Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El Giratiempos Roto. por aerosoul

[Reviews - 263]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola a todas y todos!!!!!!!! Este capitulo va especialmente dedicado a mi querida Salo Reyes, Muchas gracias por el apoyo, amiga!!!!!

Y un gran, gran saludo a mis queridas Die Potatoe Xx, que escribo pensando en vosotras, sois mi inspiracion, espero que os guste, Salo, Maria y Juli!!!!!

Y si no, ya sabeis, a otro fic!!! Nooooooooo, no os vayais, por favor!!!! Os quieroooooo!!!!!

Tambien un gran salido a NAtali, muchos besos!!!!

Y gracias, montones de gracias a todos por leer y seguir aqui.

La mañana se sentía como un campo de minas donde cualquier movimiento o cualquier palabra podía detonarlas todas, una por una o al mismo tiempo, pero con una sola que detonara sería el acabose de todo. El mundo se acabaría. La vida se extinguiría. El universo colapsaría. Alguien moriría…

Draco Malfoy estaba seguro de aquello, por lo que todo el tiempo que llevaba en la mansión, se lo había pasado encerrado en sus habitaciones, con la certeza palpable de que si asomaba las narices, una maldición le daría justo en ellas. Sabía que si se topaba con uno de aquellos a los que llamaban carroñeros, que más bien debían llamarse algo así como los Inbañables, se pondría nervioso y contaría como fue que Scorpius fue concebido. Que si lo pensaba mejor ni el mismo sabía cómo había sido concebido con exactitud. Pero fuera como fuera, era peligroso. Así que, por su bien y el de sus lindas narices, se quedaría encerrado en su cuarto hasta el fin de los tiempos… o bien, hasta el fin de Lord Voldemort.

La decisión de permanecer encerrado también había sido tomada por el hecho de que Draco tenía que deshacerse de su léxico plural. Mientras siguiera refiriéndose a sí mismo y su bebe en la misma oración, pondría en peligro la vida de ambos, y lo cierto era que no tenía la gana de morir sin haber matado el mismo a Harry Potter y después ver crecer a su hijo, graduarse del colegio, convertirse en Primer Ministro del Mundo Mágico, casarse con una buena bruja o mago, tener cientos de nietos y morir a los felices ciento ochenta años, más o menos… así que desde ya debía dejar de hablar en plural. Durante largas horas el rubio estuvo charlando con la pared, intentando ser solo el, y por muy curioso que fuera, le resultaba extraordinariamente difícil volver a hablar en singular. Sentía como si estuviese negando a Scorpius, pero todo era por su bien, ya lo entendería el crio cuando creciera.

Y siguiendo con el encierro auto infligido, ni siquiera su madre había sido bienvenida en la especie de santuario que Draco intentaba construir en su cuarto. Solo la comida, en especial las Ranas de Chocolate, eran bienvenidas. Narcissa ya había caído en la cuenta de aquello así que, muy a su pesar, había dejado una canasta llena de tales golosinas, y unas cuantas más que encontró en el camino. En la canasta iba incluido un libro. En la portada ponía Artes Oscuras: el conocimiento oculto, con letras muy grandes en color negro sobre un fondo rojo. Cuando Draco lo cogió de la canasta lo primero que pensó fue en tirarlo al fuego de su chimenea, pero al dirigirse hacia allí, descubrió que dentro del libro se escondía otro libro. Al cogerlo Draco se dio cuenta que era una guía sobre el embarazo.

¡Una guía verdadera sobre el embarazo! Draco miró en todas direcciones en su habitación, como para asegurarse de que no había ningún Mortifago ni ninguno de los nuevos inquilinos de la casa, en su habitación, y cuando estuvo concienzudamente seguro de que estaba a solas, se dirigió a su cama, donde se recostó cómodamente, y se puso a hojearlo.

Nada que ver con la guía chunga de la loca esa que había estado leyendo antes. El rubio paso toda la tarde leyendo el libro, enterándose de cosas como los gases que no podría evitar expulsar, los pies hinchados, el dolor de espalda cuando el vientre estuviera muy grande, las ganas de morir durante el parto, por el dolor… Dios, si lo pensaba mejor, se quedaba con la otra guía. Era una estupidez, pero le había mantenido felizmente ignorante de lo que se avecinaba.

Por la noche los golpes en su puerta le sobresaltaron cuando se estaba quedando dormido. Draco instintivamente se salió de la cama y se escondió en la esquina más cercana. Y cuando la voz de su madre se dejó escuchar detrás de la puerta, no se sintió  más aliviado.

-        Abre, Draco. Esta aquí. Quiere verte. Quiere vernos a todos.

El corazón de Draco se convirtió en una máquina de guerra y Scorpius dio un respingo. Draco se lo podía imaginar hecho un ovillo (si los bebes no adoptaran esa posición por naturaleza, Scorpius la habría adoptado de todas formas) y aferrado a su cordón umbilical, intentando esconderse detrás de él.

Con toda la rapidez de que fue capaz, Draco abrió la puerta y halo a Narcissa por el brazo para entrarla dentro de la habitación. La bruja se notaba asustada y eso asustaba más al rubio porque él sabía que había muy pocas cosas en la vida que asustaran a su progenitora.

-        ¡Merlín! Joder, joder. Se va a dar cuenta – jadeaba Draco, caminando de un lado a otro de la habitación, con ambas manos a los lados de su cabeza -, se va a enterar de Scorpius, de Harry… es decir, de Potter y…

-        Tranquilo, cariño – pidió Narcissa, cogiéndole por un brazo y obligándolo a detenerse frente a ella. Le guio suavemente hasta su cama y le hizo sentarse sobre ella para sentarse a un lado de el -. Todo lo que tienes que hacer es tranquilizarte y levantar tus defensas como haces siempre que estas con él.

-        ¡Ay, madre! ¿Te estas quedando conmigo, cierto? ¡Sabes bien que nunca he logrado levantar mis defensas cuando estoy frente el! – aseguró Draco virando los ojos. a Narcissa le pareció que en cualquier momento empezaría una pataleta -. No sé si te habrás enterado pero estoy seguro que sí que te has enterado de la vez que me ha puesto la Marca.

-        Si – dijo Narcissa, disimulando una sonrisa -, me he enterado de lo de Mercedes.

-        Te estas riendo de mi – dijo Draco con cara de poker.

-        Claro que no – dijo la bruja, sin poder aguantar más la risa. Me rio contigo, no de ti, ¿vale? Ahora levántate y ponte presentable. Todo va a salir bien.

-        ¿Nos lo prometes?

Narcissa se quedó en silencio un momento. El rubio no lo noto pero los labios de la mujer temblaron ligeramente antes de responder un sí.

 

Cuando Voldemort entró en el comedor de los Malfoy, todas las exclamaciones y palabras fueron ahogadas por quienes las soltaban, como si estuvieran en un entierro y el difunto entrara con los pies por delante. Solo que nadie estaba triste en aquel lugar. Los Mortifagos estaban felices de que su señor se presentara ante ellos. O casi todos. En la silla más alejada de la cabecera de la mesa, estaba Draco Malfoy, acompañado por sus padres.

El  mago tenebroso usaba una pulcra túnica negra que arrastraba lo suficiente sobre el suelo como para crear un sonido tétrico a su paso. Bellatrix Lastrange caminaba detrás de él, con una expresión de amor infinito hacia su Lord.

Voldemort se sentó a la cabecera de la mesa, con aire pomposo, con la majestuosidad de un rey ante sus subordinados más ordinarios. Bellatrix de inmediato cogió asiento a su lado derecho y continuoo mirándole como si fuera lo más bello del mundo. A Draco se le antojó un cachorro con la lengua de fuera y los ojos brillantes, a la espera de que su dueño lanzara el hueso para correr tras él.

-        Alguien ha visto últimamente a Greyback – pregunto Antonin Dolohov en dirección de Bellatrix Lastrange, quien negó con la cabeza y hundió sus hombros. Draco fue el único que notó que Severus Snape sonreía maliciosamente tras la pregunta.

Todos en la habitación querían complacer a Voldemort. No había uno solo que no estuviera de lameculos con Voldemort. Pero los ojos de rendija estaban puestos en una sola persona y a Draco no le gusto en lo absoluto aquella revelación.

-        Acércate, Malfoy – ordenó Voldemort, con su cabeza elevada, con aire imponente. Lucius Malfoy se puso de pie a lo que de inmediato, el mago tenebroso se hecho a reír y al instante los demás presentes hicieron lo mismo -. Tu no, Lucius. ¿A caso he dicho He, tu, el perdedor de la esquina? Claro que no, Lucius. He llamado a  Draco, el único Malfoy que aún mantiene su dignidad ante mí. Ahora, siéntate y deja de hacer el ridículo, por favor – y luego le susurró a Bellatrix haciendo la boca de lado: - ¡Dios, este tío da vergüenza ajena!

-        Claro, mi señor – musitó Malfoy mayor, claramente avergonzado ante las palabras del hombre sin nariz, mientras la mujer que conocía como cuñada, parecía sufrir un ataque epiléptico con una risa esporádica que le hacía parecer retardada.

-        Ven aquí, Draco – mandó Voldemort, esta vez, haciendo una seña al muchacho, retrayendo sus dedos repetidas veces – déjame verte un momento.

Draco agachó la mirada. Estaba aterrado y sabía que los demás lo notarían y sería el acabose además del hazmerreir del comedor. Observó a Severus Snape antes de levantarse. Este también lo miraba. El hombre alzó una copa con Whiskey de Fuego y la dirigió ligeramente hacia Draco, cosa que el más joven entendió como un asentimiento. Narcissa le sujetaba la mano por debajo de la mesa y antes de levantarse esta le dedico un cariñoso apretón que quería significar un tranquilízate, cariño. A Lucius le dedico una furtiva mirada antes de atravesar el comedor, ser seguido por todas las miradas en él, y acercarse lo suficiente al mago tenebroso como para notar el horripilante olor a serpiente muerta del tío. Draco pensó que aquel olor le haría vomitar, pero haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, logró mantener su cena en su estómago.

Voldemort dirigió sus callosas manos a la cara del rubio y le observo de distintos lados. Draco sintió un espantoso escalofrió recorrerle desde las piernas hasta la cabeza.

-        Te veo más repuestito – observó Voldemort, pellizcando los cachetes del rubio con ahínco, y después se dirigió a los presentes con una macabra sonrisa. Draco pensó un Y usted cada día con menos nariz -, creo que alguien debería comer menos Ranas de Chocolate, Draco.

-        Tengo entendido que el negocio ha crecido desde que Malfoy come esas cosas – dijo un hombre de baja estatura y flacucho, que estaba a la izquierda de Voldemort.

Los presentes rieron a carcajadas y el aludido entrecerró los ojos en dirección al hombrecillo, mientras apretaba sus puños en una clara amenaza.

-        Lo cierto es que has logrado lo que ninguno de mis más allegados a podido, querido Draco – aseguró el hombre sin nariz, con una voz displicente y sibilante. Su aliento cadavérico golpeaba contra el rostro de Draco y este sentía que iba a perder el conocimiento. Merlín lo quisiera así -, y de ahora en adelante recibirás los honores que mereces.

Los ojos de Voldemort se posaron en algún lejano lugar de la puerta y todos los presentes (incluido Draco) dirigieron sus miradas hacia el mismo lugar. Envuelta en sombras, una figura se despojaba de su abrigo y con paso elegante y altivo entraba en el lugar.

-        ¿Cómo ha estado tu viaje, Zabini? – cuestiono el Lord, con una sonrisa insípida.

-        Bien, gracias, señor – respondió Blase Zabini poniendo sus ojos en el muchacho rubio. Una sonrisa arrogante se dibujó en sus labios y Draco sintió ganas de echársele encima y golpearle la cabeza contra el suelo como había hecho Potter hacia poco.

-        ¿Qué haces aquí? – escupió Draco, sin poder esconder su odio hacia el moreno.

-        Es mi invitado, Malfoy – dijo Voldemort, expandiendo su sonrisa voluminosamente – y también es tu premio por tu gran trabajo.

-        ¿Mi premio? – balbuceo el rubio, sin entender nada.

-        Veras, mi querido muchacho – dijo el Lord, poniéndose en pie y caminando alrededor de la mesa -, este joven me ha traído información de primera mano sobre ti y cierto incidente que será mejor manejar con mucho cuidado.

Draco lo supo, por algún extraño motivo sabía exactamente a lo que Voldemort se refería. Y Zabini sonrió con burla. El muy cabrón había ido a lloriquearle a Voldemort para obtener lo que quería. Y lo que quería Draco lo sabía muy bien porque había sido mucho el tiempo que Zabini se lo demostró. Lo quería a él.

-        Sé que has estado enamorado mucho tiempo de este… caballero – anuncio Voldemort, caminando hasta Zabini y colocando sus huesudas manos sobre los hombros del moreno, que se estremeció visiblemente pero soporto estoico hasta que el mago se alejó de nuevo de el para dirigirse esta vez hacia Draco -, ¿o me dirás que estoy equivocado?

Varias risas se dejaron escuchar por lo bajo. El rubio observó a Snape, quien tenía la cabeza gacha y su cabello caía sobre su rostro. Sus dedos se restregaban contra el cristal de una copa vacía, como si quisiera causarle una marca. Y de pronto la hizo oscilar en su mano al tiempo que negó con la cabeza, apenas perceptiblemente.

El rubio casi podía escuchar su voz en su cabeza. No le desmientas, Draco, acepta lo que dice y ya después arreglaremos cuentas con Zabini.

-        Por supuesto – dijo Draco, sonriente, asombrando al mismo Zabini. – Todos mis años en Hogwarts he estado colado por Zabini.

Voldemort sonrió, sin embargo era una sonrisa más fría que un glaciar. Sus ojos de rendija le dedicaron una mirada rabiosa pero su lengua bífida fue amable.

-        En ese caso – dijo a todos los presentes, cogiendo una copa con vino de Sauco para alzarla hacia los demás – brindemos por el amor de estos dos jóvenes enamorados. Ahora, que mejor momento para que nos acompañe la querida profesora Charity Burbage...

 

 

 

Draco pudo sentir que sus tripas estaban por salir por su boca. Aun no entendía como había logrado resistir ver aquel asesinato de la profesora Burbage y luego se convirtió en la cena de Nagini. Pero peor aún, como logró resistir todo el espectáculo abrazado por el mierdicas de Zabini. Eso sí que era un misterio, porque tenía ganas de clavarle el tenedor en los huevos.

Ahora, encerrado en la soledad de su cuarto (el gamberro de narices de Zabini estaba listo para mudarse a la habitación de Draco, pero este le cerró la puerta en las narices), el rubio intentaba dormir sin que, al cerrar sus ojos, viera de nueva cuenta como la serpiente gigante devoraba a la profesora de Pansy. Oh, la querida Pansy. Lo que diría cuando le contara lo que le habían hecho a su profesora de Estudios Muggles. Seguro se largaría a llorar todo el mes por ella. Mientras los ojos se le cerraban constantemente y el intentaba mantenerlos abiertos, Draco vio como un gato color mostaza saltaba desde su ventana y caía sobre el alfombrado suelo. Antes de quedar completamente dormido, vio al mismo gato subirse a la cama y hacerse un lugar en una de las esquinas bajas del colchón.

Cuando el rubio despertó, no solo se encontró con que el gato seguía en su habitación, y en su cama, si no, con que lo estaba abrazando.

-        Me cago en la leche – vociferó Draco, arrojando al gato lo más lejos de sí que pudo. Sabía muy bien que los pelos del minino no eran nada bueno para la salud de su bebé, o eso ponía en la guía que estaba leyendo ahora.

Los pasos apresurados se detuvieron frente a la puerta, y de inmediato se escucharon unos suaves golpes.

-        Estas bien, cariño – preguntó su madre detrás de la puerta.

-        Hay un jodido gato en mi cama – dijo Draco, mientras se dirigía a abrirle a Narcissa.

-        Es el señor Garabato – informó la bruja, entrando a la habitación como exhalación, temiendo seguramente por la integridad física del gatito -. Ha sido un buen niño y me ha hecho compañía cuando estaba sola en esta enorme casa sin ti y tu padre.

Draco miró como su madre cogía en brazos al gato, que maullaba roncamente y pasaba su cola por la cara de la mujer sin que esta se inmutara. Draco jamás volvería a besar a su madre, jamás hasta que se lavara a conciencia esos pelos de cola de gato.

-        Los años te están haciendo senil, madre – dijo Draco, quien de inmediato se escondió tras sus brazos al notar la mirada de Narcissa. Arriesgándose a morir prematuramente, hizo un hueco entre sus brazos para poder ver a su madre, que reía y negaba con la cabeza.

-        Así que has estado todo este tiempo enamorado de Zabini, ¿ha? – cuestionó Narcissa, con saña.

Draco bajó sus brazos para que la antipática mujer pudiera ver cómo le pelaba los dientes, le mostraba las uñas y se dejó caer sobre su cama con la lengua de fuera, ficticiamente muerto.

-        No te dejes caer así – regañó Narcissa, sentándose a su lado. El señor Garabato ronroneaba mientras los delgados dedos de la bruja se perdían en  el pelaje de su cabeza.

El cabello rubio de la bruja caía por uno de sus hombros en una espiral que parecía de oro líquido. Draco lo cogió en sus dedos y ella le sonrió: era un gesto que solían hacer cuando estaban solos. Esta vez ella también cogió un mechón de su cabello.

-        Ya tienes largo el cabello – dijo Narcissa, con una mirada afligida a todas luces -. En poco tiempo lo tendrás más largo que yo o que Lucius.

-        Así parece – contestó Draco, agachando la mirada. No soportaba ver a su madre así, triste por el -. Me lo cortaré, si te apetece…

-        Oh, por favor, no lo hagas – suplicó Narcissa, admirando el bello rostro de su hijo. Acomodó el cabello de su hijo detrás de su oreja y le elevó el rostro hacia ella. Sus ojos azules eran dos pequeños espejos de brillos acrisolados que irradiaban amor para él. El rubio no sabía cómo Harry Potter había podido sobrevivir todos sus años, sin el amor de su madre. Él sabía que sin Narcissa su vida no habría tenido ni tendría sentido -, te ves tan hermoso, como un ángel…

El señor Garabato, cansado de ser ignorado, comenzó a jugar con el largo tirabuzón de Narcissa a lo que de inmediato, Draco rezongó.

-        ¡No la toques! Es mi madre, no la tuya – dijo el rubio, volviendo a pelarle los dientes al gato.

-        Cógelo – pidió  Narcissa, ofreciéndole al minino a su hijo.

-        ¡Los pelos, madre! ¡Los pelos! – gimoteó Draco, manoteando, mientras la bruja se desternillaba de la risa.

 

 

Draco tuvo que pasar los días encerrado en su habitación. No podía siquiera salir a los jardines, en parte porque el mismo no deseaba ser visto por los Mortifagos y Carroñeros, (admítelo, ha dichoNarcissa, no sales porque sabes que si vez a Zabini te le iras a los brazos y no podrás contenerte de besarle. A lo que Draco tuvo que contenerse de mandar a su madre a tomar por culo) y en parte porque el mismo Voldemort así lo había dictado. Draco sabía muy bien el porqué de esa orden, y le causaba escalofríos. Maldito Zabini hijo de puta. Tenía que venir a joderle más la vida.

Draco supo de muy buena fuente (su misma madre) que alguien había envenado la comida de Blaise Zabini con veneno para gnomos y hadas (Tan solo un poquito, tampoco hay que exagerar, dijo Narcissa entre carcajada y carcajada. No queremos que se rebocen los inodoros.)  y ya llevaba una semana en el baño con una diarrea explosiva. El rubio tendría que robarle ese veneno a su madre, para la próxima vez que viera a Popotter.

No, Draco sabía que cuando volviera a ver a Potter se iba a desatar la Tormenta del Siglo.

 

Una tarde, Bellatrix Lastrange se presentó en su habitación y le dijo lo orgulloso que estaba de él, y de en lo que se estaba convirtiendo: según ella, el más grande Mortifago. Iugh. Pero Draco solo agradeció. La mujer insistió en obsequiarle algo y como Draco no encontrara el que, la bruja de dejó entrar en su bóveda de Gringotts, donde podría escoger lo que él quisiera. El rubio no lo pensó dos veces, sediento de curiosidad por saber lo que se ocultaba en la bóveda familiar Black, y pidiéndole a si madre que le acompañara, este se adentró en la oscura oquedad, donde fue testigo de uno de los más grandes tesoros del mundo mágico. En realidad podría haber escogido cualquier cosa: La mesa de Salomón, La Batalla de Anghiari de Leonardo da Vinci, La Vara de Hermes, La manzana de la discordia (que por cierto se veía realmente apetitosa),el Andvarinaut, el Libro de la Vida, El Uaithne, entre muchas otras cosas… pero lo único que llamó su atención fue una copa. Una copa  de oro, antigua a todas luces, pero de bonitos relieves de un animalillo que en ese momento se le antojó un Hurón que le hizo recordar viejos tiempos. Pensó en ella como el perfecto recipiente para el brindis que se llevaría a cabo en su boda con Potter (si, aún tenía esperanzas). La llevó a casa donde la colocó sobre su tocador.

 

 

Los días pasaron tan rápido que cuando Draco se dio cuenta tenia a Pansy Parkinson pasando la navidad con él. Apenas verlo, la muchacha se le echó encima, llorando de la emoción. Draco la entro enseguida  a su habitación, debido a las depredadoras miradas de los carroñeros horteras que salivaban ante la muchacha. Pues que se jodan.

A solas, en la intimidad de su habitación, Draco le reveló un vientre de cuatro meses, según las cuentas que había hecho su madre, con la poca información que tenía Draco, de cuando había sido violado por el capullo de Potter. La pequeña pancita apenas abultaba y se escondía perfectamente bajo la túnica. Pero ya no faltaba mucho para que creciera y cualquiera se diera cuenta del volumen anormal de ese vientre. Tendría que decir que estaba estreñido y que tenía cinco meses sin ir al baño.

Lo primero que hizo Pansy, mientras sacaba sus cosas de su equipaje, fue contarle de todas las cosas que había escuchado sobre Harry Potter. Que si se le había visto en el entierro de Dumbledore, que si se le había visto acompañado por la pelirroja Weasley, que si ya no se había sabido de él, después de la boda de Fleur de la Court con uno de los hermanos mayores de los pelirrojos.

Y fue hasta entonces, cuando Pansy le había mencionado, que Draco recordó a Dumbledore y el guardapelo que este le había entregado. Corrió hacia su mesilla de noche y sacó del cajón el guardapelo que estaba olvidado ahí desde que Draco había llegado a la mansión. Lo cogió y se lo mostró a Pansy.

-        ¿Qué es? – quiso saber la morena, recostada boca abajo en la cama de Draco, y mirando el guardapelo colgando de su mano. Sus cabellos negros sujetos en una coleta sobre la nuca y por atuendo un vestido de gaza color escarlata. Draco, por su parte, vestia de negro completamente para disimular el vientre. – Vale, sé lo que es. Es un guardapelo, pero ¿de quién es?

-        Me lo ha dado Dumbledore antes de morir – confesó el rubio, parado frente a la ventana que daba a los jardines. El sol de mediodía entraba por los resquicios que dejaba la cortina, creando fantasmas de luz que se desvanecían cuando alguna nubecilla ocultaba al astro.

La muchacha abrió mucho los ojos y se irguió, para cruzar las piernas como si fuera a meditar.

-        ¿Te lo ha dado antes de morir? ¡Wow!, Draco, ¿sabes que esto podría ser lo que dicen que Potter buscaba con mucha insistencia la noche que ha muerto Dumby?

-        ¿En serio? Y yo que pensaba que sería yo a quien buscaría con mucha insistencia – murmuró Draco, con voz dolida.

Pansy se puso de pie y se dirigió a él, para rodearle con sus brazos.

-        Se va a arreglar todo, ¿vale? Ya verás que si – dijo la morena, apretándolo en sus brazos.

-        Si, ya sé que todo estará bien – dijo Draco, nada convencido de ello.

Pansy le soltó y regresó su vista al objeto que tenía en su mano.

-        Veamos que guarda este trasto adentro – invitó la muchacha, sentándose al filo del colchón.

El guardapelo pendía de una cadena simple y ordinaria, pero el trasto tenía una enigmática ESE  gravada en la tapa. Pansy intentó abrirla, pero parecía imposible.

-        ¡Ah, mi uña! – exclamó, dejando caer al suelo el trasto, y mostrando su uña rota al rubio -, ¡Joder, que me acababa de hacer la Magicura!

-        Déjame intentarlo a mí – dijo Draco, cogiendo del suelo el guardapelo.

Jamás había intentado abrirlo pero no podía ser tan difícil, ¿o sí? Pansy debía estar de cachondeo. El rubio hizo el intento, pero el trasto seguía tan hermético como el culo de Voldemort. O eso creía él. En realidad no le importaba en nada el culo de Voldemort. Pero aquella maldita bagatela le estaba costando un huevo abrirla. Estaba claro que tenía algún hechizo protector. Cogió su varita y le apuntó, y con un  Cistem Aperio. El trasto tembló un momento pero no se abrió ni pasó nada más.

-        Intenta con un Bombarda – dijo Pansy, a lo que el rubio puso los ojos en blanco.

-        Claro, y ¿por qué no de una vez llamas a Voldemort para pedirle ayuda? So tonta. Se trata de no llamar la atención.

Pansy fingió indignación ante las palabras de su amigo, pero después le sonrió.

-        ¿Entonces como lo abriremos?

-        No tengo una pajolera idea – dijo el rubio, con un cabreo de la leche.

Malfoy soltó un Diffindo, un Reducto, e incluso un Waddiwasi, pero nada funcionaba.

Con un cabreo de la leche porque la cosa esa le estaba ganando, Draco cogió la copa del hurón y comenzó a golpear el guardapelo con ella. Una, y otra y otra vez, hasta hubo un BUMM, el guardapelo se abrió y una fuerza maligna, proveniente de ambos objetos se elevó hasta el techo donde formo una silueta conocida para el rubio. Harry Potter estaba ahí, pero con un aspecto aterrador. A su lado estaba ginny Weasley, ambos desnudos y cogidos de la mano. Aquel Potter parecía decirle a Draco que no lo quería, que jamás le había querido y que por él ambos podían morirse. Draco, tirado en el suelo, enfureció aún más y volvió a coger la copa con la que aporreó repetidas veces al trasto, hasta que la copa se rompió, y el guardapelo se partió en dos.

Un muy despeinado Draco, con los pelos de punta, y la frente sudada, le devolvió una sonrisa a Pansy, quien le veía con una mirada radiante.

 

 

-        Así que ya no hablas en plural – decía Pansy, mientras comían encerrados en la habitación de Draco. El guardapelo hacía rato que había sido olvidado sobre la mesilla de noche, una vez que vieron que la cosa no tenía nada interesante adentro -, pues me parece realmente genial porque es sencillamente acojonante, me hacíais nudos cada vez que intentaba hablaros…

-        Lo estás haciendo ahora, querida – dijo Draco, mirándola de mala uva.

-        Ups, perdón, querido, pero es que tú tienes la culpa: primero que sí, luego que no, y esto es un despelote bárbaro.

Draco rio de buena gana. Le había hecho tanta falta escuchar las burradas de su amiga, que tenía ganas de besarla ahora que la tenía ahí. Y le dolía el hecho de que pronto se iría, apenas pasaran las navidades, ya que su familia quería que pasara el fin de año con ellos.

-        ¿Le dirás a Potter que te has cargado esa cosa? – preguntó Pansy, de lo que se arrepintió al instante. Draco, en lugar de enfadarse, rio por la actitud de su amiga, que parecía querer autocastigarse como un elfo, golpeándose la cabeza contra la pared.

-        Si alguna vez  le vuelvo a ver, claro que sí.

-        Venga, querido – animo Pansy, limpiándose la comisura de los labios con una servilleta -, no ha de faltar mucho. Harry Potter sabe dónde encontrarte.

¿Y por qué aún no ha venido a por nosotros? – pensó Draco, dejando de lado su plato de comida. Bebió un sorbo de su té con leche y de pronto algo voló por la habitación, y se escondió de bajo de su cama. Draco, asustado, se puso de pie, y con pasos lentos y cautelosos, llego a los pies de su cama, agacho la cabeza suavemente y alzó la ropa de cama.

La bola de pelos salió disparada justo a la cara de Draco, que se hizo hacia atrás y se dejó caer, manoteando y pataleando por ayuda.

-        ¡Quítamelo! ¡Quítamelo, Pansy!

La muchacha, muerta de la risa, veía como Draco se retorcía intentando quitarse al gato de sobre si pero el animal estaba agarrado con garras y colmillos a la cabeza de Draco. De pronto el rubio lo sujeto por la cola y logró quitárselo de encima.

-        ¡Pelos, peeeeloooooosss! – dijo Draco, escupiendo las amígdalas, y limpiándose la lengua con los dedos de ambas manos. Miró a Pansy, quien seguía riendo, y cogiendo su varita, le lanzó un Aguamenti que dejó a la morena tiritando de frio. – Pelos.

 

 

Aquellas navidades, la mansión Malfoy lució apagada, sin un solo adorno ni pizca de felicidad en ninguna parte. Pero el rubio no podía permitir que Pansy no celebrara las fiestas, por lo que, la víspera de navidad, Draco y Pansy se dedicaron a arreglar su habitación con carámbanos encantados que cambiaban mágicamente de colores pastel y brillaban como las conocidas series luces que los Muggles colocaban en sus casas durante las fechas. Pansy se robó algunas velas de la cocina y las coloco en la mesita de noche y sobre la chimenea, en la que también colocaron la punta de un abeto (parecía que alguien la había dejado a posta en el patio y la morena rauda y veloz había salido a por ella como exhalación, intentando pasar indiferente ante los Mortifagos que estaban de guarda en la mansión aquella noche.

Terminaron de decorar la habitación pasada las diez de la noche, y durante una hora se dedicaron a charlar sobre sus memorias de colegio. Sobre todo los momentos más graciosos en los que molestaron a los Gryffindor. Esos eran invaluables.

Draco no encontró momento oportuno para hablarle a Pansy sobre la muerte de la profesora Burbage. No tenía el corazón para romper el de Pansy de esa manera tan cruel. Era tonto pensar que la muchacha aún era una niña que debía ser protegida, siendo el momento en el que se encontraban, en medio de una guerra, que si algún día terminara, dejaría el suelo tapizado de cadáveres, y ¿quién podía asegurar que alguno de esos cuerpos sin vida no sería el suyo? Nadie. Nadie podría asegurarlo. Así que, ¿porque no disfrutar del tiempo que les quedara con vida, con cosas hermosas y no tristes? Cosas que hicieran reír de ese modo a su amiga, que le hacían temblar los hombros y sacudir la cabeza hacia atrás hasta terminar sobándose las mejillas del dolor de reír así, con lágrimas en los ojos. Cosas que le hacían sonrojar las mejillas y que sus ojos adquirieran ese brillo de mil soles que aparecía cada vez que se mencionada un Severus o un Snape.

Esa noche, poco antes de las doce de la noche, Narcissa se coló en la habitación y le dejó un paquete con una tarta de navidad de chocolate, y antes de salir, sacó de su bolsillo un objeto envuelto en un pañuelo de seda dorada que dio a Draco. En realidad una cajita de color azul oscuro, con motivos de pequeños copos de nieve iridiscente sobre la tapa y un moño azul celeste.

Cuando la mujer salió, el rubio abrió emocionado la pequeña cajita para descubrir en su interior un anillo y una nota. Draco cogió la nota que contenía la letra de su padre, que no la de su madre, y la leyó: Espero que esta vez no hagas una pataleta por no recibir esa escoba que tanto has pedido. En su lugar tu madre y yo hemos decidido que este obsequio es mejor que eso. Y más abajo, con letra de Narcissa, el siguiente PD: Póntelo y piensa en él.

Draco no espero más. Sabía a lo que su madre se refería por él. Y no tenía más que ponerse el anillo. Pansy guardaba silencio y el rubio podía jurar que también la respiración. Cuando el anillo entro en su dedo, Draco cerró los ojos y pensó con Harry Potter. Y al abrirlos obtuvo lo que tanto anhelaba… O casi.

Notas finales:

Pues, gracias por seguir aqui. Las cosas obviamente no estan pasando como en los libros, estoy adelantando hechos y cambiando otros, asi que ya no falta nada para el cierre. 

Gracias de nuevo.

Besos!!!!!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).