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2Fast, 2Beautiful por urumelii

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Notas del capitulo:

alalala

Shou


 


Un dolor punzante en la cabeza, muy familiar fue lo que me despertó. La Luz de los rayos del sol entraban por la ventana de una forma muy molesta, no había cerrado la cortina al entrar a dormir; sutiles recuerdos de la noche anterior fluyeron como agua en mi cabeza. Había tenido un maravilloso sueño que involucraba a Uruha, Uruha y sus suaves labios contra los míos, si lo pensaba con atención podía jurar que recordaba incluso su sabor. 


 


Me recriminé al instante tener ese tipo de pensamientos acerca del castaño, no podía negar que vivir con él se había vuelto una especie de dulce tortura. Por un lado, todos los días se hacía cargo de hacerme reír, de hacerme comer, mantenerme entretenido, darme espacio cuando lo necesitaba y se iba a trabajar, no hacía preguntas de más cuando bebía o desaparecía en los burdeles, siempre estaba dispuesto a darme una taza de café en las mañanas y decir un comentario extraño al respecto. La manera en la que me procuraba me volvió loco, lo suficiente para odiarlo por completo; para hundirme un poco más en mi miseria de saber que no podía tenerlo. 


 


El sueño solo era el colmo de toda la situación, era como brindarme una esperanza inexistente de algo que jamás ocurriría y que al mismo tiempo se sentía tan realizable. 


 


Me levanté sintiendo el mareo usual de la resaca haciendo que mis rodillas flaquearan un poco, no recordaba qué tanto había bebido, estaba bien hasta que Uruha me había sacado de la fiesta a rastras, dejando muy claro que era hora de irnos y sin darme explicación. Recordaba el bendito auto, de lo demás nada. Me cambié de ropa, yendo directo al baño a echarme agua helada en la cara, las ojeras más grandes debajo de mis ojos y el agua escurriendo de mi cabello. 


 


Salí a la estancia principal, donde como ya lo esperaba, estaba Uruha recargado en la barra de la cocina mirando la televisión con expresión contrariada, una taza de café en sus manos. En realidad era una visión espectacular, vestía una camisa de tirantes que dejaba ver sus omoplatos tan blancos como la leche, haciendo una ligera presión por estar recargado. Delineé su figura sin quererlo, la forma en que sus clavículas se marcaban y su labios parecían besar la taza con cada sorbo del liquido revitalizador. Tenía arqueada una ceja, absorto en el programa que se desplegaba en la televisión. Cuando por fin desvié mi atención a la pantalla, me encontré con un documental de autos, con razón se le veía tan contrariado, seguramente estaban diciendo pura sandez. 


 


—Buenos días —dije con cierto pesar en la voz, aún avergonzado del sueño que había tenido. 


 


Uruha se volteó ligeramente, me sonrió alegremente—. Buenas tardes —se burló. 


 


Miré mi reloj sin entender qué decía, marcaba la una de la tarde. No me había percatado de que había dormido tanto, que él estuviera bebiendo café demostraba que tampoco se había despertado temprano. 


 


—No deberías dejar que beba así —dije por decir algo, me acerqué a la barra de La Cocina y me senté frente a él. 


 


Se giró completamente hacia mi, separados por el mueble, se recargó en sus codos, lo sentí imposiblemente cerca—. Es lo que trato, pero no soy quien debe decidirlo, ¿no crees? —dijo tranquilamente y volvió su atención al televisor. 


 


—¿Crees que no me di cuenta que me estabas dando agua en algún punto? —me burlé.


 


—¿Puedes culparme? —Se alzó de hombros sin mirarme. 


 


 —Podría besarte  —las palabras se resbalaron de mi boca tan rápido que me arrepentí al segundo de decirlas. La había cagado y en grande, sentí el pánico recorrerme el cuerpo, después de todo lo que había hecho por mi, yo salía con mis estupideces. Esperé que me dijera algo terrible en el momento en el que se volvió a girar hacia mi. 


 


 —¿Recuerdas algo de anoche?  —Fue lo que recibí. 


 


Lo miré con los ojos muy abiertos, el sueño que había tenido, ese beso que él me había dado, la forma en la que me cuerpo se había caído sobre el suyo al entrar a la casa, su calor, su piel contra la mia en ese roce que me había costado una eternidad poder separarme. 


 


 —Yo…  —tartamudeé—, creí que… bueno… tu sabes… solo un gran sueño. 


 


Sonrió de lado—. ¿Gran sueño? Gracias —dijo en voz muy baja.


 


—Uruha… —sin pensarlo demasiado lo alcancé a tomar por ambas mejillas y lo besé. Sin una gota de alcohol en mi sistema, tal vez un poco, pero estaba completamente consciente, me rodeó por el cuello tanto como la barra entre nosotros se lo permitía. No podía creer que me estuviera correspondiendo de esa forma, sus labios separados dejándome entrar de forma lenta pero decisiva. Nos separamos poco después, yo aún con cara de sorpresa, él sonriendo. 


 


—No soy la maravilla que crees que soy, Shou —no dijo nada más pues en ese momento alguien tocó a la puerta. 


 


Lo miré extrañado, él negó haciéndome entender que no esperábamos a nadie. Estaba dispuesto a no abrir, tenía asuntos más importantes que atender cuando volvieron a tocar, una y otra vez, cada una mas insistente que la otra. Me separé a regañadientes de la barra caminando a la puerta, decidido a matar a quien fuera a estar del otro lado, abrí la puerta con brusquedad para ponerme a gritar. La cara de pocos amigos de Tora estaba del otro lado, detrás de él, Saga y Ruki. 


 


Los tres entraron sin pedir permiso, había cierta urgencia en la expresión de Tora que me hizo mantenerme callado ante su presencia. Cerré la puerta y los seguí hasta la sala, donde el agente se había quedado frente a Uruha. 


 


—Que bueno que estás aquí —fue todo lo que dijo. 


 


—Hola a ti también, Tora. ¿Les molestaría explicarnos qué hacen aquí? —Me crucé de brazos. 


 


Ruki me miró como si quisiera matarme, mientras Saga sonrió de lado dejando caer sobre el sillón individual con desgano. 


 


—¿Están todos bien? —Uruha preguntó alarmado. 


 


—Kyo está con Toshiya —avisó Saga como si fuera la más normal del mundo—. Reita está con Aoi, o al menos eso pensamos y nosotros tenemos información relevante para el desastre que es nuestra vida —se miró las uñas llenas de pintura. 


 


Lo miré como si se hubiera vuelto loco. Los siguientes veinte minutos escuchamos acerca de la conversación de Ruki con Jin, como habían puesto a Reita de nuevo a cargo de la investigación de la desaparición de Uruha y Aoi, las averiguaciones en los archivos de la policía, los extraños planes de Byou, la posibilidad que las fuerzas de la mafia estuvieran trianguladas, la venganza de Toshiya hacia Uruha y Aoi; Byou amenzando nuestras vidas, el secuestro de Kai, la traición de Sujk; toda la conspiración alrededor de nosotros y finalmente la posibilidad de que Hiroto estuviera en riesgo aún estando de gira. 


 


—Esto es demasiado —dijo Uruha finalmente, estaba sentado a un lado de Tora; se pasó la mano por el cabello y sacó su celular, lo mas probable era que estuviera revisando alguna señal de vida de Aoi. Lo cual me hizo sentir un poco de culpabilidad en el estomago, yo ya estaba soltero, el castaño, no. Después de todo lo que habían pasado esos dos, ¿cómo podía haberlo besado con tanto descaro? Necesitaba un trago y Uruha parecía que también, pues terminó por levantarse, tomar una de mis botellas de whisky y le dio un enorme trago sin ver a los demás. Jamás lo había visto tomar otra cosa que no fuera cerveza e incluso esas pequeñas botellas nunca se las terminaba, pero reconocí esa sed con la que había dado el trago, la misma sed que yo tenía por olvidar algo—. Esperen, —dijo cuando le dio otro trago—. ¿Cómo es que estás aquí y no con Kyo? —Le dijo a Tora—. Lo dejaste ir solo con un psicópata. 


 


—Cuando salimos de la casa, Toshiya lo estaba esperando —explicó Ruki—. No hubo mucho tiempo para hacer mucho, trae un micrófono en el cinturón y una cámara en el collar desde ayer —seguramente su inquietud había sido la misma—. Ahora ya hay un agente detrás de ellos, ¿verdad? —buscó confirmación en Tora, quien solo asintió.


 


—Reita fue por Yuu, porque Toshiya quiere matarnos —repitió en un suspiro y le dio otro trago al whisky—. Por culpa de Die —parecía ido, en otro lugar muy lejos de la sala de mi casa, hablaba para si mismo, las manos le temblaban—, Die —repitió. 


 


Me levanté enseguida, los otros me miraban reconociendo el extraño comportamiento del castaño, me acerqué a él tomando la botella de sus manos, pero este se aferró sin querer soltarla. Todo cayó en su lugar en una horrenda realización, recordé que me había contado que Aoi lo había mandado a rehabilitación, entendí entonces la manera en la que se comportaba conmigo, como si me entendiera. Lo hacía. Uruha no bebía ahora, porque antes había tratado de olvidar el dolor que Die le había causado, bebiendo y probablemente con drogas. Tener que enfrentar eso de nuevo, no me podía ni imaginar que tan cerca del borde estaba, o tal vez podía hacerlo muy bien. 


 


—Uruha, no vamos a dejar que nadie te toque, ¿de acuerdo? —le dije con voz queda, casi tan bajo que pareció que los demás no nos escuchaban. Debió haber sido muy incomodo para so otros tres, que me atreviera a tener un contacto tan intimo con el castaño, y era probable que solo Aoi pudiera calmarlo, pero no dejaría que ese chico cayera en el mismo abismo en el que yo me encontraba, menos si había logrado escapar de él—. Estás a salvo —le dije casi en su oído—, estás con nosotros, estás bien —le dije en una cantaleta que muchas veces yo necesité escuchar, peor no hubo nadie para decirmelo—. Nada se va a repetir, no va a volver a ocurrir. Preferiría volver a matar antes de que alguien te haga algo —aquello pareció despertarlo del trance, soltó la botella y me miró con pánico. 


 


Miró toda la escena horrorizado—. Lo siento —se alejó de la botella—, lo siento, es que…


 


—No tienes que darnos explicaciones —fue Ruki el que habló—. Y Shou tiene razón, nadie te v a hacer nada, a nadie de nosotros. Esto va a acabarse y tú nos vas a ayudar —me señaló. 


 


—¿Yo? —volvimos a sentarnos, Uruha aun temblaba ligeramente pero parecía haber ganado compostura después de varios respiros. 


 


—Resulta que tus aventuritas, también van por cortesía de la mafia —dijo Saga con tono cortante, aún podía notar lo enojado que estaba conmigo, seguro no solo por sacarme del burdel o cuidarme la borrachera, también por lo que le había hecho a Sakito—. Miku, es uno de ellos —anunció con cara de pocos amigos. 


 


—¿Qué? —pregunté no sólo alarmado, también avergonzado—. ¿Y cómo se supone que les ayude? 


 


—Bueno, pedazo de imbécil, es muy obvio —continuó Saga—. No quiero ni pensar las cosas que le pudiste haber dicho de nosotros en el estado en el que seguramente lo veías, pero nos ha estado espiando bajo las ordenes de Byou. Creemos que la mejor idea es que vayas, te lo cojas otra vez y le preguntes qué sabe. 


 


Tora lo miró sorprendido, Saga no era ácido como Sakito, ni remotamente cínico, pero era extremadamente leal y directo; cuando algo le molestaba jamás se quedaba callado y creanme, el chico estaba acostumbrado a que lo escucharan, ese tipo de cosas que te dan el ser famoso, tal vez. Siempre había sido así, sin embargo había aumentado con los años, sin tomar en cuenta que nosotros éramos muy amigos, la confianza entre nosotros era tan grande que podía hablarme de esa forma sin que yo me molestara o le concediera algún punto. Tora, no había estado para ver esa evolución del pintor, ni de nuestra amistad y en ese momento lo miraba como si estuviera redescubriendo quién era Saga en realidad.


 


—Para empezar —dije tranquilamente—, no le conté nada acerca de nosotros. No iba precisamente a hablar de mis sentimientos, Saga —el mencionado giró los ojos—. Además no creo que sepa algo, es decir, aunque esté trabajando para la mafia, nada asegura que le digan cosas. Puede ser solo un subordinado y ya.


 


—Vale la pena intentar —sentenció Tora—, si queremos atraparlos en su propio juego tenemos que tener toda la información disponible. Ahora tenemos un punto débil, tenemos que aprovecharlo.  


 


—Supongo que puedo intentarlo —dije no muy convencido. 


 


—Aunque sea hazlo por Sakito —Ruki habló con voz profunda. 


 


Lo miré sin entender. 


 


Tora suspiró tratando de conciliar un poco a los otros que estaban furiosos conmigo, se apretó el puente de la nariz—. Estamos casi seguros que algo le pasó anoche, pero Nao, no nos ha confirmado nada. Los tres objetivos más certeros de Byou son: Tu, Reita y Sakito —explicó. 


 


—Si le hubiera pasado algo, lo sabríamos —dije con una seguridad que no sentía, sin embargo, quería engañarme al respecto. Si algo le pasaba a Sakito, era capaz de invocar el infierno, no podía, no podía pensar que algo le hubiera pasado mientras yo estaba besando a Uruha, el novio de mi casi hermano. No podía pasar algo así, si Byou se hubiera atrevido a atacar a Sakito, no sólo lo mataría a él, mataría a cada uno de los involucrados. A mi podían hacerme lo que fuera, pero no a él; no a él. Mis emociones chocando entre si como el derrape de un auto en una carrera que se lleva a otros tres, no que hubiera pensado que había superado a mi ex novio, para nada, simplemente había enterrado mis sentimientos, queriendo de alguna forma enfocarme en lo demás. Pero si algo le pasaba, sería enteramente mi culpa. 


 


—Es lo mismo que yo dije —Tora me tranquilizó, aunque no se dio cuenta—. Entonces, ¿puedes ir al burdel? 


 


Asentí resignado, era lo menos que podía hacer al fin y al cabo, por primera vez sentí que podía ser útil desde que todo el desastre había empezado. 


 


—Puedo ir hoy mismo —sentencié. 


 


—De acuerdo, hay que prepararte —dijo Tora—. Ahora, mas que nunca es importante que no estemos separados, o al menos solos. Cualquier descuido podría ser fatal. 


 


Fatal, en este caso era literal. 


 


Prepararme significaba que me pusiera un montón de micrófonos en partes de la ropa que podían captar el sonido aún si estaba desnudo, no me fascinaba la idea de que Tora fuera a escuchar cómo me follaba a alguien, quería confiar en que era un profesional. Diez minutos después de explicarme cómo funcionaban los dichosos aparatos, su teléfono sonó.


 


—Es Kyo —anunció alertándonos a todos, los otros tres se habían puesto a conversar de banalidades. Contestó con el altavoz puesto—. ¿Estás bien? 


 


—Estoy con Kaoru —dijo respirando agitadamente—. Llegamos en diez; creo que lo tenemos —dijo triunfante y colgó. 


 


-&-


 


Reita


 


Todo mi cuerpo me dolía, el costado del ojo me punzaba y sentía dificultad para respirar, aunque estaba seguro que la costilla no estaba rota; Aoi me había pegado bastante fuerte. 


 


—¿Dónde aprendiste a pelear así? Yo soy policía, pero tú —le pregunté mientras nos encaminábamos de regreso al hotel donde trabajaba. 


 


Al pelinegro también le costaba trabajo caminar con propiedad, había logrado detener la hemorragia de su nariz, pero tenía toda la camisa manchada de sangre causando un pequeño escándalo entre las personas que nos veían en la calle. Soltó un ligero bufido que pudo haber sido risa. 


 


—Fue idea de Kouyou, para que poder defendernos de cualquier asalto. Básicamente entrenamos con regularidad —negó sonriendo. 


 


Entramos al lobby del hotel que afortunadamente se encontraba vacío excepto por la recepcionista, que nos miró con gran sorpresa en los ojos. Se levantó de inmediato parándose detrás del escritorio esperando a que nos acercáramos, la reconocí de inmediato como la hermana de uno de los maleantes de los archivos de la policía; mi cabeza hizo conjeturas de inmediato. 


 


—Hikari —dijo Aoi con trabajo—, ¿Ayumi ya regresó de su descanso? 


 


La otra asintió sin poder decir algo. 


 


—De acuerdo —prosiguió mi amigo—, estaremos en mi oficina —trató de mostrarme el camionero permanecí en mi lugar recargandome ligeramente en el escritorio. 


 


—Hola Hikari —dije tranquilamente, la otra me hizo una reverencia en forma de saludo. Yo en cambio, saqué la placa que estaba en mi cinturón y se la mostré como quien no quiere la cosa, Aoi me miró extrañado pero la chica palideció de pronto—, soy el detective Suzuki. Menudo lío en el que estás metida, o me vas a decir que en cuanto Aoi salió de aquí no levantaste ese teléfono —señalé el teléfono sobre el escritorio —, y le avisaste a tu hermano a dónde se dirigía para que pudiera dejarlo en el estado en el que lo dejó —era un poco de mentira, la mayoría de los golpes que Aoi tenía eran mi culpa pero eso no lo sabía ella—. Con lo que no contabas es que un policía se atravesaría en su camino y ahora, no sólo ambos enfrentan cargos de agresión agravada contra un civil, también contra un oficial de policía. Eso mínimo son seis meses adentro —chasqueé la lengua. 


 


—No, no, no fue mi intención —dijo Hikari rápidamente. Como había imaginado, la chica no era cómplice de la mafia, sus reacciones la delataban—. Me dijo que le avisara cuando saliera —miró a Aoi, desesperada—, no sabía que iba a intentar algo así, lo juro. No puedo ir a prisión, yo…


 


Asentí—. Claro, pero Hikari, es un gran problema en el que te metiste esta vez, como yo lo veo tienes dos opciones —guardé mi placa y seguí hablando tranquilamente—: puedo arrestarte en este momento, te llevo a la comisaría donde tendrás que decirnos donde está tu hermano y ambos enfrenten los cargos o me dices de una vez donde está, yo voy por él y a ti te perdono por colaborar con nosotros sin ponernos trabas —sonreí de lado. 


 


La chica no lo pensó dos segundos, tomó su libreta anotó una dirección atropelladamente y me tendió el papel—. Se la pasa ahí con sus otros amigos que son igual de vagos que él —dijo casi con desprecio—. No quise, señor Shiroyama, me amenazó, es mi hermano —comenzó a hacer a reverencias para disculparse. 


 


Aoi subió la mano para evitar que continuara—. Entiendo perfectamente, pero espero que entiendas tu también que no puedes quedarte. Este será tu ultimo día, cualquier cosa estaré en mi oficina —repitió y me señaló el camino. 


 


Cruzando el lobby, detrás de los elevadores había una enorme puerta que tenía un letrero con el nombre de: “Gerente”. Aoi abrió la puerta con pesadez, el lugar era enorme, casi otro cuarto de ese lujoso hotel, al menos a mi parecer. Tenía un gran escritorio de caoba, con una silla de piel a juego en donde Aoi se sentó pesadamente, tomó el teléfono y pidió a La Cocina un poco de hielo, además de carne cruda. El lugar tenía un enorme sillón de piel en donde me senté, aún si cada uno de mis músculos protestó por el movimiento. 


 


—Vaya, de verdad eres un policía —dijo mi amigo irónicamente. 


 


Me reí—. ¿Creíste que estaba jugando o algo así? —Me recargué en el respaldo echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos, podía sentir perfectamente como el golpe que me había dado Aoi comenzaba a hincharse. 


 


Menos de dos minutos después un chico llamó a la puerta, mi amigo lo dejó entrar y este depositó una bandeja con los hielos y un pedazo enorme de carne sobre el plato. 


 


—En serio propones que me ponga eso en el ojo —le dije en cuanto el chico se marchó, tomé la carne y dejé que cayera sobre mi ojo, el frío de este ardió al principio pero proporcionó cierto alivio—. No sé porque te cuesta trabajo pensar que soy policía, mírate, tienes todo un hotel a tu disposición. 


 


—Claro, pero no es como que imaginara que fueras a ser policía —dijo Aoi quitándose la camisa ensangrentada y tirándola a un bote de basura. 


 


—Pensé que sería obvio, después de todo lo que pasamos, quise atrapar a los malos siempre —trataba de mirarlo aún con la carne en el ojo que presumía me hacía ver ridículo, el otro sacó otra camisa de igual color de un pequeño armario detrás de su escritorio—. A diferencia de ti, amo y señor de la hotelería —dije sutilmente. 


 


Aoi torció la boca—. Fue el único lugar donde me contrataron sin hacer preguntas —respondió amargamente abotonándose la prenda. 


 


—No entiendo, se llevaron bastante dinero. 


 


El peligro tomó una pequeña toalla y envolvió dos hielos en esta, la colocó cerca de su labio, se lo había partido ligeramente, hizo una mueca pero no separó la compresa improvisada.


 


—Nos llevamos dinero, sí, pero no era suficiente. Tenía que ahorrar para poder pagar la falsificación de documentos —explicó sentándose nuevamente—. Sabía que eso sería lo más caro, pero no contaba con que fuera lo más fácil —suspiró, su mirada perdida en el escritorio—. Kouyou era un desastre, no importaba si por fin éramos libres para estar juntos, lo que Die le había hecho resonaba en cada parte de su ser. Al principio dijo que podía sobrellevarlo, pensé que el dinero sería suficiente al menos hasta cambiar de identidad y buscar un trabajo de verdad o asistir a la escuela, que sé yo. 


 


Me removí en el asiento—. ¿Qué pasó entonces? —No estaba seguro si quería las respuestas, solo parecía que Aoi necesitaba sacarlo del pecho, después de tantos años no lo había hablado con nadie. 


 


—Se empezó a tomar cada botella que se le atravesaba, decía que lo ayudaba a dormir. Cada noche era una pesadilla tras otra, hasta que dejó de dormir; el alcohol lo calmaba y al menos lograba conciliar el sueño por cuatro horas —hizo una mueca, separó la toalla que tenía una pequeña marca de sangre y volvió a colocársela en el labio—. Después estaba ebrio casi todo el tiempo, lloraba, gritaba, rompía cosas, temí por su vida, por la mía. Luego no era solo alcohol —me miró esperando que tal vez lo juzgara pero seguí viéndolo con seriedad, con toda la seriedad que podía transmitir con un pedazo de carne en el ojo—; no sé de dónde sacó pastillas para dormir, pastillas para el dolor, pastillas que ya tampoco sabía qué eran. El dinero se acababa, solo ese dinero que le había ocultado para los papeles y me rehusaba a gastar. Si no estaba drogado, gritaba todo el tiempo —la voz se le cortó. 


 


Le di unos minutos antes de que continuara. 


 


—Estuvimos así casi un año y medio; no me atrevía a salir de la casa —prosiguió—. Me aterraba pensar que se hiciera daño, aunque nunca lo hubiera hecho, decía cosas horribles, que prefería haber muerto ese día en la mansión a seguir como se sentía. Y te juro Akira, te juro que me daban ganas de revivir a Die y volverlo a hacer pagar porque había roto lo que yo más amaba en este mundo —cerró el puño—. Y no sabía como ayudarlo, era tan solo un chiquillo que pensaba que era invencible, hasta ese momento. Me propuse miles de veces regresar a Tokio, pero habíamos matado a tres personas, si no nos metían a la cárcel, a Kouyou le podía ir muy mal, todavía éramos menores de edad. Así que tragandome todo el maldito orgullo que tenía y tu sabes que es bastante, —sonrió. 


 


—A veces no sé como cabes en una sola habitación —aliviané un poco el ambiente. 


 


—Me decidí a buscar trabajo, no quería que nos quedaremos sin nada; aquello solo lo empeoraría las cosas, pero verás que no todo el mundo está dispuesto a contratar a un muchacho sin la preparatoria finalizada y sin papeles —se rió—. Hasta que llegué al hotel Miyamoto, no sé cómo pasó, pero el día que pedí el trabajo estaba el dueño ahí. Tal vez fue mi cara de desesperación, pero me dio una oportunidad sin preguntar nada; así fue como empecé una elegante carrera como mozo de cocina —bufó—. Todos los días me paraba, iba a cumplir mis turnos interminables en La Cocina del hotel de Okinawa y dejaba a Kouyou solo en el diminuto departamento que compartíamos; y él se dedicaba a ahogarse en alcohol o a drogarse. Pasamos otro medio año así antes de que un día recibí una llamada que casi me mata; Kouyou estaba en el hospital por sobredosis. 


 


Ahogué un grito. Me era prácticamente imposible pensar que Kouyou pudiera haber pasado por algo así, siempre que lo recordaba era ese chico tímido que solía andar detrás de Aoi todo el tiempo o el chico de sonrisa amable que había regresado ocho años después a nuestra puerta. Pensar que hubiera tenido tantos problemas, aunque parecía obvio, era casi inconcebible. Sin embargo, Die lo había secuestrado, lo había mantenido encerrado durante dos días haciéndole cosas que no me atrevía a imaginar, por supuesto que habría consecuencias. 


 


Aoi se removió en su silla y sacó una cajetilla de su escritorio, me ofreció uno peor me negué, prendió uno de los cigarros, sacó el humo mirando a la nada y continuó:


 


—Te imaginarás cómo estaba —dijo con voz queda, parecía que aunque le costara trabajo contarlo había hecho las paces con su pasado—, seguía siendo ese chico imparable e impulsivo. Tomé uno de los autos del Valet Parking del hotel y lo manejé al hospital en tiempo récord —le dio otra bocanada al cigarro—. Entré como un desquiciado a urgencias, pero no podían hacer mucho, Kouyou no tenía papeles, no tenía seguro, lo único que podían hacer era asegurarse de que no muriera, pero no podían hacer mas sin saber si podía pagarlo. Y probablemente no podía —se mordió el labio—, necesitaba ayuda pero yo había sido muy ingenuo al pensar que saldríamos a flote solos. Estuvo critico doce horas y yo estuve solo en el hospital esperando a que no se fuera, que la vida no me arrebatara a Kouyou de las manos como tantas veces había sucedido. Que de una manera cruel y espantosa el destino me estuviera diciendo que no había forma en la que ambos pudiéramos estar juntos —me volvió a mirar, tal vez esperando un comentario al respecto, no llegó—. Y ahí me encontraba, en media sala de hospital, llorando como niño chiquito, creo que en ese momento se me vino el mundo encima. Todo, la situación, los asesinatos, Kouyou, lo que Die había hecho, la mafia, todo. Lloraba y nadie reparaba en mi, nadie podía entender porque un chico de veinte años lloraba como uno de cinco en medio de una sala de hospital; hasta que el mismo señor Miyamoto se sentó a mi lado —lo miré sin entender, él se rió y le dio otra bocanada al cigarro—. Resulta que el auto que había robado del hotel, era el suyo. Yo solo había tomado el que me había parecido más rápido, un Mercedes CLK Class. 


 


Reí con él—. Yo hubiera robado el mismo —le concedí. 


 


—No hizo preguntas, pero yo le conté todo —hizo una mueca—. Casi todo, le dije que éramos hermanos en realidad, que habíamos huido, que Kouyou había sufrido un ataque que parecía irreparable, por eso se hundía en las drogas y el alcohol —su voz se volvió a cortar ligeramente—. El señor Miyamoto escuchó cada uno de mis problemas, sin decir nada, solo asintiendo de vez en cuando y cuando terminé, se levantó. Yo pensé que se marcharía, que pensaría igual que mis padres, que éramos unos enfermos, que nos merecíamos cada cosa que nos pasaba; pero no fue así. Se paró en el escritorio de urgencias y se aseguró que Kouyou recibiera todo el tratamiento. 


 


Abrí la boca sin poder creerlo, Aoi asintió asegurándome que no mentía.


 


—No sólo eso, de manera discreta y asegurándome que si alguien preguntaba él lo negaría todo, me contactó con la persona que terminó por hacernos las identidades falsas —dijo. 


 


—Espera —me quité la carne del ojo, sentía un poco mejor el golpe, seguramente no se hincharía como debería—, ¿te pidió algo a cambio? 


 


—Una cosa y aunque no lo creas fue la decisión mas dura que he tomado en toda mi vida —contestó con la misma calma—. Tenía que meter a Kouyou a rehabilitación, estuvo encerrado dos semanas y a partir de ahí, tenía que asistir a juntas regulares, además de terapia. 


 


—Carajo —dije impresionado—, parece que no se te acabó tanto la suerte como tu creías. 


 


Aoi negó—. No fue nada fácil, Kouyou me miraba como si le hubiera hecho algo imperdonable; incluso pensé que me odiaba a ratos. Sin embargo, empezamos a avanzar, él en su recuperación, yo en el hotel. Pasaba tanto tiempo ahí tratando de pagarle al señor Miyamoto lo que hizo por nosotros que empecé a aprender cómo se manejaban las cosas, me promovieron a botones, después a recepcionista, a jefe de recepcionistas, atención al cliente; pude pagarle la universidad a Kouyou cuando se sintió lo suficientemente listo. Hasta llegar a gerente de Okinawa, finalmente nos mandó a Tokio para la apertura del nuevo hotel y aquí estoy, golpeado por ti, y de nuevo; en problemas —se rió. 


 


—Tu madre —dije sin querer abordar ese tema, pero se suponía que era la razón principal por la que se rehusaba a regresar con nosotros, su familia. Me levanté sintiéndome un poco mejor—. Vamos, me cuentas en el camino —anuncié. Me miró como si estuviera loco. Alcé el papel que nos había dado la tal Hikari—, o prefieres que yo solo atrapé al maleante que trató de golpearte hasta matarte.


 


Se levantó—. No me lo perdería por nada —suspiró. 


 


Cuando salimos del hotel, Hikari ya no estaba, supuse había ido a recoger sus cosas o algo por estilo pero que Aoi no le tomara importancia, hizo que yo tampoco lo hiciera. Caminamos mejor, ya recuperados de la paliza, aún estaba adolorido, sin embargo en mi trabajo tenías que saber resistir el dolor, pensé que mi amigo se quejaría, no lo hizo. Lo que no pudo evitar fue alzar la ceja al ver mi auto estacionado fuera del hotel. 


 


—Te compraste un Berlinetta —dijo sin poder creerlo del todo. 


 


—Por supuesto que compré un Berlinetta, soy un hombre práctico, si quisiera estar de presumido hubiera sido un Lamborghini —saqué las llaves del bolsillo de mi pantalón.


 


 —Por favor, no tienes la suficiente personalidad para conducir un Lambo. Y si realmente fueras práctico te hubieras comprado un Nissan —rodó los ojos y señaló el auto—. Esto es compensación por falta de sexo. 


 


Le enseñé mi dedo de en medio y fue entonces cuando una voz a lo lejos llamó mi nombre; al principio pensé que había escuchado mal, la expresión de Aoi me confirmó que él también lo había escuchado. Me giré para ver la fuente del llamado, casi me subo al auto para salir corriendo; Kamijo se acercaba a nosotros con paso elegante pero rápido. 


 


—¿Y ese quién es? —Preguntó Aoi con sorpresa.


 


—Un imbécil —dije molesto. Esperé a que el periodista llegara hasta donde nosotros para dedicarle una mueca de infinito desprecio—. ¿Qué quieres ahora Kamijo? —Pregunté sin una gota de paciencia. 


 


Kamijo mostró su enorme sonrisa—. Que maneras de recibirme detective, no pensaste que te librarías tan fácil de mi, ¿verdad? Mucho menos cuando lograste que Kai se fuera del noticiero sin siquiera presentar su renuncia —dijo con puro veneno.


 


Estuve a punto de pegarle, pero Aoi, tan bien como me conocía y como si no hubieran pasado ocho años entre nosotros, alcanzó a detenerme por el pecho. Esto captó la atención de Kamijo, quien miró a mi amigo de arriba para abajo. 


 


—¿Nos conocemos? —Preguntó el periodista. 


 


—Lo dudo —contestó secamente. 


 


Kamijo entrecerró los ojos mirándolo fijamente, entré en pánico, lo último que necesitábamos era que el imbécil ese reconociera a Aoi, estaríamos en problemas si lograba conectar los puntos; que para ese punto no eran muy difíciles de conectar. 


 


—¿Qué quieres, Kamijo? —Repetí para captar su atención.


 


El periodista me miró con desdén—. Sólo quería preguntarte, ¿cómo iba la investigación de Mana? —dijo casi canturreando. 


 


—Sabes que no puedo responder eso —dije abriendo la puerta del Berlinetta y dando la vuelta para subirme a mi respectivo asiento. 


 


—Eso quiere decir que sí estás trabajando en el caso —sonrió triunfante—. Mis fuentes dicen que habían puesto a un detective de Casos no Resueltos al frente del caso —traté de mantenerme impasible, debía tener fuentes dentro de la policía para que se hubiera enterado tan rápido, no sólo era eso, había sido capaz de encontrarme en el hotel, un lugar que no debía de levantar siquiera sospechas de este relacionado con el caso. 


 


Lo miré con sospecha, preguntándome si realmente sólo era un maldito periodista o sabía más de lo que decía. Decidí que tenía demasiadas cosas por las cuales preocuparme como para añadir a Kamijo a mi lista.


 


—Aléjate de nosotros, no te lo voy a repetir —me limité a decir, tanto Aoi como yo entramos al Berlinetta y lo dejamos atrás. 


 


—Que dolor de cabeza parece ser ese cabrón —dijo Aoi mirando al frente. 


 


—Lo es —puse la dirección en el GPS y en cuánto desplegó el mapa, me giré a mi amigo—. ¿Por qué no quieres regresar con nosotros? —Volví a presionar. 


 


Aoi suspiró—. Bendita la hora en que a mi madre se le ocurrió exhumar nuestros cuerpos —dijo de forma irónica—. Quiere cobrar la herencia de mi abuela, para lograrlo necesita que el heredero la cobre, es decir, un verdadero Shiroyama —bufó—. Amenazó con delatarnos a la policía si no la ayudaba, prefiero estar alejado en lo que resuelvo el maldito tema, si llama a alguien, al menos no tocaran a Kouyou. 


 


—¿Sabes que te puedo dar el dinero, verdad? Sin necesidad de que … —algo me resonó de pronto—. ¿A qué te refieres con el verdadero Shiroyama? 


 


Sacó otro cigarro, se había llevado la cajetilla con él, sin pedir permiso lo prendió. Estuve a punto de decirle algo pero su expresión me detuvo—. Uno de nosotros no es un Shiroyama y sé que podrías, pero esto se acaba mañana; solo iré firmaré y no me volverá a ver —explicó


 


—¿Uno de ustedes? —si no es porque debía mantener mi atención al volante lo hubiera sacudido con fuerza—. ¿Quién? 


 


Aoi hizo una mueca que pudo ser una sonrisa.


 


 


Llegamos a nuestro destino cinco minutos después, aún toda su historia me daba vueltas en la cabeza, todas las cosas que tanto él como Uruha habían enfrentado a lo largo de los ocho años que yo ingenuamente me había sentido a salvo y había visto el asunto de la mafia como algo lejano. Todos esos años que pasé extrañandolo se me hicieron poco a comparación de lo que Aoi había tenido que afrontar, estando solo. 


 


Bajamos del auto, no estábamos en una zona del todo buena, pero tampoco era mala. Estacionamos afuera de un edificio sin mucho chiste de departamentos, en uno de ellos encontraríamos al maleante. Ambos nos quedamos parados en la entrada viendo el edificio hacia arriba. 


 


Le di una palmada en la espalda a mi amigo—. ¿Sabes usar armas? —Pregunté como si fuera cualquier cosa. 


 


Aoi asintió.


 


Le tendí mi segunda arma—. Por si las dudas —le dije—, trata de no usarla o me hundirás en papeleo —volvió a asentir—. Por cierto, puedes regresar hoy mismo. No sólo tu familia o Kouyou te está esperando, si todo sale mal de todas formas tu madre no te dejará en paz y yo puedo protegerte, tanto de los asesinatos como de la falsificación —lo miré fijamente, Aoi abrió mucho los ojos—. Soy policía Aoi y no siempre soy de los buenos. 


 


Entramos al edificio sin decir nada mas, no fue difícil encontrar el departamento que estaba apuntado en el papel, estaba tan solo en El Segundo piso. Sin sacar el arma, toqué tres veces a la puerta, al principio no hubo respuesta hasta que alguien entre abrió la puerta; al mirarme se asustó y trató de cerrar, pero para ese momento ya era tarde. 


 


Interpuse mi pie para que no lograra cerrar y abrí con fuerza, el chico que había abierto se fue hacia atrás tratando de no caer, lo reconocí al instante no solo de los archivos, también de la pelea. Sin que fuera lo suficientemente rápido lo tomé del cabello y lo arrastré a la sala. 


 


—Asegúrate que no haya nadie mas —le dije a Aoi, quien se adelantó a la habitación. Azoté al maleante contra la mesa de centro de la sala, esta se destrozó causándole varias cortadas debido al vidrio encima de la madera, coloqué mi pie encima de su espalda para que no pudiera levantarse. No era difícil intimidar a ese tipo de delincuentes menores, el chico no tenía mas que un antecedente de robo menor a una tienda, no era un pez gordo, solo un peón en un juego que probablemente no comprendía. 


 


Aoi salió de la habitación, no había nadie más, me miró con sorpresa cuando vio la posición en la que tenía al otro, quien rogaba que lo dejara en paz. 


 


—¿Acaso tu nos dejaste en paz? ¿Nos recuerdas? —Le grité haciendo presión con mi bota sobre su espalda, escuché el crujir de los vidrios contra su cuerpo y varios quejidos—. Te metiste con el policía equivocado —le advertí. 


 


—No sabía que eras policía, no sabía que estaba resguardado. De haberlo sabido no me hubiera acercado, dijeron que…. —se interrumpió. 


 


Volví a hacer presión—. ¿Dijeron qué? —presión—. ¡Contesta! ¿Quién te envió? 


 


—Nadie, por favor suéltame. Sólo arrestarme y ya —rogó. 


 


Me agaché junto a él, chasqueé la lengua—. No puedes ir por ahí golpeando gente y esperar que no haya consecuencias —le pegué sobre los dedos de la mano, soltó un grito—. ¿Me vas a decir quién te envió? Solo necesito un nombre y puedes seguir con tu patética vida —le aseguré—. Un nombre y nos vamos. 


 


El maleante abrió los ojos—. No hay nombre —le volví a pegar en los dedos, sentí como uno se rompió, soltó otro grito—. Toshiya Hara…puso precio a la cabeza de los Shiroyama —dijo entrecortadamente. Miré a Aoi con severidad, ninguno de los dos dijo algo—: todos en Tokio los están buscando, casi un millón de yenes por quien le lleve a los hermanos. Ambos vivos, el mayor en el estado que sea, el menor: intacto —dijo rápidamente ante la presión que mi mano ejercía contra sus dedos fracturados. 


 


Lo solté y me levanté—. Quédate ahí —lo amenacé, el otro levantó los brazos en señal de derrota. Iba a decirle algo a Aoi cuando mi teléfono comenzó a sonar, era el numero de Tora—. ¿Todo bien? 


 


—Será mejor que vengas —dijo con voz severa y colgó. 


 


—Tenemos que irnos, ¿vas a venir o no? —Le pregunté a Aoi, quien me miraba con un brillo especial en los ojos, mi mejor amigo había regresado. 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


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