Harry podía decir que habían sido los días más felices de su vida, podrían ser los recuerdos que almacenara cuando tuviera que invocar un recuerdo feliz para su Patronus, la sonrisa de Draco, los besos de Draco, los gemidos de Draco, bien DRACO.
Cuando se reencontró con Hermione y Ron, la sonrisa que lucía lo decía todo, y la morena le abrazó fuerte, mientras el pelirrojo le daba palmadas en la espalda.
—Bueno, ¿y qué tal vosotros chicos?—preguntó Harry no queriendo ser más el centro de atención. Lamentaba haber tenido que rechazar la invitación de los Weasley para pasar las Navidades con ellos, pero no se arrepentía lo más mínimo.
El gesto de Ron lo dijo todo, no podría ser nunca lo mismo sin Fred, y se sintió completamente culpable de no haber estado con ellos en esa fecha tan importante. Un pensamiento cruzó su mente, un montón de cabezas pelirrojas rodeando a una completamente plateada, ¿podría algún día reunir a todas las personas que quería bajo un mismo techo? El corazón se le aceleró, pero trató de calmarse y no anticiparse a los acontecimientos.
En esos momentos, solamente pudo abrazar a su amigo, sería duro, pero sentía como si en la Sala de Común de Gryffindor Fred Weasley les estuviera observando, con una sonrisa torcida y una broma a punto en su varita.
Fueron interrumpidos por dos jóvenes que entraron a la carrera riendo, en pelirrojo bufó y Harry se dio cuenta de quienes eran Ginny y Neville, se quedaron mirándose conteniendo la risa.
—Parecen dos niños pequeños—dijo Ron malhumorado, nunca llevaba bien los novios de su hermana pequeña. Pero Harry pensaba que ellos hacían una estupenda pareja y que se les veía completamente felices.
Eso le hizo pensar en cómo iban a llevar su relación Draco y él, le encantaría poder ser como esos dos, tomados de la mano, besándose por cualquier esquina sin importar quien los viera.
Y se dio cuenta que era una soberana estupidez no hacerlo, ¿acaso le importaba lo que pensaran los demás? Nunca había sido así, en sus pocos años de vida había pasado de la miseria al estrellato, vuelto a caer y subir numerosas veces sin haberlo deseado; la única opinión que le importaba era la de Draco.
En cualquier caso, se moría por verlo, y estaba deseando que llegara clase de pociones para poder estar cerca de él y poder comentárselo.
Pero lo cierto es que no hizo falta, entrando a desayunar esa mañana al Gran Comedor, Harry vio a Draco, no hacía ni 24 horas que no estaban juntos pero Harry notó como se le ensanchaba el corazón, una tímida sonrisa del rubio le hizo sentir feliz y sin pensárselo se fue directo hacia él. El beso que le dio, si hubiera podido ser consciente de algo más que ellos dos, dejó en un absoluto silencio a todo el comedor claustro incluido. Todos, absolutamente todos, se habían quedado embobados; por años habían sido testigos de sus peleas, sus burlas y su enemistad y tan solo aquellos muy cercanos habrían podido saber de sus nuevos sentimientos. Pero aún así, incluso Hermione y Ron se quedaron con la boca abierta.
No fue consciente de lo que había causado su reacción, Draco lucía un sonrojo adorable, y si no hubiera sido por el silencio perturbador que los rodeaba hubiera continuado besándole.
Ambos se tomaron de la mano y encararon al resto.
—Realmente me gustaría poder sentarme a desayunar contigo—le dijo Harry en susurros a su precioso rubio.
—Pues hagámoslo—dijo firme Draco.
Besarse en público estaba claro que los había dejado a todos en shock, si ambos compartían mesa en Slytherin aquello seguramente fuera un hito en la historia de Hogwarts ¿Por qué no? Ya habían cruzado una línea que jamás hubieran imaginado, y Harry sentía que era absurdo esa estricta división en las zonas comunes.
Harry tiró de su mano encaminándose a la mesa de Slytherin guiñándole un ojo por el camino.
Las consternadas serpientes se quedaron realmente sorprendidas cuando Harry se sentó en la mesa corrida de su casa, una prefecta de la que no conocía el nombre se levantó.
—Él no puede sentarse aquí—dijo en voz alta—.Es un Gryffindor.—Aquello fue dicho como si el calamar gigante se hubiera sentado a su mesa.
—Walsh, cállate—dijo gélidamente Draco, realmente Harry estaba agradecido de que hubiera dejado de usar ese tono con él. Se te podía helar la sangre de lo frío que podía llegar a ser—.Él es mi novio y va a desayunar conmigo.
En mitad de aquel silencio la voz de Draco se escuchó perfectamente por todo el Comedor, alta y clara, y con un mensaje que hacía derretirse al moreno de ojos verdes que le miraba en esos momentos con auténtica adoración.
Harry dirigió su mirada a la directora, su siempre serio y arrugado semblante lucía sonriente y asintió, dando permiso a los muchachos a compartir la mesa de los Slytherin.
Aquel tan solo fue el primero de muchos de los días que ambos compartieron mesa, unas veces con los amigos de Harry otras con los de Draco. Y sin habérselo propuesto otros estudiantes comenzaron a imitarlos, sentándose con sus amigos de otras casas, incluso familias que había sido divididas. Con ello abrieron un camino cerrado por siglos donde serpientes y leones, tejones y cuervos, tan solo fueron los nombres de las casas y no la división que marcarían las futuras amistades.