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Silver Shoes. por Dashi Schwarzung

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Notas del fanfic:

Este escrito había nacido como un drabble que tal vez alguno de ustedes habrá leído anteriormente.

Escribir esto me dio muchos feels, por el tema del que trata y la trama.

No puedo decir nada más que vean la PIC para darse una idea de qué trata.

Advertencias: No apto para personas sensibles, no por otra cosa, sino porque un par de personas me dijeron que no podían ver a Aomine en esta condición. Así que leélo bajo tu propio riesgo.

Notas del capitulo:

Me disculpo de antemano si hay algún error ortográfico, pues aunqu lo revisé siempre hay una que otra palabra que se escapa.

..::Silver Shoes::..

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No se sentía con ánimos de ir a aquella cancha de basquetbol callejera; en realidad no tenía ánimos de nada. No podía entender por qué a él le estaba pasando ese tipo de cosas tan difíciles; pero no iba a decir nada… no al menos enfrente de su esposo.

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Kagami Taiga se había dado cuenta de que amaba a Aomine Daiki en su segundo año de preparatoria, con aquellos frecuentes juegos entre ambos, aquellas escapadas a Maji Burguer, incluso los constantes intentos de Aomine de provocar en él enojo…

Cuando menos lo esperó se encontraba delineando la provocadora línea de los pectorales de su rival, o incluso paseando su mirada por aquella espalda y cintura de infarto… sin mencionar aquel trasero que podría lamer en cualquier momento… No era simple enamoramiento, sino también un deseo sexual que lo quería conducir a decirle a Aomine todos esos sentimientos en él.

No podía creer que se había fijado en su rival en todos los aspectos posibles; no podía creer que amaba ese egocentrismo, esas sonrisas sinceras y ese hermoso color de piel.

Pero no se atrevería a decir nada… no sabiendo cómo el as de  Tōō le encantaban las mujeres bellas y de buena ‘delantera’; no quería atreverse a perder la estupenda relación de amistad que ambos tenían. Prefería morir con un silencioso dolor en su pecho que saber que Aomine podría no volverle a hablar jamás.

~*~

—Me gustas, Bakagami.

En un día nublado, con muchas probabilidades de lluvia, había escuchado esas palabras en labios del moreno, quien lo miraba fijamente, con mucha seguridad y seriedad.

Habían terminado su típico partido de basquetbol, y ahora era tiempo de ir a descansar a casa.

—Vamos, no juegues, Aho.— Kagami no le tomó mucha importancia a la confesión del moreno, pues pensaba que era una de tantas ocasiones en las que el de Tōō decía cualquier estupidez sólo para molestarlo. Así que, pasando aquella oración por alto, se dispuso a regresar a sus ocupaciones, abriendo su maleta deportiva tan rápido como pudo y tratando de sacar una toalla de ésta.

Pero fue detenido por una mano morena sobre su muñeca, e inevitablemente fijó sus orbes en los zafiros del otro chico, denotando sorpresa ante el agarre repentino.

—No estoy jugando.— Aomine no soltó la muñeca del otro chico, y tampoco borró aquella expresión de seguridad. —Me gustas… y mucho.—

 

El pelirrojo se soltó del agarre y retrocedió los mismos pasos que el moreno avanzaba, hasta que su espalda chocó contra la valla de acero del lugar.

No podía ocultar su estupefacción, y más cuando el de Tōō lo había arrinconado contra dicha valla y estaba invadiendo su espacio personal.

—Kagami…— Habló en un tono bajo —No creas que no me he dado cuenta de la forma en que me miras.

El de Seirin bajó la mirada ante la oración que había oído, siempre creyó ser muy disimulado con sus acciones, pero ahora sabía que había fallado totalmente. Pero no pudo mantener su mirada en el piso por mucho tiempo, ya que sintió como unos dedos cálidos se posaban en su barbilla e intentaban levantar su rostro.

—Mírame, Kagami.—

Sin entender por qué, hizo caso a las palabras, fijándose en esos ojos azules como la medianoche que irradiaban cosas que el pelirrojo no pudo descifrar en ese momento.

—Di algo.— Pidió suplicante el de Tōō, tras haber confirmado que su confesión no era una broma. Esperó cualquier cosa: un golpe, una patada, incluso algunas palabras altisonantes, pero jamás se imaginó que Kagami tomaría su rostro y uniría sus labios en un roce tierno.

Aomine, sin estar satisfecho por ese roce, decidió unir nuevamente sus labios, saboreando la dulce piel de Kagami y embriagándose de aquellos labios que clamaban ser besados.

Como era de esperarse, el beso se convirtió en algo más apasionado y sensual; en ambos chicos se podían sentir las sensaciones desbordantes y el palpitar alocado de sus corazones, era un momento inolvidable para ambos.

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—Taiga. ¿Qué rayos piensas? Has estado muy ensimismado desde hace rato.— Aomine bajó al pelirrojo del tren de pensamientos que transitaba en su mente.

Kagami parpadeó un par de veces al escuchar la voz del otro chico; llevó una mano a su cabeza, simulando rascarse sin dejar de caminar por la acera para llegar a su destino.

—Sí, lo siento. Estaba pensando en otras cosas.— Mostró una nerviosa sonrisa que fue notada de inmediato por el peliazul.

—Si piensas en mí, entonces puedes hacerlo todo lo que quieras.— Mostró su típica sonrisa coqueta

—Créeme… estoy pensando en ti.

Soltó una pequeña risa al escuchar las palabras del pelirrojo, si Kagami lo decía era porque era cierto.

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En el tercer año de preparatoria, ya con una relación plenamente establecida y reconocida por todos; Kagami fue reclutado por una Universidad norteamericana en la que le ofrecían una interesante beca; además de que podría seguir jugando y tener oportunidades de aspirar a una liga menor de basquetbol de Estados Unidos.

Era una oportunidad como muy pocas, y cualquiera que tuviera los ánimos de llegar a las ligas mayores de basquetbol, no lo pensaría ni un segundo y aceptaría dicha beca; pero Kagami tenía a alguien a quien no quería dejar atrás…

 

Después de mucho tiempo de conversaciones, peleas, reconciliaciones y más conversaciones, la pareja llegó a la conclusión de que Kagami se fuera sin importarle nada; Aomine estaría esperando en Tokio por él hasta su regreso.

Y así, con el corazón destrozado, Kagami partió hacia Estados Unidos y Aomine permaneció en Tokio, sin pensar en dejar de entrenar; al contrario, la próxima vez que viera a su pelirrojo novio lo destrozaría en un partido 1 a 1.

~*~

El tiempo poco a poco pasaba, y Kagami, además de la Universidad, se había ganado un puesto en una liga menor de basquetbol, siendo reconocido de inmediato por sus asombrosas habilidades en ese deporte.

Por varios meses, no supo nada sobre Aomine; éste ya no se conectaba al skype, no respondía sus mensajes, ni mucho menos sus llamadas. Pensó que Aomine se había olvidado de él. Fue aquella temporada en que sus compañeros de escuela se preocuparon por él y trataban de animarlo, sin muchos resultados.

 

Hasta que un buen día, en un partido contra un equipo sin renombre, Aomine apareció ante sus ojos, con  una pose en superioridad, con esa sonrisa en la que tenía imprimido su ego e incluso con esa mirada retadora.

—Como en los viejos tiempos…— Fueron las primeras palabras después de aquel reencuentro.

En ese partido habían sentido la chispa que los había hecho enamorarse; habían sentido aquel fuego que los consumía por completo; esa rivalidad que sólo podrían mostrar en la cancha… ambos habían renovado su amor con ese simple partido.

 

Aomine había sido reclutado por una Universidad estadounidense, y sin pensarlo había dado su consentimiento para cambiar su residencia y empezar una nueva vida en un país desconocido. Aquello implicaba dejar de frecuentar al antiguo as de Seirin, al menos mientras se acostumbraba a su nueva vida y aprendía un poco sobre el idioma. Además de que… Aomine había pensado sorprender en grande a su novio. ¡Y vaya que lo había hecho!

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¿Estás seguro que quieres hacer esto, Daiki?— Cuestionó Kagami, sintiendo que sus pasos eran cada vez más pesados.

—Necesito hacerlo, Taiga… lo necesito.

Kagami suspiró en son de resignación; tenía bien sabido que Aomine necesitaba eso, pero no podía entender por qué su pecho estaba doliendo a cada paso que daba, y más cuando los recuerdos de su vida llegaban a su mente.

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Un reclutador de la NBA había visto el desempeño de ambos chicos y no había perdido la oportunidad de reclutarlos, aprovechando que Aomine y Kagami habían terminado sus estudios universitarios y ya nada les impedía jugar profesionalmente.

A dicho reclutador le parecía muy interesante saber cómo jugarían ambos chicos ahora como compañeros de equipo; le agradaba la idea de tener a Kagami como un central y a Aomine como un delantero; con ellos, su equipo sería invencible.

 

El moreno y el pelirrojo no dudaron ni un segundo en aceptar la oferta; el único momento en el que habían jugado como equipo había sido contra ese equipo estadounidense llamado “Jabberwock”, y ahora tenían nuevamente la oportunidad de jugar juntos… sonaba muy emocionante para ambos.

~*~

Después de dos torneos, en los que su equipo fue el vencedor, se habían dado a conocer ante todo mundo como el “par dorado”: dos chicos que jugaban como si la vida se les fuera en ello; que cuando entraban a la Zona eran contrincantes temibles, y su buen juego y trabajo en equipo los llevaron a ganar dos torneos consecutivos.

 

Pero a pesar de toda la fama, el dinero y las posesiones que tenían, había algo que los tenía muy pensativos, y era el tema de su relación a escondidas. A ninguno de los dos le gustaba aparentar que solo eran buenos amigos; pero aquello era muy necesario para no entrar en polémica con la prensa y con los mismos compañeros de equipo.

Claro que muy a menudo se quedaban en los vestidores con la excusa de que ‘tenían cosas importantes qué arreglar’ y aprovechaban el momento de soledad para hacer el amor en las duchas o contra los casilleros.

Pero si eran sinceros consigo mismos, necesitaban dejar de pretender que eran buenos amigos.

~*~

Fue por esa razón, y también como un acto de rebeldía, que se casaron a escondidas, invitando sólo a unos cuantas personas, como a la antigua ‘Generación de los Milagros’ y al antiguo equipo de Seirin, quienes movieron cielo, mar y tierra para viajar hasta Estados Unidos y presenciar la unión de los dos jugadores profesionales de basquetbol.

Por supuesto que también habían estado presentes los padres de Aomine, quienes ya habían aceptado aquella relación, y el padre de Kagami, quien no estaba del todo conforme con que su hijo se casara con otro chico, pero al ver lo feliz que su hijo estaba, no pudo negarse.

~*~

Todo en su matrimonio de casi seis meses había ido bien, hasta que un descuido de ambos provocó que un paparazzi los fotografiara saliendo de un fino restaurante, tomados de la mano y luego besándose.

Fue así que tuvieron que decir ante la prensa que ellos dos eran pareja, y que llevaban unos meses de casados. Ante aquella confesión habían tenido a muchas personas que dejaron de admirarlos, y otros más que los homenajearon por tener el valor de aclarar las cosas ante los ojos del mundo.

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—Tres años…—Musitó en voz muy baja, simplemente citando el tiempo que había portado el anillo de oro en su dedo anular.

—¿Dijiste algo?—

—Ehh… no… nada.— Agitó su cabeza un par de veces para deshacerse de todos los recuerdos que habían inundado su cabeza. Aquellos recuerdos lo único que hacían era que se sintiera aún peor.

Miró de reojo el rostro de su esposo; permanecía tan sereno, tan tranquilo… como si nada hubiera pasado…

 

Siguieron caminando tranquilamente por la acera; las personas que transitaban por el lugar los miraban con rostros extraños, pero ellos no le daban importancia a eso… no les importaba que la gente los mirara raro, parecía que habían aprendido a vivir de ese modo.

Cuando menos lo notaron, ya estaban a la entrada de la cancha de basquetbol callejera, que estaba rodeada por una valla típica.

Escucharon el sonido de un balón rebotando en el concreto, y al entrar a ese lugar los ojos de seis personas se posaron sobre ellos. Las típicas miradas extrañas no se hicieron esperar, y aquellos chicos supieron que debían irse a casa, además de que ya habían pasado al menos una hora jugando y debían dejar el lugar para alguien más.

 

La pareja de esposos permaneció a un par de metros de la entrada, mirando cómo los otros chicos tomaban sus cosas para irse de ese lugar; estos seis tipos pasaron al lado de Kagami, quien no se inmutó.

 

—Oye, esos son el par dorado.— Uno de ellos mencionó en voz alta, sin siquiera esperar que el pelirrojo y el moreno lo escucharan.

—Sí, ese era Aomine Daiki.— Otro chico habló.

—Pobre tipo. Ahora no es nada, sólo da lástima.

 

Kagami, al escuchar aquellas palabras estuvo a punto de girarse y golpear al chico que había osado hablar de esa forma tan hiriente, pero fue detenido por la mano de Aomine, que se había posado en su muñeca, impidiendo que éste pudiera hacer algún otro movimiento.

Suspiró resignado al saber que Aomine no quería que se metiera en problemas, no sería nada bueno encontrar en los periódicos la noticia “El jugador profesional de basquetbol Kagami Taiga golpeó a un chico en plena calle”.

 

—Son unos idiotas.—Kagami habló, tratando de ocultar el gran enojo que lo embargaba en ese momento.

—No importa, debo acostumbrarme a ese tipo de personas.—Aomine se dirigió hacia el centro de la cancha. —¿Estás listo?— Cuestionó, intentando permanecer tranquilo.

Kagami no respondió a la pregunta, sólo bajó su rostro y se encontró con el balón color naranja entre sus manos. No quería hacerlo… no podía hacerlo… no podía jugar de esa forma.

No podía soportar el ver así a su esposo… Se preguntaba… ¿Por qué Dios había sido tan cruel como para dejar que esto pasara? ¿Por qué había tenido que pasar una tragedia como la de aquella noche..?

 

—Sé que no quieres hacer esto, Taiga…— La voz tranquila de Aomine se dejó escuchar en el lugar, y Kagami tuvo que mantener su vista clavada en el balón en sus manos, sin querer levantarla. —…Hazme un favor, y juega conmigo…— Pidió casi en una súplica al notar cómo el pelirrojo no se atrevía siquiera a mirarlo.

Kagami calló ante la petición. ¿Cómo podía jugar y aparentar que no pasaba nada? El dolor en su pecho era indescriptible, en todo ese tiempo había tratado de permanecer tranquilo, pero parecía que sus sentimientos ya no podían esperar por aflorar.

 

—¿Cómo puedes hacerlo?— Musitó, intentando que su voz no se quebrara en ese momento. —¿Cómo puedes actuar como si no pasara nada?—
Aomine lo miró, desapareciendo la pequeña sonrisa que portaba hacía un par de minutos. Desvió la vista hacia otro lugar. No. No quería que Kagami dejara salir esos sentimientos en ese momento; no podría soportarlo.

—No estoy muerto, Taiga… sólo… — Calló sus propias palabras y soltó un suspiro muy largo. —…Mis piernas se fueron… pero… — Y no pudo seguir hablando, sabía que no debía seguir pensando en ese asunto que había marcado toda su vida; no podía seguir hablando cuando sabía que su voz se rompería en cualquier instante.

Kagami lo miró con mucho dolor, para luego cerrar sus ojos y soltar un suspiro, intentando calmar aquellas sensaciones punzantes en su pecho.

 

Flashback::..

Era un día de Abril, el clima era fresco y la noche ya había caído sobre la ciudad. Debía aceptar que acostumbrarse al clima de ese lugar había sido todo un reto para él, y ni hablar sobre la comida… todo eso había sido un infierno. Por suerte tenía a su novio, quien le cocinaba los platillos japoneses que a él le gustaban, aunque muy a menudo conseguir los ingredientes para tal labor era un asunto difícil.

Miró su reloj, eran casi las 10 de la noche… al entrenador se le había ocurrido la grandiosa idea de pasar más tiempo practicando las jugadas, pues las preliminares de los playoffs se acercaban.

 

Aquel día Kagami no había ido a la práctica del equipo, pues había sido víctima de los típicos resfriados de la estación, así que el entrenador le ordenó permanecer en cama, tomar muchos líquidos y vitamina C para una pronta recuperación.

 

Por dos o tres  días debía regresar solo a casa, pero no era problema para él… al contrario, llegaría al departamento que estaba compartiendo con su esposo, lo cuidaría y mimaría como lo había hecho en todas aquellas ocasiones en las que el pelirrojo había cuidado de él.

Incluso ya hasta había hecho los planes: salir del gimnasio, subir al auto, llegar al departamento y meterse en la cama con Kagami para mimarlo como sólo él podía hacerlo.

 

 

Y así llevó a cabo sus planes: se despidió de todos sus compañeros de equipo y del entrenador y salió del gimnasio, abordó su lujoso auto y lo encendió; de inmediato puso una estación local que transmitía solo música rock y movió su cabeza al ritmo de la música de la guitarra que emitían las bocinas del auto.

With the lights out, it's less dangerous. Here we are now; entertain us. I feel stupid and  contagious. —Empezó a cantar, subiendo a un volumen considerable la música, mostrando una sonrisa ante la letra de la canción.

 

Sin preámbulos, salió del estacionamiento del gimnasio y empezó a conducir hasta su hogar, sin dejar de cantar como vil desquiciado aquella canción que había conocido hacía unos años, cuando recién se habían mudado a Estados Unidos.

 

Estaba feliz y deseoso de llegar a casa y encontrarse con su lindo y hermoso esposo pelirrojo, pero aun así conducía con mucha precaución y prudencia, como era ya su costumbre.

Miró a una cuadra, a lo lejos, el enorme letrero de comida rápida… y mientras detenía el auto en una señal de rojo, pensó si sería bueno llevar algunas hamburguesas -20- para su esposo. Sonrió para sí mismo, notando la luz en verde y avanzando unos metros más para estacionarse en el establecimiento de comida.

 

No tardó ni 15 minutos en ser atendido y en que le entregaran sus 20 hamburguesas para llevar. No podía creer que después de todos esos años de conocer a su esposo, éste siguiera comiendo como si fuera un hoyo negro. Pero aun así no le importaba gastar unos cuántos dólares y comprarle aquella comida que más le encantaba al pelirrojo.

De nueva cuenta abordó su auto y comenzó a manejar otra vez en dirección hacia su hogar

 

Aceleró en una vía en la que se podía transitar incluso a 70km/h y, esta vez, con un poco más de prisa por ver a su esposo, subió la velocidad hasta que el aire fresco revoloteaba sus cabellos azules. Sin embargo, las luces fuertes de otro auto llamaron su atención de repente, pues dichas luces iban acercándose a una velocidad descomunal hacia él…. Y entonces… todo se apagó ante sus ojos.

~*~

Kagami entraba tan rápido como podía al hospital, todo su cuerpo estaba temblando de miedo e impotencia; había recibido una llamada, y lo único que le habían dicho era “Señor Aomine Taiga, su esposo tuvo un accidente automovilístico y está en el hospital, necesitamos que venga de inmediato”. ¿Qué podía pensar ante esa llamada repentina? ¿Qué podía esperar de ello? ¿Cómo encontraría a su esposo?

 Fue una de las recepcionistas quien con rapidez lo guió hacia el cuarto en donde se encontraba su esposo, y antes de poder verlo, el doctor que había atendido a Aomine apareció ante él.

 

Con temor incluso en su voz se atrevió a preguntarle a dicho doctor qué era lo que había pasado con su esposo y cómo se encontraba. Aquél hombre de bata blanca suspiró antes de poder hablar, y el pelirrojo tomó aquello como algo nada bueno.

 

El doctor empezó a contar lo que los peritos habían dicho: Un conductor ebrio transitaba a exceso de velocidad y sin poder evitarlo se impactó con el auto de Aomine. La colisión fue tan fuerte que había dejado al jugador de baloncesto prensado en el auto; se requirió de ayuda de los bomberos para sacarlo del escombro de acero en el que se había convertido su auto; el otro conductor no corrió con la misma suerte, pues había perdido un brazo en el accidente.

 

—Su esposo sufre de traumatismo en ambas piernas… es necesario amputarlas. Pero no podemos hacerlo sin el consentimiento de ustedes.—

 

Ante las palabras, Kagami no pudo evitar dejar salir lágrimas de sus ojos, no podía imaginar el sufrimiento por el que su esposo podría estar pasando, pero estaba seguro que Aomine necesitaba a Kagami a su lado, y necesitaba que fuera fuerte, no sólo por él, sino por los dos.

~*~

El proceso para aceptar su nuevo cuerpo había sido demasiado difícil, pero finalmente Aomine había entendido que era algo con lo que tenía que lidiar. Estaba agradecido por el hecho de no haber perdido la vida en aquel accidente, no podía imaginarse el dolor de Kagami ante ese pensamiento.

Él no había necesitado ayuda psiquiátrica para superar la falta de sus extremidades inferiores. Pero tampoco podía negar que le había dolido bastante; le había dolido tener que pensar en su vida futura sin sus piernas y postrado sobre una maldita silla de ruedas, y lo que más le dolía era el no poder seguir jugando basquetbol.

 

Varias veces había llorado hasta que sus ojos se habían hinchado sobre el hombro de Kagami; no le importaba verse vulnerable ante su esposo, lo único que quería era desahogarse de todas las formas posibles, y aunque no quería preocupar al pelirrojo con su actitud, no podía evitarlo.

Pero después de todo, después de sus desahogos siempre mencionaba un “Estoy bien”, y trataba de calmarse mostrándose optimista.

 

Parecía que de los dos, el más optimista era Aomine, pues Kagami sufría mucho en silencio por su esposo.

Kagami por su parte sabía que no podía seguir jugando profesionalmente en la liga de la NBA sin Aomine; había llegado a una decisión drástica, pero era lo mejor para él anímicamente… dejaría de jugar en la NBA, y regresaría, junto con su esposo a Japón; compraría una casa grande, que acondicionaría con todo lo necesario para que su esposo no tuviera ningún problema, estaría cerca de aquellos amigos que habían estado al pendiente de ellos por teléfono, el moreno podría estar cerca de sus padres  y Kagami entraría en la JBL, una liga de menor renombre que la NBA pero que daba mucho de qué hablar en el país del sol naciente, no tenía nada que perder.

A pesar de las quejas y desacuerdos de Aomine en que el pelirrojo dejara la NBA, no pudo hacer nada, Kagami había tomado su decisión y parecía que cambiar su opinión era imposible.

 

Ambos se retiraron del basquetbol profesional, ante una ovación de todas las personas que los reconocían y también de sus fans infinitas. Todos iban a llorar su ausencia -más el entrenador y compañeros de equipo-

Había sido un trago amargo en la vida de Aomine, pero tenía bien sabido que debía salir adelante, sabía que tenía su propia misión, por algo había permanecido con vida.

Fin Flashback::..

 

Ninguno de los dos quería hablar sobre el tema del accidente; Aomine no quería recordarlo, ni Kagami imaginarlo…

Y allí estaban ambos… era la primera vez, después de la dura rehabilitación, que el moreno tomaba el balón  y pisaba esa cancha de basquetbol en la que había conocido a su esposo, pero parecía que Kagami aún no superaba esos 6 meses por los que Aomine había pasado bajo medicación fuerte, rehabilitación muy dura y críticas hacia su persona.

Esos 6 meses habían sido difíciles para el moreno, pero en todo ese tiempo había tenido a Kagami junto a él, eso le había dado muchas fuerzas para afrontar las cosas.

 

Y ahora se encontraban en ese lugar, pues Aomine había tenido esas inmensas ganas de jugar basquetbol… a pesar de que ya no tenía piernas y usaba una silla de ruedas. El estar discapacitado no le importaba al moreno, y esperaba que Kagami lo entendiera, una de sus pasiones era el basquetbol y el estar en esa forma no le impedía seguir jugando.

Kagami había decidido darle gusto a su esposo y jugar con él, aunque su mente estaba en contra de ello.

 

—Taiga ¿Viste eso? No he perdido la condición.— El moreno se escuchó contento al hacer un tiro sin forma, justo como los que hacía en la preparatoria.

Kagami miró cómo su esposo posaba sus manos sobre los aros propulsores de la silla y se movía sin problemas.

—Como en los viejos tiempos ¿Recuerdas?.— Musitó, mirando al pelirrojo tomar el balón entre sus manos.

 

¿Cómo podía olvidar aquellos viejos encuentros entre ambos, cuando fue en esos juegos en los que se enamoró perdidamente de Aomine Daiki?

¿Cómo podía olvidar esas horas juntos en los que pasaban jugando?

¿Cómo podía olvidar los dribleos y el potente cambio de ritmo de su esposo?

Era imposible tratar de borrar esos recuerdos.

—Estoy seguro que aun así podría vencerte en un 1 a 1.—

 

Fue ante ese comentario de Aomine que Kagami no pudo soportarlo y rompió en llanto, ocultando sus lágrimas detrás de sus manos; escuchó cómo el moreno lo llamaba un par de veces, pero fue hasta que sintió un pequeño jalón en su camiseta que decidió limpiar sus lágrimas con su ropa y tratar de recomponerse, ya que no era bueno darle a Aomine una visión de él llorando ante la desgracia que había aquejado a varias vidas.

 

—Lo siento…— Por fin habló tras permanecer callado por muchos minutos —Lo siento, Daiki… yo—

—Haz una clavada para mí.—Habló, interrumpiendo las palabras entre sollozos de su esposo, provocando que los ojos color rubí se fijaran en él.

—¿Eh?— Limpió el resto de las lágrimas que aún permanecían en sus ojos, sintiendo cómo el moreno arrebataba el balón entre sus manos.

—Dije que quiero que hagas una clavada para mí… — Mostró una pequeña sonrisa, mientras movía la cabeza indicándole a Kagami que corriera. —Un alley-oop— Fue la única advertencia que dio antes de arrojar el balón cerca de la canasta, provocando que el pelirrojo dejara de pensar y corriera hacia el tablero y con la potencia de sus piernas diera un enorme salto y atrapara el balón entre sus manos para encestarlo con fuerza dentro del aro.

 

Aomine mostró una enorme sonrisa al ver volar a su esposo, Kagami era definitivamente un ángel. Era muy diferente verlo jugar junto a él en la cancha que ver desde lejos cada uno de sus movimientos. Kagami era un ángel a sus ojos, y eso lo pensó desde aquel segundo juego que había tenido, en donde él aún formaba parte del equipo de Tōō.

 

—¿Te gustó?—La seriedad en su voz no podía desaparecer. Intentaba tratar de denotar un tono suave y tranquilo, pero era obvio que había tratado en balde.

Aomine asintió a la pregunta, sintiendo cómo su esposo irradiaba ese dolor. No sabía qué hacer o qué decir para que Kagami siquiera lamentándose por todo aquel asunto; sabía que era una herida que apenas intentaba cicatrizar después de 6 meses, pero él estaba haciendo lo posible por seguir adelante… pero sin ayuda de Kagami, todo sería un fracaso.

 

—He estado leyendo en internet…— Interrumpió el silencio el moreno, tratando de cambiar ese ambiente nostálgico que había sentido —Leí en internet que hay olimpiadas para discapacitados…— Su voz sonó tranquila pero triste —Creo que me gustaría jugar basquetbol en esas olimpiadas…—

 

Kagami abrió grandes los ojos ante aquella confesión, sintiendo una punzada de dolor en su pecho. Sin pensarlo dos veces se puso en cuclillas, quedando a la altura de Aomine y posando sus manos sobre las del moreno.

—Claro… es una gran idea…— Trató con todas sus fuerzas de sonar tranquilo, pero no podía, y menos cuando sus lágrimas estaban saliendo nuevamente. —No tienes por qué dejar el basquetbol… Serás el mejor…—

Aomine mostró una pequeña sonrisa que no duró mucho, pues sintió sobre sus mejillas cómo sus propias lágrimas empezaban a salir sin poderlas contener.

—Lo sé…— Dijo asintiendo con un movimiento de cabeza a las palabras de su pelirrojo esposo, notando cómo éste se estiraba los suficiente para abrazarlo.

Sin pensarlo, Aomine correspondió al abrazo, hundiendo su rostro en el hombro ajeno, llorando amargamente, dejando salir todos sus sentimientos, pues era la última vez que lo hacía, pensando que la vida no había sido injusta con él… simplemente le había puesto nuevos obstáculos que tenía que derribar de una u otra forma… y él iba a aceptar el reto y derribar las barreas que se le habían impuesto hasta ese momento, y lo haría con la ayuda de su esposo, esa persona que no había dejado solo el ningún momento, y que seguiría haciéndolo, fuera a donde fuera….

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Kagami se había encontrado muy pensativo durante los entrenamientos del equipo, sus pases eran muy malos y su distracción obstruía las excelentes jugadas que el entrenador había pensado para los siguientes juegos.

Dicho entrenador había notado aquel extraño cambio repentino en el chico pelirrojo, y antes de que éste siguiera haciéndole daño al equipo con su falta de concentración, lo citó en su oficina, para saber qué es lo que traía a Kagami mal; aunque si era sincero consigo mismo, sabía totalmente la razón del al desempeño del as del equipo.

 

—¿Qué rayos pasa contigo, Kagami?— El hombre de cabello negro que era el entrenador habló con voz potente, dándole a entender al pelirrojo que no iba a soportar el desempeño malo del chico.

Kagami suspiró derrotado ante el tono del hombre, sabía que tenía que hablar o de lo contrario seguiría siendo reñido por la misma razón.

—Es mi esposo…— Habló, haciendo una pausa, obteniendo total atención del hombre —Quiere seguir adelante aún en su estado… Quiere jugar basquetbol en silla de ruedas.— Ante sus últimas palabras, enfocó su mirada en la del entrenador, notando cómo el semblante de éste cambiaba totalmente, denotando sorpresa y comprensión.

—¡Eso es maravilloso!— Las palabras en alegría no se hicieron esperar, ante los ojos de aquel hombre pelinegro era un buen indicio que Aomine estuviera dispuesto a seguir adelante por él mismo. —Los campeonatos en silla de ruedas también son muy sonados.

Kagami miró fijamente a su entrenador, parecía que él sabía mucho sobre el tema. Tal vez ese hombre podría ayudarlo.

—No sé nada sobre el basquetbol en silla de ruedas. ¿Cómo podría ayudar a Daiki?

 

El hombre no respondió nada, simplemente sacó su billetera y buscó una tarjeta de presentación que estaba muy escondida.

—Toma esto. Te servirá de mucho, ésta persona te ayudará.— Estiró la mano, ofreciéndole el pedazo de papel a Kagami, quien sin dudarlo tomó el objeto entre su mano. Mirando de inmediato el nombre que aparecía con letras negras en la tarjeta.

No pudo evitar abrir sus ojos en sorpresa, para luego mostrar una sonrisa y decir un “Gracias” que fue respondido con un ligero movimiento de cabeza en señal de aprobación.

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—Demonios, Taiga. ¿A dónde rayos me llevas?—Un gruñido, después de sus palabras dejo escuchar, y es que el pelirrojo simplemente lo había sacado de casa, sin importarle nada y le había dado un balón de basquetbol que incluso llevaba sobre sus piernas.

—Es una sorpresa, sé que te gustará.— Fue lo único que dijo mientras seguía empujando la silla  para que el moreno no se preocupara siquiera por mover sus brazos.

—Me estás asustando, idiota.— El insulto no se hizo esperar, aunque si el pelirrojo quisiera intentar algo extraño, aún podía defenderse.

Kagami sólo rió al insulto recibido, sin siquiera molestarse en responder de la misma forma.

 

Aomine se dio por vencido y dejó que su esposo lo guiara a donde éste quería, pensó que tal vez le convenía.

No tardaron mucho, cuando el moreno se dio cuenta de que Kagami lo estaba conduciendo a la cancha de basquetbol callejera, un lugar que tenía ya una historia desde la primera vez que se habían visto.

—Quieres que te pateé de nuevo el trasero. ¿Eh Bakagami?

—Esta vez pienso ganarte, Ahomine.

—Ni en mil años, tonto.

El moreno se dio cuenta de la forma en que su esposo respondía; hacía seis meses que no había escuchado a éste contestarle de vuelta de esa forma, hacía seis meses que Kagami había perdido la ilusión ante todo, pues el dolor en su pecho no lo dejaba estar tranquilo…. Pero ahora el pelirrojo estaba diferente, se veía más tranquilo, más a gusto… más feliz.

Aomine no sabía qué era lo que había cambiado en los pensamientos de su esposo, pero estaba contento de volver a ver al Kagami de siempre.

 

Tan pronto se adentraron a la cancha de basquetbol, Kagami empezó a recorrer con sus ojos todo el lugar, como si estuviera buscando algo… o a alguien.

—¿Esperas a alguien?—Preguntó, tomando el balón entre sus manos.

—Podría decirse que sí.

Frunció el ceño ante la respuesta muy escueta del pelirrojo. ¡Cómo odiaba que Kagami lo dejara con más dudas! Sin querer tener más curiosidad respecto al asunto, posó sus manos sobre los aros propulsores y se situó delante de Kagami

—¡Oye idiota! Sabes que no me gu—

Pero sus palabras fueron cortadas por una voz; el recién llegado saludaba con un ‘hola’ en un tono tranquilo y Aomine no dudó en enfocar sus orbes azules en el chico. Su sorpresa fue mayúscula al reconocer al chico de cabello negro que había cruzado la entrada del lugar

 

—Perdón por llegar un poco tarde. ¿Los hice esperar mucho?—El recién llegado habló, mostrando una sonrisa y dirigiéndose hacia Kagami, quien le sonrió de vuelta.

—En realidad acabamos de llegar.— Kagami respondió, fijando su vista ahora en el chico peliazul, quien aún miraba con mucho asombro al pelinegro.

—Nijimura…— Aomine apenas si pudo pronunciar, sin poder creer aún que su antiguo capitán del equipo de la secundaria Teiko estuviera frente a él. Hacía muchos años que no lo veía, de repente se dejaba mostrar ante sus ojos.—¿Qué significa esto?— Preguntó, ahora dirigiéndose hacia su esposo.

Kagami miró fugazmente a Nijimura, mostrándole una sonrisa cómplice y regresó la vista hacia el moreno.

—Bueno, dijiste que querías jugar basquetbol en silla de ruedas. ¿Cierto?

Aomine no entendía el punto al que quería llegar su esposo, y tontamente asintió, intercambiando miradas entre el pelirrojo y el pelinegro.

—Pues… Nijimura es entrenador en un equipo de esos… así que le pedí que viniera para poder hablar sobre ello y que puedas asistir a sus entrenamientos.

 

Su mirada en sorpresa no se hizo esperar, luego soltó una pequeña risa y miró al chico pelinegro, como preguntándole con la mirada si aquello era cierto.

—Es casi cierto lo que dice Kagami.— Puso una mano sobre el hombro del pelirrojo. —Yo entreno un equipo que participa en los juegos paralímpicos… y ya que tú fuiste un jugador profesional, creo que serás muy bien recibido en el equipo.

Los ojos de Aomine brillaron y no pudo contener una enorme sonrisa en su rostro. ¡Eso era justo lo que quería! No podía ocultar su felicidad y sin poder evitarlo, jaló a Kagami de la camisa, hasta que este se puso a su altura y sin decir nada lo abrazó fuerte; sin poder soportar su euforia deshizo el abrazo y tomó el rostro de su esposo, juntando sus labios en un beso inocente.

 

—Uhhh, eso no era necesario.—Nijimura habló, haciendo que ambos chicos se separaran y lo miraran divertidos.

Aomine dejó que Kagami se pusiera de pie y él dirigió su silla de ruedas hacia Nijimura, tratando de cuestionarlo lo más que pudiera acerca del basquetbol que ahora jugaría.

—Necesitarás equipo y una nueva silla de ruedas.—La voz del chico pelinegro se escuchaba con un toque de felicidad

—¿Qué tiene esta silla?

—Nada, solo que… deberás usar una silla especial.

 

Aomine y Nijimura se alejaron unos metros de Kagami, donde éste ya no pudo escuchar la conversación; no se movió de su lugar, porque había visto algo diferente en su esposo… aquella sonrisa de emoción, ese brillo en sus ojos, incluso la forma en cómo hablaba con Nijimura… se veía feliz, se notaba contento y aquello hacía latir su corazón nuevamente, como lo había hecho antes de ese accidente.

Sentía ese nudo en la garganta, pero ahora no era debido al dolor, sino a la felicidad que le había provocado ver cómo Aomine estaba tan entusiasmado con la idea de volver a jugar basquetbol profesionalmente

 

—Taiga. ¿Vienes? Tienes que escuchar todo esto que me dice Nijimura. ¡Es genial!

La voz de Aomine lo sacó de sus pensamientos y parpadeando un par de veces por fin caminó hacia ambos chicos, con una sonrisa en su rostro.

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A Kagami no le había importado en lo absoluto buscar prácticamente en toda la ciudad la dichosa silla de ruedas especial para que su esposo empezara con sus entrenamientos de basquetbol. Tampoco le había importado la cantidad cuantiosa de dinero que dicha silla costaba; ni mucho menos el conseguir el equipo apropiado de seguridad…. Todo aquello no había importado en lo absoluto, pues bastaba con ver la sonrisa perfecta del chico peliazul para saber que estaba haciendo lo correcto…

 

Cuando el moreno tuvo todo lo necesario para empezar con los entrenamientos con Nijimura, sin demora fue al gimnasio en donde el chico pelinegro entrenaba a su equipo paralímpico. Sabía que tenía mucho qué hacer antes de ser alguien importante en el deporte de su vida; la buena noticia que se le presentaba era que habría posibilidades de que él jugara en los partidos de dichas olimpiadas, pues aún faltaban dos años para que los juegos paralímpicos dieran inicio en un país ajeno.

 

Los compañeros que estarían entrenando con él en el mismo gimnasio lo habían reconocido de inmediato, pues el nombre del “as de la generación de los milagros” lo precedía, y más cuando sabían que Aomine también había jugado en las ligas mayores de la NBA. De alguna forma lo admiraban por ser un gran jugador y por no dejar el basquetbol a pesar de su condición. Todos ellos le habían dado una cálida bienvenida e incluso le daban varios consejos para acostumbrarse rápido a su nuevo juego.

 

Como todo novado, empezó con lo básico; desde el dribleo y hasta cómo adquirir equilibrio en la silla; debía admitir que su nueva condición le dificultaba bastante el driblar o tirar, pero ya se acostumbraría. Todo era cuestión de práctica.

 

Cuando no estaba entrenando, estaba jugando con Kagami 1 a 1 para adquirir más rapidez y entrenar con ayuda del pelirrojo.

Kagami estaba contento de poder ayudar a su esposo en lo que pudiera, pues al no saber nada sobre el tema del basquetbol en silla de ruedas, no podía ser muy efectivo. Pero ya se encargaría de investigar lo más que pudiera en internet, o incluso en sus ratos libres preguntándole a Nijimura todas sus dudas.

 

A veces amigos como Kuroko y Kise se unían a los entrenamientos ‘secretos’ del moreno para ayudarlo o simplemente darle ánimos. Después de todos esos años, los antiguos miembros del equipo de Tōō, o Seirin, y la misma Generación de los Milagros no habían perdido contacto con ellos dos, ni aunque ambos vivieron en Estados Unidos. Y se alegraban de que la pareja de esposos regresara a Tokio, pues podían estar más cerca de ellos en todos los aspectos.

Ninguno de los amigos de ambos sabía nada sobre el basquetbol en silla de ruedas, y al igual que Kagami, debían informarse para ayudar a Aomine con su nueva transición.

 

Los padres de Aomine también estaban felices por ver a su hijo contento, no dejaban de dar gracias a Kagami por cuidarlo durante todo ese tiempo y por seguir a su lado, apoyándolo en todo lo que el moreno necesitaba.

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El tiempo pasaba, y Aomine iba mejorando considerablemente, a pasos lentos, pero pareciera que lo hacía a propósito para luego formar su propio estilo de juego. Aquella estrategia le estaba funcionando bastante, pues a los ojos de Nijimura se estaba convirtiendo en un temible jugador.

 

Su progreso era demasiado lento… casi a pasos de tortuga, por lo que Nijimura se había preocupado, pero al ver su estilo de juego en partidos de práctica, debía decir que Aomine se estaba convirtiendo en un monstruo de ese deporte.

El arma más temible que tenía Aomine eran esos tiros sin forma, que a pesar de que estuviera en esa condición, seguía perfeccionándolos a un punto que ni siquiera necesitaba ver la canasta para tirar y encestar de forma correcta.

Y qué decir de su rapidez con la silla… se movía de una forma veloz  y ágil que costaba creer que estaba discapacitado.

Nijimura creía que Aomine sería alguien muy importante para avanzar en los juegos paralímpicos.

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Aomine y Kise se encontraban jugando un 1 a 1, que hasta cierto punto era un poco injusto por la diferencia de condiciones, sin embargo al moreno no le importaba. Con ese ego grande que aún poseía estaba seguro que podría vencer al chico ‘modelo del mes’, y más cuando éste no había tocado un balón en muchos meses.

 

—Aomine-kun ha avanzado mucho en este año jugando.— Kuroko, sentado en la banca del lugar junto a Kagami miraba cómo el chico moreno hacía un tiro sin forma.

—Es alguien impresionante.— Kagami habló, refiriéndose a su esposo y mirando con una sonrisa el juego de éste con el rubio. —En solo un año ha tenido un gran avance.

—Dai-chan lo ha hecho muy bien.— Momoi fue la siguiente en hablar, sentada al lado de Kuroko, con una botella de agua en mano.

 

Así es, había pasado un año desde que Aomine empezara a jugar nuevamente; había pasado un año desde que Kagami había hablado con Nijimura y le pidiera aceptar a Aomine como su kouhai; había pasado un año desde que Aomine, nuevamente gracias a él, recuperara aquel amor desmedido por el baloncesto.

—Gracias por no dejarlo solo, Kagamin.— La pelirrosa dijo con toda sinceridad, con una mirada tierna sobre el pelirrojo.

Kagami no fijó sus orbes en la chica, estaba muy ensimismado mirando a su esposo jugar con aquella enorme sonrisa que no podía desaparecer de sus labios.

—No hay nada que agradecer… Haría cualquier cosa por verlo feliz.

Kuroko y Momoi sonrieron a la oración del pelirrojo; ahora podían entender el amor desmedido que Kagami tenía por Aomine; ese amor que solo se veía en las películas y que los hacía sentir envidia de una forma buena por ambos; ese amor que a pesar de años de rivalidad, y de situaciones tan difíciles en la vida de ambos, no se había desvanecido ni un poco, sino todo lo contrario: se había fortalecido.

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Nijimura se mordía las uñas al ver el marcador que se mostraba en el tablero enorme. Solo restaban 10 minutos para que terminara un partido que estaba siendo demasiado difícil para su equipo.

—80-78—Musitó el marcador sin dejar de sentir esos nervios.

 

Era la final del torneo de basquetbol en silla de ruedas masculino de los juegos paralímpicos, y el equipo invencible de Estados Unidos estaba liderando el marcador.

Nijimura había estado muy contento y hasta sorprendido porque su equipo había llegado a la final del torneo; pero claro, su equipo era muy bueno, no sólo por tener a Aomine en él, sino por toda la dedicación y años de entrenamiento que los demás miembros del equipo habían puesto.

Aunque si era sincero, debía agradecer a Aomine porque había sido él quien había imprimido aún más el espíritu de lucha en un equipo al que todos tachaban de ‘mediocre’. Fue ese mismo equipo quien dio la sorpresa, colándose hasta la final contra una potencia en basquetbol como lo era el equipo de los Estados Unidos.

 

Y Nijimura no era el único nervioso en ese lugar, sino que toda la generación de los Milagros y algunos otros amigos habían ido a apoyar al moreno en el país cede de los juegos paralímpicos.

—Aomine solo tiene que hacer dos tiros sin forma y ganarán~nanodayo—El antiguo escolta de Shutoku mencionó, recibiendo un movimiento de cabeza en aprobación por parte de Takao, quien lo había acompañado a ese partido.

—¡¡Vamos Aominecchi!

—¡Tú puedes, Dai-chan!

La voz de Momoi y de Kise se escuchó fuerte en el lugar, y esos ánimos llegaron perfectos hasta el canal auditivo del moreno, quien estaba poniendo todo de su parte ante un partido muy cerrado y uno de los más difíciles que había experimentado en esos dos años jugando ese deporte.

 

Kagami permanecía expectante a todos los movimientos de su esposo, era cierto que el equipo de Japón debía hacer dos tiros y bloquear, o de lo contrario el equipo perdería.

—¡¡Tú puedes, Daiki!!

Para sorpresa de los amigos de ambos chicos, Kagami se levantó de su asiento y gritó fuerte; justo como Aomine lo había hecho en aquella Winter Cup, en el partido Seirin vs Rakuzan.

Aomine sintió cómo su corazón saltaba de alegría ante tales ánimos de su esposo, pero no tenía tiempo siquiera de mirarlo, pues debía bloquear un tiro de un perfecto tirador de tres puntos.

Pero no pudo detener dicho tiro, y el marcador había subido hasta 83, a favor del equipo norteamericano.

 

Pero el equipo de Japón no se daría por vencido, con pases rápidos uno de los miembros pudo encestar un tiro de 2 puntos.

Aquel partido estaba resultando en un choque de poderes similares, en el que los jugadores deberían poner toda su atención o de lo contrario un error les costaría una medalla de oro.

 

Y gracias a ese hecho: un error por parte de la defensiva norteamericana, Aomine pudo tomar el balón y hacer un tiro sin forma que entró perfecto en el aro.

El marcador era de 83-80 con solo 2 minutos restantes. Debían hacer 4 puntos más para salir victoriosos de ese torneo, pero parecía que el tiempo y la suerte jugaban en contra de ellos.

 

Difícilmente uno de los compañeros de Aomine pudo robar el balón y pasárselo al as del equipo; Aomine hizo un tiro, ésta vez con forma, pero justo cuando el balón iba volando hacia la canasta, el timbre que marcaba el término del partido había sonado; la canasta entró a la perfección en el aro.

Con la pregunta en sus ojos giró el rostro para ver al árbitro y saber su decisión, y pudo vislumbrar la seña de dicho árbitro, que decía que la canasta había entrado; había hecho un asombroso buzzer beater.

Pero aun así no era suficiente, el marcador había quedado 83-82, siendo el ganador el equipo de Estados Unidos, quienes se irían a casa con una medalla de oro.

 

Suspiró tranquilo, cerrando los ojos por un instante y escuchando todo el bullicio que se hacía al saber al ganador del torneo.

No pudo evitar esbozar una sonrisa; ese era su mundo, ese era su hábitat natural… el basquetbol era lo que le daba vida y no importaba en qué condición estuviera, lo seguiría disfrutando de cualquier forma.

Abrió los ojos y dirigió su vista hacia su esposo, mirando cómo Kagami aún permanecía de pie desde ese instante en el que se había levantado para gritarle sus ánimos.

Con esa sonrisa aún en sus labios, levantó su puño, en dirección a su esposo y en son de triunfo.

 

Kagami, desde las gradas puro observar el gesto; notó cómo Aomine no se encontraba triste por haber perdido, sino más bien estaba feliz, ilusionado y  satisfecho por haber culminado su propósito de jugar en los juegos paralímpicos.

No pudo ocultar las lágrimas de orgullo que recorrían sus mejillas, y poniendo su puño en dirección hacia el moreno, le regaló el mismo gesto.

Daiki lo enorgullecía completamente, se había ganado su admiración por no dejarse vencer, por querer salir adelante y por demostrar a todos que aunque las cosas pudieran ir mal, siempre habrá una salida.

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Habían pasado 6 meses desde que Aomine ganara una medalla de plata por su participación en los juegos paralímpicos; y en esos 6 meses las cosas habían cambiado radicalmente en su vida…

 

—¡Aka-chin hizo trampa!—Gritaba Murasakibara al ver cómo el ‘emperador’ había hecho una falta para quitarle el balón.

—¡No hice una falta!

—Akashi, en realidad sí hiciste una falta, así que la canasta no cuenta.— Aomine mencionó, acercándose a sus dos antiguos compañeros de equipo.

—¿Todos vieron mi tiro? A pesar de estar sobre ésta cosa pude hacer un tiro genial.— Kise sonaba emocionado.

—¿Te refieres a ese tiro que copiaste viendo a Aomine?— Midorima acomodaba sus anteojos, estirándose lo más que podía para levantar el balón del piso.

 

Kuroko y Momoi, desde un extremo de la cancha miraban el partido que estaban teniendo los seis chicos. La chica pelirrosada no dejaba de gritar y darles ánimos, se sentía muy contenta de poder presenciar un partido sin igual.

—Kagamicchi ya no puede hacer sus impresionantes saltos—Volvió a hablar Kise, ésta vez en son de burla hacia el pelirrojo.

—Tch. Tal vez no en este momento, pero trapearé con tu rostro en un 1 a 1 cuando me quite de aquí.

 

Así es… los 6 chicos habían comprado sillas de ruedas especiales para jugar basquetbol y se habían unido para jugar un partido.

No estaban felices de jugar en diferencia de condiciones con Aomine en aquella silla, y lo mejor que pudieron hacer fue jugar todos en las mismas condiciones que el chico moreno.

—Aun así mi equipo ganó.— Aomine sonó superior, y claro que debía serlo, pues era una de las pocas veces que podía lucirse.

—Espera a que aprendamos a usar estas sillas a la perfección, Daiki. Mi equipo te derrotará.—Akashi, como el buen emperador que era dejó muy en claro su posición, aceptando su derrota momentánea.

 

Kagami se levantó de la silla, a lo que todos los demás chicos lo imitaron.

—Vayamos a casa, les cocinaré algo delicioso.— fue lo último que el pelirrojo dijo antes de que todos tomaran sus cosas, subieran las sillas a la enorme camioneta de Akashi y empezaran a caminar hacia la casa de la pareja de esposos; preferían caminar junto a ellos que subir a esa camioneta.

Pero Aomine no se inmutó, permaneció en el centro de la cancha, con los ojos cerrados y recordando todo lo que había pasado en esos años, desde que había perdido ambas piernas. Hasta que sintió el toque gentil de unos dedos sobre su rostro

 

—¿Estás bien—Kagami, con voz baja y tranquila cuestionó, para luego ponerse en cuclillas y mirar fijamente a su esposo.

—Taiga… yo…Gracias por todo esto… y por ha—

—Shhh.— Kagami interrumpió las palabras del otro chico, posando su dedo índice sobre los labios de éste —¿Por qué no vamos a casa… esperamos a que los invitados se vayan… y te demuestro físicamente cuánto te amo?

Ante las palabras, el moreno sonrió tiernamente al mismo momento en el que desviaba su mirada; luego pudo sentir unos labios húmedos chocar contra los suyos, en un beso tierno y hasta cierto punto demandante, que hacía latir su corazón frenéticamente.

—Me gustan tus planes.— Musitó después de que el mismo pelirrojo terminara el beso.

Kagami soltó una pequeña risa, notando cómo su esposo comenzaba a dirigirse hacia la salida de la cancha, sin demora, el pelirrojo lo siguió, pensando en continuar una amena reunión de amigos, ésta vez en la casa de ambos.

Notas finales:

Hay varios puntos que quiero aclarar al haber leído la lectura:
Primero: Deberán disculparme, pues no sé qué procedimientos se siguen para amputar una extremidad... si alguien es medico y sabe sobre ésto agradeceré me comenten, para saber más sobre el tema.

Segundo: También me disculpo, pues no sé nada sobre las sillas de ruedas, ni los cuidados que se le tienen a alguien en esas condiciones. Así que cualquier comentario referente a ello será muy bien recibido.

Tercero: La parte en la que todos juegan en las sillas de ruedas fue sacada de este VIDEO que fue muy inspiracional

Cuarto: Las personas en esas condiciones también pueden tener una vida sexual activa <3

Gracias por tomarse un tiempo para leer y dejar su comenario. También muchas gracias a las personas que leen entre las sombras, sus visitas me hacen sentirme muy bien como escritora.

Espero que les haya agradado la lectura, personalmente fue un placer escribir esto, pues es una historia de superación personal.

<3 Nos vemos en el próximo fanfic! :)


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