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Dieciocho por Vampire White Du Schiffer

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+++++{Sexto Cuento}+++++

“Sin duda toda la vida de un humano puede transcurrir con subidas y bajadas entorno a una persona en particular. Si me lo llegasen a preguntar sobre la postura que sostengo, con extrema facilidad respondería que no tiene nada de malo ser dependiente de la existencia de algo o alguien. Después de todo ¿qué es la vida sin muerte? Estamos sumidos en un lapso que puede ser suspiro en la boca de un Dios que juega con nosotros como con su granja de hormigas suele hacer un niño. Lo que envía a mi mente los motivos de la ciencia. La Historia existe para hacernos saber nuestros errores. Pero recurrimos a ellos como una necesidad enferma. Por ello nos alejamos de la perfección. Aunque jamás negaré la fortaleza que encierran los errores blasfemos en sí. Adónde nos conducirá este sendero maltrecho, esa es la pregunta que cada Ciudadano de este país se debería formular al dar el paso de salida hacia su trabajo. Cuando la mujer tienda la mano al hijo. Cuando al hermano se le pida consejo.

“Algún día nos freirá la Cólera de la desolación mortal. Por la mano de una entidad humana, nuestro propio rey, si es que éste se aleja de la virtud recta. Estamos en tiempos oscuros, pero no por ello se debe regir con mano de hierro, se olvida del principal punto. Sí sé es temido y amado al mismo tiempo se pueden lograr mejores cosas. Luego entonces se vuelve algo inverosímil el enemigo que se pueda formular.

“El príncipe nace para servir a su pueblo.

“El tirano se crea a partir de un alma amable que cargará en su espalda el odio del mundo entero, pues a él se le sabe malvado por las razones equivocadas. Entonces la Unión está a favor del cambio. Cuando Sila gobernó Roma le tuvieron miedo, respeto y amor los allegados. Una gran Civilización no muere por ataques externos, su declive está en sus calles, en su pueblo, en la tierra. En sí misma.

“Ese es el peligro que todos enfrentamos.

“Los humanos dependemos de otros. El Estado, la República y la Democracia dependen de nosotros. Entonces, elevemos esa dependencia al mismo nivel. Olvidemos el estándar. Olvidemos la medida universal. Debemos cortar de tajo todas las conformidades, ninguna paz dura para siempre, por ello les exhorto, como iguales míos que son…

−Corta tu discurso –dijo Hibari, cansado de oír el mismo cantar –. Lo escribió mi padre, me lo sé de memoria. El poder al pueblo y el Rey a sus servicios ¿No puedes ser más Maquiavélico y menos democrático? Me horroriza el desorden. ¿Propones, acaso, librarme de mis potestades?

−Por supuesto que no, su alteza. Soy enemigo a muerte de la anarquía, enemigo condecorado de un país sin leyes, donde cada cual haga lo que quiera –respondió ecuánime –¿Usted preferiría una sociedad sometida bajo la opresión?

−Tampoco soy tan idiota –alegó –. Eso sería, humm, como tu lo llamas, una olla apunto de explotar. Cada azote que reciba la sociedad se verá convertido en un vapor que impulsaría el Tren de la Rebelión Oscura, incluso –se levantó de su Trono y fue bajando los escalones, dejando que su presencia y seguridad causara eco en los corazones de los presentes. Habían varios escribas – se encendería la llama de un Golpe de Estado.

−Las fuerzas del Ejercito siempre le serán fieles, mi señor –aseguró.

−Nada tengo por sentado –respondió mirándole –. El horror que anida en cada mente de este País es algo que me incumbe, lo sé. Toma en cuenta cuántos han sido Supremos Gobernantes a mi edad, y responde ¿Has leído la Utopía?

−He tenido el gusto.

−¿Existen problemas en mis Calles?

−Los mínimos.

−¿Peligro?

−Estamos en tiempos de paz, su señoría.

−Se acaba la clase entonces.

−¡Pero, su alteza!

−Habla con claridad, ¿qué es lo que realmente te preocupa, escribano?

El aludido guardó silencio por un segundo, se aclaró la garganta y habló con voz clara.

−La Guerra es un factor ajeno a su poderío en estos momentos, inminencia –fue pausado y todos le escucharon –, su sombra se empieza a cernir sobre las laderas del Valle, debe emitir órdenes inmediatamente, Hibari-sama –sus ojos realmente imploraban.

El moreno movió la mano, negando.

−Aún sigue en prueba –contestó –. Rivacio no se moverá ni un ápice hasta que el cuentacuentos agote sus recursos.

−¡Es una pérdida de tiempo, le ha cedido demasiada confianza a ese desconocido! Ni siquiera en los Registros se le…

−¿Te atreves a cuestionarme?

−Lo-Lo lamento, su majestad –agachó la cabeza inmediatamente.

+En la Torre+

De nuevo tenía la vista sumida en el poderoso Servec. Miró el Bosque e inmediatamente recordó a ese molesto bicho de cabellos azules. Se dio la vuelta y se lanzó a la cama, quería olfatear algún rastro del príncipe que no hace mucho había dormido allí. Abrazó la almohada con fuerza, metiendo su nariz entre las plumas. Y su mirada se tornó sombría. De nuevo una ola de pensamientos en los que el epicentro era el príncipe Hibari.

−A la mitad del sendero de su vida, se encontraba en una selva oscura –repitió la primera oración del libro que tanto amó – Uff ¿Será que algún día esta lluvia en mi interior podrá parar? Y después la luz del cielo observaré…

−¿Qué se supone que significa eso?

−Ay, no –azotó con fuerza la cabeza propia contra la almohada –. No tú.

−Oh, si, soy yo –llegaba el hechicero de Lidia y se sentaba al borde de la cama –Kufufu, ¿qué sucede, cuentista? ¿No te alegra verme?

−¿Cómo carajos resulta que ahora te puedes pasear tan libre aquí? –preguntó sin separar la cara de la cama.

−Oya, es que ahora ustedes ya me vieron, te diré algo estúpido como necesito que un par de almas crean en mi existencia –y se carcajeó –, vine a burlarme de tu estado, ¿te molesta?

−Grrr, mejor lárgate, no necesito que me recuerdes mi amargura. Además –se levantó para verle a la cara – sería mejor que regreses, Lidia no puede estar sola, ¿recuerdas?

−Estás preocupado por Su Alteza –movió la cabeza, divertido –, en lugar de darme consejos deberías mirarte, ¿De verdad tienes tiempo que perder?

Dino se sentó de súbito.

−Kufufu, tranquilo, no pienso traicionar la poca, o nula, confianza que me tienes. No hablaré más –se levantó, su gabardina negra estaba abierta, dejando ver sus ropas oscuras y su camisa blanca con corbata floja –. La Sombra está creciendo, si quieres salvar Rivacio, será mejor que te des prisa, cuentista –y desapareció en una niebla índigo.

−Diablos –hundió la cabeza entre sus rodillas –, el muy desgraciado tiene razón. Pero aún me tienen encerrado… ¿eh? –y se dio cuenta que en donde había estado el Ilusionista existía una llave dorada –¿Qué quieres realmente, Mukuro?

+ En El Estudio del Rey +

De nuevo sumido en los archivos. Incluso revisó de proa a popa las inscripciones de los esclavos libertos. Respiró profundamente, tratando de recuperar las ganas de investigar. Después del incidente en el Bosque, su cuentacuentos había sido puesto bajo arresto domiciliario y ahora no podía librarse del aburrimiento. Lo hubiera dispuesto en inmediata libertad, pero el General del Ejército se enteró y por más que fuese el Rey, no pudo más que aceptar las condiciones. Encerrarlo por tres días, sin comida.

De repente, la enorme puerta de la habitación se fue abriendo lentamente, pudo divisar una cabellera rubia y se levantó de inmediato.

−¡Su alteza! –murmuró Dino con verdadero alivio –. La-Lamento haberme escapado.

−¿Cómo? –inquirió suavemente, la única llave de esa habitación la tenía Hibari.

−Quisiera hablarle… -se fue acercando, midiendo cada paso como si temiera que un ave de bello plumaje se escapase antes de poderla atrapar.

−Te escucho –contestó fríamente y se dio la vuelta, dispuesto a sentarse de nuevo.

−La Sexta Historia.

−No quiero escucharla –le interrumpió.

−Pero, mi señor –no perdió tiempo, inmediatamente se hincó en la alfombra poniendo ambas manos en ella y agachando la cabeza –¡He de rogárselo! ¡Déjeme continuar!

−Silencio –demandó y Dino creyó perder toda esperanza.

−Lamento todos los pormenores que mi estadía aquí le ha causado, sinceramente, Majestad –dijo bajito y llenamente arrepentido, mirando con tristeza el piso.

−¿Te rindes? –ofreció con una risa sínica. Si recibía un si por respuesta, él mismo le asesinaría. No había otra cosa que Hibari odiase más era que alguien se rindiera. El ser humano posee la determinación de seguir vivo. Esa cualidad de poder continuar que no todos explotan, era algo que el Rey adoraba coleccionar. Pero sí le decepcionaba el cuentacuentos.

Yo ___ me rindo, hijo.

Ya no puedo estar contigo.

Apretó los puños y esperó pacientemente la contestación.

−Yo me… -comenzó el rubio, levantando la cabeza con ceremonia, casi con elegancia y porte, mirándolo con una llama dorada – no me rendiré –se puso de pie completamente, mostrando una endereza digna de un hombre –, culminaré mi tarea hasta que la última campana truene y cuando las más pequeñas aves entreguen sus cantos. Déjeme que resuenen mis palabras en sus oídos.

“Cuando nació se dio cuenta de que haría cualquier cosa por él.

Comiendo a mi enemigo.

Pareja: Itachi x Naruto.

         “Una vez escuché que una persona puede depender de otra. Nadando contra la corriente se apresuró a cerrarle las salidas. Él estaba preocupado, su locura estaba aumentando. Se asilaba en su interior, creciendo y creciendo como una bestia devorando la coherencia que existía en inminente naturaleza.

“Pero lograba engañarse a sí mismo. Aunque no podría esquivar la verdad por siempre.

“El niño fue criado lejos de él. Fuerte desde el principio, y los ojos azules del infante mostraban un misticismo superior. Los años pasaron y obtuvo noticias por fuentes amistosas. A su buena suerte, el chico vivía en paz y bienestar. Ya casi sería hora. Pronto alcanzaría la edad adecuada. Lo que tanto estaba planeando con cuidadosa pulcritud.

“Inocente suele parecer la niñez, y ese pequeño ser de cabellos rubios sabía que su existencia fue concebida para una particularidad. Había algo en él que lo marcaba. Una señal en su cuerpo le indicaba que pertenecía a una persona. En su vientre un sol, rodeando su ombligo, propiamente hablando. Y un día de frío invierno llegó la hora de decir adiós al Orfanato. Se despidió de todos los buenos amigos que pudo hacer en ese tiempo y de las personas que le cuidaron. Si bien es cierto que éstos últimos le mostraron sólo desprecio en mas de una ocasión, no iba a odiarlos. Creyó desde el fondo de su corazón no valía la pena entregarles atención.

“Iría a formar parte de un Colegio en la Cuidad. Anhelaba con toda su alma volverse uno de los mejores médicos del mundo y partir a tierras lejanas para ayudar a la gente que lo necesitara. Una mentalidad altruista e insuficiente para muchos. Hoy daría uno de los pasos hacia su nueva Era. Decidido, tomó su pequeña maleta y junto con un silbido alegre emprendió camino. Desgraciadamente. Sus planes se fueron a pique, como piratas lanzados por la plancha. Él regresó, y esta vez para llevárselo.

“El jovencito despertó en una desoladora imagen. Sentía engarrotados sus miembros, no era frío, era el miedo que aún seguía de pie en su pecho. Cuando elevó la cabeza al techo, se enteró de las cadenas que le ataban a la cárcel. Con tremendo pánico emitió gemidos mientras trataba de arrancárselas. Pero era imposible. En su cuello, un collar de metal, en sus muecas y tobillos acero chillante. Estaba desesperado, notó que su prisión era considerablemente reducida. El espacio le causó una claustrofobia tonta. Hiperventilo y llevó las manos a la cabeza, sus ojos querían salirse de sus cuencas  sus dientes se rasgaban entre sí.  Una sonata rápida se escuchó en un fonógrafo.

“Dirigió rápidamente la vista hacia allí pero no encontró a nadie. Todo era oscuridad, podía verse encerrado porque existía luz debajo de sus pies. Era algo monstruoso. Se le antojó pensarse como un animal en exhibición. Como un Zoo humano. Sus ropas habían sido cambiadas, ahora eran percudidas y más pobres. Como un reo de Tortuga. Pero en su caso, el piso era una firme almohada. Tan amplia como la cárcel. Decidió sentarse, si reaccionaba tan alarmado le daría a su captor lo que quería, pero no pudo contener su llanto.

“Una vez en ese día recibió un sonido nuevo, eran tropezones. Las cosas emitían un eco duradero. El chico se acurrucó en su lecho, abrazándose a sí mismo para olvidar el frío de las cadenas. En sus recuerdos se movieron las personas, y regresaron a sus sueños las amargas noches de Abril. Como Orfeo sentía que de volver la vista atrás ya no saldría de la pesadilla. No entendía. Tenía un profundo miedo y un sentimiento asqueroso de ser prisionero. Le nació hambre. El gruñido de su estómago se lo recordaba por más que intentaba olvidarlo.

“Horas después, al fin, su captor se animó a salir a la única luz. El chiquillo huyó hasta el lado más alejado de aquel. Por primera vez le pudo conocer. Era moreno y muy alto. Los ojos negros de la persona mayor eran negros, al igual que sus cabellos. Su presencia causó miedo. Se quedaron así por media hora. Escuchando solo los latidos de los corazones en la cueva. El más joven fue calmándose. ¿Cómo alguien que esperaba tanto para hablar le podría causar algún daño? Su respuesta llegó poco después, el extraño se postró de rodillas ante los barrotes e introdujo su mano desnuda, ofreciéndola.

“−Ven –le dijo. La voz estaba fortalecida por la edad, pero aún era un hombre. Y el joven acudió con gesto curioso.

“Lo intenso fue cuando pudieron tocarse. Entonces, el mayor no lo soportó más, lo jaló con fuerza para abrazarlo aún con el metal de por medio. El chico pudo aprender  lo que era un abrazo lleno de necesidad, se quedó pasmado, esperando un golpe, regaños. No ocurrió. Fue algo penoso tener que separarse, pero el estómago llamaba. El captor acercó una bandeja con cuantiosa comida. El chico no renegó, sí había veneno allí sería mejor que estar encerrado viviendo incertidumbre por siempre. Se cohibía cada vez que levantaba la mirada hacia el moreno, éste disfrutaba tanto con cada movimiento ajeno. Pero le gustaba estar más escondido que mostrando su maltratada fas.

“Con cautela, el chico dejó la vianda en el piso, juntó las rodillas a su pecho y le preguntó:

“−¿Por qué yo?

“−Tenías que ser tú, simplemente eso –respondió con calma –, realmente te pareces a ellos –eso dejó mucho que no entender al mas joven. Pero ya no hablaron más sino al día después. Cuando era de nuevo la hora de comer, y la hora del baño.

“El captor acompañó al jovencito hasta una regadera precaria. El salón de cuatro paredes estaba carcomido por los años. El agua comenzó a caer, fría y sin miramientos, el mayor le pidió que se desvistiera, el otro mostró su pena y se quedó mudo mientras con gesto tosco agarraba la camisa y la elevaba sobre la cabeza hasta sacarla. Fue en ese momento en que quedó descubierta la marca, el mayor declaró un inmediato interés y le obligó a recargarse en la pared, mientras le revisaba con suavidad. Pasó sus finos y ásperos dedos por cada curva del tatuaje. Venerándolo.

“Transcurrió, de esa manera, una semana. Algo extraño, misterioso y falta de tacto. La necesidad de saber aumentaba. Hasta que no pudo aguantar más. Le pidió las razones y él le contestó: tú eres mi tesoro, y no te entregaré a nadie.

“Siguió sin entender. Pero aun así fue protagónico de una paz que no se le había presentado antes. Era atendido con mejor actitud de la que se podía esperar. Por otro momento se perdió en sus remembranzas. Y se atrevió a preguntar de nuevo.

“−¿Por qué yo?

“−Eres lo que quiero –le respondió esta vez, y cuando el chiquillo creyó que hasta allí llegaría la conversación, el otro agregó con lentitud –, me llevarás al Jardín de Etherea.

−¿Etherea? –preguntó el príncipe. Los dos, cuentista y monarca, estaban en la alfombra, sentados uno muy cerca del otro. Hombro con hombro.

−Es el Edén en la Tierra –contestó el rubio con una sonrisa en sus labios –, se dice que allí todo es bello, es un árbol cuyas raíces se extienden varios kilómetros –extendió la mano hacia el horizonte –, y en su tronco se alberga la fuente más hermosa de todas.

“Era un cuento conocido para el menor. La ancianita que de vez en vez les visitaba en el orfanato se los cantaba en una sonata tranquila, por ello no se sorprendió al escuchar los motivos.

“Resultaba, que ahora estaban en la etapa posguerra. El chiquillo se imaginó que su captor había sido un niño infeliz que, viviendo la tristeza de un país entre Guerras, aferró ese cuento el jardín Etherea, a su pecho y con eso pudo sobrevivir a la decadencia. Era dulce la idea. Algo infantil pero tan fuerte como el más maravilloso de los puentes. Cuando uno permanece solo mucho tiempo, busca a qué afianzarse. Unos a una persona, otros a cosas. El villano a un cuento para niños. Uno en el que el héroe era un pequeño niño de cabellos rubios que guiaba a sus amigos por un sendero sinuoso hasta el jardín de la vida eterna. En él vivieron felices, no existían envidias, no había rencores, ni pasiones tan mezquinas. Los niños podían dormitar en los gruesos ramajes sin sentir frío. Todo aquello, una pintura gallarda. El paisaje que más de uno querría visitar.

“Actualmente todavía deambulaban de lado a otro personas cuyas almas seguían con las cadenas de la muerte y sangre. Sus mentes no pudieron despegarse de los amargos momentos bélicos. No celebraban las fiestas, no asistían a los llamados de sus prójimos. Se sumieron en una depresión desoladora. Y seguramente se quedarían allí para el resto de sus andanzas.

“Pero el victimario tenía otros planes.

“Años antes había conocido al padre del chiquillo, y se prendó de él como niño a la pierna de su padre que le abandona. Cuando la mamá del chico murió al darle a luz, el padre decidió internarlo en un Orfanato, pues él partiría a otro lugar, uno más oscuro que el Limbo mismo. Era General de las Fuerzas Armadas. Tuvo un deber grande que cumplir y nunca más se supo de él. Mientras, el Villano se enamoró del hijo. Era idéntico al pequeño héroe del cuento. Cabellos como rayos de Sol, ojos del abovedado cielo azul. Su Héroe se encargaría de llevarle a Etherea.

“−Me perteneces –le susurró una noche que ya dormían en la misma cama –, y conmigo te quedas.

“El rubio se limitó a seguir a su lado, hasta que inminentemente, el Villano perdió la vista.

−¿Qué? –inquirió Hibari, moviendo la cabeza con incredulidad –¿Qué fue lo que pasó después? ¿Por qué no se lanzó al viaje junto con el mocoso cuando aún estaba bien?

Dino le miró con sorpresa, era la primera ocasión en la que Hibari mostraba desesperación. Era pequeña, pero allí estaba, atormentándole los ojos de platino.

El cuentacuentos se atrevió a tocarle la cabeza y a aproximarlo hasta que el monarca terminase con su melena negra apoyada en el hombro más alto.

“El captor sabía lo que hacía. Y llegó el momento de partir. El chiquillo fue librado de toda atadura y se convirtió en el lazarillo perfecto. Esquivaron miradas curiosas, y miradas coléricas. El País estaba aún en el fondo del pozo. Hambruna. Peste. Muerte. El chiquillo se preguntó cómo el ciego había hecho para procurarle de manera tan exquisita.

“Nuestros protagonistas, con mochila en mano, se embarcaron hacia una tierra desconocida. El tatuaje, le dijo el Villano, era el mapa. Él les enseñaría el camino, y el chico sería sus ojos y su bastón. Por donde quiera que iban no se evitaba ver pobreza y el resultado palpable de la ignorancia humana.

“Pero, como su alteza ya debe sospechar, tal cosa como Etherea sólo existía en la imaginación de una autoría anónima. El mapa era un tatuaje, cierto, en forma de espiral que vino como marca de nacimiento, herencia, dijeron algunos. Pero la convicción existió con fervor hasta que llegaron al mar.

“Para ese entonces, lamentablemente, la salud del Villano se vino abajo. Se quedaron en la arena, los dos juntos, esperando el momento definitivo. El rubio sentía una opresión en su pecho que le trituraba el alma, aunado a la sensación de ser acribillado, no sabía qué hacer. La arena estaba rodeándoles.

“−Lamento que mi egoísmo te trajera hasta aquí –exclamó en voz suave.

“−No diga eso –el muchachito se enjuagó las lágrimas y abrazó con fuerza al ciego –, ¿qué no lo siente? Escuche el oleaje, no es el mar, se lo aseguro, son las hermosas ramas de los árboles, cuyas hojas cantan con vesania. Dese cuenta de que no estamos sentados en la arena. Pues no lo es, se lo juro, es el suave pasto que nos acuna en su seno –su voz se empezaba a quebrar –. Se lo aseguro, en estos momentos, justo ahora, estoy viendo el hermoso Árbol, la raíz, y allí, si, justo allí –levantó la mano del ciego y éste obedeció para señalar un lado que nunca podría ver – está la más hermosa de las cascadas, que fluye como una magnifica fuente de vida.

“Y la mano cayó sobre la arena.

“El muchachito lanzó un alarido tremendo. El cuerpo del Ciego cayó inerte. Sin vida. El rubio lloró hasta que su corazón se hizo agua.

“−Mi villano, mi captor, mi dueño, no me sonría de esa manera mientras derramo gotas de mar por usted –gritó con fuerza –, no se vaya a un lugar al que yo no le podré seguir –hundió su frente en el pecho del fallecido y siguió allí hasta que el agua se lo llevó.

“Quedó con sus pensamientos. Sosteniendo con fuerza el único recuerdo tangible. El tatuaje.

“−Iré por usted –juró, besando su mano derecha y elevándola al cielo.

 

Hibari suspiró. Y no permitió que Dino le viera la cara sino pasado un tiempo.

−Mi señor, mi amado Rey, no permita que la Guerra nos consuma de esa manera –le dijo en tono de suplica –. Permítame ser su escudo y su espada. No soy más que un humilde soldado, pero daré mi vida por usted.

−Idiota –dijo entre dientes –, no haré lo que tu digas… sólo no te apartes. ¿Entendido?

−Sus órdenes son mis metas a cumplir más ideales –y le besó la frente. Un atrevimiento dulce.

 

Notas finales:

Ay ;_____; me muero, mientas escribía las palabras que le dice Nabruto a Itacegatón, lloré como vil Magadelana ;____; el siguiente cuento... ay no, no puedo (? XD okay ya *se suena moco* Snifff, bah, no se de qué va el séptimo, sólo sé que va para Rukia_Ichigo. XD 

*Oh, si, cambié la idea que había "vendido" en el cuento 5º porque... esta me nació del corazón y creo que quedó mejor awaUu


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