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Gris amanecer por Aphrodita

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Inocencia

 



Shun abrió los ojos y se encontró con un par de luceros conocidos. Aquella contemplación era entre divertida y asustada.

—Shhh... Tranquilo, tuviste una pesadilla.


Fue lo que necesitó para comprender que estaba en la cama. Un gran peso se le quitó de encima cuando Hyoga volvió a su sitio, empero, esa angustia, seguía anidada en su corazón.


—¡Ay! Hyoga, tuve un sueño horrible; soñé que te suicidabas.
—¡¿Yo? ¿suicidarme?! —exclamó jovial y asombrado. Reprimió esa risa que pugnaba por nacer, tan sólo porque notó la seriedad con la que Andrómeda había tomado el tema.
—Sí, pero yo no lo creía y entonces... —esa misma zozobra consiguió que sus ojos se anegasen de lágrimas, se arrojó a los brazos del ruso, en un arrebato de ansiedad.

—Tranquilo —reiteró acariciando su verde melena—, era una pesadilla nada más.
—¡Y el libro se cayó y el mensaje en... !
—Ey, dije “tranquilo”. Ven aquí —aferró con fuerza el cuerpo de su amante.
—Yo... Te habías ido...
—No me fui a ningún lado. No me voy a ningún lado, estoy aquí. Tranquilo; ya, no llores.

Poco a poco el chico de ojos verdes logró serenarse. Los labios del rubio buscaron los suyos y él se dejó llevar. No obstante, de nuevo, comenzó a sollozar al sentir el contacto tan directo e íntimo, esa caricia tan particular... Aún podía sentirlo: no se había ido, estaba a su lado.

—Creí que nunca volvería a besarte.
—Shun... Fue una pesadilla —repitió con un atisbo de hartazgo ¿Cuántas veces más necesitaría decirlo para que Andrómeda lo viese claro?

 

Los besos se tornaron más profundos, osados y fogosos.

 

—Te amo —susurró Shun emocionado de tenerlo con él.

 

Como si necesitase de una cruel pesadilla para darse cuenta de todo lo que tenía junto al Cisne. Y es que el humano no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde o se enfrenta a esa posibilidad.


—Yo también te amo. Y estoy aquí... —su mano levantó la camiseta de Andrómeda con el único fin de acariciar su vientre, algo que adoraba hacer.


Shun se entregó a la caricia, permitió ser desprendido de su poca ropa y en segundos, ambos se encontraban abrazados, sintiendo el calor y la suavidad de la piel del otro. Aquella unión quemaba.

 

El rubio no dejó de besarlo, tratando de demostrándole que estaba ahí, y que no se iría de su lado... o al menos así lo sintió Andrómeda. Sus manos, con profundo amor y dedicación, se encargaron de enloquecerlo hasta encenderlo por completo.

—Hyoga... Quiero sentirte... Quiero... —no podía explicar la felicidad que lo había embargado por el simple hecho de estar despierto, por comprender que había sido sólo un mal sueño.


El ruso accedió al pedido de su amante y la habitación se llenó, enseguida, de gemidos y exclamaciones, palabras que profesaban un amor eterno, idílico, rayano lo infantil quizás.

 

Fue luego de esa íntima comunión que —más tranquilo— el chico de cabellera esmeraldina contó con detalle su pesadilla, como si de una película o un libro de misterio se tratase.

 

Hyoga reía por momentos, conforme el relato avanzaba, desconociendo el sufrimiento por el cual su pareja había pasado durante la quimera.

—¡Era tan real! Te lo juro Hyoga —exclamó para luego suspirar aliviado.
—Bueno, pero ya terminó —El Cisne comprendía que algunas pesadillas tenían la facultad de ser tan reales que lograban hacer que el sentimiento de desamparo y desesperanza perdurase por mucho tiempo, incluso días.
—¡No quiero dormir nunca más si seguiré soñando estas cosas! —sentenció, exagerando, arrancándole una nueva carcajada a su novio.
—Si quieres… por hoy y todos los días que quieras... puedo ayudarte a mantenerte despierto —susurró sensual.

Shun comprendiendo eso sonrió y cedió a la propuesta tan tentadora del Cisne; así, por lo menos, esa noche no dormiría.


Fin


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