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Gris amanecer por Aphrodita

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Notas del capitulo:

Disclaimer: S.S es de Kurumada.


 


 


Bueno, esta remake va dedicada a Maryzza. Ella me había pedido un fic Hyoga x Shun, busqué entre los que tenía pero me di cuenta de que todos mis fics patonejos son malísimos x´D. Este era el único que más o menos se salvaba, el argumento hoy en día me sigue gustando, lástima que en su momento apoyé el teclado en el culo y publiqué lo que salió.


 


Espero que los que ya lo leyeron les guste igual o más. Y los que recién se topan con esta historia: Suerte.


 


xD ¡Ja, ja, ja!


 


Fic escrito en el 2005 y remasterizado en el 2010… ¿Qué tul?


 


Aclaro algo: Es un one shot, sin embargo, dado que termina de una manera… errr… abierta, decidí —en su momento— darle un final alternativo que resultaron ser tres :P. por eso, sigue siendo un one shot, pero con finales alternativos. Pueden guiarse por los colores.


 


El rosa, desde ya, es un final feliz.


El negro, como imaginarán, es el más trágico.


El rojo, el ambiguo. El que no quiere ser ni feliz ni triste.


 


Me faltó hacer en su momento el blanco, pero ya estaba harta en ese entonces de éste fic.


 


 

 

Shun no lograba despertar de la terrible pesadilla que le tocaba vivir, y su hermano comenzaba a preocuparse por eso: Tanta negación no debía ser en lo absoluto benéfico para su salud mental.

—Shun ¿vendrás con nosotros? —preguntó el menor de los Kido acercándose a él.
—Pero Seiya, debes entenderme... No es posible... —respondió, como pudo, con la voz tomada y la garganta hecha un nudo.
—Sé que esto es muy difícil para ti; lo es para todos —pero el Dragón fue interrumpido por el mismo Andrómeda.
—Shiryu, tú lo conocías perfectamente. ¡Vamos chicos! Sabemos que Hyoga no sería capaz de tal locura.
—Aun así —Ikki perdió su mirada, le resultaba imposible posar sus luceros del tiempo en la asolada figura de su hermano—, él lo ha hecho —tragó saliva, hablar del tema era mucho más difícil de lo que creyó en un inicio, quizás porque no podía evitar sentirse contagiado de la angustia del menor—Comprendemos tu dolor; y a pesar de que tampoco entendemos su proceder...
—¿Pero cómo? —sentado en las escaleras de la mansión trataba de controlar sus palabras para que estas fuesen más claras—: ¿Cómo lo ha hecho si...?
—Sencillamente... Saltó... —respondió el Pegasus, decirlo en voz alta fue escalofriante—; saltó del muelle... —reiteró, perdido en cavilaciones.

—¡Pero somos Santos, Guerreros! ¡una caída de esa magnitud no significa nada! —seguía sin poder comprender los “por qué”, o los “cómo”.

 

Se rehusaba a hacerlo, en su lógica creía tener razón, o acaso ¿no la tenía?


—Sabes muy bien, hermano, que hay algunas heridas difíciles de soportar. Hyoga no resistió el impacto… aparentemente tampoco quería… igual murió por...
—No, no, no... —negó Andrómeda—Lo deben haber arrojado... Otro Santo... Él no... Por propia voluntad.
—Shun... —el Dragón hizo un último intento; Saori a su lado, un poco ajena a la conversación, le extendió un papel—Él ha escrito aquí los motivos —y le pasó la nota a su escéptico amigo.


El joven de esmeraldina cabellera estrujó el papel en su mano, y con su puño temblando se puso de pie.


—Shun ¿Vendrás con nosotros al funeral? —investigó Seiya, al igual que Shiryu, como un postrema tentativa por hacerle entender que no era una pesadilla, que era la más dura realidad, y que debía cargar con ello.


Sin embargo Andrómeda respondió:


—¿Qué funeral? No hay funeral... Hyoga no... —de nuevo las palabras se atoraban en su garganta—Y yo lo voy a probar. Debe estar en algún lugar, en Siberia ¿Han averiguado en Siberia?
—Hermano...—susurró apenas para acercarse a su lado.
—Lo conozco a Hyoga. Debe haberse escapado, errante como siempre, pero volverá...
—Shun...—Shiryu suspiró y realizó el ademán de tomarlo por un hombro pero se reprimió.

El aludido les dedicó una extraña mirada a sus compañeros de armas, sin decir más se marchó de la sala encerrándose en su cuarto. Una vez allí apoyó su espalda contra la puerta cerrada y se dejó caer.

 

 Sentado en el suelo, rodeado por la penumbra del cuarto, comenzó a llorar con insondable amargura, aferrando aún ese trozo de papel que por algún extraño motivo no podía leerlo. Tal vez era miedo, miedo por hallar razones válidas.

 

Las voces de sus compañeros coparon sus oídos, atormentándolo. Podía escucharlos hablando sobre su delicado estado:

—“Ikki, necesita ayuda” —la inconfundible voz del Dragón.
—“Ya lo sé... Trataré de ver como ayudarlo

—“No es para menos, Hyoga y él tenían un lazo fuera de lo común... Casi tan especial como el que tú tienes con Shun”...—atinó a decir el Pegasus.

—“No sé que hacer... por todos los Dioses del Olimpo”...—finalizó abatido; como hermano mayor su función siempre había sido velar por Shun.

 

 Aunque nadie le hubiese impuesto aquel mandato, lo hacía porque así sentía que debía ser, empero en el presente creía estar fallándole.

Luego de aquellas palabras, Andrómeda no logró escuchar más, sus amigos iban alejándose por el pasillo y sus voces ya no eran audibles.

 

Todavía sin poder mover un músculo comenzó a recordar, incapaz de detener ese torrente de imágenes, que lo acosaban, abrumándolo.


—Si pudieras ser un pájaro ¿Qué harías? —cuestionó el rubio caminando sobre la baranda del muelle, sorteando de vez en cuando los pilares.
—¿Eh? —la pregunta le sorprendió aunque debía estar ya acostumbrado a esos arrebatos.

 

 Caminando a la par de él, por la acera, no supo que responder.


—Es una pregunta común, que todos se la hacen en algún momento. Si pudieras ser un pájaro ¿Qué harías?




Conocería el mundo”... Le susurró a la nada, en exactitud la misma respuesta que en su momento le había dado.

 

Se puso de pie con lentitud y guardó el papel en un bolsillo.

***


Se podía sentir la soledad engulléndolos en la inmensa mansión, aun sabiendo que los demás estaban allí, ignorándose unos a otros, sumidos en el más hondo silencio.

 

Esa particular tarde habían ido al supuesto funeral del Cisne, todos menos Shun quien bajó las escaleras con el rostro ensombrecido para llegar al pie de la misma y sentarse con la cabeza entre las piernas encogidas. Comenzó a reflexionar que si bien muchos tenían motivos (válidos o no) para suicidarse conocía a la perfección a su amigo, y sabía con ciega convicción de que no seria capaz de tal aberración.

 

Siempre el ruso había sido de perfil bajo, y tal vez como todos los humanos guardaba secretos y dolores, nada más que él prefería manifestarse de otra forma en vez de usar las palabras. De formas que podían pecar de cerradas, aislantes, hoscas… siempre escondiendo su verdadero sentir en una apariencia formal, o en un carácter huraño o intelectual, o en escasas oportunidades en una enigmática sonrisa que trataba de reflejar un bienestar falso. Empero, nada de eso era razón suficiente. Hyoga, ante todo, era un ser fuerte, de ideologías férreas, dogmatizado por una religión que condenaba el suicidio.


El muchacho de pelo verde se puso de pie, caminó hasta la cocina con verdaderas ansias de beber un té, pero no de preparárselo, así que desistió encaminándose a la biblioteca y se encerró en ella.

 

Buscaba algún libro, cualquiera, pero de esos que solían compartir los dos... Autores que les gustaban por igual.

Con su dedo recorrió el lomo de cada libro sin detenerse en ninguno en particular.

—“¿Realmente has muerto?” —se preguntó, circunspecto.

 

Un libro que cayó con estrépito al suelo lo sacó de sus meditaciones. Lo tomó del suelo tal como había caído y su vista reparó de inmediato en un párrafo:

Vuelo de nubes y un áspero viento
Me refrescan, a mi, que estuve enfermo.
Soñando como un niño silencioso
Ahora descanso y la salud recobro


Sonrió apenas al reconocer que el libro en sus manos era el favorito de Hyoga. Volvió a colocarlo en su lugar y salió de aquel cuarto ya que comenzaba a sentirse peor, si podía ser posible.


Era de día, aunque las nubes densas y oscuras traían la noche con más prisa. Se quedó observando como el cielo amenazaba con una copiosa lluvia que no tardó en caer.

—Shun ¿Has visto que belleza?


El mencionado observó a su amigo, algo azorado. Ambos se encontraban empapados, pero parecía ser que al Cisne no le preocupaba mucho ese detalle.


—¿Qué es bello?
—Esto... —respondió el rubio con sus brazos extendidos, dando a entender con “esto” que se refería a “todo”. Ante el signo de pregunta metafórico en el rostro de su compañero se vio obligado a aclarar—: La lluvia... El olor a tierra mojada —aspiró el aroma llenando sus pulmones—; sí... Vale la pena vivir si podemos presenciar estas cosas.
—Tengo frío. Apuremos el paso...



Una lagrima melancólica surco el rostro del muchacho. Se alejó de la ventana y se sentó en el amplio sillón, quedándose profundamente dormido a los pocos minutos.

 

Un sueño lo alcanzó de inmediato, inmerso en la quimera no era capaz de distinguir la realidad de la fantasía. En él, huía de algo o alguien —no estaba seguro— sólo sabía o sentía que dentro de la biblioteca era invulnerable, como si de un fuerte se tratase; pero una vez que accedió a ella notó que todos los libros que siempre ostentaba dicho lugar, no estaban.

 

Vacía, por completo.

 

Luego su cuerpo comenzaba a cubrirse de cicatrices nuevas, sumadas a las anteriores ganadas en viejas batallas. Andrómeda volvió en sí de la pesadilla encontrándose con el rostro de su hermano, contemplándolo.

—Lo siento Shun, no quería despertarte pero quería saber como te encontrabas... —se sentó con calma a su lado.


Desperezándose, su hermano se acomodó.


Nii-san ¿Tú has visto el cuerpo de Hyoga?
—¿Eh? —no esperaba una pregunta semejante.
—Digo ¿Hay pruebas de su muerte... Lo has visto muerto?
—Pues... El cadáver, debido al agua... —frenó su alocución, no estaba seguro si era prudente hablar de ello teniendo en cuenta el estado actual de su hermano—Porque, sabes, él murió ahogado... Y su cuerpo estaba irreconocible...
—¡¿Pero nadie lo reconoció?!
—Camus se hizo cargo de ello. Nos dieron sus pertenencias Shun, eran todas de él; su ropa y... su cruz.


Shun no conseguía entender porque ninguno de los tres había tomado el recaudo de verificar la muerte. Si tan sólo comprendiese lo difícil que también era para ellos tener que aceptar lo irremediable.


—¿Dónde están sus cosas?

 

Ikki silenció por un breve intervalo; su rostro se tiñó de un gesto atípico en él, mezcla de nerviosismo y culpa.


—Te enojarás si te cuento...
—¿Qué? Dímelo —apremió.
—Nuestra intención era enterrarlo con su cruz pero... Debido a todo el trámite policial y demás cuestiones... entre tantas idas y venidas... ha pasado por muchas manos y...


El joven de cabellera color esmeralda cerró sus ojos... No podía creerlo.


—La perdieron —musitó decepcionado.
—No sé cómo. Te juro que tomamos todas las precauciones pero... Desapareció —se apresuró a excusarse, comprendiendo el dolor de su hermano—; esa es la verdad. La teníamos con nosotros. La tenia Shiryu y pensaba dártela a ti, pero llegamos a la conclusión de que Hyoga hubiese preferido ser enterrado con ella y cuando Shiryu fue a buscarla... no estaba por ningún lado; y todos estamos seguros de que la última vez que la vimos fue en la mansión. Con suerte debe andar por aquí. No quiero pensar que algún empleado la robó.
—Son unos... unos... —Shun intentó controlarse, si bien era un objeto pequeño al que la mayoría no le hubiese prestado atención, los demás sabían de la importancia sentimental que representaba para el ruso.
—No te enojes... —rogó dolido, notando como su hermano desviaba furibundo la mirada—Dime ¿Cómo te encuentras?
—No lo sé… —Andrómeda bajó su vista y negó.
—Mañana será el último adiós. Llevarán el cuerpo a su querida Siberia ¿No quisieras antes… ? —pero fue interrumpido.
Nii-san ¿De veras crees que ha muerto?
—Shun... No nos asustes, nos estás preocupando. Sé que es muy difícil para ti, pero debes aceptarlo. También sé que lo conocías quizás mucho mejor que nosotros, sin embargo, aun así... Ya has visto... él… lo hizo.
—No. Él no sería capaz de suicidarse, Ikki. Debes creerme. Debes ayudarme a encontrarlo.
—Sí, te voy a ayudar —asintió reiteradas veces, perdido en una única reflexión—, a ti —concluyó firme—; hablé con Saori y consiguió el mejor especialista...
Nii-san, no me traten de loco... ¡¿Pero qué demonios les sucede, Hyoga es nuestro hermano, lo conocíamos, todos sabemos que es imposible?! —exclamó incrédulo poniéndose más tarde de pie para alejarse del lugar.
—Shun, tranquilízate...—pidió ante tal arrebato. En verdad comenzaba a inquietarlo.

Ya en su cuarto, encerrado de nuevo, Andrómeda comenzó a rememorar las veces que había hablado con su amigo sobre la muerte, y lo más sombrío que había hallado se alejaba mucho de ser un motivo para suicidarse.

 

 “—¿Para qué te preocupas? Si de todos modos vamos a morir algún día

 

No. No era motivo o excusa valedera.

Hyoga era “llorón” en palabras de Ikki, aferrado al recuerdo de su madre y sentimentalista, pero amaba la vida, y tal como lo recordaba esa frase, el suicidio no estaba en la lista del ruso de cosas para hacer.

—“Hyoga, si por lo menos pudiera tener tu cruz conmigo”—se dijo a si mismo retornando a la sala una vez que consideró había transcurrido un tiempo prudencial para evitar que sus compañeros estuviesen allí dispuesto a seguir acosándolo con el tema.


Pero se equivocó: Al llegar percibió como todas las miradas de lástima recaían en él. Se sentó en el amplio sillón ignorando dichas contemplaciones y prendió la televisión.


—No hay cable —pronunció con apatía, pero al ver que sólo estaba desconectado se agachó hasta boca del televisor para volver a su lugar la conexión.

Sin embargo la “lluvia” del televisor le llamó poderosamente la atención, se sintió hipnotizado con esa danza inconexa. Nada concreto en la pantalla, desde ya, pero Shun podía jurar que los puntos formaban una cruz. Giró su cabeza con rapidez para ver si alguien, además de él, podía ver eso (o en verdad se estaba volviendo loco). Al encontrarse sólo, o mejor es decir: ignorado en apariencias, fijó su vista en la pantalla sin alertar a sus compañeros del pormenor. Sí, sin duda era una cruz.

“¿Dónde está?” —acabó por decir, como si la oración se hubiese formado sola, y con coherencia, en su cabeza.

Enseguida los puntos formaron una figura que aunque le costó interpretar, Andrómeda supo que se trataba de la fuente de agua en el jardín de la mansión. En plena noche salió en busca de “eso”, no sabía de “qué”, pero tenía la certeza de que algo hallaría...


Ikki se fue detrás de su hermano aun más impaciente que antes por las extrañas actitudes que comenzaba a tener con tanta asiduidad.

 

Lo encontró junto a la dichosa fuente, llorando… con la cruz de Hyoga entre sus manos.

—Entonces ¿Realmente has muerto?
—Shun... —susurró el Phoenix detrás de él, para luego estrecharlo entre sus brazos, sintiéndose impotente por no poder hacer más por su hermano. —La hallaste... Ven —y lo arrastró rumbo al interior de la mansión.

Shun se durmió en su cama, entre sollozos, con la cruz de Hyoga entre sus dedos. Ahí lo dejó Ikki, luego de que Andrómeda se durmiera por puro cansancio que las lágrimas le ocasionaban… y es que muchas veces llorar agota.

 

Bajó a la sala, tanto Seiya como Shiryu comentaron la delicada situación del muchacho, sin dejar de lado la asombrosa aparición de la cruz.

***


Despertó percibiendo entre sus dedos la cadena, observó la cruz como si necesitase cerciorarse de que aún estaba en su poder, resguardada. Se frotó los ojos, se alistó y bajó a la cocina encontrándose con Shiryu:

—Hola Shun ¿Cómo estás? ¿Quieres que te prepare algo para desayunar? —pero sin esperar respuesta alguna se puso de pie para servirle en una taza un poco de té.
—Gracias Shiryu pero no tengo ganas...
—Shun, debes comer algo —reprendió con un tono paternal, poniendo la taza y un platillo con tostadas en la mesa, prácticamente obligándole con ese gesto. —Has encontrado la cruz —manifestó para luego sentarse a la mesa y seguir con su desayuno.

—Sí. Fue raro... —Andrómeda no supo como explicar lo de la televisión sin quedar como un insano, ya bastante con que todos lo pensasen como para colmo darles más motivos—Pensarás que estoy loco pero... la televisión, ayer... me dijo dónde estaba.


El Dragón reprimió una carcajada porque comprendió enseguida que no era una broma pese a sonar como tal.


—¿Cómo que el televisor te dijo?


Todavía con serias dudas de hablar al respecto, comenzó a narrarle el suceso. Más tarde el Dragón reflexionó al respecto tratando de ser compasivo con él:


—De seguro que... Ya sé... —el pelilargo intentaba encontrarle una explicación lógica a todo eso—Mientras tú dormías, los tres nos pusimos a pensar en donde habíamos visto la cruz por última vez —realizó una breve pausa—, nos sentíamos muy culpables y queríamos hallarla, para dártela —dio el último sorbo a su té para continuar explicando—; Seiya comentó que él la tenía cuando hablamos ese día sobre qué hacer con ella y que quizás, como estábamos afuera, debió haberse caído en el parque, o en el jardín... Junto a la fuente —Shiryu hizo una breve pausa y especuló—: De seguro, dormido, escuchaste ese comentario que se guardó en tu subconsciente —señaló con su dedo la cabeza de su amigo, tocándolo levemente con la yema del dedo—, y cuando despertaste, quizás algo activó ese recuerdo y saliste en su búsqueda hallándola, donde justamente el cabezota de Seiya la perdió.
—Shiryu, no me trates de loco tú también —acabó por molestarse. —Te juro que el televisor formó una cruz, y luego...
—Debe haber sido tu desesperación por encontrarla. No te trato de loco.


Shun recapacitó un segundo aquellas palabras, y en cierta forma su amigo tenía razón, pero todo era tan inaudito, tan confuso.


—¿Irás al último adiós?
—No —al ver la expresión en el rostro de su amigo, Andrómeda acotó con premura—: Ustedes piensen lo que quiera, pero Hyoga está vivo... En algún lugar. Algo raro hay en todo esto. ¡Vamos Shiryu!, tú lo conocías, sabes que es incapaz de hacer algo semejante.
—Si te soy sincero... Es verdad —asintió con serenidad—, nunca creí a Hyoga capaz de eso.
—¡¿Ves?! Es lo que yo digo...
—Pero bueno Shun, algo lo desequilibró y lo llevó a cometer suicidio. Quién sabe lo que le pasaba por la cabeza en ese momento. Me hubiera gustado poder ayudarlo.
—Tú también piensas igual que el resto —se desilusionó, sintiéndose solo con su raciocinio.
—Sí. Pienso, “jovencito”, que no te vendría mal hablar de esto con alguien capacitado; un especialista que te escuche y te ayude.


Mosqueado por escuchar otra vez la propuesta de un psicólogo, (así sea de forma indirecta, que tampoco era idiota, aunque agradeció el tacto de su compañero para tocar el tema) no lo dejó finalizar y se levantó del asiento para alejarse de la cocina. Se rehusaba a conversar con esos términos de por medio.

Subió a su cuarto y se encerró en él, la mayor parte del tiempo solía enclaustrarse allí, resguardado de la lástima de los demás, aunque de igual modo agradecido por la innecesaria preocupación.

 

Poco duró su aislamiento, puesto que a la noche su hermano fue en su búsqueda, preocupado por ausencia tan prolongada.

—Shun ¿Por qué no haces algo? no sé: Sales un rato a caminar o miras un poco de televisión... —propuso sentándose en la cama junto a él.
—No tengo ganas —respondió desganado y tal vez un poco malhumorado.
—Por favor... Nos estás preocupando —estaba tan harto de repetir lo mismo como Shun de escucharlo—; vamos, levántate un rato.

Andrómeda accedió al pedido de su hermano, pues no conseguía nada negándose, sólo que el asedio fuese peyorativo. Además sabía que el Phoenix no se daría por vencido.

 

Bajaron a la cocina, la cena había finalizado pero sin embargo un plato todavía seguía en la mesa. El joven de cabellera esmeraldina se negó a comer. Optaron por no exigirle más de la cuenta, y una vez en la sala decidieron hacerle compañía.

 

Necesito saber por qué te fuiste” Se dijo Shun, ignorando la conversación que habían entablado los demás. Fue inmediata la respuesta, cuando sorpresivamente el equipo de música se prendió:

Quiero conectarme con amigos. Éste es mi mail…

Un simple programa de radio que daba la dirección de un desconocido; sin saber bien a que se debía algo se activó en él, y salió corriendo rumbo a su cuarto dejándolos a todos más desconcertados que antes.

—Lo siento... —se disculpó el castaño de la familia creyendo ser él el culpable de tan vertiginosa huida—Sólo me apoye en el mueble… —objetó para su defensa, explicando el encendido de la radio.

Andrómeda llegó a su cuarto y prendió la computadora ¿Para qué o por qué hacía eso? No estaba ni remotamente seguro, pero sentía que podría llegar a encontrar una respuesta allí.

 

Se conectó al servicio de mensajería instantánea, y para su gran sorpresa un contacto estaba conectado... Era Hyoga.

 

Con precipitación, y quizás sin sentido, le escribió un mensaje:

—“¿Dónde estás?” —sonó a reproche, y vaya que lo era; pero no recibió respuesta inmediata—“¿Quién eres, por qué utilizas la casilla de mi amigo?”


Shun percibió que del otro lado estaban escribiendo un mensaje. Su corazón latió desbocados y los minutos que tardó en llegar la replica le parecieron eternos, burlones, sádicos.


—“¿Qué sucede conejoliebre?”

 

Esa era una particular forma de denominarlo, una manera de llamarlo que no empleaba comúnmente, al menos más que para molestarlo en el presente, aunque su sentido era mucho más profundo del que se sospechaba a simple vista.

 

Shun se cabreaba (tanto como él podía) cuando utilizaban el mote de “conejo” para referirse a él, por eso el Cisne empleaba el de la “liebre”, no por molestarlo, le agradaba… al fin de cuentas era una manera de recordarle y recordarse que a él le debía la vida.

 

La vida. Jamás se suicidaría, sería una manera de burlarse de él, del sacrificio de Andrómeda.

 

La liebre se había retorcido en el fuego, y él no era capaz de pisotear las cenizas ¿Cierto?

 

La esperanza inundó el desalentado corazón del joven.


—“¡¿Dónde estas?!” —su mente se aceleró, tanto como su pulso.


Fuera de su cuarto, por el pasillo, Ikki iba a su encuentro ansioso por saber que motivos lo habían arrastrado para partir con tanto ímpetu. Llegó ante la puerta y sin golpear entró, preguntando con urgencia:


—¿Estás bien?
—¡¡Ikki, mira, es Hyoga!! —Andrómeda le costó formar esa sencilla oración, se le dificultaba la respiración.
—Shun, digas lo que digas irás a ver a ese especialista —sentenció con gravedad, señalando la pantalla.

 

 En ella no figuraba Hyoga conectado.

A pesar del comentario, miró con gravedad a su hermano mayor y le pidió con aspereza un poco de intimidad.

Reticente a irse y dejarlo en aquel estado, decidió al final darle ese espacio.

 

Shun se sentó, y comenzó a escribir un mensaje. Contándole al Cisne todo lo sucedido y rogándole que le contestara, cuanto antes.

 

Y si no era Hyoga, al menos por respeto, que por favor no utilizase su casilla, pues era una broma y de muy mal gusto.

 

Mandó el mensaje y se quedó mirando la pantalla, como si así, la respuesta llegase mas rápido.


Al bajar a la sala, no sólo miradas de piedad recayeron en él, si no de recóndita turbación, como si de un ser extraño se tratase. Andrómeda no intentó explicar su fuga ni su experiencia con el servicio de mensajería instantánea ¿Para qué? Si igual no le iban a creer.

 

Sin embargo necesitó saber una cosa puntual:

—¿Alguien conoce la contraseña de la casilla de correo de Hyoga?


Un breve silencio se produjo, hasta que Shiryu decidió hablar, respondiendo atónito por pregunta tan atípica:


—Que yo sepa… No. De hecho no tenía muchos contactos.

Era cierto, Hyoga sólo poseía, además de a ellos cuatro, mas que algún otro contacto. No tenia sentido que alguien poseyese su contraseña. ¿Entonces quién era? ¿Era él en verdad?

 

 La cabeza comenzaba a dolerle, cada vez con más fuerza. Shun sólo vio, antes de caer redondo al piso, como todo se tornaba bruno a su alrededor. Se desmayó sobre los brazos de su hermano quien había ido en su auxilio al notar el paulatino desvanecimiento.

 

***


Todos contemplaban con más seriedad la idea: si Shun se rehusaba a recibir ayuda profesional, por su salud mental, era conveniente tenerlo bajo supervisión médica. Si bien, la idea de encerrar a su propio hermano le desagradaba por completo, Ikki era consciente que de que si quería evitar alguna locura (como la cometida por Hyoga) debía hacer todo lo que estaba a su alcance para impedirlo.

 

Andrómeda descansaba con un semblante apesadumbrado en el sillón. Luego de aquel desmayo, despertó encontrándose con el rostro de sus hermanos.


Era de día. Acaso ¿No habían dormido? Los ojos de sus “hermanos” así lo demostraban. Shun se incorporó y caminó en silencio hasta la ventana... Nadie dijo nada, tal vez por temor a una reacción negativa por parte Andrómeda; pero fue Ikki quien quebró ese incómodo mutismo:

—¿Quieres desayunar?
—No, gracias. Sólo quiero estar aquí... En paz —se cruzó de brazos, como si estuviese consolándose a su mismo.

 

Dándoles la espalda a sus amigos, se quedó observando a través del amplio ventanal.


—“¿Qué sucede contigo, Hyoga?” —increpó abatido, dejando caer la frente contra el frío vidrio.

Andrómeda juraría que no había viento con la ventana cerrada, pero la revista a su lado se abrió de súbito dejando ver el titulo de la portada:

 

Descubre la verdad

 

 Era una nota que nada tenía que ver con lo acaecido, que no se relacionaba, en lo absoluto, con el Cisne, no obstante e inexplicablemente cobraron sentido para el muchacho de mirada y cabello esmeraldino, quien, sin emitir palabra alguna —pues cada vez que hablaba acarreaba consecuencias nefastas—, se dirigió a su cuarto para prender de nuevo la computadora.


Tal vez todos tenían razón, tal vez en verdad necesitaba esa ayuda “profesional”... Eso analizó a la par que se conectaba otra vez, a la red. Quizás todo lo había afectado demasiado, y era evidente que no podía lidiar con eso.

 

 Empero, todas esas cavilaciones se fueron al averno al ver que su mensaje había sido respondido. Una simple frase:

 

¿Qué tienes en los bolsillos?

 

 Sin duda, si era una broma, era muy perversa. Pero Andrómeda no se dejó avasallar por esa posibilidad puesto que comenzó a temblar al recordar que en su bolsillo tenía la nota de Hyoga. Con su mano temblorosa sacó el papel y lo abrió... No quería leerlo, pero tal vez era lo que necesitaba para comprender.

Los motivos que me llevan a esto son varios. He decidido tomar éste camino y sé que Shun logrará entender. No busco lastimar a mis seres queridos; sólo quiero que comprendan que busco mi felicidad (seré egoísta, tal vez).

 

Sin más, me despido de mis amigos. No es su culpa, quiero que lo entiendan. Gracias a ustedes he conocido la amistad, y a pesar de que han llenado ese vacío en mí, siento que ha llegado la hora de darle fin a esta soledad. No quiero estar solo, no de esta forma. Espero Shun, que por sobre todos, TÚ, logres comprender esto último.”

Shun releyó una y otra vez las palabras. Había algo raro en todo eso, palabras como: “Camino, entender, felicidad, amigos, solo, tú” estaban remarcadas.

Y eso era un juego al que solían jugar los dos: Enviarse notas con doble mensaje.

 

 Acaso ¿Hyoga estaría haciendo lo mismo? ¿Por qué? ¿Por qué jugar con algo tan delicado? Además la nota, no hablaba de muerte, o suicidio, ni por asomo; se estaba despidiendo. Quizás para decir que se iba lejos. Hyoga solía huir así de vez en cuando; y quizás ese cuerpo, o las pertenencias halladas... ¡Alguna explicación lógica tenía que haber!
Del otro lado, del revés, había también algo escrito:

¿Ven? a esto me refería...

Hacia dónde voy, no lo sé...

Mi corazón me guiará”.

Nuevamente Shun analizó con detenimiento la frase ¿Estaba siendo demasiado extremista? Hasta él mismo comenzaba a dudar de su cordura, empero el podía entrever lo siguiente: Ven —remarcado—, Hacia —remarcado—, Mi —remarcado—:

Ven… hacia… mi”.

¡Dios! sentía que comenzaba a enfermarse. Guardó el papel y bajó a la sala en busca de su hermano. Tal vez si le mostraba el mensaje, la respuesta del correo “¿Qué tienes en los bolsillos?” y le enseñaba como era ese juego comenzase a creer un poco más en él. pero el destino estaba en contra de Andrómeda, pues el mensaje electrónico no estaba...

Nii-san te juro... es un juego que solemos jugar. Mira, hasta me dejó un correo, debe estar en algún lado —Shun observó la pantalla con nervios—, Nii-san debes creerme... Nii-san... —comenzaba a desesperarse ante la imperturbable mirada inquisidora de su hermano.

Ikki suspiró y cerró sus ojos, llevó una mano a su frente y se frotó más tarde la sien en señal de cansancio, y Andrómeda comprendió que sus disparates habían llegado demasiado lejos. Así que decidió guardarse, de ahora en más, todo los sucesos relacionados al Cisne.

—Ya hablé con Saori. Mañana tienes tu primera entrevista con el psicólogo.

El joven agachó su mirada, entristecida y contagiosa; no objetó nada. No tenía sentido hacerlo, pues prefería eso antes que el encierro.


Tomándolo como una aceptación, el Phoenix se dirigió a su cuarto para acostarse y descansar. Todo el tema lo tenía agotado.

 

***


Derrotado y ya sin fuerzas, decidió bajar a la cocina para prepararse un té. Dos días y no había comido nada aún.

Revolviendo su taza sintió de imprevisto, a sus espaldas, un cosmos conocido... Demasiado conocido.

 

¿Podía ser posible? ¿Hyoga estaba detrás de él? Dudó en voltear, aun así lo hizo encontrándose, como era de esperarse, con la “nada”.

 

El Cisne no estaba ahí, no obstante esa sensación no lo abandonó: él estaba seguro de haber sentido su cosmos, era tan característico.

 

Sintiéndose débil, agotado tanto física como mentalmente, tomó su taza y se dirigió a la sala. En el amplio espejo colgado en el pasillo bajo las escaleras reparó en su propia imagen, y detrás de él, lo vio... ¡Era él! Hyoga, a sus espaldas, vestido como siempre, como la última vez que lo había visto con vida.

 

 Temblando, tal vez de miedo o ansiedad, su taza se desprendió de sus dedos y cayó con estruendo haciéndose añicos en el suelo, alertando de paso a Seiya.


—Shun ¿Qué ocurrió? —el Pegasus bajo las escaleras con prisa al ver a su amigo arrodillado, tomándose la cabeza con ambas manos.
—Me estoy volviendo loco... Ayúdenme... —balbuceó.

 

 Ikki, que había bajado alertado por el ruido al igual que Shiryu, lo tomó entre sus brazos y lo llevó hasta su cuarto.
Shun se dejó caer en su cama, aferrado a la cruz de Hyoga comenzó a llorar.


—Nii-san... No me dejes solo —suplicó.

—Shh, tranquilo. Aquí estoy, no me voy a ningún lado —aclaró con dulzura fraternal.

—Necesito ayuda —reconoció apenado.
—Te vamos a ayudar —aseveró el Dragón bajo el dintel de la puerta, haciéndoles volver en sí—, no te preocupes.

—Descansa... —sugirió Seiya al pie de la cama, y eso intentó hacer Andrómeda.

Sin dejar de verter lágrimas, sin poder impedir ese brote nacido desde lo más profundo de su ser, se quedó dormido en los brazos de su hermano, para despertar luego en soledad.

 

Echó una ojeada en general buscando algún indicio de la presencia de sus compañeros; miró más tarde por la ventana visualizando a Ikki en el jardín, junto a Seiya. Fue como si recién entonces comprendiese con sincera nitidez la intranquilidad y el daño que les estaba causando con toda su demencia. ¿Sólo cabía aceptar la muerte de Hyoga?

 

 Pero seguía sintiendo, en lo más recóndito de su corazón, que había algo raro en todo...

 

 La cruz ¿Dónde estaba? Investigó con la vista por todo el cuarto hasta que la encontró sobre el teclado de la computadora...

 

No... Otro mensaje no... Por favor.

Nii-san... —susurró con pavor, como si al invocar el mote de hermano fuese suficiente para despertar de esa pesadilla.
—Despertaste... —sorprendió el Phoenix, apareciendo espontáneo por la abertura que había dejado la puerta entreabierta

Nii-san ¿Tú has puesto la cruz allí?
—No —contestó consternado—¿Por qué? —temió otro de los divagues de Shun.
—Sólo preguntaba... —notó la inquietud en el semblante consumido de su hermano.


¿Cómo llego la cruz allí si nadie la había movido de sus manos?

 Definitivamente ¿Era otro mensaje?


—¿Nadie me la quitó mientras dormía?
—No Shun, hemos estados solos desde que... —se interrumpió, impaciente—¿A dónde quieres llegar?


Andrómeda negó con su cabeza, indicando con ese rictus que no tenía importancia o que no le daba la necesaria como para seguir hablando al respecto. ¿Para qué explicarle a su hermano? Otra vez serían más motivos para creer que estaba perdiendo la cordura.


Nii-san ¿Por qué no bajas a hacerme un té? —sonrió—Tengo hambre —mintió para poder quedarse solo.

Motivado por la propuesta de su hermano, el Phoenix bajó para hacer ese condenado té que había querido prepararle desde un inicio. Necesitaba aunque fuese tomar algo.


Una vez en soledad se conectó a la red. Como era de esperarse —por lo menos para él y dado lo acontecido en ese posterior lapso— Hyoga figuraba conectado.

Esta vez fue el supuesto Cisne quien comenzó la charla:

—“Veo, veo”...

Andrómeda se paralizó con ese mensaje. Así comenzaban sus juegos, sus acertijos, sus mensajes ocultos. Palabras en código que decían mucho... Era un juego al que se habían acostumbrado a jugar desde niños, y nunca lo habían dejado de lado. Por eso el joven de pelo verde decidió seguirle el hilo:

—“¿Qué ves?


Esperó la respuesta que el ruso tardó en revelar:

 

—“Un muelle”...

De nuevo algo se activó en el chico de ojos tan verdes como sus cabellos; como un rayo salió corriendo de la mansión en busca de la tan ansiada respuesta, de esa que parecía ser inexistente, que se rehusaba a revelarse.

 

 Sabía o anhelaba encontrar en el muelle la verdad, al menos su verdad. Corrió tanto como sus cansadas piernas se lo permitieron. Dos días sin comer, en apariencias, habían sido suficientes para menguar su resistencia física.

 

Shun llegó al dichoso muelle, teñido de un gris añejo por el inclemente paso del tiempo, tan gris como esa misma tarde lluviosa; y se paró sobre uno de los pilares… En aquel pilar donde siempre solían encontrarse con el Cisne y donde, inclusive, decían que se había arrojado.

 

Hyoga amaba observar la inmensidad oceánica desde allí, decía que sólo en ese pilar podía observarse la magnificencia de la misma, en todo su esplendor. Para Shun, hasta ese momento, le había resultado indiferente, se veía igual desde cualquier punto del muelle… pero claro, ahora… ahora entendía. Él también podía ver esa grandiosidad de la que siempre le hablaba el ruso con tanto fervor.

 

El océano impone respeto

 

No supo cuanto tiempo pasó, tal vez el suficiente para que sus lágrimas se secasen por completo.

Posó su cansada vista sobre el agua turbia, la veía tan próxima... tentadora... Intuía que allí estaba su respuesta.

 

Y él sólo ambicionaba comprender... Necesitaba saber la verdad. Por eso, lo siguiente que divisó fue esa misma inmensidad, comenzando a fundirse con el entorno, engulléndolo, hasta envolverlo por completo arrastrándolo al fondo del abismo...

 

 Aquella oscuridad fue lo último que Andrómeda presenció en vida.

 


Fin

Notas finales:

 


Gracias por leer ^^


 


19 de marzo de 2010


Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.


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