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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

Holaaaaaaaaa todos, espero que tengais un excelente dia!!!!!!

Este cap me ha quedado algo corto, y por mas que trato de terminar la trama, algo ocurre y los capitulos se alargan junto con la historia, pero no os asusteis, de que se acaba se acaba!!!!!!

Enormes saludos a Sexypanda, Fer, Nel, alex luna, Die Potatoe, dark moon y salo reyes!!!!!!!!!!!! Gracias inmensas por todo vuestro apoyo!!!!!!

Os quiero a todos y todas por leer y por vuestros comentarios!!!!!

Sin vosotros no soy nada.

 

 

-   El señor Taza de té.

-   ¿Me lo estas presentando, acaso?

-   No, Señor, su Tetaza.

-   ¿Mi qué? – dijo el hombre, con ambas cejas levantadas, cubriéndose el pecho con las manos, en una pose escandalizada.

-   Mi taza, su señor té.

-   Colagusano, recuérdame por qué te sigo manteniendo con vida – dijo Voldemort, cogiendo la taza de té, que su sirviente le ofrecía sobre un platito de porcelana rosa, tan temblorosamente que más de la mitad del líquido había caído en él.

El hombrecillo nervioso levantó una temblorosa mano negra y la giró en el aire, frente a la cara de su señor.

La habitación estaba en penumbras, solamente iluminada por velas que flotaban, encantadas, en el techo. Voldemort estaba sentado en su sillón predilecto, muy cerca de la chimenea apagada, con las piernas cruzadas. Nagini dormitaba a sus pies, cómodamente enrollada alrededor del sillón de Voldemort (aunque se notaba ciertamente incomoda con los gritos de la bruja, no porque le dolieran de algo, sino porque no le dejaban dormir), mientras Voldemort, que bebía sorbo a sorbo de su taza de té,  y mantenía su varita en su regazo, le acariciaba la cabeza con delicadeza.

-        Claro, claro, y ahora me lo recordaras toda mi puta existencia, ¿no? Que me he cargado tu mano  para salvarme la vida y blablablá y todas esas estupideces. Pues déjame decirte – dijo el hombre, tras beber un sorbo de su té. El hombrecillo se encogía más con cada palabra, mientras que sus facciones se distorsionaban en un gesto de dolor anticipado – que te he hecho un gran favor, porque esas manos tuyas son un desastre. Así que estoy pensando en cortarte la otra para dársela de comer a Nagini, y obsequiarte con un garfio. A ver si así dejas de tirar tanto mi té.

La serpiente alzó su cabeza al reconocer su nombre, y sacó si bífida lengua en dirección al hombrecillo.

-        Claro, Mi Señor – chilló Colagusano, escondiendo de inmediato su mano de carne tras la otra -. Como usted diga mi Señor.

Nagini movió su cabeza con hastío, de un lado al otro. Estaba comenzando a sentir tremendas ganas de morder algún pie o algún brazo como no le dejaran dormir.

-        Así está mucho mejor, Colagusano. Eso de que te largues a llorar como una rata me fastidia tanto, como no tienes idea. Me causa un puto dolor aquí, entre oreja y oreja que a veces me pregunto por qué no se me han caído. ¿Os imagináis? – dijo el hombre, en dirección de la mujer que tenía a sus pies, y después hacia el hombrecillo rata, con una gran carcajada. – ¿Os lo podéis…? ¡Crucio! No, claro que no. Mi hermosura no tiene límites – aseguraba el hombre, con una sonrisa chula, bebiendo de su taza, y apuntando con su varita a la mujer que se retorcía como pez electrificado -. ¿Cuántos crucios te he dado ya, Bellatrix?

-        ¿Mil, mi Señor? – dijo la mujer, con el cabello humante y uno de sus ojos cambiaba de dirección, separándose neciamente del otro, que más tarde le seguía.

-        ¿Mil? ¿A caso no sabes contar? – dijo Voldemort, con sorna -. Colagusano, dile cuantos Crucius le he dado.

-        ¿D-d-d-diez, mi Señor?

-        D-d-d-diez, Bellatrix. D-d-d-diez – imitó el reptil, arrugando la cara para parecerse más al hombrecillo – ¡Por Dios! ¡Que por eso vamos perdiendo la guerra! Mis lacayos no saben ni contar.

-        Señor, ¿Va-vamos perdiendo la guerra?

-        Es un decir, tontito – dijo Voldemort, a Colagusano, que se acercó lo más posible a la pared, temiendo que los crucios cambiaran de dirección -. Ahora, se una buena rata y ayuda a esta pobre mujer a ponerse en pie. Pero antes…

Voldemort levantó su pie y lo puso a la altura de la cara de la bruja, que tenía lágrimas en los ojos. Viendo aquel gesto, la mujer, con la mirada brillante de emoción, quito los zapatos de su señor, con manos temblorosas y se deshizo en besos que repartió a todo lo largo del pie del Señor Tenebroso, llena de felicidad absoluta.

-        Así está mejor, mi querida Bella. Mi querida Bella. Y asegúrate de, la próxima vez que tengas a Potter en tus manos, no dejarlo ir con toda la familia Malfoy.

-        Claro, mi Señor, por supuesto, mi Señor, soy suya, mi Señor…

-        Ya, largaos de una vez, que me ponéis de mal humor.

-        Sí, mi señor- dijeron Colagusano y  Bellatrix, a coro, haciendo reverencias exageradas, para salir de la habitación-, sí, mi amo.

Voldemort dejó de lado la taza vacía, para ponerse de pie, encendió la chimenea y se dirigió a la ventana. Las cortinas de terciopelo negro eran horteras para el hombre. Es decir, negras, está bien, pero ¿por qué coño terciopelo? Acaso no existía el bordado inglés, la seda, el brocado, el lino, las lentejuelas… Dios, había tanto de donde cortar que se le hacían nudo las tripas. ¿Y se hacían llamar gente con clase? Puff. Voldemort se había sentido con ánimo para matar a alguien, pero aquellas cortinas le quitaban las ganas. Deslizó sus dedos por el frío material y acercó las rendijas que tenía por nariz, a ellas. Estornudo tan fuerte que pensó que el cerebro se le saldría por la nariz. Laminas finas de cerebro para que cupiera por ellas. O como batido de cerebro. Voldemort se descubrió pensando en un batido de cerebro, con una pajilla para beber. Iagh. Su imaginación a veces tocaba fondo. Espeluznantemente.

Como cuando se imaginó a si mismo besando a Dumbledore mientras mataba a Harry Potter. No tenía una pajolera idea de porque había pensado en eso, pero el escalofrío que le había recorrido, había sido tanto de dolor como de placer. Ahora el puñetero viejo estaba muerto, frio en esa tumba olvidada de la mano de Dios. ¿De  qué mierda le había servido tener a Potter? ¿De qué mierda le sirvió el anunciar a todo el mundo mágico que tenían un salvador, si a él no  le había podido salvar?  A él no le hacían tonto. Draco Malfoy no le había matado. Apostaría sus pelotas si no se le hubieran caído en algún momento de su transformación. Si, el Señor Tenebroso, el GRAN SEÑOR TENEBROSO ya no tenía pelotas, ¿y qué? Él no las ocupaba. El seria inmortal, no necesitaría descendencia para asegurar su legado. Eso era de los débiles seres humanos. Seres incapaces de entender el gran poder que tenía en sus manos el Señor Tenebroso.

Pero ¿quién decía que ser El Señor Tenebroso era algo fácil? Voldemort estaba consiente de toda la clase de apodos que recibía ante su carácter álgido, e incluso algunos le divertían como el de ‘Quien tu sabes,’ o ‘El que no debe ser nombrado,’ o ‘El Innombrable.’ Otros que le gustaban y que le subían el ego, como “El Amo de las Tinieblas” o “El Gran Mortifago.” Pero esos que le llamaban “Voldy” o “Lord Kakadura”, o “El hombre sin nariz”… esos merecían la muerte más violenta concebida jamás. ¿Que no sabían que él era un ser sensible? ¿Qué debajo de tanta belleza y de tanta perfección había un ser tierno y vulnerable que solo quería que le permitieran amar y matar en paz?

No, ellos no podían entenderlo. Sabía que toda figura de autoridad, como era su caso, era descrita con toda clase de calificativos y apelativos por causar represión, y hasta miedo. Pero sabía también que no podía ser de otra manera. Es decir, nadie más lo haría, nadie tendría los huevos de hacerlo (aunque el ya no los tuviera, claro).

-        Nagini… ven aquí.

La serpiente, que ya se estaba quedando dormida, se arrastró hasta donde su amo le llamaba, y se irguió sibre su panza, para estar a la altura del reptil humano.

-        Huelessssss essssssssto – ordenó Voldemort, acercándole la cortina al animal, que hizo lo que su señor le pedía y sacudiendo la cabeza como si algo se le hubiera atorado en la nariz, estornudo tan fuerte que varias gotas de saliva dieron contra la cara de Voldemort, justo cuando comenzaba a reírse. De inmediato el mago puso cara de poquer y la serpiente hizo un gesto que si hubiera sido humano, hubiera significado un levantamiento de hombros.

-        Recuérdame cambiar todas las cortinas, Nagini – dijo el hombre, con fastidio, a la serpiente, que asintió con su cabeza, pero de inmediato la volvió a dejar sobre su escamoso cuerpo para intentar seguir durmiendo. Nagini no entendía el humor de los humanos. Pues, que les dieran. ¡Que les dieran a todos!

Después de esa broma fallida, Voldemort se sentó pesadamente sobre su sillón. No había mentido cuando había dicho que le dolía la cabeza. Poniendo los dedos índices en sus sienes, comenzó a masajear en círculos. No había magia suficiente mente poderosa como para quitar aquel dolor de mierda que siempre aparecía cuando alguno de sus sirvientes la cagaba en serio. ¡Y aun así nadie  le entendía! Se le acusaba de misoneísmo, de belicoso y de estar a favor de la estratificación, como si no tuviera suficiente con los grupos de presión. Pero no podía culpar de todo a esas almas en desgracia que habían perdido el camino, lo suficientemente torpes e incultos -a pesar de todos sus esfuerzos- de no entender la importancia del patrón cultural que debía regir sus vidas. Voldemort había observado de cerca la anarquía que podía ocasionar la aculturación cuando no se seleccionaba con cuidado a quien se quería tener por vecino.

No. Nadie le entendería. Solo su gran mente era capaz de hacer andar los engranajes correctos para que el mundo girara en la dirección correcta. Solo él y su magnanimidad.

Sentado de nuevo en el sillón, llamó a Colagusano con la campanilla de plata de Malfoy, y este apareció en la puerta, como siempre, encogido y tembloroso.

-        ¿Me llamaba, mi Señor?

-        Por supuesto, Colagusano. Quiero que me traigas mi osito y mi chupetín. Y cierras bien la puerta que Nagini y yo tomaremos una siesta.

La serpiente, desde su sitio, volvió a levantar la cabeza y asintió vehementemente, emocionada porque por fin podría dormir.

 

 

 

 

Narcissa miró a su alrededor, intentando reconocer donde habían sido trasladados. Había un campo abierto, y más allá, a la distancia, una casa de varios pisos, construida como si alguien tuviera muchos hijos y deseara deshacerse de ellos lo más rápido posible. Se percató que el pecho le dolía mucho. Quizá fuera solo el susto. Pero no había tiempo de quejarse de nada, por más fuerte que fuera aquel dolor. Ignoró a su hijo cuando nombró a Potter y se le abrazó como una sanguijuela se pega a la piel. Después tendría todo el tiempo del mundo para… hacer todo lo que no había hecho con Potter, pero ahora debían concentrarse en escapar, en esconderse de Voldemort.

-        ¿Porqué estamos aquí?- preguntó un cabreado Weasley. Seguramente ya había reconocido el lugar. Y como no, si aquel lugar debía reconocerse desde el espacio y a simple vista. Esas formas y esas edificaciones imposibles… -. ¿Por qué nos ha traído a la Madriguera? – preguntó el pelirrojo, cogiendo a Lucius del cuello de la túnica.

-        El traslador estaba hechizado así – dijo el hombre, con la voz tranquila -. Fue el único lugar donde se me ocurrió que Draco podría recibir ayuda confiable si era necesario.

Narcissa ya lo había pensado, pero jamás se había atrevido a proponérselo a su esposo. Estar preparados para sacar a Draco de la mansión, cuando fuera necesario eso era de lo más obvio. Los Weasley eran una familia de lo más confiable, pero se les estaba poniendo en riesgo y era lógico que el pelirrojo reaccionara de esa manera.

De pronto la vista se le nublo, y Narcissa sintió que las piernas se le doblaban, que la gravedad era más fuerte de lo que jamás había sido y que la tierra le reclamaba. Intentó sujetarse de su esposo, cogerle el brazo, pero sus manos no tuvieron la fuerza para ello.

¿Qué estaba pasando? Se miró la sangre en la túnica. El rojo brillante contrastando con el verde oscuro. Pero ¿de dónde venía aquella sangre? El grito aterrado de Draco y las manos sujetando su pesado cuerpo fueron lo último que recordó Narcissa al caer al suelo, sobre el pasto, y perderse en la negrura de una noche que parecía infinita.

 

 

Narcissa no podía abrir los ojos, no tenía fuerza para llevar a cabo semejante simple acto, pero escuchaba los gritos de Draco y podía sentir sus manos que se aferraban a su cuerpo, aun cuando la mujer pelirroja hacia todo lo posible por separarlo. También escuchaba a Potter y a Lucius, suplicando al rubio que dejara que la mujer actuara, que le dejara salvar la vida de su madre. La oscuridad volvió y se llevó con ella todo rastro de luz, de sonido y de pensamiento que acosara a Narcissa.

Cuando Narcissa pudo por fin abrir los ojos, vio a su ángel rubio sentado a su lado, con la cabeza gacha y un ligero sonido que le indicaba a la mujer, que su hijo estaba profundamente dormido. Estaba roncando. Lucius estaba en la puerta, de pie, mirándole. Al percatarse de que estaba despierta, se acercó a ella y se agachó para darle un beso en los labios.

-        No hables – dijo su esposo, acariciando su frente suavemente, con su pulgar -, la herida pronto sanara, pero no debes intentar hablar. Debes descansar todo lo que puedas. Fue una suerte que ese cuchillo no entrara más a la izquierda, que ya no lo estaríamos contando. Pero, vale, que no podrás jugar a la pata coja por un tiempo, pero ya lo arreglaremos.

-        ¿Me haréis otro corazón? – preguntó Narcissa, con voz suave, mas como el murmullo del viento.

-        El tuyo vale por mil – dijo Lucius, cogiendo la, apenas cálida, mano de su esposa, para besarla con reverencia –. No habría forma de replicar semejante joya. – Narcissa sonrió, conmovida por el amor que su esposo le profesaba. El hombre de los cabellos rubios y las miradas dulces, el hombre que se revelaba ante ella como un niño asustado cuando nadie le veía, ese era el hombre que ella amaba -. Me has asustado, cariño. Te debo suplicar que no lo vuelvas a hacer. Y por supuesto, estas avisada, cuando vea a Bellatrix, y la tenga a la distancia adecuada, le lanzare el mismo cuchillo, pero será entre los ojos. Así que no trates de detenerme.

-        ¡Que detenerte, ni que ocho cuartos! – exclamo Narcissa, y de pronto una ronca tos le sacudió la garganta.

-        Te he dicho que no hables, querida.

-        Solo quería hacerte saber – dijo suavemente la bruja, entre otro ataque de tos -  que yo seré la que lance el cuchillo, porque tengo mejor puntería que tú.

-        Mm – musitó el hombre, moviendo su cabeza en una afirmación más que convencida -, como estas en estado crítico, y no debo hacerte enfadar… me parece que tienes toda la razón, cariño.

Lucius sonrió y volvió a besar a su mujer, de forma apasionada, sintiendo que el miedo de la perdida, menguaba poco a poco.

 

Molly Weasley pelaba patatas sobre la mesa, mientras retaba a su hijo por enésima vez, el haberse marchado de la noche a la mañana con Harry y Hermy. Sentados a la mesa, los aludidos, con la cabeza gacha, a excepción de Potter, que estaba abrazado a Malfoy por la espalda (y que tenía sus manos aferradas al hogar temporal de Scorpius) y del rubio, que hipaba y lloraba desconsoladamente, mientras comía las Ranas de Chocolate que la amable señora regordeta, la mama de los pelirrojos, según tenía entendido este último, le había obsequiado muy amablemente para el susto. Era más que obvio que a esas alturas de su vida, la anciana mujer (Harry insistía en que no estaba tan anciana, pero Malfoy estaba seguro que sí) estaba al tanto de que en su vientre se estaba cocinando algo, y no eran precisamente bollos. Por supuesto, aquella era una afirmación muy vulgar para referirse a Scorpius, pero era algo que no pensaba discutir con ella, ya que, debajo de esa sonrisa angelical había algo que erizaba la piel del rubio, y algo de ello tenía que ver que la mujer, apenas ver a su hijo Ron cruzando la puerta, le había corrido a abrazar, con sendas lágrimas en los ojos, y un segundo después de decirle cuanto le amaba, le había cogido por la nariz y le había sentado a la mesa, como si fuera el mismísimo Voldemort haciendo de la suyas. Es decir, el tío se había fugado de casa, era cierto, pero lo había hecho por el bien de la comunidad, no solo porque sí, aunque la mujer no tuviera una puñetera idea de ello. Y a todo eso, el rubio no entendía porque no estaba feliz de ver que castigaban al pelirrojo. Tiempo atrás se hubiera hecho con la fuente de las golosinas y se hubiera sentado en primera fila para ver como la comadreja lagrimeaba del dolor de narices que su madre le había dejado, mientras que el hombre de la casa, el señor Weasley, solo sonreía. Aquella si que era una familia disfuncional.

Pero regresando al rubio, que era abrazado por Potter y que comía todas las ranas que tenía a su alcance, mientras murmuraba quien sabe qué clase de amenazas a su Adorada tía ya no más, estaba pensando en usar un revolver para matar a su tía. En realidad, Draco jamás había visto una de esas cosas Muggles, solo sabía lo que Pansy le había dicho: que era un arma y muy eficaz. Pero debía ser algo extremadamente grande porque según Pansy tenía una recamara dentro. El rubio era incapaz de imaginarse porque un arma tendría una recamara dentro, pero esperaba que fuera espaciosa y elegante.

Draco admiró la humilde casa de los Weasley. Le parecía que aquella era una casa de locos. Además de todas las cosas Muggles amontonadas por aquí y por allá (claramente  nadie en aquella familia sabia para lo que servían aquellos armatostes y el rubio no pensaba averiguarlo), había un olor como a comida mesclado con algún raro perfume que no identificaba de nada.

Potter, por su lado, se veía feliz, más feliz que nunca en su vida. Tenía una sonrisa tatuada en los labios y un gesto de estupidez permanente. Cualquiera se hubiera asustado de verle sonreír de aquella manera tan monomaniaca… pero que ya no era mono maniático. Ya no más, ahora era bi maniático, porque había dos Malfoys que le traían loquito y lo que le sigue.

Ronald le había pedido a su madre que dejara de llorar, a lo que la mujer respondió que no podía dejar de hacerlo porque estaba picando.

-        Pero si no estás picando cebolla – dijo Ron, exasperado -. Estas picando patatas. Las patatas no hacen llorar.

De pronto una patata salió volando directamente a la cabeza de Ron, y este lanzo un chillido de dolor.

-        ¿Has visto como si hacen llorar? – pregunto la bruja, con cara de satisfacción.

 Cuando el tema de la huida se puso intenso, y se extendió a todo el grupo, Hermione no sabía dónde meterse, cohibida ante el regaño de la señora Weasley, a quien Ron había intentado convencer de que la chica no tenía la culpa de nada, que se había fugado con él porque estaba en estado, y que si quería castigar a alguien, que lo castigase a él, cosa que la castaña negaba rotundamente con un sonrojo radiactivo y asesinando a alguien mentalmente mientras también  le estrangulaba mentalmente, y no había que ser adivino para saber que era a Ronald Weasley a quien la chica se moría por asesinar. Cuando la señora Weasley, sin dejar de llorar, preguntó a Ron si, ya que Harry también se había marchado con ellos, era que también le había embarazado a él, cosa que hizo que fuera el pelirrojo quien negara rotundamente esta vez y que el rubio mirara con ojos de cuchillo a Potter. Este de inmediato levantó las manos para decir un fuerte y claro, A mí ni me miréis, gracias.

Por su parte, la pelirroja menor de la familia no estaba por ningún lado y eso era bueno, pensaba Harry, que no tenía la gana de que su rubio se enfrentara cara a cara con la ex huérfana de padre y madre. Potter suspiro al recordar aquello. Que días aquellos. Harry aún se preguntaba porque su rubio seguía sin recordad nada, pero de momento era lo de menos, que había que encargarse de un montón de cosas para la muerte final de Voldy.

El señor Weasley estaba charlando alegremente con Harry, cuando Lucius apareció con un gesto adusto, admirando de igual manera la casa de los pelirrojos que tanto odiaba. Una ceja al techo y una nariz arrugada no eran la mejor forma de dar las gracias a quien acababa de salvar la vida de su mujer, pensaba Harry.

El rubio mayor dirigió su mirada hacia Harry Potter, que seguía pegado a su hijo, y entrecerró sus azules ojos. Incapaz de seguir mirando a su hijo en aquella posición tan… chocante, desvió su mirada a la mujer pelirroja, que hacia alguna clase de estofado, y después al pelirrojo mayor, quien también le veía, con una seriedad inusitada en el amable hombre.

-        Arthur… Weasley – dijo Malfoy, con un ligero cabeceo, que bien se podía interpretar como un saludo. Sus labios se extendieron en una sonrisa tensa que duro menos de lo que tardo en formarse -. ¿Serias tan amable de dedicarme unos minutos de tu tiempo?

-        Por supuesto que sí, Malfoy – dijo el hombre medio calvo, con otra sonrisa forzada. Se puso de pie para guiar al rubio al jardín, donde un sol moribundo dejaba una estela en el cielo crepuscular.

Mientras ambos hombres se perdían por la puerta, Draco intento separase de Harry, pero como parecía que le habían pegado con cola, tuvo que arrastrarse hasta la habitación donde descansaba su madre, con Potter a cuestas.

El silencio entre Weasley y Malfoy era muy desagradable para ambos. A Lucius no se le ocurría que decir, y Arthur no parecía muy dispuesto a ayudarle con eso.

-        Esto… No había tenido el placer… de estar en tu casa, Weasley – dijo Lucius, siguiendo al hombre hasta una mesa de madera desvencijada a la que le faltaba una pata y que claramente se sostenía a base de magia.

-        Claro que no, no suelo invitar a cualquiera a mi casa – musitó el pelirrojo, muy bajo, pero por la cara de Malfoy supo que este le había escuchado y, apenado, Arthur decidió ser más amable con el pobre hombre. Pobre hombre mis polainas, dijo una vocecilla molesta en su cabeza, pero el mago decidió no hacerle caso en ese momento.

-        Yo… sé que he venido sin ser invitado, he puesto a tu familia en peligro y esa jamás ha sido mi intención.

¿Jamás?, pensó en preguntar Arthur. Pero, ¿estás seguro de lo que estás diciendo? Porque muchas veces me ha parecido lo contrario, pero siguiendo la vocecilla que invitaba no ser maleducado, guardo silencio y asintió.          

-        Nadie te está acusando de nada - dijo Weasley, lo más convencido que pudo de ello -. Ha sido un momento de necesidad que cualquiera puede pasar. Ha sido algo imprevisto, no tienes que disculparte por eso. ¿Deseas algo de beber? Tengo jugo de calabaza, cerveza de mantequilla, whiskey envejecido de Ogden, y un antiquísimo Ron de Grosella, que guardo desde que ha nacido Ron, porque los gemelos se lo pasaban molestándolo con el nombre.

-        Una cerveza de mantequilla estará bien – dijo el rubio, sorprendiendo a Weasley.

Sobre la mesa aparecieron dos botellas de cerveza y cada uno cogió una. Lucius destapó la suya y bebió largamente hasta que quedo solo el fondo. Arthur, por su parte, le miraba con la boca groseramente abierta.

-        Debo pedirte una sincera disculpa por todos los… malentendidos que hemos tenido – aseguró Lucius, acomodando un mechón de su cabello lacio, que se había separado de los demás, para cubrirle un ojo -. Debes saber que mi familia siempre ha sido… prepotente y jactanciosa de lo que tiene. Me disculpo por la educación que he recibido, es lo más que puedo hacer. Y no creo que tenga caso dar una catedra sobre lo que está bien y lo que está mal, sobre todo en este momento que todos tenemos en claro esa parte. Lo único que puedo decirte es que por mi hijo he decidido cambiar mi posición, y necesitare todo el apoyo que pueda. Si me llegara a pasar algo o a Narcissa, me gustaría saber que mi hijo cuanta con alguien más que con el chico Potter. Si estás dispuesto a ayudarme, veré que se te recompense de la mejor forma posible…

-        No quiero tus galeones, Malfoy – dijo Arthur, dejando la botella sobre la mesa de manera brusca, evidentemente molesto con aquella proposición. Lucius pareció dolido ante la rotunda negativa -. No se trata de dinero, Lucius, nunca se ha tratado de oro, pero tú y toda tu familia no habéis podido verlo nunca, porque le habéis dado más importancia de la que merecía al oro. La felicidad no se trata de dinero si no de amor, de bienestar, de confianza. Es cierto que mis hijos jamás han disfrutado de una túnica nueva, de una escoba último modelo o un libro que no hubiera utilizado alguien previamente. Pero si tú les preguntas te dirán que aun así han sido felices, porque se tiene uno al otro. Siempre tendrán un hermano en quien confiar, un hombro en el cual recargar la frente cuando ya no se pueda más. Es familia, Malfoy. Familia antes que oro. Así es como he sido educado y así he educado a mis hijos. Fred y George han salido adelante con su tienda de Sortilegios Weasley ellos solos, pero siempre  pensando en su familia. Charly y Billy siempre han sabido que pueden confiar en su madre y en mí para lo que sea, y cuando lo necesitan, a pesar de no vivir más aquí, saben que pueden regresar siempre que así lo deseen. Ron y Ginny es lo mismo. Para lo que nos necesiten ahí estaremos. Lo que necesiten de sus hermanos, tienen la confianza de pedirlo. Eso es algo que iras aprendido sobre la marcha, Lucius. Cuando tú faltes, tu hijo preferirá haber pasado unas horas contigo que con miles de monedas en su bolsillo.

-        Ya alguien me lo ha mencionado – dijo Malfoy, con una sonrisa de lado -, y créeme cuando te digo que Narcissa y yo estamos intentando recuperar el tiempo perdido con nuestro hijo.

-         

Se hizo otro incomodo silencio en el que ambos hombres parecían perdidos en sus propios recuerdos, en sus propios mundos, hasta que Lucius despertó, y le sonrió sinceramente a Arthur.

-        Gracias por habernos recibido en tu casa cuando nadie más lo hubiera hecho.

Arthur sonrió alegremente. Asintió, se puso de pie y se acercó a Lucius, a quien abrazo efusivamente.

El rubio, que no sabía cómo reaccionar ante semejante gesto, se aclaró la garganta.

-        Esto… es un poco incómodo.

-        Oh, claro, claro – dijo Arthur, separándose del rubio, para regresar a su silla -, lo siento, suelo ser muy sentimental.

-        Brindo por ello – dijo Lucius, cogiendo su botella, y la acerco a la del pelirrojo, quien la choco contra la suya.

-        Por la familia.

-        Por la familia.

-        Porque crese más rápido de lo que uno espera.

Malfoy no dijo nada. Asintió, con la cabeza gacha. Antes de lo que uno espera, dijo por fin, mirando hacia una de las ventanas más altas de la maltrecha casa, desde donde un moreno le devolvía la mirada.

Y ahí, arriba, donde la luz del atardecer se teñía de un color violeta, Harry Potter pensaba que las piezas estaban encajando solas, que las cosas eran como debían de ser. Y de pronto toda la tristeza y el frio que había sentido dentro de su corazón se convertía en una llamarada, un fuego que crecía para abarcarlos a todos. Un incendio que jamás se consumiría porque se alimentaba de su amor hacia Draco. Hacia Scorpius. De todo lo que Harry amaba. Y por suerte para Harry, estaba donde debía estar. El  mejor lugar del mundo.

 

Notas finales:

Ya lo sabeis, so no os gusta podeis decirmelo, lanzarme lo que querais, lo que deseeis, soy vuestra!!!!!

Gracias por seguir aqui!!!!!!!!!!

Besos y ranas de chocolate!!!!!


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