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Altivo, recurrente, y caótico. por 1827kratSN

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Había algo negativo en su ambiente de trabajo, y era que algunos padres o madres no eran tan fáciles de convencer o de doblegar como los demás, por eso Tsuna siempre terminaba en una situación incómoda que a sus veinticinco años ya sabía más o menos tolerar. En ese día, por ejemplo, se halló platicando con uno de los padres en la puerta del preescolar, riéndose de las bromas del hombre, manteniéndose al pendiente de sus niños, y a la vez pensando en la mejor forma de declinar a la oferta para salir a por un café.

 

—Sólo una salida, Sawada-kun —era uno de los padres más amables, dedicados y dulces. Era un hombre bueno, beta de familia, viudo.

—Me halaga —le reverenció levemente—, pero hay algo que creo no ha notado.

—¿Y qué es?

—Soy un alfa —sonrió ante la sorpresa del castaño de hebras lisas y sedosas—, aunque no lo parezca.

 

Generalmente la mujer u hombre que intentaba frecuentarlo, desistía por completo tras decirle la verdad, porque se decepcionaban al saber que él no era el “omega de sus sueños”. En parte era muy decepcionante a veces, porque veían en él sólo a un estereotipo que al final simplemente no era real; pero también era bueno, porque de esa forma sólo aceptaba a quien olvidara el limitante de sus castas y se fijara en algo más.

 

—No me importa si eres un alfa —Tsuna se sorprendió—, yo quiero conocerte un poco más.

—Si es así —sonrió con sus mejillas levemente ruborizadas, porque tenía debilidad por aquel tipo de personas—, yo aceptaré.

 

Tsuna rio al ver a la emoción en aquel hombre y también sintió aquella ansiedad por lo que podría pasar. Porque era de las pocas veces en las que podía decir que alguien valía la pena. Iba a poner de su parte para que esa cita saliera bien, ya que quería sinceramente hallar a alguien con quien compartir ciertos días, con quien forjar algo bonito y… ser feliz.

Pero no.

La vida no era tan buena.

 

—Oh, no. ¡No lo harás!

 

Tsuna se cubrió el rostro mientras un escalofrió muy horrendo le recorría la piel. No podía ser cierto. No quiso aceptarlo, pero reconocía esa voz, ese tono, la potencia y seguridad. Era su pesadilla de noches enteras esculpida debajo de un traje fino que se complementaba con una fedora rodeada de una cinta amarilla. Su nariz le decía que el traje era nuevo, que aquella persona había tomado café hace poco, y su oído le dijo que se encontraba agitado. «Por favor, que sea un mal sueño», pensó.

 

—¡No ahora que te acabo de encontrar! —pero no era un sueño feo.

—¿Quién es usted?

—¡Nadie! —Tsuna tensó sus brazos.

—No te hagas el idiota, porque ese aroma a leche acaramelada es tuyo y me arde la nariz por seguir el rastro con desesperación.

—No me puede estar pasando esto —susurró Tsuna casi al borde de las lágrimas.

—¡Llevo más de dos semanas buscándote!

—Por favor —apretó sus párpados—. Que me caiga de la cama justo ahora.

—Mírame, “lindo trasero” —el azabache sonrió de lado.

 

Discutió, lo hizo incluso olvidando que estaba en la entrada del preescolar con sus alumnos muy cerca. Tsuna intentó echar a aquel muchacho azabache, pero fue el azabache quien no solo se negó, sino que amenazó al pretendiente para que se largara porque no iba a permitir que le robaran a su “preciado tesoro”. Tsuna enfureció tanto que sin percibirlo elevó su voz y en menos de lo pensado tuvo a todos sus alumnos sujetando su pantalón.

 

—Yo te cuido.

—Oh no —tuvo que agacharse hasta sus pequeños—. No ha pasado nada, querido. Sólo me he exaltado un poco.

—Ese hombre ha hecho que Tsuna-sensei tiemble —Tsuna no notó que estaba temblando, pero de coraje.

—Perdón, cariño. No quise asustarte —acarició la mejilla de la pequeñita quien tenía sus ojitos cristalinos.

—No queremos que nos quiten a Sawada-sensei.

—No queremos.

 

Tsuna tuvo a sus diez pequeños alumnos llorando a su alrededor y terminó sin saber qué hacer, en pánico, hasta el enojo se le fue. Si no fuera por su compañera, que lo ayudó a calmar la situación, no sabía qué hubiera hecho. Y después de eso, toda esperanza de una vida amorosa se fue, porque se negó a aceptar la invitación del castaño padre de uno de sus alumnos, y declaró su clara negativa a siquiera hablar adecuadamente con el muchacho de negros cabellos del que no quería saber el nombre tan siquiera.

No estaba destinado a eso.

No se merecía una cita.

Su destino se centraba en los niños, cuidarlos, limpiarles las caritas sucias, cargarlos cuando se caían, leerles un cuento para que tomaran la siesta, enseñarle los colores, cuidar de raspones y cantar canciones. Su vida serían los niños, eso lo tenía claro. Y por eso intentó rechazar cualquier intento por un nuevo acercamiento, casual encuentro o coincidencia, con quien le arruinó una de las pocas oportunidades que tuvo de una cita decente con una persona de buen corazón.

 

—¡Ya déjame en paz! —quiso llorar.

—No se va a poder —el azabache sonrió de lado—, porque no te voy a dejar de buscar.

—¡Con un demonio! —caminó más a prisa para alejarse del idiota ese—. ¡Lárgate! —vociferó.

—Dijiste la frase —habló cuando pudo sujetar el brazo del castaño—, la frase que yo esperé… y supongo que yo dije la frase que tú esperabas.

—¡Ni siquiera me lo recuerdes! —se zafó del más alto y se adelantó—. Lárgate —esta vez suplicó.

—No lo haré, porque eres mi destinado, mi soulmate, y…

—¡Soy un alfa! —respiraba agitado, ya casi ni podía controlar sus feromonas—. ¡Un alfa!

 

Volvió a gritar su verdad en medio de la calle, porque de esa forma tal vez ese idiota envuelto en un traje Armani, que tenía porte de dominante —de un alfa de casta elevada—, se largara al infierno. Quería alejarlo y esa era la mejor forma, porque entre dos alfas varones no había posibilidad de tener hijos y…

 

—Y yo quiero ser tu omega —habló con seriedad, incluso su tono de voz fue seguro y lo suficientemente fuerte como para que los curiosos del lugar escucharan.

—¿Qué?

—Raro, ¿no? —el azabache sonrió mientras jugaba con su patilla izquierda—. Y, aún si fuéramos dos alfas, me importaría un carajo y seguiría insistiendo.

—Es una jodida broma —terminó por reír.

—No lo es —se acercó al castaño hasta que sus rostros estuvieron casi tocándose—, porque somos almas gemelas.

 

Tsuna golpeó tan fuerte al azabache que incluso su mano le dolió, pero al menos así se quitó la rabia que tenía guardada por su acosador del último mes. Su reacción fue parecida a la que tuvo contra Gokudera hace años, su alfa dominándolo, su voz de mando brotando sin que se diera cuenta, y su lado agresivo explotando como en una erupción.

¡Un mes! ¡Ese azabache lo acosó por un mes! Uno lleno de sustos porque se lo encontraba en cualquier lado. Ese estúpido incluso lo siguió a su trabajo y jugó con los niños con tal de acercársele. Ya no aguantaba. Porque se estaba negando y quería estar en paz. ¡No era algo tan difícil de entender!

 

—Oye, ¿qué pasó aquí?

—¡Es un acosador! —Tsuna vio su salida en Adelheid y se aferró a ella como si fuera un salvavidas—. Necesito una orden de restricción —jadeaba.

—Pero el lastimado es él —la beta observó la sangre que brotaba de la nariz del azabache—. Hum… —sonrió algo impresionada—. Al fin te veo defenderte como un alfa de verdad.

—¡Ese no es el punto, Adel!

—¡Soy su destinado! —el azabache ni se inmutó por el golpe que no esquivó y que lo hizo retroceder dos pasos. Olvidó su repentina excitación al escuchar esa voz rasposa y se limpió la nariz sangrante—. Está un poco asustado, pero si me permite… —tomó el brazo del castaño con fuerza—, lo arreglaremos en privado.

—Vete al diablo —se soltó violentamente.

—Es tan raro como tú, Tsuna —Adel soltó una risita—, pero está bien… —miró al azabache—. Por perturbar la paz de mi zona de custodia…, me acompañarás esposado.

—Me suenas familiar —el de fedora se irguió frente a la policía—, ¿no eres algo de un azabache raro que les dice a todos: “herbívoro”?

—¿Conoces a Kyoya? —el día se ponía más interesante.

—Por él vine desde Italia —se limpió de nuevo la nariz que ya no sangraba—, me debe unos favores y…

—¡Al diablo!

 

Tsuna no se quedó a escuchar, le valía una mierda todo y simplemente se fue a la cafetería de Enma, a sentarse en la cocina, ponerse un poco de hielo en la mano derecha, y a suspirar mientras maldecía su mala suerte. Platicó con su amigo que preparaba unas galletas mientras que sus dos empleados atendían las mesas. Se quedó ahí, esperando a que la noche llegara para irse a su casa, encerrarse, despertar y volver al trabajo, porque ahí se sentía bien.

 

—Deberíamos decirle a Gokudera-kun.

—Sinceramente —Tsuna suspiró—, lo estoy considerando.

 

 


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