Era un buen amigo, un buen hermano, un buen country, un buen padre, se portaba bien la mayoría del tiempo, por eso se merecía un descansito y se lo hizo saber a sus dos ñaños mayores… Pero el par de idiotas que tanto amaba, pensaban que no podía viajar solito en avión. ¡Por taita diosito! ¡Eran shunshos o qué! ¡Hasta tenía 24 hijos que crió bastante bien!
—No puedo creerlo —suspiró cansado mientras se masajeaba la frente.
—Vene irá contigo, parce —Colombia apretó la cabeza de su hermanito antes de sentarse junto a él en el comedor.
—¿Qué no tenía un camello que hacer? —no quería enojarse, pero en esos casos era imposible.
—La chamba está aplazada, tú tranquilo, chamo —Venezuela sonrió de lado al ingresar por la puerta, caminando despacio para dirigirse por un vaso de agua.
Ecuador miró a sus hermanos, el uno relajado esperando seguramente su café porque un leve olorcito ya estaba llenando la cocina, y el otro moneando el celular mientras le daba una pequeña cantaleta sobre lo cuidadoso que tenía que ser. Uy sí, muy cuidadoso, lo decía quien no se dejaba ayudar ni siquiera para curarle las grietas que a veces brotaban de la nada. Iba a mandarlos a la verga, pero respiró, dejó que Vene diera el sermón, y que Colombia le hiciera un par de bromas.
Eran sus ñaños, pero todo tenía un límite.
Lo intentó una vez más, diciéndoles que iría de viaje a tierras mexicanas —aunque después se escaparía a tierras gringas, pero eso era su oscuro secreto— porque sí, se lo merecía. Ya cumplió con todos los encargos de su gobierno, asistió a reuniones e hizo papeleo, organizó el cuidado de sus hijos para que los mayores vigilaran a los menores. ¡Hasta sus guambras entendieron que necesitaba un descanso! Pero aquel par de… shunshos, seguían con la misma vaina.
—No voy a dejar que a mi hermanito le echen los perros… y menos que lo coronen.
—Ningún marica se atrevería —bufó Colombia antes de chistar.
Y así siguieron, sin fijarse en que el menor de ellos torcía una sonrisa falsa que ocultaba sus enormes ganas de darles un golpe en el hocico, hasta apretó los puños debajo de la mesa. Ecuador odiaba que hablaran de él como si fuera un guagua mocoso, y peor, que fingieran que no estaba ahí, pero lo dejó pasar. Le iba a dar colerín y no lo valía. Respiró profundo, contó hasta diez y pensó un poco. Porque si no funcionaba razonar con sus queridos ñaños, tocaba darle al plan B: la manipulación.
—Ustedes no confían en mí —los miró fijamente mientras apretaba los labios—, ¿por qué son así siempre?
Sentía tanto coraje que llamar a sus lágrimas fue fácil, bastó con esforzarse un poquito como para que le ardieran los ojos y poco después se desprendieran unas gotitas. Hasta fingió sollozar, y después hizo un pequeño drama. Eso era suficiente, siempre lo era. Eso y mirarlos a la cara para decirles «Mana allikuna wawkikuna». Porque decirles que eran malos hermanos era una puñalada brutal para Vene y Colo, pero cuando se pasaban de cargosos, no le quedaba de otra.
Fue así que pudo tomar su maleta ligera, su sombrero —regalo de su pequeña Loja—, y se fue.
Reconocía que ser mimado en casa de sus hermanos era genial, se la pasaba bomba cuando los visitaba, porque cuando volvía a sus tierras tenía que cuidar de sus hijos y era bastante pesado, a más de eso estaban los problemas políticos y sociales, la crisis económica y demás… Sí, se merecía ese viajecito, mejor si lo patrocinaba el gringo, así que poco o nada tenía que llevar. Hizo escala con México, para aclararle lo que tenía que hacer con el Canadá y para que le acolite con la pantalla para disfrutar de su viaje a tierra gringa.
Simple.
Bastante simple.
Por eso estaba tan tranquilo cuando se bajó del taxi y tocó el timbre de la casota que se cargaba USA. Solo estando ahí se sintió abrumado ante tanto detalle, porque hasta vio un jardín bien podado y un… jardinero, que se enfocaba en un arbusto con forma de ¿halcón? O algo así. Intentó no tomarle mucha importancia, solo agitó su mano en saludo del hombre que le correspondió apenas porque USA abrió la puerta con una cara de pocos amigos.
—Uf —Ecuador dio un silbido largo pero suave—, estabas esperándome ¿o qué? —rio entre dientes—. Ya te dije, gringo, yo sí te hago.
USA estaba medio desnudo, sin camiseta, adormilado todavía, con un amplio pantalón de pijama que brotaba por esas caderas marcadas, los cabellos desordenados y graciosos porque no se sabía dónde iniciaba el azul, el blanco o el rojo. Ecuador lo repasó rápidamente con la mirada, analizándolo, burlándose de esos pies desnudos y de la postura encorvada que no beneficiaba a ese abdomen. Pero en algún punto USA tenía que reaccionar y cuando lo hizo, se arregló rápidamente los cabellos, repasó su rostro con sus manos, se irguió correctamente y tomó seriedad.
—Aren't you supposed to call me when you take the flight? —(¿No se supone que me llamarías cuando tomaras el vuelo?), se quejó mientras entrecerraba sus ojos.
—Y no se suponía que… —se acercó un poco más para mirar al gringo— debiste decirme que tenías unos ojos tan alhajas.
—I will go for my sunglasses —(Iré por mis gafas oscuras), se giró, pero enseguida tuvo al tricolor frente a él.
—El uno es azul —sonrió intentando agarrar el rostro del gringo, pero éste se apartó de inmediato—, deja ver de qué color es el otro.
—Stop —(detente), advirtió, cubriendo su ojo derecho con su mano.
—Pero… —entonces sintió una mirada más y se giró—. Oh, Canadá —sonrió—, ¿qué onda, socio?
—Ecuador, I didn't know you arrived today —(Ecuador, no sabía que llegabas hoy).
Para Ecuador fue obvio que desviaron su atención para que USA escapara, lograra arreglarse un poco y colocarse sus lentes oscuros. Dejó de importarle ese hecho, ya tendría oportunidad de averiguar qué ocultaba el norteamericano, pero aprovechó ese pequeño momento a solas con Canadá para indagar cuál sería una buena forma para decirle indirectamente que su amigo —el mexicano— estaba que babeaba por él desde hace meses. Cosas más, cosas menos. Intereses diferentes, situaciones raras del día a día.
—Come y bebe —señaló Ecuador, quien prácticamente se adueñó de la cocina.
—Fruit salad —(Ensalada de frutas), corearon en disputa los dos gringos.
—Chitón —los miró feo mientras exprimía las naranjas para darle el último toque—. Si digo que se llama come y bebe, y lo estoy preparando yo —les amenazó con la cáscara ya casi vacía—, no me contradigan. ¿Cachan? —los volvió a amenazar antes de volver su atención a su preparación.
—Okey —se rindieron.
—Pásame el guineo —Ecuador señaló, pero ambos norteamericanos se miraron confundidos—. ¿Qué esperan? —suspiró antes de negar—. El plátano —aclaró, y por si acaso añadió—, ¡la banana!
—Oh —Canadá rio divertido por el carácter que mostraba el pequeño tricolor—. Do you need anything else? —(¿Necesitas algo más?)
—Que se quiten de aquí —empezó a cortar su último ingrediente—, siento que tengo dos chapas tras mío y es incómodo.
—¿Chapas? —susurró Canadá, miró a su hermano en busca de respuestas, pero USA solo negó.
—O que voy en el trole y me van a pasar el huevo —murmuró entre dientes antes de sacudirse un poco—. No quiero que me quiten el espanto, pa’ que sepan —siguió con lo suyo mientras hablaba consigo mismo—. Pobres guarmis, por eso yo siempre…
Los norteamericanos se perdieron en medio de tantas cosas dichas de corrido por el pequeño, quien después de un rato les ofreció dos vasos grandes llenos del famoso “come y bebe”. No volvieron a darle contra y se concentraron en consumir gustosos aquel detalle. Se repitieron otro vaso sin disimular su agrado por la dulzura natural de la preparación, todo mientras la sonrisa del ecuatoriano terminaba por volver aquel desayuno-almuerzo un momento digno de recordar.
Aunque para Canadá el momento digno de recordar, fue cuando Ecuador golpeó la mano a USA con la cuchara porque éste intentó robarle un osito de goma, eso a pesar de que no hace mucho el ecuatoriano fue quien le quitó un malvavisco a USA. Al parecer, aplicar el “ojo por ojo y diente por diente” con el tricolor, no era factible. Tal vez por eso su hermano parecía bastante a gusto e interesado en el más pequeño de los hermanos tricolores, así que se apartó cuando fue necesario. Dejaría que USA fuera legítimamente feliz con alguien tan noble como lo era Ecuador.
—Yo sé que te gusta mi pana —susurró Ecuador, quien espiaba a Canadá desde detrás del sofá.
—¿Pana? —repitió fingiendo calma mientras guardaba su celular.
—A mí no me engañas —sonrió recargándose en el respaldo—, te gusta el México.
—¿Eh? —soltó una risita nerviosa—. I don’t…
—Su nombre de contacto tiene un corazoncito —sonrió entusiasmado por su descubrimiento.
—Don't tell USA —(No le digas a USA), susurró alterado.
—Oye —saltó para acomodarse junto al bicolor—, no sé cómo conseguiste su número, pero puedo decir que yo te lo di —sonrió porque ya mucho no tenía que hacer para ayudar el mexicano.
—Thanks.
—Pero a cambio… debes escribirle —le apuntó con el dedo—, invítalo a salir, coquetéale un poco.
—Are you helping me? —(¿Me estás ayudando?)
—Yo solo pienso que mi pana está muy solito —fingió demencia—, así que…, si le ayudas, te juro guardar el secreto.
Lo siguiente que supo Ecuador, fue que se despedía de Canadá y empujaba al gringo para irse de inmediato a turistear por ahí. Porque ¡para eso fue ahí! Para conocer los lugares más animados, comer porquerías, incluso ir a esa dulcería con cosas gigantes que vio por internet, y explotar la tarjeta de crédito del gringo quien le ofreció pagar todo como buen anfitrión.
Si bien no le gustaba sentir que estaba abusando la confianza del gringo, era verdad que siempre quiso ir a esos lugares y que no tenía presupuesto para gastar en boberías. Tuvo un conflicto personal por eso, pero terminó cediendo cuando recordó que él también costeó por completo la visita del gringo a sus tierras…, aunque eso fue porque mucha gente le debía favores, así que básicamente no gastó demasiado.
—Ask for what you want, honey —(Pide lo que quieras, cariño).
—¿Por qué estás complaciendo mis caprichos? —interrogó interesado.
—Because... you did the same to me —(Porque... tú hiciste lo mismo conmigo).
Raro, muy raro, el tricolor no se tragaba esa buena voluntad, porque ya muchos le habían dicho que USA era un pendejo, mamahuevo, hijo de la remil… ¿Y si le mintieron? ¡Esos hijueputas le mintieron! Porque no había otra razón por la que el gringo le comprara ese chocolate gigante o esa dona rellena de helado. Su conclusión fue que el norteamericano era buen dato.
—Sabes —se lamió la punta de su dedo índice y pulgar, porque aún tenía chocolate en estos—, te lo pagaré algún día.
—You can pay me now —(Puedes pagarme ahora).
—¿Cómo? —arqueó una de sus cejas.
—You can kiss me —(Puedes besarme), comentó con una sonrisa.
—No —retrocedió un poco—, mejor nalguearte, gringo.
Y sin darle aviso, lo hizo. Lo nalgueó. Es que fue tentador, porque el pendejo se inclinó para hablarle cerca del oído. Fue una venganza y una broma al mismo tiempo. Hasta le guiñó un ojo antes de darse vuelta y encaminarse hacia un local que llamó su atención hace rato, porque nada era mejor para acompañar un buen momento que un hot dog. Aprovecharía que estaba en tierras ajenas y comería porquerías, variar un poco no le haría daño.
No tenía idea de que estaba tentando al mismo demonio.
Y mucho menos pensó que le gustaría.