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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

Hola, holaaaaaaa!!!! Aqui os traigo un nuevo capitulo, cada vez mas cerca del fin!!!!! Espero que sea de vuestro agrado.

Advertencia de lemmon, que es un lemmon suave.

Un gran saludo a  Nel, Dark Moon, Alex luna, Die Potatoe, Salo Reyes y a todos vosotros que alguna vez me habeis dejado un comentario, millones de gracias por el apoyo. Y todos aquellos que sigueis leyendo esto despues de tantas tonterias, muchas, muchas gracias!!!!!!!!!!!!!!

 

Hermione Granger entró en la sala, observando discretamente en todas direcciones, y se sentó al lado de Ronald Weasley, junto a la chimenea. Sus cabellos castaños estaban húmedos aun por la ducha que acababa de darse, pero es que, tanto tiempo sin poder disfrutar de un baño como Merlín manda, era en lo único que podía pensar después de regresar al calor de La Madriguera. Pero lo que ahora la llevaba a la sala era algo que realmente le preocupaba.

Enfundada en un pantalón pijama de cuadros escoceses,  un suéter que bien era tres tallas más grandes que su ropa normal, y unas zapatillas con plumas rosas en la punta, suspiró sufridoramente, lo más alto que pudo para llamar la atención de su novio. Si el pelirrojo, que tenía en sus manos un viejo libro con dibujos de colores desgastados en la portada, hubiera puesto atención al suspiro, hubiera notado el gesto de disgusto y preocupación que se dibujaba en su bello rostro. La castaña observó el libro:

CUENTOS PARA CONTAR, ponía en grandes y negras letras sobre la portada.

Hermione volvió a suspirar aún más fuerte. El pelirrojo parecía ignorarle decididamente, por lo que esta vez Granger optó por aclararse la garganta. Nada. Tosió fuertemente, tanto que le dolió  la garganta, pero el chico nada de nada. Hermione sintió ganas de darle una leche con el diario que llevaba en la mano, pero se contuvo. No quería dañar el ejemplar antes de enseñarle lo que había descubierto.

Y ¡Zaz! La zapatilla de plumas rosas salió disparada accidentalmente a la cara del pelirrojo, que se quejó con ímpetu. Ron se puso de pie y recogió la zapatilla de su novia para agacharse frente a ella y ponérsela él mismo.

Hermy se sintió por un momento como una cenicienta moderna, pero desechó rápidamente aquel pensamiento antes de sonreírle a Ronald, y darle un beso de agradecimiento. No, debía mantener la pose.

 

Cuando el pelirrojo volvió a sentarse a su lado, e intentó ponerle una sonrisa bobalicona, Hermione le ignoró y le  extendió un ejemplar de El Profeta que sujetaba enrollado, en una mano.

 

-          Mira lo que pone aquí – susurró Hermione Granger, tan fríamente como fue capaz, pasándole el periódico de El profeta a su novio. Miro de nuevo en todas direcciones pero nadie les prestaba atención -. Léelo en voz baja.

Hermy aún estaba enfadada porque todos los hermanos de Ron habían mandado felicitaciones y bienvenidas a ese hermoso bebé que aún no estaba en camino y a como estaban las cosas, Hermy realmente dudaba de que un día lo estuviera, ya fuera porque Ron muriera a manos de Voldemort, antes de concebirlo, o a manos de ella misma… y sospechaba que esto último era lo más seguro.

El pelirrojo cogió el ejemplar, tristemente, y leyó lo que la muchacha le indicaba.

-          Se impermeabilizan techos a domicilio. Comunicaros vía Red flu al…

-          Eso no, soquete – dijo la castaña, girando los ojos y dándole una discreta leche al muchacho, que se quejo como si le hubieran lanzado un Crucio.

-          ¡Agggggggggghhhhhhhh, Hermy!

-          No seas tan lloricas, Ron, que apenas si te he tocado.

-          Pero es que me has dado donde me ha hecho daño la patata.

-          Vale – masculló la muchacha, inspirando y poniendo en blanco  los ojos, otra vez. – pero te decía que leyeras aquí – señalo Granger, con su dedo índice.

-          Nace bebe con escoba bajo el brazo…

-          ¡No, eso tampoco!

-          Muere bruja en parto a la edad de doscientos años…

-          ¡Qué noooooo!

-          Según una encuesta reciente, cinco de cada diez magos es homosexual…

-          Y tú estás entre esos cinco, ¿no? – dijo Hermy con cara de póker -. ¡Eso no, Ron!

-          Encuesta revela que a 65% de las brujas les gusta de perrito…

-          ¡Ronald Weasley! – vociferó la castaña, poniéndose de pie amenazadoramente -. ¡Mira bien donde te estoy poniendo el dedo!

-          Ah, vale, vale, ya te pillo – dijo el pelirrojo, que se había arrepanchigado en la silla, intentando volverse transparente.

-          ¡Lee entonces!

-          El Ministro de magia, Pius Thicknesee ha declarado en exclusiva para El Profeta – leyó Ron, observando lafotografía de un hombre de cabello largo y barba gris que miraba duramente hacia la cámara -, este sábado por la mañana, que la familia Malfoy, la milenaria y respetada casa de magos de sangre pura, ha estado ayudando al número uno más buscado, es decir, a Harry Potter, desde hace tiempo.

Los hechos ocurrieron así:

‘‘Ya se sospechaba que el joven Draco Malfoy, el único hijo de Narcissa y Lucius Malfoy, estaba ayudando a Harry Potter desde el colegio. Se sospechaba que le ayudaba y le pasaba información importante sobre los acontecimientos que ocurrían en el Ministerio de magia, donde su padre, Lucius Malfoy, actuaba como espía para Albus Dumbledore y Harry Potter. Los acontecimientos se pusieron violentos cuando nos han dado el chivatazo de que Potter estaba en la  mansión Malfoy este viernes por la tarde, y al mandar a mis mejores aurores para apresarlo, la familia Malfoy al completo se a entrometido y ha ayudado a escapar al fugitivo. Y aún más, ellos mismos se han dado a la fuga con Potter.

‘‘Ahora mismo se están investigando a todos los que han tenido contacto directo e indirecto con la familia. Una vez que sean detenidos serán juzgados por sus actos sin ninguna piedad. La gente debe aprender que el ministerio no está jugando respecto a lo peligroso que es Harry Potter, como ya lo habéis visto, cuando ha tomado por asalto el instituto y ha hecho acto de bandolerismo y terrorismo en el mismo.

La comunidad mágica debe saber que cualquiera que sea descubierto ofreciendo su ayuda a Harry Potter o a la familia Malfoy será castigado con todo el peso de la ley, como lo ha mencionado Pius Thicknesee. De momento no se sabe absolutamente nada respecto al paradero de estos infractores de la ley, pero el Ministro está muy seguro de que la justicia prevalecerá y estos delincuentes caerán. Y en ese momento La comunidad mágica podrá dormir tranquilamente.

 

Cuando Ron apartó sus ojos del diario, se encontró con que sus padres, Lucius Malfoy, y Harry Potter le rodeaban, muy atentos a sus palabras, y Hermione Granger se cubría el rostro con ambas manos, como si estuviera llorando. ¿Era, acaso, que no había leído lo que ella quería? En verdad, Ronald no entendía a las mujeres. Quizá debió buscarse un novio como su amigo Harry… y de pronto se preguntaba si Viktor Krum ya tendría novia.

 

 

-          Será necesario que busquemos otro escondite – dijo Lucius, al padre de los pelirrojos.

Harry pudo notar la amargura en aquellas palabras.

-          Claro que no, Malfoy – rebatió Arthur, sacando el pecho como si intentara verse tan alto como el rubio -. Eso no lo permitiré. Tu esposa está muy delicada como para pensar en moverla de aquí. Además, no encontraras en ningún otro lugar una mejor enfermera que Molly.

-          En eso tienes razón, papa – tercio Ron, orgulloso de su madre.

-          Pero tú mismo has escuchado las amenazas de Thicknesee – rebatió Malfoy, dándole la espalda. Harry le seguía con la mirada, atento a cualquier movimiento sospechoso que le indicara que querían escapar con su rubio a cuestas –: cualquiera que sea encontrado ayudándonos será apresado.

-          Jamás imaginaran que un Weasley ayude a un Malfoy – dijo Arthur, muy convencido de sus palabras.

-          Ya no más, Weasley – sentenció Lucius, dándole la cara -. Saben que estamos con Potter – aseguró y Harry sintió una secreta alegría en aquellas palabras -. Ahora cualquiera que alguna vez ayudara a Potter supone un riesgo para ellos, no dejaran nada a la duda y tú lo sabes muy bien. Si os habéis salvado antes, me imagino, es porque el señor Potter no ha permanecido con vosotros, pero ¿Cuántas veces han venido a buscarle aquí?

El señor Weasley permaneció en silencio. Observó a Harry con ojos preocupados, pero de inmediato la resolución brillo en ellos.

-          No os dejaremos marchar, Malfoy. Además, aunque yo os lo permitiera, Molly jamás lo haría y, cremé cuando te digo que no hay poder humano ni magia que la haga cambiar de opinión.

 

 

Harry bufaba mientras subía las escaleras, directo al cuarto que una vez perteneciera a Percy  Weasley, donde se encontraba Narcissa, descansando, acompañada por su hijo. El moreno rogaba a quien quisiera escucharle, que le dejara quedarse unos días más con su rubio, ya que sabía que tarde o temprano volverían a separarse. Él debía seguir buscando los Horrocruxes y su rubio debía estar en un lugar seguro para que Scorpius naciera en buen estado.

De pronto se le vino a la memoria lo ocurrido en la mansión Malfoy antes de desaparecer. Draco le había metido algo en el bolsillo, cosa en la que no había reparado hasta el momento debido a los acontecimientos pasados. Harry metió la mano a su bolsillo para descubrir la cadena de la que pendía el mismo guardapelo que había sacado de la fuente de los Inferí en la caverna de Voldemort. Un doloroso escalofrió se apodero de sus brazos y los pelos de su nuca se erizaron. ¿Cómo era que lo tenía Draco? Dumbledore, claro. El moreno no tuvo que darle muchas vueltas al asunto para saber lo que había ocurrido.

Lo que si le sorprendió fue el descubrir que aquella cosa estaba rota, en muy mal estado. Harry la pudo abrir con facilidad, para descubrir en su interior un pequeño papel doblado en varias partes. Lo cogió y lo desdobló.

Hola Potter, no tengo tiempo para escribirte mucho, solo puedo decirte que sé lo de los Horrocruxes, que me he cargado dos: este que me ha dejado Dumbledore en las manos antes de morir, y una copa antigua que bien podría ser la copa de la casa Hufflepuff. Lamento mucho todo lo que ha pasado, jamás fue mi intención causar tanto daño.

T.A.M.

D.M.

Harry no tenía idea de lo que significaba T.A.M. Quizá un Te Amo Mucho, pero eso sería darse demasiada importancia a sí mismo, así que también podría ser un Te Are Morir. Harry sabía que Haré llevaba hache, pero también sabía que la ortografía no importaba cuando se amenazaba a alguien.

Parado en mitad de las escaleras, Potter se sentía más confundido que nunca. ¿Cómo era que Draco conocía sobre los Horrocruxes? ¿Cómo era que había encontrado el otro Horrocruxe? El chico de gafas subió los escalones que faltaban y tocó a la puerta de la habitación de Narcissa. Desde dentro le contestó la matriarca de los pelirrojos. Según sus palabras estaba cambiando vendajes así que no le podía abrir la puerta, y no, Draco Malfoy no estaba allí, acompañado de risillas de ambas mujeres y un último quejido de la dulce Narcissa, cosa que alegró un poco al moreno. Se lo tenía bien empleado por burlarse de su amor y su necesidad de su adorado Draco Malfoy. El moreno no sabía que fuera tan fácil que dos brujas que antes parecieron odiarse a muerte, ahora se la llevaran la mar de bien. A veces estar a punto de morir tenía sus lados positivos, suponía Potter.

Desconsolado, Harry dio media vuelta dispuesto a bajar de nuevo, pensando donde podría estar su rubio, pero antes de bajar el primer escalón vio la puerta del final del pasillo abrirse y una mano blanca, casi fantasmal, salió de ella y le llamó con un suave movimiento.

Potter lo dudó un momento. Sabía que aquella casa estaba llena de criaturas que el moreno desconocía y bien la criatura podía ser un incubo o en el peor de los casos, un súcubo, intentando violarle. Con paso cauteloso caminó hacia la puerta, mirando en todas direcciones antes de decidirse a entrar, limpiándose el sudor frío que poblaba su frente. Pero antes de que entrara por sí mismo, la misma mano que le había llamado tan misteriosamente, le haló por el cinturón que detenía sus vaqueros, y fue sumergido en un mundo oscuro y peligroso, del cual ya no querría salir jamás.

Jamás, porque, al encenderse la suave luz de una  vela, estaba frente a él, sentada sobre un desvencijado sillón, una sombra, una quimera, un sueño encarnado (o quizá un simple efecto óptico causado por aquella luz sobrenatural), la criatura por la que estaba dispuesto a morir desollado vivo, la que le llamaba con esa misma mano que le había atraído a su reino de tinieblas. Draco Malfoy, como una Princesa Encantada, enfundado en una especie de vestido de novia, blanco, con una diadema en la cabeza, y una sonrisa muy coqueta, le invitaba a acercarse.

Oscuridad por todos lados, salvo la tenue luz que emitía la vela, revelando una habitación casi vacía, de no ser una cama pegada a la pared, un pequeño mueble con un cajón desvencijado y el sillón en el cual Draco Malfoy le llamaba, con su canto de sirena mortal.

Pronto el guardapelo pasó a segundo lugar y calló desde su mano, hasta el suelo, donde permaneció como mudo testigo del ritual de iniciación que se llevaría a cabo en aquel santuario anticipado.

 

Harry tragó duro. La cruel y fascinante criatura abría las piernas y enseñaba la piel desnuda de una pierna, jugando con las telas, con los encajes y las transparencias, levantándolas suavemente, haciendo que estas le acariciaran hasta los muslos desnudos. El cuello abierto, la prenda caída dejando al descubierto su fina clavícula y la pequeña redondez de su hombro. La pálida piel brillando a la luz de la vela, con un atrevimiento dorado y tembloroso. Los ojos muy abiertos, las pupilas dilatadas, los labios hinchados, muy rojos y entreabiertos, la respiración agitada. El vientre, el hermoso vientre escondido debajo de tantas telas.

Fuego. De pronto en la habitación había fuego. Fuego que se esparcía debajo de la epidermis, que lamia la piel y envenenaba la razón.

Cuando Harry se dio cuenta, los vaqueros estaban a punto de reventarle porque cierta virilidad suya intentaba a la desesperada abrirse paso. Los dos dedos, largos y delgados, llamándole, fue el acabose para la cordura del moreno. Se arrojó literalmente a la batalla, buscando ansiosamente aquellos labios que no le fueron negados y que se convirtieron en la fuente de la vida para Harry Potter. Si en algún momento pensó en preguntarle a su rubio por Horrocruxes y cosas de las que dependía la supervivencia de la humanidad, podían quedar relegadas al olvido para siempre, mientras tuviera  a Draco  Malfoy entre sus brazos.

Las manos del rubio eran tan exigentes como las de Harry al momento de deshacerse de las prendas que sobraban, que en aquel caso eran todas, pero eran las manos del rubio las que alcanzaron la victoria primero (¿quién lo diría que retirar lazos, desabrochar botones y bajar cierres sería más difícil que buscar Horrocruxes con los ojos cerrados?). La camiseta verde fango de Harry había salido despedida por los aires y chocado contra la ventana. Mientras el espigado y pálido cuello de Malfoy era mordido por los dientes de Harry, el rubio se deshacía del cinturón del moreno y bajaba los vaqueros diestramente, como si lo hubiera hecho ya tantas veces, que sus manos actuaban solas. Las largas piernas níveas de Draco se cerraron alrededor de las desnudas caderas de Potter y las empujaron contra él, demostrando la necesidad que tenia de sentir al completo el masculino cuerpo de Harry en una cúpula ardorosa con el suyo.

Y ahí estaba, henchido, pugnante, duro y listo para embestir, el miembro de Potter, ante los ojos maravillados de Draco, que ahogó un gemido apenas verlo libre de los vaqueros. Harry se ruborizo sin poder evitarlo, pero no tuvo tiempo de reprocharse nada porque las manos de Draco le apresaron cálidamente y esta vez fue Harry quien ahogó un gemido.

-          Ya veo que también me extrañaste – dijo Draco, antes de meterse en la boca el pedazo de carne que parecía palpitar de deseo.

Y soportando estoicamente las ganas de gritar de placer, Harry cogió el rostro de su amada serpiente por la barbilla y lo hizo ponerse en pie, ocasionando que un hilillo de saliva se extendiera desde la punta de su miembro hasta los voluminosos labios de Draco, desviándole de su labor.

-          No es necesario – dijo Harry, intentando que el corazón no se le saliera por la boca -. Si no lo hago ahora no soportaré mucho.

-          Me amenazas después de todo este tiempo – masculló la Princesa Encantada, con sus grises ojos destellando en la oscuridad, como animal salvaje a punto de devorar a su presa. Había un aura de absoluta lujuria ensombreciendo el hermoso rostro del ángel rubio, que desconcertaba a Potter. No sabía si sentirse alagado o receloso ante ello, pero lo cierto era que le cegaba la hermosura de su ángel, que aun con disfraz de demonio era lo más bello que habitaba sobre la tierra.

Si lo miraba con detenimiento encontraría que sus mejillas estaban más redondas, que sus ojos grises brillaban como mil fuegos fatuos, que sus cabellos habían alcanzado el final de sus omoplatos, más rubios y lacios que antes. Harry no sabía si era que hacia tanto que no le veía, pero le parecía aún más hermoso que nunca, y eso era poco decir.

-          No es amenaza – dijo Harry, intentando no demostrar el miedo que le provocaba la idea de no complacerle -, es advertencia de que si no lo hacemos ya, no habrá mucho juego.

El rubio chasqueó su lengua en señal de desaprobación ante las necias palabras de su amado príncipe, pero antes de que el moreno tomara la iniciativa, Harry fue obligado a coger el lugar del rubio, sobre el sillón, completamente desnudo, y en un suspiro, Draco estaba sentado sobre él, a horcajadas, atando las manos del moreno sobre su cabeza, con un lazo del vestido de novia que su serpiente había retirado en algún momento. El vestido se hacía bolas y se arrugaba en los peores lugares, pero Malfoy no daba señales de que se lo fuera a quitar de encima. En ese momento le dio lo mismo a Harry, quien lo único que deseaba era que su serpiente le soltara las manos y le dejara tocarlo. Casi podía sentirlas envueltas en llamas, ansiosas por acariciar la piel del rubio. Y Draco no esperó más: haló del cabello negro del león y usando sus labios, marcó con su saliva la piel morena, desde las orejas, pasando por los hombros y las tetillas, hasta el ombligo. En ese punto el rubio había estado a punto de caer debido  a la posición que había adoptado para tal proeza, pero se sujetó a tiempo, y Harry le miró con reproche, pero el muchacho se limitó a sonreír bravuconamente. Regresó a la oreja de Potter y mordió el lóbulo hasta que le hizo soltar un gritito poco decoroso. Con una sonrisa de satisfacción, Malfoy se acomodó la punta del pene de Harry directamente en su entrada y lo introdujo de un movimiento. Draco gimió y se mordió los labios. Harry pensó que su serpiente estaba yendo un poco lejos con el uso de la rudeza, sobre todo si pensaba en que en medio de los dos estaba Scorpius,  pero el gesto de Draco, de entera pasión y placer le hizo desechar aquel pensamiento y dedicarse a disfrutar de lo que estaba sintiendo. El rubio no tardo en moverse, en subir y bajar sobre las piernas de Harry, con movimientos suaves y delirantes, que volvían loco al león. Las gafas estaban por escurrírsele por la nariz y este intentaba desesperadamente desatar sus manos pero era imposible. Sentía que estaba por estallar. Tendría que pensar en algo horroroso para aguantar un poco más. Era su primera vez con Draco en mucho tiempo y no quería desilusionarlo acabando tan rápido, por lo que, lo único que se le vino a la mente fueron los trajes de látex que había descubierto en el armario de tía petunia hacía mucho tiempo ya. Pero no solo eso, sino que se imaginó a sus tíos con ellos puestos: una bola de grasa envuelta en látex cuya única protuberancia sobresaliente sería un feo bigote, que intentaría mover algo más que los dedos de las manos; un palo de escoba con un látigo en mano, diciéndole cosas como ¡muévete sucio perro, besa mis pies, culo grasoso! Y el tío Vernon contestaría con un ¡Si, mi ama, si mi señora hermosa! ¡Pégame, así, que rico! ¡Yes, Dear!... Y sorprendentemente había funcionado. De pronto Harry se estaba carcajeando de imaginarse aquello.

Grave error.

Draco dejó de moverse y se bajó del moreno, que le miraba confundido. Potter pudo notar un muro álgido que se levantó en esas pupilas grises.

-          ¿Te estas riendo? – dijo el rubio, con una ceja levantada y una mirada iracunda -. ¿Acaso te he estado haciendo cosquillas?

-          No, claro que no – dijo Harry, apenado y desesperado. Su miembro empezaba a reprochar la ausencia del juego pasado.

-          Entonces te reías de mí – dijo Draco. No era una pregunta y Harry se odio por aquella estúpida ocurrencia suya.

-          Pero por supuesto que no…  - Harry no sabía que decir. Había cometido una gran estupidez -. Es solo que…

                   Draco esperaba una respuesta. Y no había nada de paciencia en aquella espera. El moreno se ponía cada vez   más nervioso y no sabía que hacer o decir. Se puso de pie, haciendo acopio de todo su valor, y llevó sus manos, aun amarradas, hacia el rostro de Draco, que no quitaba sus penetrantes ojos acrisolados de los verdes de Harry.

-          Ha sido mi culpa – dijo el chico, acomodándose las gafas correctamente. Los dedos morenos rozaron la tierna piel de las mejillas de Draco, sonrosadas ahora, por el ejercicio. Este cerro los ojos, disfrutando de la caricia.

-          Sé que no te complace verme ahora, así de feo y gordo como me veo – razonó el rubio, sin atreverse a mirarle ahora a los ojos.

-          Pero, ¿de qué coño estás hablando? – preguntó Harry, la mar de asombrado de que su esposo pudiera pensar algo así –. ¡Si estas más hermoso que nunca!  ¿Acaso no te has dado cuenta como me tienes? – dijo Harry, apuntando hacia Harry Jr. que seguía alegremente de pie, sin importarle reclamos de nadie.

-          ¡Claro que no! – rebatió Draco, haciendo hermosos morritos, alejándose del moreno. Al moreno se le antojó una princesa berrinchuda a punto de lanzarse por la torre donde estaba prisionera -. Me veo feo y es por eso que te has reído. ¡Admítelo: sientes repulsión, asco y odio hacia mí por estar gordo!

-          ¿Cómo puedo convencerte de que no es así? – dijo Harry, en un susurro, como si intentase no asustarle. Desató sus muñecas en un movimiento audaz, y se acercó  sigiloso, contando los pasos, desenvolviéndose como un gato a punto de cazar. Envolvió suavemente con sus manos la aun pequeña cintura del ángel, y le atrajo muy delicadamente a él. Las dulces manos de Draco se cerraron alrededor de las muñecas morenas, cuyas manos se aferraban al vientre prominente, donde Scorpius estaba inmóvil, como si estuviera al pendiente de lo que estaba pasando. Quizás solo dormía. Harry prefería pensar aquello. No darle más vueltas al asunto porque los pelos se le pondrían de punta con la pregunta que aún no hacía a Hermy. Y entonces Harry lo entendió: su rubio se había enfundado en aquel ingente vestido para ocultar su cuerpo, para esconderse de sus verdes ojos. Harry sonrió. Draco debía estar más sensible de lo que Potter podía pensar, si creía que había alguna manera para que a Harry no le gustara observarlo -. Eres lo más hermoso que mis ojos verán en toda su vida, y estoy seguro de que también eres lo más hermoso que muchos otros verán en toda su vida.

-          Cuando nazca Scorpius cambiarás de opinión – aseguró Draco, agachando la cabeza, viendo impotentemente como las manos de Harry desataban los lazos del vestido, tan despacio que el rubio se sentía desesperado, Harry lo podía adivinar por la forma en que los dedos del rubio se clavaban en su carne. El olor a aceites aromáticos de su cabello y de su piel estaban embriagando a Harry, quien aprovechó para pasear sus labios por las dóciles curvas del cuello de Draco, que tembló ante el mísero contacto.

-          ¿Estas celoso de tu propio hijo? – indagó Harry, estirando sus labios en una sonrisa venenosa y mordiendo la tierna carne del hombro de su esposo, que gimió al instante.

Y de pronto el vestido caía al suelo, revelando la completa desnudes de su cuerpo. Harry adivinó el furioso sonrojo en esas pálidas mejillas que Draco intentaba esconder.

-          ¡Por supuesto que no! – protestó Malfoy, esquivando la mirada insistente de Potter, que le quitaba la diadema de la cabeza para dejarla caer al suelo -. Le amo más que a ti así que eres tu quien debería estar celoso.

Los ojos de Harry Potter se estrecharon peligrosamente y la bestia que habitaba en su interior, aulló, herida de muerte. De pronto había cogido en brazos al muchacho rubio (que pesaba como una tonelada más que la última vez que le había tomado en brazos, pero no pensaba hacer mención alguna al respecto, no fuera a ser que muriera tan joven y sin haberle hecho el amor), y lo llevó hasta la modesta cama donde lo deposito con suma delicadeza, como si estuviera hecho del cristal más fino. Y a pesar de los reproches de Malfoy, Harry encendió con su varita una Lumus máxima que iluminó vigorosamente la habitación, revelando la hermosa silueta de Draco, el bello cuerpo transfigurado por la maternidad, y el vientre redondeado que se elevaba cual montaña insalvable. El rubio intentó esconderse, empequeñecerse sobre la cama, desaparecer dentro del colchón, pero Harry, extasiado con aquella hermosa vista, se dio a la tarea de besar, de lamer, de morder cada pedazo de piel que encontró en su camino, sintiendo el fuego, el ardor, las llamas envolviendo sus cuerpos como algo tangible. Se dio el lujo de jugar con esos largos y finos deditos sonrosados que revoloteaban en sus pies, a pesar de la resistencia que ofrecían los brazos y las piernas de Draco, desde los pies hasta llegar de nuevo a esa boca que se abría en un gesto abstruso, belicoso, dispuesto a dar batalla campal, y a pesar de todo, el muro de hielo de sus ojos comenzaba a derretirse, cosa que solo incentivaba el deseo en el león, y que hacía que la bestia rugiera, poderosa y excitada. 

-          Te amo – decía Harry, entre beso y beso, entre mordida y mordida que prodigaba a la tersa piel de leche –, te he necesitado como no tienes una idea – balbuceaba, mientras Draco se mordía un labio, mientras le sujetaba fuertemente de los cabellos hirsutos que se arremolinaban en su frente. Y Potter le contó, entre besos, mordidas y lametones, las veces que, cuando estaba solo en esas frías noches de invierno, perdido en las brumas de la inconciencia en que le tenía su ausencia, le parecía sentirle, le parecía que estaba ahí, a su lado, abrazándole, sentir su calor, su olor a jazmín, y eso le daba fuerza para seguir adelante. Para no desfallecer. Y Draco parecía comprender lo que estaba hablando. Se aferraba aún más a esa espalda ancha, enterraba sus uñas en la morena carne, obligando al moreno a no poder más, a meterse entre sus piernas, a penetrar, a embestir, con la espalda doblada para no poner su peso sobre el rubio, convirtiendo a su cuerpo en un sagrario, murmurando palabras de amor y añoranza, y descifrando el lenguaje secreto con que la noche intentaba enamorar a la luna. Sus cuerpos se convertían en una llamarada viviente, en un fuego devorador que no tardaría en consumir todo a su paso hasta dejar solo las cenizas. Y Potter se preguntaba si renacerían, como los fénix, de esas cenizas.

Y Draco gemía, se arqueaba sinuosamente con movimientos de sierpe hechizada, temblaba de placer en el gesto más dulce que Harry pudiera recordar. Los ojos firmemente cerrados, los labios perenemente abiertos, el cabello regado en sendos ríos níveos esparciéndose desordenadamente sobre la cama. El sudor humedecía su frente y su cuello, y se mezclaba con el sudor de Harry al tiempo que las caderas de Potter chocaban contra las de Draco. El moreno intentaba frenarse, hacer suaves los movimientos para no causar daño, pero estaba perdiendo la cordura, quería hacerlo más y más rápido, golpear fuerte y duro. Sabiendo que no duraría mucho más, se levantó y levantó al rubio, lo giró y lo hizo ponerse frente a la pared, con las manos contra ella, y las piernas separadas. El moreno le observó por un momento. Curvas más pronunciadas, glúteos más grandes y redondos, y caderas anchas eran los efectos del embarazo. Las morenas manos se hicieron con las carnosas nalgas, las apretaron y las amasaron a su antojo, ocasionando un quejido ahogado que el rubio se tragó. Harry se acercó lo suficiente, y el rubio pudo sentir la punta del miembro de Potter contra su piel, paseándose por su culo mientras las manos de Harry se aferraban a la pequeña cintura. Y de nueva cuenta, el miembro enhiesto del moreno se adentró en Draco, y los febriles labios de Harry marcaban la suave piel de la espalda blanca, con besos ansiosos. La espalda arqueada sensualmente y su miembro entrando entre aquellas hermosas nalgas era la visión más erótica que el moreno hubiera tenido en su vida.

Los gemidos de Draco se convirtieron en órdenes. El muchacho estaba al límite y exigía más. Quería más fuerte, quería más rápido. Y Harry estaba para complacerle. Y de pronto el moreno tuvo la sospecha de que algo más grande estaba pasando ahí, que ese conglomerado que formaban ambos cuerpos, contrayéndose sobre sí mismos, aumentando la densidad, la presión y el calor, de que los átomos de sus cuerpos se movían cada vez más rápido y estaban a punto de iniciar una fusión nuclear… una estrella nacería. Y lo pudo ver en sus ojos. Harry vio el límpido firmamento que nacía en esas pupilas grises, que antes contuvieran un frio muro.

Con el grito de placer del rubio, Harry sintió que las piernas se le doblaban y se transformaba en torrente dentro de su Draco mientras el fuego que bailaba en las paredes y alrededor de  la cama se extinguía lentamente.

 

 

La noche les sorprendió abrazados sobre la cama, la cabeza de Draco recargada sobre el pecho de Harry, que subía y bajaba lentamente, y un de las largas piernas del rubio reposaba sobre las piernas del moreno. Las gafas de Potter descansaban sobre el mueble, junto a la vela, cuyas lágrimas de cera se derramaban sobre la madera, y en cuya flama, danzaba alegremente una salamandra. Rodeando la estrecha espalda de Malfoy, el musculoso brazo de Potter se enrollaba a la altura de la cintura del rubio, y sus dedos, doblados casi antinaturalmente, dibujaban un corazón constantemente sobre esta.

Hacía rato que estaban en silencio. De hecho Harry ni siquiera sabía si Draco estaba despierto. En su mente, Potter revivía una y otra vez el hermoso gesto de placer de Draco. Ese gesto que muchas veces sirvió de alivio en las largas noches solitarias en las que la añoranza estaba por volverle loco.

Fueron largas horas, días, semanas y meses sin sus dos bebés, y eso, al final, estaba por cobrar factura de la peor forma: con su cordura. Sabía que Hermy y Ron intentaban ayudarle cuanto podían, intentaban tranquilizarle, hablarle, distraerle, pero al final solo lograban desesperarle más. Y no era que no se los agradeciera. Pero ellos no sabían lo que estaba pasando. Ellos se tenían el uno al otro en esas frías noches de invierno. Quizá pensaron que no se dio cuenta, pero en varias ocasiones les escuchó salir a hurtadillas de la tienda para perderse en las profundidades de los bosques en turno, en que se escondían. O las veces que los sorprendió en medio de risas a causa de sus juegos privados. Él no se los reprochaba. Eso jamás. Sabía que él hubiera hecho lo mismo de haber podido. Pero no pudo. Estaba solo. Su Draco a miles y miles de kilómetros de distancia de él. Y ahora, ahí lo tenía, entre sus brazos.

Le hubiera gustado poder detener el tiempo solo un poco. Un par de días, hacerle el amor una y otra y otra vez a su esposo. Harry se miró el corte en su muñeca. El corte que simbolizaba un matrimonio. El mismo que seguía sin cicatrizar, pero que no sangraba ni dalia ni molestaba, como si no estuviera, porque era un corte mágico. Miró la mano de Draco. Laxa sobre su vientre. La cogió y la giró para ver el corte. Ahí estaba, igual que el suyo, no cerraba. Draco giró su cabeza para verle, tras aquel movimiento y el moreno llevó la mano a sus labios, donde deposito un casto beso.

-          Te amo – dijo Harry, atrayendo al rubio, para besarle profundamente, con ese sentimiento de miedo a que todo sea un sueño, a que en cualquier momento se despierte y se encuentre solo en algún remoto lugar.

-          Te amamos – dijo Draco, aun sus labios contra los otros.

Y Harry sintió que iba a estallar y a convertirse en una lluvia de chiribitas. Después de estar solo en el espacio, de girar solo sobre su mismo eje, ahora Harry era un planeta en un sistema circumbinario. Harry orbitaba alrededor de dos soles.

-          Y yo os amo. Por cierto… - preguntó Harry, apresando la mano de Draco con la suya -, ¿de dónde has sacado ese vestido?

Draco escondió su cabeza en la axila de Harry, con un susurro que a Harry se le antojo una risita traviesa e infantil. Y sin dar la cara, respondió:

-          Estaba aquí, guardado en ese cajón desvencijado.

-          Ya decía yo que jamás te lo había visto antes – dijo el moreno, sonriente, imaginando a quien pertenecía tal prenda y lo que les haría la señora Weasley si se enteraba en que habían usado su vestido de novia.

La vela comenzaba a apagarse, su luz era cada vez más nebulosa, así que el moreno decidió que era momento de regresar abajo, con los demás, por más que aquella decisión le doliera físicamente, porque él quería seguir así hasta el fin de los tiempos, abrazado a su rubio. Con pesar, separó a Draco de si y se puso de pie, buscó sus vaqueros y se vistió en silencio, hasta que recordó el tema de los Horrocruxes. Harry se apresuró a buscar en el suelo el guardapelo.

-          Draco, ¿cómo es que sabes de los Horrocruxes? – preguntó Potter, sosteniendo el trasto frente al rubio.

-          Es una larga historia – contestó la serpiente, saliendo de la cama y caminando desnudo hasta el pequeño mueble, de donde sacó una túnica verde que se apresuró a colocarse. Quizá era que sentía la insistente mirada de Harry en su lindo culito.

-          Tengo tiempo de sobra – aseguró Harry, salvando la distancia entre ambos para abrazarle por la espalda y poner sus manos sobre la pancita.

-          Te lo cuento cuando cenemos, ¿te parece bien?

-          Claro – fue todo lo que dijo el león, colocándose sus gafas, que estaban por cubrirse con la cera.

 

Cuando bajaron, sonaba la vieja radio con las melodías de La Hora Embrujada, aunque la sala estaba desierta, así como el comedor. Harry se asomó por la ventana de la cocina y pudo ver que todos estaban reunidos en el jardín. El ocaso incendiaba el cielo con un naranja dorado y las velas flotaban en todo el jardín llevando su luz a donde se requería. Harry pudo ver que incluso Narcissa estaba sentada cerca de las calabazas de la señora Weasley, tomando algo en un vaso de cristal cortado. Molly estaba sentada a su lado, tejiendo con un hilo azul, algo amorfo aun (Harry esperaba que no fuera nada para su futuro nieto), apartadas de los demás, y hasta ahí le llegaba fuerte y claro la charla que estaban teniendo. Algo sobre escobas para mujeres, con retrovisor incluido y un mejor soporte para sus posaderas, y a lo último que presto atención el moreno, que eran los hombres quienes siempre ocasionaban los peores accidentes de tráfico. El moreno no sabía de qué era lo que hablaba Narcissa con su hermana, pero estaba seguro que ninguna de sus conversaciones se habían ido por ese camino. A Bellatrix Lastrange, claramente le gustaba hablar de asesinatos, de muertos, de homicidios y de su adorado Lord.

Más allá, junto a los perales y manzanos estaban Hermione y Ron, sentados bajo su cobijo, compartiendo algún secreto. Al parecer la castaña ya había perdonado a su novio por esa mentira blanca de que serían padres. Por otro lado, Arthur y Lucius caminaban alrededor del jardín, con una copa en mano cada uno, charlando cosas que Harry no alcanzaba a escuchar. Y el rubio miraba ocasionalmente hacia los rincones, a las afueras de los terrenos, con aire neurótico, con gesto asustadizo. Al moreno se le vino a la mente la vez que Draco le había confesado que tenía delirios de persecución. Vale, ya sabía de quien lo había heredado. Solo que en este caso estaba justificado.

-          ¿No hay nada para comer?- dijo Draco, cuyo estomago estaba revelando toda su frustración.

-          Ya te encuentro algo – prometió Harry, alejándose de la ventana para buscar en el caldero… que estaba vacío. Se habían acabado el estofado los muy ingratos.

Harry buscó en la despensa, pero solo había cereal. Nada decente pasa sus bebés.

-          Espera aquí – pidió el león, dirigiéndose a la puerta -, ahora mismo regreso. Coge asiento.

Harry salió corriendo para llegar al jardín. Se dirigió hacia Narcissa, quien se notaba curiosamente feliz a pesar de lo pálida y cansada que estaba.

-          Potter – saludó la bruja rubia, con una gran sonrisa en los labios. Pero por primera vez, Harry se dio cuenta de la belleza de esa sonrisa sincera -. Veo que os habéis desocupado ya – dijo Narcissa, guiñándole un ojo, cosa que logró que el muchacho se pusiera más rojo que un tomate.

-          Si – dijo Harry, obligándose a no salir corriendo- y he venido porque Draco está que se sube a las paredes por un poco de comida, pero no he encontrado nada y no tengo idea de que ofrecerle.

-          Cualquier cosa que le pongas por delante – dijo la rubia, intentando ponerse de pie, pero Molly le regañó su atrevimiento.

-          ¡Deja, mujer! – exclamó la pelirroja, dejando a un lado su tejido, para ponerse en pie ella, y guiar a Potter a una fuente confiable de alimentos –, ya mismo vuelvo, ¡y nada de pararse! ¡Que en mi cocina no va a haber comida! – farfullaba molesta la regordeta mujer.

Entraron de nueva cuenta al comedor, donde Draco estaba a la mesa, con un tenedor en una mano y un cuchillo en la otra. Esperaba con una mirada que perturbaría hasta al más cuerdo. Para fortuna de Harry, antes de que se diera cuenta, en la mesa había tarta de carne molida, huevos fritos, salchichas y patatas; dulce de nueces, pan con mantequilla, empanadas de pollo y jamón y tostadas con mermelada de naranja, y para que nada se atorara, una gran jarra de jugo de calabaza.

Cuando Draco Malfoy miró todo lo que había en la mesa se relamió los labios y preguntó tímidamente a la señora Weasley si no habría nada para el pobre de Potter.

 

Y como lo prometió, Draco le contó a Harry sobre el extraño anillo que sus padres le habían regalado en navidad, con el cual pudo estar presente (o casi) en algunas de sus aventuras en busca de los Horrocruxes. Y Harry estuvo más que seguro que había sido por eso que le había sentido todo ese tiempo aunque el creyera que estaba enloqueciendo. Cuando más tarde, encerrados en la habitación vacía de los gemelos, Harry les conto a Ron y a Hermy sobre el tema, Hermione sacó la conclusión de que el rubio había podido deshacerse de los dos Horrocruxes al enfrentarlos. Se habían anulado uno al otro, en palabras de la única bruja del grupo.

Harry masajeaba suavemente la espalda adolorida de Draco, ambos sentados sobre la única cama de la habitación.

-          Vale, pues ha tenido más, mucha más suerte que nosotros, intentando encontrar esas mierdas – dijo Ron, que abrazaba sus piernas sentado en el suelo, a los pies de Hermione, que estaba sentada sobre el viejo sofá -, ya que nosotros hemos tenido una suerte de elfo domestico que…

-          Ronnie – llamó la castaña, con voz amenazante. El pelirrojo tembló antes de responderle.

-          ¿Si, chocolatina?

-          No metas a los pobres elfos domésticos – profirió la muchacha.

-          Así que es verdad – dijo Draco, con una sonrisa burlona que de inmediato compuso cuando la chica le miró de mala leche.

-          ¿Se puede saber qué es lo que es verdad? – preguntó Hermione, cruzada de brazos.

-          El que eres muy sensible al tema de los elfos domésticos.

-          ¡Claro que lo soy! – vociferó la castaña. Y si vosotros fuerais más sensibles, el mundo sería un lugar maravilloso.

-          Eso díselo a los mismos elfos – rebatió Draco, que no se dejaba amedrentar.

-          Lo hemos intentado montones de veces – dijo Harry, en voz baja para que solo su esposo le escuchara, pero fue inútil. Granger lo asesinaba mentalmente. Un acto que poco a poco estaba mejorando, porque el moreno ya podía sentir una rara presión en el cuello, ahí donde debían estar apretando  las  manos de la muchacha si le estuviera estrangulando -. Vale, regresemos a los Horrocruxes – pidió Potter, sobándose el cuello y tragando duro.

-          Podemos descontar dos de los siete – dijo Hermy, aun mirando con resentimiento a su amigo.

-          En realidad, cuatro, ya que el diario de Tom Riddle también era uno al igual que el anillo que volvió la mano de Dumbledore negra.

-          Vale, pero aun no sabemos que pueden ser las otras tres – dijo Ron, con un gesto amargo –. Hemos tenido suerte, como ya lo he dicho, pero aún podrían pasar años antes de que podamos encontrar los demás y para entonces podríamos estar muertos.

Draco cogió la mano de Potter discretamente. Estaba asustado. Harry le dio un cariñoso apretón para intentar transmitirle que estaba ahí, que ya no se iría, que jamás le volvería a dejar.

-          ¿Qué hay de las reliquias? – preguntó Ronald, esperanzado, mirando a su novia.

-          ¿Qué reliquias? – quiso saber Malfoy.

-          Las reliquias de la muerte – dijo Potter, interrumpiendo a la castaña, que ponía los ojos en blanco.

-          Es solo un cuento, Harry – dijo Hermione, exasperada -. Ya lo hemos hablado muchas veces.

-          No es solo un cuento – rebatió Malfoy, muy seguro de sus palabras.

Los presentes se quedaron callados ante la información. Se miraron unos a otros, Ronald casi orgulloso de sí mismo por algún motivo ajeno a Malfoy, que no sabía que era el debate continuo entre la castaña y el pelirrojo.

-          ¿A qué te refieres? – quiso saber Hermy.

-          A  que es más que un cuento, una leyenda, y las leyendas siempre tienen un trasfondo de verdad.

-          Le-yen-da – silabo la bruja, con sorna, mirando a Ronald con una expresión de triunfo.

-          Una leyenda que a Quién tú sabes le interesaba – reveló el rubio, captando la burla en la voz de la muchacha.

Y fue así como Draco contó sobre lo que había escuchado en la mansión, de cómo Voldemort estaba obsesionado con todo lo referente a las Reliquias de la Muerte, y que incluso había hecho una visita al señor Ollivander a quien le había perdonado la vida por la valiosa información que le había otorgado. Pero que la mejor persona para contar aquello era su padre, el rubio mayor, por lo que antes que Harry pudiera detenerle, Draco había salido disparado en busca de Lucius, y en menos de dos minutos el trio dorado podía escuchar pasos apresurados subiendo las escaleras. Al abrirse la puerta, los muchachos se encontraron con un hombre de cabellos largos, rubios, siendo empujado por un bello joven de cabellos largos, que le empujaba por la espalda para meter al reticente hombre que intentaba sujetarse con las uñas, del umbral de la puerta.

 

Harry no sabía qué hacer con la información recibida. Paseaba de un lado a otro, solo, en la habitación que compartía con Ron. La noche había caído hacia horas, pero el moreno no podía conciliar el sueño. Ronald no estaba en la habitación, había salido a hurtadillas cuando creía que Harry estaba dormido y ya Potter se imaginaba a donde se había metido.

El hecho de que Voldemort buscara las reliquias solo le hacía sentir un mayor peso desde que Dumbledore le había encargado la tarea de encontrar los Horrocruxes. Ya antes le había mencionado a Hermy la idea de que el anciano director quería que encontraran las reliquias, pero la testaruda castaña se negaba como si de ello dependiera su vida.

Harry abrió la ventana para dejar entrar la noche y el vientecillo que arrastraba su aroma a hierba mojada, a lluvia lejana. Los campos estaban recuperando los verdores primaverales, y pronto las campiñas estarían llenas de flores de colores retozando al sol. Se preguntó que estaría haciendo su rubio en ese momento. Se preguntó si estaría soñando con él. Si Scorpius estaría igualmente dormido. Él no sabía si los bebes a esa edad podían soñar, pero si era así, esperaba que su hijo tuviera un hermoso sueño.  

Tenía que acabar con todo eso de una vez. Tenía que acabar con Voldemort antes de que su hijo naciera y viera esa mierda de mundo lleno de magos tenebrosos. Pero, ¿cómo? ¿Cómo podía hacer desaparecer para siempre al lunático reptil? Sospechaba que la respuesta se encontraba en la varita de Sauco de la historia de las Reliquias. Y también sabia, siempre según la información de Lucius, que Voldemort estaba detrás de esa varita.

Tres Horrocruxes más. Estaban más cerca del final que el día anterior, cuando aún vagaban por los bosques, escondiéndose de los carroñeros. Pero igual estaba muy lejos como para alegrarse.

Cuatro Horrocruxes encontrados…

El anillo de Sorvolo Gaunt.

La copa de Helga Hufflepuff.

El diario de Tom Riddle.  

El guardapelo de Salazar Slytherin.

Tres Horrocruxes desaparecidos…

Harry se devanaba los sesos pensando, pero lo único que estaba logrando era que le diera un dolor de cabeza tremebundo. Veamos, tenía el guardapelo de Salazar Slytherin y la copa de Hufflepuff. Eran dos reliquias de Hogwarts. La espada de Gryffindor no era uno, porque con Dumbledore se lo hubiera dicho. ¡Pero aún quedaba  un objeto de la casa Ravenclaw!

Harry no se detuvo a tocar la puerta, ni se molestó en que al abrirla encontrara a Ron y a Hermy encamados, simplemente les dijo un fuerte y claro ¡Preparaos! ¡Nos vamos a Hogwarts!

 

 

 

 

 

 


 

Notas finales:

Espero que os gustara este cap, hecho con mucho cariño para todos vosotros.

Pues, nada, un enorme gracias y un enorme abrazo a ti que estas aqui!!!!!!

No tengo palabras para agradecerte el que leas este humilde intento de fic.

Gracias!!!!!!!!!


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