tienes razón, Granger. Jamás me hubiera imaginado que sería un estúpido Gryffindor, sin ofender a la presente, de quien me enamoraría. Y jamás me hubiera imaginado mantener esta charla contigo – dijo Draco, asintiendo suavemente, con una sonrisa un tanto ladeada -, y mucho menos que me resultara de lo más agradable.

Hermione sonrió agradecida con las palabras del Slytherin.

-        ¿Sabes, Granger? Me inspiras confianza. Coge asiento junto a mí – pidió el rubio, señalando el colchón, a su lado.

-        ¿Seguro que no estás pensando en empujarme como a Parkinson?

-        Eres graciosa, Granger. No, siéntate aquí. Veras, Pansy es la tía más guapa, más linda, mas acomedida y simpática que te podrás encontrar, pero no es tan inteligente como tú. Hay cosas que no le puedo confiar por su propio bien, y otras que no le puedo explicar porque tardaría años en entenderlo. A ti te puedo confiar cualquier cosa porque no me importa tu bienestar y porque tu si me entenderías lo que te hablara.

-        Gracias – dijo Hermione,  sentándose a su lado, con gesto divertido -. Al  menos eres honesto conmigo.

-        Voy a contarte algo, Granger. Algo que paso hace ya tiempo y que  madre me recordó el día en que Potter fue a pedir mi mano a la mansión Malfoy.

La muchacha escuchaba atenta cada palabra, y por la expresión de su rostro parecía que estaba a la espera de recibir un golpe.  A Draco se le vino a la mente decirle algo como  Madre  me ha recordado que soy un Mortifago y que debo destruir a Potter lentamente. Que duela. Que sangre. Que llore. Que muera. Pero lo cierto era que la muchacha le inspiraba la confianza suficiente como para decirle la verdad.  Así que Draco comenzó su historia displicentemente.

-        Paso cuando tenía ocho años. Murió Bobo Perro. Bobo Perro era mi mascota, mi perro favorito. Padre me lo obsequió tres años antes, cuando hice tremenda pataleta porque no quiso comprarme una escoba. Creo que él tenía miedo que yo acabara con el cuello roto o algo así, pero en ese entonces yo no lo comprendía y de haberlo hecho no me hubiera importado. Era un chico terrible, como adivinaras, Granger. El caso es que murió mi perro y Narcissa me sorprendió haciendo un funeral en su honor en el patio de la mansión. Había café, galletas, pastelillos y lugares vacíos.

‘Yo no ocupaba ningún asiento, ningún lugar en el funeral. Yo estaba sentado entre los rosales, encogido, llorando. Narcissa se levantó de su asiento y camino hasta mí, me hizo ponerme en pie y me abrazó. Lloró conmigo. Cuando se sobrepuso, me cogió de la mano.

‘Me invitó a seguirla con voz suave, como un arrullo. Me llevó al interior de la mansión, hasta la sala, se sentó sobre su sillón y me sentó sombre sus piernas, frente al cuadro de las Estrellas. Ella misma lo había pintado en sus años en Hogwarts. Lo pintó para Lucius.

‘Me preguntó lo que miraba en el cuadro. Lo admiré largamente y le contesté que solo era un lienzo negro con puntos blancos. Ella sonrió amablemente. Me preguntó lo que simulaba ser. ¿A parte de estrellas? A mí no me parecía nada más que eso. Aun así pensé en otra cosa porque sabía que esa respuesta no le satisfacería para nada. Por fin le dije que el negro era la oscuridad, y los puntos blancos eran la luz de las estrellas. Correcto, me dijo. Pero no, sabía que aún no estaba satisfecha. Me preguntó por qué creía que habían sido puestas así. Por qué los puntos estaban dispersados así. Eso me pareció más difícil. Pensé en un cuarto oscuro, un gran, gran cuarto oscuro. Para llevar la luz a todo él, había que poner muchos focos dispersos, fue lo que se me ocurrió. Y entonces le conteste que la oscuridad es muy grande y dispersaron los puntos así para abarcarla más. Madre sonrió complacida, o eso me pareció a mí, entonces. Pero aun había otra razón, me lo dijo con un gesto bien conocido por mí, como cuando no he acabado de comer, ella cabecea una vez para indicarme un a lo que sigue. Volví a pensar. Observe de nuevo el cuadro. ¿Qué más podía esconderse en él? Me preguntó si me daría por vencido y no le contesté. Pero era evidente que yo solo no iba a encontrar la respuesta en ese instante. Madre abrió la boca para darme la respuesta y yo puse mi mano sobre ella. ¡Claro que no me daría por vencido! Pasaría todo el verano, si era necesario, pero lo descubriría por mí mismo. Y, lo cierto es que pasó todo el verano, todo el invierno, todo un año, y más años. Supongo que en ese entonces madre lo hizo para distraerme de mi dolor, no lo sé con seguridad. Jamás volvió a preguntarme sobre ello, hasta el día en que fuimos a la mansión. La mañana antes de regresar aquí, esa mañana me volvió a preguntar. Yo no había vuelto a pensar en ello. Ahí estaba la respuesta, blanco y en botella. El cuadro, Granger, somos tú y yo. No me mires así, Granger, no necesitas que te explique con peras y manzanas. Somos tu y yo, somos yo y Harry, es Harry y Voldemort. No estoy diciendo que Narcissa Malfoy supiera desde entonces que Voldemort y Potter se enfrentarían, o que Potter y yo nos liaríamos, eso jamás, te lo puedo jurar. Si no que ella esperaba a que yo le diera mi propia explicación, mi punto de vista, lo que significaba para mí. Entonces no tenía sentido alguno, personalmente hablando. Eran puntos blancos en un pedazo de tela negra. Para ella tiene su significado, o muchos, ya poniéndonos a ello. Como la Muerte y la vida después de ella. Para mi representa ahora la luz y la oscuridad, el bien y el mal, metafóricamente hablando. Y comprendí que muchas veces la luz está ahí para revelarnos la oscuridad, pero también hay veces en que la oscuridad está aquí para revelarnos la luz. En el cuadro yo soy la oscuridad, el vacío, el abismo. Y  tú, Granger, tú y Potter… y ese cabezón – dijo, apuntando a Ronald Weasley aun dormido - sois la luz, y estáis aquí para revelarme lo oscuro que soy. Somos extremos opuestos del espectro…

-        Te equivocas, Draco. Yo no soy luz, jamás lo he sido – interrumpió la castaña, poniéndose en pie. Camino hasta los pies de la cama y le miro con gesto severo -. Y te puedo asegurar que si le preguntas a Harry, él te dirá lo mismo. La gente insiste en ello todo el tiempo. En decir que es un héroe y muchas cosas que él no se cree, y no te puedes imaginar lo cansado que es. La verdad es que no le conocen, le juzgan por sus actos, por lo que creen que ha hecho o hará, pero no por quien es ni sus sentimientos. Y tú no eres oscuridad, Draco. Y en todo caso, si insistes en ello, no eres solo oscuridad. La oscuridad absoluta no existe. Y te pido perdón si alguna vez  he creído que lo fueras, pero eso es cosa del pasado. Y también te equivocas: la luz está aquí para complementarse con la oscuridad. Como tú mismo lo sabes, la oscuridad es solo ausencia de luz. ¿Sin luz como sabrás lo que es la oscuridad? Y sin oscuridad, ¿cómo sabrás lo que es luz? Te necesito y tú me necesitas para revelarnos quienes somos, Draco. Y sabes bien que Harry sin ti no es nada, ni luz ni oscuridad, ya no más, Draco. El mismo me lo ha dicho cuando me confeso lo vuestro: Si un día creí que era algo, fue solo porque no he tenido la conciencia de que, en realidad, no era nada. Ahora soy todo, gracias a Draco: soy Harry, soy un mago, soy un hombre, soy un padre, soy un santo, soy un demonio, soy silencio, soy risa, soy llanto, soy veneno, soy antídoto, soy sangre, hueso y carne, soy oscuridad. También oscuridad, Hermy, porque por el soy, existo… Estoy seguro de que Harry lo diría mejor que yo…

-        ¡Draco! – gritó Pansy desde la puerta, mientras corría a todo gas hacia este. – ¡Draco, es tu madre!

-        ¿Dónde? - preguntó el muchacho, casi más pálido que cuando se estaba desangrando.

-        ¡Aquí, con McGonagall! – dijo la morena, jadeando, cansada.

-        ¡Decidle que he muerto! – pidió el rubio, volviéndose un ovillo sobre la cama y cubriéndose completamente con la sabana.

En ese momento la puerta de la enfermería se abrió para dar paso a una fiera dispuesta a atacar, y Pansy y Granger se pusieron a resguardo, sentadas sobre el banco en que dormía Weasley, y fingieron que dormían.

 

Narcissa pasó gran parte de la tarde con Draco. No dejo que madame Pomfrey se hiciera cargo del muchacho, y por consiguiente, tuvo que alimentarse de comida sana. Nada de golosinas, nada de pastelillos ni ranas de chocolate. Draco se enfurruño pero a regañadientes tuvo que comerse todo lo que la mujer le daba. Si tu nieto nace con cara de rana, va a ser tu culpa y ninguno de los dos te lo perdonara, decretó el rubio a la fría mujer, que ni se inmutó por la sentencia.

Pero la estadía de su madre hizo que Draco se olvidara por un momento del estúpido Gryffindor que aún no se dignaba a aparecerse por ahí. Bastardo.

Draco estaba furioso, realmente furioso con Potter. En ese momento no había cosa o persona que odiara más que a Potter. Maldito Potter. No, Popotter. POPOTTER, POPOTTER, POPOTTER.

POPOTTER DE MIERDA.

Lo cierto era que se sentía tan solo y abandonado. Odiaba a Harry Potter. Quería dejar de pensar en él. Quería olvidarse de todo lo que ese pelmazo le hacía sentir. Y como si el destino o algún ser superior le escuchara, encontró lo que buscaba.

Horas más tarde, cuando la furiosa Veela salió del colegio (no sin antes intentar arrastrarlo para llevarlo consigo a casa) Draco hojeaba el libro que Pansy amablemente le había prestado para una lectura tranquila, encontró algo que le llamo poderosamente la atención. El libro en cuestión, era el mismo tratado de diez mil hojas que le había dado el hechizo para hacer sus sueños realidad. Cuando lo leyó, Draco jamás pensó que tal cosa funcionaria. Y ahora que lo pensaba mejor, ni siquiera había llevado a cabo aquel hechizo. Debía andarse con cuidado con aquel libro. Al parecer con solo leerle trabajaban los hechizos.

Y regresando al hechizo que le había llamado la atención, según ponía al inicio de la página, se llama EGO LIBERO. Draco miro a su alrededor, pero no había nadie que le estuviera prestando atención a él. Madame Pomfrey estaba muy ocupada intentando hacer desaparecer los tentáculos que le habían salido en los pies a un chico de Hufflepuff.

El rubio leyó el contexto. Según la explicación del autor de tal hechizo, un tal Gamberro el Loco, el hechizo funcionaba cuando se quería borrar de la memoria algún sentimiento como el amor o el odio hacia una persona. Solo se necesitaba de fuego. Había que escribir el hechizo en una hoja de pergamino y escribir el nombre de la persona a la que se quería olvidar o perdonar.

Draco arranco la hoja del hechizo y la guardo bajo su almohada. Potter no había regresado en todo el día, según le comentó  Pansy en una de sus tantas visitas, nadie le había visto, ni a él ni a Dumbledore. Cuando Parkinson regresó a llevarle más Ranas de chocolate, Draco le entrego el libro y le pidió una hoja de papel, tinta y pluma. Pansy le miro con desconfianza pero no dijo nada. Hizo lo que este le pidió sin chistar. Cuando el rubio pudo deshacerse de ella, escribió el hechizo en la hoja, y espero a que madame Pomfrey se durmiera para salir de la enfermería. Sigilosamente, como una sombra, se dirigió al Gran Comedor. Estaba completamente vacío, pero la chimenea estaba encendida. Según el libro Historia de Hogwarts, el fuego que iluminaba la gran estancia era parte del fuego de Prometeo.

El fuego perpetuo. Nada mejor para llevar a cabo el ritual que requería. Nada mejor para convertir en cenizas el amor y todo lo que sentía por Potter.

Observo la hoja de papel que llevaba en las manos. El fuego de la chimenea se reflejaba en sus pupilas como una marea de fuego. El cielo encantado manifestaba la lluvia que en ese momento caía sobre el colegio, y parecía querer apagar aquel fuego.

Draco admiró las palabras que el mismo había escrito horas antes y notó que la letra estaba más desordenada que de costumbre. Era como si sus propias manos se hubieran resistido a escribir aquello. Como si le estuvieran ofreciendo la redención. Draco bufó. Lo que le faltaba, que hasta sus manos se rebelaran contra sus deseos.

La luz que irradiaban las llamas  hizo que la sombra del rubio temblara contra la lejana pared. Draco sintió un escalofrío al percatarse de aquello. Sintió como si hubiese sido su alma la que temblaba.

Era mejor terminar cuanto antes.

Tan ocupado estaba en su tarea, que Draco no noto la silueta que se deslizo dentro de la sala y se escurrió lo más cerca que pudo de el sin ser notada.

Malfoy se preparó para pronunciar aquel hechizo. Sentía la garganta reseca y se sentía ligeramente mareado. Quizá fue por eso que las palabras salieron de su boca casi ininteligiblemente, el sonido apagado, las letras a rastras como si estas se agarrasen a los dientes, intentando no surgir:

 

Ego libero.

Por medio del Fuego Perpetuo concilio Presente, Pasado y Futuro

Porque Es, Fue y Será.

Con esta ofrenda de sangre convoco a los Guardianes del Sur a que transformen

Lo Solido en Líquido,

Lo Impuro en Puro

La Muerte en Renacimiento

La Oscuridad en Luz

La Destrucción en Recreación

Para que mi alma sea transmutada en Oro y mi corazón en Fuego

Exiliad del corazón todo sentimiento, por más enterrado que este en el alma, aunque tengan que lacerar la carne.

Ego Libero… Harry Potter.

 

 

Al momento en que su temblorosa mano se acercaba al fuego de la chimenea para dejar caer el papel, una lágrima atravesó su mejilla y cayó sobre la hoja cuando Draco la liberó sobre el fuego.

Sin embargo, aunque, por toda lógica, el papel debió ser convertido en cenizas en segundos, la hoja intacta flotó un momento sobre las llamas que la lamieron sin causar ningún daño, y se deslizó suavemente hacia abajo, hasta caer al suelo de donde una delicada mano la rescató.

-        El Ego Libero, ¿he? -  dijo Pansy, leyendo el nombre debajo del hechizo -. Lamento decirte esto, cariño, pero no funciona si realmente no lo deseas, y por lo que acabo de ver, así es.

-        ¿De qué hablas? – preguntó Draco, a la defensiva -. ¿Y cómo me has encontrado?

-        Fácil, querido. Te he encontrado porque me he dado cuenta que estabas raro desde que me has entregado el libro. Lo he hojeado y he descubierto que le faltaba una hoja, solo que no estaba segura de cual. Te he ido a buscar a enfermería, pero no estabas y te alcance a ver cuándo entrabas aquí. Ahora, de lo que hablo del hechizo es que en realidad no lo deseas. Esa lágrima que has derramado significa que te duele hacer lo que intentabas hacer y a la  magia no se le puede engañar, querido. Además, me atrevería a decir que hay doble razón por lo que el hechizo no ha funcionado. El que tú no lo deseas y que alguien más tampoco. ¿O es que le has preguntado ya a Scorpius, cariño?

Draco no dijo nada. Simplemente se dejó caer suavemente sobre la silla más cercana y Pansy fue testigo de las lágrimas de rabia y dolor que surgieron de esos ojos grises.

-        Ya, cariño – dijo la muchacha, sentándose a su lado y abrazándole -. No vale la pena que os pongáis así por ese… Gryffindor de mierda.

-        No le llames así – rezongó Draco, mirando a la morena con resentimiento.

-        Vale, pero no me gusta verte así y tú lo sabes. Lo que te duele a ti me duele a mí y más si es doble. Hablo de Scorpius. Recuerda que el siente todo lo que tu sientes. Y cuando digo todo, es todo. Si tu estas triste, él está triste. Si tu estas feliz, él está feliz. Si tú tienes hambre, él tiene hambre… sobre todo esto último.

Draco rió de aquel comentario, a pesar de todo. Se limpió las lágrimas de las mejillas y suspiró.

-        ¿Por qué no está aquí, Pansy? – preguntó Malfoy, aferrándose al pobre consuelo que su amiga le prodigaba -. ¿Por qué no le importamos?

-        No sé por qué no está con vosotros, Draco – dijo Pansy, sobando el brazo de su amigo, confortantemente -, lo que si se es que sí que le importáis. Vosotros sois lo más importante para él. Eso se nota a leguas de distancia. Y además, me he enterado ha pasado casi todo el día en la oficina de Dumby, y además, que se le ha visto al señor Potter en compañía del Guardabosques y del profesor Slughorn.

Draco pensó en lo que su amiga acababa de decirle. ¿El muy cabrón de Potter tenía tiempo para pasear con su amigo el Guardabosques y el profesor Slughorn, pero no tenía tiempo para visitarles a ellos dos en enfermería? Menudo gilipollas que era.

-        Pues que lo disfrute – dijo de pronto el rubio, levantándose de la silla para salir de dos zancadas del lugar, seguido por una confusa Pansy.

 

 

 Draco lo pensó toda la noche. Al día siguiente, si Harry Potter no se presentaba en enfermería, tomaría acciones drásticas.

Por desgracia para Potter, este no se presentó al día siguiente, cuando madame Pomfrey le aseguró que ya se encontraba fuera de peligro siempre y cuando descansara como debía, y le mando a guardar reposo a su habitación, en las mazmorras. Pero el rubio no se dirigió a las mazmorras sino que se fue directito a la Sala de los Requerimientos.

Draco repasó los pasillos llenos de cosas abandonadas en busca de algo que le ayudara en su cometido. Y milagrosamente lo encontró. Una botella de Hidromiel más añeja que la mismísima Rowena Ravenclaw. Y un poco más allá, en un estante lleno de pociones de dudosa procedencia, había un pequeño frasquito transparente con un líquido plateado que ponía Mercurio. En letras muy pequeñas ponía Con hechizo indetectable.

Vale, ya estaba. La suerte, el destino, el cosmos o lo que fuera, lo había querido así. Potter iba a morir.

El rubio se sentó sobre el suelo, con mucho cuidado. Abrió la botella de Hidromiel y con más cuidado vació un poco del mercurio en esta. La mezcló delicadamente con un movimiento de su varita y cuando obtuvo una mezcla uniforme, vació un poco más y repitió el proceso un par de veces más hasta que estuvo convencido de que el producto restante era satisfactorio a sus propósitos.

Se puso de pie y cogió la botella que ocultó en un pedazo de tela que había encontrado por ahí. Antes de salir de la sala se topó con el armario evanescente. Ese maldito trasto que no había querido funcionar nunca.

Pues que le dieran al maldito. Que le dieran por el culo. Draco lo pateó con todas sus fuerzas y después salió cojeando de la sala con toda la dignidad que fue capaz, aunque el pie le dolía montones. Maldito trasto.

Draco no se daría cuenta que, horas más tarde, una mano saldría de aquel armario. Y después de la mano saldría una cabeza y con ella un cuerpo…

Cuando caminaba en busca de Potter, descubrió que el muy capullo estaba en la torre de astronomía en compañía de Dumbledore. Sería cuestión de llamarle, decirle que todo estaba bien entre ellos, no había resentimientos y que beberían una copa a salud de una relación informal o lo que él quisiera. Potter bebería la poción y tardaría algunas horas en morir lenta, muy lentamente. Y, claro, dolorosamente, que era de lo que se trataba todo.

Con sumo esfuerzo y cuidado, el rubio logró subir hasta la cima de la torre, resollando de cansancio, solo para descubrir que allí no había nadie. ¿Dónde coño estaba el puto Gryffindor y el abuelo de Merlín?

No había señales de ninguno de los dos, pero eso no podía ser porque él no les había visto bajar. A menos de que se hubieran aventado (suicidio colectivo, O.O) era lógico que los hubiera visto pasar por un lado mientras subía. Pero no. No les había visto pasar. Con mucho cuidado, Malfoy dejo la botella de Hidromiel en el suelo, y recargó sus manos contra el parapeto. El aire soplaba su frío aliento desde las lejanas montañas cubiertas por la nieve, que a la distancia lucía incandescente.

Draco admiró el colegio desde arriba. Los patios, el lago y los jardines estaban completamente solos. A la distancia el campo de Quidditch parecía tener la única presencia de alumnos: los Ravenclaw estaban entrenando. Los demás alumnos estaban encerrados en sus aulas a esa hora en que el sol coronaba lo más alto del cielo.

El rubio no supo cuántas horas pasó ahí arriba, ensimismado en sus pensamientos. Pero debían de ser muchas porque tenía un hambre de morder un elefante y no dejar ni los huesos. Y de Harry Potter o de Dumbledore, ni sus sombreros puntiagudos.

La tarde se escurrió lentamente, como si estuviera hecha de melaza. Draco fue testigo, desde su privilegiada posición en las alturas, de los aglutinamientos de alumnos cada vez que terminaba una clase, y estos erraban de un lugar a otro, hasta que la siguiente clase comenzaba y los lugares de recreo quedaban desiertos como por arte de magia. En alguna ocasión advirtió a Pansy, tras alguna clase, caminando entre la marea de alumnos, buscando algo con la mirada, Draco suponía que solo podían ser dos cosas: el profesor Snape, y el mismo.

Sintió un poco de pena por la muchacha, sabía que sin él se sentiría triste y abandonada, un alma en pena, pero no la quería ahí con él, no, porque no quería que fuera cómplice del crimen que estaba por cometer. Claro, siempre y cuando el capullo de Popotter se presentara para su ejecución.

Cuando la tarde cedió por fin ante la noche, Draco comenzaba a quedarse dormido. Aburrido, el rubio sacó su varita y comenzó a lanzar hechizos que golpeaban en alguna parte de las paredes o el techo del castillo y después revotaban para morir en ninguna parte.

De pronto se le ocurrió una travesura. Era de noche así que nadie se daría cuenta. Solo la pondría ahí un momento y después la borraría. Hacía mucho que tenía ganas de lanzar aquel hechizo. Su padre jamás lo había dejado hacerlo, así que, por qué no ahora, que estaba solo en la torre, sin testigo. Si algo salía mal siempre podría culpar a otro.

Apuntó su varita al cielo y pronunció un Morsmordre. Al instante en el cielo comenzó a formarse una inmensa calavera de chispas verdes que sacaba de su boca una serpiente. El rubio habría podido sentirse orgulloso de sí mismo si hubiera tenido tiempo de ello. Pero no lo tuvo porque de pronto pudo distinguir a la distancia a Harry Potter y a Albus Dumbledore, volando en escobas hasta él.

Draco no sabía qué hacer. Caminaba de un lado a otro buscando un buen escondite que le ocultara del anciano y de Popotter. Si le encontraban ahí, lo más seguro era que no pudiera defenderse a la hora de alegar que no había sido el quien lanzase la Marca. Oh, pero la Marca significaba que los Mortifagos habían matado a alguien…

¡Que tonto! ¿Por qué no había pensado en eso? Cuando los dos viajeros llegaban a la torre, Draco se escondió en las penumbras lo más sigiloso que pudo. El anciano bajo de la escoba ayudado por Harry, quien apenas dejarlo en pie, recargado en el parapeto, salió disparado hacia abajo, para pedir ayuda, según le dijo al hombre.

Dumbledore se notaba cansado, muy cansado. Draco le miró quejarse con un sonido ahogado. El hombre miró hacia abajo y se encontró con la vista de la botella. Y antes de que Draco pudiera hacer nada, Dumbledore abrió la botella y se prendió de la boca de vidrio hasta que se acabó el líquido.

El rubio se había quedado con un largo NO en la boca y una mano estirada hacia el director que parecía muy asombrado con la presencia del muchacho, ahora que este había salido de las sombras.

-        Señor Malfoy – dijo Dumbledore, dejando caer de su mano la botella que se estrelló contra el suelo y se convirtió en astillas de vidrio, y doblándose repentinamente por un dolor de estómago -. No tenía idea de que estaba aquí.

Malfoy no sabía que decir. Estaba aterrado. Las cosas se le habían salido de las manos y no sabía cómo remediarlo.

-        Necesita ayuda, señor – fue lo que sus labios le permitieron decir. Comenzaba a sudar frio.

-        ¿A qué te refieres, muchacho? – pregunto el anciano, intentando mantenerse en pie. Se sujetaba la garganta con una mano, quizá sintiendo ardor por lo que había bebido.

-        A que acaba de ingerir mercurio en esa botella de Hidromiel – confesó Draco, sintiendo una punzada de terror ante sus propias palabras.

-        Veo que esta vez ha hecho bien su trabajo, señor Malfoy.

Esta vez fue Draco quien se sintió confundido. El hombre comenzaba a resbalar hacia el suelo, ya sin fuerzas, pero su cuerpo se arqueaba cada vez más ante el dolor que le inundaba. Se hizo hacia el frente y soportó estoicamente un nuevo ataque de dolor. ¿Dónde diablos estaba Potter que no llegaba con la ayuda?

-        Usted no puede morir – susurró Malfoy, acercándose al hombre para ponerle en pie. El anciano estiró su mano hacia Draco y le entregó un guardapelo antiguo. Malfoy lo cogió y se lo hecho en el bolsillo sin reparar en ello. Cuando lograba que Dumbledore se apoyara en su hombro, se escucharon ruidos de explosiones, armaduras cayendo y gritos de guerra.

-        ¿Qué está pasando, señor Malfoy? – preguntó Dumbledore, como si todo hubiera sido culpa de Draco, como si todo lo hubiera planeado él.

¿Y cómo puñetas quiere que yo sepa? ¿Acaso no estoy aquí con usted? De haber podido, Draco le hubiera respondido aquello, pero lo cierto era que estaba tan asustado que no podía decir palabra.

Y entonces Dumbledore escupió sangre, una gran bocanada de sangre que se estrelló contra el suelo de madera formando un pequeño mar rojo. Dentro de su vientre, como un torbellino inquieto, Scorpius irradiaba indignación ante los actos de su progenitor.

Más gritos y más estallidos. Definitivamente había una lucha encarnizada allá abajo.

De inmediato la puerta se abrió y por ella entró un hombre alto, delgado y vestido de negro.

-        ¡Albus, han penetrado en el colegio y…! – dijo Snape, sin resuello  – ¡No sé cómo, pero les han visto salir de la Sala de los Requerimientos!

-        El armario – dijo Draco, llamando la atención del moribundo y el profesor.

-        ¿De qué estás hablando? – inquirió Severus, con el entrecejo fruncido.

-        Nada, no he dicho nada – dijo Draco, arrepentido de su manía de hablar sin pensar.

-        Severus – llamó Dumbledore, que parecía incapaz de soportar un momento más de dolor – por favor…

 

 

A Severus Snape le bastó un segundo para comprender lo que estaba pasando. Vio la botella rota en el suelo, la explosión de sangre en  suelo… Draco Malfoy a punto de arrojarse por el parapeto…

-        ¿Pero que Dementores intentas hacer? – dijo el profesor, cogiendo al muchacho por la cintura para bajarlo antes de que saltara -. ¿Qué le has dado? ¿Qué has hecho?

-        Nada…

-        Mercurio – dijo Dumbledore, con nuevas arcadas de vomito sanguinolento -. Severus, por favor – volvió a rogar el hombre -, termina ya con mi sufrimiento.

-        ¡Quédate aquí, Malfoy! – ordenó Severus, con un gesto de fastidio. A Dumbledore siempre se le hacía fácil hacer que otros hicieran lo que él quería. Y lo que quería era que lo matara para acabar con el sufrimiento que le causaba el veneno. Ah, y claro, para que Malfoy no se ensuciara las manos, pero estaba claro que el muchacho las había metido en lo más profundo del barro -. ¿Estás seguro que es lo que quieres, Albus?

-        Muy seguro, Severus. Si me hicieras ese gran favor, te estaría agradecido eternamente lo que me quede de vida.

Severus puso los ojos en blanco. Ese Slytherin la había cagado. Snape había mantenido la esperanza de no tener que manchar su conciencia con la vida de ese viejo testarudo, pero estaba claro que el señor Malfoy no había pensado lo mismo.

-        Déjame adivinar – dijo Severus, con una sonrisa divertida -: ¿Potter? –Malfoy asintió -. ¿Envenenamiento? ¿No podías simplemente arrojarle algo a la cabeza? No, claro que no. Los Malfoy suelen ser tan melodramáticos…

-        Por favor, Severus – volvió a rogar Dumbledore, esta vez sujetándose del cuello de la túnica del hombre que pronto sería su verdugo, y Snape volvió a virar los ojos. Asintió. Iba a extrañar al viejo y sus locuras, de eso estaba seguro.

Y mientras de la varita de Severus Snape salía un Avada Kedabra, la puerta se volvía a abrir y Harry Potter era testigo de la muerte de Dumbledore a manos de su profesor de DCAO.

El cuerpo sin vida del director del colegio caía desde la Torre de Astronomía, y Potter intento echarse encima del profesor, pero este fue más rápido y le lanzo un Petrificus que lo arrojó a las sombras justo a tiempo de que los Mortifagos que entraban a la torre riendo a carcajadas y felices de la vida no descubrieran su presencia.

-        ¿Quién ha sido? – preguntaba Bellatrix, muy sonriente y abrazando a su sobrino por el cuello. - ¿Quién se ha cargado a Dumby?

-        Malfoy – contestó Severus, ya que el chico estaba en estado de shock. Y aunque para los demás debió parecerlo, Severus sabía que en realidad estaba viendo a Harry Potter al resguardo de la oscuridad.

-        Estoy tan orgullosa de ti, cariño – aseguró Bellatrix, dándole un beso en la mejilla a su sobrino favorito -. Pero no llores, Draco – dijo la bruja, con tono maternal -, ya todo lo pasado ha quedado olvidado. Todo lo has hecho muy bien, cariño: el armario, la marca tenebrosa, la muerte de Dumby… ¡Ahora tu serás el favorito del Señor Tenebroso porque te has desecho de Dumby! ¿No te hace muy feliz?

-        Vamos – ordenó Severus, tras el silencio de Draco. Habría que mantenerlo alejado de esa mujer. Era mejor llevarlo cuanto antes al resguardo de Narcissa Malfoy, ella sabría que hacer-, aquí ya no hay nada que hacer.

El grupo de Mortifagos salió dejando a su paso caos y destrucción. Como la que reinaba en ese momento dentro de Draco. El dolor de saber que Harry pensaría que el había planeado todo aquello. El dolor de saber que Harry estaba odiándole ahora mismo, mientras él se perdía en la oscuridad del bosque prohibido, siguiendo a los Mortifagos ansiosos por reencontrarse con Lord Voldemort.

La cabaña del Guardabosques estaba en llamas gracias a su tía y a la distancia podía escuchar los gritos de Harry Potter. Draco volteo el rostro en busca de aquel y se arrepintió de haberlo hecho. La furia, la rabia, no había una palabra que alcanzara a explicar todo lo que Harry expresaba en su rostro. A pesar de la nebulosidad de la noche, era como si la cólera de Harry brillara por si misma iluminando todo a su paso.

Draco sintió ganas de correr a su lado, de suplicar su perdón de rodillas si era necesario. Pero no pudo, los magos y brujos tenebrosos no se lo permitirían y antes acabarían con su vida, con la de su bebe y con la de Potter antes de que este pudiera llegar a él.

Tendría que ir con ellos, tendría que escapar de Harry, en ese momento, por el bien de los tres. Ya después buscaría la manera de regresar a sus brazos.

Ahora desaparecía de su vista el colegio junto con todo lo que el había llamado hogar: Harry, Pansy, Albus Dumbledore…

Ahora desparecía, para aparecer en aquel otro lugar al que también solía llamar hogar, pero que ya jamás sería lo mismo, no con todos aquellos Mortifagos ahí.

Tendría que esperar. Tendría que ser muy paciente. Su madre le ayudaría. Debían mantener a Scorpius en secreto. Nadie debía saber que en sus entrañas llevaba al hijo de Harry Potter.

Una mano masculina se apoyó en su hombro. Alzo el rostro para descubrir que era su padre quien estaba a su lado. ¿Cómo había logrado Lucius salir de Azkaban? En ese momento le importaba un elfo. Su padre limpió las lágrimas que se habían acumulado en su barbilla. No llores, susurró el hombre. No les des ese gusto.

Draco asintió y  aspiró aire. Sujetó con fuerza el guardapelo que Dumbledore le había puesto en las manos en la Torre de Astronomía. Seria fuerte. Tendría que serlo por su hijo.

Hasta pronto, Harry. No tardes, por favor. Ven a por nosotros. Aquí estaremos esperando.

 

 

 

Notas finales:

Gracias por haber llegado hasta aqui!!!!! Saludos a tod@s!!!!!!!


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