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Sueños por 1827kratSN

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Era muy divertido pasar el tiempo con el chico de la hojita de arce; podían perderse en un bosque y siempre sería divertido, y la razón era simple: porque las expresiones que hacía aquel enorme poste asemejaban a las de un niño que recién conoce las cosas. Con aquella risita tímida o por las cosas que decía con tanta naturalidad y sin doble intención. Y si bien el maplecito podía ponerse serio y dar hasta un poco de miedo porque la altura, el cuerpo acostumbrado al duro clima y a manejar un hacha para partir la leña, todo eso se volvía una amenaza clara, pero por lo general Canadá era el pacífico Canadá.

Muchas veces sus amigos le preguntaron si es que no se aburría de estar con aquel chico silencioso en muchas ocasiones, poco sociable y siempre a la sombra de su hermano USA, pero México tenía una repuesta sencilla para eso. Un notable y contundente no. Porque pocos eran los que conocían que Canadá era un buen cocinero, sabía contar las mejores historias, gustaba de hacer ejercicio y siempre estaba dispuesto a apoyarlo en sus ocurrencias. Todos deberían darse la oportunidad de conocer al norteamericano y no sólo tacharlo como “aburrido”.

 

—¿México? —Chile insistió, sin que el mencionado le hiciera caso— ¡Weón! —tuvo que elevar la voz.

—¿Qué? —miró a su amigo antes de fruncir el ceño—. Ya te dije que te dejes de pendejadas, Canadá no es aburrido.

—Oca —hizo una mueca de extrañeza porque ese tema quedó atrás desde hace rato— ¿Ta’ agarrado con ese?

—¿De qué hablas?

—Estaí en otra —negó antes de señalar la botella de tequila que colocó en la mesa—, y seguí hablando del maple.

—Carajo —suspiró antes de agarrar el vaso servido que era para él—. Estoy bien, pendejo.

—Acabo de cachar la cosa —sonrió el chileno antes de acercarse un poco al tricolor—. Tai loco por el Canadá.

—¡No es así! —le lanzó un cojín y bebió de un trago su tequila—. No es así —pero ni él estaba seguro de eso—. Él es mi cuate. No homo, compadre.

 

Era cosa de su mente jugando con él, eso y que Chile estuvo fregando con el asunto hasta que incluso llegaron los demás y se unieron al desmadre. Debió predecirlo, porque esos pendejos adoraban joderle con cualquier cosa. Pero luego le chantó la sopa a la jotería que se traían Argentina y el Chile, con eso bastó para que cambiaran el tema y siguieran consumiendo bebida y porquerías sin medida hasta que se les borró el casete. La resaca fue de las buenas, así que lo valió.

Lo malo fue que se le quedó una espinita, de esas que nacen con un comentario al aire y que te produce una crisis existencial porque dudas hasta del cielo azul. Era una pinche tontería. Pero sin darse cuenta estaba pensando en si esa sensación de calma entremezclada con emoción al ver a Canadá, era un síntoma de… enamoramiento.

 

—¿Seré joto? —se dijo a sí mismo en medio de su ducha matutina—. No, no —siguió frotándose el jabón—. ¿O sí? —volvió el pensamiento.

 

Decidió comprobarlo en la siguiente reunión, la que sería en medio de una cafetería, porque sí we, nada era más de machos que tomarse un café bien negro con un buen amigo… quien añadía galletitas en el pedido para así regular el amargo de su bebida con la dulzura de un trocito de cielo azucarado. Sí, señor. A Canadá le gustaban las galletas.

Ya estaba dudando. ¿Canadá si patearía con la otra pierna?

No, no lo creía.

Pero, ¿y si ambos estaban del otro equipo?

No, tampoco era opción…, aunque…

No, no.

 

—Quelque chose ne va pas? —(¿Sucede algo malo?).

—¿Qué? —México arqueó su ceja derecha.

—Vous regardez le cookie depuis cinq minutes —(Llevas mirando la galleta por cinco minutos), rio bajito.

—Pues… —sonrió, estaba pensando en estupideces— pensaba en lo que deberíamos hacer hoy.

—Que veux tu faire? —(¿A dónde quieres ir?), lo miró interesado antes de beber su café—. Nous irons où vous voulez —(iremos a donde quieras ir).

—¿Te gustan las ferias?

 

Recordó que había una feria cerca y sin pensarlo agarró a Canadá y lo arrastró hasta allá. Iba a divertirse y olvidarse de las estupideces que le metieron en la cabeza.

Fue un caos entre tanta gente y puestos diversos. Comieron de todo, siendo Canadá quien dudaba al dar las mordidas por el temor de atorarse con algo picante, pero en esa ocasión el tricolor no fue tan malo y simplemente le cedió las cosas más ligeritas para el estómago tan delicado del maple. Pero de todas formas México terminó riéndose de esas muecas dudosas o de los ojos brillantes del más alto cuando probaba algo dulce que era de su gusto. Jugaron, presenciaron los espectáculos, dejaron que el tiempo pasara en medio del bullicio, y al final se detuvieron a descansar bajo la luz de las estrellas.

Fue muy divertido como siempre.

Había que admirar la energía del canadiense que se comparaba a la suya, o tal vez se esforzaba, pero lo agradecía, porque así podían seguir sus andanzas hasta el amanecer. Tan entretenido estaba que ni se fijó en las miradas puestos sobre ellos, y ahora que lo pensaba, las chicas se fijaban mucho en Canadá, pero éste no parecía interesado en eso. Y eso era extraño.

 

—¿Puedo hacerte una pregunta? —quería saber si Canadá estaba interesado en…

—Oui.

—Pues —se acobardó, porque preguntar sobre “eso” sería algo muy invasivo a la privacidad ajena—, ¿quieres bailar?

—¿Eh? —pareció nervioso.

—Vamos —el tricolor se levantó de un salto—, será divertido —señaló al final de la calle donde la gente se reunía alrededor de los músicos.

—Mexique, je pense ... —(México, creo que), agitó sus manos y se encogió de hombros— je vais vous rejeter —(te rechazaré).

—¿Qué? —México sintió un ligero dolor en su pecho. ¿Lo rechazó? ¿Tan directamente?

—Non, pas maintenant —(No, no ahora), su sonrisa tembló un poco—. Je suis fatigue —(Estoy cansado).

—Oh. Está bien.

—Mais tu peux y aller. Je vais te regarder de loin —(Pero tú puedes ir. Yo te observaré de lejos).

—No —respiró profundo para que se le pasara el amargo—, solo miremos un rato y después regresaremos a mi casa —sonrió—. Quiero que veas cómo se baila aquí, en mis tierras.

 

Se acercaron a admirar, fue verdad, ese era el plan inicial, pero México no pudo negarse ante el pedido de uno de los bailarines quien le invitó a unirse. Se contagió de la algarabía y se internó entre los que bailaban a rienda suelta. Canadá solo le sonrió antes de hacerle un gesto con la mano para decirle que no había problema. Lo demás fue solo cosa de disfrutarlo, girar, mover sus manos, moverse con la pareja de turno y reírse en medio de tanta emoción.

De vez en cuando miraba a Canadá, quien era totalmente reconocible porque era el más alto de su grupo, y este solo sonreía y lo saludaba con la mano. Siempre sereno, siempre amable, agradable, y con las mejillas bañadas en rojo que destacaba bajo las luces de las lámparas cercanas, con la mirada embelesada en lo que observaba, siempre haciéndolo sentir especial.

 

—Oh, virgencita —se dio cuenta.

 

Cuando terminó de bailar con su compañera se dio cuenta de algo, y es que ni siquiera vio los rostros de sus varios acompañantes, o en sí no los memorizó, ni siquiera detalló mucho a la chica a quien le agradecía por la pieza, no la miró por mucho tiempo, aunque sí fue amable como siempre. Pero su atención estaba sobre el lejano Canadá, porque quería verse bien para el maple, quería demostrarle lo buen bailarín que era, que esos ojos se enfocaran solo en él, quería la atención completa.

Entonces, antes de volverse con el bicolor, se puso a analizar las cosas.

Mientras daba un paso se dio cuenta que le gustaba pasar tiempo con Canadá porque siempre se sintió especial y porque siempre eran sólo ellos dos, sin nadie que los interrumpiera. No era solamente eso, sino que no le gustaba incluir a sus casi hermanos en los planes porque estos acababan tomando parte de la atención de Canadá y eso no le gustaba. Sentía una posesión muy grande por el poste de rojo y blanco, una preferencia especial porque le gustaba fijarse en los más mínimos detalles que rodeaban a quien tenía perfilada una hoja de arce en medio rostro.

 

—Mexique.

 

Y cuando estuvo frente a él, mientras este le sonreía, se dio cuenta que en sí lo que le gustaba era… Canadá. La forma cariñosa en que lo trataba, esa vergüenza impregnada en las acciones más simples, el cómo se ruborizaba cuando estaban cerca, las manos que acunaban su cabello en un gesto cariñoso cuando le arreglaba el cabello, de esos ojos que brillaban cuando se miraban y…

 

—Il t'arrive quelque chose? —(¿Te sucede algo?).

 

Los dedos de Canadá siempre eran suaves, le tocaban las mejillas con tanta delicadeza que México se sentía como un mazapán. Lo cuidaban siempre, y estaba seguro de que una vez esos mismos dedos intentaron tomar los suyos mientras caminaban, o que el más alto se ponía nervioso cuando sus dedos se tocaban por error. Era tierno. Y admitía que a veces quería besarlo porque era la persona más dulce que llegó a tratarlo como a un igual, pero que a la vez era diferente del trato que tenía con sus amigos casi hermanos.

 

«Estoy enamorado del maple»

 

Casi le da algo, por suerte tenía a Canadá junto a él. Ni se quejó cuando fue cargado en la espalda del más alto, es más, fingió que se había mareado o que algo le hizo daño para así tener una excusa para quejarse suavemente mientras se agarraba de los hombros ajenos. Pero sus quejas no eran de dolor, eran de protesta por su estupidez, porque no se había fijado en las cosas con anterioridad y no había hecho algo para solucionar eso. Pero no se iba a quedar así, no señor, porque ahora que entendió que esa idea tonta de querer besar al bicolor tenía fundamento, lo iba a hacer.

 

—Duerme conmigo, maple —se quejó cuando lo dejaron en la cama.

—Non, je ne peux pas —(No, no puedo), rio algo nervioso.

—Será como una pijamada —cuánto odiaba ser rechazado.

—Je vais te faire un thé —(Te prepararé un té).

—No quiero eso.

—Alors quoi —(Entonces qué).

 

México quiso decirle que quería darle un pinche besote, hasta se le pasó por la mente agarrarlo y no soltarlo para que, por primera vez, sintiese el cuerpo de aquel pendejo —que lo tenía pendejo a él—, cerquita del suyo. Incluso quiso gritarle que quería comprobar si en verdad estaba enamorado de él y que por eso quería que durmieran juntos —solo dormir—. Pero terminó avergonzándose de sus propios pensamientos y haciéndose bolita.

Canadá cuidó de su falsa enfermedad.

Hasta para eso fue muy dulce.

Por eso y después de desahogarse con Chile —quien inicialmente le hizo burla, pero que después dejó las mamadas para otro día y le dio consejos un tanto decentes—, decidió que debía actuar. Primero debía comprobar que lo que sentía real, algo que fue fácil, demasiado fácil y eso le asustó. ¿Cómo no se dio cuanta antes?

No le gustaba cuando Rusia o Ucrania hablaban con Canadá y este les sonreía. No le gustaba que las chicas se acercaran al maple para preguntarle cualquier tontería y terminaba siendo el metiche que atendía las dudas de esas chicas y las mandaba a volar antes de apoderarse nuevamente de la atención del más alto. Adoraba cocinar junto a Canadá o estirarse sobre el sofá de la casa de éste mientras veían una película. Disfrutaba que Canadá riera con sus bromas y que le limpiara la mancha de salsa con una servilleta. Le gustaba todo de ese hombre, y sin darse cuenta ya se estaba fijando en más detalles, no solo de ese rostro, sino del resto del cuerpo.

 

—Bailemos —le dijo un día.

—Ah ... non ... peut-être une autre fois —(Ah... No... Tal vez en otra ocasión).

 

Entonces se dio cuenta de algo más y es que lo único que no había hecho con Canadá —algo normal—, era bailar. Se puso a rememorar algunos hechos y era verdad, el maple siempre le dio excusas para evitar hacer eso. ¿Por qué? No era algo malo, aunque tendrían que estar muy cerquita y eso era la esencia de algunos bailes, pero en sí no era algo malo. ¿Habría una razón oculta? Si la había, quería saber.

 

—¿Por qué me rechazas? —lo detuvo la tercera vez que le negó el privilegio de bailar juntos cuando andaban por una placita donde se armó una farra bastante animada.

— C'est que je... —(Es que… yo).

—Dime —lo miró con seriedad.

— Je ne sais pas danser  —(Yo no sé bailar).

—Haberlo dicho antes —el alivio que sintió fue inimaginable—. Yo te enseño.

— Mais ... je suis pas mal. —(Pero… soy bastante malo).

—No lo creo —sonrió ampliamente, de nuevo tenía ganas de comerse el mundo—. Conmigo aprender porque aprendes.

—Tu es sûr? — (¿Estás seguro?)

—Culo si no —sonrió y poco después escuchó la risita del canadiense.

— C'est bien. —(Está bien).

—Y así dejarás de rechazarme.

 

Fue así que empezaron las clases en privado, donde acaparaba toda la atención de Canadá, cuando podía verlo avergonzado de su lento progreso, del temor adorable que mostraba por el miedo a pisarlo, de esos ojos que brillaban cuando se encontraba con los suyos.

Joder, estaba bien pendejo por no haberse dado cuenta de que le gustaba ese güero desde antes. Así tal vez hubiese aprovechado la ignorancia de Canadá con respecto a bailes desde hace mucho. Y pudo haber fingido que sus manos se resbalaron para jotear un poco para tantear el terreno.

Sí, fue divertido.

Tal vez se confesaría en una de esas oportunidades, pero por el momento disfrutaría de verlo sonrojarse y tartamudear.

 

 

 

Notas finales:

 

La nueva portada llega gracias a MarhayaXs, la hallan en Facebook~ Tienen que darle amor~

Ahora sí~

A Krat le gusta como hablan los chilenos y los argentinos, pero tiene que recurrir a google para poder imitarlos, aunque sea un poco, lamento si me equivoqué en las expresiones.

Espero les haya gustado, aunque sea un poquito~

Besitos~

PD: Intenté incluir la palabra “rechazo” desde un punto de vista diferente, lamento si no fue el tema central de esto XD.


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