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El Señor del viento por Shiochang

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El Señor del viento

 


Ha sido un día atroz para mi inspiración, así que no me culpen si por allí algo parece no tener sentido, ya que perdí la mitad de lo que ya estaba listo de este capítulo porque el PC se resfrió, y ni siquiera fue del final, sino que lo del centro.  Maldito virus que no lo pilló el antivirus al tiro.


 


Captura

 


—El padre Dounzu insiste en reunirse en privado con Naruto, a cambio de entregar nuestro mensaje a Sai —dijo Quentin—. No quiere aceptar nuestra garantía de que la tengamos a salvo con nosotros, quiere verla él mismo. De lo contrario, dice que no podemos utilizar su iglesia para nuestros propósitos.


Sasuke frunció el ceño y miró a Naruto mientras reflexionaba sobre aquella información. Junto con Quentin y Patrick, ambos se encontraban reunidos en la zona de cocina del broch y acababan de terminar una comida preparada por Naruto a base de cebollas y cebada, acompañada de pan recién hecho y queso, enviados por Alice.


—El padre Dounzu siempre ha sido protector conmigo —dijo Naruto, rellenando la copa de cada uno de los presentes con vino francés—. Y me gustaría hablar con él —añadió en voz queda. No miró a Sasuke mientras hablaba, pero sus ojos bajos y el rubor que teñía sus mejillas le dijeron a él que Naruto era consciente de que lo estaba mirando fijamente.


—¿Podemos confiar en él? —preguntó Sasuke a los recién llegados.


Patrick afirmó con la cabeza.


—Sí, si vamos con ella.


—Quiere verme a solas —dijo Naruto—. ¿Dónde está ahora?


—Ha ido a Wildshaw a entregar el mensaje —respondió Quentin—. Volvimos de Stobo con el cura y con Geordie, que insistió en que se encontraba lo bastante bien para regresar aquí. Desde la casa de Alice, el padre Dounzu se marchó en dirección a Wildshaw. Dijo que al volver pasaría por aquí para entrevistarse con Naruto a primeras horas de la mañana. Nosotros le sugerimos el viejo roble que hay no lejos de la casa de Alice.


—Buena idea —señaló Sasuke—. Así podremos defenderla más fácilmente, en caso de que el cura llegue con una patrulla de soldados.


—Ha jurado que vendrá solo —dijo Patrick—. Es sacerdote y amigo de la muchacha, de modo que en este caso podremos confiar en él.


—No me gusta —dijo Sasuke—. ¿Quentin?


—A mí tampoco me gusta mucho —contestó el montañés—. Hay demasiadas cosas que podrían salir mal.


—Debo ir, de lo contrario no liberarán a Karin —dijo Naruto—. Y creo que ya es hora de que me vaya de este peñasco. —Limpió las migas de la mesa de piedra con la mano mientras hablaba, corno si no tuviera muchas, ganas de mirarles—. Además, quiero ver a Alice, a sir Kakashi y al resto. Partiré al amanecer.


Sasuke lo contempló con mirada tranquila mientras hacía girar el vino en su copa. Sentía deseos de extender un brazo y asirlo, abrazarlo, pedirle que se quedara, pero hizo un enorme esfuerzo mental para permanecer inmóvil. Si hubiera conservado el control de sus emociones desde el principio, se dijo a sí mismo, no habría complicado el asunto hiriendo a Naruto —y a sí mismo— en el canje.


—Temo que nos tiendan una trampa —dijo—. Sai podría secuestrarte.


El le dirigió una mirada directa por fin.


—Tú querías que regresara con él —señaló—. Confío en el padre Dounzu. Iré.


—Te escoltaremos —dijo Sasuke—. No debes ir sola.


Naruto sacudió la cabeza negativamente.


—No vengáis conmigo, os lo ruego. Debéis permanecer alejados del bosque.


—Te escoltaremos —repitió él. Sabía que Naruto estaba pensando en la profecía que anunciaba que le sobrevendría un peligro, pero no tenía miedo de eso; temía sólo por el.


Naruto abrió la boca para hablar, pero en lugar de eso se mordió el labio inferior y salió a toda prisa de la habitación. Sasuke se frotó los ojos un momento y dejó escapar un suspiro. Sabía que Naruto no quería marcharse de allí ni seguir adelante con el canje de rehenes. Además, todavía estaba claramente molesto por su insistencia en que debía separarse de él por su propia seguridad.


—Si vamos con ella a esa entrevista, la muchacha contará con una fuerte guardia —dijo Patrick—. Nada podrá hacerle daño.


—Eso —dijo Quentin, mirando de soslayo a Sasuke— puede que haya sucedido ya.


—Naruto no está de acuerdo con nuestros planes —dijo Sasuke.


—¿Es eso lo que la molesta? —preguntó Quentin con intención. Sasuke frunció el ceño.


—Supongo que no habréis ido a la abadía de Dunfermline. Habéis regresado antes de lo que yo esperaba.


—Al llegar a Stobo nos encontramos con dos monjes que habían venido de la abadía con una carta para el padre Dounzu, que mantiene correspondencia con el abad —explicó Quentin—. Yo hablé con uno de los monjes, que conocía bien a John Blair. Dijo que John está avanzando mucho en su crónica de la vida de Wallace.


Sasuke asintió.


—¿Tenía ese monje alguna información de quién traicionó a Wallace?


—El señor de Menteith es el único cuya participación se da por segura, y dicen que envió a sus criados y guardias a hacer el trabajo por él. Hay escaso interés en averiguar la identidad de los demás.


—Tengo la intención de investigar al menos a uno de ellos —dijo Sasuke—. Sai.


—¿Estás seguro de que Sai tomó parte en la traición? —preguntó Patrick.


—Lo estoy —contestó Sasuke. Sai conocía la existencia del documento que él y los otros nobles rebeldes cautivos habían firmado, y Sasuke estaba seguro de que había enviado a alguien tras él el día en que escapó de la patrulla y fue a ver a Wallace.


—No va a realizarse ninguna investigación oficial para encontrar a los traidores de Wallace. Los Guardianes del Reino de Escocia tienen otros asuntos que atender, incluido su intento de convencer al rey Eduardo de que nombre a un obispo escocés como guardián también.


—¿Qué sabéis del conde de Carrick? —preguntó Sasuke, recordando la predicción de Naruto en el sentido de que Bruce conseguiría el trono dentro de unos meses.


—Robert Bruce renovó su juramento de obediencia al rey Eduardo el verano pasado, pero circula el rumor de que ayuda en secreto a los escoceses. Al parecer, nunca se capturan rebeldes cuando Bruce sale a perseguirles. Eduardo no confía en el conde de Carrick como confiaba antes. Ha nombrado a un comandante inglés para el castillo de Kildrummy, y ha dicho a Bruce que esté dispuesto a responder ante ese hombre. Sí, el rey sospecha que Bruce es secretamente leal a los escoceses.


—Puede que, después de todo, la causa de Escocia encuentre un fuerte aliado en Bruce. —Sasuke pensó en la carta que guardaba segura en su poder.


Quentin fue a decir algo, pero vaciló y miró a Patrick como si algo le preocupara.


—Hay otra cosa más que debes saber, Sasu —dijo—. Los ingleses han expuesto los restos de Wallace.


—Ya lo esperaba —dijo Sasuke en tono inexpresivo—. ¿Dónde?


—Su cabeza está en lo alto de una pica sobre el Puente de Londres, adornada con flores. Y sus brazos y piernas han sido enviados al norte, a Newcastle—upon— Tyne, Berwick, Stirling y Perth —respondió Quentin—. Dicen que en Newcastle... —Se interrumpió y miró a Patrick.


—Los ingleses han clavado su brazo derecho encima de las cloacas de Newcastle a modo de insulto final —explicó Patrick —. Dicen que un dedo señala hacia el norte, a Escocia, por voluntad propia.


Sasuke cerró el puño con fuerza, luchando por contener una oleada de cólera y dolor.


—Merece descansar en paz —rugió—. Merece respeto.


—Deberían colgar al rey Eduardo por esparcir así sus restos —dijo Patrick—. Will merece un entierro como es debido.


—Entonces ocupaos de ello —les espetó Sasuke amargamente al tiempo que se ponía de pie, sin apenas darse cuenta de lo que había dicho. El dolor y la rabia surgieron otra vez en su interior, como una herida abierta, nublando su razón y su juicio. Sin esperar respuesta, abandonó la estancia con paso airado.


Después de hacerse de noche, se sentó en las halconeras con Gawain posado en el puño y empezó a murmurarle a la luz rojiza que despedía el brasero. Había vuelto a entrar después de un largo paseo por la cima del peñasco, como si el viento hubiera logrado barrer lo que le atormentaba. Su cólera se había calmado, pero su estado de ánimo seguía siendo solitario y taciturno.


Oyó a Quentin y Patrick bajando de la galería que había entre las paredes de la torre, riendo por alguna broma, y después pasando por delante de la puerta de las halconeras para ir a buscar sus jergones en otras celdas. No percibió sonido alguno procedente de la pequeña cámara de Naruto; el muchacho debía de haberse acostado más temprano, pues no lo había visto desde que se fue de la cocina.


Gawain permanecía tranquilamente posado en el puño, mirando fijamente a Sasuke con los ojos muy abiertos y brillantes. Esponjó las plumas y se sostuvo sobre una sola pata. Parecía tonto pero contento.


Por su parte, Sasuke estaba muy lejos de sentirse contento. Se pasó la mano por el pelo en un gesto rudo y dejó escapar un profundo suspiro, sobresaltando al terzuelo, que chilló y plantó la pata derecha. Las noticias de la nueva humillación de la memoria de Wallace le habían trastornado profundamente. Durante toda la tarde, su mente no cesó de dar vueltas en un torbellino de rabia y remordimiento; rabia contra los ingleses por su brutalidad y falta de respeto; rabia contra Will por su testarudez y su implacable persecución de los ingleses a pesar del odio cada vez mayor que el rey Eduardo sentía por él. Pero por encima de todo, Sasuke estaba furioso consigo mismo. Se sentía en parte responsable de cada uno de los aspectos de aquella tragedia. Naruto había ayudado a mitigar un poco aquel sentimiento de culpa, pero lamentaba profundamente haber conducido a los ingleses hasta Will. Tenía una deuda con Wallace que jamás podría pagar.


Había otra pena que le desgarraba las entrañas sin piedad, igual que el azor desgarraba los pedazos de carne que comía: Había asestado un duro golpe a Naruto, haciéndose daño a sí mismo también, al rechazarlo tan abiertamente ese mismo día. Pero es que quería protegerlo; quería que tuviera un hogar y una oportunidad de tener paz en su vida. Por mucho que despreciara a Sai, aquel caballero podría proporcionarle a Naruto lo que a un proscrito de los bosques le resultaría imposible. Y estaba seguro de que Sai jamás le haría daño, porque valoraba demasiado su don de la profecía.


Pero Naruto estaría solo. Y él también.


Se irguió y se puso en pie de repente, pero no pudo eludir la verdad: quería a Naruto para sí. Depositó al azor en una percha cercana, se quitó el guante y se dio la vuelta.


Su plan original era el más sensato, pero no lo había seguido. Debería haber raptado al profeta sin revelar una palabra de cuáles eran sus intenciones; debería haberlo retenido en silencio, y haberlo canjeado en silencio, y haberse salido con la suya. Pero no había hecho nada de aquello, y ahora había perdido el corazón en el trato.


Salió de las halconeras y se dirigió a su cámara. Al acercarse a la cama, el recuerdo de haber amado allí a Naruto con tanta ternura, tan recientemente, le hizo darse la vuelta. Naruto dormía en la celda contigua, percibía unos ronquidos suaves y regulares. Seguro que tenía la cabeza inclinada hacia el lado contrario, pensó. Así no podría dormir apaciblemente, ni él tampoco, con aquel constante recordatorio de su presencia a pocos pasos de allí.


La cortina que separaba las dos cámaras no era más que una capa colgada torcida. La apartó a un lado y fue hasta la cama. Se arrodilló y tomó con suavidad la cara de Naruto para moverle la cabeza y así apagar los ronquidos. Sintió la mejilla cálida y suave bajo sus dedos. Y su rostro, inclinado hacia el resplandor de la luna, era lo bastante hermoso como para romperle el corazón.


El intenso anhelo que surgió en lo más hondo de sí en ese momento nació de su corazón, que despertaba a la vida, más que de su cuerpo. Aquella fuerte sensación le turbó; no estaba acostumbrado a necesitar a nadie.


El profeta había dicho que el señor del viento sería capturado. Eso ya había sucedido, pensó, durante el asedio de Aberlady. Había sido capturado por la mano suave de un muchacho de gran talento, y acababa de darse cuenta de hasta qué punto había sido derrotado.


Incapaz de contenerse, apoyó ligeramente los labios en su boca, blanda y dolorosamente dulce bajo la suya. Temeroso de despertarlo, y temeroso también de quedarse con el, se apresuró a incorporarse. Acto seguido cruzó las sombras en silencio y apartó a un lado la cortina.


Su cama estaba dura y fría cuando se tendió sobre ella, y aún no se había calentado cuando se quedó dormido.


 


 


La pálida luz del alba perforaba el frío y la oscuridad mientras Naruto y los demás avanzaban por un sendero de tierra que serpenteaba entre los árboles. El recorrido desde el peñasco hasta internarse en el bosque había transcurrido en silencio y sin interrupción, con Sasuke a la cabeza del grupo, seguido de Naruto y después Quentin y Patrick. Nadie pronunció palabra, y ninguno de ellos se detuvo ni frenó la marcha mientras descendían de la peña, cruzaban el arroyo y se encaminaban por las colinas en dirección al bosque.


Por fin, a Naruto le falló el paso cuando se acercaban a su destino. Sintió la imperiosa necesidad de regresar corriendo a la seguridad y el refugio de aquel risco alto y siniestro que se erguía a su espalda, pero continuó andando sin protestar, sabiendo que su entrevista con el padre Dounzu era un eslabón esencial de la cadena que permitiría a Sasuke recuperar a Karin.


El azor viajaba en silencio sobre el puño de Naruto, siguiendo a Sasuke. En el broch, cuando se juntaron todos para irse, Sasuke había mencionado que Gawain tal vez volviera a un estado semisalvaje si pasaba un día entero a solas en las halconeras. Cuando el pidió llevar al terzuelo en su puño, Sasuke accedió de mala gana. La aguda mirada del azor giraba a un lado y a otro. Naruto se alegró de que Sasuke lo hubiera atiborrado bien de comida antes de partir, con el fin de estimular la complacencia en aquel malhumorado pájaro. Le murmuró unas palabras en voz baja, y él lo miró parpadeante. Sus penetrantes ojos redondos parecían luminosos en la penumbra.


Sasuke se volvió hacia el, con una mirada tan penetrante y recelosa como la del azor, y a continuación se giró de nuevo, siguiendo el camino con largas zancadas. La empuñadura de su espada relucía, su hoja escondida en la funda que llevaba atada a la espalda. En la mano llevaba el arco, en el cinturón un carcaj lleno de flechas, y sobre su túnica vestía un chaleco de cuero. Se cubría la cabeza con una estrecha capucha de cota de malla que reflejaba la pálida claridad del amanecer. Estaba preparado para la batalla, al igual que Quentin y Patrick. Naruto oía crujir el cuero y el metal que también llevaban ellos. Agradecido por contar con una guardia tan fuerte y leal, sintió miedo al pensar que tal vez tuvieran que luchar por el. No sabía lo que le depararía el futuro.


Lamentó que su don sólo le proporcionara visiones concretas, en lugar de revelarle lo que quería saber de su vida. Pero Sasuke había concedido escaso crédito a la predicción de que le aguardaba un peligro. Lanzó un suspiro, contemplando su poderosa espalda y el temible brillo de las armas que llevaba. El sigilo de su avance no hizo sino aumentar su inquietud.


Al cabo de un rato apareció un claro entre los árboles, frente a ellos. Sasuke levantó el brazo a modo de señal para que los otros se detuvieran.


—No veo ningún cura —dijo, después de escudriñar detenidamente el claro—. Pero los demás nos están esperando.


Naruto estiró el cuello para ver por encima de él, y Quentin y Patrick acudieron a su lado. En medio de la fría luz del amanecer, vieron varias personas de pie como sombras junto a la casa de Alice.


—Vamos —dijo Sasuke.


—Pero el padre Dounzu dijo que debíamos reunimos a solas —dijo Naruto, apresurándose a seguirle.


—Probablemente, Alice decidió que seis hombres rodeándote y el sacerdote es como estar a solas. Y yo estoy de acuerdo con ella —añadió hoscamente.


Cuando Naruto penetró en el claro, vio que Alice estaba de pie en el patio frente a la casa, con Kakashi, Henry Wood y Geordie Shaw a su alrededor. Alice volvió la vista hacia el grupo que penetraba en el claro, y echó a correr hacia delante. Pronto Naruto se vio atrapado en un abrazo tan cálido y fuerte que hizo que se le saltaran las lágrimas de improviso. Alice cruzó unas palabras con el cariñosamente y luego se volvió para abrazar a Sasuke. En medio de todo ello, Gawain se enfureció de nuevo, molesto por aquel barullo de personas, caras y voces. Sasuke ayudó a Naruto a calmar a la rapaz mientras los demás se saludaban entre sí y hablaban en voz baja. Naruto se volvió hacia Kakashi, que estaba junto a el. Lanzó una leve exclamación de alegría y le apretó la mano, sonriendo al ver sus oscuros ojos, tan agradablemente familiares. No le había visto desde el día de la escaramuza en el bosque, cuando su caballo se desbocó llevándolo encima.


—Kakashi, tienes buen aspecto —le dijo, y le dio un beso en la áspera mejilla—Estoy muy contenta de verte.


—Naruto, pequeña —dijo él sonriendo—. La vida de bandido de los bosques te ha sentado bien. No he visto esas rosas en tus mejillas ni ese intenso brillo en tus ojos desde que eras una preciosa niñita.


Naruto sintió que se ruborizaba, y al mirar hacia atrás vio que Sasuke lo estaba observando.


—La última vez que me viste, no me encontraba bien —dijo a toda prisa—. Pero he descansado, y ya tengo el brazo mucho mejor. ¿Qué tal te ha ido a ti?


Él empezó a relatarle su estancia en Stobo, y luego se giró para contestar a una pregunta que le hizo Henry Wood. Naruto se sintió complacido al ver que los dos hombres parecían ser buenos amigos.


Entonces buscó alrededor con la mirada y vio a Geordie Shaw que se acercaba hacia el con las mejillas resplandecientes a la luz de la mañana y el cabello oscuro y rizado revuelto por encima del vendaje que le rodeaba la cabeza.


—¡Geordie! —Sonrió—. He estado muy preocupada por ti. Me alegré mucho de saber que te habías recuperado.


—Así es —repuso él, sonriendo abiertamente—. Cuando me enteré de que a lo mejor íbamos a luchar contra los ingleses por vos y por Karin, no pudieron evitar que viniera.


—Deberían haberlo hecho —gruñó Sasuke, haciendo una pausa en su conversación con Alice—. Geordie, quiero que te quedes aquí con Henry y que protejas a Alice. —El muchacho hizo una mueca, pero no protestó. Sasuke miró a Naruto—. Hemos de irnos —dijo en tono calmo—. Ya casi ha salido el sol.


El le miró.


—Iré sola.


Sus ojos se veían oscuros a la fría media luz del alba, su rostro delgado y de duros rasgos embutido en la capucha de malla.


—No.


—No necesito que me protejan de un sacerdote al que conozco de toda la vida. Además, si quieres recuperar a Karin sana y salva, debo verle a solas. Tú lo sabes bien.


—De acuerdo —dijo él—. Puede que eso sea cierto. Pero tú no sabes exactamente dónde es el punto de encuentro.


Naruto titubeó.


—Dime cómo llegar, y lo encontraré.


—No seas tonta —replicó Sasuke, mirándola fijamente. Alice se acercó hasta ellos.


—Dejad que yo me quede con este azor mientras vosotros vais a ese encuentro —dijo.


—Creo que Naruto debería llevar consigo el azor —dijo Sasuke de pronto.


Naruto frunció el ceño.


—¿Por qué?


—Ya que no quieres que te acompañe una guardia, al menos llévate el azor. Si surge cualquier amenaza, explotará en una furiosa rabieta. Eso te proporcionará cierta protección hasta que podamos llegar nosotros. Estaremos muy cerca. —Dirigió una mirada a los otros hombres.


—Sí, nadie querrá acercarse a ese azor mientras esté enfurecido —dijo Alice— Es un buen plan, querida, si es que no queréis llevar a Sasu a vuestro lado. Pero me parece que no piensa permitir que vayáis sola. —Miró de soslayo a Sasuke, que asintió gravemente con un gesto de la cabeza—. Y yo me alegro de ello —declaró.


—No me pasará nada —insistió Naruto—. El padre Dounzu no quiere más que hablar conmigo. Regresaré pronto.


Sasuke se inclinó hacia ella.


—Para ser una profetisa capaz de ver el peligro que acecha a otros —murmuró—, puedes ser muy obtusa cuando se trata de tu propia seguridad.


—Es tu seguridad lo que me preocupa, grandísimo granuja —contestó Naruto furiosa, en voz baja. Alice soltó una risita de puro regocijo y se dio la vuelta, llevándose consigo a Henry y Geordie.


Naruto captó una chispa de diversión en los profundos ojos negros de Sasuke mientras la miraba. Pero la expresión de determinación que había debajo no cambió lo más mínimo. Su mano se cerró con fuerza sobre el codo de el, un gesto que no admitía discusión alguna.


Se dio la vuelta e hizo una seña a los otros de que era hora de partir.


 


Un viejo roble se erguía en el centro de un bosquecillo, de grueso tronco y amplio follaje que proporcionaba una agradable sombra. A su alrededor había otros árboles más jóvenes que formaban un círculo. Más allá estaba el bosque, y en la dirección opuesta un prado abierto. Sasuke se dirigió hacia el anciano roble, con el resto de sus hombres a la zaga. Las raíces del gigantesco tronco estaban casi ocultas por un mar de helechos verdes. Sasuke se abrió paso a través de la fragante vegetación, agachando la cabeza y los hombros para esquivar las ramas bajas. Parcialmente escondida por una cortina de frondoso ramaje, se veía una grieta nudosa y profunda que penetraba en el tronco del roble, creando un espacio hueco perfecto para ocultarse, el cual ya habían usado él y sus hombres en alguna otra ocasión.


Cogió a Naruto de la mano y lo arrastró al interior de la estrecha cavidad. Los cuerpos de ambos quedaron pegados el uno al otro dentro del limitado espacio. Quentin, Patrick, Henry y Kakashi se subieron al árbol y buscaron lugares donde acomodarse entre las amplias y gruesas ramas para vigilar. Naruto contempló el viejo roble de tronco hendido con ojos de asombro. Finos haces de luz se filtraban a través de las hojas, haciendo estallar chispas como diamantes en sus ojos. Sasuke lo observó en silencio, con la mano apoyada en su hombro, y después fijó la vista en el bosquecillo, pero todavía no vio al sacerdote.


Gawain alzó las alas y lanzó un chillido, agitándose nervioso sobre el puño de Naruto. El lo hizo callar murmurándole palabras tranquilizadoras y levantó el brazo para depositarIo sobre un nudo del árbol que sobresalía justo por encima de sus cabezas, mientras Sasuke ataba las guarniciones a una rama.


Permaneció pegado a el en silencio durante largo rato, sintiendo el calor de los dos cuerpos en el estrecho espacio, respirando sin hacer ruido. El tiempo parecía no transcurrir mientras aguardaba, sólo percibía con una claridad casi dolorosa el cuerpo de Naruto, tan cercano al suyo.


—Pronto llegará el padre Dounzu —susurró Naruto por fin.


—Sí —repuso él suavemente—. Alguien dará la señal cuando se acerque. —Bajó la vista para mirarla—. Déjame ir contigo.


—No. —Naruto negó con firmeza—. No.


Sasuke lanzó un suspiro.


—En ese caso, mientras tú hablas con él, nosotros permaneceremos escondidos en el árbol, vigilando. No salgas del bosquecillo.


—Y tú no salgas del árbol —susurró el. Sus ojos, grandes y límpidos a la luz del amanecer, parecían suplicarle.


—Si el cura viene con alguien más...


—No me pasará nada —murmuró Naruto—. El padre Dounzu no permitirá que sufra ningún daño. Eres tú quien me preocupa. No deben verte.


Sasuke lo miró. Todo lo demás pareció desvanecerse de su visión. Sintió el insistente retumbar de su propio corazón y clavó la mirada en sus hermosos ojos. Una oleada de amor, mezclado con deseo, invadió todo su ser con insólita intensidad. Le tocó la mejilla.


—Naruto —susurró. El alzó la cabeza, su cuerpo pegado al de él, su mejilla rozando sus labios. Sasuke volvió la cabeza, buscándolo. Un levísimo movimiento, y Naruto se deslizó como flotando hacia él hasta que su boca cubrió la suya, rápida, dura, hambrienta. La mano de Sasuke encontró su cabello frío y sedoso y tiró suavemente de él para inclinarle la cabeza y apoderarse otra vez de su boca en silencio, deslizando la mano por dentro de la capa para buscar la elegante curva de su cintura y estrecharlo aún más contra sí.


Naruto dejó escapar un mudo gemido contra los labios de él y le rodeó el cuello con un brazo, besándole con un fervor que hizo que se le acelerase el corazón. Sasuke la apoyó contra lo profundo del roble y bebió de su aliento, de su corazón, de su alma.


Era un necio al dejar que Naruto se marchara, fuera con quien fuese. La ansiaba para sí, con el corazón y también con el cuerpo; el era el alimento que necesitaba para su alma, y no podría vivir plenamente sin el. Pero el recuerdo de Elizabeth a la que no había protegido como debería haberlo hecho, siempre le obsesionaría. No podía permitir que aquello sucediera de nuevo; Naruto tenía que abandonar aquel bosque, y también abandonarle a él.


Pero de momento, lo tenía en sus brazos. Tomó su rostro delicado, sincero, dulce entre las manos como si quisiera saborearlo. Inclinó la cabeza para besarlo otra vez, dejando que su boca se recreara sobre sus labios, sus mejillas, sus párpados, hasta sentir de nuevo que la sangre le golpeaba en las venas, que su respiración amenazaba con detenerse.


Hasta que supo, de manera incuestionable, que no podría existir sin el. Y sin embargo debía hacerlo. Aflojó el beso, lo intensificó de nuevo, y por fin se separó.


—Sasu —susurró Naruto contra la mejilla de él al tiempo que le rozaba la cara con dedos temblorosos—. Sasu, te quiero.


Él cerró los ojos y apoyó la mejilla contra la seda de sus cabellos. El eco de aquellas palabras le llegó hasta lo más hondo. Él también la quería, pero si expresaba en voz alta lo que sentía, jamás podría llevar a cabo lo que se había impuesto a sí mismo. De modo que lo abrazó en silencio y se guardó sus pensamientos para sí.


—El cura está en el prado que hay fuera del bosquecillo —siseó Quentin por encima de ellos—. Se dirige a caballo hacia aquí. Viene solo. ¡Naruto, daos prisa, antes de que vea dónde estabais escondida!


Naruto se apartó de Sasuke y le miró sin saber qué hacer. Él asintió con la cabeza y levantó una mano para desanudar las correas del azor, que se colocó sobre el puño enguantado que le ofreció. Cuando Naruto le miró de nuevo, Sasuke vio que tenía lágrimas en los ojos.


Naruto bajó la cabeza y se movió hacia un lado. Sasuke le tocó en el hombro y le susurró:


—Estaré aquí.


—Lo sé —respondió ella con un hilo de voz—. Lo sé.


Y acto seguido salió del escondite del árbol y desapareció entre el denso ramaje.


Sasuke cambió de postura para vigilar a Naruto. Su figura se mecía grácilmente y su capa iba barriendo el suelo a su paso. Más allá de los árboles, el brillante sol iluminaba el prado cubierto de brezo que se extendía entre el bosquecillo y otro ancho brazo del bosque principal.


Observó cómo Naruto llegaba a la soleada linde del bosque y esperaba allí. En ese momento se dio cuenta de que sujetaba las guarniciones de cuero del azor con la misma firmeza con que sujetaba las fibras de su propio corazón; notaba esa fuerza casi como una sensación física.


Vio un hombre que entraba a caballo hasta el centro del prado y desmontaba, y a continuación se encaminaba hacia el bosquecillo. Era de baja estatura e iba vestido de oscuro, y su ancho rostro destacaba en color claro bajo la capucha que le cubría. Naruto saludó al sacerdote con un apretón de manos y un beso en la mejilla. Ambos permanecieron allí, hablando, durante largo rato. El sacerdote lo cogió del brazo, instándola a caminar a su lado. Naruto pareció dudar y lanzó una mirada hacia el roble en sombras. Entonces el sacerdote tiró con suavidad de su brazo, sonriente. El asintió y salió al prado con él, esbelto y flexible en comparación con la constitución media y encorbada de su acompañante.


Dentro del escondrijo del árbol, Sasuke apretó su arco con fuerza. Sintió un escalofrío que le recorrió los brazos y el cuello. Tal vez Naruto confiara en el cura, pero a él un sexto sentido le decía que debía mostrar cautela. Entonces salió del hueco del tronco.


Sobre el puño de Naruto, Gawain explotó en una rabieta, levantando las alas y chillando. Naruto se detuvo para calmarlo, y el sacerdote la rodeó con un brazo para obligarlo a continuar. Sasuke se agachó para avanzar sigilosamente bajo las ramas del roble. Lanzó un silbido a Quentin y a los otros, y después oyó cómo iban saltando al suelo a su espalda, uno tras otro.


Antes de que pudiera salir del refugio del árbol, antes de que pudiera lanzar un grito de aviso, surgieron del bosque unos hombres a caballo que cruzaron el prado a todo galope. Sasuke echó a correr, seguido de los demás. Tomó una flecha y la colocó en el arco sobre la marcha. Tres de los hombres se dirigieron hacia Naruto, y el resto enfilaron directamente hacia el bosquecillo. El sacerdote dio un paso atrás al ver que se acercaban. Un soldado que montaba un caballo blanco se inclinó y agarró a Naruto, arrojándolo sobre su silla de montar sin detenerse, mientras su caballo arrancaba grandes terrones de brezo con los cascos.


El azor agitó las alas furiosamente. En el momento de ser izada al caballo, Naruto soltó las guarniciones y el terzuelo se elevó sobre el prado en un rápido aleteo, se inclinó, y pronto desapareció entre los árboles.


Sasuke se detuvo y contempló la escena atónito. Tanto Naruto como el azor le habían sido arrebatados en el espacio de un fugaz segundo de impotencia. Con un rugido, volvió a lanzarse a la carrera. Trató de fortalecerse contra el intenso dolor que le desgarró el corazón; sólo se permitió a sí mismo pensar en cuántas flechas tenía, hasta dónde debía alcanzar el disparo, cuántos hombres venían a caballo hacia él. Vio cómo el corcel blanco que se llevaba a Naruto desaparecía tras el borde oscuro del bosque, y sintió que le inundaba una oleada de ira.


Los otros jinetes —diez o doce en total— ya casi habían llegado al perímetro del bosquecillo. Sasuke se detuvo un instante, sabedor de que él y sus hombres tendrían mayores posibilidades de defenderse de soldados a caballo bajo el refugio de los árboles. A su espalda, sus amigos se estaban aprestando con los arcos y las armas desenvainadas. Henry Wood alzó su arco largo y disparó una flecha que voló entre los árboles y alcanzó a un soldado en el pecho.


Sasuke también disparó, y apenas se fijó en dónde se había clavado su proyectil antes de colocar y disparar un segundo. Los caballos llegaron hasta él tan rápidamente que pronto las flechas resultaron inútiles. Sacó la espada de la funda que llevaba a la espalda y la blandió brutalmente, enseñando los dientes, con las piernas separadas, cuando el primero de los jinetes se dirigió hacia él.


Los caballos le rodearon. Luchó con ferocidad, con una fuerza alimentada por la cólera más que por el miedo. Naruto había confiado en el sacerdote y había sido traicionado. Ahora había desaparecido, y también el azor. Sasuke no podía pensar en otra cosa que no fuera la necesidad visceral de abrirse paso entre los hombres que se le enfrentaban y le impedían ir en pos de lo que le habían arrebatado. Su intención había sido alejar de allí a Naruto él mismo, pero seguro, siempre protegido. Aquella traición y posterior captura ponían en peligro al muchacho. La furia ardía como una llama de color dorado rojizo en su visión; todo lo que veía adquiría un aspecto lento y terrible, como si mirara a través de los irises dorados de un halcón.


Frente a él, a su espalda, a los lados, soldados y caballos le rodearon por todas partes. Blandió salvajemente la espada con ambas manos, haciendo retroceder a un par de caballos, hiriendo los muslos de los jinetes, chocando contra el acero, volviendo hacia atrás, embistiendo otra vez. No podía ver a sus hombres; su visión estaba acaparada por flancos jadeantes de caballos, hombres sin rostro vestidos con cota de malla y túnicas manchadas de sangre, armados con centelleantes hojas de acero y crueles armas que se abatían implacables sobre él. Se agachó y giró, se dio la vuelta, esquivó un golpe, se giró otra vez, lanzó un mandoble hacia arriba, se volvió de nuevo.


Uno de los soldados lanzó un chillido, asiendo la flecha que se le acababa de clavar en el pecho; otro dejó de atacar a Sasuke con su espada y se volvió para hacer frente a un enemigo invisible fuera del círculo. Sasuke sabía que sus hombres estaban allí, luchando a su lado, aunque una densa barrera de cuerpos de caballos le impedía verles.


Se giró y vio un hueco que se abría cuando uno de los caballos retrocedió. Pero en el momento en que intentaba pasar por la abertura, la bola de acero con pinchos de una maza cortó el aire describiendo un arco y descargó un despiadado golpe sobre él.


Sintió en la cabeza el impacto del golpe oblicuo y cayó de bruces, sumiéndose en la oscuridad.


Al chocar contra el duro suelo, le pareció oír a lo lejos el grito de un halcón.


 


Naruto miró otra vez hacia atrás, frenético, por encima del hombre que lo llevaba frente a sí, sobre la silla de montar. Cabalgaban a ritmo regular a través del bosque. El iba sentada sobre las piernas de él, sujeto por sus brazos. La cota de malla se le clavaba en la carne a pesar de la ropa. Nunca había visto a aquel hombre; llevaba el rostro cubierto por la barba y tenía los ojos oscuros y sombríos, pero parecía joven. Apenas cruzó con el una palabra.


Muy por detrás de ellos vio al padre Dounzu, cabalgando con otros dos guardias por el sendero del bosque, pero apartó la vista enseguida, pues sintió que la invadía la cólera al recordar cómo el sacerdote había violado su confianza. Debía de saber que la patrulla de Sai aguardaba en el bosque, lista para raptarlo y perseguir a los proscritos.


Había alcanzado a vislumbrar a Sasuke sólo una vez después de que lo arrancaran del suelo, cuando volvió la vista atrás fugazmente y le vio corriendo hacia los árboles con el arco preparado y una expresión de ferocidad en el rostro. Entonces le rodeó un grupo de caballos, pero el que lo llevaba penetró en el bosque y le impidió ver nada más.


Sabía que Sasuke había caído. Había tenido esa misma visión días atrás. Había caído en un círculo de hombres a caballo, con el rostro oscurecido por la sangre. Contuvo una exclamación y se cubrió la cara con una mano. En la otra llevaba todavía el guante de cuero. Su peso le recordaba que el azor también había desaparecido. La súbita revelación de aquella horrible doble pérdida lo sacudió con fuerza devastadora. Tuvo la sensación de que se le paraba la respiración y cerró los ojos en un esfuerzo por contener las lágrimas.


Kee—kee—kee—kee—eerrr.


Sorprendido, alzó la vista hacia la inmensa cúpula que formaba el follaje por encima de sus cabezas y vio un azor que planeaba en el aire, inclinando las alas al pasar entre las copas de los árboles. Se deslizaba igual que un silfo, con el sol de la mañana tocando con un color dorado sus alas extendidas, haciendo resplandecer su pálido vientre. Sus guarniciones de cuero le seguían en su vuelo semejantes a cintas al hilo del viento.


Naruto sintió renacer en su interior la emoción y la esperanza. Contempló el azor y levantó la mano en la que llevaba el guante.


—¡Gawain! —llamó—. ¡Sir Gawain, aquí, a mí!


Y, empezó a cantar el kyrie. El guardia que lo sujetaba lo miró como si se hubiera vuelto loca.


—¿Gawain? —preguntó.


—Gawain es mi azor —respondió Naruto—. Está justo ahí.


El soldado giró la cabeza.


—¿Un azor, ahí?


—Sí. Un ave muy valiosa —dijo el—. He de recuperarla.


—Ya, los azores no dan más que problemas para adiestrarlos, y eso es lo único que les da valor. ¿Así que es vuestro? —Sacudió la cabeza negativamente—. No regresará, ahora que es libre. Antes del mediodía será otra vez tan salvaje como cuando nació.


—Regresará —insistió Naruto. Contempló al azor planear y elevarse hacia lo alto, y después posarse en las últimas ramas secas de un árbol muerto—. Estoy segura. Deteneos aquí y dejadme que lo llame. —Miró al guardia—. Os lo ruego.


El hombre pareció vacilar y lanzó una mirada a su espalda, al sacerdote y los otros guardias, que cabalgaban a una buena distancia de ellos.


—Bueno, cualquier azor que se llame Gawain merece ser salvado —musitó. Tiró de las riendas e hizo girar al caballo—. Pero tendréis que quedaros conmigo y no hacer el menor intento de huir. No tengo intención de haceros daño. Sir Sai me encargó que llegaseis sana y salva.


—Que llegase sana y salva —repitió Naruto—. ¿Pero y los proscritos?


El soldado frunció el ceño.


—Nos dijeron que os tenían retenida como rehén, mi señora. Nuestras órdenes eran rescataros y llevar prisioneros a Sai para que él se ocupara de ellos.


—¡Yo no era ninguna rehén! —Le miró con los ojos muy abiertos—. ¿Entonces podría ser que él... ellos... aún estuvieran vivos? ¿Qué ha sucedido ahí atrás?


El hombre se encogió de hombros.


—No lo he visto. Pero sé que sir Sai exigió que le llevaran al jefe a su presencia. Lady Naruto, fijaos: vuestro azor está en ese árbol.


Naruto experimentó un enorme alivio, tanto por la idea de que tal vez Sasuke estuviera vivo como por el hecho de ver al azor. El terzuelo estaba todavía posado en la rama alta y reseca, con la cabeza y las alas de color plateado bajo la clara luz. Levantó el puño enguantado y le cantó. La rapaz pareció mirarlo, pero a continuación giró la cabeza como si lo ignorase.


—Gawain —llamó ella—. ¡Aquí, pequeño, ven a mí! —y volvió a entonar la melodía.


El guardia observó con expresión dubitativa.


—Un halcón amaestrado acudiría a la llamada, pero los azores son muy testarudos y permanecen siempre salvajes. Pero si deseáis recuperar el vuestro, seguiremos intentándolo; a sir Sai no le gustaría que se perdiera un halcón adiestrado.


Naruto asintió y continuó hablando cariñosamente al terzuelo al tiempo que le ofrecía el puño a modo de percha. Se llevó una mano al zurrón que colgaba de su cintura, pues recordó que en él guardaba la comida del azor. Extrajo un pedazo de carne y lo agitó mientras cantaba.


—No es así, mi señora —dijo el guardia—. Debéis utilizarlo como un señuelo. ¿Lleváis un fiador en ese zurrón? —Ella afirmó con la cabeza, agradecida por la ayuda, y rebuscó en la bolsa de cuero hasta encontrar una correa enrollada. El guardia la cogió y la ató al trozo de carne—. Ahora necesitamos unas cuantas plumas para camuflarla.


Naruto volvió a buscar en el zurrón y sacó la pluma que usaba Sasuke en ocasiones para acariciar al terzuelo. El guardia la cogió, la partió en dos y pinchó las dos partes en la carne como si fueran un par de alas. Naruto comprendió lo que estaba haciendo porque ya había visto a Sasuke emplear un señuelo —una falsa presa fabricada con plumas y un trozo de carne— para tentar a Gawain. El azor se había precipitado sobre él mientras estaba atado al fiador.


El guardia lanzó la cuerda y el señuelo y empezó a hacer girar este por encima de su cabeza.


—Calmadlo, mi señora —dijo.


Ella así lo hizo, cantando el kyrie, suplicando, tentándolo, silbando. En esto, Gawain alzó las alas y remontó el vuelo, perdiéndose de vista. Naruto bajó la cabeza, desilusionado; no había logrado conservar el azor de Sasu.


El guardia tomó las riendas y reanudó la marcha. Momentos más tarde se detuvo de nuevo.


—Allí —dijo—. Ahora el azor está en lo alto de ese olmo. Casi parece como si os estuviera siguiendo. Llamadlo. —Levantó el señuelo y lo hizo girar en un amplio círculo. Naruto cantó otra vez, sosteniendo el brazo extendido, repitiendo la melodía una y otra vez, y otra más, hasta que se le enronqueció la voz.


Por fin vio al azor. Vino volando en línea recta a través de los árboles, precipitándose hacia ella como una ráfaga de viento. Levantó el puño enguantado y no se movió lo más mínimo aunque el corazón le latía desbocado y el guardia agachó la cabeza con una exclamación.


Gawain arrebató el señuelo en el aire con las garras y se lo llevó consigo para ir a posarse sobre el guante, como si lo hubiera hecho un millar de veces. Dirigió a Naruto una mirada de soslayo de color bronce, bajó la cabeza y comenzó a desgarrar el pedazo de carne. Naruto cogió las guarniciones con mano temblorosa y se las enrolló firmemente alrededor de los dedos más pequeños.


—Dios de los cielos —dijo el guardia despacio—. Ha venido directamente a vos. En verdad que no creía que fuera a hacerlo. Para hacer eso, ha de ser realmente un azor muy valioso. Vamos, lady Naruto, vuestro prometido os quiere a salvo en su castillo. —y acto seguido espoleó a su caballo para que prosiguiera la marcha.


—Buen chico —dijo Naruto, tragando saliva con un nudo en la garganta a causa de las lágrimas—. Eres un azor muy bueno. —y cerró con fuerza el puño para sujetar las correas, como si no quisiera soltarlas nunca.


 


Continuará…

 


Le hago sufrir un poco más, pero sólo faltan tres capítulos más, así que no se angustien, pronto los tendré listos.


Lamento que este sea más cortito que el anterior, pero tuve que reescribir todo el centro del capítulo de nuevo y muchos detalles se perdieron.


Gracias por leerme.


Shio Zhang


 


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