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Extravagante amor por 1827kratSN

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Aún recuerda cuando lo vio por primera vez, y sonríe divertido por lo mismo.

Para él sólo fue un día de cacería más, dada entre penumbras, una en donde escuchó a lo lejos un llamado desesperado debido al hambre y al miedo. Era una cría y su instinto le dijo que lo ayudara pues pertenecía a su especie, a su clase. Dos humanos normales estuvieron en su camino; le destajó el cuello al macho antes de que armaran alboroto, golpeó a la hembra como para dejarla inconsciente y se abrió camino hacia la habitación adornada por un dibujo de gatito.

Fue allí donde sus ojos se cruzaron.

Fueron el par de ojitos marrones más asustados y tímidos que vio, unos bellos iris que reflejaban miedo pero también esperanza. No lo culpaba. Reborn estaba consciente de que encima de sí se mostraba la sangre del padre de aquel niño y estaba seguro de que el pequeño de rebeldes cabellos escuchó los últimos alaridos que dio su madre. Y, aun así, siguieron mirándose por un rato mientras se acortaba la distancia entre ambos.

Reborn se arrodilló frente al pequeño que apretaba sus rodillas contra su pecho, le lanzó un gruñido leve y usando el lenguaje animal —con el que su especie se comunicaba—, le susurró algo amable.

 

Come, porque eres igual que yo —le extendió un trocito de carne sacada de las vísceras del hombre que asesinó, y la frotó contra esos labios hasta que el niño se atrevió a comerlo.

 

Cuando el niño tembló y cubrió su boca, Reborn supo que no se equivocó. Ambos compartían especie. Eran clase A nacidos en cunas humanas, pero que dejaron su naturaleza brotar porque era inevitable. Sin embargo, había otra cosa, una especial y que volvería a ese niño su más grade delirio y obsesión. Fue el simple hecho de escuchar una respuesta dada entre un maullido agudo característico de un cachorro, pues mientras más joven fuera el individuo que despertara su naturaleza salvaje conllevaba a que sería uno de los más fuertes y letales.

 

¿Quién eres? —esa voz temblaba, así que el azabache de patillas le dio una ligera caricia.

Soy Reborn —le susurró antes de tomar esa manito—. Ahora vamos. Tienes que comer.

 

Tenía ocho años apenas, pero suponía que ese niño despertó su asesino interno mucho antes y que trató de ahogarlo desesperadamente con ayuda de sus padres. Pero ahora era suyo, lo tomaría en su manada, y lo cuidaría, así como hizo con todos los de su especie que pudo rescatar.

Reborn guio al pequeño a la sala, le mostró el resultado de su cacería, ignoró el llanto de la mujer que al parecer pudo resistir el golpe, y le explicó claramente al niño que le enseñaría a cazar. Mató a esa mujer y alimentó trozo a trozo al niño hasta que éste saciara su hambre. Lo nutrió hasta que ese pequeño estómago fue lleno. Comió junto al castaño en medio de ese silencio dado por el éxtasis de saciar el hambre de años, le acarició la cabeza para reconfortarlo y ronroneó suavemente para darle confianza.

Se lo llevó lejos de ahí sin causar más alboroto.

Debió ser un niño más que cuidaría a la par que sus hermanos, pero con el pasar del tiempo se convirtió en algo más que eso. Aquella criatura sin mancha le ofreció algo que en todos esos años de supervivencia jamás conoció. Tsunayoshi Sawada le dio un cariño real, intenso y humano.

Sonrisas, agradecimientos, la muestra de lo empeñado que estaba por obtener la aprobación de su jefe y salvador, lo terco que era cuando las cosas se ponían difíciles, la preocupación dada cuando se separaban, todo eso le fue entregado sin impedimentos. Ese niño le dio todo de sí.

Reborn le enseñó todo lo que pudo, desde la cacería hasta la pelea por territorio, y le confió los secretos más grandes de su especie. Lo entrenó para que estuviera a su par porque así lo pidió aquel chiquillo. Forjó la joya más preciada de la manada y todos lo reconocieron, todos lo respetaron; todos sabían que, como jefe, Reborn podía hacer lo que se le diera la gana. Y finalmente reconocieron que el niño tenía todo para estar a la par de su líder.

 

—El niño te ve como su padre.

—Ya no es un niño, Verde.

—Sí, sí —el científico rodó los ojos con desgano—, ya he escuchado eso muchas veces y lo entiendo pues cumplió sus dieciséis. Pero a eso no me refiero, Reborn.

—Deja de parlotear y dime qué haremos ahora con esto —señaló el mapa.

—Reborn —apartó el papel y miró a su compañero—. Yo sólo digo que, si tanto te gusta el muchacho, si tanto lo quieres para ti…, no lo acoples en su primer celo. Digo que lo dejes crecer un poco más y que lo cortejes sin presionar. No lo asustes.

—Lo sé.

 

Lo cuidó como a un precioso cristal, lo resguardó en las épocas difíciles, veló por él para que siguiera siendo aquel brillante ser que le otorgaba la paz que no estaba destinada a su persona. Reborn se encaprichó con aquel niño de brillante sonrisa que le cocinaba las recetas más simples dadas por un libro que el propio castaño halló en medio de una de sus cacerías. Le encantaba ser quien generaba esas risas escandalosas, las muecas de enfado o de bochorno, y de esos sonrojos cuando se acercaban demasiado.

Reborn adoraba sentir que se entendían tan bien como para cazar juntos y tener éxito total.

Lo necesitaba, lo deseaba, lo quería solo para él. Nadie más le iba a rebatar a ese pequeño ser que moldeó a su gusto, y se los advirtió a todos los que formaban parte de la manada. Quería que todo el amor que ese chiquillo fuera capaz de sentir y guardar, fuera para él. Volvió a Tsunayoshi Sawada su prioridad, su todo, su razón de creer que valía la pena seguir luchando para superponerse a la raza humana gestora de su especie. Lo hizo hasta el punto en que sintió una dependencia total.

Cada mañana quería verlo sonreír, cada día quería tocarlo, cada noche quería caminar junto al castaño en medio de sus turnos de vigilancia para la madriguera. Lo quería a su lado cada día de sus muy largas vidas. Quería ese amor humano que sólo Tsunayoshi era capaz de brindarle. Quería cambiar el sentido de ese cariño que le era regalado —incluso si fuese a la fuerza—, quería hacerlo.

 

—¡No voy a ser tu pareja, Reborn! ¡Entiéndelo!

—Yo digo que lo serás —Reborn no admitía derrotas porque jamás hizo algo errado como para merecerlas.

—¿Y cómo vas a obligarme? —bufaba.

—No lo sé todavía, pero lo haré.

 

Y lo hizo, pero el precio fue muy alto: lo tuvo que perder primero.

Reborn aún recuerda lo fúrico que se puso al enterarse de que la armada de resguardo se llevó a su pequeña obsesión, el cómo golpeó a media manada y mató a dos de sus subordinados por el estúpido fallo en la protección de su gente. Recuerda perfectamente cuando les demostró a todos el por qué era considerado como el ser más sanguinario clase A de ese puto país. Lo repitió cuando incluso perdió a su propia hija, y lo siguió repitiendo para que a todos les entrara en la cabeza que con la seguridad de la familia no se jugaba.

Les dejó en claro a todos que cambiaría las cosas como se le diera la maldita gana para que jamás perdieran a un miembro más de su familia en manos de aquellos monstruos, sus enemigos. Los obligó a crecer bajo su tutoría y los escondió bajo tierra en medio de un paraje inhóspito para que jamás los descubrieran. Hizo madrigueras por doquier, amplió su manada, planeó rutas de escape y sistemas de defensa, entrenó y captó más clases A que estuvieran a su nivel y creó un pequeño ejército para cumplir con sus objetivos.

Dejó todo listo porque él se iría a buscar a su estúpido castaño idiota y lo golpearía hasta que entendiera el significado de la prudencia. Odiaba que en ocasiones Tsuna desobedeciera los protocolos trazados en la cacería, se odió más porque en esa ocasión no lideró el grupo de búsqueda, y juró que la armada de resguardo pagaría con creces lo que le hicieran a Tsuna en los laboratorios de investigación. Los destrozaría a todos cuando le fuera posible.

Lo necesitaba.

No le importó el dejarse atrapar y castigar por meses cuando fue necesario, pues logró llegar a la sede de la armada en donde estaba Tsunayoshi. No le importó esperar su turno para ser tratado como conejillo de indias o un perro adiestrado, ni siquiera le importó experimentar el dolor de ver a su gente tratada como algo más aberrante que una rata de laboratorio o un esclavo de guerra. Su mente siempre se mantuvo fija en el castaño que estaba siendo usado como herramienta para exterminio de los de su clase.

 

—Estas aquí.

—Vine por ti —en una de sus tantas misiones logró verlo, logró interactuar con él.

—Pero…

—Fuiste muy estúpido al dejarte atrapar, Tsunayoshi.

—Y tú un idiota por estar aquí a la par que yo.

—Te voy a sacar.

—¿Cómo?

—Y nos llevaremos a cuantos podamos.

 

Pero Reborn olvidó que aquel niño —al que vio crecer y convertirse en un digno líder—, siempre velaba por los demás antes que por él mismo. Se quedó encerrado en la sede de esos militares por petición del mismo Tsuna porque se negaba a irse sino era en conjunto con todos los demás enjaulados. Y a pesar de eso no le importó cumplir décadas y décadas en medio de la oscuridad o detrás de una jaula, porque de ahí no se iba a ir sin Tsuna.

Disfrutó de armar revueltas para lograr que al menos algunos de los suyos fueran libres, recibió los castigos que dejarían mella en su existencia y piel, enfrentó a los malnacidos que lo alejaron de su familia humana a temprana edad, les escupió en la cara a esos ancianos decrépitos que torturaban a su gente. Soportó cuanta tortura los humanos deseasen con tal de no abandonar a su pequeño capricho.

Sin embargo, mientras esperaba al tiempo adecuado, se olvidó que la humanidad de Tsunayoshi seguía latente…, y lo vio caer ante el más grande mentiroso de la raza humana. Reborn apreció como su propio Tsuna daba las herramientas claves para que la armada atrapara y asesinara a cuanto clase A se encontrara. Vio a su niño caer en las garras de un desalmado que lo torturó hasta el cansancio, y como consecuencia de eso la mente de Tsuna se fragmentó en cuatro personalidades completamente diferentes.

Reborn vio a Tsunayoshi desquebrajarse y volverse sólo un espejismo del risueño castaño que crió en su manda. Eso fue lo que más le dolió en esa miserable vida, pero aprendió a gozarlo porque de esa forma su adorado castaño forjó carácter y se trazó un destino.

 

—Usaremos al carcelero de turno, y esta vez sacaremos a la mitad de nosotros.

—Tú te irás con ellos, dame-Tsuna.

—No si no vienes conmigo, Reborn.

 

Al fin se dio la oportunidad perfecta, fue cuando sus celdas estuvieron separadas por sólo algunos pisos en el mismo edificio y cuando Reborn al fin vio una vida sacrificable que podría usar cuando las cosas mejoraran. Reborn encontró al hijo de su hermano —mismo que se obsesionó con él—, y fue cuando pudo obtener sus más grandes ventajas para escapar de ese maldito lugar. Lo mejor de todo fue que en esa ocasión encontró también a la hija que en cierto punto creyó muerta.

Creyó que todo estaba a su favor.

Jugó sus cartas y poco a poco liberó a su gente hasta que al fin llegó su turno.

Sonrió cuando su pequeño niño torturó y golpeó hasta el cansancio al hijo de puta que lo apresó. Se quedó admirando el porte que Tsuna tenía cuando salieron de ese sitio. Se lo llevó con él a pesar de que sabía que su pequeño castaño tenía el alma rota, el cuerpo ultrajado y el vientre lleno con las crías de un maldito humano promedio. Le dio la libertad prometida y se fue con él a las tierras que gobernó durante años. Retomó su labor de líder, misma que abandonó por perseguir al gestor de su más grande dependencia.

Lo manipuló sin importarle cuántas vidas fueran necesarias hasta que, por fin, aquel terco castaño cedió y se volvió suyo por completo. Sólo lo quería a él y por fin lo tuvo. Lo ató de por vida a él mediante un matrimonio que para los de su clase era un lazo eterno.

Reborn obtuvo todo lo que perdió años atrás, al fin se sintió el más grande clase A y la mayor amenaza para el humano promedio. Nada ni nadie pudo quitarle esa dicha, ese estado tan pleno que se cargaba. Sentía que nada podía salirle mal.

 

—No dependas de mí para todo, Reborn —Tsuna se entregó a él por decisión propia, le volvió a ceder el cariño intenso de antaño.

—No lo hago.

—Es obvio que lo haces —le sostuvo de las mejillas para mirarlo fijamente—. Tienes que tener prioridades.

—Tu eres mi prioridad —Reborn adoraba hacerlo enojar y besarlo poco después, porque de esa forma convertía un beso rudo en uno suave hasta que Tsuna se relajaba.

—No dependas de mí, Reborn. Prioriza a tus hijos y a la manada.

 

Reborn no creyó jamás en las predicciones, en las coincidencias o en malos augurios, tal vez por eso no se fijó en las pequeñas señales que lo llevaron al caos. No quiso aceptar que toda esa felicidad y poder que sintió por un efímero momento, se destrozó hasta el punto en que veía caos y destrucción justo frente a él. No quiso creer que una vez más la vida le quiso apuñalar y le quitó todo.

No quiso aceptar la realidad.

Cuando vio salir a ese carcelero repulsivo quien le quitó todo en esa vida, cargando al último vestigio de su pequeño Tsunayoshi, no quiso aceptar la pérdida. Porque ese cabrón salió con Sora en brazos, pero dejó atrás al ángel que le dio sentido a su vida y que le regaló los más hermosos descendientes que en muchas ocasiones presumió.

No quiso hacerlo esperar, pero tuvo que priorizar otras cosas porque se lo prometió a Tsuna.

Pero no más.

No iba perderlo.

Reborn no quería siquiera imaginarse el vivir sin esas sonrisas, las caricias, los besos, las miradas, las peleas que terminaban en medio de gemidos compartidos en su lecho matrimonial. No quería quedarse sin la fuente de esa rara sensación en su pecho dada mientras lo veía cantar esa melodía italiana cuando hacía dormir a sus hijos. No quería dejar de sentir ese amor humano que tanto le hizo falta. No quiso dejarlo perecer solo en medio de ese mar de fuego y gases tóxicos que mataron a centenas de humanos infelices y mediocres.

No quiso.

Dejó todo en manos de su mano derecha e izquierda en la manada. Dio la orden de partir y dejó a Sora bajo el cuidado de su hija mayor. Les gritó para que siguieran con el plan porque él los alcanzaría después y luchó contra todos para salir corriendo en busca de Tsunayoshi. Porque no se iba a ir sin él. No iba a poder vivir sin él. No iba a… poder superar esa pérdida.

Porque necesitaba a Tsuna con él. Dependía enteramente de ese castaño para seguir respirando.

 

—¡TSUNA!

 

Ignoró todo grito porque se quedase con la manada y se adentró a los límites infernales de la que sería la tumba de esa armada. Corrió como desquiciado hasta entrar al edificio principal, activó su olfato potente y trató de identificar el rastro de ese lobo pulgoso quien dejó atrás a Tsuna.

Se guio por la desesperación, la agonía de la pérdida y la sutil esperanza por encontrarlo vivo. Se repitió mentalmente que los clase A no morían así de fácil, que mientras sus células cerebrales siguiesen activas y su corazón latiera de vez en cuando, Tsuna podía sobrevivir. Se dio esperanzas mientras buscaba por todas partes.

Lo encontró. Lo hizo cuando las bombas instaladas en los diferentes sectores empezaron a detonar y el incendio fue inminente. Se lanzó encima de ese cuerpo para protegerlo con el suyo de los escombros que cayeron. Se tragó el grito desesperado en pedido porque le respondiera, apartó toda roca estorbosa y se centró en el cuerpo inmóvil que trataba de reanimar.

 

—Por favor.

 

Pegó su oído a ese pecho, intentó hallar algún símbolo de respiración, le tocó la fría mejilla y aun así se negaba a creerlo muerto. Porque había tiempo, aun había. Entre jadeos y una ronca tos, Reborn le dio respiración boca a boca y aplicó lo que sabía de reanimación. Siguió intentando obtener alguna respuesta de aquel castaño adornado por manchas rojas en varias partes del cuerpo. Ignoró la sangre centrada cerca de pecho de Tsuna y suplicó por un milagro.

 

—Despierta, ¡maldita sea! Porque sin ti… no me voy.

 

Todo a su alrededor ardía como el infierno, todo estaba destruido y seguramente los caminos ya no existían. Todo su plan fue completado perfectamente. Apenas se escuchaba a lo lejos los gritos desesperados de los desafortunados hijos de puta que aun respiraban y que estaban siendo quemados a viva piel por las llamas ávidas que consumían todo a su paso. Pero Reborn seguía ahí, intentando obtener la respiración propia de ese cuerpo pálido y algo rígido.

A su mente vinieron las memorias de años, desde la primera visión hasta la ocasión previa a la que Tsuna se fuera por última vez de la madriguera. Negó. No quería que esas fueran las únicas memorias, deseaba profundamente que Tsuna siguiese fabricando más junto con él y sus hijos por el resto de años que les quedaran de vida y lucha. Se negaba a perderlo porque sin él… creía que no iba a poder seguir.

Lo necesitaba a tal punto que… prefería morir a salir de ahí sin él.

 

—Tenías razón… Tenías razón.

 

Seguía apretando el pecho del castaño y alternando su accionar con la unión de sus labios. Las lágrimas de Reborn salieron en un instante y no se detuvieron porque los ojos de Tsuna no se abrían.

 

—Dependo de ti.

 

Se estaba rindiendo a la par que el humo negro empezaba a asfixiarlo y el calor del incendio se sintió en su piel sudorosa. Soltó un hipido y acunó ese cuerpo entre sus brazos. Estaba desesperado.

 

—No puedo vivir sin ti, Tsunayoshi.

 

En medio de su desesperación gritó con todas las fuerzas que tuvo y apretó ese cuerpo contra su pecho. Apretó las heridas, olfateó el cuello que seguía oliendo a felicidad, y rogó innumerables veces porque ese corazón latiera.

 

—¡Despierta de una maldita vez!

 

Golpeó el pecho del castaño con tanta fuerza que tal vez pudo fisurarle una costilla, pero era su último recurso. Le dio la última bocanada de aire y después pegó su oreja al pecho de Tsuna. Calmó su llanto y aguantó la respiración en medio de su espera eterna. Dejó sus lágrimas caer y se dedicó a escuchar cuidadosamente. No perdía la fe, la última fe que tenía.

Y latió.

Fue un latido débil y una respiración casi nula. Fue todo lo que Reborn necesitó para lanzar otro grito abismal pero que simbolizaba su dicha. Sintió satisfacción debido a que ambos fueran parte de una raza guerrera y asesina que les daba características superiores a la de los inútiles humanos.

Le besó los labios y las mejillas, le susurró que siguiera intentando vivir y lo abrazó. Tomó un hierro hirviendo, lo utilizó para detener el sangrado de las heridas en ese cuerpo, y sonrió al obtener unas pequeñas muecas en ese rostro sucio y ensangrentado.

Reborn cargó a Tsuna en su espalda y salió corriendo en medio de las llamas que quemaban su ropa y piel.

Tsunayoshi seguía vivo y eso fue lo único que le importó. Nada más. Ni siquiera tomó en consideración las secuelas que podría tener por esa acción tan impulsiva y desquiciada. Cruzó el infierno con tal de salvar el cuerpo del castaño que estaba al borde de la muerte. Se negó a soltar a su pequeño que pesaba en su espalda y se encaminó lejos de esa zona de guerra. Se escondió de los ojos humanos y cruzó esa zona desolada. Llegó a un sitio habitado y mató al primer humano que halló para arrebatarle la sangre y cederla al cuerpo de su pequeño castaño.

Aplicó los pocos conocimientos de medicina que tenía e improvisó una trasfusión de sangre para que el cuerpo del castaño tuviera un porcentaje un poco más alto de supervivencia. Pero eso no sería suficiente, por eso llevó a Tsuna en su espalda y cruzó una ciudad entera usando los sistemas de desagüe subterráneo que le permitiría huir sin tener visitas indeseadas.

Hizo cuanto pudo hasta que llegó al límite de su territorio.

Llegó casi arrastrándose y con la carne al aire debido a las quemaduras, cargando el peso del cuerpo que apenas respiraba pausadamente y que jamás despertó. Llegó en medio del día y deshidratado, con hedor a infierno y el rastro del esfuerzo sobrehumano por mantener vivo a ese castaño. Llegó triunfante para ver a los que quedaban de su familia inicial y apreciar con orgullo a las centenas de miradas que se unieron a la manada.

Se desplomó sólo cuando estuvo en manos de Verde e I-pin.

Y lo valió.

Valió cada maldito día de pesar y torturas. Valió la sangre derramada y el dolor de décadas. Valió cada plan engorroso que les tomó años aplicar. Lo valió todo.

Habían ganado, habían destruido la mayor parte de la amenaza y crecieron en número hasta el punto en que parecían una pequeña ciudad reunida fuera de la madriguera subterránea. Pero más importante que eso, el líder había recuperado a su más grande capricho.

Reborn no supo cuánto tardó en recuperarse o cuánto tiempo estuvo inconsciente, pero al despertar se vio boca abajo en la camilla debido a que la mayor parte de sus quemaduras estaban en la espalda y lado derecho. Escuchó el recibimiento de los enfermeros y sintió el doloroso abrazo de su hija mayor quien tuvo que tomar el rol de líder a pesar de que también perdió a alguien importante. Y después vio a sus cinco hijos menores que con esmero cuidó porque eran el legado de Tsunayoshi.

 

—Ni se te ocurra levantarte, papá. Tsuna está bien, en cuanto llegó se le fueron extraídas las balas, se le aplicó un par de transfusiones más, y ahora está sedado hasta que logre recuperarse lo suficiente.

—Bien.

—Eres un desquiciado… —sollozó quedito—. Creí que no ibas a volver.

—Pero volví.

—Lo sé… y te lo agradezco, papá…, porque no hubiese sabido qué hacer sin ti ahora que es cuando más te necesito.

 

Mató a quien debía matar, usó a quien debió usar, ocultó los secretos que debió ocultar, dejó que se cursaran los senderos que se tuvieran que cruzar y retomó el poderío que le correspondía.

Reborn esperó lo que tuvo que esperar hasta que un día —en la mitad de la tarde para ser exactos—, aquella mirada que tanto extrañó y anheló volvió a mostrarse. Y nunca sintió tanta dicha y euforia como cuando los ojos de Tsuna lo enfocaron por un momento, para después apreciar como esos labios se curvaban ligeramente formando la sonrisa más bella de ese estúpido mundo.

Lo besó, no una sino innumerables veces hasta que sació un poco de todo ese caos emocional y el estrés por la larga espera. No dijo nada, no hizo nada aparte de besarle cada porción de rostro y manos a disposición. Se quedó ahí, apreciando el aroma de su castaño entremezclado con medicamentos. Se detuvo para sentir el leve movimiento de esos dedos que debían ganar fuerza para moverse con soltura.

 

—Tenías razón, Tsuna.

—De… ¿qué?

—Dependo completamente de ti. Y sinceramente no me importa.

—Re… born.

—Haría lo que fuera por ti…. Y el día en que me dejes, me iré contigo.

 

No hubo verdad más real o desquiciada que esa. Y, sin embargo, Tsuna sonrió sutilmente y se dejó mimar por aquel hombre que le cedió amor desinteresado, aunque algo maniaco. Se quedaron ahí por largo rato hasta que el cansancio le ganó al paciente y Reborn tuvo que volver a su rutina.

Pero no había que temer, tendrían todo el tiempo para hablar y amarse.

Además, debían planear la caída humana y tomar el rol como especie dominante en el mundo.

Y Reborn estaba seguro de que, si Tsuna estaba con él, todo sería posible.

 

 

 

 

Notas finales:

 

Bueno, al final quise hacer un homenaje a un fic que me tomó como dos o tres años terminar y que a muchos les dolió en extremo. Quise darles un final alternativo al que les di, uno un tantito dulce, a la vez que cumplía con la última temática de esta actividad. Lo hice porque creo que esta pareja representa claramente lo que es la dependencia, al menos Reborn lo hace, o eso me pareció XD.

Bueno, gracias a @MotinFanficker toda esta maraña de OS raros salió, así que pueden explorar por ahí XD

Krat los ama~

Besos~

 

 

 


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