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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

Holaaa, holaaaa!!!! En este capitulo todo ocurre a mi conveniencia, asi que no discutais conmigo. Yo tengo el Poder!!!! Muajajajaja. No, ya, en serio, Lunatica Lovegood no ha sido llevada a la Mansion Malfoy nunca sera llevada, asi como el duende yel se;or Olivander.

Todo son locuras mias, asi que tenedme paciencia y ver el lado positivo... si es que tiene elguno.

 

Un gran, gran saludo a Sexypanda, a Nel, Die Potatoe (mis musas) y Salo Reyes!!!!!!! Gracias por vuestro apoyo, sin vosotras no soy nada.

Besos!!!!!!

 

 

Por más que  corro no puedo alcanzarte…

Por más que te llamo mis gritos no llegan a tus oídos…

Mis manos no te sienten…

Soy tan pequeño, tan insignificante, tan nada…

Y me canso de ser nada.

Me canso de permanecer en las sombras ignorado por ti, hasta que tu mirada se cruza con la mía, y es como si me vieras, como si yo fuera tan real como lo eres para mí.

Y el sol vuelve a salir y las estrellas vuelven a brillar en tus ojos. Y te vuelves la eternidad que precede al despertar.

Pero el vacío aparece y me vuelve a hundir en sus profundidades, donde no puedes tocarme, donde no puedo sentirte y de nuevo me vuelvo nada…

Me vuelvo yo.

 

 

 

Cuando Draco Malfoy abrió los ojos sintió una punzada de felicidad tal, que pensó que iba a morir y que algún dios o ser superior le regalaba con su más grande deseo antes de entregar su alma al creador.

Su habitación, junto con Pansy y todo lo demás había quedado atrás para encontrarse en un lugar completamente diferente: árboles y más árboles, tan viejos como las  montañas, como los cielos sobre ellas, como la tierra a la que sus raíces entraban; nieve, fría e indiferente a todo lo que le rodeaba, a todo lo que cubría. Y frente a él, dándole la espalda, parado en la soledad de aquellos parajes invernales, con la cabeza gacha, las manos exánimes a los lados de su cuerpo, y la sensación de que era etéreo, como un sueño, como una sombra, un fantasma o un recuerdo corpóreo, estaba el, el muchacho de los ojos tristes y las mil victorias jamás contadas.

-        Harry – llamó Draco, con lágrimas en  los ojos.

Pero Potter no se movió.

-        ¡Harry Potter! – gritó Draco, dirigiendo sus pies hacia él, pero el chico seguía sin moverse.

Draco comenzaba a sentir temor de acercarse. Sus pasos se hicieron más lentos conforme se acercaba. Su mano se elevó cuando lo tenía al alcance, sin embargo tembló antes de posarse sobre aquella espalda ancha y larga. Y cuando sus dedos atravesaron aquel cuerpo como si estuviera hecho de aire, sintió que sus piernas se doblaban e intento recular, alejarse de aquella pesadilla.

¿Qué diablos estaba pasando?

¿A caso aquella era una cruel broma de sus padres? No, claro que no. Ellos jamás le harían algo así. Ellos jamás se burlarían de sus sentimientos y su dolor tan crudamente.

¿Entonces? ¿Lo habría hecho mal? Acaso se le había pasado leer algo en aquella nota? ¿Acaso habían escrito las instrucciones detrás del papel?  No, no había nada detrás del papel.

Pero entonces, ¿quién era el fantasma en aquel paisaje? ¿Lo era Potter o lo era él? Quizá ambos. Draco volvió a llevar su mano a la espalda de Potter pero esta volvió a atravesar el vacío. Se miró las manos. Él se sentía a sí mismo. Había carne. Estaban hechas de materia como todo el. ¿Sería que Potter era un fantasma? ¿Sería que había muerto y el anillo le había llevado a donde se encontraba su alma atormentada?

El fantasma de Potter seguía inmóvil como cuando lo había encontrado. Draco presto más atención a su alrededor. No reconocía el lugar. Los troncos de los arboles variaban entre el negro y el gris y sus hojas perecían bajo la capa de nieve. Pero Draco no sentía frio. No sentía el gélido aire que movía suavemente los cabellos negros de Harry. Y frente a si, miles de copos de nieve caían desde ese indiferente cielo. Draco acunó su mano y vio como uno de aquellos copos flotó suavemente hasta su mano, pero no cayó sobre ella sino que la atravesó. Se agachó a coger la nieve que estaba amontonada en el suelo pero sus dedos volvieron a traspasar el vacío.

Joder. Draco no lo entendía.

A la distancia escuchó un sonido. Un murmullo apagado, lejano, como si estuviera metido en alguna especie de burbuja en la que los sonidos entraban distorsionados. Miró en busca de la fuente del sonido y a la distancia vio a Hermione Granger y a Ronald Weasley. Ella le llamaba por su nombre, pero él seguía sin moverse.

-        Vamos – dijo Weasley, parándose al lado de Potter, poniendo su brazo sobre el hombro del callado moreno. Draco apenas era capaz de entender lo que decían -, venga Harry, es hora de marcharnos. Hermy ha levantado ya los hechizos y yo me he encargado de la tienda.

Potter asintió sin levantar su cabeza, demasiado. Parecía que el simple hecho le dolería montones.

-        Vale – dijo el moreno, por fin. Hermy le miraba apenada, arrugando esa característica frente suya –, vámonos de una vez.

-        He escuchado la radio – decía Weasley, mientras Draco caminaba detrás de ellos – y no hay nuevas, además de que los gemelos han hecho otra de las suyas y le han dejado un obsequio de navidad al nuevo Ministro. Por lo demás, parece que nuestros amigos están bien.

-        Eso es un alivio – dijo Harry, con voz indiferente, cosa por demás extraña en el -. Larguémonos de una vez.

-        Venga, Hermy – dijo Weasley, dándole la mano a su novia y a su amigo, que hacia todo sin prestar atención.

Y de pronto, con fuerte crack, los tres muchachos desaparecieron, y por un momento Draco tuvo miedo de ser dejado ahí, pero lo que fuera que le ataba al Gryffindor, lo llevó hasta donde este había aparecido. Y Draco reconoció el lugar a pesar de jamás haber estado en él. Era un pueblo callado, cubierto de nieve, y la noche comenzaba a cubrir el lugar como un velo de seda. De algún lejano lugar se escapa un cantico acorde a las fechas, parecían cientos de personas cantando al unísono.

Cuando Draco se dio cuenta, Potter caminaba lejos de él, y a pesar de que estaba bajo su capa de invisibilidad, él podía verlo perfectamente. No así a sus amigos, pero de alguna forma sabía que ahí estaban. Granger debía haber puesto algún hechizo de indetectibilidad, porque sus huellas se borraban  al instante. Draco les siguió hasta que llegaron a un cementerio. Les vio caminar entre las cruces, entre ángeles inmortales de piedra que adornaban las entradas a los sepulcros, entre frases grabadas con magia, para expresar el pesar de la pérdida, el dolor inhumano. Querubines que jugaban con las plumas de sus alas y las siluetas pétreas yacen en su eterno alabar a Dios.

Draco se distrajo por un momento con la tumba de un infante. Era fácil saberlo, porque sus padres habían dejado las piezas de su cuna como un cerco protector alrededor de ella. Juguetes y chupetines, obsequios sin abrir… y Draco sintió el dolor que sus padres habían sentido.

Esperadme donde quiera que os encontréis. Pensad en mí. Elevad la mirada a la cúpula de cristal donde brillan los sueños con forma de diamantes. Dejad que en vuestros ojos se refleje el vacío oscuro y os llenéis de color, dejad que en ellos se dibuje mi silueta transparente y contamine vuestras pupilas, como fantasma áureo que quedara de mi recuerdo. Dejad que los murmullos os guíen a mi sepulcro donde descansa mi alma en el reposo eterno. Donde crecen las margaritas y deshojan los crespones del tiempo.

Draco volvió su cabeza hacia Harry, que se había detenido en una tumba simple y solitaria. Ahora sin su capa, el muchacho se había agachado sobre ella, había quitado la nieve de encima y deslizaba sus dedos con delicadeza sobre las letras de la fría lápida. El rubio se secó las lágrimas y dirigió sus pasos hacia él. Hermione, a su lado, también se secaba las lágrimas, y con su varita sacaba un ramo de rosas blancas que deposito contra la lápida.

-        Estáis muy solos, ¿Verdad, mamá, papá? – dijo Potter, y Granger soltó un gemido que intento apagar con la mano en la boca. –Lamento no haber venido antes a veros pero…

 Draco ya no escuchó más porque fue sacado bruscamente de aquel mundo al que no pertenecía.

Frente a él, de nuevo en su habitación, estaba Pansy, con el anillo en una mano y mirándole pálida.

-        ¿Pero qué mierda ha pasado? – preguntó la chica y Draco se le echó encima, directo a la yugular.

 

 

 

 

Los días después de navidad habían pasado como el agua entre los dedos y ya Pansy había regresado a casa para el año nuevo. El rubio había escuchado rumores de que Voldemort había tendido una trampa a Potter en El Valle de Godric, pero habían salido bien librados. Bueno, no era necesario que se lo dijeran a Draco. En cuanto había tenido lugar aquella sangrienta pelea con Pansy por el anillo, Draco había regresado a su lado para saber que estaba bien.

 Draco siguió encerrado en su habitación. Día tras día se había puesto aquel anillo para descubrir a Potter en algún nuevo lugar. Se quitaba el anillo solo cuando no podía soportar más el hambre o las ganas de orinar u otra cosa que incluyera el cuarto de baño.

Pero seguía así, sin que Potter lo mirara a él, o lo sintiera o le escuchara. Draco sí que podía oír todo lo que decían, aunque igual que la primera vez, los sonidos solían llegar distorsionados, apagados, lejanos. Pero Draco no claudicaba. Día tras día regresaba a él, aunque fuera para verle, sabiéndose un fantasma en aquel lugar. Días, semanas, meses… Y su vientre crecía a pasos agigantados. Se escondía aún más que antes, pasaba día y noche encerrado para no ser visto por ningún Mortifago. Voldemort iba y venía cuando le daba la gana. No había vuelto a pedir su presencia en las reuniones, pero sus lacayos seguían con la orden de no dejarle salir de la mansión bajo ningún pretexto. Blaise, por su parte, hacía tiempo que se había marchado, según se decía, por orden de Voldemort, quien le había encomendado una misión. Lo cierto era que había decidido marcharse cuando vio que sería imposible algo con el rubio, aunque Voldemort se lo hubiera prometido a cambio de cierta información.

Y a pesar de que Draco estaba por cumplir los siete meses preestablecidos para el parto, y que este apenas podía caminar erguido, seguía perdiéndose en ese mundo donde Harry Potter y el coexistían divididos por alguna magia invisible e intangible. Y Draco pasaba incontables horas a la sombra de Potter. De noche se recostaba a su lado y fingía abrazarle, sentía su aroma y el calor de su cuerpo a pesar de que eso era imposible. Se quedaba dormido para despertar por las mañanas y descubrir que alguien (Draco sospechaba de su madre) entraba a su cuarto y le sacaba el anillo del dedo en algún punto de la noche y se revelaba en su cama, en su habitación. Aun no podía descubrir cómo era que burlaba todos los hechizos que el rubio había puesto para evitar las entradas, pero con la sospecha de que era su madre, cualquier cosa podía suceder. Aun así, cada que podía, Draco se despedía de la mansión para estar al lado de Potter.

El rubio había descubierto que Potter se había vuelto más taciturno, mas callado, menos sonriente. Sus ojos se le revelaban llenos de tristeza, de pena y dolor. Cosas de las que jamás hablaba con sus amigos, y Draco lo odiaba. Odiaba eso porque él no se podía enterar de que era lo que ponía así a su Harry. Y sus amigos parecían saber, aun sin palabras, lo que le dolía a su amigo. Granger era la que siempre cocinaba (Draco dudaba que el pelirrojo o el moreno supieran como usar una sartén. A menos que la usaran para golpear a alguien…) y Potter apenas probaba los alimentos, a pesar de que La comadreja juraba y perjuraba que los alimentos que su novia preparaban estaban buenísimos. Draco no tenía forma de saber si aquello era cierto, pero en alguna ocasión descubrió al pelirrojo tirando la sopa al suelo cuando la castaña no le veía. Y el rubio se mondaba porque la castaña, orgullosa de sí misma, le servía otra dotación de comida a su Pequeño León, como ella le llamaba y él le decía Chocolatina. Iagh. Que cursi se era cuando se estaba enamorado. Lo bueno era que él no estaba enamorado. El simplemente estaba encariñado, que no era lo mismo. Y solo porque a su bebe le gustaba la cercanía de Potter. Claro. Hacia todo por su bebe. Si por el fuera, que Potter se muriera. Le daba lo mismo.

Gracias a sus continuas visitas, Draco se había enterado que Potter y sus amigos buscaban unas cosas llamadas Horrocruxes. No sabían dónde estaban, pero el rubio podía apostar a que donde ellos estaban no las iban a encontrar, por lo que, una noche lluviosa, cuando la oscuridad podía envolver su clandestinidad, Draco salió de su habitación y, con paso presuroso, entró en la biblioteca privada de su padre.

No era la primera vez que lo hacía. Aun cuando no sabía leer, a Draco le encantaba perderse entre las hileras de armarios llenos de libros, mientras el incienso con aroma a sándalo flotaba en un hilo de humo hasta volverse nada; mientras su padre, sentado en su escritorio, escribía importantes cartas a solo el sabia quien, con su pluma de Águila dorada, y tomaba un vaso de whiskey; mientras su padre le miraba de reojo, sonriendo porque el crio se embelesaba con los volúmenes infinitos forrados en cuero que ponían sus nombres con letras mágicas que aparecían si Draco las tocaba con la punta de sus pequeños dedos.

Draco adoraba aquel lugar, siempre lo había hecho. En él estaba la esencia de su padre, cuando era feliz. O al menos eso era lo que siempre  le había parecido a él.

El muchacho entró en la estancia con prudencia, temiendo encontrar cualquier cosa no prevista, pero se descubrió completamente solo en el taciturno lugar. Los altos ventanales tenían las cortinas corridas que revelaban una noche que daba a luz un universo nuevo, oscuro.

Y de nuevo ahí estaba, solo con aquellos innumerables volúmenes que guardaban sus secretos para sí mismos hasta que Draco aprendió a leer y descubrió los maravillosos mundos que se ocultaban entre sus amarillentas hojas. El primer libro que había leído, aun lo recordaba, era el mismo que su madre le leía antes de dormir.

‘Un armario de libros es el más hermoso de los jardines. ¡Y un paseo por sus estantes es el más dulce y encantador de los paseos!’, decía Las Mil y una Noches y Draco estaba totalmente de acuerdo con ello. Aunque, quizá, un paseo con Potter, bajo las estrellas, sería aún mejor que aquello.

El rubio volvió a pasar sus dedos por los lomos de los libros aspirando el olor a cuero viejo. Merlín, como extraña aquellos días de paz en los que solo importaba cuantas golosinas le había traído su madre de El Callejón Diagon, o cual sería el nuevo modelo de escoba que saldría el próximo verano.

Ahora tenía que preocuparse de mantenerse con vida por ese hermoso bebe que estaba pateando muy fuerte desde dentro, y por ayudar desde las sombras al gilipollas de Harry Potter a salvar el mundo. Oh, pero, por supuesto, cuando eso pasara, todos correrían a levantar a Potter en hombros y a él lo meterían a prisión, eso estaba más que claro.

Draco reviso libro tras libro, volumen tras volumen, pero no encontraba nada que mencionara los Horrocruxes. Se hablaba de hechizos tan poderosos que si se hacían con la destreza necesaria, podrían acabar con un dragón de un simple golpe. Otros mencionaban mover casas completas de lugar, o mansiones si así se deseaba. Encontró el extraño hechizo que mencionaba como hacer que la lluvia hablara. Otro que prometía una lluvia de oro bajo la luz de la luna. Atardeceres eternos. Silencios infinitos. Hechizos sin importancia, otros que prometían, literalmente, las estrellas. Alguno que mencionaba como atrapar el sol con las manos. Pero de lo que el buscaba ni sus luces.

Se daba por vencido cuando encontró la palabra navegando en el universo de letras de un viejo libro que le mencionaba, pero no explicaba que eran. Más abajo, y antes de que Draco lanzara el libro a la  chimenea, descubrió la referencia que buscaba.

La Magia Negra de la Sangre por Dushan Vuk.

Rogando a todos los dioses habidos y por haber, Draco se entregó a la tarea de encontrar aquel libro entre los estantes, y en la esquina del estante más alto, allí lo encontró, a la sombra del olvido: un libro alto y ancho pero de pocas hojas, que tenía en su interior dibujos de trazos extraños, figuras geométricas imposibles y palabras en lenguajes extraños que parecían hechos con sangre en lugar de tinta.

Y, sin prestar demasiada atención a aquellos hechos tan desagradables, y al porque en aquella biblioteca familiar se encontraba semejante ejemplar, Draco se puso a leer con avidez. Así fue como descubrió lo que eran los Horrocruxes y para que servían y la idea le aterró. La idea de que alguien usara la muerte de una persona para dividir su alma, le parecía de lo más espantoso.

Y de pronto, cuando recordó las charlas que habían mantenido Potter y sus amigos, su mente hizo clic, y todas las piezas encajaron en el gran Puzle: los Horrocruxes, el guardapelo que tanto se preguntaba Potter donde había quedado tras la muerte de su director… siete objetos de gran valor para Voldemort. Y según su prometido, el diario de Tom Riddle era uno. El guardapelo era otro. Pero, ¿qué más podían ser los otros?

Según la Sabelotodo Granger, podrían ser objetos de valor de las casas de Hogwarts porque Voldemort había estudiado allí. Pero el guardapelo no era ningún objeto de Hogwarts. Así que podría ser cualquier cosa. Y pensándolo bien, la copa también debió ser un Horrocruxe ya que de ella también había salido algo maligno al momento de romperse. Draco no estaba seguro de ello pero vería la manera de confirmarlo. De ser así ya serian tres Horrocruxes destruidos.

Draco se sentó sobre la estera, apesadumbrado. Aquello podría bien llevarles años. ¿Cómo se le había ocurrido a Dumbledore morirse justo cuando más le necesitaba su Harry? Vale, no había sido exactamente decisión suya, pero tampoco era que Draco tenía la culpa… de todo. El solo había puesto la botella en el momento y lugar equivocado. Además tampoco era que el supiera que a Dumby le gustaba beber en horas de trabajo. Venga, que ni siquiera sabía que le gustaba beber.

Pero, volviendo a temas serios… (Draco se imaginaba que el epitafio de Dumbledore pondría algo así como Estoy aquí en contra de mi voluntad. Y Draco Malfoy sabe de lo que hablo. Dumby R.I.P.), ¿dónde Dementores estarían los demás Horrocruxes? (¡Tendría que destruir la lápida del maldito viejo bocazas!, pensaba Draco, con determinación, el ceño fruncido y un puño en lo alto). Pero de momento…

Draco escondió debajo de su túnica aquel libro maldito, y regreso a su habitación sin contratiempos. Una vez ahí, volvió a ponerse el anillo después de guardar el libro bajo el colchón, y se encontró de nuevo frente a Harry Potter. Pero lo que descubrió no le gusto en lo absoluto. Estaban rodeados de carroñeros, y él sabía que ese muchacho que se hacía llamar Duddley Vernon, en realidad era el, Harry Potter, aunque tuviera desfigurada la cara de aquella manera tan horrenda (que Draco esperaba no fuera para siempre). E impotente vio cómo se los llevaban a todos, como eran arrastrados por aquellos inmundos seres que se llamaban a sí mismos magos, pero que no eran más que parias y mierdas humanas.

Con el corazón a punto de estallarle en el pecho, Draco escuchó que los hombres le llevarían a la mansión Malfoy y este se apresuró a quitarse el anillo. De vuelta en su habitación, cogió papel y pluma y escribió a prisa unas cuantas líneas. Dobló el papel y lo guardo dentro del Guardapelo que cerró con magia, y se lo hecho al bolsillo.

Draco bajo las escaleras a prisa, recibiendo una reprimenda muda de su madre por hacer algo tan peligroso en su estado, pero el muchacho solo se encogió de hombros.

 

 

Narcissa le miro con preocupación; se notaba más delgado y pálido que otros días y eso era algo muy malo para su estado. Ya se imaginaba por donde iban los tiros. Últimamente su hijo no había salido de su habitación ni para comer. Ella le había estado llevando la comida hasta su cuarto, cosa que no había tomado a mal debido a que sabía cuánto odiaba a los nuevos invitados.

Pero ahora se daba cuenta de todo. Debió pensar que Draco no lo dejaría pasar, que no se conformaría con ver a Potter una vez a la semana o al mes. Que le amaba tanto que se dejaría consumir por la magia de aquel anillo y lo peor aún, era que si seguía así, corría el riesgo de poner en peligro la vida de su bebe, y hasta la de él. La muy tonta de su hermana le decía que lo dejara en paz, que el niño estaba pensando en su futuro como líder de los Mortifagos cuando Voldemort se retirara a descansar en alguna playa lejana tomando whiskey de fuego con sombrillitas incluidas. Pero ¿es que el tío no pensaba en morirse?, pregunto Narcissa a su hermana, que miraba una foto en movimiento de su adorado Voldemort, asesinando niños una y otra vez en un momento que duraría para siempre, y enseñando una enfermiza sonrisa. ¿Morirse?, dijo Bellatrix, con ojos como platos. Pero ¿Qué cosa es eso? Claro que no, tontita. Voldemort vivirá para ver a la tierra convertirse en estrella y viajara con ella hasta el infinito donde se volverá un radiante sol. Narcissa rio de lo romántica que era su hermana cuando estaba enamorada. Pero, como siempre, se enamoraba del equivocado.

Y ver a su hijo ahí, parado en medio de la sala, como si esperara algo nerviosamente, moviendo el talón de su pie derecho con ansiedad…

Cuando el jaleo se armó en la sala de estar de su mansión, con gritos de algarabía y otros de rabia, y Draco se sostuvo del sofá para no perder la fuerza, supo que su hijo estaba esperando aquello. Narcissa supo que su hijo planeaba algo. Pero antes de poder  acercarse a su hijo, para preguntarle, este se dirigió hacia la sala, con la expresión más aterrada que Narcissa le hubiera visto en su vida y se fue tras él. Lucius, que acababa de aparecerse, le dedico una extraña mirada y ambos siguieron a su hijo.

Lo que Narcissa encontró le causó un escalofrío a la mujer: tres Carroñeros que sostenían a tres chicos, dos varones y una chica. La chica le era bien conocida. Era Hermione Granger, la sangre sucia. El otro era un chico pelirrojo que tenía la cara llena de pecas. Un Weasley. Pero no cualquier Weasley, sino Ronald Weasley. Y el tercero… el chico con la cara desfigurada a la que su hijo estaba viendo con el corazón en la mano… ese debía ser Harry Potter. Lucius volvió a buscar su mirada y si  no le conociera tan bien, Narcissa hubiera podido jurar que el hombre también estaba sintiendo escalofríos.

Bellatrix se acercó a ellos, con una sonrisa lunática. Los Carroñeros esperaban una jugosa recompensa por esos tres y aseguraban que el desfigurado chico era Harry Potter porque tenía una rara cicatriz en la frente, sospechosamente familiar a la del Niño que Vivo. Y Bellatrix le lanzaba miradas de triunfo a su hermana, le sonreía en busca de compartir aquel momento sagrado en que por fin tenían a San Potter en bandeja para el Señor Tenebroso.

Si ella estaba muerta de miedo, no quería saber lo que estaba experimentando su hijo. Su hijo, que intentaba desviar la mirada del muchacho al que estaban torturando los Carroñeros. Y de pronto paso lo que tanto temía Narcissa. Bellatrix le pidió a Draco que identificara a Potter, porque era el que mejor le conocía de todos los presentes. Y Narcissa quiso reír porque su hermana no sabía cuanta verdad contenían aquellas palabras.

 

 

Draco se dejó empujar por su tía, que le enterraba las garras en los brazos, por la emoción que sentía. Su corazón estallaba en sus oídos y al rubio le daba miedo que los demás pudieran escucharle. Los ojos de Potter se clavaron en los suyos, como puñales. Los ojos de Potter que eran pozos de aguas profundas, de verdores infinitos, de nirvanas opalescentes, de brillos tangibles y amor eterno. Y Draco supo que no hacían falta libros con hechizos para acabar con un dragón de un solo golpe, o  para hacer que la lluvia hablara, o que callera una lluvia de oro bajo la luz de la luna o para tener atardeceres eternos y silencios infinitos. NI siquiera para bajar las estrellas o atrapar el sol con las manos. No hacía falta ningún hechizo, porque en los ojos de Harry estaba todo eso. Y Draco soltó un gemido que no pudo esconder. Quiso no volver a cerrar los ojos. Deseo detener el tiempo en ese instante y perderse en aquellos ojos por siempre.

-        Mírale bien, Draco – exigió Bellatrix, sosteniendo la cabeza del rubio muy cerca del moreno, para que no perdiera detalle. Tan cerca que Draco rozó por un momento los labios hinchados del Gryffindor. Tan suave como una caricia. Draco cerró los ojos para intentar que aquella lagrima suicida no saliera de ellos - ¿Es el, Draco? ¿Es Potter? – preguntaba la bruja, de forma casi infantil.

-        No te presiones – dijo Narcissa, al lado de este, con toda la frialdad que no sentía, y después se dirigió a su hermana - , si te equivocas el Señor Tenebroso nos hará pagar caro por esto.

Potter se tensó visiblemente ante las palabras de Narcissa, pero Draco no quería prestarle atención a eso ni a Granger o a Weasley, y aun sin verles sabía que estaban aguantando la respiración. No tendría otra oportunidad, así que cogió lentamente el guardapelo de su bolsillo y lo introdujo en el bolsillo de Potter, que si se dio cuanta no dio señales, e intento susurrarle lo más claro posible un Coge mi varita. El moreno se le quedaba viendo sin pestañar y Draco comenzaba a desesperarse porque no sabía si le había entendido.

Pestañea si me has entendido, susurró de nuevo, y Potter pestañeó. Con un esfuerzo inconmensurable y en contra de toda su voluntad, Draco se alejó de él y se dirigió a su tía.

-        No es él. No es Potter.

-        Pe-pero… ¿estás seguro de ello, cariño? Mírale bien – ordenó la bruja, desesperada.

Y en un descuido, Potter se deshizo del agarre del Carroñero, cogió la varita de Draco y agarro a este como rehén. Los Mortifagos y Carroñeros intentaron lanzar hechizos pero Lucius se los impidió, inmovilizándoles con su varita.

-        Ni lo soñéis – dijo la Narcissa, ahora también apuntando ella a los hombres, con mirada fiera -. No mientras Draco este en medio. Bajad vuestras armas.

-        ¡Cissy! – dijo Bellatrix, con su aguda vocecilla chillona, pateando el suelo -. ¡Es necesario! ¡Lucius!

-        No lo creo – impugnó Malfoy, dando un paso al frente, decidido, seguido por su mujer.

Y mientras los Mortifagos y carroñeros miraban de una bruja a otra y Malfoy, Harry aprovechaba para abrazar a Draco contra sí, para susurrarle un Te he extrañado al oído, y para acariciar su pancita que ya era difícil esconder. Draco sintió al instante como Scorpius, dentro de su cuerpo, bailaba la danza de la felicidad por que su progenitor estaba de vuelta con él.

-        ¡Venid conmigo! Todos – susurró Harry Potter a Draco Malfoy, que sentía que se derretía como el oro fundido sobre el fuego –. ¡Soltadles! – ordenó hacia los demás en referencia a sus amigos.

-        Haced lo que dice – dijo Narcissa, aun apuntándoles.

-        ¡Pero Cissy! – pataleó aún más fuerte la morena.

Nadie le prestó atención a la bruja que se halaba los cabellos y maldecía en algún idioma ancestral conocido únicamente por las ostras. Los carroñeros soltaron a Ron y a Hermione y de inmediato cogieron las varitas de dos de los Mortifagos.

-        Venid – dijo Potter, a sus amigos, que de inmediato se reunieron a su lado. Harry le susurro algo al oído a Granger, y esta cabeceó -. Vosotros, seréis nuestro salvoconducto.

Hermione Granger apuntaba con su varita a Narcissa y a Lucius Malfoy para que se acercaran a ellos, mientras Ron y Harry apuntaban a los demás. Los esposos se miraron uno al otro, y después obedecieron. Y una vez que estuvieron cerca de ellos, Potter le ordeno a Malfoy que los desapareciera de la mansión.

Bellatrix rio a carcajadas ante aquella insinuación. Estaban más locos de lo que creía si pensaban que iban a poder desaparecer así como así de la mansión. Pero para su sorpresa, vio cómo su cuñado le sonreía burlonamente, y vociferaba un Accio Traslador. Bella vio como la copa de cristal volaba directamente a la mano del rubio mayor. La bruja no podía permitirlo. Eran su familia, pero a fin de cuentas ella no había escogido a su familia. La bruja saco de su sexy liguero (lástima que no estaba Voldy para verlo) una daga que arrojó diestramente al momento que desaparecían los traidores.

La mujer vio con satisfacción como  la daga se clavaba en la blanca carne antes de desvanecerse y dejar un vacío. Sonrió para sí misma.

La familia cada vez se hace más pequeña, querida hermana.

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Espero que os haya gustado, si no, ya sabeis, podeis lanzarme lo que querais que no me dareis porque estoy detras de un ordenador, escondida, jaja. No. Pero sois libres de escribirme lo que querais!!!!! Besitos y abrazos. Os quieroooooooo!!!!!


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