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El Giratiempos Roto. por aerosoul

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Notas del capitulo:

Holaaaaaa a tod@a!!!!! Estamos de ultimo capitulo.

Este capitulo se lo dedico con mucho cariño a tres hermosas mujeres especiales en mi vida: Hermione, Pansy Y Luna. Nooooooo, a Die Potatoe (Maria y Juli) y a Salo Reyes!!!!!!! Gracias por hacer de esto una aventura!!!!!!!!}

OS AMOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

Este cuento se acabo, asi que Gracias por leer!!!!!!!!!!!!!!

La oscuridad se deslizaba entre sus dedos como si de pronto hubiera decidido tener cuerpo, tener sustancia. Se pegaba a su cuerpo como si fuera una segunda piel. Asfixiaba, apretaba, dañaba. Tenía garras y laceraba cuanta carne podía. Tenía colmillos y rasgaba la piel. La oscuridad era un monstruo intentando devorarle. Draco Malfoy gritó tan fuerte como su garganta se lo permitió sin romperse, pero nadie le escuchaba. Estaba solo en medio de aquella oscuridad. No, estaba solo con el monstruo. El monstruo que le respiraba en la nuca, que le ocasionaba escalofríos que le convertían en un terremoto viviente. Aquel que le susurraba sin palabras cuanto dolor le causaría antes de destrozarle. Draco no quería abrir los ojos porque sabía que le vería y entonces se volvería loco, perdería la razón.

Cuando despertó, Draco Malfoy no necesitó que nadie se lo dijera, no necesitó que su padre entrara en su habitación, cabizbajo, con las manos aferradas la una a la otra como hacia cada que tenía que dar una penosa noticia. No necesitó que se sentara a su lado, que le acariciara el rostro y le dedicara una de sus falsas sonrisas con que intentaba hacer más llevadera una pena, y que lo único que lograba era que a Draco le doliera el estómago con esa sensación de que todo estaba perdido, de que ya nada tenía sentido. Que el mundo se destruiría poco a poco, pedazo a pedazo, o quizá sería tan rápido como una exhalación. Cuando Draco abriera los ojos, descubriría que el mundo estaba hecho añicos, que lo único que quedaba en pie sobre la tierra, eran sus pies, sosteniéndose por pura fuerza de voluntad, por el enorme deseo de que ese bebé que pateaba su vientre, tuviera un futuro.

No, Draco Malfoy no necesitaba que su padre abriera la boca para decirle lo que él ya sabía.

Aun así, por pura educación, dejó que su padre hablara e intentara consolarle.

-          Potter se ha ido. Él y sus amigos se han largado esta noche.

Draco no lloró, como quizá, su padre esperaba que lo hiciera. No lloró ni pataleó ni juró y perjuró muertes prematuras. Simplemente abrazó su vientre cálidamente y susurró esa canción que su madre le cantaba cuando era un niño, y que le hacía dormir sintiéndose el niño más amado del mundo. Esa canción que lograba que la oscuridad se fuera con todo y monstruos.

 

 

 

 

Duerme pequeño no tengas temor,

mamá te va a buscar un gato camelon.

Si su canto no te suena placentero,

mamá te comprará búho mensajero.

 

Y si el búho mensajero no esta bien,

mamá te mecerá en un vaivén.

Y si te cansas del achuchón,

mamá te va a buscar un acordeón.

 

Cuando el acordeón ya no se escuche,

papá te traerá un perrito de peluche.

Y si el perrito no sabe ladrar,

Una escoba y un chupete papá te va a comprar.

 

Y si no quieres ni la escoba ni el chupete,

papá te va a traer un lindo juguete.

Duérmete pequeño, no tengas temor,

que mamá te canta una nana con amor.

 

 

-          Volveremos a ver a papa, Scorpius – prometió Draco, acariciando con ternura su vientre -, y cuando le tengamos enfrente, nos aseguraremos que jamás nos vuelva a dejar… aunque tengamos que cortarle las pelotas…

 

 

 

 

La tarea había resultado más difícil de lo que Harry esperaba. Según el plan original de Hermione, se aparecerían en Hogsmeade, entrarían a Hogwarts por el pasadizo del Sauce Boxeador (que apenas estaba creciendo de nuevo, el pobrecillo) y buscarían el Horrocruxe tan sigilosamente como una sombra en la oscuridad. Se llevarían unos colmillos de la Cámara Secreta y regresarían a la madriguera apenas lo encontraran y lo destruirían de inmediato sin que nadie se diera cuenta.

Por supuesto, las cosas jamás salen como se planean, y la noche se puso mucho más interesante. Cuando menos lo pensó, Harry estaba en Cabeza de Puerco, charlando con el mismísimo Aberforth Dumbledore, que les había salvado del toque de queda de los Mortifagos, y más tarde se encontraría caminando con Neville Longbottom por un nuevo pasadizo para introducirles en el colegio.

-          ¡Mirad a quien os he traído! – exclamó Neville, palmeando efusivamente el hombro del chico de gafas, al entrar a Hogwarts.

-          ¿Es Harry Potter? – preguntó Dean Thomas, poniéndose de pie del rincón donde estaba sentado, para verle mejor.

-          ¿Es que no era más alto? – inquirió Seamus Finigan, riéndose, incrédulo.

-          Y más apuesto – dijo esta vez una chica de Ravenclaw,  la mismísima Cho Chang, con la voz recelosa.

-          ¡Apuesto a que no! – dijo Neville, sonriente, radiante. Harry adivinaba que el chico no cabía en sí del júbilo.

Y Harry y sus amigos fueron llevados al centro de la sala donde todos pudieran verles y tocar sus ropas y sus cabellos para saber que no eran una ilusión. Y allí supieron de las penas de sus amigos: encerrados por quien sabe cuánto tiempo en aquellas cuatro paredes, los alumnos menos queridos de los Carrow se escondían al tiempo que vigilaban que el nuevo régimen no sobrepasara sus límites con los alumnos que seguían a su cuidado. Aunque, claro, eso de cuidado era sarcasmo. Harry imaginaba, por el aspecto de sus compañeros, que en Azkaban encontrarían mejor estadía que en el colegio. Lo que diría el profesor Dumbledore si viera lo que había hecho Snape y Voldemort con la escuela. Pero Harry sabía que Dumbledore no habría dicho nada. No, simplemente les lanzaría un potente hechizo que los haría correr a esconderse en las faldas de sus madres, de tenerlas, para no regresar jamás.

 Harry tenía unas enormes ganas de hacer aquello, pero eso debía esperar, debía terminar su tarea para después preocuparse de los Carrow, de Snape y de Voldemort.

Cuando Harry salió de la Sala de los Menesteres, sintió que el corazón se le encogía. Del colegio donde había estudiado quedaba muy poco. En el lugar reinaban las tinieblas, los lugares oscuros, los nidos de sombras. Parecía que toda la luz y toda la magia se había escapado por las puertas cuando Dumbledore murió. Incluso los cuadros permanecían desiertos, inmóviles como los cuadros Muggles: sus inquilinos parecían fantasmas, almas en pena, simples dibujos. El cielo encantado del comedor no era más que una llovizna interminable, que hacía sentir a Harry que el castillo lloraba. Traición, gritaban las paredes, Venganza parecían susurrar las armaduras a su paso. MUERTE vociferaban los latidos de su corazón. Ese lugar al que llegó a llamar hogar se había convertido en ruinas, en silencio. Voldemort volvía a arrebatarle su hogar, todo lo que le quedaba. Y Harry estaba dispuesto a luchar por recuperarlo.

 

Conforme la noche avanzaba las cosas se habrían puesto más peligrosas: la profesora McGonagall se había enfrentado con Severus Snape en un duelo improvisado y había expulsado al hombre del castillo; después de que alguien anunciara que había caído un rayo en Hogwarts, la sala de los menesteres se había llenado con magos y brujas que iban dispuestos a luchar, incluido Lucius, Malfoy, para sorpresa del moreno, que jamás se esperó aquel detalle (Su esposo se había quedado en la Madriguera, con Narcissa, quien aún no estaba lo suficientemente bien como para pelear); Harry se había embarcado en una loca carrera por encontrar el Horrocrux mientras Hermione y Ron buscaban los colmillos de Basilisco, y Voldemort se había metido en la mente de todos para pedirles que entregaran al muchacho. McGonagall había tenido que evacuar a los Slytherin del colegio ya que eran los únicos que pensaban que entregar a Harry Potter era una excelente idea. 

Harry tuvo una rápida charla con La Dama Gris, gracias a la cual descubrió que el Barón Sanguinario le había asesinado hacia cientos de años y que el mismo se había suicidado después. Ah, sí, y que Voldemort se había hecho con la diadema. El problema era saber dónde la había escondido y Harry no tenía ni una puñetera idea de donde estaba. Hasta que le comento a Neville lo que estaba buscando y el chico recordó haber visto algo parecido en una de sus incursiones a las tantas salas cambiantes de la Sala de los Menesteres.  Potter se había dirigido allá con Ron y Hermione,  

De improviso Harry tuvo una extraña sensación. Fue como si el aire se densificara, las paredes temblaran y los cielos rugieran. Era como si unas fauces hambrientas le lanzaran dentelladas directo a la yugular. Pero no, definitivamente no era aquello lo que hacía que la tripa se le retorciera con gravidez y que un sudor frio recorriera su frente. 

Lo que no contaría seria cuando entró en la sala. Harry, Hermione y Ron buscaban la diadema pero no había señas de ella. No estaba puesta sobre el busto de la bruja. Alguien se la había llevado antes. Y cuando Harry daba media vuelta para seguir buscando, el alma se le cayó a los pies. Pudo verlo, antes de que se perdiera detrás de la escultura de la bruja con cara de rata, que sostenía un mundo en sus manos. Pudo ver la redonda protuberancia intentando pasar desapercibida y Harry se dio una leche en la frente.

-          A ver, par de rubios, venid aquí.

Hermione y Ron le miraron con aprensión, como si el muchacho hubiera terminado de volverse loco. Pero la protuberancia no se movió ni un ápice.

-          ¡Dracus y Scorpio, es decir, Draco y Scorpius, venid ahora mismo, aquí! – ordenó Potter, apuntando al suelo frente a él.

De pronto la pancita se movió en la dirección ordenada y tras ella un hermoso rubio cubierto con una túnica negra y una capucha que ocultaba parcialmente su rostro apenado.

-          Te he dicho que no espíes a papa – decía el rubio en dirección a su pancita, dando suaves golpecitos con el ceño falsamente fruncido -, eres un niño muuuuy malo, Scorpius, niño malo.

-          Si, ambos sois unos niños muy malos, Draco, así que decidme, que es lo que estáis haciendo aquí. Se suponía que os quedaríais en casa de los Weasley, ¿o me equivoco?

-          Pues sí que te has equivocado – dijo Ron por lo bajo, cosa que le valió una mirada de fuego por parte del moreno.

-          De eso nada – dijo Draco, cruzando los brazos sobre su pancita -. Así que para esto nos has abandonado, Potter – bufó un muy indignado Draco Malfoy a un Harry Potter que deseó aventarse de la torre más cercana que tuviera. Lo sabía, Harry lo sabía. Que ese rubio cabezón no podía quedarse a salvo de peleas en castillos, a buen resguardo. No, el niñato tenía que ir y cagarla. Si, cagarla por que la había hecho. Había hecho que todo se fuera al traste con su presencia ahí, en esa maldita sala. Harry pateó el suelo deseando esconderse en un rincón y llorar amargamente su pena.

-          A-además, ¿qué haces aquí? – preguntó el moreno, intentando despejar sus ansias asesinas de su mente. Porque en ese momento quería matar a alguien y era una puñetera lástima que no estuviera Voldemort por ahí - ¿Por qué no estas con Narcissa?

-          En primer lugar, ¿puedes dejar de tocarme los cojones, Potter? – sentenció Malfoy de mala leche, acercándose a los chicos sin notar que alguien no deseado iba a sus espaldas -. Mi padre también han venido. ¿Y a qué crees que he venido, so tonto?

-          Ha venido a guiarme a ti, Potter – dijo una áspera voz y Draco respingó, sorprendido. Aquel hombre apuntaba con su varita directamente a Potter, que de inmediato hizo lo mismo.

-          ¿Usted? ¡Pero, ¿Qué coño hace aquí?! ¿No se supone que ha tenido suficiente y por eso ha salido escapando como el cobarde que es?

-          Veamos… - dijo el hombre, mirando al techo como si intentase recordar algo muy lejano -, no, creo que no, Potter. Estoy aquí siguiendo las órdenes de un viejo chiflado que conoces muy bien.

-          Espera, espera, espera, no me digas… ¿Voldemort? – ironizó Harry.

-          Jajaja…ja, no, hablo de Dumbledore – aseguró Snape, caminando alrededor de los muchachos -, me ha pedido que te diera un mensaje antes de morir.

-          ¿Antes de que yo muera? – preguntó Harry, tragando duro.

-          No, grandísimo imbécil. Antes de que muriera Dumbledore.

-          Ah, vale, ya le pillo – dijo Harry, más tranquilo.

Snape se cubrió la cara, quizá por cansancio, quizá por vergüenza ajena. Negó tristemente y balbuceó algo como ‘‘Y pensar que estamos en las manos de este gilipollas’’.

-          Dumbledore me ha pedido que te hable de mi pasado y el de tu madre y de los Horrocruxes.

-          ¿De mi madre y los Horrocruxes? – exclamó el moreno menor, con el ceño fruncido.

-          Noooo – canturreó Snape, que parecía que la paciencia estaba por acabársele y el peor lugar para estar cuando eso pasara, seria en la misma habitación, porque seguro habría una masacre -. De Mi pasado, el de Tu madre, y de los Horrocruxes.

-          Vale, vale, no tiene por qué enojarse – dijo Ronald, mientras afuera alguna pared era derribada y varias personas morían.

Los chicos se sentaron en el suelo (Harry ayudando a Draco, que en un principio le pegó en la mano que intentaba ayudarle, hasta que logró sentarse junto a Hermione, quien le sonrió nerviosamente, quizá esperando una tanda de manotazos para ella también) mientras Severus Snape hablaba y hablaba, con la mirada perdida en su ensoñación, en una época lejana cuando era joven (si, Weasley, también yo he sido joven alguna vez), y de cómo, en su niñez él y su madre habían sido maltratados por su padre muggle y como había conocido a su madre, Lily Evans…

-          Lily Potter.

-          Lily Evans.

-          Lily Potter.

-          Lily E-vans.

-          Lily Po-tter.

-          ¡Pasad de una vez del puñetero nombre! – vociferó Hermione, que se sonrojó en cuanto se dio cuenta de lo que había hecho, y en voz baja, agregó -. Ambos, Harry y Snape, tenéis razón así que sigamos adelante, por favor.

 …una hermosa niña, la más hermosa niña de todos los tiempos y que se había ena…, ejem, que la quería mucho. Y habían entrado a Hogwarts y ella se había fijado en el idiota de James (si, Potter, era un idiota), quien, por supuesto no se la merecía (no, Potter, no se la merecía) y…

-          Profesor, ¿Qué tiene esto que ver con los Horrocruxes o el futuro de la humanidad? – preguntó Ron, con cara de dolor.

-          Cállate y escucha o serás tu quien no tenga futuro con la humanidad.

-          Por supuesto, señor, sí, señor.

Y después de eso, y mientras habían más explosiones y moría más gente, Snape continuo contando como él y Lily Evans se fueron distanciando poco a poco y ella se fue acercando a el Idiota (si, Potter, el Idiota es tu padre), y cuando menos pensó ya habían pasado los años y ellos se habían casado, y habían tenido un hijo (si, Potter, eres tu), pero el seguía ena… ejem, la seguía queriendo. Y entonces escuchó la profecía de la profesora Trelawney y como Voldemort lo mataría a él y a su madre y eso no lo podía permitir, así que heroicamente tuvo que pasarse al bando de los buenos, hablando con Dumbledore, arriesgando su propia vida, para que el viejo chiflado les protegiera. Y así fue como se hizo doble espia, pero las cosas no salieron bien, y Peter los delató y Voldemort los encontró y asesinó al Idiota  y eso estaba bien (aunque la cara de Potter decía lo contrario), pero después mató a su madre (a la madre de Harry, que no la suya, ese gilipollas ni debía tener), y eso no estaba bien. Y cuando Snape llegó y les encontró todos muertos, pasó sobre el cuerpo de James, y después se abrazó a Lily…

-          Profesor…

-          ¿Si, Weasley?

-          ¿Es necesario que haga todas esas caras y esas actuaciones?

-          Cien puntos menos para Gryffindor. Y por supuesto que sí, Weasley. Y espero que sea la última vez que me interrumpe.

-          Claro, profesor, sí, señor, continúe por favor.

-          Como os decía antes de que este niñato me interrumpiera…

Y todos veían muy atentos como Severus Snape se arrastraba por el suelo en una terrible agonía y gritaba el nombre de Lily. Draco no lo soportó más y se echó a llorar mientras Hermione le palmeaba el hombro y se limpiaba una lágrima.

-          Es tan triste – decía Ron, también limpiándose una lagrima  fugazmente.

-          ¿Es necesario que lo sobreactúe, es decir, que lo actúe? –preguntó Potter, tras poner los ojos en blanco -. Porque allá afuera hay una guerra y…

-          Que si, que se aguanten, esto es más importante.

-          Ahora comprendo todo – dijo Ron, volviendo a limpiarse una lagrima.

-          Que es lo que comprendes?

-          El que te odie tanto, Harry, mataste a la mujer que amaba.

-          Por si no lo recuerdas, es de mi madre de quien hablamos. Y yo no le he matado.

-          Vale, no has sido tu directamente, pero si Voldy no te hubiera elegido…

Y Snape carraspeó para pedir un poco de respeto, mientras Draco y Hermione les miraban de mala uva, y continuo con su relato de como se hizo profesor de Pociones en Hogwarts ya que el viejo Dumbledore le chantajeo para ello, y después planeo su propia muerte…

-          ¿La de usted o la de Dumbledore?

-          La mía, Potter… Claro que la de Dumbledore, imbécil.

-          Vale, ya le pillo.

Snape se apresuró a contar antes de que alguien más le interrumpiera, como el anillo maldito le había puesto una maldición (valga la redundancia), a Dumbledore, que lo mataría en poco tiempo, y si eso pasaba tenía que contarle todo a Harry Potter sobre sus padres, él y los Horrocruxes. Y como Draco Malfoy tenía la tarea impuesta de matar a Dumbledore por orden de Voldemort, este tuvo que matarlo el mismo porque el viejo no quería que Draco se manchara las manos. Y por último, Harry debía saber que debía matar a Nagini, y por ultimo debía dejar que le matara Voldemort porque él también era un Horrocrux.

En este punto todos estaban boquiabiertos (que bueno soy contando, pensó Severus, orgulloso de si mismo). Harry Potter estaba estupefacto, de hecho. Pero antes de poder lanzarle una maldición asesina a su profesor, alguien le interrumpió.

-          ¡Quietos, todos! ¡Soltad vuestras varitas!

Harry no tuvo que darse la vuelta para saber que quien hablaba era Blaise Zabini. El grandísimo capullo le estaba apuntando a Draco Malfoy.

-          ¡Soltad vuestras varitas – repitió el moreno, encajando en el cuello de Draco la punta de su varita -  o Malfoy pagara las consecuencias!

-          Ayúdame a ponerme en pie, Potter – ordenó Draco, muy, muy molesto con la situación.

Atrás de Zabini estaban Crabbe y Goyle, también apuntándoles con sus varitas, y aunque estaban dispuestos a atacar si era necesario, ambos se notaban asustadizos, a punto de salir corriendo a la menor oportunidad. Potter hizo lo que el rubio le pedía, solo porque ya sabía que si no lo hacía se cabrearía con él, y a Harry no le apetecía aquello, después de que había descubierto que tenía que morir para acabar con Voldemort. Ah, pero no, tenía que dejar que lo matara Voldemort en persona. ¿Por qué? ¿Por qué cuando comenzaba a ser feliz? ¿Por qué cuando iba a ser padre? ¿Por qué?

-          Sabía que no lo entregarías – dijo Zabini a Draco, en cuanto lo tuvo frente a frente.

-          ¿Y por qué entregaría al padre de mi hijo? – dijo el rubio, con una feroz mirada que hizo trastabillar a Zabini y que Harry se inflara como un globo.

-          ¿Pero qué te has comido? – dijo Goyle, con una risa tonta, como un cerdo atragantándose, y mirando a Crabbe.

-          Y nos decía gordos a nosotros – se mofó Crabbe, riendo a carcajadas.

-          ¿Me acabas de decir gordo? – preguntó  Malfoy, con fuego en la mirada.

Grave error…

Draco Malfoy apretó sus puños. Harry podía adivinar el aura de terrorífica que le había envuelto y en lo único que pudo pensar fue en echarse pecho a tierra y rogar por su vida. De pronto el castillo se cimbro y las paredes se cuartearon. Pero no, aquello no había sido obra de Draco Malfoy sino de algún potente hechizo que alguien, allá afuera, hubiera arrojado. Y aprovechando la distracción, Harry hizo que Draco y los demás corrieran, y Zabini, Crabbe y Goyle les siguieron por pasillos eternos de cosas escondidas. Ambos bandos lanzándose hechizos a diestra y siniestra, que daban en los altos callejones, y las cosas se derrumbaban a su paso. Fue en una de esas que Vincent Crabbe lanzó un fuego demoniaco que inicio un incendio terrible, incontrolable e inextinguible que devoro todo a su paso. Harry y los demás encontraron un pasillo donde descansaban un montón de escobas y salieron a tiempo de morir hechos cenizas.

Lástima que no estaba ahí la diadema...

Tosiendo y besando el suelo, Blaise Zabini, Crabbe y Goyle se perdieron en cuanto los otros se distrajeron. Pero no les importo ni un Knut, ya que tenían otros problemas. Harry le contó a Snape sobre la diadema y Malfoy la reconocio. Apenado les informo sobre su paradero y Harry cayó en la cuenta que era la misma diadema que el rubio había usado la tarde anterior cuando estaban haciendo el amor. Entonces Harry supo que ese era el momento.

-          Id a por ella, por favor, Draco. Hermione y Ron te acompañaran.

-          ¡Que! – exclamaron todos al unísono.

-          No hay tiempo que perder – mascullo Potter, enfadado. No quería hacer aquello, pero tenía que hacerlo – Draco no puede ir solo allá, es peligroso. Snape también ira con vosotros, ¿verdad, profesor?

el hombre, que hasta entonces estaba sacudiéndose la túnica, muy alejado de dramas y cosas ridículamente tiernas y románticas, y nobles sentimientos de heroísmo, miro a Potter como si acabara de mandarlo a tomar por culo, y después miró al rubio, que se había vuelto un mar de lágrimas, golpeando el pecho del moreno con ambos puños, y  maldiciendo a Harry Potter por querer deshacerse de él.

-          Yo creo que debo quedarme a asesinar Mortifagos, aquí en el colegio – dijo el  hombre, elevando su ganchuda nariz -, donde, en lugar de llorar, la gente muere – aseguró Snape, con una ceja levantada e incomodidad en la voz.

-          Has que se quede – dijo Ron por lo bajo -, quizá tengamos suerte y una maldición choque con su cara.

-          Puedo escucharlo, señor Weasley.

-          ¿De quién habla? – dijo el pelirrojo, mirando en todas direcciones.

-          Es lo que desearía mi madre si estuviera viva – dijo el moreno de Gryffindor, en voz casi susurrante, con cara compungida.

-          ¿Desearía que me diera una maldición en la cara? – inquirió Severus, con el ceño fruncido.

-          ¡Si!... ¡es decir, no, por supuesto que no! Digo que Lily… Evans querría que protegiera a su nieto.

-          ¿Intenta chantajearme?

-          ¿Está funcionando?

-          Desgraciadamente sí – dijo Snape, molesto.

-          Gracias, profesor. Mi madre se lo agradecería mucho.

Snape bufó pero no dijo nada más. La voz de Voldemort volvió a resonar en sus cabezas para recordarles que estaba ahí, esperando. Que seguía queriendo que le entregaran a Harry Potter a cambio de sus vidas, a cambio de sobrevivir un día más. Harry sintió la furia de Voldemort a través de la cicatriz. Se había enterado de los Horrocruxes y la varita no estaba funcionando bien y para más inri, el capullo de Lucius Malfoy estaba peleando en el bando contrario. Pero ya se encargaría personalmente de aquel rubio tiquismiquis que levantaba el meñique para beber te. Ahora lo importante era Harry Potter. Así que, según las palabras que se escucharon en todas las cabezas, le esperaría en el bosque prohibido. El castillo era destruido en todas partes, arañas gigantes subían por las paredes del castillo y entraban por las altas ventanas, mientras los gigantes, parientes lejanos de Rubeus Hagrid, arrojaban grandes piedras que destruían salas enteras y a su paso atropellaban a todo el que se les cruzara en el camino, ya fueran Mortifagos o amigos de Harry Potter. Los techos caían a pedazos y las paredes estaban cuarteadas. En los pasillos había cadáveres regados por doquier y la mayoría de los cuadros estaban vacíos: sus inquilinos se amontonaban en uno que otro para poder ver mejor la masacre.

Harry suplico que se largaran de una vez pero Draco y Hermione se negaban rotundamente. Potter atrajo a su rubio a un rincón del pasillo donde estaban y le cogió ambas manos.

-          Necesito que hagas esto por mí – dijo con la voz más suave y amable que pudo sacar en medio de la guerra, la desesperación y el dolor -. Necesito que vayas a por la diadema, es la única forma de deshacerse de Voldemort. Y necesito que lo hagas por Scorpius y por mí. Pero principalmente por él. ¿comprendes?

-          Pero…

-          Pero nada – murmuro Harry, besando la frente, los labios y el vientre de Draco Malfoy.

-          Te odio – rugió Draco, llorando amargamente -, no regresaras, no estarás para siempre con nosotros como nos habías prometido.

-          Estaré con vosotros – prometió el moreno, intentando con todas sus fuerzas él no ponerse a llorar con el -, siempre estaré con vosotros, no importa si es con vida o sin ella, os seguiré como un fantasma a donde vayáis, os cuidare como un perro guardián, jamás podrán separarme de vosotros. Nadie ni nada.

-          Pero tú nos estas separando – rebatió Draco, iracundo, a punto de volver a golpear con sus puños el pecho del Gryffindor.

Harry no sabía que decirle, no sabía cómo convencerle de que tenía que hacerlo. Miro a sus amigos: discutían por lo bajo. Severus Snape parecía perdido de nuevo en sus ensoñaciones. El moreno pensó que quizá estaba pensando de nuevo en su madre.

-          Volveré a por vosotros – dijo Harry-. Matare a Voldemort y regresare a por vosotros.

-          ¿Lo juras? – pregunto Draco, mirando a los ojos del otro, incapaz de creerle, pero aferrándose a aquella esperanza.

-          Lo juro.

Y Harry quiso decirle a Draco que ya no le importaba si moría en ese momento, porque había conocido el cielo y el infierno y los dos se los debía a él. Quiso decirle que no había manera de que alguien comprendiera lo tanto que le amaba porque ni siquiera él lo entendía. Quiso decirle lo mucho que se estremecía de felicidad y como se retorcía de dolor. Quiso explicarle que le hacía crecer como las nubes, expandirse, ser eterno, y por otro lado le doblaba, le empequeñecía, le debilitaba, le dejaba desnudo y vulnerable, le convertía en nada. Quiso decirle que tenía el poder de, con una palabra, convertirle en la  persona más poderosa del universo, o volverle vacío, disolverle  como una perla en vinagre. Porque Draco lo era todo para él, porque Harry no era nada sin él. Una pieza más de ese mundo en el que los pies de Draco le revelaban el camino, en el que sus manos dibujaban, trazaban, creaban y destruían para Harry. Quiso decirle como lo rompía, lo elevaba, lo ahogaba, lo liberaba. Quiso decir tantas cosas menos adiós. Jamás adiós. Pero no había tiempo de decir nada.

Potter abrazo a Draco con fuerza, lo estrecho en sus brazos mientras le besaba rudamente y el rubio tuvo el sentimiento de que aquello estaba pasando otra vez, de que ya una vez se habían despedido de la misma forma. Quizá en otra vida. Y si se habían vuelto a encontrar, debía tener aún más fuerte la esperanza de que volverían a hacerlo. Se separó del moreno sintiendo que la vida se le iba en ello. Sus dedos aún se sujetaban a la camisa de Harry cuando Hermione y Snape le arrebataron de su lado.

-          ¡Harry!  - gritó Draco poco antes de que le arrastraran en la dirección contraria a la que se dirigía Potter.

Pero Potter no contestó.

Harry, susurró Draco Malfoy, viendo como el muchacho de las Mil Victorias se volvía borroso a sus pupilas cubiertas de lágrimas. Potter que se volvía pequeño, que se volvía una promesa y un deseo. Potter, que se volvería un recuerdo de noches lluviosas y arrullos de invierno, de días eternos y crepúsculos violetas. Potter, que se convertía en un adiós.

Harry salió del castillo blandiendo su varita, desmayando a algunos Mortifagos, matando a algunas arañas gigantes y esquivando hechizos y golpes, cosas que salían volando directo a su cabeza como si estuvieran teledirigidos. Se dirigió al bosque prohibido, dejando a su paso un reguero de sangre, cadáveres y maldiciones imperdonables. Antes de perderse en los terrenos más oscuros y alejados del castillo, Harry se encontró con Neville y Luna, que recogían heridos y muertos de entre los escombros para meterles al resguardo del Gran Comedor.

-          Harry – dijo Neville, agachándose para poner su túnica sobre el cuerpo sin vida de un estudiante de Ravenclaw -. ¿Qué estás haciendo por acá?

-          No estarás pensando en ir al bosque tu solo, ¿cierto? – pregunto Luna, con tono cansado.

-          Por supuesto que no - mintió el moreno, mirando con pesar como levantaban al chico del suelo para recostarlo sobre otra túnica.

-          Esto… necesito que, si algo me pasa y yo no puedo hacerlo, a la menor oportunidad que tengáis, matéis a la serpiente de Voldemort.

-          Eso tenlo por seguro – dijo Neville, echándose hacia atrás el cabello, que se le había caído sobre los ojos al agacharse -, pero creía que tenías que ser tu quien acabara con él, según la profecía.

-          Vale, sí, pero estoy hablando de Nagini, la mascota.

-          Ah, vale, vale.

-          No te preocupes, Harry – dijo Lovegood, muy sonriente -, que no dejaremos que te pase nada malo.

-          Por supuesto, Luna. Lo sé.

Se despidió de ellos con la mano y se dirigió en silencio hasta el Bosque Prohibido. Le hubiera gustado tener más tiempo, despedirse de todos sus amigos como era debido. Abrazar a Hermione y agradecerle todos sus concejos, aunque hubiera seguido menos de la mitad, todos eran por su bien. También abrazaría a Ron, su único mejor amigo, su hermano y confidente aunque no lo hubiera entendido mucho en el amor, al final había aceptado a Draco y eso era mucho más de lo que podía pedir. Agradecería a toda la familia Weasley, su verdadera familia. Incluso le hubiera gustado agradecer a los Dursley por todos esos años que aguantaron su presencia. Aunque fueran su familia jamás debió ser su deber.

Harry podría jurar que no había ni un alma en todo el bosque. Jamás, en toda su vida, el famoso Niño que Vivio se había sentido tan solo.

De pronto recordó la herencia de Dumbledore. La Snitch Dorada. Siempre la llevaba consigo, en su bolsillo, después de haberla recibido de manos de Rufus Scrimgeour. La cogió de su bolsillo y medito una vez más lo que ponía en el frio metal dorado. Me abro al cierre. Harry estaba seguro de que esta vez sí sabía cómo abrirla.

Se acercó la snitch a los labios como si fuera a besarla, poso sus labios en ella y susurro un Estoy a punto de morir.

La snitch se abrió y dentro de ella había una piedra. Una piedra negra con el símbolo de las Reliquias de la Muerte. Sin duda, era la Piedra de la Resurrección. Giró la piedra tres veces en su mano con los ojos cerrados y al abrirlos…

-          ¡Bu!

-          ¡Dios, casi logras que muera del susto, padrino! – reclamo Harry, con la mano en el pecho intentando controlar su corazón.

-          Ya conoces a Sirius Black – dijo una voz varonil detrás de él. Y esta vez el corazón de Harry casi logra romper los huesos de tan fuerte que patea.

-          ¿Papa? – pregunto el muchacho, con una emoción incontenible.

-          Y mama – dijo una mujer pelirroja aún más atrás.

Las rodillas de Harry temblaron a punto de dejarle caer pero la fuerza de voluntad lo impidió.

-          ¿A ver, quien es el que va a morir? – pregunto Sirius, picándole repetidas veces al tripa al chico de las gafas.

-          ¡Dejale en paz, Sirius! O veré que vuelvas a revivir tu muerte.

-          Tranqui, Lily, que morir no es tan malo – dijo el apuesto moreno, caminando junto a su ahijado para poner una mano sobre su hombro -. De hecho llevo toda la velada intentando hacer que alguien mate a Remus, tú sabes, para que estemos todos juntos.

-          Esta bromeando, hijo – afirmó Lily, sonriendo radiantemente, y después le dio una leche en la cabeza a Sirius Black, que de inmediato se quejó y le acuso con James.

Y así, Harry Potter ya no estuvo tan solo después de todo. Sus padres, su padrino caminaron a su lado hasta donde le esperaba Voldemort, con Hagrid amarrado a un árbol. Narcissa Malfoy estaba ahí, también. Quizá aquello dolió al Gryffindor más de lo que esperaba, ya que parecía estar ahí por su propia voluntad.

Voldemort estaba eufórico aunque no lo demostraba, pero Harry lo sentía a través de la cicatriz. El moreno solo cerró los ojos. Escucho el silencio de sus padres y de su padrino a su alrededor pero no se inquietó. Tenía la extraña sensación de que ya no había nada que decir, de que el mundo entero lo ha dicho todo lo que había para decir, de que ya no había palabras nuevas, ni sentimientos, solo silencios. Dejó que fuera Voldemort el que hablara, el que hiciera, dejo que le matara.

Sintió la muerte y la vivió, contradictoriamente. En su viaje por el mas allá se encontró con Dumbledore y una criatura extraña que resultó ser el pedazo de alma de Voldemort, que habitaba en el cuerpo de Harry desde aquella lejana noche fatídica en que su madre dio su vida por él. Y el viejo le explico sobre sus planes, sobre su vida, sus deseos y más íntimos anhelos. Su amor imposible. Y el muchacho pregunto si debía regresar allá, donde la guerra continuaba. Por supuesto, Dumbledore se lo dejó a su decisión, así que Potter decidió regresar.

Cuando abrió los ojos de nuevo se encontró con que Narcissa Malfoy se había acercado a rectificar que estuviera muerto, se había agachado a escuchar su corazón y al descubrir que este seguía latiendo, la mujer le susurró al oído si Draco, ese pequeño testarudo, estaba bien.

Harry dijo un sí muy suave. Y en realidad quería creerlo, necesitaba creerlo. A fin de cuentas ¿no era por el que había regresado? La mujer clavó sus uñas en el pecho de Potter, susurrando un gracias y se puso de pie.

-          Esta muerto, Harry Potter está muerto.

Los Mortifagos armaron jaleo, lanzaron chispas con sus varitas y aullaron a la luna llena mientras que Rubeus Hagrid ladraba de dolor y Bellatrix Lestrange hacia una especie de danza de la lluvia. Pero Harry, aunque, al parecer, su conexión con el Mortifago mayor había desaparecido, sabía que la cara de reptil no se encontraba bien del todo.

Los Mortifagos hicieron que Hagrid cargara a Harry hasta el castillo, donde encontró a todos reunidos. El Gryffindor abrió los ojos ligeramente para encontrarse a todos sus amigos reunidos en el patio del colegio. Todos llorando su muerte, y entre ellos, Draco Malfoy, Ronald Weasley y Hermione Granger. Voldemort dio su discurso de paz para los que se unieran a él, de bendiciones a todos los que se arrodillaran frente a él, y muerte a los que se opusieran. Lo demás pasó muy rápido. Nagini iba fuera de su jaula mágica y Neville, siguiendo las órdenes de Harry, logro hacerse con la espada de Gryffindor y matar a la serpiente, momento que Harry aprovecho para levantarse y la guerra empezó de nuevo. El moreno logró llegar hasta su rubio, que al verlo se puso de muerte, pensando en que era el fantasma de Harry Potter. Y antes de que el chico en estado se desmayara del susto, Harry le demostró que estaba bien vivo, con un apasionado beso, mientras una lluvia de maldiciones  volaba a su alrededor. Y cuando sus labios se separaron, el grito más espantoso que Harry o alguien hubiera escuchado en su vida, salió de los labios de Draco Malfoy.

-          La fuente – dijo el rubio entre quejidos -. Potter, se reventó la fuente.

-          ¿La fuente? – preguntó Harry, que sentía que le iba a dar un sincope en cualquier momento - ¿Cual fuente? ¿La fuente, fuente?

-          ¡Claro que la fuente fuente, grandísimo capullo!

-          Vale, pero no hay porque ofender – dijo Harry, cogiéndole por la cintura para llevarle a un lugar seguro.

La señora Weasley se acercó a preguntar qué pasaba y el moreno se lo dijo. La regordeta mujer se subió las mangas de su túnica y le dijo a Harry una rápida lista de cosas que necesitaba para el alumbramiento: toallas limpias, agua caliente y…

Pero no dijo más porque en ese momento la loca de Bellatrix llego lanzando maldiciones y la mujer pelirroja tuvo que hacerle frente. Harry corrió en busca de madame Pomfrey. No estaba muy lejos de ahí pero estaba ayudando a al profesor  Filius Flitwick a luchar contra los Carrow. Cualquier distracción podía ser fatal por lo que decidió no intervenir, pero necesitaba ayuda. Miro hacia donde el rubio y vio con alivio que estaba bien, dentro de lo que cabía. Su rostro estaba rojo en una mueca que al moreno le causaba escalofríos, pero nadie parecía percatarse de su presencia. Hermione y Ginny luchaban contra  Rabastan Lestrange, y Neville y Luna contra Walden Macnair. La profesora McGonagall. A Ron ni mencionarle que el no podía hacer nada para ayudar a Draco. Le quedaba la profesora McGonagall. Harry buscó por todos lados pero no la encontraba. En el proceso atacó a Augustus Rookwood, quien estaba aterrorizando a dos alumnos de Ravenclaw. Harry le lanzo un Levicorpus que lo elevo en el aire y permitió que los chicos de Ravenclaw tuvieran ventaja. De inmediato encontró a Minerva McGonagall en un duelo con Thorfinn Rowle. Pero antes de poder acercarse a ella, Voldemort se le puso enfrente.

-          Vaya, vaya, ¿a quién tenemos aquí? Nada menos que al mismísimo Harry Potter que se dignó a engañarme, haciéndose pasar por muerto. – siseó la serpiente mayor, moviendo sus manos con dramatismo, haciendo que las amplias mangas de su túnica ondearan en el aire y haciendo florituras con su varita. Harry maldijo su suerte. Justo en aquel momento se le ponía al destino ponerle frente a Lord Voldemort -. ¿Sabes? Me parece que tu podrías ser un villano pero que yo si te lo propusieras en serio, así que debo matarte cuanto antes.

El corazón de Harry percusionaba en sus oídos de manera estruendosa. A lo lejos podía escuchar, levantándose sobre el muro de gritos de guerra, el pedido de ayuda de su rubio. Tenía que acabar con todo cuanto antes.

-          Y ahora mismo te matare – aseguro Voldemort levantando la voz y mirando en todas direcciones -, te pudrirás en una tumba como los hacen tus padres – dijo la serpiente mayor, elevando aún más la voz -. Te reunirás con el viejo chiflado de Dumbledore – vociferaba -. Venga, ¿Qué, nadie me  está prestando atención? ¡Voy a matar a vuestro héroe y estáis por ahí, mareando la perdiz! ¿Acaso nadie quiere ser testigo de mi poder? ¡Harry Potter!

-          ¡A mí que me registren! – se apresuró a decir Potter, con falsa inocencia -. Veras, Voldemort, no es mi culpa que tengas falta de talento para todo lo que emprendes.

-          Ya, porque tú lo digas – dijo Voldemort, entrecerrando sus ojillos, pensando en venganzas y muertes violentas.

Cuando Harry y Voldemort se dieron cuenta, todos les habían dado la espalda y habían formado un corro alrededor de algo… o alguien que gritaba como poseso. El señor tenebroso se dio una leche en la frente,  exasperado y luego se dirigió hacia la multitud:

-          Eh, vosotros, que estoy a punto de matar a vuestro héroe. ¿A caso no os importa? Pero a donde va a parar el mundo. ¡Venga, tíos que si nadie está mirando no puedo matar a Harry Potter porque esto tiene que ser un evento que quede en la memoria colectiva para que todos sepáis lo buenorro que soy!

Pero nadie hacia caso.

-          Vale, vale, quitaos de mi camino, que aquí vengo yo. A ver, a ver, ¿qué está pasando aquí? - El tío, curioso, se abrió camino entre la multitud de Mortifagos y los otros, para descubrir a un rubio con dolores de parto y que nadie hacia nada por ayudar. El hombre reptil miro a su alrededor y vio a McGonagall -. Minerva, no me dirás que no sabes que hacer. ¿Tu? ¡Por favor!

-          ¿Acaso me has visto cara de matrona?- rugió la mujer, y Voldemort se encorvó sobre sí mismo. – Además, esso… essoes… ¿sangre?

-          Pues, a menos que sea vino – dijo Voldy, hundiendo los hombros.

-          ¿Dónde coño esta Molly? – vocifero McGonagall.

-          Está en un duelo con Bellatrix  Lestrange – dijo Harry, mirando sobre su hombro.

-          Oh, no, entonces dejadlo que ahora mismo lo hace Lord Voldemort.

-          ¿Yo? – pregunto el hombre, de pronto nervioso – ¿Y yo por qué?

-          Porque tú has dicho que querías que viéramos lo buenorro que eres ¿No? – reto la anciana mujer, empujando a Voldemort por los hombros para acercarlo al muchacho en labor, pero este se resistía -. Que eres el gran señor tenebroso y que  te pasas a todos por los cojones y no sé qué más. Así que, demuéstralo.

El hombre observo la situación un momento, en silencio. La vieja bruja tenía razón, él era el único que podía hacer algo, asi que debía hacerlo. Ya después se encargaría de matar a todos. Se subió las mangas de la túnica mientras se hincaba frente al rubio que parecía tener la rabia o algo parecido.

-          Que pasada – murmuraba Voldy, acercando las  manos con temor. La mayoría de los presentes, incluido el mismísimo Voldemort, aguantaban la respiración a la expectativa – ¡pero que pasada! ¡Pero si aquí no veo por donde…!

-          ¡Arghhhh! Quieres ayudarme de una puñetera vez. Cuando termine con esto voy a morderos a todos – rugió Malfoy, enseñando los dientes.

-          ¡¿Y por qué Dementores me estas gritando a mí?! – pregunto Voldy, sensiblemente – si soy el único que te está ayudando.

-          Tu abuela en calzones – dijo Draco, con voz de caverna. El sudor ya escurría hasta su cuello y sus mejillas estaban más rojas que tomates.

-          ¡Eh, con mi abuela no te metas que ella no te ha hecho nada!

-          ¡Ya viene! – grito Draco, encajando sus uñas en los  brazos de Voldemort y pujando con gran fuerza.

-          ¿Mi abuela? – dijo Voldemort mirando hacia la puerta.

-          ¡El bebe!

-          Vale… ah, ya vi por donde… Túnicas, toallas, mantas, lo que tengáis a la mano que esté limpio.

La multitud se miró en busca de lo que el reptil humanoide pedía. Hasta que le pasaron unas mantas. Voldemort, ante un último grito furioso de Draco, recibió en sus brazos un hermoso bebe rubio, de piel lechosa y ojos cerrados que parecía dormir muy a gusto. Los presentes a tal milagro soltaron exclamaciones de ternura, algunos aplaudieron, otros se limpiaron las lágrimas.

Voldemort le miraba embelesado, hipnotizado. Se sentía, por fin, parte del universo y el cosmos. Por fin lo comprendía todo. ¡Él había nacido para ser partero!

-          ¡El señor Harry Potter, por favor! – llamo Voldemort, y el moreno se abrió paso entre la multitud para acercarse. El señor tenebroso mostraba una sonrisa exagerada, casi profesional, con una dentadura blanca y brillante -. Es mi deber informarle que es padre de un varón de 4.5 kilos, de 57 centímetros y que está completamente sano. ¿Quiere morder el cordón umbilical?

y Harry Potter no supo más.

Cuando Potter despertó estaba en enfermería, escuchando gritos alarmantes.

-          ¡No, Fred, ¿porque?! ¡¿Por qué tenías que morir así, tan joven?! – lloraba George, sobre el cuerpo de su hermano.

Harry se levantó, terriblemente mortificado, a punto de las lágrimas ante tal escena. La familia Weasley estaba ahí, al completo, observando el desgarrador suceso. Los Malfoy también estaban, y luna, Neville y Hermione, que abrazaba a su novio con fuerza, quizá para no dejarle caer.

-          ¿Por qué, Fred? ¡¿Por qué tenías que abandonarme?! – sollozaba el pelirrojo, golpeando el pecho inerte de su hermano.

-          ¡Auch! – se quejó el cadáver, de pronto -, creo que te estás pasando. Es mi turno.

Harry vio con una mezcla de alegría y furia, como el hermano no muerto se levantaba del suelo y ahora era George quien se acostaba para que lo llorara el otro.

-          Yo lo hubiera hecho así: Juro por la tumba de Merlín que no descansaré hasta haber vengado tu muerte, hermano mío.

Potter pudo respirar de alivio y los demás se dieron cuenta que había despertado. De inmediato le rodearon y le felicitaron, y Harry busco a su rubio, para encontrarlo recostado en una cama, con un hermoso rubito. El moreno se sentía incapaz de moverse, de acercarse más, y Narcissa, quizá, adivinando el problema, acorto la distancia entre ellos empujando al muchacho hasta la cama de Draco, que le miraba radiante, orgulloso de lo que habían creado ambos.  Narcissa cogió en brazos cuidadosos al bebe Potter y se lo ofreció a Harry mientras un Lucius Malfoy echaba a llorar de felicidad y su esposa le abrazaba para consolarle. El moreno cogió a su hijo en brazos y le miro completamente enamorado. Dormía tan plácidamente que ni se molestó cuando cambio de brazos. Era tan hermoso como Draco Malfoy: sus cabellos rubios, su piel nívea, tersa como piel del durazno, en las mejillas eran dos rosas rojas y  los labios rojas cerezas. Scorpius era aún más hermoso de lo que Harry habría creído posible.

-          Sus ojos – dijo Harry, con una voz casi irreconocible -¿de qué color son?

-          No lo sabemos – dijo Draco, con una dulce sonrisa -. No  ha querido abrirlos.

Y fue hasta entonces que Harry recordó a Voldemort y la guerra.

Y mientras el moreno achuchaba a Bebe Potter, sus amigos le contaron como habían ido a la madriguera y habían encontrado la diadema. Severus Snape la había destruido con un colmillo y de ella había salido la imagen de tía petunia en traje de látex con látigo en mano que le aseguraba al pobre hombre que se lo follaría hasta la muerte. Harry sintió un terrible escalofrió al imaginar la escena. Al  parecer era la pesadilla recurrente del profesor Snape y Harry no tenía ni pajolera idea de por qué. También le relataron lo que había sucedido después de que se había desmallado de la impresión después del parto de Draco: cuando Hermione vio la oportunidad, le había lanzado un Confundus a Voldemort, que hizo que actuara como partero profesional, y cuando sus lacayos vieron que el tío se había vuelto loco diciéndole a todo el mundo que se haría con una matrícula en tal profesión y que se iría a estudiar a Francia, los Mortifagos se des afanaron y la guerra terminó. Los habían capturado a todos y gracias a Hermione, en lugar de enviarlos a Azkaban, el ministerio de magia había lanzado sobre todos ellos un hechizo confundidor para que se creyeran elfos domésticos y trabajaran en las cocinas de Ahora el profeta y todos los demás, llamaban al bebe Potter, El Bebe que Detuvo La Guerra. Al final, Voldemort también había caído bajo el hechizo y ya solo era una lagartija con sueños de dragón.

Pasaron la mañana charlando y comiendo, recuperando fuerzas, recuperando sus vidas y empezando nuevas. Los obsequios llenaron mesas y más mesas. Flores, globos, juguetes, escobas para bebes, prendas de vestir, zapatitos, chambritas, osos de felpa, incluso hasta una cuna llena de juguetes que había enviado la abuela de Neville.

Por la tarde y después de recibir cientos de regalos para El Bebe Salvador, madame Pomfrey consintió que se fueran a sus hogares, ya que todos estaban en perfecto estado de salud. Cuando se iban, Harry se acercó a una de las mesas de los obsequios. Algo había llamado la atención del rubio, que miraba embelesado. Y el moreno no tardo en descubrir el porqué. Sobre la mesa descansaba una manzana, rojo sangre, y enrollada en ella, un Giratiempos de cadena dorada. Había un pequeño papel pegado a la cadena. Harry  le cogió y leyó la hermosa caligrafía azul:

Disculpadme por no enviar antes un obsequio de bodas: el fruto del amor. Potter, has que tu esposo muerda la manzana.

PS: Gracias por sacar a mi pueblo de Egipto.

Atte. El Altísimo.

Harry y Draco se miraron y el rubio hizo lo que ponía la nota. Y Zaz, todos los recuerdos del viaje en el tiempo regresaron a él.

-          Lo recuerdo todo – dijo Draco, casi sin aire, con el ceño fruncido y los labios abiertos, intentando comprender todo. Draco dibujo una radiante y perversa sonrisa a Harry.

-          ¿Todo? – pregunto el moreno, y al rubio le pareció que había preocupación en esa voz.

-          ¡Me has violado, Potter!

-          ¡Claro que no! – se defendió el moreno, sin poder disimular una sonrisa -. Además, ha sido tu culpa.

-          ¿Mi culpa? – rebatió el Slytherin, golpeando el pecho del Gryffindor suavemente -. ¿Es mi culpa que sea tan lindo y sexy y guapo e irresistible?

-          ¡POR SUPUESTO QUE SI! – acusó Harry, atrayendo a su esposo para besarle apasionadamente.

Sus labios se fundieron en un beso asfixiante durante minutos, y antes de que terminaran haciendo el amor en la enfermería, alguien tocó a la puerta y tuvieron que separarse. Harry invito a entrar y por la puerta aparecieron Hermione con Scorpius en brazos, que lloraba desconsoladamente.

-          Creo que extraña a sus padres – dijo la castaña, depositando en brazos de Malfoy al pequeño.

Y cuando Draco le cogió, Scorpius dejo de llorar y abrió sus ojos.

-          ¡Ahhhhh, verdes! – grito Hermione, eufórica -. ¡Son verdes! Esperad a que se los diga a los demás – dijo la chica corriendo hacia la puerta y gritando como loca – ¡Ron morirá de envidia cuando lo sepa! ¡El quería estar presente cuando abriera los ojos…!

-          Verdes – repitió Draco para Harry -, como los ojos de tu madre.

-          Verdes, como el prado en el paraíso.

-          Como las hojas del árbol de la manzana.

-          Como los ojos de mi madre.

-          Como tus ojos.

Harry se agacho a besar los labios de su rubio y la frente de su rubito.

-          Así que este es el fruto del amor – dijo Draco, agarrando la pequeña manita de su hijo.

Y mirándose a los ojos, ambos lo supieron sin necesidad de palabras.

-          Scorpius Apple James Potter – dijo Draco, solemnemente -, he aquí a tu Papa Potter y a tu Papa Malfoy.

Y Scorpius Apple James Potter sonrió a sus padres.

 

                poco los detalles de aquella fatídica noche. Sin embargo, cuando fue necesario su retorno, los recuerdos olvidados regresarían a su mente más nítidos que su viaje en el expreso de Hogwarts que ahora mismo está haciendo.

Los cerdos alados bailotean en la puerta de rejas forjadas, moviendo sus alas como si aplaudiesen al gran Harry Potter, el, siempre, salvador del mundo mágico. El castillo, con sus altos techos con tejas, luce siniestramente inalcanzable, con la oscuridad que pareciera haber hecho de aquel hogar, su nido. Una tumba, quizá, para los recuerdos que permanecen ocultos en algún rincón, en algún mueble, en un cajón o en las mismas paredes irreverentes, que, como un mantra, rumoran palabras que solo el corazón entiende. Harry siente la nostalgia invadiéndolo violentamente. Mira los jardines, el campo de Quidditch con sus aros relucientes, las torres que se elevan majestuosamente al cielo, como un monumento a los héroes caídos; la casa del Guardabosques que ha sido reconstruida apenas término la batalla, por las propias manos de Rubeus Hagrid. Al entrar por la gran puerta arqueada le recibe el canto del Sombrero Seleccionador, que ánima a los alumnos a unirse en esa aventura que era la vida. Harry cierra los ojos para escuchar aquella voz tan familiar, tan llena de emociones y sensaciones. Recuerda su primer día en Hogwarts, y de cómo tuvo una lucha interna que el Sombrero externó para dejarle escoger su nuevo hogar. Su único hogar. Vacila un momento en seguir su camino por ese corredor de armaduras inmóviles y mudas. Las mismas que habían defendido el castillo hacia once años. Viejas, incompletas, pero dignas y férreas guardianes del colegio. La profesora McGonagall se había lucido con ellas, piensa Harry, con una sonrisa de orgullo. Ahora no importa su silencio. Aunque cada cosa en aquel lugar tiene algo que contar, incluso la tierra donde se derramo tanta sangre; el espeso bosque que continua impertérrito, como un vigía inmortal cuidando celosamente sus secretos; las estrellas que brillan en el techo encantado del Gran Comedor, las mismas que brillaron aquella noche, perennes vestigios que titilan rumores de luz.

No, no es de ellos de quien espera escuchar los ecos del pasado. No, aun. Como una sombra en medio de la noche, Harry atraviesa el colegio en silencio, sube las escaleras de la gárgola que le ha recibido con una sonrisa afectuosa, como si pensara, como si fuera un ser sobrenatural en lugar de piedra mágica. Quizá eso ha sido siempre, quizá Dumbledore dio con la clave de cómo introducir el ánima mundi en lo muerto para darle vida, como hacer crecer un corazón a la piedra. Harry no le dará más vueltas al asunto. El viejo tenía sus secretos, muchos, incontables secretos, y tenía el derecho a ello, le gustara a quien le gustara. Amen.

La puerta de cerezo se abre ante él, olvidada en su soledad después de tantos años. Olvidada porque aquella ya no era la oficina del director. No, McGonagall había ordenado que esta se ubicara junto a la sala de los profesores, y había hecho bien. Harry no creía que hubiera alguien después de Dumbledore y Snape (y por supuesto, ella) que merecieran aquella oficina. Snape, que ha desaparecido después de la guerra. El interior huele  a hojas de té, a madera envejecida y el polvo lo cubre todo por doquier: la ingente chimenea de piedra blanca, los muebles antiguos, el escritorio y las esculturas. Incluso los recipientes alquímicos que una vez irradiaron sus brillos cromáticos, que una vez zumbaron y humearon sobre esa misma mesa. Los candelabros con velas consumidas, las cortinas de seda que cuelgan raídas, de los altos ventanales, los cuadros de antiguos directores…

Sin embargo su retrato no estaba entre ellos. Su retrato no adornaba las antiguas paredes.

La profesora McGonagall no lo quiso así.

La oficina sigue intacta como si la persona que ocupara aquel espacio no se hubiera ido jamás. Quizá lo encontraría dormido bajo un lio de telarañas mortecinas.

Quizá un poco de luz se lo revelara.

Harry sabe que no es así.

Esa habitación era justo lo que estaba buscando. Es de ella de quien espera oír lo que ha ido a buscar.

Fue en esa habitación donde todo comenzó. Fue el principio de un caos que develó la inmortalidad a dos corazones impolutos… a dos almas que estaban dispuestas a arrancarse la piel y regalársela a la otra, a desangrar sus cuerpos por el otro, a morir por el otro.

Harry siente como las paredes respiran, se agitan, tiemblan, se desesperan porque se les escuche. Las acaricia y les tranquiliza. El Pensadero descansa dentro de ellas a la espera del osado que se atreva a ahondar en sus profundidades. De revivir en su piel la gloria de años pasados.

Harry saca de su bolsillo dos Giratiempos que penden de una cadena dorada y una plateada, respectivamente. El brillo es hipnotizante. Y los recuerdos vuelven a su cabeza, tantos que le aturden por un momento. Los admira largamente antes de atreverse a girar uno de ellos, una vez, dos veces,  tres veces. Muchísimas veces, en realidad. Hermione le ha hecho los cálculos precisos y confía en su amiga, ella jamás le falla. Las paredes a su alrededor desparecen por un momento y Harry se da cuenta que está funcionando, que el tiempo está regresando cada vez más rápido hasta que comienza a desacelerar y frente a sus ojos las sombras cobran vida y las paredes se revisten de blanco, como aquella noche en que eran jóvenes, aun. Una vela se enciende con un fulgor casi mortecino y da forma a un tiempo que hoy es lejano. A un tiempo en que unos jóvenes Harry Potter y Draco Malfoy se odiaban a muerte y estaban deseosos de lacerar, de desgarrar, de herir, de desangrarse el uno al otro.

Harry ve al viejo hombre sentado a su escritorio. Le da la espalda y a pesar de ser lo más sigiloso posible, Harry sabe que el hombre se ha dado cuenta. Sonríe. Dumbledore le sonríe aun sin mirarle. Se pone de pie y Harry siente que algo le va a dar. El hombre que ha estado muerto todos estos años en su presente, ahora en su pasado, camina hacia él y le da un fuerte abrazo. Harry siente que las lágrimas fluyen como ríos por sus mejillas y no se avergüenza de ellas.

-          Mi muchacho – dice el hombre, palmeándole la espalda paternalmente – temía tanto el estar equivocado, pero ahora me has devuelto la esperanza. Dime, ¿cómo es el futuro?

-          Mucho mejor que el pasado – dice Harry, en medio de una sonrisa temblorosa, limpiándose las mejillas -, aunque depende de a quien se lo pregunte.

-          Por supuesto que si – razona Dumbledore, invitando a Harry a sentarse en la silla, frente a su escritorio -, ¿un caramelo? Tengo de limón, por si te  apetecen.

-          No, gracias – declina Harry, incapaz de desviar sus ojos de aquel hombre mientras coge asiento.

-          Así que todo ha salido bien, quiero creer – Y antes de que Harry habrá la boca, el hombre se adelanta y hace un movimiento con su mano, que le indica al muchacho que no diga nada -. No, Harry. Es suficiente con saber que estarás bien. No necesito saber nada más. Pero dime, ¿a qué debo el honor de tu visita?

-          He venido a regresar esto – dice Potter, enseñando el objeto reluciente que pende de su mano -, y si me lo permite, a hacer una advertencia.

-          Por supuesto.

-          Si un día ve a Draco Malfoy en la torre de astronomía…

-          ¿Sí?

-          No beba nada que…

-          Oh, ya es hora de que te marches, mi muchacho – dijo Dumbledore, poniéndose de pie abruptamente -. Con la edad las cosas se me olvidad, y ahora mismo debe venir tu joven yo acompañado del señor Draco Malfoy. No sé si lo recordaras, pero  hoy habéis hecho una travesurilla que ha afectado a la querida profesora McGonagall. Ahora debo parecer realmente enojado, aunque es una cosa que no suele dárseme bien.

Harry quiere decírselo todo, siente que algo en su interior le quema por contar todo lo sucedido a aquel anciano de cabello y barba blanca. Cambiar el pasado, salvarle la vida. Pero Harry simplemente sonríe. Asiente. Claro que lo recuerda. Por eso ha venido. Se acerca a la mesa donde zumban y humean los instrumentos de plata y pone sobre la mesilla el Giratiempos de la cadena dorada, dibujando una espiral con la cadena.

-          Hace tiempo me lo dijo Severus – dice Harry, agachando la cabeza. No quiere despedirse del hombre -, pero jamás había tenido las agallas de hacerlo antes.

-          ¿El qué? – pregunta Dumbledore, acomodando sus gafas de media luna sobre el puente de su nariz.

-          Usted se lo ha dicho, ¿sabe? Hace muchos años. Que era yo quien debía dejar aquí el Giratiempos para que Draco y yo hiciéramos ese viaje.

-          Entonces es algo que deberé tener presente.

Un suave golpe se escucha en la puerta y Harry sabe que es el momento de regresar.

-          Hasta luego, entonces…

-          Hasta luego, mi querido muchacho.

Harry coge el otro Giratiempos y le da vueltas hacia atrás. Dumbledore, así como el resplandor de la vela, desaparecen de sus pupilas, junto con el pasado para dar paso de nuevo al presente. Al tiempo donde Dumbledore no es más que un retrato y un grato recuerdo para muchas personas. Hecha un último vistazo a la oficina. Aun se siente la presencia del viejo. A Harry le duele haberle dejado atrás, pero sabe que al hombre le hubiera gustado así. Sale de la oficina arrastrado los murmullos quebradizos que late el corazón. Un suspiro de su parte es todo lo que puede decir.

Baja las escaleras. La gárgola sigue sonriéndole como si le tuviera cariño. Cuando Harry entra en el Gran Comedor, un niño de cabellos rubios se le lanza a los brazos.

-          ¿Dónde has estado, papa? – reprocha el niño, con un tierno y exigente morrito mientras sus ojos verdes brillan como si contuvieran el mar en un atardecer -. Pensé que te perderías la selección.

-          Por supuesto que no – asegura Harry, revolviendo sus suaves cabellos, en la coronilla -, eso jamás.

-          Me despeinas papa – reclama Scorpius, intentando desesperadamente arreglarse el cabello, mientras los demás niños que esperan a la selección, miran a Harry como si fuera un dios viviente. Nunca se acostumbrara a ello. Harry lo sabe perfectamente, pero al menos ya lo maneja un poco mejor. Por lo menos ya no trata de esconderse debajo de las mesas o de la gente como hacía antes.

-          Mucha suerte, Apple – dice a Scorpius, que por supuesto, no la necesita.

 No la necesita porque es el niño más afortunado del mundo. Ha nacido en un mundo libre, en un lugar donde podrá hacer todos sus sueños realidad sin ningún temor a que alguien le arrebate lo que ama. Harry camina hacia la mesa de los profesores. En ella le espera su esposo, Draco Malfoy, que charla alegremente con la profesora McGonagall.  Sobre sus cabezas pende el retrato de Albus Dumbledore, que mira a su alumnado nuevo con una brillante sonrisa. Y al lado de Draco Malfoy, el pequeño Sirius y su gemela, la pequeña Lily hacen de las suyas con los alimentos. Y debajo de la mesa, esa pancita de seis meses que a duras penas cabe en esa ceñida túnica color perla, Harry adivina que james está haciendo travesuras como sus hermanos afuera. Lo sabe porque Draco le está retando de cuando en cuando mientras charla con Minerva. Al paso que vais – decía Ron, que apenas había encargado su segundo hijo con Hermione, quien ponía los ojos en blanco cada que el pelirrojo mencionaba que quería siete hijos -, pronto seréis más numerosos que los Weasley. Y Harry espera que así sea. Quiere tener tantos hijos como se lo permita Draco, que piensa lo mismo. Ambos quieren una gran familia, enorme, incontable. Lo que ellos jamás tuvieron.

Harry se pregunta de qué están hablando Draco y Minerva. Tantos años sin verse y Harry no creía que el muchacho rubio fuera uno de los alumnos favoritos de la bruja. Pero todo cambia. Todo. El tiempo todo lo mueve, lo transforma, incluso los sentimientos.

El tiempo, ese curioso aliado o enemigo. Ya sea la cuarta dimensión, sea circular o lineal. Tan ambiguo como las estrellas, como la luz y la oscuridad. Tan ambiguo como ese gesto que Draco le dedica. Asiente para decirle que lo ha hecho. Que todo el pasado, y el presente están a salvo. Es decir, su pasado y su presente. Los de ellos dos. Los de sus hijos. Harry sonríe al imaginarse lo que habría pasado si en lugar de haberse perdido con Draco en el tiempo lo hubiera hecho con Snape o con Voldemort. No. Aquel escalofrió en su espalda le decía que no era momento de imaginar tales cosas. Jamás en la vida.

Un aullido feroz llama la atención de todos los presentes y la del mismo Harry Potter. Minerva se ha puesto de los pelos y a su lado, su Draco aúlla como Banshee en celo y Harry no necesita ser adivino para saber el porqué. La fuente se ha roto, dice Minerva, y Harry corre al lado de su esposo.

Sí, porque a Harry Potter sí que le importa el tiempo, ya sea nublado, lluvioso, neblinoso, frio o caliente, pasado, futuro o presente. Sabe que con el tiempo no se juega, y también sabe que es tiempo de seguir con sus vidas y las nuevas.

Es tiempo.

 

 

 

 

 

UN AÑO DESPUES.

 

 

-          Pregunta: si regresaras en el tiempo a antes del viaje en el tiempo, ¿Qué objetos escogerías para hacerte más fácil el viaje? – pregunta Draco Malfoy, recostado sobre el moreno pecho de Harry Potter. Los dedos del moreno dibujan corazones sobre la blanca cintura del rubio.

-          Vale, eso es fácil. Emmm… primero dime tú.

-          Pues, nada, mi varita, un bloqueador solar con pf 1000, un guardarropa adecuado para cada clima, un elfo domestico para que lo cargue, y una gran dotación de ranas de chocolate.

-          Vale, ahora yo. Emmm… pues, primero que nada, mi varita. ¡Y mi capa de invisibilidad!; un historiador, una dotación de pastelillos y jugo de calabaza… y al profesor Snape.

-          ¡¿Qué?! – exclama el rubio, irguiéndose bruscamente, para mirar a Harry incrédulo - ¿Para que Dementores llevarías al profesor Snape?

-          Fácil, para perderlo a la primera oportunidad.

-          Y decís que los Gryffindor sois un pan de dios – dice Draco, con una sonrisa demasiado traviesa como para que pase desapercibida por Harry.

-          ¿A qué se debe esa sonrisa? – pregunta el moreno, poniéndose sobre el rubio, acomodándose entre sus piernas.

-          ¡A nada! – contesta Draco, pero esa sonrisa perpetua hace recelar  a Potter.

-          Dímelo – ordena el moreno, amenazando con cosquillas.

-          No, cosquillas nooooooooo – exclama Draco, intentando escudarse detrás de sus brazos, pero es inútil, porque Potter sabe muy bien sus puntos débiles -. ¡Está bien, está bien! Te lo diré – dice el rubio, tras contorsionarse todo de la risa -. Ya, está bien. Merlín, odio que tengas tanto poder de convencimiento sobre mí.

-          Claro. Porque soy guapo, inteligente, irresistible, muy lindo y me amas – afirma Harry, imitando la arrogancia de un Malfoy.

Draco ríe. Dios, claro que lo ama.

-          ¿Recuerdas cuando ha aparecido el Giratiempos enrollado en la manzana?

-          ¿Cómo olvidarlo? – pregunta Harry, que ya mas o menos se imagina por dónde van los tiros.

-          Vale, pues también debes recordar que el Giratiempos desapareció por un tiempo.

-          También lo recuerdo.

Draco se cubre la cara sonrojada. Una nueva sonrisa se forma en sus labios y Harry sabe lo que va a decir aun antes de que lo diga.

-          Y también debes recordar que Snape desapareció al poco tiempo.

-          ¡Tú! ¡No!

-          ¡Sí! YO.

-          Has sido un niño muy  malo – acusa Harry Potter, haciendo de nuevo cosquillas a su serpiente, que en vano trata de enrollarse en sí misma. Harry debe tener pacto con Belcebú porque aquello es obra del diablo. El moreno le voltea, dejando al descubierto esas nalgas respingonas que parecen más ansiosas por recibirle de lo que el rubio es capaz de admitir -. Mereces un buen castigo, Draco, y yo me encargare de que lo recibas – dice Harry tras darle de nalgadas en ese culito que ya está adquiriendo un tinte rojo.

-          ¡Por favor, no seas cruel! – ruega Draco, gimiendo entre golpe y golpe, sintiendo como la excitación despierta sus más bajos instintos.

Cuando Harry está a punto de penetrar, la puerta se abre bruscamente y rubio y moreno se arrojan de la cama para esconder su desnudez de las miradas curiosas de sus gemelos, que al parecer han decidido que en sus cuartos no se puede dormir tan a gusto como en el de sus progenitores.

-          ¿Cuándo va a regresar Scorpius? – pregunta Lily, acomodándose al lado de Draco, que se ha puesto ya su pijama como su esposo, y abraza a su oso Albus, mientras Sirius abraza a Harry para esconder su rostro en el pecho del mayor, como suele hacer siempre que duermen juntos.

-          Ya habíamos hablado de eso, Lily – dice Draco, con paciencia, mirando a su esposo con sorna -. Para las vacaciones de verano estará aquí.

Harry mueve la boca para decirle sin ningún sonido que ya que se duerman los niños se larguen a la cocina.

-          Claro, querido – dice el rubio, con una pícara sonrisa, abrazando a Lily, que ya comienza a cerrar los ojos -, pero alguien quería diez hijos más.

-          Claro que sí, aun los sigo queriendo – asegura Harry, sonriente.

-          Qué bueno que lo dices, porque pronto estaremos a uno menos.

-          ¿Cómo? – dice Harry, que cree que ha escuchado mal.

-          Que serás padre de nuevo – dice Malfoy, con una sonrisa maliciosa -. Estoy de dos meses.

Harry Potter no dijo nada. Parecía en blanco. Draco Malfoy comenzaba a preocuparse. Y antes de que le diera con una almohada para hacerle reaccionar, el Gryffindor, babeante, sonrió radiantemente.

-          ¡Despertad todo el mundo! – vocifera el moreno, despertando a sus hijos mientras Draco le mira feliz -. Que tendréis un hermanito.

-          Ya estoy despierta, papa – dice Lily, riendo e intentando sujetarse al colchón, porque su padre la zarandea toda.

-          Hay que llamar a Ron y a Hermy.  Y a tus padres. No, hay que llamar a todos.

-          Son las doce de la noche, Potter – dice Draco, bostezando -, déjales dormir.

-          Ah, no. Cuando Hermy quedó, Ron me llamó a las tres de la madrugada para decírmelo.

-          Pero tú se lo has hecho más veces, Potter.

Con todo el dolor del mundo el moreno supo que su esposo tenía razón. A él no le importaba la hora para hacerle saber a todo el mundo que su amado Draco Malfoy le haría padre una vez más.

-          Vale, esperare a una hora más decente – asegura el moreno, saliendo de la cama.

-          ¿A dónde vas? – pregunta el rubio, perspicaz.

-          Al baño. Ahora vuelo.

Cuando Harry sale escucha un Claro, al baño, que te la compre quien no te conozca. Y como despiertes a james tendrás que dormir con él porque he batallado mucho para dormirle, que balbucea su esposo y sonriente, Harry baja a la cocina, coge el teléfono y marca un número. Del otro lado de la línea tardan en contestar, hasta que se escucha la voz de un somnoliento hombre.

-          ¿Harry? ¿Qué ocurre? ¿Estáis todos bien? ¡No me digas que ha vuelto Quien tú sabes…!

-          ¡No! Ron, ¿recuerdas cuantos hijos me faltaban para los dos equipos de Quidditch? Porque ya nos falta uno menos…

 

 

 

-          Seguramente os estaréis preguntando si esto que os he contado es cierto. Y si es así, como es que lo sé. Fácil, queridos amigos míos. A un terapeuta no se le puede ocultar nada. Por cierto, que maleducada he sido, no me he presentado correctamente: mi nombre es Teresa o  podéis llamarme Aerosoul, La Bruja Mas Bruja alias Garabato. Oh, pero ahora mismo debo dejaros. Tengo un paciente esperando. Un viejo amigo mío. Y vuestro.

Se abre la puerta de mi despacho y entra un hombre, más bien parecido a un reptil, sin nariz, sin cabello, sus ojos son rojas rendijas. Camina encorvado. Se nota nervioso y no sabe qué hacer. Le pido que coja asiento y así lo hace.

-          Dígame… -miro en el expediente el nombre del paciente- señor Voldy, ¿en qué le puedo ayudar?

-          ¿Es usted de sangre pura? –pregunta en un susurro y después se encoge, como si tuviera alguna clase de dolor físico. Se pone de pie bruscamente y comienza a golpear su cabeza contra mi escritorio- ¡Voldy malo! ¡Voldy malo! ¡Voldy debe ser castigado! –dice, sin dejar de golpearse.

-          Ya, ya, venga, hombre –le tranquilizo, cogiéndole por los hombros-. Ha venido al lugar correcto, mi amigo. Aquí le solucionaremos sus problemas. ¿Ha escuchado hablar de los electroshocks? Son unos inventos Muggles pero son realmente buenos…

-          Hay que matar  a todos los Muggles –dice Voldy, con voz rasposa, como un poseído y antes de que pueda hacer nada, ya está rompiéndose un antiguo jarrón Ming en la cabeza y repitiendo que Voldy es malo. Ha sido un regalo de mi suegra, el jarrón, que no Voldy, así que no me preocupo mucho.

Vale, creo que los electroshocks no funcionaran, pero al menos me voy a divertir…

Hasta la próxima, amigos míos.

 

 

 

 

CASO CERRADO

FINITE INCANTATEM

 

 

 

 

 

 

Y EN ALGUN LUGAR DE LA ANTIGÜEDAD…

 

-          ¡Profesor Snape! – llamó Pansy, nada convencida del lugar donde se encontraban. El hombre caminaba varios pasos por delante de ella, arrastrando su túnica por aquella arena infernalmente caliente. Ah, pero cuando encontrara a Draco le iba a estrangular hasta que se muriera bien muerto. Solo será como un paseíllo, dijo el rubio, tan alegremente que ella le creyó. Solo será un par de días hasta que os conozcáis y el hombre ya no pueda vivir sin ti. Claro, debió suponer que con Draco nada era sencillo y que el hecho de que a él y a Potter les hubiera funcionado no quería decir que a ella también le funcionaria. ¡Malditos rubios suertudos! -. ¡Espere por mí, por favor!

 

 

-          No pienso ir a ningún lugar sin usted, señorita Parkinson – anunció Severus, con una voz evidentemente fastidiada. ¿Por qué, justo cuando estaba gozando de las mieles de la victoria, de la fama y el agradecimiento ajeno (el ministro Kingsley Shacklebot le había mandado como agradecimiento todo un suministro de ingredientes para sus pociones, incluida la tan preciada Sangre de Dragón) la vida se empeñaba en hacerle sufrir y llegaba Pansy Parkinson, le ponía una cadena en el cuello y ¡zaz!, aparecían en quién sabe dónde, quién sabe cuándo y si intentaba desaparecer lo único que obtenía era un dolor de tripa -. No hay a donde ir así que puede estar feliz.

 

Pansy miró a su alrededor. El desierto era un lugar desagradable: calor por aquí, calor por acá, calor hasta debajo de las piedras. Horrible. ¡Y estaba sudando más que en un baño sauna! De por si ella ya era delgada. Estaba segura que si pasaba unos minutos más en aquel maldito desierto, caminando detrás del señor YO VOY ADELANTE POR QUE SOY MAGNIFICO, terminaría siendo un charco de sudor.

Admiró la amplia espalda de Snape. El tío era condenadamente guapo, condenadamente atractivo y condenadamente sexy. Pansy tenía muy presente la primera vez que le miró. Con su túnica negra impecablemente bien puesta, el muy gilipollas, lanzando miradas de Que me miráis, condenados mocosos, con esos hermosos carbones que tenía por ojos, y esa nariz elegantemente elevada en un gesto prepotente. ¡Dios, hasta en eso era condenadamente sexy! ¡Lo había amado al instante!

Pansy se limpió el sudor mientras intentaba no caer desmayada y deshidratada en la ardiente arena del infinito desierto. Oh, pero el destino es caprichoso, y quiso que un maldito guijarro se desprendiera cuando lo pisaba y esta fue a dar al suelo de bruces. Se quejó lo suficientemente fuerte como para que alguien en un avión que pasara a miles de kilómetros sobre sus cabezas, la escuchara, y de inmediato Snape regresó sus pasos hacia ella.

-          ¿Estás bien? –preguntó el hombre, sujetándole suavemente por el torso, le abrazó y la puso de pie.

El foco de Pansy se encendió más radiante que el sol.

-          Me he cargado el tobillo – mintió, mientras Severus la mantenía contra sí, y Pansy pensó que al diablo el calor, le encantaba que Snape la abrazara con su cuerpo caliente -. Creo que no podré caminar más. Sálvese usted, por favor.

Snape sonrió, cosa que le gustó a Pansy. La cogió en brazos, cosa que le gusto aún más, y caminó con ella así, como recién casados.

La señorita Parkinson no era la mujer más pesada del mundo, ni mucho menos, pero en aquellas condiciones, con el calor extremo y sus fuerzas disminuyendo con los litros de sudor que su cuerpo liberaba, la adolescente pesaba más y más a cada paso. Por suerte para el hombre, que no tardaría en caer rendido, a la distancia se podía ver un hilo humeante que se elevaba al cielo como una serpiente negra. Cuando llegaron a una distancia prudente, Snape pudo ver lo que parecía un campamento.

¡Eureka!

Los pasos de Snape, a pesar de arrastrar la arena y cargar con Pansy, se hicieron más agiles y más rápidos. Y de pronto una voz se alzó por el desierto. Una voz agobiada y cansada que lanzaba sus ecos al desierto. La voz se le hacía enfermizamente conocida a Severus, pero no lograba relacionarla con nada.

-          ¡¿Ramiencito?! – decía la voz, con una repentina alegría, cada vez más cerca de Snape -. ¡Ramiencito! ¡Eres tú!

-          Creo que el calor me ha afectado más de lo que creía posible – dijo Snape a Pansy, quien lucía radiante en los brazos de su amado profesor.

-          ¡Ramiencito! ¡Has venido a salvarnos!

Y de improviso un moreno de cabellos oscuros y largos se le lanzó al cuello haciéndole trastabillar y soltar a la muchacha, que cayó sobre la arena con un fuerte Plap. Severus intentó deshacerse del agarre y cuando lo logró sintió que algo le rechinaba por dentro. Estuvo a punto de salir corriendo cuando el otro hombre habló.

-          ¡Ramiencito, soy yo, Moisés, tu hermano putativo!

-          ¿Putaqué? – preguntó Pansy, mirando de mala leche al moreno desconocido.

-          Tivo – dijo Moisés, mirando a la muchacha de arriba abajo con descaro. Y regresó su atención a Severus, que parecía estar en un estado mental desconocido -. Has venido a regresarnos a Egipto, ¿cierto? Pues, enhorabuena que ya nos hemos cansado de adorar a nuestro Dios y creo que se ha enojado por ese par de capullos que destruyeron Egipto y nos ha culpado a nosotros, pero yo creo que en realidad ha sido por ese becerro de oro que se han hecho los hermanos. Creo que EL es un poco celoso – dijo esto último en voz baja y mirando al cielo esperando que ninguna nube negra se formara de repente y le castigara por su osadía -. Porque llevamos no sé cuánto perdidos en el desierto. Has venido encubierto, ¿cierto? –pregunto Moisés, alegremente, mirando la curiosa vestimenta del faraón de Egipto -, y has hecho bien, porque, sabes, los hermanos aun están molestos por todos esos milenios de esclavitud y esas cosas. Yo les he dicho que no deben ser así, que es bueno perdonar, pero ya sabéis como es vivir en esclavitud… No, no lo sabéis – dijo el hombre, mirando a la muchacha, mientras los dirigía al campamento -. Solo os diré que si el asunto se pone feo… poned pies en polvorosa…

Severus Snape suspiró. Admiró a Pansy, que lucía emocionada con el nuevo acontecimiento. Volvió a suspirar. Esos ojos verdes se apreciaban radiantes y si lo pensaba mejor se parecían a los ojos verdes de Lily Evans. Vale, quizá era una nueva oportunidad de empezar desde cero. Hacer las cosas bien esta vez. Sonrió y su nariz se hizo más prominente. Notó con timidez como la Slytherin le miraba complacida, quizá enamorada.

Vale, habría que ver lo que ocurría de ahora en adelante. Ya el tiempo lo diría.

Pero esa, es otra historia…

 

 

Notas finales:

 

Un enorme gracias y muchisimos abrazos y besos a todos vosotros!!!!!

Y un saludo especial a Dark Moon, Die Potatoe, Salo Reyes, Nel, Alex luna, Sexypanda, Fer, NAtali, Minita vGt, Karinyuu, Marrubji, LORDMOON, Cajaamarilla, Mel-san, Paty li, Blanca Bunny, Ryoshin Di Juri, Macross, Pame, Shina, Hikari yuki, Merry Kirkland, Dragiola,  Cristal, Aseret91, Hera santa, Diana, Bomi, Lintu asakura, Modelito bien fría, Kmatariyaoi, ISA, CLER VAMPIRE, PRUEPHANTOMHIVE, Nao Ran, Chunnie jae, Marie, ShowGirl92, Lunaazul, Misaky0, mgreenpride, nyanta, Escarlata, AnJiTzUh, Hana chan yaoi, ggbmiharu, Namy Malfoy, Hagobi Riench, Lilo, YoitenuOu, Lucian2011, ANDREA, Jobalmar, Kiara Black, DarkMatter Uchiha, Kaori Yagami, que alguna vez, desde que empezo esta travesura me habeis dejado un comentario!!!!!!!!!

Sé que con el paso del tiempo he perdido a much@s de vosotros, un error con el que debere vivir el resto de mi vida.  

Pues nada, solo me queda agradeceros por estar aquí, por seguir está loca historia que no podía dejar inacabada porque me torturaba. Gracias por todos vuestros comentarios, eso jamás tendre como pagarlo. Espero que la vida os sonria y todos vuestros sueños se hagan realidad.

Travesura realizada.


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