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Academia Namimori por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

 Cambié las personalidades, ligeramente (ajá si xD) de Alaude y Primo para que se adaptasen

 

Caso VIII. Dolorosa y estúpida despedida.

+++++++

−No –soltó Hibari, ese tartamudeo fue desgastante. Malvado. Xanxus apreciaba todo en algún rincón de ese lugar. Dino apretaba los puños y trataba de no temblar. Sus fuerzas deseaban menguar. Su corazón y alma le rogaron encarecidamente detener esa farsa. Sentía que Kyōya se comenzaba apartar de él. El moreno daba pasos hacia atrás.

Kyōya aún no daba crédito a lo que estaba escuchando, ¿Acaso toda esa persecución había sido en vano? ¿Aguantar las acusaciones de Primo Cavallone fue un desperdicio? ¿Haber sido acusado, prácticamente, de zorra valía este desprecio?

El padre de Dino sonrió.

El italiano de cabellos rubios. Juntando todo el amor profesado, se dio la vuelta, sus parpados se cerraron. Inhaló con fuerza.

−Sé feliz, por favor –murmuró, esperando que Hibari le escuchase. Y entonces, a las espaldas de Kyōya apreció Xanxus y Squalo.

−Regresemos a casa –ordenó, el padre. Puso su pesada mano sobre el hombro de su hijo –, Kyōya, él debe irse –el moreno seguía viendo la espalda de Dino. ¿Siempre iba a ser así? Desde hace tiempo que se había preguntado eso. Sintió la pena embargarle toda dicha que hubiera podido adquirir ese día. Se sintió inferior. Era cierto, tal y como Primo lo había dicho, él era un estorbo para Dino.

Kyōya asintió lentamente y se dio la vuelta. El rubio, tan conectado estaba a su alma, que se dio la vuelta para encontrarse a Hibari yéndose.

−¡Kyōya! –gritó desesperado. Hibari se congeló. Los padres enfurecieron. Primo llegó y cubrió la boca de su hijo antes de que pudiese ocurrir un desperfecto.

−Recuerda lo que te dije, niño –dijo, totalmente dirigido al hijo de Xanxus, el cual tembló al recordarlo. Dino sólo veía las cosas sin creerlas. ¿Qué es lo que le había dicho a su pobre Hibari? Por primera vez deseó con toda su alma golpear a su padre y de paso, al de Hibari, tomar a la otra parte de su aura y huir como nunca. Y estuvo a punto de hacerlo, pero Kyōya dijo, sin virarse:

−Lo odio –y en ello, Xanxus recuperó la calma y desplegó una sonrisa sádica. Impulsó a su hijo a caminar y desaparecieron ante la mirada atónita de Dino.

Cuando estuvieron lejos, Primo le soltó. Dino se apartó de él despectivamente.

-Volvamos a casa, hijo –dijo en medio de una sonrisita, ni siquiera se detendría a mirar las consecuencias del daño.

++Pasó un Día++

−¡Ahh! ¡Ahh! ¡Bya-Bya-kuran! ¡Para! –Mukuro gemía entre gritos desesperados. Estaban en una esquina de la sala del concejo. El peli blanco cargaba a su amante para ensartarlo en su hombría. Semidesnudos. Habían jugado toda la mañana con fresas y chocolates. Ahora tocaba la hora de sexo sin motivo. Byakuran lamía la oreja de Mukuro.

−¿Por qué debería? –preguntó, ligeramente molesto.

−¡¡¡Mmm!!! ¡Ya! ¡Ya! ¡No puedo! –decía, jadeante, sus mejillas estaban bañadas en color rojizo. Le quiso apartar. Pero las cosquillas eran deliciosas. El placer embriagante. No cabía en felicidad al saberse querido, amado y deseado. Pero sabía que no todas las personas tienen esa dicha, y las que la tienen… a veces la pierden. Cuando llegaron al orgasmo, Mukuro derramó una lágrima, en verdad estaba exhausto. Byakuran había sido un salvaje.

El mayor le besó la gota salada.

−¿Ocurre algo? –preguntó, bajándole y pasando su dedo por la mejilla de Mukuro.

−Ya te lo dije –ladeó su rostro –, te dije que pararas.

−No te molestes –se echó a reír.

−Sabes que Hibari está en problemas.

−Tsk –eso fue suficiente para que se apartara de él. Se comenzó a poner la camisa –, no quiero hablar sobre eso.

−¿Pretendes olvidar la petición de ayer? –Mukuro trató de calmarse. Se sentía húmedo –, es nuestro compañero, deberías estar, o por lo menos fingirte, preocupado.

−Lo que haga Hibari-kun me tiene sin cuidado.

−¡Byakuran! Me estás haciendo pensar varias cosas, ¿Por qué te comportas así? –exigió saber –Alaude vino para rogarnos salvar a su pequeño hermano; hermano que es miembro de nuestro nivel, y aunado a eso, miembro de este estúpido concejo.

−No quiero discutir –se llevó la mano a la frente y le miró de reojo –, el preguntón debería ser yo, parece ser que estás interesado en Hibari-kun.

−¡Arg! No me quieras venir con tu ataque de celos –el peli índigo se cruzó de brazos.

−Además ese Alaude-kun no es nada mío –respondió Byakuran, Mukuro estaba perdiendo la paciencia.

−Escucha, quiero ayudar a Hibari porque el apenas si es un mocoso.

−Uy, eso no lo dirá Cavallone Dino-kun –dijo en medio de una pícara sonrisa.

−Independientemente de lo que hagan –prosiguió –Hibari no sabe muchas cosas sobre el amor.

−¿Tu sí? –preguntó, divertido. Ese fue un tono burlón que Mukuro no extrañaba en absoluto. Byakuran estaba regresando a su momento de bestia engreída.

−Que tu pareja se puede volver idiota por celos –le dijo enojado y dándose la vuelta para terminar de vestirse. Se arregló los cabellos –, escucha sino quieres ayudarme, pues bien, yo veré en como intervengo en ese asunto.

−¿Qué? –inquirió, sin creer –, te ordeno que permanezcas sentado.

−No eres mi dueño –Mukuro sabía hacia dónde iba esta discusión, pero realmente sentía  responsabilidad.

−¿Ah, no? –Byakuran se levantó del sillón de donde hace poco había tomado asiento.  Se notaba el grado de ira que comenzaba a relampaguear.

−Tu y yo le odiábamos porque creíamos que iba a meterse entre nuestra relación; relación que no fue auspiciada directamente por ti, déjame recordarte. El que se moría por ser correspondido siempre fui yo. Lo acepto. Por eso sé lo que está pasando Kyōya –dijo, mencionando el nombre con toda la intención de causar la euforia en Byakuran.

El mayor se apresuró a ir y detenerle. Apretándolo del antebrazo con exagerada fuerza. Mukuro no se quejó,  sentía el dolor físico mucho menos que el moral. Necesitaba apoyo y Byakuran se lo estaba negando.

−¿Acaso piensas cambiarme tan pronto? –le preguntó Byakuran, con saña.

−Déjame –le dijo fríamente –, no planeo seguir al lado de alguien que todavía duda de mí.

−Puedo encerrarte, Mukuro-kun, y bien lo sabes.

−Inténtalo… -murmuró, sacando su resolución en la mirada –, te daré una última oportunidad, vienes conmigo ¿Sí o no?

−No –contestó inmediatamente.

−Entonces, espero que no te arrepientas, porque yo me largo de este lugar –se dio la vuelta y se echó a correr antes de que Byakuran accionara el mando para invocar a toda su horda de sirvientes.

Mukuro escapó. Por más que le rodearon los guardias, y los guardaespaldas intentasen detenerlo por la fuerza, gracias a su habilidad con el tridente y conocer la escuela como la palma de su mano, logró escabullirse. Estaba molesto. Como nunca. Había pensado que su amado Byakuran le iba a mostrar una de esas cualidades que le hicieron enamorarse de él. Pero no fue así. Receloso no iba a aguantar mucho más.

En la oficina. Byakuran empezaba a dar vueltas cerca del escritorio, mordiéndose el dedo pulgar. Y fue a la oficina del Coordinador.

+Horas después, Lejos de allí+

−Gracias por venir –agradecía el hombre de cabellos color vainilla ceniza. Estaban en una cafetería. Ambos vestían discretamente.

−No tuve más opción, el idiota de mi novio no quiso hacer algo –Mukuro miraba de vez en cuando a los alrededores. Había un par de centinelas buscándole –, no tema, le ayudaré en todo lo que pueda, aunque en estos momentos, en mi condición, no pueda hacer mucho. Ayer cuando fue a vernos a la Academia…

−Si –el guapo Alaude reconocía con gran melancolía –lamento los problemas en los que te metí.

−Pierda cuidado, ahora lo importante es ir a rescatar al estúpido del potro ¿no es así?

−Sería lo conveniente, pero…

−¿Pero?

−Primo no es alguien con quien se deba jugar, eso lo sé perfectamente. Lo que primero debemos hacer es llevar la montaña a Italia.

−Alaude-san, debe decirme las razones completas, lo que ocurrió ayer no fue causalidad –dijo Mukuro, el mayor movió la cabeza en sentido negativo.

−En realidad yo ya no ostento el apellido “Hibari” –respondió, Mukuro exigió más detalles –, todo empezó hace cuatro años, antes de volverme Alaude De Cavallone…

+En una montaña+

Hibari estaba sentado, con las rodillas contra su pecho. Miraba sin mirar. El agua de nivel bajo le rodeaba. Estaba en medio de un rio, esperando que algún día el agua lo arrastrase. La humilde familia Hibari tenía su única casa en ese lugar. Una cabaña labrada con trabajo, esfuerzo y dedicación. El sol brillaba en lo alto.

Mientras tanto, en casa, Squalo estaba discutiendo con Xanxus.

−Te seguí porque eres mi marido, te seguí porque pensé que era lo mejor para él, te seguí porque soy un maldito idiota que te cree hasta la última pendejada que dices… -Squalo, de cabellos largos y plateados, estaba con ropas grises, de pantalón largo y camisa de manga tres cuartos.

El padre de Kyōya estaba sentado, en su sillón favorito, con los ojos cerrados, apoyando su rostro en la mano izquierda que descasaba en el brazo de ese sillón.

−Ya cállate, no molestes –respondía sin mirarle.

−¡Xanxus! –ya iba a empezar a decirle otra sarta de tonterías, pero el otro le detuvo, lo jaló del brazo, logrando que terminase sobre él.

−¿Qué? –inquirió en una divertida sonrisa antes de besarle. El peli plata perdió el suelo escasos segundos.

−Ah… ¡No me hagas cambiar de postura!

−Eres tú el que te pierdes al pensar en cosas sucias –dijo al son de apretarle las nalgas.

−¡No toques!

−¿Desde cuándo no puedo hacerlo? –Xanxus pecaba de desvergonzado. Le empezó a desabotonar la camisa gris.

−Desde que armaste ese complot con Primo Cavallone contra tu propio hijo.

−Tsk –de tal palo tal astilla –. Yo no iba a perder otro hijo, y lo sabes bien.

−Pero sí nunca lo perdiste –le refutó, malhumorado –, Alaude se enamoró de ese Cavallone, no podías hacer algo contra de eso.

−Claro que sí; sí hubiera sacado a Alaude de esa absurda Academia cuando aún era tiempo ese maldito potro de cabellos negros no se lo hubiera llevado.

−Ah –Squalo suspiraba –, y ahora planeas arrancar a Kyōya la vida que tanto amaba –se recargó en el pecho de su gruñón esposo. Xanxus se molestó, pero el único que lograba calmarlo, en serio, era  Squalo, ex_miembro de Varia, donde había conocido a Xanxus en sus tiempos de juventud. Se unieron después de la muerte de la madre de Kyōya y Alaude. Y aún ahora, cuando las decisiones del jefe de la familia le parecían tontas o absurdas, lo iba a apoyar, porque lo amaba.

+La vida de Alaude y Primo+

Disculpe, sempai, vine para entregarle el protocolo de la fiesta de invierno –hablaba Alaude Hibari en aquel tiempo que asistía a la Academia y trabajaba en la sección Universitaria, Hibari era el vicepresidente  y ahora era atendido por el presidente de la sección de maestría.

−Ah, gracias, Hibari-san, eso sería todo… y antes de que lo olvide, Primo me preguntó por usted

−¿En serio? –inquirió, poniéndose ligeramente nervioso. Tuvo que recordar un día en especial.  En aquel tiempo era tan joven…

Su primer encuentro.

Fue en Italia, cuando Alaude debía ir por arreglos de intercambios en Europa cuando conoció a Primo Cavallone. Un hombre terriblemente apuesto. Su actitud, su presencia fue lo que sofocó a Hibari en el primer instante. Y en una fiesta…

−Pareces aburrido –Cavallone llegaba ante el oji claro y le ofrecía una bebida. Alaude la aceptó. No iba a demostrar miedo o timidez.

−Gracias –respondió y quiso ver a otro lado, pues por un ligero momento se sintió violado por la mirada del mayor. Primo era muy alto –, de hecho no tardaré en irme.

−¿Tan rápido arreglaste lo que viniste a hacer en mi país? –preguntó en medio de una sonrisa divertida. Hibari dio un trago.

−Era cosa fácil –admitió dejando la copa en una de las mesas –, si me disculpa –dio una ligerísima reverencia y estaba dispuesto a irse, pero de repente, se sintió extraño. Un ligero mareo que terminó por acumularse en un prominente sonrojo en sus mejillas. Nació una enorme erección entre sus pantalones. Asustado, viró la vista al divertido Cavallone, intentó asegurarse de que nadie más le veía e intentó fugarse de ese lugar tan estúpidamente público, pero Primo le agarró de la muñeca y le atrajo, se pusieron cerca de la mesa.

−¿Algo mal? –preguntó, pasándole descaradamente la diestra por la cintura y la izquierda por la entrepierna. Alaude emitió un corto gemido y de inmediato supo lo que había ocurrido. Cavallone le había puesto algo en la bebida. Su respiración se vio violentada, perdió todo rango normal. Se sentía sofocado, y tener a semejante semental cerca no le ayudó en nada.

−Nada, déjeme ir –ladeó el rostro, y su cuerpo comenzó a temblar, se sentía torpe, débil e inútil.

−Parece que tienes un problema, podría ayudarte –ofertó lamiéndole la oreja. Alaude de nuevo gimoteó.

−Suéltame –le miró fieramente. Pero el otro era más fuerte. El calor que emitió era estúpido. La gente se comenzaba a extrañar de su comportamiento. Primo mantenía su euforia. Alaude quería que se lo tragase la tierra.

−¿Sucede algo malo? –se había acercado una dama, preocupada porque el chico parecía querer llorar. Se veía muy incómodo y acalorado.

−Todo está perfecto –respondió Primo, abrazando más fuerte al estudiante –solo que está muy cansado, ha llegado de Japón apenas hoy, usted entiende… -la mujer asintió y le dedicó su tierna compasión, marchándose después de ser convencida por la sensual voz de Primo, cosa que sólo afectaba más al moribundo Alaude.

−¿Qu-Qué tonterías estás diciendo? -Intentaba apartarse; el timbre vocal le había vuelto loco. Sentía como su libido se aumentaba con el solo murmuro de la voz contra su oído.

−Vayamos a otro lugar –dijo, y lo cargó como a princesa. Alaude terminó por sonrojarse como idiota. Tuvo que cubrirse con sus manos la erección y recostar el rostro en el pecho de Primo para poder guardar algo de dignidad. Y terminaron en el balcón. Primo dejó a Alaude pegado al barandal de mármol, el cual se tuvo que agarrar fuertemente para no caer mientras el  poderoso Cavallone se dirigía para cerrar la puerta.

−Eres un estúpido –logró articular escasamente. Primo se le fue a besos. Palpando malvadamente cada rincón de la descubierta piel. Afuera la noche pintaba de maravilla. Las estrellas estaban mirando con absoluto aprecio la escena. La luna reía. Cavallone puso su rodilla en la apretada entrepierna. Alaude aferró sus manos a los hombros de Primo. Intentando resistirse, pero le era imposible, primer punto: le gustaba, Segundo: no iba a aguantar mucho.

−Pero te gusto –declaró sabiéndose en lo correcto. No se iba a detener. Ambos lo sabían completamente. Y entonces se besaron sus bocas. Algo corto al principio. Seguido de un ósculo más largo, perseguido por uno más perverso. Primo lamía la extensión del bello cuello inferior.

−¡Ah~! –rico. Un cosquilleo delicioso. Parecía poder tocar las nubes con sólo extender su varonil mano. Mientras Primo se daba un precioso deleite con cada segundo que pasaba.

Comenzaban a compartir el mismo calor. Alaude subió sus manos para poder perder sus dedos entre las finas hebras negras.

Alaude se sentía pequeño comparado con Primo.

−Primo -soltó de repente. Y se sorprendió de ello, Cavallone se aprovechó de ello y terminó lo que vino a hacer. Le despojó de la camisa, importándole muy poco si la rompía. Alaude poseyó el frío nocturno, pero al instante fue consumido por un abrazador averno lleno de caricias lujuriosas, besos candentes y penetraciones infernales.

Cavallone estaba entre sus finas y perfectas piernas. Le había comenzado a penetrar al son de la música del salón pero después perdieron la noción del mundo externo, lo único que importaban eran ellos dos. Un leve sangrado…

−Primo… Primo… -el aludido tomaba el miembro erguido de Alaude y le masturbaba demencialmente. Tocaron el orgasmo con aterciopelado amor.

Cuando la respiración del pasivo se había controlado ligeramente, permanecieron recargados por minutos. Había saliva surcando la barbilla del estudiante, cosa que fue librada por una juguetona lengua.

−De-Debo irme… -murmuró viendo que Cavallone se negaba a soltarlo.

−¿Me dejarás una zapatilla de cristal? –le preguntó agarrándole de ambas mejillas para plantarle un dulce beso.

−No me trates como si fuera mujer –dijo recuperando algo de su orgullo.

−Claro que no, te trataré como el amante mío que eres –dijo en italiano. Alaude perdió la calma. El frío azotó de nuevo al cuerpo semidesnudo –, no te dejaré regresar –amenazó en medio de su más poderoso abrazo.

−¿Quién te crees?

−El primero (Primo) que te poseyó… -surcó una preciosa sonrisa

Notas finales:

 


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