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Indicio de Amistad por yuhakira

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Notas del capitulo:

Final 1ª temporada.

La alarma sonó con fuerza. Los ojos de Jeyko se abrieron pesados y cansados, le dolía todo el cuerpo. Tomó el celular entre las manos para verificar la hora. Encontró cientos de mensajes, los ignoró todos. Se giró un poco y a su lado encontró a Ángel, despierto, mirándolo tranquilo. Su último día había empezado.

 

Le había prometido que iría. Una y otra vez esa mañana le había dicho que estaría ahí. Le pidió casi con lágrimas en los ojos que no se mostrará indeciso ante lo que tenía por hacer, que no le diera a ella un motivo más para odiarlo. Abrazándolo con toda la fuerza que tenía le pidió que no se olvidara de él, que guardará para siempre en su memoria, la única semana y los únicos actos que han tenido sentido en su vida. Jeyko solo asentía tratando a su vez de mantener la compostura. Pero le  fue difícil respirar. Le costaba verse a sí mismo en el altar, buscándolo con la mirada. Era incapaz de decidir que era mejor. El que estuviera ahí o que nunca apareciera. Por eso le dejó ir. Por eso llegada la mañana, cuando sus cuerpos debieron separarse, cuando se aseguraron de que su cuerpo estaba limpio de su memoria, de sus labios, de sus actos que lo condenaron para siempre, lo dejó ir. Porque necesitaba estrellarse contra la pared, desahogarse, odiarse a sí mismo con el último vestigio de cordura que quedaba en su ser. Por eso dejó que sus manos se alejaran.

 

Ángel llegó a la iglesia cerca de las once de la mañana. Llevaba puesto el traje negro que había comprado días atrás, y que según a los ojos de todos los que lo miraban, le sentaba terrible. Solo reflejaba su propio sentir. Esa mañana había dado vueltas de un lado para el otro frente a su casa hasta que vio salir a sus padres en el viejo Renault 4. Solo entonces entró en la casa. Se echó en su cama y luego de respirar hondo un par de veces volvió a levantarse. Sabía que Jeyko debía encontrarse con Mateo antes de ir a la iglesia para verificar el resultado de la torta. Sabía que Andrea debía estar ya en el salón de belleza terminando de arreglarse. Sabía que Alex estaría buscando como loco a Jeyko para poder evitar que se escapara. Sabía igualmente que Juan estaría esperando pacientemente a que todos los acontecimientos se llevaran a cabo como tenían que hacerlo. Así que no tenía otra opción. Debía levantarse para cumplir cada una de sus estúpidas promesas. No cometer una locura y estar presente, sin importar que, debía estar presente. 

 

Ya habían llegado casi todos los invitados. Saludó sin mucha importancia a amigos y familiares. Trató de sentirse apenado y mostrarse igual de sorprendido que ellos ante los comentarios sobre la elección del padrino. Todo el mundo compartió la opinión de que debía ser él. Cuando llegó el encuentro que más temía se sintió triste y apenado. La mujer robusta de avanzada edad llegó feliz y lo estrechó fuerte entre sus brazos. Su rostro arrugado lo miraba con una mezcla de alegría y tristeza. Detrás de ella un hombre similar se acercó y estrechó su mano. Se trataba de los padres de Jeyko. Ella le comentó con tristeza que hasta ese momento no se había enterado del cambio en la decisión de Jeyko, que él le había dicho una y otra vez que él sería quien lo acompañará, no entendía nada. Él trató de calmarla, decirle que todo estaba bien entre los dos y que no había de qué preocuparse, finalmente su hijo estaba en las mejores manos. Ella sonrió complacida y en un gesto de madre amorosa ajustó su corbata y arregló sus cabellos. Ella siempre había sido así, a pesar de no tener ninguna obligación con él. Siempre se había mostrado preocupada por él, lo había cuidado como un hijo, había lidiado con sus borracheras, con sus altibajos. Incluso había ido más de una vez a poner la cara por él cuándo se veía enfrascado en problemas y sus padres no estaban ahí para ayudarlo. Así era ella, una mujer a la que podría llamar mamá, si la suya no estuviera ahí mismo esperándolo en la puerta recriminándole con la mirada lo desaliñado de su aspecto. No tenía derecho a hacerle daño a esa mujer que tanto lo había cuidado, por eso guardó cuidado en todas las palabras que le dijo. 

 

Juan lo llamó desde el interior de la iglesia. Ya todos estaban ingresando, se anunciaba la llegada de la novia, todos estaban expectantes. Miró indeciso a Juan que volvía a llamarlo con insistencia, entonces se acercó a él. Jeyko aún no había llegado y no contestaba las llamadas insistentes de Alex que desesperado lo llamaba desde el despacho parroquial donde el párroco de la iglesia lo acompañaba preocupado de que la boda no se llevará a cabo. Juan lo miró interrogante, esperando que él tuviera una idea de su paradero. Incluso llegó a preocuparse más al verlo mucho antes que a Jeyko.

 

Ángel entró con Juan al despacho y Alex lo miró sorprendido, creía que era él quien lo había detenido. Había intentado comunicarse con él toda la mañana, pero el celular seguía repicando del otro lado sin respuesta alguna. Entonces Ángel intentó llamarlo, y para sorpresa de los presentes, él finalmente contestó.

 

—¿Dónde putas estas? Tienes a todo el mundo loco esperándote, debes dar gracias que Andrea no ha llegado aún.

 

—Te amo —eso fue todo lo que recibió en respuesta, Ángel sacó del interior de su chaqueta la licorera llena hasta el tope, bajo la atenta mirada de un preocupado Juan y un decepcionado Alex, bebió el primer trago del día. 

 

—¿Dónde estás? Iré por ti.

 

—No está bien que haga esto, no soy así, no puedo hacerle daño a Andrea que voy a decirle esta noche cuando estemos solos y yo deba cumplir ¿que se supone que debo hacer?

 

—No entres en pánico, ya hemos hablado de esto una y otra vez así que, por favor, dime donde estas, que así sea con las piernas rotas te traigo acá...

 

—¡No!

 

—Tu mamá está aquí —su voz se entrecortó y sus ojos se aguaron—. Trae puesto un bello vestido rojo, su cabello está amarrado en un moño precioso... arruinaras su maquillaje si no vienes.

 

Hizo silencio durante un minuto eterno. Ángel esperaba con paciencia que sus palabras fueran suficientes para convencerlo de volver.

 

—Estoy cerca, no tienes que venir por mí.

 

Entonces la llamada se cortó. Ángel volvió a beber de la licorera que guardaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Lo desequilibró por completo. Su voz angustiada pidiéndole que lo apoyara, que corriera con él le había roto el corazón. Pero por el bien de todos debía mantenerse firme en su decisión. Ahogar en alcohol su aliento, su voz, sus sentimientos, su vida. Alex lo sorprendió al agarrarlo por el cuello, Juan rápidamente le agarró las manos e intentó hacer que lo soltara, pero sus insultos salieron desbordados por su boca. Lo culpaba y con justa razón, de haber arruinado la vida de dos personas que no lo merecían y solo hasta que vio a Jeyko cruzar la puerta del despacho lo soltó. 

 

Se vieron a los ojos y Ángel intentó sonreír antes de salir del despacho. Jeyko no intentó detenerlo, ni tampoco reclamó a Alex por sus actos, el párroco ya se encargaba muy bien de eso. Había llegado la hora y luego de darle los anillos a Alex estuvo frente al altar fingiendo una sonrisa delante de todo aquel que había asistido para ser no más, que el espectador de una mentira. Lo buscó entre la gente y lo encontró sentado en la última fila, con Claudia a su lado sujetándole la mano con fuerza.

 

La dama de honor se asomó por la entrada para anunciar la llegada de la novia. Jeyko estiró su cuerpo y respiró hondo mientras la marcha nupcial empezaba a retumbar en todo el recinto.

 

Andrea apareció rápidamente frente a ellos. Lucía un hermoso vestido con corte de sirena que acentuaba las curvas de su cuerpo. Estaba enganchada al brazo de su padre que consentía su mano como si fuera la última vez que lo hiciera. Jeyko volvió a respirar hondo. Sintió deseos de llorar al sentirse un farsante, un impostor y un completo mentiroso ante los ojos de Dios.

 

Ángel buscó por todas las formas ignorar el sonido del órgano, el cuchicheo de la gente comentando lo hermosa que se veía. No buscó tampoco la mirada de Jeyko que volteaba a verlo cada vez que ella daba un paso hacia él, aguantando las ganas de salir corriendo. Apretó con más fuerza la mano de su madre que con cada acto de su hijo confirmaba más sus dudas, y con el corazón partido y el alma llena de dolor, hizo lo único que podía hacer y fue sujetarlo con fuerza y demostrarle su apoyo.

 

Cuando Andrea finalmente estuvo a su lado, recibió de la mano de su padre a su futura esposa. Se armó de valor y sonrió de la forma más sincera que pudo. La ceremonia transcurrió lenta y tediosa. El cura daba vueltas sobre la importancia de ser sinceros en la vida matrimonial, de cuidarse el uno al otro, de respetarse y amarse en la felicidad y la adversidad. Dijeron sus votos y se pusieron las argollas. Ángel bebió el contenido completo de su petaca cuando el cura preguntó si alguien se oponía, y eructo, antes de que este pudiera continuar. Sintió la mirada de odio de Andrea sobre sí y no le importó al ver el rostro sonriente de Jeyko que entendía que aunque no lo dijera abiertamente, él se oponía.

 

Pero lo peor fue el beso. Para ambos... para los tres involucrados. El vacío en el estómago, la garganta seca y el corazón inundado de tristeza. Esa tristeza que no dejaba espacio para ningún atisbo de felicidad, porque no había nada de eso. Andrea lo sintió, lo notó cuando sus labios fríos tocaron los suyos, cuando sus manos la buscaron mientras la gente aplaudía. Su felicidad empezó a decaer. No la había abrazado lleno de felicidad luego de besarla, no le había dicho que la amaba, no la había mirado con esos ojos llenos de amor que ella buscaba entre sueños. Ni siquiera Ángel con su acto repulsivo que solo buscaba llamar la atención de la forma más infantil, había sido suficiente para que ella borrara de su rostro la sonrisa inmaculada con la que había entrado en el altar. Sonrisa de la cual Jeyko no hizo el mínimo comentario, así como no lo hizo sobre su vestido, su cabello que tanto tiempo le había tomado arreglar. Es más, estaba segura de no haber encontrado sus ojos en toda la ceremonia, de no haberlo sentido a su lado, como si el cuerpo que ahora la llevaba de la mano no fuera el de su esposo.

 

Su sueño de princesa, convirtiéndose en la reina de su reino, con el esperado “vivieron felices para siempre”, se vio derrumbado en el momento en que su esposo la sujetó con fuerza mientras miraba el asiento vacío de Ángel que como ella esperaba, se había ido sin felicitarlos. Rogaba a Dios no se apareciera en la ceremonia, para poder buscar entre la luces de las lámparas flotantes y los manteles blancos, al hombre que le había propuesto matrimonio, y que ahora reconocía tan lejano en su memoria.

 

Ángel se había ido. No lo vio salir. De distrajo en los abrazos, las felicitaciones, las palabras de prosperidad de los presentes que le cerraban el paso, y le impedían ir en su búsqueda. Quiso mandarlo todo a la mierda, botar a la basura el anillo e ir tras él. Pero antes de poder hacerlo, antes de que pudiera proferir alguna blasfemia en la casa de Dios, ella se colgó en su cuello y él quedó frío. Tenía razón. Se veía hermosa con su vestido rojo y su peinado, con su sonrisa resplandeciente mirándolo con orgullo. Como si hubiera algo de lo que sentirse orgulloso. Él la abrazó con fuerza. Le dijo una y otra vez lo mucho que la amaba, y era justo esa la razón por la que no podía hacer nada de lo que habría querido. Ella lo besó en la frente, le profirió la señal de la cruz dándole bendiciones, y por primera vez en todo el día sonrió con total sinceridad. Dejó que sus ojos se aguaran y la besó como ella lo había hecho. Resignado a cumplir con lo que se había propuesto.

 

No pudo evitar comportarse frío y distante con la mujer que ahora era su esposa. De camino a la recepción, en el carro que estaba preparado únicamente para los dos, no pronunció palabra alguna. Ella buscó alargarlo, besarlo, hablarle de lo feliz que estaba. Pero él no hacía más que mirarla con ternura, retirando sus cabellos rebeldes de su hermoso rostro, para luego perder la mirada a través de la ventana, sujetando con fuerza el celular en su bolsillo. Sabía que estando ahí a su lado no podría marcarle, preguntarle si iría a la recepción, si le daría una oportunidad de verlo. No podía hacerlo, sería como engañarla de frente y sin compasión. Pero lo único que tenía en mente, era que la última vez que lo había visto pasará sin que siquiera se diera cuenta. Estaba aterrado.

 

Ángel se retiró cuando terminó la ceremonia. Sus cigarrillos se habían acabado. Se alejó de la iglesia a la tienda más cercana, siendo vigilado de cerca por Claudia. Ángel notó rápidamente un comportamiento extraño por su parte durante la ceremonia, sentada a su lado. Pero su mundo se estaba cayendo demasiado rápido como para prestarle atención a eso. 

 

Los vio salir tomados de la mano de la iglesia. Jeyko lo buscaba entre la gente, personas que se encargaban de cerrarle el paso. Pero Andrea lo vio, tiene mejor visión que Jeyko. Lo vio ahí de pie en una tienda a no más de tres casas fumando un cigarrillo. Él la vio y no pudo evitar mostrarle el dedo del medio. Hubiera querido ser más contundente con su mensaje, dejarle saber que de alguna forma, todas las circunstancias se habían puesto a su favor, pero que solo sería por esta vez. Quería acercarse, mirarla a los ojos y decirle que nunca sería feliz, que lamentaba mucho todo lo sucedido, pero que no tendría oportunidad de recuperarlo. Que él, Jeyko, el Jeyko que ella conocía se había ido para siempre. Ese hombre del que se enamoró y creyó suyo volvió a las manos a las que pertenecía, aun cuando sus manos ahora la llevaban a ella, esa era una guerra que no podía ganar. 

 

Antes de que terminara el cigarrillo y el tendero terminara de llenar su licorera, su padre se acercó a él.

 

—¿Vas a quedarte ahí de pie, así, sin más?

 

—¿De qué hablas? —la pregunta lo tomó por sorpresa, sin saber exactamente a qué se refería.

 

—No sé si ya se despidieron apropiadamente. Tú mamá nos espera en el auto, ahí hablaremos de algo que tenemos pendiente.

 

Sabía que subirse al auto significaba ir a la recepción. Sus padres no tenían otro destino más que ese, por eso cuando vio el viejo Renault a solo unos pasos de él, se preguntó si realmente tenía sentido ir hasta allá, torturarse y de paso lastimarlo a él, simplemente por que sí. El rostro melancólico de su mamá se giró a verlo desde el asiento del acompañante y él no tuvo otra opción que dar una última bocanada a su cigarrillo y seguir a su padre al interior del auto, consciente de a dónde podría dirigirse todo ese comportamiento.

 

Ingresó en la cabina trasera del auto y se acomodó en la pequeña silla lo mejor que pudo. Odiaba aquel auto. Recordaba ser solo un niño cuando sus padres lo llevaron a casa, y para él, subirse a aquel auto con sillas tapizadas en cuero solo significaba malas noticias. Ir a lugares a los que no quería ir, vacaciones eternas con personas que no conocía, muy lejos de con quien quería estar. Ese auto era el único lugar en el que él estaba presente cuando ellos discutían, o cuando se querían. Era el único lugar en el que él podía decir que realmente compartieron como una familia. Pero esa era una idea que la sociedad siempre le había impuesto, que su genética y su propia conveniencia le había asegurado. Por eso no salía de su casa. No quisieron un hijo, pues él estaría con ellos para siempre o de ese modo había querido castigarlos.

 

La primera en hablar fue ella. Su voz suave se escuchó entre cortada, pero ni el ruido del motor pudo evitar que Ángel escuchara lo que ella tenía por decir.

 

—Sé, más bien, sabemos, o entendemos por qué lo has estado pasando tan mal los últimos meses —enjuagó sus lágrimas en un pequeño pañuelo blanco que retiró de una caja pegada en el techo del auto— quisiera que no fuera verdad.

 

—¿Qué les pasa a ustedes? Estoy bien, siempre lo he estado, ¿porque ahora vienen a preocuparse por mí?, ya sé, ya sé, el aburrimiento que causa la jubilación los tiene abrumados y entonces quieren distraerse conmigo, ¿no es así? ¡No saben nada, no tienen idea de nada!

 

—¡Esa no es forma de hablarle a tu madre! —su padre se giró a verlo después de haber frenado en seco. Sabía que su hijo tenía todas las razones del mundo para no querer escucharlos, pero era su deber como padres darle a su hijo todas las opciones posibles—. Escucha a tú madre unos minutos, después puedes hacer lo que quieras.

 

Ángel con un gesto de resignación dejó que su madre hablara.

 

—Sabemos que sientes cosas, cosas por Jeyko, no lo que sentiría un amigo.

 

—¡Oh, por favor!

 

—Déjame hablar. Yo no digo que estemos de acuerdo, pero bien lo has dicho, te dejamos solo por mucho tiempo, y no tenemos derecho a pedirte que cambies quién eres. Pero Jeyko acaba de contraer matrimonio. No estoy segura pero algo me dice que Jeyko consintió tu comportamiento y no sé qué pueda haber pasado entre ustedes o cuales sean los sentimientos que él tiene hacia tí porque ese pobre muchacho tenía una cara horrible hoy —mientras ella hablaba él trataba de mantener la compostura. Decidir si debía echarse a llorar o estallar en un ataque de furia contra sus padres—. El caso es que el cura ya le dio su bendición, el caso es que ellos ya se casaron, y tú no puedes romper una unión hecha por Dios.

 

Entonces él rompió a llorar. Consciente de que lo que decía su madre era totalmente cierto. Que el único que había resultado perdedor en todo ese juego maquiavélico en el que se habían metido, era él. Pues él estaba ahí, siendo sermoneado por sus padres, quienes le recordaban algo que él ya sabía de antemano y que lo hacía el ser más infeliz sobre la tierra. Ellos tampoco pudieron evitar que sus ojos se unieran al llanto de su hijo. Todo en ellos se rompió al verlo recostado contra el espaldar de la silla del auto de su padre tratando inútilmente de recuperar los estribos. El padre de Ángel se detuvo a solo dos cuadras del lugar de la recepción. Ella siguiendo su propio instinto se bajó del auto para luego hacerse al lado de su hijo y atraerlo a su pecho, a donde él acudió sin oponerse. Ella repetía una y otra vez con su voz dulce y amorosa, que estaba ahí para él. Esa misma voz que él buscó durante tanto tiempo fue la única que finalmente pudo darle aliento. Sin embargo, la conversación no terminó ahí. Había sucumbido frente a sus padres y se sentía el ser más deplorable de todos. Su propia madre ponía sus acciones bajo unos parámetros en los que, hiciese lo que hiciese, él siempre estaría mal.

 

Su padre intentó retomar la charla. Luego de que Ángel tomara aliento y el celular en su mano empezara a vibrar, mostrando el rostro sonriente de Jeyko en la pantalla. Ángel contestó, dejando a su padre con las palabras en la boca.

 

—¿Dónde estás? Vas a venir cierto, por favor necesito verte, por favor ven.

 

—Estoy cerca, estoy con mis papás —su voz volvió a cortarse, y Jeyko del otro lado de la línea lo notó— Jeyko, ellos... 

 

—Jeyko disculpa —Claudia le arrebató el celular de las manos— él va a ir a la recepción, no te preocupes por eso estamos cerca.

 

—¿Qué sucede porqué está así?

 

—Es por ti, deberías saberlo.

 

Cortó la llamada antes de que Jeyko pudiera decir algo. Ángel no dijo nada, el acto solo enardecía su corazón, pero no había nada que pudiera decir.

 

Finalmente, la conversación se reanudó. Claudia había guardado el celular de Ángel en su cartera en vista de que Jeyko seguía intentando comunicarse con él.

 

—Alguna vez fuiste con nosotros a donde un amigo que es propietario de una cadena de restaurantes al sur del país —Ángel levantó la vista asustado de lo que le empezaban a insinuar— él te ofrece un trabajo y un lugar donde vivir.

 

—¡No pienso irme!

 

—Hijo escucha. No quiero verte encerrado en tú habitación los próximos meses esperando que en algún momento te levantes, estando lejos de todo esto va a ser más fácil para ti superarlo.

 

—Compre los boletos, sales esta noche, tus maletas van en el baúl —sentenció el padre—. Vas a despedirte de él y te irás.

 

Ángel no dijo nada más. Solo los vio con odio a través del retrovisor, mientras evitaba que ella volviera a abrazarlo. Intentó bajarse del auto, pero su padre puso el vehículo en marcha antes de que pudiera quitar el seguro y en un par de minutos estuvo en el parqueadero del centro comercial donde se llevaría a cabo la recepción en la esplendorosa sala de eventos en la azotea del lugar.

 

¿Y ahora qué haría? Él ya había contemplado la posibilidad de irse, irse lejos. Pero hacerlo luego de que ellos se lo impusieran a la fuerza sería de cobardes. Pero quedarse, quedarse cerca, terminar encerrado en su cuarto, tal como lo afirmaba su madre, sería aún más detestable. Ya podía ver a Jeyko buscándolpo, yendo a su casa a sacarlo de su letargo, para dejarlo luego aún más hundido. Podía verse a sí mismo en cualquier cuarto de hotel esperándolo desesperado, sufriendo de abstinencia como si de un adicto se tratase. Podía verse perdido en el alcohol que ahora lo cobijaba. Sabía que si quedaba un poco de amor propio dentro de sí, debía huir de todo eso. Sufrir su luto, como si Jeyko hubiera muerto, y superarlo para seguir adelante, para algún día ser feliz. Él sabía que tenía que irse, debía irse para no terminar siendo su amante, para no terminar muerto en su propia depresión, revuelto en lágrimas y dolor, necesitaba irse. 

 

Subieron por el ascensor, ninguno dijo nada más. Los ojos rojos de Ángel, el rastro de sus lágrimas sobre sus mejillas como un pequeño niño con la cara llena de tierra. Su aspecto desaliñado con la camisa por fuera y la corbata a medio hacer. Con sus cabellos desorganizados a medio amarrar en una coleta. Todo eso, todo su él, toda su energía se sintió en cuanto cruzó la entrada principal de la sala de recepciones. El lugar estaba tal cual él lo había imaginado solo unos días atrás. Los listones amarillos, los manteles blancos, los arreglos florales en el centro de las mesas, todo, hasta él sentado a un lado de Andrea en la mesa central en la parte alta del salón. A su paso escuchó decir de todo sobre sí. Lo llamaron incluso drogadicto, alcohólico, aguafiestas. Se sentó en el lugar que le correspondía en medio de Alex y Juan en la mesa de los amigos cercanos. Bebió de nuevo de su licorera y espero a que todo eso terminara pronto. No entendía, ni quería entender porque sus padres lo habían obligado a ir allí, nadie más que Jeyko quería ver su presencia.

 

De todas las personas en el salón, Andrea fue quien más lo juzgó. Odiaba su aspecto, su olor nauseabundo a cigarrillos y alcohol que llegaba hasta su mesa. Odiaba su sola presencia. Lo odiaba. Pero más que odiarlo a él, odiaba lo que hacía consigo misma su presencia, lo que hacía con Jeyko que no lograba quitarle la mirada de encima, esperando el momento en que pudiera levantarse e ir con él. Su cuento de hadas se había derrumbado, y eso que ella sospechaba, esas dudas que ella había ignorado se mostraban ahora ante ella tan claras que lo mejor que podría haber hecho habría sido levantarse e irse. ¿Pero porque era ella la que tenía que pagar las consecuencias de los actos de esos dos hombres? Cuando siempre había actuado bien, cuando le había dado todo, todo su amor y toda su vida a un hombre que creía le correspondía. Entonces por qué debía ser ella quien se levantara y se fuera. Porque debía ella abandonar al hombre que amaba para dejarle el camino abierto a ese hombre. Ese que había llenado su apartamento de mujeres, ese que no había sido capaz de anteponer la felicidad de su amigo a la suya. Por eso no se levantaba, por eso mientras retenía las lágrimas en sus ojos, permaneció allí sentada, en la que podría ser la peor postura de su vida, con el gesto más asquiento en su rostro. Mientras en su mano mecía de lado a lado el líquido rojizo seleccionado especialmente por ella.

 

Todo el mundo lo notó, pero nadie dijo nada. La distancia entre los novios fue evidente. El rostro de ella, taciturno, mirando a la nada, y sonriendo con desgano cada vez que buscaban felicitarla. El rostro de él, distraído, con su mirada fija en un solo lugar, esperando el momento adecuado, llevando la cuenta de cada copa de vino vacía. Todos lo notaron, pero nadie dijo nada. Siguieron acercándose a su mesa, invitándolos a bailar, a celebrar su unión, pero ellos seguían apartados. Ninguno pudo hacer nada para llamar su atención. El grupo de animadores contratado se esforzaba por que los susurros no aumentaran en las mesas, por mantener a la gente animada mientras se llevaban a cabo los actos ceremoniales. Sin embargo, el ambiente no dejaba de sentirse pesado, volátil, hostil ante la cuenta regresiva de una bomba. 

 

Había bebido seis copas de vino, cinco tragos de whisky, cuando su madre preocupada intentó acercarse a hablar con él. Alex había intentado hablarle. Se disculpó con sinceridad por su comportamiento en el despacho. En cuanto lo vio entrar en el salón, descubrió y sintió el corazón roto de su amigo. Entonces todo se volvió claro en su mente, y por más que Intentó alejar a Ángel de las copas de vino, o whisky él lograba conseguirlas de algún modo. Juan le conversaba al oído, esperando distraer su mente. Pero Jeyko lograba acercarse en ocasiones, decirle algo y Ángel le sonreía cariñoso y volvía a beber silencioso. 

 

Se levantó rápido sin darle la oportunidad a ninguno de pronunciar más palabras. Ya había tomado la decisión de irse, sin embargo, no quería darles el gusto tan rápido. Ante el tempestivo movimiento estuvo cerca de caer sobre Alex. Alex lo abrazó con fuerza evitando que se cayera, e intentó hacer que se sentará nuevamente. Ángel rechazó con furia su ayuda. Ya consciente de su propia ebriedad buscó un baño donde refrescarse. Justo a tiempo para que Jeyko no pudiera buscarlo. Estaba muy ocupado posando de mesa en mesa tomando la preciada foto con los invitados. No podía ir a buscarlo, no había cómo zafarse de la fotógrafa que básicamente los había jalado de sus asientos para motivar a la pareja en su celebración. No tenía sentido para ninguno de los dos guardar alguna clase de recuerdo de aquel día. Sus ojos habían dejado de verse hace rato, sus labios no habían vuelto a juntarse desde que el padre los autorizó a besarse. Eran dos extraños actuando en la peor película de sus vidas.

 

Ángel entró en el baño arrastrando los pies, apenas podía sostenerse en pie. Trató de verse al espejo, pero más que la borrachera lo que le impedía verse reflejado en el cristal era su tristeza que hacía que su imagen se difuminara frente a sus ojos. Trató de enjuagarse el rostro, pero el agua se escapada de entre sus manos. Intentó vomitar, para ver si de esta forma mejoraba su estado, pero nada funcionaba. Terminó por sentarse debajo de uno de los lavados. No supo cuánto tiempo pasó allí sentado, solo volvió en sí cuando sus manos acariciaron su rostro, cuando su voz cálida, resonó en su oído llamándolo por su nombre. Solo entonces volvió a abrir los ojos, solo entonces volvió a sonreír, mientras Jeyko a su vez le sonreía. Qué vida tan desdichada les esperaba, y, aun así, al verse, lo único que podían hacer el uno por el otro, era eso, sonreír. Lo ayudó a levantarse, lo abrazó cuando lo vio completamente de pie. Escondió su rostro en el hueco de su cuello y trató de controlar su propio sentir mientras Ángel le apretaba con fuerza y le susurraba al oído que le amaba.

 

Jeyko debía mantener la cordura, no dejarse seducir por su voz. Debía llevarlo fuera donde estaba toda la gente, para así poder controlarse. Como pudo lo arrastró hasta el salón, lo sentó en una mesa y le dio de comer.

 

—Idiota, mírate como estas.

 

Él solo lo miraba y sonreía mientras recibía otro bocado. Todo el mundo se dio cuenta, pero nadie dijo nada. Ni siquiera ella, que sentada en su mesa despedazaba el trozo de pastel que no probó siquiera. El brujo de su cuento de hadas la había envenenado y había terminado por arrebatarle todo lo que quería.

 

—Ángel, vamos, es hora de irnos —se acercó su padre a ellos, cuando Ángel recibía el último bocado de la torta que había preparado Mateo—. Jeyko, felicitaciones, de todo corazón, pero es hora que me lleve a mi muchacho.

 

—¡No iré a ningún lado!

 

—Por favor, despidanse —continuó, ignorando a su hijo.

 

—¿No volveré a verte? —Ángel negó con la cabeza inclinada, en medio de la poca cordura que le quedaba—. ¿Así que llegó el momento?

 

Estaban rodeados por los padres de Ángel que esperaban la última despedida para poder marcharse.  También estaban los padres de Jeyko que no entendían nada de lo que estaba pasando, pero que desde un rato atrás se habían percatado de que nada estaba bien. Estaban Alex y Juan, que observaban con tristeza la escena. Sabían que no solo lo separaban de Jeyko, sino de ellos también, que fuera a donde fuera que lo enviaran, estaría muy lejos de ellos también. Claudia abrazó a su hijo por la espalda, quien por primera vez desde que llegaron a la recepción no la rechazó. 

 

—Se feliz. 

 

—Eso intentare. 

 

Ángel dio una última mirada a Alex y le sonrió. Estrechó con calma la mano de Juan y abandonó a tropezones la recepción siendo escoltado por sus padres. 

 

Andrea desde su asiento observó la escena. Jeyko se había quedado solo, sentado en la mesa de la esquina, con el rostro en el plato vacío que aún tenía en la mano. Le costaría mucho recuperarlo. Pero ver a Ángel abandonando el lugar, ver a Alex confundido discutiendo con Juan, ver a sus suegros detrás de la otra pareja buscando una explicación que sabían no conseguirían de su hijo, le dio un atisbo de esperanza de que podía recuperar al hombre que había perdido. No esa noche, no cerca, pero algún día. Así que ablandando su gesto y su mirada se acercó a su esposo. Lo obligó a mirarla y le sonrió cálidamente. Lo tomó por ambas manos y lo levantó, lo abrazó con cariño al tiempo que la banda tocaba una balada romántica. Bailó con él, escondió su rostro sobre su hombro y lo dejó llorar. Mientras bailaban nadie se dio cuenta de su llanto, ella lo acogió. Los invitados dieron un respiro de calma, esa noche ninguna bomba explotaría, el detonante no estaba. 

 

Ángel, se había ido. 








Continuará…

Notas finales:

**** Si llegaste hasta aquí, muchas gracias, ha sido un viaje increíble, y me alegro mucho de quienes han compartido conmigo este viaje. Este como les había avisado antes es el final de la primera temporada. La fecha para el inicio de la segunda temporada fue algo que me costo trabajo decidir, no estaba segura —aun no lo estoy— de que sería lo más prudente, sin embargo, luego de meditarlo decidí dejarlo como un regalo de reyes, el 6 de enero es la fecha elegida, llevara el mismo nombre solo que tendrá agregado el 2ª temporada correspondiente, espero contar con todos ustedes la próxima vez.

¡¡De nuevo MUCHAS GRACIAS POR TODO!!****


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