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Indicio de Amistad por yuhakira

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Los dos días en los que había evitado ir a trabajar para quedarse en la cama, le habían costado a Ángel una suspensión de su trabajo. A pesar de lo buen empleado en que se había convertido los últimos meses, el jefe había considerado necesario se tomará un descanso de sus labores, ya que repartiría sus funciones con los otros empleados. Quince días en total le habían valido el receso sin paga, quince días que le habían dado mucho tiempo para pensar, tiempo en que los pensamientos se desplazaban en su cabeza sin dejarlo llegar a ninguna clase de conclusión donde las conjeturas en su cabeza desencadenaron miles de emociones e interrogantes. 

 

Cinco días luego de haber empezado su descanso obligatorio salió de su casa y tomó el primer autobús que pasó una vez se detuvo en la avenida principal, el cuál se dirigía al último centro comercial que habían construido y que había sido inaugurado seis meses atrás. Ángel sabía que a pesar de que Jeyko no ganara mucho y el sueldo de Andrea tampoco diera para tanto, él haría lo imposible por complacerla. El centro comercial cuenta con un salón de recepciones único en su clase. Desde el momento en que se inauguró todos los cupos en los próximos dos años habían sido ocupados. Era el único centro comercial en la ciudad que contaba con un espacio como ese. Ubicado en el último piso del enorme edificio de siete pisos, en una de las plantas del centro comercial, había un enorme salón de fiestas al que solo se podía acceder desde el sótano por un juego de ascensores que conducen todos a la recepción del salón, y por supuesto la escalera de incendios, utilizada únicamente por el personal del centro comercial. El salón tiene un área total de 250 metros cuadrados y comparte el espacio con una enorme terraza con dos fuentes de agua, un camino de piedras tipo San y espacios de esparcimiento con pisos en madera y jardines alrededor de la baranda en vidrio que permite plena visibilidad del centro y norte de la ciudad. El salón consta de una altura de 4.5 metros, donde se pueden colocar grandes candelabros, columpios e infinidad de cosas que los prestamistas del salón usan para su diversión. 

 

Ángel se había enterado por boca de Juan —antes de que se enojaron con él—, de los deseos de Andrea por realizar la boda en ese lugar. Según las averiguaciones de Jeyko la única forma de hacerlo allí sin excederse mucho en su presupuesto habría sido mínimo en tres años, lo que había hecho desistir a Andrea, admitiendo no querer esperar tanto tiempo ni gastar tanto dinero en una boda. Sin embargo y luego de que todo el mundo dejase de dirigirle la palabra, había encontrado sobre la mesa en el recibidor de su casa un sobre blanco con bordes dorados que especificaba el lugar y el día de la ceremonia junto al lugar de recepción. Era la invitación a la boda para sus padres. Fue una gran sorpresa saber que la boda se llevaría a cabo en ese gran salón en tan pocos meses. No sabía cuáles eran los preparativos de la boda, no sabía si habían adquirido el salón antes de que Jeyko le propusiera ser su padrino o después, no sabía si por eso habían comprado los trajes tan pronto, no sabía cuánto dinero habían gastado hasta ahora ambas familias buscando hacer de esa la mejor ceremonia nunca antes vista, no sabía, ni estaba enterado de cómo se decorará el salón el día en que ellos se casen faltando solo 8 días para el gran día. No tenía ni idea de nada.

 

Finalmente. Luego de un gran recorrido por la ciudad se bajó del bus, entró en el centro comercial y bajó al sótano buscando los ascensores que sabían lo llevarían al salón. El flujo de gente por los mismos le permitió subir sin problema. Aún era temprano y ya empezaban los preparativos para lo que parecía ser una fiesta de quince años. Nadie se percató de su presencia. Jamás había estado allí pero se sentía como si conociera el lugar de pies a cabeza. Se dirigió hasta la terraza y se sentó en uno de los columpios de silla hechos en madera con moños rosa que decoraban el lugar. El manto amarillo del sol cubría por completo la ciudad, hacía calor. Estando ahí pudo imaginar los lazos blancos en las mesas, la pista de baile, las cintas blancas y amarillas rodeando las columnas, las luces en la tarima donde estaría la mesa principal, con los novios y sus familiares más cercanos. Pudo imaginar el brindis, las palabras de Alex que hacían reír a la multitud de la cual solo podía reconocer un poco. Incluso veía a Claudia, su mamá, empujándolo a decir algo mientras trataba de no usar los tragos que ya tenía en el cuerpo  como excusa para decir cuántas barbaridades se le cruzaran en la cabeza. Así podría ser todo, él ahogándose en alcohol buscando cortejar alguna muchacha, mientras evitaba mirar de reojo a la hermosa pareja que para entonces ya serían marido y mujer y de ese modo no llorar cuando él la besara seguro de estar a su lado para siempre. 

 

Respiró hondo. Ya llegaba el mediodía con la fuerza del sol que empezaba a sentirse en la piel. Los trabajadores habían empezado a mirarlo de reojo buscando saber quién era. Había llegado la hora de irse. Tenía hambre.

 

Fue a la zona de comidas del centro comercial y se compró una hamburguesa. La comió mientras miraba atentamente un partido de exhibición de un equipo local contra el último campeón. Por primera vez luego de saber la noticia de su casamiento podía disfrutar de un partido de fútbol, uno en el que solo pensó de qué estaba hecha la salsa que había en el envase pequeño de plástico que a duras penas le había alcanzado para mojar unas cuantas papas fritas, y en cómo era posible que ese equipo tan malo hubiera podido llevarse el título pasando en contadas ocasiones por encima de su equipo del alma. Mientras su voz se alzó en medio de la zona de comidas y la gente alrededor lo acompañó. Pudo sentir como recuperaba parte de esa masculinidad, esa que sentía había perdido en los últimos meses en los que su mente se había concentrado únicamente en esa verdad contra la que se había estrellado, esa verdad que posiblemente hubiera conocido desde siempre pero que hasta ahora era capaz de reconocer. 

 

Había aprendido a aceptar que no era el tacto casual de Jeyko lo que extrañaba. Que no echaba en falta sus comidas y esa sazón que lo caracterizaba, porque era pastelero, pero cocinaba como el mejor chef de la ciudad. No era que se perdiera en sus ojos, que le encantaba mirarlos porque sí. No era que recordará con nostalgia los días en que se metía en su cama con la excusa de incomodarlo. No era que lo extrañaba. Era que se había dado cuenta que no podía vivir sin él. Era darse cuenta que entre más se alejaba de él, y ella se acercaba más a él, él necesitaba a alguien más cerca también. Era reconocer que nunca en su vida se había excitado tanto como el día en que lo vio desnudo. Era admitir que Jeyko, ese hombre que era su mejor amigo, era en realidad su amor platónico, ese que sabía jamás podría ser, ese que había lastimado, ese que el solo tenerlo cerca le ponía los pelos de punta. Lo más duro de todo había sido aceptar eso, mientras estaba sentado terminando un vaso de gaseosa en medio de una zona de comidas en un centro comercial. Aceptar que era gay, o que por lo menos le gustaba un hombre. Pero aceptar eso había aclarado también muchas incógnitas en su cabeza, había despejado muchas ideas, fue como si se hubiese quitado un peso de encima. No sería su padrino, se quería mucho para someterse a semejante tortura. Iría a su boda, pero solo a la ceremonia, trataría en lo máximo de disfrutar de su felicidad, solo hasta que el cuerpo lo soportara. Pero no se iba a torturar viéndolo celebrar. Había tomado la decisión de disfrutar de su amigo estos últimos días, porque después cuando ya estuviesen viviendo juntos no podría hacerlo.

 

Caminó hasta uno de los locales más elegantes del lugar y se midió un traje negro de corbata con una camisa blanca. Fue el primero que la vendedora le mostró, le gusto al verlo puesto, no le encajaba perfecto, es más podría decirse que no era de él, pero el precio era razonable y solo lo usaría un par de horas, así que no le importo. Fue la compra más rápida que había hecho en años.

 

Luego de salir del centro comercial con una única bolsa que contenía el traje, caminó alrededor de media hora hasta llegar a una plaza en la que había una serie de locales de muy alta gama ubicados alrededor de una pequeña fuente de agua. El pequeño almuerzo que se había comido en el centro comercial ya había desocupado su estómago y sentía hambre de nuevo, así que entró en uno de los locales de la plaza. Se acercó al mostrador y pidió que le acercaran a la mesa tres de los postres exhibidos. Se sentó en una de las mesas cercanas a la ventana y puso la bolsa a su lado sobre el suelo, minutos después se acercó el mesero con una bandeja donde llevaba los tres postres y delicadamente dejó uno a uno sobre la mesa.

 

—¿Los tres son para usted señor?

 

—Sí, sé que parece una exageración, pero amo los postres, podrías traerme un vaso de leche por favor.

 

—Con gusto. Que los disfrute.

 

—Gracias.

 

El primero era una porción de una torta de chocolate con tres capas de crema, una fresa cortada a la mitad, la primera mitad sobre la torta cubierta de chocolate caliente y la otra mitad cortada en rodajas alrededor de la porción con una línea circular de chocolate que las unía como si estuvieran amarradas de un hilo. Tomó la pequeña cuchara entre las manos y separó un pequeño trozo del pastel para luego llevarlo hasta su boca. El delicioso sabor del chocolate se impregnó en sus pupilas gustativas. Cerró por un momento los ojos y se maravilló con el sabor antes de llevar a su boca un segundo bocado. Para cuando terminó con el primer postre el mesero se acercó con el vaso de leche que había pedido. Dio las gracias antes de beber un poco y el mesero se alejó sin decir más. El segundo postre era una sencilla canasta de helado con tres tipos de fruta diferente cortadas en rodajas, con crema de chocolate y vainilla caliente por encima. Para el momento en que empezó a comerlo las cremas ya se habían endurecido y a pesar de no estar totalmente frías no lograban su cometido sobre las bolas del helado que empezaban a derretirse. Pero no importaba, así le gustaba. Por eso los comía en ese orden. Ángel comió con el mismo gusto con el que se había comido el anterior postre. Luego de haber terminado con el segundo postre y de tomar otro poco de leche, alguien se sentó frente a él en la silla sobrante en su mesa. El joven vestía un elegante traje de panadero blanco, con las mangas remangadas hasta los codos y los primeros botones del traje desabotonados. El joven cruzó ambos brazos sobre la mesa y lo miró fijamente.

 

—¿Cómo supiste que estaba aquí?

 

—Trabajo aquí como no me iba a enterar.

 

—Hace más de un año que no vengo, hay empleados nuevos no es posible que supieran quién soy —Jeyko sonrió un poco con el comentario.

 

—Aquí todo el mundo sabe quién eres, eres la única persona que pide los mismos tres postres —ahora fue Ángel quien sonrío— aún me quedan quince minutos para mi hora de salida ¿vas a esperarme?

 

—No sé, depende, porque si acabo antes me iré sin ti.

 

—Eso quiero verlo. 

 

Jeyko se alejó riéndose. Sabía que estando ahí no se iría sin él, de lo contrario no habría perdido el tiempo para ir hasta allá. El tercer postre era sin duda su favorito Jeyko solía prepararlo en el apartamento cuando estaba de buen humor, y por sus propios comentarios sabía que lo preparaba únicamente para él, bueno, en realidad él solía acabarlo antes de que alguien más llegara. El postre constaba de tres capas de hojaldre, entre cada capa iba una mezcla de crema de frutos rojos con rodajas de frutas ácidas que hacía contraste entre sí, y en la capa superior una fina capa de arequipe. Recordó que recién lo había presentado a los dueños de la pastelería estos se habían rehusado a lanzarlo, era una mezcla extraña de sabores que había terminado por causar un extraño dolor de estómago a la señora, dolor que después fue señalado por su estado de embarazo y que no era en sí un dolor si no un rebote natural de los primeros días de gestación, del cual ella misma no estaba enterada. Sin embargo y gracias a la terquedad de Ángel, Jeyko había convencido al administrador de exhibir el postre, solo por curiosidad. En la primera semana el postre no se vendió muy bien, pero para la siguiente semana, su venta y la forma como los clientes lo recibieron bastaron para convencer a los dueños de hacer una presentación adecuada del postre. Jeyko solía llamarlo Postre de Ángel, porque había sido creado bajo sus propios caprichos. Ángel daba el último bocado al postre cuando Jeyko apareció de nuevo frente a él ya completamente cambiado.

 

—Vamos, ya pagué tu cuenta.

 

—Ok.

 

Salieron ambos del local y Jeyko hizo como si no hubiera visto la bolsa que cargaba Ángel en la mano. Había visto la marca y sabía de qué almacén se trataba, reconocía fácilmente lo que podría ser su contenido. No le interesaba saber qué clase de traje había comprado o si le había costado mucho, se alegraba con saber que estaba haciendo el esfuerzo y que de nuevo se acercaba a él sin tener que buscarlo o pedírselo. Caminaron un par de cuadras hasta llegar al edificio del apartamento de Jeyko. Pasaron la portería y el portero saludó a Ángel como si este no hubiera ido al edificio en muchos años. Los pocos meses parecían eso, muchos años. Entraron en el apartamento y Jeyko siguió el camino hasta la cocina mientras Ángel se sentaba en la sala, minutos después Jeyko apareció en la sala con dos vasos de gaseosa. 

 

Ya eran alrededor de las cinco de la tarde. Estaba pronta a entrar la noche, y Ángel se preocupó de que Andrea apareciera en algún momento. No era temporada de fútbol, y a causa de su alejamiento no sabía que tanto había cambiado la rutina entre ellos. Ella ya podría estar viviendo allí, aunque por la decoración del apartamento podía imaginar que seguía él solo, pues tenía el mismo aspecto desarreglado con el que lo había dejado la última vez. Aún no tenía ese toque femenino del que las mujeres solían vanagloriarse.

 

—Andrea, ¿vendrá hoy?

 

—No, le mande un texto cuando estaba en la cocina, puedes estar tranquilo que no vendrá a molestarnos.

 

—No me molesta, es tu mujer.

 

—¿Quieres ver una película o qué quieres hacer?

 

—No me trates como si fuera una cita. Saca tu consola, tengo ganas de jugar un poco.

 

—Vale.

 

Eran alrededor de las ocho de la noche cuando alguien golpeó en la puerta. Hasta entonces Jeyko había ganado dos peleas, Ángel había asesinado el mayor número de zombis, y empataron el último partido del campeonato en el que se enfrentaban Brasil contra España.

 

Jeyko sonriente y pendiente de que Ángel no activará los controles fue y abrió la puerta. Su mirada brillaba, en el rostro llevaba una sonrisa que impresionó a los visitantes de inmediato. Alex contagiado de la aparente alegría de Jeyko le abrazó, sin estar consciente del motivo, Juan sonrió también, y sin abrazarlo entró en el apartamento y pudo ver la razón de todo. Ángel se asomó por un costado del sofá estando recostado sobre el suelo y con un ademán de mano lo saludo, este le respondió bajando un poco el rostro y disimulo una mueca de disgusto. La sonrisa de Alex también se borró en cuanto lo vio tirado en el suelo. Ángel trató de no darle mucha importancia, más cuando Jeyko se percató de todo.

 

—Ven y termina el juego antes de atender a tus invitados. 

 

—Sí, espera les doy algo de beber —contestó Jeyko mientras se dirigía a la cocina.

 

—Que sea cerveza —indicó Alex.

 

Ángel recuperó su puesto sobre el suelo, y recostó la cabeza contra el sofá donde Alex lo miraba interrogante recostado hacia adelante en el espaldar.

 

—Parece que quieren golpearme.

 

En ese momento apareció Jeyko por la puerta de la cocina y luego de alcanzar las cervezas a los recién llegados se sentó en el suelo al lado de Ángel y destapando ambas latas le paso una a Ángel y dejó la otra a su lado. Tomó de nuevo el mando de la consola entre sus manos, sin embargo, Ángel no inició el juego. Jeyko desconcertado volvió a poner el mando sobre el suelo, y tomó parte del líquido en su lata. Luego volvió a mirar a Ángel que seguía bebiendo. Hasta ese momento no habían tomado absolutamente nada aparte del vaso de gaseosa una vez habían llegado al apartamento y luego de su empezarán a jugar el tiempo se les había pasado de modo que no se habían percatado ni de la hora.

 

—Jey, vamos al Gran Conejo, ¿vas a ir?

 

Jeyko se percató de que Ángel tomaba de nuevo el mando e interesado por volver al juego hizo lo mismo, al tiempo que Ángel iniciaba el juego. Ángel no pensaba ir, fue obvio que tampoco lo invitaban, y esa era la única manera que tenía de hacérselo saber. Si por el contrario Jeyko tomaba la decisión de ir una vez terminado el juego, él seguiría el camino de regreso a su casa. Ya eran suficientes los regaños de su madre como para aguantar los de Alex, quien no se mide en reclamaciones ni en vocabulario. Jeyko no se decidía decir que no, estaba disfrutando de sus últimos días como un hombre soltero, y quería hacerlo al máximo. Pero el estar con Ángel así, sin discusiones ni peleas en el medio era algo que le sobre acogía, y de lo que esperaba disfrutar en lo posible. Así que su decisión final fue no ir. Mientras el juego continuaba y Ángel anotaba otro tanto se los dejó saber.

 

—Suena bien, pero esta noche preferiría quedarme acá.

 

Alex un tanto enojado intentó dar media vuelta y salir del apartamento sin que ninguno de los dos pudiera darse cuenta. Era tal su concentración en el juego que estaba seguro no lo notarían. Juan le tomó por el brazo y lo detuvo. La aparente actitud de Ángel que parecía desafiarlos marcando alguna clase de territorio no pasó desapercibida, era claro que a pesar de su anterior comportamiento Jeyko aún le quería, es más, que este estaría dispuesto a dejarse persuadir respecto a la boda si el propio Ángel así lo quisiera. Pero Juan también pudo percatarse de la hinchazón en los ojos de Ángel, en la ropa que llevaba puesta, una camiseta de un color rojo fuerte y no la acostumbrada camisa de botones con el logo del supermercado que solía usar incluso en los días no laborales, y por último la bolsa dejada descuidadamente a un lado del sofá, que contenía el traje comprado horas antes en el centro comercial. Juan le hizo notar el pequeño detalle a Alex y este solo negó con la cabeza. Estaba desconcertado. La sonrisa en los labios de Jeyko no se borró, ni siquiera cuando Ángel marcaba otro tanto y ponía por encima el marcador de nuevo, segundos antes de terminado el partido. Resignado y un tanto enojado Alex decidió quedarse. Juan sonrió. Ellos realmente no tenían por qué sentirse enojados. Si Jeyko quien era el primer afectado volvía a abrirle las puertas de su casa, ellos no eran nadie para juzgar esa decisión, por el contrario debían respetarla y acogerla. Sin embargo sabía que en algún momento de la noche alguno de los dos tendría que hablar con ellos, especialmente con Ángel, por lo menos para asegurarse que en los días restantes a la llegada de la boda, este no cometería ninguna locura o buscaría hacer cambiar a Jeyko de opinión. 

 

El juego en la consola fue reemplazado por uno en que los cuatro pudieran jugar simultáneamente. Jeyko intentaba recordar cuál había sido la última vez en la que habían estado los cuatro de ese modo, ciertamente no encontró nada demasiado cerca. Estar en su apartamento un sábado en la noche bebiendo cerveza enlatada que por ellos mantenía bastante en la nevera, riéndose por los malos que se habían vuelto y por la cantidad de veces que mataban a Alex antes de pasar un nivel era algo que recordaría siempre. 

 

Mientras pasaba la noche los tragos empezaron a hacer su efecto, y con ellos, los comentarios también se hicieron más fuertes e hirientes. Alex no podía evitar lanzar indirectas sobre el comportamiento de Ángel. Jeyko se reía, pero trataba en lo máximo de que no continuará. Ángel no contestaba nada, y Juan no paraba de mirarle a la expectativa de lo que podría decir o la forma paulatina en que cambiaba su estado de ánimo. El juego finalmente pasó a segundo plano. ya había entrado bastante la noche y Jeyko empezaba a sentirse cansado, buscaba una excusa para que los muchachos buscarán cómo acomodarse y así tranquilizar a Ángel que desde unos minutos antes empezaba a sentirse intranquilo. Fue hasta la cocina y escondió un par de cervezas en lata que aún tenía y sacó cuatro latas más, que pretendía fueran la última ronda. Pero mientras hacía el esfuerzo de esconderlas sin llamar la atención en su cocina, no vio la forma en la que Alex y Juan acordonaron a Ángel en el sofá de la sala sin dejarle escapatoria. 

 

—Lo que has hecho ha estado muy mal, dime cuáles son tus intenciones —dijo Alex.

 

—¿Por fin vas a aceptar ser su padrino? —preguntó Juan mientras Alex lo miraba desconcertado.

 

—No me interesa serlo, eso ya se lo dejé muy claro. Lo único que quiero es estar con mi amigo por un tiempo antes de que se case, si ustedes quieren estar acá, por mi está bien, también disfruto de su compañía, siempre lo he hecho. Pero si mi presencia les causa algún problema pues tendrán que aguantarse o irse, porque yo no me iré hasta que él lo pida.

 

En ese momento volvió Jeyko y Ángel se levantó para ir al baño. Ninguno había quedado conforme con lo dicho. Alex hubiese querido dejarle claro que si volvía a hacerle daño se las vería con él, mas no fue más lo que pudo decir. Una vez Ángel estuvo en el baño y Jeyko hubiera repartido las cervezas, fue el turno para él, quien acomodándose en el sillón recibió con sorpresa la primera pregunta.

 

—¿Piensas perdonarlo y ya, simplemente olvidar lo que hizo? —preguntó Alex.

 

—No se trata de perdonar o no, no sé qué lo empujó a actuar como lo hizo, pero si tiene deseos de redimirse por mi está bien, él al igual que ustedes ha sido mi amigo desde que era un crío, y no pienso… —respiró hondo antes de continuar, consciente del doble significado de sus palabras— dejarlo ir.

 

—Ya nos ha dejado claro que no va a ser tu padrino.

 

—Eso lo sé, por eso te lo pedí a ti. Sabes que Andrea está encima de mi con ese tema, y la verdad, si él no quiere hacerlo está bien, no puedo obligarlo, prefiero que lo hagas tú que sé que lo harás de corazón —se sentía incómodo buscando palabras que le ayudarán a defenderlo—. Es suficiente con que asista.

 

—¿Ese es su traje? —preguntó Juan.

 

—Supongo que sí, en realidad, preferí no preguntarle.

 

—Entonces tienes miedo que vuelva a hacer lo mismo, que te conteste a la defensiva, salga corriendo como novia traicionada y no vuelva —no se habían dado cuenta pero hasta ese momento habían estado susurrando, obviamente Alex no dijo lo último de ese modo.

 

Alex lo había dicho a plena voz sin pensarlo, mientras el sonido del juego se acallaba momentáneamente, y Ángel lo había escuchado todo. Se preguntó si en realidad sus actos podrían definirse de tal forma, si era de esa forma que la gente lo interpreta, ¿realmente estaba actuando como tal, como novia traicionada?. Jeyko se le había quedado mirando, deseando que no hubiese escuchado nada, pero sabía que el tono que Alex había utilizado había sido suficiente para que todo el edificio lo escuchará. No era que tuviera miedo, pero entendía que no debía presionarlo, que si quería saber qué era lo que pasaba debía tomarlo con calma y dejarlo entrar nuevamente hasta que estuviera en confianza. Ángel con la mirada le hizo saber a Jeyko que lo había escuchado todo, más hizo lo posible por ignorar el tema, no iba ser él quien iniciara una discusión a tan altas horas de la noche, por el contrario, a esa hora ya sentía el cansancio del día acumulándose en su espalda. Se acercó a Jeyko quien le estiraba la lata de cerveza y tomándola fue hasta el cuarto principal y se encerró en él. La situación había sido incómoda para todos. Alex casi se había arrepentido de lo que había dicho, más sentía una clase de tranquilidad al haberle hecho saber lo que pensaba, aunque hubiese sido de una forma tan indirecta.

 

Siempre que Alex y Juan se quedaban en el apartamento de Jeyko estos dormían en el cuarto de invitados y el enorme sofá de la sala respectivamente, y Ángel dormía con Jeyko en la espaciosa cama doble. Por eso se había metido de una en su cuarto y no cayó en el error que había cometido hasta que Jeyko minutos después entró y cerró con llave la puerta tras él. El ruido afuera de la habitación se silencio una vez Juan apago la consola y el televisor. Alex seguramente ya estaba en el cuarto de invitados. Jeyko como era su costumbre se cambiaba frente a él. Lo había hecho incontables veces en el pasado, desde que eran niños recordaba haberle visto haciéndolo más de una vez, pero desde el día que le viera completamente desnudo, con su miembro completamente erecto, no había pasado de nuevo, y de eso ya habían pasado varios meses. Luego de que Jeyko se deshiciera por completo de la camisa y su torso quedará completamente desnudo Ángel no pudo evitar que sus mejillas se tornaran de un color rojo carmín. La tez blanca de Jeyko era simplemente encantadora, su tono muscular había aumentado con los años sin exagerar demasiado, y el tamaño de su cintura era justo el adecuado. Consciente de que mientras Jeyko estuviera de frente a él podría percatarse de su sonrojo, se levantó y caminó hasta la ventana a sabiendas que el mismo sonrojo podría ser explicado por la cantidad de cerveza que esa noche había bebido, pero prefería no correr riesgos, más cuando descubrió que en el reflejo de la ventana podría verlo mientras se bajaba los pantalones sentándose en el borde de la cama. El cuarto de repente se sintió caliente. Sus mejillas se encendieron aún más. Le gustaba, el cuerpo de Jeyko le gustaba. Le encantaba sentir ese cosquilleo en la parte baja de su abdomen, sentir como su respiración se acelera mientras él se mete en la cama con nada más puesto que una pantaloneta de fútbol que le cubría hasta las rodillas. Ángel abrió la ventana y se recostó sobre ella un poco mientras bajaba colores y terminaba el trago en la lata. Sabía que en cuanto fuera a la cama Jeyko buscaría la forma de disculparse con él, y en el momento era la última conversación que quería tener.

 

Convencido de que no podía quedarse mucho tiempo en la ventana, cerró la misma y caminó hasta la cama. Jeyko estaba boca arriba, cubierto hasta el cuello, miraba televisión con el sonido en off. Ángel dejó la lata vacía de cerveza sobre la mesa de noche en la que esa noche sería su lado de la cama. En las ocasiones en las que habían compartido habitación habían dormido en las mismas condiciones, y recordarlo le hacía sentirse apenado, seguramente siempre había tenido esos sentimientos hacía él, y hasta ese momento se había percatado realmente de ellos, no por nada siempre buscaba la forma de que este le dejara abrazarlo por la noche, de que sus piernas se entrelazaran debajo de las cobijas. Jeyko nunca le había puesto problema. Al contrario, sabía que le gustaba por su de ese modo podía usarlo en su contra y burlarse de él. En contadas ocasiones le había acusado de usarlo para reemplazar un tipo de amor maternal que no había tenido, o de una fraternidad entre hermanos de diferente sexo de la que tampoco había disfrutado. Jeyko siempre terminaba abrazado por él, con su cabeza escondida entre el espacio del cuello y los hombros de Ángel, todo mientras estaban dormidos, casi sin darse cuenta, como si el mismo cosmos se encargará de acercarlos. L la sorpresa al despertarse y verse en ese estado solo causaba risas, y un drama exagerado de lo que podría pasar si alguno de los dos se dejará llevar por sus bajos instintos. Por supuesto nunca habían pasado de ser bromas fraternales entre ellos, es más, Ángel podría asegurar que en todos los juegos que tuvieron entre ellos, nunca habían llegado a sobrepasarse el uno con el otro, como para que se pudiera poner en duda las intenciones del juego. Eran muchas las razones que lo hicieron sentirse nervioso esa noche. Eran muchas emociones haciendo estragos en su mente. Su corazón latía fuerte, casi podía ver su pecho palpitar por encima de la tela de la camisa. No sabía si acostarse o no. Después de dejar la lata de cerveza sobre la mesa de noche y haberse sentado en el borde de la cama, con toda su ropa puesta, y encima de las cobijas, no sabía que debía hacer. Jeyko no había dicho nada tampoco. De vez en cuando lo miraba pero sin decirle nada volvía la mirada al televisor y se reía de alguna ocurrencia de la comedia que veía. Ángel no sabía si esperar alguna clase de invitación de su parte, o simplemente meterse en la cama con todo y lo que tenía puesto, lo cual sería sospechoso. Pero por primera vez en su vida sentía pena, una especie de estupor que se calaba en sus mejillas haciéndolo sonrojar. La situación era ridícula en sí misma, y Ángel lo sabía. Se sentía avergonzado por su nuevo auto descubrimiento. Tenía miedo de dejarse llevar por sus emociones y acercarse demasiado, de modo que sus propios impulsos pudieran traicionarlo. Su cercanía le tenía agitado, y temía la forma en la que podría reaccionar si Jeyko llegase a tocarlo, así fuera por pura casualidad. Aun en las noches, solo en su cama, recordaba la pequeña caricia que había hecho en su cuello antes de que se negara a ser su padrino. Aún sentía sus dedos quemándole la piel, y esa inminente cercanía entre los dos le causaba sensaciones muy fuertes.

 

Finalmente se daba el primer corte de comerciales después de que Ángel decidiera sentarse a su lado en la cama. El programa no era especialmente entretenido, pero le gustaba. La conversación que había tenido con Alex y Juan mientras Ángel estaba en el baño le había dejado confuso. Era verdad que Ángel había actuado mal, no habría una persona que pensara diferente. Pero Jeyko podía ver en sus ojos su arrepentimiento, o no una clase de arrepentimiento en sí, sino el simple deseo de querer estar cerca y eso le gustaba, es más podría decir que para él era suficiente. 

 

Está a punto de reírse. Tantos años compartidos y Ángel lucía como si le tuviese miedo, como si temiese acercarse, como si no le conociera. Era mucho el deseo que tenía de reírse de él. Desde hace un rato había notado un leve sonrojo en sus mejillas que nunca antes había visto, quiso relacionarlo con el alcohol que habían bebido esa noche, pero el mismo nunca había causado tal efecto en él. También podía sentir su cuerpo tensionado, como si estuviera a la expectativa de algo. Era obvio que estaba incómodo. Lo que Jeyko menos quería era llevar a colación algún problema que hayan tenido hasta ese momento, así que antes de que iniciara el siguiente segmento del programa lo invitó a meterse en las cobijas y hacerse a su lado.

 

—Te vas a resfriar si sigues ahí, además no es la posición más cómoda para dormir —dijo sin mirarle— aún falta mucho para que amanezca, aprovecha y descansa un rato, quiero que en la mañana me acompañes a hacer algo que tengo que hacer.

 

—¿A dónde tienes que ir?

 

—Pues… —dudo en decirlo, Ángel le miraba fijamente, no sabía si era correcto invitarlo a que lo acompañara en un asunto relacionado a la boda, pero era una diligencia que tenía que hacer y que no quería hacer solo— aún no he comprado los ingredientes para la torta, tiene mucho trabajo y es mejor que empiece a trabajar en ella pronto.

 

—Vas a preparar tu propia torta, bueno tiene sentido, nadie podría hacerlo mejor que tú.

 

Jeyko solo sonrió ante su comentario. No le había dicho que iría, pero tampoco se había negado así que contaría con su compañía sin confiarse demasiado. 

 

Luego de su invitación a acostarse Ángel había decidido meterse entre las cobijas lo más rápido que su cuerpo se lo permitiera. Rápidamente se deshizo del pantalón y los zapatos y sin quitarse la camiseta se metió entre las sábanas. Respiró hondo y quedó boca arriba, y colocó ambos brazos a sus costados sobre las cobijas. Jeyko no pudo aguantar más, y soltó una sonora carcajada que no pasó desapercibida por los que estaban fuera de la habitación. Alex se sintió enojado, le sorprendía lo mucho que Jeyko valoraba a Ángel como para permitirle regresar así sin más. Juan por el contrario sonrió, cada vez más entendía lo que Ángel sentía y el porqué de su forma de actuar, aunque no dejaba de sorprenderle la idea de que Ángel por fin empezará a aceptar sus verdaderos sentimientos.

 

—Deja de actuar como si fueras un desconocido, crees que invito a cualquiera a mi cama —lo dijo todo sin dejar de reírse— en serio ¿Qué es lo que pasa contigo?

 

—Conmigo nada, eres tú el loco que se ríe así de repente —se dejó contagiar por la risa de Jeyko más eso no hizo que su sentimiento de vergüenza disminuyera, por el contrario se sentía más apenado que antes—. Además no es como si me hubieras invitado, prácticamente me deje llevar por la costumbre, no es como si aún tuviera derecho de meterme en tu cama.

 

No sabían cómo ni por qué pero parecía que todo lo que dijeran o todo lo que hicieran los llevaría a tocar el tema. Por más que lo evitasen, por más que trataran de dejarlo atrás y de aceptar las cosas tal cual venían era imposible no hablar sobre ello. Como si su sentido de culpa pudiera más, o el deseo de dejar zanjar las cosas en paz. Ninguno de los dos sabía cómo podrían continuar las cosas a partir de ese momento, o a partir del momento en que Jeyko diera su sí final, un sí que podría o no condenar a Ángel a un estado de desespero y desolación constante que podría causarle mucho daño. La habitación se había quedado en silencio luego de su comentario. Jeyko le había mirado a los ojos como tratando de decirle que no había problema, pero tampoco había sido capaz de decirlo en voz alta. Ángel luego de arroparse por completo se dio media vuelta dándole la espalda a Jeyko, quien no tuvo más que apagar el televisor y mirarle la espalda. Sabía que debía haber dicho algo, más no fue nada lo que salió de su boca, como si en medio de su garganta se hubieran atascado las palabras. De repente nació en su interior un deseo de ser abrazado por él, o que al menos él se dejase abrazar. No quería herirlo, lo menos que buscaba era alejarlo. No sabía realmente cómo era posible que su unión a Andrea causara tantos efectos en su relación, y más después de que llevaran más de dos años juntos. Sin dudarlo dos veces acercó su cuerpo al de Ángel y lo abrazó por la cintura. La mano temblorosa de Ángel se posó sobre la suya y buscó alejarlo pero Jeyko se negó a soltarlo y posó su frente sobre su espalda. Sintió lo agitada de su respiración. No entendía realmente por qué Ángel se sentía así. Porque las últimas veces había reaccionado de una forma tan extraña a su cercanía. Lo había sentido desde el día que se recostó en sus piernas, como si solo su tacto le hiciera daño. Lo que Ángel no sabía era que el que se alejara tanto de él también le causaba daño, de una forma a la que él se había resignado tiempo atrás. 

 

Finalmente el temblor en el cuerpo de Ángel cesó. Había aprisionado bien el brazo de Jeyko buscando que no se alejaran de él. Jeyko tampoco intentó soltarlo, al contrario, se acercó más a él, hasta que sus cuerpos estuvieron uno al lado del otro. Solo hasta que Ángel se quedó dormido él pudo hacer lo mismo.

 

El ruido fuera de la habitación lo despertó. Respiró hondo antes de abrir por completo los ojos. Se dio media vuelta y comprobó que el otro lado de la cama estaba vacío. Como le hubiera gustado despertar y verlo, encontrarlo dormido para así aprovechar y acercarse a él. Pero sabía que Jeyko no permanecía demasiado tiempo en la cama, era como si le estorbaran las cobijas. Llegadas las ocho de la mañana a más tardar Jeyko se levantaba, incluso después de haber trasnochado. Era más un hombre de día, que vivía de día. Ángel por el contrario prefería dormir hasta tarde, aun si el trabajo no lo permitiese en ocasiones. Jeyko le dejaba dormir, era Alex por lo general el que solía despertarlo. Pero ese día eran más de las diez de la mañana y Alex ni siquiera se había acercado a la puerta para llamarlo. Estaba realmente ofendido, como si Ángel se hubiera metido directamente con él, como si el herido fuera él. Pero a Ángel lo que menos le importaba en ese momento era eso. Por lo pronto lo importante era sacarle el jugo al tiempo que podía estar a su lado, así eso signifique lidiar con el asunto de la boda. Se estiró un poco pero en vez de levantarse volvió a acomodarse bajo las cobijas y prendió el televisor. Miró con detalle el cuarto de Jeyko, era obvio que Andrea no vivía aún con él, sin embargo había muchas cosas de ella que le incomodaban. En el armario justo donde estaba el televisor, en la parte superior había una hilera de fotos. La primera era de sus padres cuando aún eran jóvenes y otra de la edad que tenían en la actualidad. Ya ambos pasaban los sesenta años y vivían muy lejos para que Jeyko pudiera verlos, sin embargo sabía que él hacía el esfuerzo de hablar con ellos casi todos los días. Para él era muy importante su familia, y Ángel sabía que estarían con él el día de su boda, al igual que sus tres hermanas y su hermano menor que aún vivía con sus padres. Era una familia grande a la cual Ángel había conocido en su totalidad. Guardaba especiales recuerdos de la mamá de Jeyko, la señora Sara que en muchas ocasiones le había abierto las puertas de su casa cuando aún estaban en la ciudad. Seguramente si ella estuviera con ellos ya le hubiera jalado las orejas por su comportamiento. Es más, estaba seguro que Jeyko no le había contado nada para no alterarla. Debía explicarle todo el día de la ceremonia, no solo para excusarse con ella por no ser el padrino de su hijo, si no para que él no tuviera problemas por no haberle dicho nada. En la siguiente foto estaba él con sus hermanos, y en la próxima estaba con Andrea, abrazándola por la cintura. No era todo lo que había de ella por ahí, varias de sus bufandas colgaban de una de las puertas del armario, desde donde también se veía parte de su ropa, también había un par de fotos en las mesitas de noche, y algunos productos de tocador dentro de los cajones, entre otras cosas. Muchas cosas le recordaban su presencia en la vida de Jeyko, pero al contrario no había nada suyo que pudiera recordarle su propia existencia. Tantos años de amistad y en su cuarto no había una sola cosa que lo recordara. Nada. Contrario de su propia habitación en la que todo se lo recordaba, desde su colección de carros en una pequeña repisa en la esquina de su habitación hasta un par de chaquetas que había pedido prestadas en algún momento y que aún conservaba en su armario.

 

La puerta se abrió luego de que Jeyko diera unos golpes en la puerta. Sus miradas se cruzaron y Jeyko entró por completo, le saludó y le pasó una bandeja en la que le llevaba el desayuno. Le contó también que luego de haber desayunado los muchachos se habían ido dejándole saludos, lo cual obviamente era mentira. Jeyko estaba completamente vestido, y luego de pasarle la bandeja a Ángel se sentó a su lado y esperó. Ángel comió despacio. Le encantaba la forma de cocinar de Jeyko. Reconocía fácilmente que su mamá, aunque buena cocinera no conseguía la sazón de Jeyko y esa era solo una de las muchas razones que habían mantenido a Ángel en el apartamento de Jeyko durante tanto tiempo. Esa era una de las tantas razones por las que le sería tan difícil no volver.

 

Una vez terminado el desayuno y de que Jeyko recogiera la bandeja para llevarla a la cocina, Ángel se levantó y fue hasta el cuarto de invitados de dónde sacó la ropa que se pondría ese día. Colocó una nota mental de no irse sin nada, solo tenía que recordar llevárselo todo. Todos los recuerdos que Jeyko podría tener de él estaban en esa habitación, desde su ropa, hasta sus discos de vinilo, y muchas otras cosas que les unían, y que guardaría en un baúl una vez estuvieran todas en su casa.

 

Luego de media hora en la que Ángel tardó en alistarse, salieron del apartamento rumbo al centro donde Jeyko compraría los ingredientes para su pastel de bodas. La situación entre los dos a medida que pasaba el tiempo se ponía más incómoda. Jeyko quería hablar, en el fondo lo único que quería era contarle todo lo que había tenido que pasar desde que él se hiciera a un lado. Ángel por su parte lo que menos deseaba era escucharlo. Quería estar con él, eso no lo negaba, pero podía ver en sus ojos la necesidad de hablar. Y no era que no quisiera hablar, quería saberlo todo, pero no de la boda. Quería saber sin preguntarle, como estuvo una vez se hizo a un lado, como estaría después de que se fuera. Pero también sabía que era su deber hacerlo sentir tranquilo. Dejarle claro que no tenía por qué tener miedo, que no se iría de su lado otra vez, como afirma Alex que lo haría. No hasta que diera el sí frente al altar, y para hacerlo sentir cómodo el único tema del que podría hablar sería ese, la boda.

 

—Tengo curiosidad —empezó Ángel mientras caminaban al local— ¿cómo le hiciste para conseguir el salón?

 

—Ojalá hubiera sido yo —contestó Jeyko contento de la curiosidad de Ángel—. Ella todos los días llamaba. No sé si te acuerdes, pero habíamos planeado la boda para el 26 de febrero del año próximo.

 

—No lo sabía.

 

—Pues sí, esa era la fecha. Pero luego de tanto insistir y de que se cancelara una reservación para ese día, ella lo tomó, por eso se adelantó la compra de trajes y bueno… todo.

 

Ángel se quedó en silencio. Se le había avisado de esa prueba de trajes unos dos días antes. No había hablado con Jeyko directamente. Alex se había comunicado con él y le había dicho donde se verían. Para entonces no estaba enterado de ningún plan. Recién había vuelto Andrea de su viaje y pocas habían sido las veces en las que se había comunicado con Jeyko. Más de una vez le había dado excusas para que sus conversaciones no se alargaran demasiado.

 

—Te debe estar costando un ojo de la cara todo lo que la princesa desea —no pudo evitar el comentario, tampoco hizo demasiado esfuerzo por disimular su tono, no le interesaba en ese momento mostrar una especie de agrado hacia ella que en realidad no sentía.

 

—Pues, no a mi directamente. Mi papá está cubriendo la mayoría de los gastos, dice que es su regalo de bodas, me dejó a mí el gasto de la luna de miel, que ya tengo casi cubierto.

 

—¿A dónde piensan ir?

 

—Es una sorpresa, te acuerdas de mis ahorros.

 

—¿No me digas que gastaste todo ese dinero?

 

—Casi todo, vale la pena —Ángel no pudo evitar mirarlo a los ojos y recriminarle lo que acababa de decir. Jeyko se dio cuenta, pero igual continuó, mientras Ángel solo tomaba aire—. Nos vamos para Roma.

 

—¿Italia?

 

—Sí.

 

Ángel detuvo el caminar. Jeyko se adelantó unos pasos antes de detenerse y voltear a verlo. La respiración de Ángel se aceleró. Estaba enojado. Lo había visto ahorrar ese dinero desde que empezara a trabajar en la pastelería más de cinco años atrás. Sabía la cantidad que tenía, y sabía también para que había ahorrado ese dinero durante tanto tiempo. Con un poco más de esfuerzo ese negocio propio con el que siempre había soñado sería una realidad. Sería la mejor pastelería de la ciudad. Lo había visto noches enteras planeando cómo sería todo, desde la distribución de las mesas, hasta los empleados que tendría, la cocina, los ingredientes, su horno. Cuántas veces no había ido a acompañarlo para verlo, esperando que bajaran un poco de precio para poder apartar el suyo. Era como si Jeyko destruyera un sueño propio, lo veía poniéndose a él por debajo de ella, abandonando todo por ella. Se le aguaron los ojos y no podía dejar de negar con la cabeza. No podía creerlo, y mientras Jeyko le miraba buscaba en sus ojos la razón de todo, el problema era que ya se lo había dicho y como si volviera a pedirlo volvió a decirlo.

 

—Vale la pena, ya tendré tiempo para empezar de cero, además no lo he gastado todo.

 

—Ella es buena mujer —lo dijo en voz alta pero no buscaba darle la razón, si no convencerse de eso— es una buena mujer.

 

—Lo es.

 

Ángel estuvo de nuevo a su lado, pero la forma en que lo miró era algo que Jeyko nunca podría olvidar. Prácticamente vio odio en sus ojos, resentimiento, dolor; todo en conjunto, todo mezclado en esos ojos negros que le miraron fijamente durante unos segundos. Esos ojos que habían perdido su vivacidad, y que luchaban por no derramar una lágrima frente a él. Ángel siguió caminando adelante. A pesar de lo que sentía se había propuesto pasar esos últimos días con Jeyko. Pasara lo que pasara, dijera lo que le dijera. A menos que Jeyko le pidiese alejarse. Incluso si Andrea se atrevía a echarlo él no se iría, no hasta que él diera el último sí.

 

Pronto llegaron al local donde Jeyko compraba sus ingredientes. En el lugar lo conocían de mucho antes. Ángel lo había acompañado a ese lugar desde que empezara sus estudios. Iban regularmente. Cada que Jeyko quería preparar algo especial en el apartamento.

 

El tendero los saludo a ambos y abrazando a Jeyko preguntó por Andrea. Ellos habían ido días antes para apartar los ingredientes y ordenar otros con los que el tendero no contaba. Saludo a Ángel también, pero este luego de responder el saludo salió de la tienda y se sentó en la acera a esperar que Jeyko terminará. Ella se había mezclado en todo. Todo lo que antes él hubiera reclamado como suyo. Para Ángel era difícil permanecer ahí, incluso a ese lugar la había llevado, cada costumbre de su vida que compartía con Jeyko, cada aspecto que compartían entre los dos en los que ni siquiera Alex y Juan habían intervenido antes, ni siquiera habían sido invitados era ahora de ella. Todo eso había pasado delante de él, en los dos años en los que a pesar de estar ahí no se había dado cuenta de nada, o en los que no había querido darse cuenta pues a medida que pasaba el tiempo se daba cuenta que Jeyko no era el mismo, que su relación no era la misma, y que todos sus actos parecían llegar al mismo punto, llamar su atención.

 

Buscó en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó una cajetilla de cigarrillos y el celular que había empezado a timbrar insistente dentro de su chaqueta. Contestó el aparato mientras encendía un cigarrillo. La voz de la señora Claudia se escuchó del otro lado, contenta de escucharlo. Los últimos meses se había acercado mucho a ella, más de lo que lo hubiera estado en su adolescencia o su niñez. Ella a pesar de sus regaños y de sus constantes discursos de lo que según ella era correcto y debía hacer, había estado pendiente de él. Él podría decir que ella le salvó la vida, que estuvo tan encima de él, que lo sacó de la cama a la fuerza para que se levantara y se comportara como un hombre, como el hombre que había criado. Por ella estaba ahí ese día, con un nudo en la garganta tratando de que no se le notara mucho. Hablo con ella un par de minutos hasta que le contó dónde estaba y con quien. Le dejó claro que volvería a la casa hasta el día de la boda, o antes si algo malo pasaba, pero que confiaba en el hecho de que no fuera así. También le dejó saber la gratitud que sentía por haberlo obligado a levantar, a pesar de lo mal que lo pasaba. Luego de colgar y de guardar el celular de nuevo en su chaqueta junto a la cajetilla de cigarrillos entró en el local. Jeyko terminaba de pagar la cuenta y ya iba a salir.

 

Tomaron un taxi que los llevó rápidamente hasta el apartamento. En el camino no se dijeron nada. Jeyko tampoco pareció querer decir algo. Por primera vez se había sentido juzgado por él. Entendía que le doliera, que no compartiera sus decisiones, pero al contrario de la reacción que tuvo, el esperaba que le diera fuerzas de continuar, la confianza de saber que si trabajaba duro después de la boda, pronto podría recuperar ese dinero que había tardado tanto en ahorrar. Quería hacerle saber que lo estaba gastando de la mejor forma, que sentía era una inversión para su futuro, para su felicidad, sin embargo Ángel no lo tomaba así, y no sabía cómo decírselo.

 

Aún era temprano cuando volvieron al apartamento, y a parte del desayuno no habían comido nada. Después de que ingresaran al apartamento Jeyko fue hasta la cocina y organizó todo lo que había comprado mientras Ángel se quedó en la sala viendo la televisión. Luego de unos minutos en los que Jeyko no volvió a la sala Ángel se preocupó. No sabía si ir a buscarlo, tenía hambre y deseaba algo de comer. Así que se decidió por ir hasta la cocina. Jeyko había terminado de organizarlo todo. En los días siguientes empezaría con la preparación de la torta, pero luego de terminar de organizarlo todo pensó en volver a la sala, donde podía escuchar el ruido del televisor y sabía que Ángel estaba ahí. Pero sus pies no se movieron, no pudo salir de la cocina. Así que fue hasta el cuarto de ropas y sentándose sobre la lavadora se recostó contra la pared y cerró los ojos. Ángel tardó un par de minutos en encontrarlo. Jeyko no sintió cuando Ángel llegó, y luego de observarlo por unos segundos se decidió a hacerle saber que estaba allí.

 

—Si no quieres que esté acá es solo cuestión de que lo digas, puedo irme si así lo quieres.

 

—Que… —Jeyko abrió los ojos y lo miró—. No quiero que te vayas, solo necesitaba un minuto para pensar.

 

—Si te molesta mi reacción por la forma en que gastaste el dinero lo siento. Solo no me parece bien, pero no puedo decirte que es lo que tienes que hacer, si eso es lo que quieres bien, por mi está bien —Jeyko se quedó mirándolo, pero no dijo nada más—. Aún puedes decirme que me vaya, no lo haré si no lo pides.

 

—Ven acá —y le estiro la mano buscando que la tomará, luego de que lo hiciera lo jalo hasta él y recostó la cabeza sobre su hombro— me harías el favor de no volver a irte.

 

Con un movimiento de cabeza le dijo que sí, que no se iría. Jeyko tenía esa forma extraña de comportarse, siempre había sido así. Podía mostrarse frío y calculador y de un momento a otro demostrar una sensibilidad propia de una dama. Una sensibilidad de la que Ángel en su propio descubrimiento no gozaba. Él era mucho más tosco y rudo para las cosas. No se preocupaba mucho por sus sentimientos, y por eso siempre terminaban en situaciones como esa, en las que él decía las cosas sin pensar, y terminaba por herirlo. Aún cuando no dijera en realidad mucho de lo que pensaba.

 

El corazón le latió con fuerza. Tenía a pocos centímetros el cuello de Jeyko. Solo debía moverse suave para poder alcanzarlo y besarlo, así fuera solo el cuello, así fuera solo un beso. Pero eso podría alejarlo antes de tiempo, faltando tan pocos días, tan poco tiempo, no era algo que pudiera desaprovechar, no por un impulso. Respiró hondo y absorbió su aroma. Ese olor dulce que desprendía su piel cuando evitaba usar colonia. Ángel intentó alejarse, pero Jeyko le detuvo. Jeyko podía sentir su cuerpo temblando, no de forma exagerada, muy sutil pero perceptible.

 

—¿Por qué tiemblas?

 

—No lo hago —Jeyko lo abrazó, pasando ambos brazos por encima de su cuello y mirándolo a los ojos. Ángel puso ambas manos sobre su cintura. Sí temblaba, todo su cuerpo lo hacía. Y mientras tocaba su cintura sobre su camisa, deseaba hacerlo por debajo de ella, sentir su piel y eso solo empeoraba el temblor en su cuerpo.

 

—Pídeme un deseo y te lo cumpliré ahora.

 

—¿Qué? —preguntó tratando de alejarse, pero Jeyko no lo dejó. Sus manos se resbalaban por su pierna y se le hizo agua la boca. Faltaba poco para que perdiera el control de sus propios impulsos— ¿de qué estás hablando?

 

—Tómalo como una disculpa por tomar decisiones sin consultarte —No sabía en realidad qué era lo que decía, pero podía ver como su respiración se agitaba, como se relamía los labios mientras miraba al suelo, incluso sentía como apretaba sus piernas entre sus manos. No sabía que quería, que esperaba que él pudiera pedirle justo en ese momento, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera—. Pídelo.

 

—No.

 

Se soltó del agarre de Jeyko para ir hasta su habitación, o la de invitados, y encerrarse en ella. Respiraba hondo constantemente. Sabía que podía habérselo pedido, incluso haberlo besado sin siquiera avisarle y él no habría puesto resistencia. Pero no lo quería así. Lo que menos buscaba era una clase de complacencia por parte de Jeyko, lo quería todo de él, pero no aun, no de esa forma. Jeyko respiró hondo y fue hasta la sala detrás de él. Pudo verlo ingresar en la habitación. No entendía nada de lo que estaba pasando. Solo sabía que fuera lo que fuera que él estuviera sintiendo se lo había dejado todo en el cuerpo. Tenía una risilla nerviosa en el rostro y constantemente pasaba saliva. Se preguntaba qué era eso que esperaba que él pidiera. De donde habían nacido esas emociones en primer lugar, y porque de repente sentía esa extraña necesidad de tenerlo cerca. Jeyko caminó hasta la puerta de la alcoba y golpeó un par de veces antes de abrir. Para su sorpresa la puerta estaba sin seguro y pudo ingresar fácilmente. Ángel estaba sentado al borde de la cama y ni siquiera lo miró cuando entró.

 

—Puedo preguntar que fue todo eso, Alex tiene razón, a veces actúas como una novia desesperada.

 

Soltó una sonora carcajada. Aún tenía todo ese nerviosismo colándose por los huesos. Sentía una especie de euforia que no podía disimular. Debía agradecer que Ángel le conociera de tanto tiempo y tan bien, de lo contrario podría haber reaccionado de una forma distinta, y haber dicho algo a lo que él no hubiera podido contestar. Ángel, un poco desconcertado por lo dicho por Jeyko y al mismo tiempo algo divertido por la forma en que se reía y el ánimo con el que tomaba las cosas más en una situación en la que él había estado a punto de perder el control. Decidió hacer lo único que podía hacer. Se recostó por completo en la cama hasta alcanzar una de las almohadas recostadas en la cabecera de la misma, y luego de tomarla, enderezándose lo más rápido que pudo, lanzó la almohada contra el rostro de Jeyko que seguía de pie en el marco de la puerta, recibiendo el golpe de lleno. La respuesta no se hizo esperar y no pasó mucho tiempo para que Ángel recibiera de nuevo la almohada que por la fuerza del golpe terminó por tirarlo sobre la cama, donde finalmente se dejó contagiar por la risa de Jeyko que ahora lo hacía sentado en la puerta. 

 

—¡Tengo hambre!, deja de molestarme y dame algo de comer —dijo tratando de recuperar el aliento— que mal anfitrión eres.

 

—No, ya es muy tarde para preparar el almuerzo y es muy temprano para comer, salgamos y comamos algo afuera.

 

—No quiero salir más.

 

—Entonces preparó unas palomitas y algo de mecato ¿te parece?

 

—Sí, ve mientras busco una película que ver.

 

Jeyko fue hasta la cocina y se dispuso a preparar las palomitas en el microondas mientras buscaba unos embutidos y unos chicharrones en paquete. Ángel por su parte entró en la habitación y busco la gaveta de películas y luego de elegir una y colocarla en el reproductor, se recostó en la cama a esperar que Jeyko llegará para verla con él.

Notas finales:

Gracias por leer.


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