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Rival Consanguíneo por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

15/06/12

+ : : Telón X : : +

Frío. Muy frío. El sudor caía por la frente y rodaba hasta la fina barbilla. Estaba nervioso, con miedo. Había despertado de una pesadilla espantosa. Casi se sintió Gregorio Samsa*. Convertido en un horripilante insecto era mucha mejor suerte, si lo analizaba. Se cubrió con las blancas sábanas y se puso a pensar en el triste infortunio de ése personaje del cuento. El más perfecto de todos. Era un insecto, al igual que él, pero su amigo imaginario no estaba aprovechándose de la desgracia de los demás.

Todas las personas nacemos con alas, el problema existe en que no las sabemos usar. Murmuró con pena y respiró rápido. El mundo le era malo. Se estaba haciendo viejo con cada paso de las agujas.

+ : : Cambio de narración : : +

Te sientes afligido, tan diferente a como cuando tenías solo diez años. Piensas que serás feliz, como un idealista consumando su más grande sueño. Te levantas de la cama empapada en sudor, fijas deliberadamente la mirada al espejo de la habitación y ves que aún eres un enclenque, pero crees que algún día, después de algunos años, podrías librarle a la persona que más amas, el gusto del Olimpo. La madre que te tocó es muy buena, calmada y amorosa. Serás agraciado, te lo han dicho porque eres digno hijo de un padre con gesto divino, y ya bien pensado sabes que tienen la razón.

Ah, recuerdas entonces al bastardo que tienes por padre. Ése mismo sol que iluminó la dulce infancia que tuviste, se volvió tu modelo a seguir, y no podrás negarlo nunca. Te escuchabas terriblemente tierno cuando decías papá, te amo; por el momento lo que más deseas es estrangularlo. Pero por supuesto que sí, ésa es tu verdad inminente.

Dos negaciones no hacen una. Tenlo por presente. Una decepción enorme creció en el alma limpia que tan orgulloso estabas de tener, se llamó odio. Experimentas el más amargo de los rencores con una persona a la que juraste honrar. Abatido, te quedas frente a la ventana de tu cuarto y ves que la gente afuera es más feliz que tú.

Porque ellos no se aprovecharon de la situación como tú hiciste. A estas alturas no sabes qué es lo que más te causa asco. Tu padre o tú mismo.

¿Recuerdas haber tomado a Hibari? Claro que lo hiciste, y con un aura tan depresiva que causa vómito. ¿Qué crees que esté diciendo de ti en estos instantes? ¿Crees que le hará mucho bien casarse contigo? ¿Qué es lo que puedes ofrecerle, oh, tú, insípido muchacho en aras de emancipación que no cuenta más que con el apoyo sádico de una madre despechada y con el silencio de un padre muerto en vida?

Ah, pero lo amas tanto y de allí osas agarrarte. De ése filo del precipicio llamado dolor. Debajo de tus jóvenes pies se balancea el mar de agonía que tanto aguantaste casi ahogándote. Pero la vida, para ti, no es justa. ¿Cómo se puede llamar a sí mismo padre quitándole la persona amada al hijo? Es lo que te amarga la hora.

Lo peor de todo es que sí te sientes mejor que él. Porque él, tu padre, tuvo que aceptar moribundamente la sentencia que cantaron tu madre y tú. Resolución que te trajo muchos beneficios. Porque era el bien para todos, incluyendo a la pobre alma corrompida y corrupta que lleva por nombre Kyōya.

+ : : : : +

Dino no sería acusado de infidelidad.

Tsuna obtendría lo que quería.

Kyoko salvaría su reputación.

Kyōya tendría un padre para su hijo.

Y toda la sociedad contenta.

+ : : : : +

También lo odias. No sabes ciertamente porqué pero cada vez que te encuentras a Tsuna en el pasillo o en la cocina te portas irremediablemente grosero. Dino Cavallone, debes aplaudirte de ser tan infantil a pesar de tus treinta y tres años.

Lo amas y al mismo tiempo no soportas verlo. Piénsatelo bien, es tu hijo del que deseas muerte. Poniéndote a analizar, vislumbras la única relación de rivalidad que has tenido.

Padre e hijo compiten, normalmente, estudio, reparación, talentos. Pero no un amor. Es algo blasfemo, y aunque la palabra en sí no tenga lógica alguna, existe. Es tú existencia la que tratas de definir. Todo iba bien antes de la aparición de Kyōya, o con eso planeas reconfortar tu mal corazón.

Mientes. Como siempre.

Breve recuento de los daños, si es que puedes con ello. Sincérate y acomoda los pies donde mejor te place. También cometiste algo llamado pecado con Kyoko. Ah, sí, lo recuerdas. Fue una noche de punzada, te emborrachaste en esa noche de cita doble. Realmente ni animado estabas de ir, pero tu mentor de aquellos años te animó. Lo que te lleva al segundo eslabón, estabas enamorado de un profesor, o de una profesora.

Ni tienes la seguridad de mencionar el sexo. Pero sabías lo que se sentía ser rechazado, tal vez por eso con Kyōya…

Regresas a la noche de libertinaje. Orillaste a Kyoko, tu primera cita en años de adolescencia, a que se acostara contigo. Le susurraste palabras de amor. Prometiste estar a su lado. Todo por el alcohol que consumiste como el torpe de siempre. Y ella, linda y terriblemente ingenua, te lo creyó. Una semana después no sabías cómo quitártela de encima y es que siempre has sido buen caballero, ni una sola vez capaz de decir no. Y a las tres semanas te vino la noticia de que serías papá. Ni gritaste, ni de emoción ni de desdicha, sólo tomaste las manos de la mujer que te adoraba ya y le prometiste cumplir.Por eso estás condenado. O por lo menos lo estuviste un tiempo.

Te pudiste hacer a la idea de que no era tan malo y continuaste la vida a base de engaños. Nadie te lo niega, aprendiste a quererla, amarla si lo prefieres. Sí, la amas. Y qué mejor regalo para confirmarlo que el príncipe, tu heredero, que se te parecía tanto. Suave su piel, dulces sus ojos. Todo en él prometía felicidad.

Lo amaste todo lo que pudiste. Y ahora…Estás condenando a tu víctima a vivir con él.

Metes la cabeza completa en el lavabo hasta el tope de agua. Tienes ojeras y barba. Kyoko en un reclamo silencioso pidió que te afeitaras, deslizando el rastrillo hasta tu mano y después se marcha con igual mutismo. Te miras y caes de tragedia, azotas tu puño derecho en el espejo. Deseas la muerte de medio mundo y al segundo siguiente ya no.

No más cuentos de príncipes y dragones para tu vástago. Pues se casa hoy. Hoy que debería ser un buen día, maldices al sol por haber salido. Maldices incluso a Hibari por dejarse encontrar.

Deseas saber qué está haciendo Hibari. ¿Estaría llorando? ¿Comería el día de hoy? A lo que trae a tu mente.

El engendro dentro de mí.

¿Cuándo pensaba decírtelo? Te carcome la ansiedad; estás casi muerto y nadie lo nota. Sangre de tu puño derecho mancha el agua. El regalo que crece en el vientre de Hibari es tuyo. Tu alma, tu raciocinio o tu corazón, lo que quieras, te lo grita incansablemente.

Sabías que alguien te seguía todas las tardes, después te acomodaste a ese ritmo de vida y dejaste que las cosas se dieran por sí mismas. Te causó ternura la confesión del estudiante. Te hizo pensar en ti mismo, lo sabes. Tienes bien seguro que le habrías roto el corazón de no aceptarlo. Tal y como te ocurrió a ti cuando te declaraste a tu amor platónico.

 Y cuando lo miraste bien, el deseo se te prendió entre las piernas.

Es que eres humano, después de todo. Una vez que seas malo no era para tanto, o eso querías experimentar. Quisiste, al principio, a reorientarlo, a hacerle ver que lo que sentía por ti estaba mal. Posteriormente, muy poco tiempo esperaste, lo tomaste y ultrajaste como mejor te vino en gana. ¡Y cómo lo disfrutaste! Era la primera vez que te sentiste realizado, porque en ese muchachito consumabas tu sueño frustrado y al mismo tiempo lo hacías vivir el suyo. Dos aves de un disparo.

Hibari dijo muchísimas veces te amo, te amo y no te cansabas. Porque lo hacía con un fervor que ni siquiera llegaste a conocer en Kyoko. Y hoy te lo iban a quitar; tu mejor rival, un pedazo de ti mismo, tu hijo, tu Narciso. Porque tú y él son la misma cosa, lo único que comparten y compiten es el espejo: El reflejo de tu yo  se desposaría esta misma tarde con el agua. El agua que descubriste amar con desesperación y estupidez.

Bienvenido a la epifanía, ya sabes porqué no soportas a Tsuna.

Quieres a Hibari para ti solo, y no te culpas por ello.

+ : : 3ra : : +

Los votos de Tsuna eran largos, había esperado mucho para poder recitarlos…

«Enterré en la tierra los sinsabores, el dolor, la ira que te salvará, que te hará feliz, lo conseguiré porque no quiero hacer otra cosa más que poseerte mañana. El suave eco de tus palabras es ola con espuma dorada.

Hibari próximamente Cavallone, fruncía los labios y no miraba a Tsuna, se concentraba mejor en la moqueta.

La gente pensaba que los dos eran muy jóvenes para desposarse, pero todavía podían hacer mucho. Estudiar, trabajar y vivir juntos. Lozanía y belleza. Un futuro brillante por delante.

Dino apretaba la copa llena de vino, la bebía en vilo y la dejaba en la mesa dispuesta a su lado. Traje de velorio, así le llamo. Traje negro. ¿Qué clase de vida le esperaba a él?

Ahora sería solo Kyoko y él. Si no hacía algo pronto.

−Es turno del otro muchacho –dijo el pesado hombre del registro civil.

−No tengo nada que decir –dijo en medio de un gruñido que la gente interpretó de muchas formas.

−Pero, Hibari-san… -le llamó en medio de un suspiro radiante de conciliación –, no te portes nervioso.

−No lo estoy, estúpido herbívoro –ardía en desesperación, que era muy diferente. Y en ese momento, su mirada platinada se cruzó con la parda de Dino –. Si quieres que diga algo…

−Anhelo que tu corazón me ame –le dijo bajito, todavía sosteniéndole fuertemente las manos, casi con ira.

−Eres tú lo que yo quiero –dijo a buen volumen, pero mirando directamente al mayor de los Cavallone –. Desde el primer momento en que me había enamorado, te odié por ser inalcanzable y cuando dejaste de serlo, me aburrí –sonrió ladinamente –, por eso te digo adiós. Que sufras toda mi vida.

+ : : : : +

 

No me toques ahora
No me abraces ahora
No rompas el encanto, querida
Ahora estás cerca
Mira en mis ojos
Y háblame
Dime las promesas especiales que deseo escuchar

El reloj no mentía. La fiesta era ruidosa. El salón atiborrado. Dino se emborrachaba y Hibari sentado seguía. Tsunayoshi recibía las felicitaciones con euforia, le rodeaban los amigos y le aplaudía la familia.

Las palabras de amor
Despacito, mi amor
Ámame suave y lentamente
.

El agua sufría. Se estaba consumiendo. Apretaba los dedos entre sí por debajo de la mesa. La mujer de Cavallone lo veía con resentimiento, él sólo le pudo mandar una sonrisa engreída y dedicarle su lástima.

Era momento de que toda la familia bailara con Kyōya y con Tsuna.

El moreno realizó toda diligencia que no permitiera a su esposo acercarse, pero no pudo prever, que alguien lo agarró con fuerza hasta arrastrarlo a una de las orillas del salón. Una donde la enorme ventana estaba abierta, con suaves cortinas moviéndose por la brisa nocturna.

−Vámonos –dijo.

−Nnn –murmuro indiferente por respuesta, apretó la quijada, estaba pisando los pies de Dino a propósito, no quería ni verlo. ¿Cómo podía atreverse a acercarse? Apestaba. Realmente.

−Podríamos irnos, lejos de aquí, cualquier lugar es mejor que éste…

Las palabras de amor
Déjame oír las palabras de amor
Despacito, mi amor
Hazme saber esta noche
Y por siempre jamás

−Mmm –prefería pensar que el ridículo de su suegro le estaba hablando sobre el clima, de que el vástago era inteligente o de un canal de deportes. Aun así era doloroso, demasiado. Reprimir lágrimas le saldría caro dentro de unos años. El mundo y él mismo daban vueltas. El vórtice se alejaba, la zona de tormenta seguía en su corazón.

−Kyōya…

−No me llames –dijo secamente, dejando de moverse, plantándose muy firmemente en la pista de baile, mofándose de que los zapatos de Dino ya estaban machacados.

−Aún no te he preguntado porqué lo haces –lo tomó del antebrazo y lo acercó para bailar otra canción. Algo muy dulce, demasiado tierno para tratarse de la situación de ellos.

−Mi padre decía que era muy viejo para trabajar –comenzó con tono bajo –. Y ella cambió a mejor equipo, el único recuerdo es el broche…

−Eso no…

Un mundo tonto
Tantas almas
Absurdamente arrastradas
Al frío interminable
Y todo por temor
Y todo por codicia
Habla cualquier lengua
Pero por amor de Dios necesitamos

−¿Y luego qué? Cada año que pasa te vuelves más viejo, cuando yo apenas alcance los veinte, tú –Dino lo miró muy molesto.

−Dilo con seguridad, atrévete a decir que cuando yo envejezca dejarás de amarme, entonces, dejaré de sostener mi oferta.

−Me doblas la edad.

−Te he doblado en más de un sentido –lanzó una sonrisa amarga –, debes hacerme caso…

−¿Por qué motivo lo haría?

−Me amas –repuso ligeramente radiante.

−El amor no es suficiente, ya debiste darte cuenta –miró hacia los lados, demostrándole el circo montado por su familia −y por eso me estoy muriendo. Míralo de la forma en que menos te afecte –se encogió poco de los hombros –, te iremos a visitar –se burló –, tu nieto estará encantado de arrancarte los cabellos que tanto odio –la música se iba desvaneciendo; Kyōya se desvanecía también. Fue bajando las manos, apartándolas lo más despacio posible del ser que tanto adoraba. 

−Debe haber algo que pueda hacer para detenerte.

−Lo que sea, pudiste echar a perder lo de allá atrás –se refirió al registro civil –. Estuvo bien que te quedaste sosteniendo la pared, tu hijo es una bestia –se percató de que Tsunayoshi lo estaba cazando –, tanto aquí como en la cama –quería destrozarlo, y romperse también.

Dino le sujetó la cintura con fuerza estúpida y juntó los dientes hasta casi rechinarlos. Entonces, con la trémula fuerza de sus treinta y tres años, apuró los brazos y rodeó al muchacho de cabellos negros, arrastrándolo hacia su pecho, sosteniéndolo por la espalda, dejando que se pusiera de puntas, puso la boca en su oreja y dulcemente dejó escapar el suspiro. Su última arma.

−Te amo, Kyōya.

Esta habitación está desierta
Esta noche está fría
Estamos muy separados
Y me estoy haciendo viejo
Pero mientras vivamos
Nos encontraremos otra vez
Así que entonces, mi amor
Podríamos susurrar una vez más
«Es a ti a quien adoro»

Los ojos del moreno se abrieron hasta el borde de la demencia.

Justo en ese momento, llegó Tsuna para arrancarlo del lugar y llevárselo lejos. Dino sólo pudo quedarse quieto, lo vio partir. Guardó en su corazón la imagen etérea de Kyōya.

Las palabras de amor
Déjame oír las palabras de amor
Despacito, mi amor
«Tócame ahora»
Las palabras de amor
Compartamos las palabras de amor
Por siempre jamás
Por siempre jamás.

+ : : : : +

La vida de una persona puede girar torno a otra. Y Tsuna giraba sobre él. Lo amó toda la noche, movimiento tras movimiento, descubría que era la clase de depravado que gustaba hablar mientras lo hacía. Aun así sentía dolor en el pecho, uno tan grande que sofocaba.

+ : : : : +

Decisiones. Decisiones. ¿Cómo saber elegir?

Notas finales:

Asd-Asd-Asd. Bueno, mi esposa y Haru-chan anduvieron fanfickeando mi fanfic XD! Gracias por eso, me atasqué de risa al imaginarmelo XD
        Así que esto tendrá, y ya, cálmense (?, un capítulo más, de hecho un epílogo así todo coqueto. A ver si sale, sino... 83 Nah, ya sabes, Sada, por ti hago lo que sea. (?
*La mención "Gregorio Samsa" es personaje creado por Franz Kafka en "Metamorfosis"
*La canción "Palabras de amor" pertenece al grupo Queen.


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