Las sensaciones vividas esa noche en el bar, los temores, la incertidumbre y todos los recuerdos ahora parecían lejanos. Tanto que por momentos Ishida no estaba seguro de recordar bien cómo habían sucedido las cosas. Sólo tenía fresca la sensación de estar haciendo algo muy arriesgado.
Ahora, observaba la sonrisa que Kurosaki le dedicaba al paso y comprendía con fuerza esa frase que reza “el que no arriesga, no gana”.
La dulce presencia de Orihime en sus vidas era lo que necesitaban para mantener un equilibrio; sin ella, suponían los dos con certeza, no sería la relación igual. Ella mediaba, era la balanza y quien intercedía cuando debía ser.
Podían decir mil cosas, mostrarse ofendidos, recalcársele uno al otro que no le gustaba ser la segunda opción de nadie, pero Inoue se encargaba de demostrarles que no hacía falta sentirse divididos y compartidos.
A simple vista, eran los tres amigos de siempre que se comportaban entre sí como siempre, no obstante ellos sabían que estando a solas compartían mucho más que una amistad.
Había detalles de Kurosaki que cabreaban a Ishida —algunas cosas nunca cambian— pero ambos sabían qué decirle para hincharlo de orgullo y hacerle sentir querido.
Los tres también sabían hacer un paso a un costado cuando la situación lo ameritaba, no se inmiscuían en esos pequeños momentos íntimos de a dos. Al menos hasta que Uryuu, una tarde, pensó que hacer otra jugada similar no sería tan arriesgado después de lo del bar.
Y el resultado fue perfecto, todo se dio de manera tan natural que resultaría imposible de creer. Ellos comprendían que se querían demasiado para cederle lugar al egoísmo. Compartieron tardes, cenas, la cama y el afecto que se tenían.
Inoue era cálida, Ichigo protector e Ishida agregaba esa cuota necesaria de sensualidad, porque no todo era miel sobre hojuelas cuando la pasión se hacía presente. Y cuando sucedía, no había palabras de por medio o un acuerdo hablado, éste era tácito; habían aprendido a comunicarse con el cuerpo.
Tal es así que se animaban a bromear al respecto, diciendo que si algún día Orihime era madre, ellos dos serían padres sin detenerse a cuestionar la original paternidad. No estaban muy alejados de eso, no por dejar de lado las precauciones necesarias, es que en su interior, en toda la ingenuidad —propia de la edad— lo anhelaban, y los deseos tienden a cumplirse, contrario a lo que la gente opina al respecto.
Por la madrugada, cuando Orihime no podía dormir, tenía la costumbre de quedarse viendo a través de la ventana el sol asomando, o la lluvia cuando el día era gris. En esa ocasión un aguacero caía con ímpetu inundando lentamente las calles.
—¿Qué sucede, Inoue? —Irónico que todavía siguiese llamándola por el apellido.
Ella lo miró con una sonrisa, a su lado Ichigo roncaba estrepitosamente pese a los codazos que Uryuu se encargó de propinarle durante toda la noche.
—Siempre me pregunté —murmuró, enredada en las sabanas que traslucían su desnudez—, si al ser lluvia podría vincularme con el corazón de alguien, de la misma forma que la lluvia vincula el cielo con la tierra; dos cosas que nunca pueden juntarse.
Ishida se frotó los ojos, era muy temprano en la mañana para filosofar, pero Orihime era así.
—No entiendo…
—Yo entiendo —retrucó ella más sonriente—que la lluvia eres tú, Uryuu.
Era acaso ¿un juego de palabras? No debería llamarle la atención una salida de ese estilo por parte de ella; Inoue negó con la cabeza en un gesto claro de que lo olvidase y se arrojó a sus brazos para darle el beso de los buenos días despertando inevitablemente al shinigami sustituto. Ichigo, al sentir el peso de ambos sobre su cuerpo, los abrazó posesivo y siguió durmiendo.
Fin