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Hojas de Almendro por Maria-sama

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Ilean estaba del todo conciente de que algo no marchaba bien. De hecho decir “algo” solamente mostraba optimismo idiota que ella jamás se hubiese permitido con antelación. Achacó su debilidad a los acontecimientos que tuvieron que ver con Raoul después de todo, la experiencia la marcó más de lo que se hubiese permitido esperar.

Pero súbitamente se cortó de esos pensamientos, reprendiéndose. Lo de anoche, se recordó, formaba parte del pasado. Eso la sabía. Sin embargo tenía un enorme malestar. Tal vez, pensó, se debía a aquél trato que en la víspera de las fiestas de Los Almendros (entrada la primavera) tendrían lugar. Chascó la lengua enojada. No importaba lo que ella pensara. Se trataba de mucho más que un simple trato entre reinos, entre razas; mucho más. Los dioses estaban de por medio y, se recordó con amargura, ellos no son lo que se dice pacientes cuando se habla de rituales que les son propicios. No, quizá no, pero ese año seguramente le tocaría a un conocido: Raoul. 

Sonrió para si como burlándose de ella misma. Otra vez, salía a colación el nombre de la mano derecha de su hermano. Para Ilean no había escaño en su vida para las relaciones que fuesen más allá de la camarería. Únicamente tenía mente para los, cada vez más precarios, asuntos de estado. Las constantes amenazas de invasión, los recientes cambios en el calendario del clima, los tributos cada vez más escasos, la búsqueda de provisiones, todo ello consumía su tiempo, ya que, se recordó de mala gana, últimamente su hermano estaba mucho más ocupado en “juguetear” con sus enemigos que atender al reino y, todavía peor, los asuntos religiosos. ¡Dioses, si tan solo no lo amara tanto! 

Pero pensar en cada uno de esos temas no ayudaba en nada y aun quedaba ese algo por atender. Las tribus de landarians llegaban cada vez en mayores proporciones y no sabía como podría alejarlos. Si bien, Riki había sido de mucha ayuda contra los odiosos negruts, aún quedaba la pequeña pregunta ¡¿Cómo demonios habían llegado desde la Ruta Maldita hasta esa parte del reino?! 

Suspiró cansada mientras iba a inspeccionar las caballerizas. Antes que nadie lo notara pensaba marcharse. Ese día no estaba del todo bien y necesitaba cabalgar, eso siempre le había sido de ayuda a la hora de aclarar sus pensamientos. 

Entró en las espaciosas despensas de las caballerizas del Fuerte.

-Dikhil- saludó la elfa al encargado de los caballos: un humano de prominente barriga al que le faltaban dos o tres dientes, por no hablar del cabello casi inexistente. 

El aludido solo respondió con una ligera reverencia a la mujer. Su gran altura le servía de ayuda en esa mañana para calmar al poderoso potro de la princesa.

-Ensíllalo debo partir cuanto antes, no… no uses la blanca, usa la de color pardusco- reconvino al ver que el hombre iba a ponerle la silla con la que llegara del castillo, pero no era eso lo que necesitaba. No ese día. Se sentía ahogada en tanta formalidad y belleza. Ansiaba sentir el rigor del camino y de una buena silla usada y no las cómodas dispensas que tenía para ella su hermano Iason.

Dikhil se limitó a seguir órdenes. 
-Se va tan pronto señora- dijo pero no fue pregunta fue más que una afirmación, una especie de reproche.

-Si Dik, debo hacerlo. Las cosas vuelven a su cause en esta apestosa ratonera y si me quedo la suciedad pude mellar mi dignidad principesca.

El hombretón rió de buena gana. La princesa nunca dejaba de lado su humor soldadesco. Usaba malas palabras cada que podía y siempre mostraba esa enorme fuerza. Sabía que el reino estaba a salvo y medianamente tolerante ante los “inferiores” como él, gracias a ella y sólo a ella, por ello la respetaba. Para él Ilean era el rey que debió suceder al gran Minkaisel.

Mientras el hombre hacía su trabajo Ilean buscó vituallas para su largo camino.

- No tardaré Dik y más vale que mi caballo esté listo cuando regrese si es que aprecias esa grasosa cabeza tuya.

-No se preocupe señora, anhelo conservarla sobre mis hombros por mucho tiempo.


Ilean sonrió dejando al hombre hacer su trabajo. Se dirigió a las cocinas para aprovisionarse lo suficiente, pues el camino iba a ser más largo, ya que iba a llevar una marcha mucho más ligera que la que empleó al venir.

Iba caminando distraída y sin darse cuenta chocó con alguien.

-…¡Oh! … yo lo siento- empezó a balbucir una voz de mujer


-ya lo creo que lo sientes ¡Yo también lo he sentido!- replicó Ilean divertida para encontrarse con los ojos grises recién conocidos.

-¿Surel?


-Así es señora- dijo la chica algo turbada


-Perdona mi torpeza- dijo sincera la elfa.

-Soy yo quien debe disculparse


“¡Dioses! Ella tiene más porte que yo que soy princesa” pensó asombrada la rubia de ver el aplomo con que decía la chica sus disculpas que para nada sonaba como verdadero arrepentimiento. 

-En fin, me alegro de poder despedirme 

-¿despedirse? ¿Es que acaso se va?

-Si, así es, debo irme. 

Por un instante Ilean creyó ver una especie de brillo en los ojos de la humana ¿tristeza? No, eso parecía ser imposible…

-Necesito algo para el viaje, como… comida por ejemplo- sonrió al bromear Ilean.

-Ya le traigo un hatillo señora, aguarde por favor.

La muchacha pareció volar y en menos de lo que cae un pétalo, llegó con las provisiones.

-Bien, gracias- dijo la elfa una vez que hubo recibido lo que buscaba.


-Esto… ¿señora?

-¿Si?- cuestionó Ilean girándose para verla. 


- He hecho lo que me mandó. Di al señor Raoul su pócima y dejé que sus donceles le diesen un buen baño.

Extrañada Ilean no supo que decir, pero luego rió alegre.

-Ya veo. Creo que a Raoul no debió sentarle muy bien.

-No mucho 

Otra vez iba a irse pero la pequeña mano de la joven la retuvo.

-¿Si?

-Me… me gustaría… me gustaría- dijo la chica pero no pudo acabar.

La elfa la vio con ternura. Hacía unos instantes le había parecido una princesa y ahora le pareció una muchacha cualquiera, tímida y asustada. 


-¿Quieres acompañarme?- dijo por fin Ilean, sorprendida por que más que una pregunta era una petición y por que no se le hubiera ocurrido antes.

Surel asintió con las mejillas arreboladas. No sabía qué demonios le impelía a hacer semejante cosa. Casi paciente, esperó la bofetada o el regaño, que nunca llegó.

-Supongo que esta bien. Solo tendré que buscarte un caballo… ¿sabes montar?

-No muy bien señora

-Ya, eso es un problema. Entonces te llevaré yo en mí montura, con la condición de que me llames Ilean y no señora ¿de acuerdo?


La chica pareció escandalizada pero accedió.

En lo que se preparaba para la partida Ilean pensaba lo extraño que empezaba a resultarle su estancia en el fuerte de Raoul. No esperaba que todo aquello le sucediese. Parecía salido de algún mal cantar de gesta humano. Una aventura que nada tenía de comparación con lo que había esperado. Una solución a sus problemas en ese lado del reino y nada más, pero como era de esperarse, al parecer, nada podría ni como mínimo así de sencillo. 
Por si fuese poco, ahora debía pensar en que el hatillo debía ser más grande, igual que su estancia en el camino de regreso al castillo.

¡Diosas! Cómo ansiaba refrescar su garganta con un poco de cerveza en el campamento, como un soldado más y no partir en el sigilio de la mañana como si de una ladrona se tratara. Apartó de sí las incomodidades, al considerar que no estaba pensando en lo que Raoul pensara, sobre el pequeño detalle de llevarse a una de sus recién adquiridas esclavas. Se mordió el labio. ¡Y había sido ella la que le reclamar a Iason que no se comportara como si tuviese 100 años! Si, reconoció al instante que se estaba comportando como una chiquilla, la cual no era, desde hace muchos, muchísimos años. 

Y sin embargo, ¿cómo echarse para atrás? Había dicho a la chica que si, ahora lo demás, era lo de menos. 
Quizá, pensó, no me importa lo que pase, sino que me agrada la idea de tener a la humana cerca...

Un escalofrío la atacó, y agradeció que la bella Surel no lo notara. 


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Ni más ni menos. Todo un portento de la naturaleza. Ese humano que estaba en frente del augusto Iason Mink, señor del colosal imperio franqueado por dulces almendros; ése mismo que ahora yacía en el lecho del hermoso rey no conseguía dominar sus sentimientos. La mirada del humano declaraba furia, pero su cuerpo clamaba por el del rubio ¿cómo era eso posible? Simplemente por el poder de la diosa. Esa misma que sólo los iniciados de la dinastía Mink conocían de nombre y que los ajenos llamaban: “Naturaleza”

La sutil fragancia proveniente del incensario llenaba la habitación, así como los mellados sentidos de Riki, sin embargo eso no le impidió abrir los ojos al máximo al ver lo que su autodenominado amo blandía: el enorme falo de marfil. Negó horrorizado, sacudiendo la cabeza con lentitud, como aquél que comprende lo que sucede pero no da crédito a lo que sus orbes le muestran.

El lecho parecía una suave mortaja. Todo le parecía una cruel broma de los dioses, en especial ese deseo que no se apagaba más que con las caricias del rey de los elfos.

Esa tarde Iason no quiso llamar al elfo gris.
Secretamente Riki se sintió un poco menos acongojado, pues de estar allí Forferían no podría soportar el amargo peso de la humillación. Pero de eso a que estuviese de acuerdo con lo que el elfo deseaba de él había largo trecho por recorrer.
Riki dio paso al miedo que pugnaba dentro de su ser. La cuerda se clavaba en su carne, aunque no con tanta saña como hacía unos momentos; sus brazos tras de su espalda: estaba indefenso porque aunque sus piernas libres estaban, éstas fueron atacadas por calambres, impidiéndole al humano la posibilidad de dar batalla. Maldijo por lo bajo. La diosa le dispensaba un amargo sino.


Iason veía complacido al chico. ¿Acaso ese humano jamás dejaría de proporcionarle placer? El más hermoso de los placeres: el saberse dueño del moreno, ver su humillación, su desespero y su ardorosa pasión que, casi siempre se tornaba en arrepentimiento. Sin duda su adquisición le haría olvidar todas esas aburridas tardes rodeado de los odiosos de sus consejeros o peor, del mismo populacho quienes se alzaban como un puñado de sanguijuelas dispuestas a chuparle la sangre… él, Iason Mink no quería ser chupado por ellos, no, mejor por los atezados labios del humano allí presente.

¡Ah, cuántas tardes podría vivir así! Excitándose solo por el simple hecho de refugiarse en ese mirada, acrisolada en todo tipo de sentimientos, como el odio, la vergüenza, el deseo y la venganza. Sí, Riki, un humano, conseguía lo que ningún congénere le hubiese podido dar hasta ese momento: placer, en todos los sentidos.

Le empezaba a ser indispensable reflejarse en las temerosas pupilas, sentir la morena piel y escuchar las pintorescas pullas del joven. 

Iason avanzó hasta quedar pegado al lecho, pero sin subirse en él, aún.

Con desespero Riki trató de soltarse.

-No hagas tonterías Riki- pidió el mayor inclinándose hasta quedar a la altura del humano que no dejaba de retroceder, hasta casi caer del lecho- Ese látigo es más fuerte que tu, y lo sabes. No dañes tu piel inútilmente, porque tengo preparado para ella otros designios- agregó seductor.

-Con sinceridad me importa un comino lo que tenga dispuesto para mi piel señor. Prefiero verla sanguinolenta antes que en sus manos ¡infeliz!- escupió el humano con profundo odio, pasando por alto el que el rubio lo llamase por su nombre.

Una carcajada salió de la regia garganta. Obviamente ya esperaba algo así. Riki era absolutamente divertido. Mostraba fuerza en sus palabras, hasta rebeldía, más su cuerpo temblaba como el sutil pétalo de almendro que es lanzado al viento.

Pero ante todo debía dejar los juegos personales. La diosa mandaba que ese humano y él yacieran juntos, además de que tenían el deber de usar la caja, legada a sus ancestros antes de la fundación misma del imperio…

Volviendo su atención al objeto de marfil, Iason sacó un pequeño frasco de hermoso cristal, cuyo contenido parecía ser aceite.

Riki quería preguntar qué era aquello y más aún, ansiaba saber para qué, pero todo ello se vio aclarado cuando el rubio vertió el fragante contenido en aquél objeto labrado…

Las cuerdas cedieron un poco, así como el entumecimiento de sus miembros. Una oleada del ya conocido fuego proveniente de la marca en su vientre le acometió de nuevo. Riki tuvo que cerrar los ojos con fuerza, para luego echar hacía atrás su cabeza… ahora ese fuego le quemaba, pero en esa ocasión parecía tonificarlo, darle fuerza y reconfortar sus magulladuras, aunque eso no implicaba que pudiese hacer algo contra su amo; la diosa lo protegía. 

Por un angustioso momento Riki pensó que el elfo iba a girarlo, para tomarlo como se toma a una ramera, pero Iason no hizo tal cosa. El elfo necesitaba ver el rostro del humano, su indignación cuando le poseyera con el falo de la fertilidad y posteriormente su placer. Todo eso lo necesitaba. Su blanca piel necesitaba llenarse de las intensas sensaciones del humano. Siendo alguien que ha vivido tanto, a veces se está por encima de los sentimientos; la cama se vuelve fría, aún con el mejor de los amantes. Sin embargo la bravura apasionante del humano… la necesitaba por entero.

El lecho gimió bajo el peso del rey elfo. Riki ya no podía retroceder más. Se mordió el labio al pensar en la frescura que ese líquido le proporcionaría para su ya bastante afiebrado ser.

Iason sonrió al ver el sonrojo. No hacía falta ser adivino para saber que el humano también empezaba a desearlo. Con la mano izquierda abrió los morenos muslos otro poco; la derecha portaba el falo.

Riki tragó duro, tratando de no cerrar los ojos y mostrar en ellos todo el coraje que no poseía y sus intentos colmaban al rubio.

La exquisita esencia que desprendía el elfo, empezaba a torturar la nariz de Riki, quien inspiraba por obtener más. Ahora sus ojos estaban entrecerrados. 

Iason se movía con calculada lentitud. El calor de su cuerpo encantaba al humano, quien se sintió feliz de estar atado, ya que de no haberlo estado, seguramente se hubiese abalanzado sobre su amo.

Más rubores…

La sedosa mano de Iason parecía no estar contenta únicamente con separar, sino que se mantuvo en la morena piel, masajeándola de arriba abajo.

-Si vas a hacerlo, hazlo ya- dijo Riki esperando haber sonado grosero y no deseoso.

-Lo haré- dijo Iason y Riki luchó por no pensar en esa sexy voz.

El rubio no encontró mucha resistencia; la diosa ayudaba. Riki mostraba casi sin darse cuenta su agujero. Iason metió el falo, solo la cabeza.

-¡Ah!- gimió Riki al instante. ¡Dioses! Parecía estar vivo ese instrumento. Era reconfortantemente frío, pero no duro como esperaba.

El atrevido objeto fue adentrándose más y más, mientras Iason notaba que su propia entrepierna estaba más dura que nunca.

Riki temblaba de placer. Roncos jadeos a modo de respingos obsequiaban al elfo que no perdía detalle.

Iason sujetaba el falo fuertemente; ya casi todo estaba dentro del chico.

El fuego se atenuó para dar paso a una extraña sensación: un agradable cosquilleo, que le obligaba a gemir más.

La sonrisa triunfal de Iason se ensanchó, Riki arrobado por el gozo no lo notaba, pero él si. El humano se movía, al encuentro del falo, de impúdica pero dulce forma. No, no lo notaba y lo que es más, seguía gimiendo de aquella urgente forma tan sensual…


Se agradeció el no haberlo vendido. La verdad es que las adquisiciones hoy día resultaban bastante magras y un poco sosas, pero el chico tenía lo suyo ¡Eso ni dudarlo! Y la forma en que gemía ¡Dulce Diosa! ¿Cómo podía enfebrecerse su piel a causa de algo tan banal? No tenía respuesta. O tal vez fuera en todo caso que la diosa, la Gran Señora, hubiese hechizado también a él y no solamente al humano, ya que si bien, Forferían le gustaba y le complacía, jamás había conseguido excitarle de la forma que el humano lograba.

Y en medio de las dudas y locuras de su mente, sin sopesarlo más, su ser reclamó cada una de las jadeantes expresiones del chico y para conseguirlas necesitaba darle rienda suelta a los movimientos de aquél objeto. Sabía que Riki debía sentirlo casi como si se tratase de un miembro de verdad, quizá un poco más frío y por tanto más interesante… por ahora.

Riki no podía creer como aquella cosa le gustaba. Como ansiaba que s e le metiera todavía más adentro y que de todas la s posibles formas siguiera moviéndose. Avergonzadísimo se dio cuenta de que movía la cadera, como deseaba que el objeto se moviera, en círculos. Quiso parar, pero no pudo y lo peor fue que la misma pasión del momento lo llevó a ver a su auto proclamado amo. 

Iason vio los ojos llenos de pasión-odio y sonrió casi con ternura.

Riki no esperaba eso. Súbitamente pensó que el rubio era más que un simple amo auto impuesto, era … era… muy sexy. Se sonrojo al encontrarse pensando eso, pero ya qué más daba. Lo que importaba en ese justo momento era dejarse llevar por las acuciantes caricias de ese falo, que si bien no era tan grande como el miembro de Iason, conseguía hacerle vibrar.

Iason veía cada gota de sudor del chico correr por los finos riachuelos. O la misma respiración agitada y como por más que lo negara empezaba a disfrutar de lo que le estaba ocurriendo. De lo que el mismo le hacía. Ya no se trataba de la sensación de posesión lo que le calentaba al rey la cabeza, sino más que nada, más que todo, ese sentimiento de satisfacción al saber que el otro, muy a su pesar o no, lo gozaba. 

Si, ahora lo entendía mejor. La verdad es que el chico era por mucho una atracción de lo más sexy. Hasta estaba embelesado con el sutil temblor de las piernas que buscaban, inconscientes, encerrar al delicioso intruso con presteza, sin embargo, Riki, en un último y desesperado esfuerzo por resistirse, las forzaba a mantenerse separadas.

Considerando que Riki podría venirse de un momento a otro, convino que ya era tiempo de separarlo de aquél dulce objeto. 

-¡Ah!… mi señor

¡Dioses! Iason gruño satisfecho. Le encantaba oír la voz teñida de pasión del humano clamándolo como su amo, su dueño, su señor, de esa manera tan sensual y sumisa. ¿acaso Riki no lo sabía? Era imposible que alguien no tuviese noticia de lo sensual que eran sus propios gemidos ¿o no?

Pero el humano se dejaba vencer por el arrollador fuego de la amada diosa del Almendro. Y eso lo supo Iason y hubo de aprovecharlo.
Colocó el fino objeto en la caja, lo más rápido que pudo, pero sin mostrar ansiedad. 

Riki vio como le sacaban aquél extraño consolador y se mordió el labio para retener las suplicas que pugnaban por escaparse de su boca. Solo alcanzó a musitar ese débil “mi señor” pero para el había sido suficiente. Por esa tarde el Lord del gran imperio lo había vencido y tuvo que apartar la mirada del hermoso cuerpo que se dejó ver tras la túnica de su ahora amo y señor.

Toda la mañana había esperado que eso pasara y cuando le pasaba le abrumaba, por que necesitaba asirse a su terquedad, ¡Dioses, lo necesitaba! Y sin embargo, de alguna forma, más allá del poder sobre natural de la diosa, Iason siempre lograba hacerse con su cuerpo y con su mente, aún en contra de sus deseos. 

Pero con la piel ardiendo, lo de menos era saber quien era amo o esclavo, en lo único en lo que convinieron fue en que precisaban fundir sus cuerpos y nada más.
Y en ese mutuo acuerdo fue que los encontró la diosa y secretamente, invocada por el uso de la caja, lo contempló todo satisfecha.

La hombría de Iason se sentía igual de grande, igual de dura y palpitante que la última vez y Riki no pudo contener el arqueo de su espalda al notarlo. Iason tampoco pudo controlar sus el sutil gemido, casi gruñido de satisfacción. El también, sin saberlo del todo bien, esperaba entrar, desde la mañana que se había alejado de él, en ese moreno cuerpo, en su exquisita cavidad que le succionaba de enloquecedora forma.

Primero se que quedaron inmóviles, ambos. Gozando del cuerpo del otro, temiendo que al moverse el exquisito momento se esfumase. Pero el ardor de sus cuerpo clamó por el movimiento y hubieron de atenderlo.

Despacio muy despacio en dos o tres embestidas, pero tanto como eso nada más por que ya, al notarse tan excitados, ambos se movieron con fuerza, casi con fiereza, gimiendo mutuamente sus nombres, a la vez que se decían palabras para tomar una mejor posición o sobre moverse con mayores bríos.

Los hermosos cabellos rubios flotando con cada arremetida. Las morenas piernas asidas a la esbelta cintura, ocasionando una penetración más profunda y un jadeo gustoso por parte del rey. Así se los pudo ver. Hasta que ambos temblaron y se abrazaron catapultando sus secretas esencias en la piel del otro. 

El cálido néctar salido de la piel del elfo inundaba su cavidad, de tan increíble forma que empezó a resbalar fuera, aún teniendo la virilidad del rey dentro. 

Gustoso de que el fuego empezara a calmarse, Riki echó la cabeza atrás con lo que cedió u cuello al hambriento elfo.

Momentos después se quedó dormido en los brazos del Lord del gran imperio y con su pene aún dentro…





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Raoul, meditaba mientras los elfos lo bañaban. El agua le ayudaba a calmar un poco sus tormentosos pensamientos, pero no del todo. Lo que no salía de su mente, más que las refriegas del reino o cualquier cosa semejante, era el haber estando con Ilean tan a lo intimo y lo otro, la posible misión que tendría que llevar a cabo en el reino humano.

Por más que Ilean lo condenara, él estaba dispuesto a hacerlo. Todo por su rey. Le había jurado fidelidad y eso era de por vida. 

Pero le turbaba todo. No estaba seguro de querer saber sobre los detalles que debería hacer al llegar a la ceremonia, ni si tenía que ser “el de arriba” o “el de abajo” por que ya era de su conocimiento que el sacerdote… era Hombre. No solo un hombre, se recordó, sino un rey, humano pero un rey al fin y al cabo.
Sonrió con amargura, sin notar que el mancebo peinaba desesperado sus rubios cabellos ni como lo secaban… tal pareciera que el destino le reservaba cosas con cada rey conocía y eso no le agradaba ni le hacía gracia.

Pero, pensándoselo mejor, supo que no tenía de otra y que la verdad es que debería centrar su atención a los problemas que había en el fuerte y en mandar los mensajes sobre los progresos a su señor Iason.

Cuando estuvo presto, llamó a su ayudante.

-Nirlan- dijo al ver al joven elfo a su mando

-Si señor


-Como veras debo hacerme cargo de los mensajes sobre nuestra victoria ¿o lo ha hacho ya la señora Ilean?

-De hecho señor, no la he visto desde la mañana.

-¿Qué dices?

-Al parecer a salido

Raoul fijo su mirada centellante en el pobre elfo, pero no dijo nada. A fin de cuentas ella era así, pero le molesto que no se despidiese del él. Aunque, ella bien podía estar molesta y no con ganas de verle… y quizá también por su culpa se fue.

Una punzada de remordimiento le acometió. No estaba acostumbrado a tratar a si a ninguna elfa y ¡menos a la hermana del rey! Tuvo que sentarse y Nirlan lo vio alarmado.

-Lleva este mensaje a los aviaros, ya saben que hacer. Manden a la más rápida. Vete

Tras decir eso se hundió en sus pensamientos sin darle importancia a que el chico siguiese o no allí.





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La maña trajo consigo la noticia (vía aviar) de que Raoul y su hermana habían logrado ahuyentar a los negruts. Además de que por fin la reservas del fuerte habían sido abastecidas con creces, sin contar que la elfa volvía a casa.

Suspiró aliviado. Como rey que era se había olvidado de muchas de las exigencias del reino pero ya no podía seguir dándoles la espalda. A pesar de que al hacerlo gozara…

De nueva cuenta la puerta sonó y el paje (que por fin no era Irúviel, sino un muchachito humano de bronceadas facciones) anunciaba la llegada de otro emisario.

-Orsdanatenethal, Sacerdote del Dios de los Cielos sempiternos- avisó el chico.

Con un fino movimiento de cabeza, el rey dejó que el aludido entrara.

-Majestad- saludó el hombre una vez que estuvo de cara al Lord.

-Os escucho- manifestó Iason una vez que recibió el acostumbrado presente que la casa de Katze le entregaba cuando manda a un emisario.


El hombre, de unos sesenta años de edad se adelantó otro pasó y luego de una agradecida reverencia, empezó:

-Ha llegado el momento, majestad de que se lleven acabo los ritos. Para ello solicito a uno, de la gran casta del portentoso Mink I con quien la Diosa hizo El Pacto, para llevar los rituales a feliz término.

Iason suspiró por dos razones, una, por que a la diosa gracias, ese hombre no se había extendido demasiado en sus florituras lingüísticas y fuese al grano; la otra razón fue por haber olvidado algo tan importante.

“Riki consume más tiempo mío de lo que esperaba”- se dijo el todo sorprendido de que el humano hubiese dejado de serlo, para pasar a ser simple y llanamente “Riki”

por otro lado el sacerdote de barba blanca siguió expresando las fórmulas.

Iason sabía que ni él ni Ilean podían ir al encuentro, pero que no podía mandar a una cualquiera . Los ritos debían llevarse acabo. La diosa así lo demandaba. Eran las bodas carnales. Los festivales de fertilidad entre el padre cielo y la madre tierra.
Un representante de cada clan debía hacer el rito. El joven de la madre y el sacerdote del padre. Todos los nobles son iniciados en los misterios de la diosa y sin embargo no todos poseían la sangre del Pacto. Así que solo quedaba Raoul y debía mandarlo. Pero aunque Ilean pensara que él era un monarca egoísta, Iason no estaba con todo de acuerdo. Bien sabía que de ordenárselo, el rubio haría el pacto, pero no deseaba que las cosas fuesen de ese modo. No en su reino.


-Venerable monje, he de cumplir con la premisa como cada vez y mandaré a uno de mi casa- dijo con parsimonia, siguiendo la forma- de hecho, iría yo mismo, pero los deberes con mi reino me atan. Espero que el que mande a mi primo no sea ofensa para tu supremo Sacerdote.


-Desde luego que no señor- se apresuró a decir el hombre

Luego de ultimar algunos detalles, ambos llegaron a un acuerdo. Solo faltaba preguntar a Raoul…



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Ilean empezó el viaje con su inesperada compañía. Su poderoso caballo, bien podía llevarlas a ambas. Pero con lo que no contaba es con el sutil y fragante aroma de la chica: ¡le extasiaba! Y no podía permitirse eso. La chica confiaba en ella. Quizá quería escapar de algún tipo de vejación y no debía entonces pensar en eso. Pero al tenerla tan cerca, al ver su frágil cuello tan cerca, apunto estuvo de besarlo…

Habían pasado eras desde que una mujer había conseguido ponerla de aquella precaria forma. Y ahora una humana, linda y todo, la tenía en sus redes y por lo que se veía la aludida sin saberlo.

Suspiró con amargura. 


El amanecer estaba ya bastante entrado.

Al oírla la chica se giró levemente.

-¿Mi señora?

Ilean se sintió como cuando su padre la atrapaba en una travesura y se recriminó por sonrojarse. 

-Debemos parar para desayunar- puntualizó volteando el rostro, como para mostrar que el claro cerca del camino era un buen lugar. 

Ilean sonrió al ver que la chica parecía no estar enterada de nada. Desmontó y luego ayudó a Surel a ponerse de pie. Rogando por que no notara ese leve temblor en sus manos al tomarla ¡Era tan frágil! Y suave... empezaba a perderse de nuevo en sus perdidos pensamientos y ello no era nada bueno, no en la ruta de las caravanas que estaba por demás plagada de uno que otro bribón.

Surel se encargó de todo. La cocina no era el fuerte de Ilean, aunque no era tan mala como cabría esperarse de una mujer de armas. Sin embargo, había de apreciar que la mayoría de las cosas cocinadas por el fuego de la chica eran del todo geniales, exquisitas.

Pero en más d e una ocasión se sorprendió viendo lo que no debía como si se tratara de una soldado ebrio en la cantina de un pueblucho de mala monta. Retiraba la mirada apenada. Pero la chica sin darse cuanta d e ello aún. 

Lo que sabía la rubia es que no podía contar con que eso siguiese siendo así. Y la verdad es que s e estaba volviendo obvia. Así que para evitarlo fingió que se iba a lavar su plato al pequeño riachuelo que quedaba cerca.

La chica la siguió y para completo alboroto de la elfa se ¡comenzó a desnudar!

-¡¿Qué haces?!- preguntó azorada y con las mejillas algo rojas.

La chica le dijo algo sobre bañarse.

Definitivamente Ilean estaba reconsiderando el haberla traído consigo. Pero las maldiciones de soldados quedaban lejos. No quería asustar a la chica sin más.
Rechazó la atenta invitación a sumergirse en las tibias aguas. De hecho espero cerca de donde habían hecho la hoguera, esperando que nada ni nadie le mostrara más que el cielo raso y ya.

Surel no tardó mucho y pronto hubieron de hacerse al camino. Sin embargo la mayor parte del camino fue sin incidentes y para la tarde ya se sentaban a comer a gusto, sin que la escena de la mañana se repitiese.

Más Ilean sabía que, no podía hacer la marcha forzada de noche, no era bueno ni para la chica ni para su caballo. Así que hubo de pensar en dormir bajo el estrellado cielo. Por suerte ambas habían traído mantas. Pero el frió aire de la agonizante tarde mostraba que la noche iba a ser algo más que fría.

Fantaseo con tener el cálido cuerpo de la humana bajo sus brazos, calentándole.... pero luego de reprenderse por pensar semejante locura, lo dejo pasar. 

Cada una se colocó cerca del fuego, no muy apartadas la una de la otra. Cantaron una que otra canción, sorprendiéndose mutuamente sobre la hermosa voz de la otra, hasta que el sueño las tomó.

Entre sueños Ilean sentía unas pequeñas manos que la asían. Se movió asustada y se llevó la mano a la daga que pendía de su cintura y la puso en el cuello de su atacante. 

- soy… soy yo- dijo Surel tratando de no sonar temerosa.

La elfa se reprendió por no acordarse de su compañera, pero con lo que no contaba es con que las manos de la chica se deshicieran de las suyas para luego apretarse contra su pecho.

-h-hace mucho frío- argumentó a la defensiva


Ilean algo más repuesta de la sorpresa, sonrió cálida, como solo ella sabía y estrechó a la chica, oliendo sus cabellos…






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Iason se masajeó las sienes. Ese día como casi todos lo único que había escuchado eran quejas y más quejas, luego de los dos mensajes. Lo que le extrañaba es que Ilean no hubiese destrozado a su caballo para regresar triunfante y felicitar a Riki esa misma tarde. Pero, como siempre sus razones tendría. Como el ponerse ebria con los soldados.

Esa tarde no había más lugar más que para el trabajo y eso no era justo. Necesitaba usar su cama pero diferente que la víspera. Dormir, solo eso.

Cuando llegó a su lecho se sorprendió de hallar a Riki allí dormido. 

Le había dado permiso al humano de ir a ver el castillo, pero sin salir de él. Tal vez se hallaba igual de cansado que él.

Hasta los pensamientos sobre el humano le estaban resultando de más, en ese momento su mellada persona ansiaba descansar, así que se tendió en el lecho, sin descorrer las sábanas y con la bata a medio anudar.

De inmediato el sueño lo atrapó.

Riki tenía un sueño, un sueño bastante caliente. En donde una mujer parecía tomar su cuerpo, hasta convertirse en él. Lo más extraño es que el sueño lo sofocaba y mucho. Así que no estaba del todo a gusto con ello, pero nada podía hacer, por que no estaba de que soñaba.

Con un respingo Iason se apartó del sueño.

En la oscuridad distinguió las manos de Riki desatándole la bata.

-¿Qué haces?- cuestionó medio dormido.

Pero Riki parecía no oírle ya que no dijo nada. Sino que se posicionó sobre él, a horcajadas. Ya le había abierto la bata, dejándolo desnudo…

Continuara...


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