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Academia Namimori por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

Hoy 10069 

Caso IV. La Pelea Del Bronco

+ : : En El Hospital De La Academia : : +

−Estará fuera de peligro si descansa lo suficiente. El golpe fue algo severo, me alegra profundamente que no haya pasado a más. Sí hubiese sido ligeramente más fuerte… -Dejó la oración inconclusa. Dino se quedó a lado de la cama de Hibari. Estaba tan enojado y desesperado. Fruncía el entrecejo y apretaba los puños. El peli negro estaba acostado y durmiendo, con una ligera mueca de dolor de vez en cuando. Dino tomó una silla y se lanzó a ella para poder tomar la mano de Hibari entre las suyas.

−Perdóname… perdóname, Kyōya. –El adulto recargó su cabeza en la cama. Y así permaneció largas horas. Hasta que Hibari fue abriendo los ojos poco a poco. Sintiéndose a salvo y recordando las últimas escenas antes de caer inconsciente. Chasqueó la lengua cuando terminó de recordar. Y en un sueño, bastante cursi, percibió que Dino llegaba y le rescataba como el típico príncipe montado a caballo. Brincó cuando se dio cuenta que Dino estaba allí, dormido como un tronco sosteniendo con fuerza tranquila su mano izquierda.

Hibari suspiró. Le punzó la cabeza. Decidió recostarse y mover su mano para despertar a Dino.

−Kyōya… -Se levantaba el rubio. De repente recordó la razón de encontrarse en un hospital. Se levantó de súbito y tomó de los hombros al moreno. -¡¿Estás bien?! ¡¿Cómo te sientes?! ¡Oh, Kyōya yo…! –Hibari entrecerró su ojo derecho. –Lo siento, estoy armando mucho escándalo. –Se sentó de nuevo y respiraba hondamente. –Kyōya, te pondrás bien, el Doctor me dijo que… -El moreno le puso la mano en la boca.

−Cállate. –Le miro tan seriamente como su costumbre le indicaba hacer. –No me voy a morir.

−¡No digas eso! ¡Ya sé que te vas a recuperar! ¡Pero ese no es el punto! ¡Estoy furioso!

−¿De qué?

−¡Siempre intentas parecer que estás solo! ¡Y sabes que no es así, Kyōya! ¡Me tienes a mí, grandísimo estúpido!  -Hibari de verdad se sintió como niño pequeño siendo regañado por su padre. Se oprimió ligeramente en su lugar y llevó su propia mano a la frente de Dino.

−Ya, cálmate. Me duele, si es lo que quieres saber. Y fue mi culpa, si es lo que quieres escuchar.

−Lo que quiero. –Dijo intentando tranquilizarse. –Es que confíes un poco más en mí. Es lo que siempre te he rogado. Siempre que algo te acongoje…

−Esto es algo que supe apenas hoy. ¿Cómo querías que te dijera?

−Te compré un maldito celular hace poco.

−Lo perdí.

−¡Kyōya! –Dino se enojó bastante. Se levantó y dio rienda a marcharse. –Parece que aún no sabes a ciencia cierta qué es lo que sientes por mí. Y está bien, trataré de entenderte. Pero no lo soportaré por mucho tiempo. Necesito respuestas que vengan de fuente sincera. –Le miró de reojo. –Yo haría cualquier cosa por ti. Por lo menos no olvides eso. –Salió casi azotando la puerta. Hibari se hundió de nuevo en la cama. Se quedó meditabundo y con aire melancólico. Miró a su derecha y allí estaba su chaqueta negra doblada en una esquina de un mueble de madera. Movió su mano y no la sacó de allí hasta que obtuvo lo que buscaba. Un pequeño aparato rectangular de color azul marino. Un celular que tenía colgado un pequeño muñequito, hecho en representación de Dino: Un caballo. Lo abrió y se encontró con la imagen que hace tanto el mismo Dino había tomado para estrenar ese celular. Estaba Dino encaramado sobre Hibari que puso la cara normal mientras el rubio le abrazaba y sonreía eufóricamente. La verdad era que desde que Dino la puso como fondo, Hibari jamás la había cambiado. Eran raras las fotografías de ellos dos juntos, y ésta… era algo muy especial. Lo llevó a su pecho y se dedicó a descansar de esa manera.

Tocaron a la puerta. Escondió su preciado objeto y dejó entrar a Byakuran y a Mukuro.

−¿Qué quieren? –Preguntó fríamente.

−Saber cómo estabas.

−Volveré mañana a la sala del concejo… ¿Dónde está Tsunayoshi Cavallone?

−Veníamos con él para verte, pero nos encontramos con Dino en el camino, así que ya sabrás. –Le respondió Mukuro.

−Si todo está en orden, no veo más necesidad de permanecer aquí. –Dijo Byakuran. Estaba más serio de lo normal.  Hibari se dio cuenta de que el presidente tenía la mejilla roja y se echó a reír aunque le doliese.

−¿Le pasó algo, presidente? –Preguntó burlón. Mukuro viró la vista.

−Mukuro-kun anda huraño conmigo. –Después de un par de comentarios comunes, salieron de allí y se fueron a su sala de reuniones.

Mukuro agrupaba una larga pila de documentos sobre el escritorio del presidente.

−Bien, me voy. –Decía agarrando su portafolio de color negro. Pero Byakuran, que apenas se levantaba y se dirigía a la puerta con el único propósito de ponerle seguro. -¿Quieres que me quede a trabajar? Por favor, es fin de semana… -Byakuran se puso a manera de escudo sobre la puerta mientras sonreía. -¿Quieres que te golpee de nuevo?

−Quiero que me expliques un par de cosas, Mukuro-kun.

−Será mañana. Tengo club de tenis al igual que tú, nos vemos allí.

−¿Por qué te molestas tanto conmigo?

−Eres un idiota, es normal que me disgusten los idiotas.

−Esa no es una respuesta correcta. –Mukuro se le plantó en frente. –Tú traes algo oculto. –Mukuro tembló.

−No sabes nada. –Masculló comenzando a molestarse.

−Es divertido verte enojar, pero realmente deseo aclarar este asunto.

−¿Cuál asunto? ¡Ya te dije que no hay nada que…! –Byakuran lo jaló del antebrazo y le aventó a la pared para plantarle un beso, que dejó mudo a Mukuro por varios segundos. Intentó forcejear, pero las manos del peli blanco se apresuraron y le atraparon completamente. Lentamente el beso se comenzó a tornar consentido. Y Byakuran se comenzó a mover con aquella exquisita boca con maestría. Se arrinconó en alguna esquina de la enorme habitación. Le lamió los labios con delicadeza y después se relamió los suyos para ver el magnífico sonrojo que quedaba vivo en las mejillas del peli índigo.

−Listo. –Se separó ligeramente jadeante. –Ya tengo las respuestas que necesitaba. –Puso la mano sobre la pared y se inclinó para volver a besar a Mukuro con el filo de sus labios.

−¿Q-Qué? –Byakuran se echó a reír.

−Tu amor no correspondido era tan obvio que casi me ahogas en él. Pero jamás pensé que te lo podrías guardar hasta hoy. –Susurró en su oído. Dejó que Mukuro vibrara por sus palabras y gestos.

−¿Lo sabías? –Byakuran hundió su cabeza en el hombro del secretario.

−Sip. –Rió. –Desde hace mucho.

−¿Cuándo?

−Justo ahora. Me lo acabas de confirmar. –Mukuro se volvió de piedra. Resultaba que había caído en la trampa de Byakuran. –Así es, yo no sabía nada. Ja, Pero me alegra que mis conjeturas hayan sido correctas, sería frustrante que me declarara homosexual ante una persona Hetero. –Declaró sin tapujo alguno.

−Pero tú no eres…

−Nop, pero puedo empezar. –Le ronroneó. -¿Me enseñas? –Su traviesa mano comenzó a jugar. Se puso primero en el pecho de Mukuro y después fue bajando lentamente. Mukuro sintió que el mundo se le venía encima. ¿Era verdad todo lo que estaba escuchando? ¿O era otra de las macabras bromas del presidente? Desechó todo tipo pensamientos racionales cuando Byakuran le volvió a besar. ¿Qué importaba? Entonces, Mukuro le apretó los pómulos y se besaron con mucha más intensidad.

Se fueron deslizando por la pared, tan suavemente que Mukuro se desesperó. Se lanzó contra el peli blanco, terminando sobre él. Apretando con sus muslos las caderas del  amatista.

−Hummm Esto es agradable. –Dijo Byakuran en medio de una risita. Agarró las caderas del peli índigo y las deslizó de adelante hacia atrás sobre su hombría. Ambos soltaron un gemido ronco. Pero el más deleitado era Mukuro. ¿Cuántas noches no había soñado con ser de Byakuran, aunque sea una sola noche? -¿Podrías darme más? ¿O prefieres que yo te dé? –Ofreció divertido. Mukuro se sonrojó y miró a otro lado. –Creo que volví a acertar. –En un giro rápido. Ahora el peli blanco estaba sobre el oji azul. Le lamió el cuello.

−Es-Espera… -Le puso la mano en la cara. –Detente. –Suspiró. –No podemos.

−¿Por qué no? –Quiso saber, cruzándose de brazos.

−Tenemos que arreglar antes lo de Cavallone.

−De nuevo ese estúpido interfiere en mis planes. –Masculló.

−¿Dijiste algo?

−Nada. –Hizo un ligero puchero. –Pero yo ya… -Mukuro se echó a reír.

−Si es cierto y no estás jugando con tu secretario al juego del Rol, puedes esperar un tiempo. Ahora quítate que pesas.

−Eso no decías hace rato, es más parecías querer gritar de puro placer.

−Arg. Calla. –Byakuran agarró a Mukuro del mentón y le plantó un beso.

−Esto de ser novios es nuevo para mí, pero para eso está mi secretario. –Mukuro se quedó quiero como estatua por el shock.

−¿Novios? Pero es que ¿Acaso tú…?

−¿Nn? ¿Qué? ¿No es eso lo que quieres?

−No es eso…

−¿Entonces? –Enarcó una ceja. –Pensé que después de esto, ibas a reclamarme responsabilidad, leí en un libro que después de la primera vez se necesita de…

−¡Cállate! ¡Cállate! ¡No me has embarazado! ¡No tienes que tomar ese tipo de responsabilidades tan al extremo!

−Aún. –Sonrió maliciosamente. Y se levantó dándole la mano al peli índigo. –Tenemos un trato, yo esperaré tranquilamente hasta que acabe con el asunto Cavallone y después tú y yo nos dedicaremos a hacer nuestros cuerpos uno solo. –Mukuro se avergonzó de lo tremendamente rápido que Byakuran se acostumbraba a las cosas. –Hey, pero ¿Y si quiero un medio tiempo antes de que pase?

−¡Te esperas y ya!

−Mukuro-kun cruel. Tu amor es muy cruel. –Le dio un beso en la mejilla y le desarreglo los cabellos. –Pero creo que me gustas demasiado. Así que te lo pasaré por alto… pero toma en cuenta que todo sufre sus consecuencias. Después ya no podrás salir de mi cama. Fufu.

−¿Qué es esta aura oscura que emana de ti? –preguntó al aire mientras veía que a Byakuran le brillaban los ojos. –Tengo un mal presentimiento sobre todo esto.


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