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Dieciocho por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

Pareja: 10069, ByakuranxMukuro para los que no sepan >:P 

Dedicado a Chikori

 

*Amaneció*

El príncipe Hibari abría los ojos con lentitud. Las cortinas recién se habían levantado, el sol apenas comenzaba a atravesarse en el horizonte. Se talló ambos ojos con flojera y se estiró. Miró por la amplia ventana que daba a su balcón favorito. Esbozó una ligera sonrisa engreída. Hoy era el tercer día de prueba. Se preguntaba con qué artimañas… con qué cuentos saldría ésta noche. Pero primero tenía que encargarse de sus propios asuntos.

Desayunó sólo como un rey podría hacerlo, lleno de variedades y deliciosos sabores hasta hartarse.

−¿Qué le sirven de comer al cuentacuentos? –preguntó limpiándose el borde de los labios con una servilleta.

−Lo mismo que a sus demás sirvientes, mi señor. –Contestó una jovencita de cabellos castaños.

−Ya veo… que para la tarde venga a comer conmigo. –La muchachita se sorprendió.

−Co-Como ordene, su majestad. –Después de eso, Hibari se fue a su biblioteca. Estudió los planos de toda la montaña. Guardó un par de hojas en su ropa, miró el retrato de la familia Real. Subió al segundo nivel de la extensa librería, el sol avanzaba.

Rebuscaba a Décimo Cavallone.

Horas después. Dino estaba en su habitación revisando un par de cosas que recién le habían hecho llegar, como ropas nuevas, sencillas pero muy cómodas, y un par de libros.

−Ah, tiene muy buen gusto su alteza. –lanzó una risita. Acomodó las cosas y se dirigió a la ventana. La belleza del valle, que se extendía frente a él, era indescriptible. El hermoso rio de Servec serpenteaba a la izquierda de la montaña y se perdía a la vista en el horizonte de los verdes pastizales.

Una leve sombra de pesar le recorrió los ojos, respiró hondamente, estaba allí para cumplir un trabajo, y lo iba a terminar con éxito. De su pantalón sacó una pequeña fotografía, una arrugada y casi sin color. En ella estaban dos personas, dos hombres para especificar un poco más, los dos de joven pero sabia edad, el primero de cabellos negros,  largos hasta la base del cuello y ligeramente ondulados, mientras que los del otro eran de un color vainilla ceniciento, y poseía unos rasgados ojos color claro. La mirada del moreno se denotaba astuta y fiera, mientras que la del segundo era lobuna y certeramente asesina.

−Tercera historia y ya me siento extraño –Murmuró bajito recuperando el aplomo.

A la hora de la comida, Dino se sentía algo cohibido.

−¿Algo mal? –Preguntaba el príncipe dando un sorbo a una elegante copa de vino, el mantel era totalmente blanco y había un enorme florero con rosas blancas y frescas.

−Creo que usted es muy joven para tomar ese tipo de bebidas, su alteza, pero es sólo un comentario que bien no vale la pena tomar en cuenta, le ruego disculpe el atrevimiento. –Reverenció levemente con la cabeza. El moreno guardó silencio por unos momentos, y llamó a la misma jovencita que se encargaba de todas sus comidas.

−Desde ahora no servirán nada de licor en mi mesa ¿Entendido?

−Si, su majestad. –Reverenció la mujercita. Dino se quedó sorprendido.

−¿Qué? –Inquirió Hibari.

−No, no es nada. –Le sonrió cálidamente. Y comenzó a comer con gusto. Hibari poco lo expresó, pero descubrió que era ameno tener a alguien haciéndole compañía a esa hora. Cuando hubieron acabado, llegó un pequeño postre, malvaviscos en color blanco. –Ah, me encantan. –Murmuró devorando un par rápidamente. –El gesto no pasó desapercibido al joven príncipe.

−Dime, cuentacuentos, ¿De qué va la tercera historia? –El rubio meditó unos segundos.

−Hummm. Los dulces son algo de lo que no se debe abusar nunca. El Rey Byakuran lo sabía, pero aún así toda una tarde se la pasó comiendo postres como éste. –Agarró un bombón.

Llegó la noche.

++++{Tercer Cuento}++++

         −Entonces, el Rey,  tenía tanta azúcar corriendo por sus venas que no pudo conciliar el sueño sino hasta muy entrada la noche. Su desesperación había crecido a tal punto que optó por la usual y aburrida técnica de contar ovejas para que el cansancio le diese el anhelado sueño. El problema vino después de eso…

 

Sueña, soñador despierto.

Pareja: Byakuran x Mukuro.

“−Dicen, doscientas ovejas… trescientas ovejas… mil cuatrocientas noventa y ocho ovejas… diecinueve mil quinientas… ¡Ah! Ese Sou-chan no es nada bueno para recomendar estas cosas. –Se  estiró de nuevo en la cama. El soberano de las tierras de Neph, era alguien sumamente apuesto. Sus cabellos eran color blanco, como nubes sin rastro de tormenta. Y sus ojos eran de extraño color piedra amatista. Su piel tan fina como delicada y suave mentón jovial. Sonrisa acostumbrada y un tatuaje en forma de corona, de tres picos, invertida debajo de su ojo izquierdo. 

“Siguió así unas millonésimas de veces más. Deseaba con extremo ahínco que algún hada de los sueños lo viese y se apiadase de él. Y no pasó lo que se esperaba, pues, en primer lugar no fue un hada de los sueños lo que se apareció, fue un hombre y, dos, no estaba para apiadarse de su alma devora malvaviscos.

“−Kufufufu, ¿No puede dormir? –Un hombre guapo, ciertamente, de ojos bicolor rojo-azul. Sus cabellos eran largos, al límite de llegar hasta su menuda cintura.

“−¡Bello desconocido-kun! (xD) ¿Pero que haces en mi alcoba? –Se levantaba. El rey estaba sólo en pantalones flojos. El recién llegado vestía ropas negras, consistiendo en pantalones tremendamente ajustados, botas y gabardina con el cuello tatuado con escamas de dragón azul. Su camisa blanca a pesar de ser ligeramente floja, le quedaba tremendamente bien. Y en su mano derecha portaba un bello tridente negro con puntas plateadas.

“−Pasaba por aquí. –Le miró burlón. –Y me pareció escuchar a alguien contando ovejas.

“−¡Eres un hada!

“−¡¡¡Claro que no!!! –Frunció el entrecejo. –Ejemp. Hagamos un trato.

“−Aceptaré lo que sea sí te casas conmigo… -Ofertó acercándosele para agarrarle de la cintura y tomar la pose de un galán apunto de besar a una damisela recién rescatada de un monstruo. Pero en eso, el desconocido, además de sonrojarse alocadamente por aquella cercanía, le golpeó mandándolo al suelo con un puñetazo.

“−Estoy comprometido, rey de asbesto.

“−¿A quién tengo que matar para que me hagas caso? –El rey se sobó el golpe y regresó a su habitual aire burlón. El desconocido enarcó una ceja.

“−Estoy casado con mi deber. –A Byakuran le brillaron los ojos con malicia.

“−Bien, entonces… dime ¿A qué vienes, dulce hada-kun?

“−Puedo ahogarte en el rio sí quiero. –Le amenazó con una mirada fiera.

“−¡Pero que sea en tus brazos, desconocido-kun!” –Al hada… err al oji bicolor le comenzaron a sobresalir las venas del enojo.

“−Bien te mostraré algo para que dejes de contar esas ovejas estúpidas, necesito descansar… dormirás por doce días completos para que se te quite lo hablador.

“−¡¿Eh?! ¡Desconocido-kun, no puedes hacer eso! –Y se apagaron las luces.

“El rey había caído en un pozo oscuro y enorme que se había abierto en el piso alfombrado de su habitación.

“−Auch. –Se sobó las partes nobles. Entreabrió los ojos, la enorme cantidad de luz le había azotado la vista, y apenas se acostumbraba. -¿Dónde estoy? –Miró a todos lados, pero obviamente no reconoció el lugar. Estaba en medio de un enorme prado con pasto en color gris. Y el cielo era de color verde. –Creo que se invirtieron los colores. –Dijo extrañado. Se levantó. –Pero si estoy despierto. –Se detuvo a meditar. -¿Qué será lo que tramará hada-kun?

“−¡Oya! –Escuchó una voz familiar, viró para ver de quién era y aparecía un chico peli índigo con un mechón de cabello cubriéndole uno de sus ojos, dejando a la vista el otro que era de color azul. Tenía una camisa blanca y pantalones negros.

“−¡Hada-kun! –Se lanzó eufóricamente a su encuentro terminando los dos en el suelo.

“−¡He-Hey! ¡Ba-Bájate! ¡Yo no soy Hada-kun!

“−¿Eh? –Dijo Byakuran, y lo examinó, los ojos de aquel chico eran, ambos, azules. -¿No eres la preciosa hada-kun que vino a casarse conmigo después de escucharme contar ovejas desesperadamente?

“−Gracias al cielo que no. –Contestó el peli índigo. Byakuran le examinó. Suspiró después de unos segundos y sonrió con verdadera maldad. -¿Qu-Qué tengo?

“−¿Dónde es aquí? –Inquirió ignorando lo último. Fingiendo.

“−Sí te bajas, puede que responda a tus preguntas…

Y así lo hizo. El peli índigo respondió al nombre de Mukuro, y llevó al rey Byakuran a su casa.

−Detalles. –Demandó el joven príncipe Hibari. El rubio fue asaltado, de nuevo, por esa fuerte determinación principesca.

−Bueno… Está de más decir que el rey Byakuran deseaba tener “cosillas” nada saludables con aquel chico. –Hibari enarcó una ceja. – El cielo era de color gris ese día y el pastizal de color verde, al parecer cada día los tonos se invertían. Vivía en una choza construida sobre las altas copas de los árboles. Pero no había nadie más.

“−¿Y cuánto tiempo estarás aquí? –Preguntó Mukuro mientras subía por las escaleras con Byakuran detrás de él.

“−Hunmm –El albino veía el trasero bien formado del peli índigo. –Dos redondas semanas… -Murmuró –Talves menos.

“−¿De dónde vienes?

“−Del reino de Neph. –Respondió el rey. Pasaron la noche hablando de sus respectivos hogares. Byakuran lo hacía más por pura formalidad que por deseo de conocimiento. Además, debía ganarse la confianza de aquel misterioso chico. Después de que el peli índigo se había quedado dormido, Byakuran se le acercó lentamente, pasando sus finos dedos por las tersas mejillas de algodón...

El cuentacuentos se volvió a aclarar la garganta por décima vez en esos párrafos.

−¿Sucede algo? –Preguntó el príncipe.

−Cr-Creo que me enfermaré. –Dijo sin verle al rostro.

−Lo que quieres es escaparte de darme los detalles, y prometiste especificar todo lo que yo quisiera. –le dijo con tono neutro. El rubio se sonrojó ligeramente.

−¿Explicito?

−Explicito. –Respondió Hibari, divertido. Estaba deseando ver cómo reaccionaría Dino al ir dando palabra por palabra lo siguiente. El príncipe quería meter al cuentacuentos en problemas bochornosos.

“Ejemp. Pues después, el rey Byakuran se puso sobre el dormido Mukuro.

“Cubrió ambos cuerpos con una sábana, y así pudo estar toda la noche, o habría podido estar de no ser porque el peli índigo, sorprendido, había despertado y había exigido su libertad. Pero el Rey nunca obedeció, aprovechándose de su fuerza, oprimió más al joven debajo de su cuerpo. Su rodilla derecha fue encajada a la perfección en la entrepierna del oji azul. Cosa que provocó un calofrío exagerado. Una exaltación muda. El peli blanco besaba, sin consentimiento, a Mukuro. El último permanecía con la boca cerrada y ladeaba su rostro para no verle a la cara. Pero Byakuran era más inteligente, aprovechando que tenía un bello cuello expuesto delante de sus blancos y lobunos dientes, se lanzó a morderle cual bestia enfurecida, la herida fue lo suficientemente profunda como para causar un sangrado largo y tedioso. El Rey pasó, lentamente, su lengua por toda la clavícula. El peli índigo se estremeció más. Se sacudió buscando, inútilmente, la salida. El aliento del peli blanco era pesado, fueron los ligerísimos jadeos del rey lo que sacó de los cabales a Mukuro, pues se comenzaba a soltar poco a poco. Y es que las manos del oji amatista se movían con pericia sobre su delgado y caliente cuerpo. Las caricias eran abundantes y deliciosas.

“Súbitamente dejó escapar un gemido corto, y entonces el par de lenguas se prestaron para un juego peligroso y competitivo. Mukuro giró de manera que terminaba sobre el rey. El monarca sonría satisfecho. Sus bocas entreabiertas y sus pechos tomando un ritmo alocado era algo enloquecedor.

“El peli índigo terminaba de desvestir al oji amatista y a sí mismo. Quedando  completamente desnudos, se dedicaron a saborear las maravillas del sexo. Las caderas vírgenes se moverían al compas de las valientes penetraciones de Byakuran. Sus manos se entrelazarían cariñosamente lujuriosas sobre el perlado sudor corporal.

“Eso fue amor a primera vista…

“−Hada-kun, no sabes cuánto me alegra haberte conocido. –Le besaba de nuevo con ansía infinita. El peli índigo se sorprendió de saberse descubierto. Byakuran lo sabía desde un principio, y sólo le había seguido el juego para poder disfrutar de la cercanía. –No quiero despertar. –Le aseguró, antes de quedar abrazados.

−¿Al final resultó ser el hada? –Preguntó Hibari. El rubio asintió.

“Al día siguiente fue cuando se enteró de casi todo. Mukuro era un habilidoso hechicero de los sueños. Y ese era su reino. Desde hace muchas noches que estaba buscando un buen sueño que devorar, algo así como pasatiempo nuevo. Había vagado en varias mentes, pero ninguna le satisfacía. Y una noche, se había enamorado de la silueta durmiente del rey. Byakuran había representado algo sumamente atractivo a los ojos del hechicero. Y deseaba comérselo entero, pero estaba su hambre de comida y su hambre de amor ¿Cuál debía escoger? Mukuro siguió observando al monarca de las tierras de Neph por mucho tiempo. Al punto de volverse casi loco; se debe entender el dolor y la frustración del chico por no tener nada de lo que deseaba, si comía el sueño del Rey, éste terminaría congelado como la bella durmiente, y eso era algo que no se podía soportar y sí se aparecía nada más porque le daban ganas corría el riesgo de obtener sólo rechazo.  Y entonces, se presentó la solución a sus problemas, o mejor dicho, se le apareció una razón. El Rey no podía dormir. El hechicero había estado en tremendo ayuno pero, con su gran fuerza de voluntad y energía almacenada, se pudo aparecer ante el sorprendido monarca. Al fin podía tocar la ansiada piel de marfil, pero tuvo un choque cultural cuando vio que el Rey se lanzaba sobre él. No supo qué hacer, casi pierde el control de sus acciones, pero decidió continuar firme, y usando toda su reserva de energías, envió al Rey a su mundo. El único lugar dónde podría tener completo poderío.

“Fingió ser alguien más para saber qué tan astuto era el Rey olfateando su esencia. Claro, que pudo haberse convertido en una chica o en alguien más para que la prueba fuera más difícil, pero bien hemos de sospechar que el hechicero ardía en deseos carnales y deseos apasionadamente amorosos, imposibles de contener en un frasco o en un cajón bajo llave.

“Y como resultado obtuvo cosas positivas, la persona que había estado cuidando le respondía, Mukuro vivió felizmente al lado de su rey por cercanas dos semanas.

−¿Y luego? –Preguntó Hibari. El cuentacuentos delató felicidad.

“Un día, antes de que se diera el doceavo crepúsculo, el Rey despertó. Sufrido y acongojado por no entender las cosas. El había deseado con todo su corazón quedarse en el mundo de los sueños. Había planeado declarar su amor a Mukuro el último día, planeaba decirle cuánto lamentaría despedirse de él siquiera un segundo. El rey dejaría todo cuanto poseyera, y si el precio que debía pagar era su muerte, con gusto lo haría. Y no se le había dado tiempo de negociar.

“Y entonces… se dio cuenta de que alguien seguía dormido en su cama, sumido en las dulces sábanas. Le descubrió encontrándose con el ser amado. Mukuro tiernamente dormido deseando seguir soñando. Pero Byakuran no lo dejó. El hechicero se explicó. Habían estado dormidos por doce días y doce noches, tal como había prometido. Todo era real, su amor desde hace tanto tiempo y el sueño de doce crepúsculos, era verdadero.

“−¿Por qué quisiste jugar a todo esto? ¿Y ahora no vas a desaparecer?–Preguntaba extrañado del Rey de Neph. A lo que Mukuro contestó muy calmado:

“−Porque sinceramente, esa noche me hartaste los nervios al contar ovejas, no tenía motivo factible para acercarme a ti, y me encanta verte sufrir, además me daba flojera aparecerme nada más porque sí, quise darme mi importancia. ¿Dónde quedaría mi orgullo sí fuera yo el que rogara?–Se encogió de hombros. –Y nunca desapareceré, me enamoré de un estúpido mortal cuenta ovejas y, punto aparte, un hechicero que ya no es virgen no puede usar sus poderes nunca más. Así que por tu culpa, estúpido rey de pacotilla, estoy desempleado. –Hibari se echó a reír.

−Eres un mentiroso. –Dijo el príncipe. –Insinúas que todo el cuento fue una artimaña del hechicero para darle una lección al Rey.

−Puede interpretarlo como guste, pera mí fue algo de buen gusto.

−¿O sea que usó todos sus magníficos poderes para poder dejarse follar a gusto? Eso es absurdo.

−Hay una gran diferencia entre tener relaciones nada más por simple calentura y hacer el amor, su alteza. –Hibari se quedó callado y viró la vista.

−No me queda claro… -Murmuró débilmente, al punto que el cuentacuentos casi no le escuchó.

−¿Qué dijo, su majestad?

−No entiendo algo, el beso… no lo supiste explicar.

−¡¿En serio?! –se puso triste. –Ah, Debo mejorar. –Admitió decepcionado.

−Podrías intentarlo. –Le dijo mirándole a los ojos. Dino se sorprendió. Guardaron silencio cercano minuto. El rubio se acercó a Hibari lo suficiente como para que sus narices se tocasen. Los dos nerviosos y con un extraño golpeteo en sus corazones fueron suavizando sus labios.

−Así… -Murmuró Dino antes de chocar su boca con la del Rey. Hibari se sorprendió. E intentó retroceder, pero el rubio levantó su mano para tomarlo por la nuca. Ese atrevimiento bastó para que los guardias reaccionaran. Se alebrestaron e intentaron apartarlos, pero Hibari, su rey, les detuvo sin mirarlos, el consentimiento era tácito. El príncipe pasaba sus delgados y lozanos brazos por el cuello del moreno. Y así, profundizaron el beso.

−¿De qué va el próximo? –Preguntó el Rey apartándose, dejando idiota al oji pardo.

−De… -Intentó recuperar la calma. –Del primer beso de un estudiante, uno que estaba enamorado, a su única manera, de un maestro gruñón y que se pasaba diciendo “Te morderé hasta la muerte”

 

Notas finales:

 

El prox será HibariGokudera!


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