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Hojas de Almendro por Maria-sama

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Tenía mucho en qué pensar.

Bastante si de verdades se trata. Por que, a diferencia de las demás personas, él estaba al tanto de lo que implicaba el suceso que iba a llevarse a cabo, el cual, sin exagerar, no tenía un parangón a seguir. Sin embargo y aún con todo, él era el capitán del mayor contingente ejército de Su Majestad Katze y no un simple amigo, aunque si de ser correctos con los órdenes se necesita, pues debería de considerarse al revés. Sabía a ciencia cierta que el pelirrojo monarca jamás había tenido un amigo como él. Pero Daryl, también entendía que al mismo tiempo que él tampoco había tenido una amistad con un rey. Menos una amistad tan profunda e intima como la suya.

Y quizá fuese esto el meollo del asunto. Por que, mientras todos iban por allí como si lo que fuese a llevarse a término en honor de los Dioses, fuese una fiesta demasiado esperada como para poder esperarla, él lo único que realmente esperaba es que todo ese jaleo se terminara y pronto. Le costaba admitir que su rey iba a estar a manos (y brazos y piernas y...) de un elfo. Buscar la razón de tal comportamiento bien pudiese achacarse a su temperamento brusco que siempre le había caracterizado. Nada más lejano a la verdad.

Ahora que Katze le regresaba a sus labores y él a las suyas, Daryl tuvo que admitir que desde que escuchó cierto cotilleo su mente le obsequió unas malas jugarretas... muy bien ilustradas, hasta con modalidades auditivas que el más imaginativo de la comarca le hubiese no solo aplaudido sino envidiado también.

Sucedió, tan solo unas cuantas noches atrás. Ciertamente que el palacio llega a ser un nido de murmuraciones mayor que el de las serpientes de las adivinas sagradas y con frecuencia con mayor virulencia su veneno. La mayor parte de este tipo de actividades pasan desapercibidas par alguien como Daryl, pero no esta vez.

Paseaba cerca del serrallo cuando escuchó. Precisamente esa noche su guardia le había informado que ya se había mandado a un embajador para recordar a los elfos las fórmulas de los ritos a llevarse a cabo entre ambas naciones.

Lo que no esperaba era el notar el poder de empuje que tenían las odaliscas para hacerse con la información, aún antes que el propio Ajdiner' nat o primer ministro. Ya que las muy ladinas estaban contando a pierna suelta cómo el rey debía entretener a un elfo.

Lo que debe entenderse por entretener, bien puso los colores en el rostro del veterano guerrero y cuanti más por el variopinto lenguaje empleado que no dejaba margen alguno para el uso de la imaginación. ¡Era como estar viendo a su señor en pleno acto carnal con el extranjero!

Y a partir de entonces no tenía mente para lo demás. No se trataba de un caso severo de obnubilación. De hecho sus actividades seguían siendo las mismas. Sin embargo sus sentimientos por su señor, no. Costaba creerlo y más admitirlo, pero empezaba a dejar que por sus fantasías se colara ya no un elfo con su señor, sino una efigie muy similar a la propia.

¡Cómo era eso posible! Podía sucederle a cualquiera, menos a él.

Quiso culpar a las mujeres del harén ya que a fin de cuentas sus desatinados comentarios vulgares lo habían puesto en tal condición, pero no podía. Sencillamente porque le apremiaba más los sentimientos de confusión, que otra cosa.

Si lo ambiguo de pensar que Katze... su señor y amigo podía ser una maquina sexual... de hecho para ser exacto, el no había pensado en ese detalle de la vida de su rey. Simplemente había compartido con él, charlas sobre mujeres y cosas similares, aunque eso no implicaba de ninguna forma que él se lo imaginara desnudo y pues... ¡teniendo sexo!

Y eso no era lo peor. Imaginarse a su rey desnudo y haciéndolo con una mujer quizá no fuese raro... lo raro era que él, pensaba en su señor desnudo y... solo. Quizá masturbándose, no lo sabía. Lo único que si era de su entero conocimiento era que lo soñaba... ¡Lo soñaba! No solamente el soñarlo... sino el despertar después de eso con una erección.

¡Dioses! Cada vez estaba todo peor. El mundo estaba totalmente de cabeza. Hacía unos pocos días él pensaba que todo estaba bien, que su vida era hasta cierto punto envidiable y de pronto... ¡estaba hecho un mar de confusiones y remordimientos! Remordimientos si, por que, a fin de cuentas se trataba no solo de su señor, sino de su amigo. Para colmo de males su sino se mostraba adverso en otros puntos. No únicamente en lo que a defender a la cuidad se refería, sino y al mismo tiempo, el engorro de mostrarse indiferente, normal y demás, para que Katze no lo notara... que no se fijase en lo que su sola presencia causaba en su súbdito...

¡No por todos los benditos dioses! Si en su mano estaba, el jamás iba a dejar que su señor supiese lo de sus matinales sucesos... mucho menos los que acontecían al cobijo de la noche... pero la cuestión era si realmente estaba en su mano. Ciertamente se valió de diversos métodos para alejar de sí semejantes pensamientos: desde hacer un tremendo ejercicio antes de dormir, quedando sumamente cansado, sin resultados aparentes, hasta probar las pociones para dormir de Ogarrian, la vieja curandera del palacio, sin el menor resultado... cada noche los sueños se volvían más explícitos y candentes.

Hacía falta tomar otro tipo de medidas. Lo que en un principio constituyó su ruina, o al menos el término de su calma, ahora venía a ser parte de otro tormento. Pensaba en el suceso que tendría lugar dentro de unos cuantos días. Ese mismo del que hablaran las "cotorras" del harén de su señor. Al principio, no dejaba de pensar en su señor, junto a aquél poderoso elfo... prodigándose ambos caricias certeras, entre un asfixiante coro de gemidos masculinos... si, el cuadro se lo veía genial. Sin embargo y al paso del tiempo ya no le parecía agradable a su psique presentarle a su amigo con el elfo, sino solo al pelirrojo... haciéndose el amor él mismo. Mientras el fisgoneaba detrás de uno de los pesados cortinajes. Todo al amparo de las cómodas estancias del amo y señor de los humanos.

Suspiró abatido. Fueran peras o manzanas, no podía dejar que eso enturbiase la relación de amistad que tenia para con su señor.

Así que mejor dejó eso de lado. Total nada podía hacer que no hubiese hecho ya. Además de que nunca se atrevería a sugerir intimar con él. Ni si quiera podía bromear de eso con su señor...

Otro suspiro lo enfiló a los aposentos de su ahora tormento. Katze lo había mandado a llamar. La tarde empezaba a declinar. Pronto estaría todo a oscuras.

Valor se dijo. Valor, para seguir y no cometer una locura. Necesitaba ser un buen súbdito y amigo. ¡Pero como costaba seguir siéndolo! Hasta, Orsdanatenethal, Sacerdote del Dios de los Cielos sempiternos, el guardián del secreto en representación de Katze, comenzaba a darle dolores de cabeza. Dicho pensamiento tenía su gracia. Movió la cabeza en silenciosa reprimenda.

No podía odiar al sacerdote, solo por ser el salvoconducto de las mediaciones con el reino elfo ¿o si?

Por fin las puertas de las habitaciones reales se le presentaron. Un breve intercambio de voces con los costodiadores y ya estaba adentro.

Pero, ¿por donde empezar? Esa sin duda era la madre de las preguntas. Carraspeó un poco nervioso. O un mucho más bien dicho.

Con ello llamó la atención de Katze, quien se encontraba sentado cerca de la ventana, con ese semblante tan serio como siempre... casi tan inalcanzable, que de plano perdió cuenta de todo lo que según debía decir. Porque a pesar de que fue su señor el que lo llamó, él necesitaba dejarle en claro dos que tres verdades. Sin embargo, allí estaba, con la garganta seca y sin nada mejor que decir que balbuceos y atragantos. ¡Por la Diosa! Estaba temblando y... ¡Balbuciendo! Como se avergonzaba. Y eso no sería más que para aumentar su nerviosismo.

Katze mientras tanto evaluaba la situación. Unas enormes ganas de reír se perfilaban en las comisuras de sus labios. Solo la amistad le impidió aflorar la nutrida carcajada que ansiaba sacar. Ciertamente Daryl jamás había estado así de nervioso. Hizo un inventario rápido de todas las ocasiones en las que con él había estado y ni siquiera en las batallas o en las engorrosas reuniones formales se había mostrado de esa manera.

Así que no tenía ni idea de que pasaba, pero estaba la mar de intrigado. Daría medio reino por saber que le pasaba a Daryl, pero un sentimiento malicioso le hizo esperar. No quería romper aquél conmovedor cuadro de su amigo tan turbado.

No pocas veces había tenido ocasión de ver ese tipo de comportamiento. Sin embargo eran casi todos palurdos o desconocidos que nada sabían de la experiencia militar y mucho menos del poseer su amistad, por lo que los nervios los atacaban sin piedad. Sin embargo Daryl no cabía en ninguna de esas aseveraciones. Así que, pensó, o lo traía de aquella guisa un asunto en el cual su amigo y general tenía parte de culpa y trataba de redimirse de aquella patética forma o quizás algo más había.

-Se... señor... yo... que...quería... bueno, es que... usted...

Katze tuvo que girarse para concederse una sonrisa. Definitivamente Daryl nunca había estado tan nervioso. Lo llamó para un asunto trivial sobre los trabajos de seguridad que se debía implementar a la llegada de la caravana elfa. Pero sin saberlo, su amigo estaba divirtiéndole y mucho. Hacía años que no lo escuchaba dirigirse a él de usted.

Pero, por sobre toda la diversión, Katze no tenía ni una pizca de tonto. De sobra sabía o intuía que su súbdito predilecto estaba teniendo una racha de cambio. De un tiempo a esta parte se estaba volviendo muy pero que muy tenso y ahora venían los nervios. Pues bien, no iba a dejar de descubrir la razón de aquello. De hecho quizá ya la sabía mediante ese exquisito sonrojo...

Podría ser...

-Pasa Daryl, ponte cómodo, ya sabes que no muerdo- comentó primero con burla, luego con un deje sensual... que hizo que el sonrojo aumentase. Más que posible sus pensamientos parecían probables. Decidió seguir tanteando el terreno.

Mientras tanto Daryl se fue acercando rojo como una fresa, hasta quedar sentado en un sillón cerca de su señor... aunque a una distancia prudencial, ya que el tono con que dijo lo último ciertamente que jamás lo había empleado con él, aunque si con todas sus conquistas... amorosas. ¡Dioses! La de cosas que hicieron fila en su mente con eso de morder... ¡No! Eso no era más que producto de su últimamente fértil imaginación y nada más.

Katze vio con entusiasmo como su amigo estaba hiperventilando. Su tensión era mucha y su furioso sonrojo de antología. Al parecer no se había equivocado, aunque no iba a perder la oportunidad de reírse un poco. Sin embargo, viendo bien a su amigo, no estaba mal, nada mal. Le recorrió con la mirada como si fuese una de sus amadas posesiones. Rubio pajizo su cabello le llegaba hasta los hombros. El rostro blanco estaba adosado de un exquisito rojo que nunca antes le había visto, además de que temblaba visiblemente. Las facciones masculinas tenían una delicadeza inesperada para alguien de la milicia, pero no para ser afeminado y su cuerpo, bueno el cuerpo ya lo conocía y a fondo por las muchas batallas y duchas que habían compartido, sin embargo solo ahora, allí entendía que tan bien estaba... y cuanto se lo había perdido. No estaría mal después de todo tratar de esa manera a su amigo. De hecho al parecer Daryl clamaba por sus atenciones, así que ¿Por qué no dárselas?

Por el momento Daryl estaba a gusto en su encantador shock. Valiéndose de ello, el monarca mandó a llamar a un sirviente y le pidió unas copas y ciertos dulces que solo ese empleado sabía donde se guardaban.

Hasta el sirviente parecía entender su turbación o al menos así lo juzgo el militar al ver la pícara sonrisa que adornaba los labios del sirviente al salir. Maldiciendo por toda la horda de empleados de los mundos bajos y demoníacos, por fin se atrevió a pedir permiso para retirarse y así no seguir haciendo el ridículo, pero su señor se lo impidió.

- No te vayas, aún no hemos tratado los asuntos de la seguridad del reino... Vamos, amigo mío, hay que beber un buen vino que me han traído de las afueras de Azhu mientras hablamos. Su añejamiento sugiere que la pasaremos bien...- dejó la frase al aire para ver sus efectos. Por un lado hacía como que nada pasaba. Su tono seguía siendo provocador aunque sus facciones bien que se mantenían regías y hasta un poco amigables. Nada que ver con el seductor que era...

Por lo tanto los turbulentos pensamientos de Daryl, casi eran audibles. Rió por lo bajo. Nunca de los nuncas, llegó a imaginar que su amigo fuese una presa tan... linda y sobre todo... tan sumisa.

Una parte de él, la parte cazadora se había despertado y sabía que no iba a retirarse hasta que se hiciese con la piel ajena.

-Eso... eso espero...se... señor

-¿Has olvidado mi nombre, Daryl?- atacó el rey con malicia sin abandonar el invitante tono de seducción.

-No... ¡No! Por su... supuesto que no... K- Katze

El pelirrojo rió un poco.

-Me alegra oírlo. Ahora debes de decirme como va todo con la seguridad para la caravana de los elfos.

Por un momento una fugaz mueca de dureza surcó la cara de su rubio amigo.

-Todo esta en perfecto orden mi señor y si eso era todo debo marcharme.

Katze maldijo por lo bajo. No sabía que parte de lo que había dicho molestó a su amigo, pero no iba a dejar que se fuera.

-Vamos Daryl, si es así, no te vayas. Debemos celebrar. ¿Recuerdas el vino de Azhu? Además los naguirians comercian con dulces muy buenos.

-Quizá en otra ocasión, si me disculpa- dijo con un deje de frialdad e hizo una afectada reverencia.

-Nunca me habían rechazado así- admitió el pelirrojo

Esas palabras fueron mágicas. Nuevamente Daryl tembló y el sonrojo volvió.

-No pensaba rechazarte majestad... es que...

-Bien sino es por las buenas tendré que forzarte, ordenando que te quedes.

Daryl tragó duro. Realmente sería su imaginación o el monarca se empeñaba en seducirlo. No, eso era muy raro para ser verdad. Además no podía negarse a un trago, su rey se lo daba.

-Insisto en que te quedes, Daryl

-Muy bien señor.

Daryl volvió a su sitio. Por fin el mayordomo trajo las copas y los dulces. El rey en tanto se levantó y trajo una fina botella que guardaba en un hermoso mueble que había en la habitación.

-Aquí esta todo lo que pidió señor. ¿Necesita algo más?- dijo en voz maliciosa el empleado.

-Si, di a los demás que no quiero que me molesten. Nadie entra ni sale a menos que yo lo diga. Ahora vete

-Como desee, majestad- dijo el criado tras una reverencia y una miradita de soslayo al militar.

Katze sirvió las copas.

-Por la buena vida- brindó el monarca- y los buenos momentos...

-claro...

Daryl apuró el contenido de su copa. Deseaba salir cuanto antes...

Por ello no notó que el rey no bebía.

El pelirrojo esperó a que hiciese efecto.

-Dime, Daryl, ¿Por qué has estado tan extraño?

-Por que va a ser. Me molesta pensar que vas a joder con un elfo y no conmigo- Daryl abrió mucho los ojos. Llevó una mano a su boca como si con ello pudiera remediar lo dicho.

-Oh, así que te gustaría estar en lugar del elfo. ¿Es eso cierto?

-Así es. No hay nada que desee más... se... señor... Katze ¿Qué demonios me diste a beber?

-nada que te haga daño- murmuró pícaramente

-Me engañaste

-Quizá, pero vamos no te pongas así

-Me voy

-No escuchaste. No saldrás a menos que yo lo ordene.

-Deja de jugar conmigo Katze, dame el antídoto- pidió abatido el soldado.

- Te estas poniendo pesado. Pero si eso quieres. Está en los dulces.

-No soy tan crédulo, como uno tu primero- dijo rotundamente el soldado, dejando en claro que no sería engañado por segunda ocasión.

-Si eso te hace feliz- aceptó sarcástico el pelirrojo.

Se acercó uno de los dulces que parecían hechos de chocolate blanco. Mordió el género con una mueca invitadora y Daryl tuvo que desviar el rostro.

Cuando por fin el monarca terminó de comérselo supo que no tenía nada malo. Así que procedió a comerse uno, pero cuando lo hubo terminado...

-... ¡No! ... Es... ¡Halva! *- dijo azorado, respirando sofocado. Su ritmo cardiaco lo resintió de inmediato. Y su sangre fue a parar a su más intima parte, irguiéndola a medias, pero en un segundo. Maldijo nuevamente al ver como Katze posaba sus ojos en esa particular zona de su anatomía.

-¿Lo conoces? Me sorprendes Daryl. Es muy caro y extraño para que lo hallas probado- reconoció Katze divertido.

-Es parte del entrenamiento secreto...- alcanzó a proferir el militar con esfuerzo. Su temperatura corporal había subido muy rápido. Las sienes le palpitaban desbocadas. Ni hablar de la estabilidad corporal, por que toda la habitación pareció ser golpeada por varios trols, cimbrando su poco equilibrio. Tuvo que contener las ganas de irse a recargar en la pared.

-Y hablando de secretos, ¿has estado antes con un hombre?

-No, nunca... ¡Por los dioses Katze, ya basta! ¡Déjame ir!- pidió de forma lastimera el soldado dándose por vencido. Lo había engañado su amigo y dos veces seguidas... y ahora no podía dejar de decir la verdad de todo aquello que Katze le preguntara. Sacudió la cabeza pero con nefastos resultados, ya que el gesto, lejos de ayudarle, solo le sumergió en una mayor confusión.

-¿En serio jamás has tenido intimidad con un hombre? ¿Ni en el ejército?- preguntó realmente interesado Katze mientras se empezaba a desbrochar la túnica, dejando al descubierto su fornido pecho.

Daryl desvió la mirada. Su vista empezaba a nublarse un poco. Sin embargo, él había pasado esa prueba al entrar al ejército y ahora debía soportar... no importaba si para ello debía fingir que el otro no estaba.

Concentrado como estaba en no ceder, no puso atención a lo que contestaba.

-Una vez, solo una vez hace mucho, tuve contacto con otro hombre de manera sexual. En el campamento... tenía 17 años... debía dormir con varios chicos en la misma cabaña... el cansancio del día me hizo dormir como piedra... eso lo aprovecho uno de mis compañeros, para tocarme... me acarició y fue la primera experiencia... ¿Dioses, que demonios estoy diciendo?- murmuró deteniendo el torrente de frases cuando por fin notó lo que decía.

Estaba sumamente abochornado. Esa vez la había olvidado, enterrado el recuerdo en lo más profundo de su ser y ahora lo había dicho, como si nada. ¡Estúpido licor de Sol!

-Daryl, quiero que me digas como te tocó ese soldado- murmuró entre enojado, excitado y ansioso, el gran soberano.

-no... ya basta... no voy a hacerlo- se resistió Daryl. No podía creer que su amigo pudiera con esa calor sofocante. Ya que Katze también había comido halva... definitivamente su rey era el epítome de la fuerza.

Lejos de enojar eso al monarca le hizo sonreír más ampliamente. Su amigo soportaba mucho más de lo que cualquier otro en su situación, a pesar de contar con más experiencia en esos menesteres, solo su general tenía tanto aguante. La pregunta es ¿Qué más aguantaba el soldado?

Daryl tembló al ver esa mirada de depredador que le otorgaba muy solicito su soberano. Una mirada que sólo le había visto dirigirle a los que habrían de ser sus amantes...

-¿Por qué no? ¿Acaso no te gustó como lo hizo?

-No es eso... - Daryl giró el rostro. Había recargado un poco el cuerpo en una de las paredes que tenía cerca, pero sus piernas comenzaban a flaquear.

Katze atizó el fuego acercándose a su presa.

-no... ¡no te acerques!- pidió el rubio retrocediendo casi como si quisiese fundirse con la pared. No supo como llegó hasta el amplio lecho de Katze, pero como si se hubiesen coordinado con tamaño suceso, sus piernas le fallaron y al mullido lugar fue a parar.

Katze simplemente rió con malicia. Tal parecía que Daryl, o su psique estaba más ansioso que él mismo., así que ¿Por qué hacerlo esperar?

Antes de que pudiese negarse, Katze ya estaba encima suyo, acorralándolo con sus poderosos brazos, aunque a una generosa distancia.

-a... aléjate- pidió sin mucha convicción.

-No. Mejor dime...- murmuró el rey mientras se acercaba hasta pegar sus labios suaves al lóbulo de la oreja de Daryl- como fue tu primera vez con ese hombre.

Era una orden y el militar lo sabía, sin embargo su orgullo lo conminaba a no dejarse llevar. Pero esa era un empresa difícil de lograr, ya que el halva estaba haciendo de las suyas en su cuerpo... su símbolo masculino empezaba a cobrar mayor vida, tan solo por la cercanía del otro. El aliento de Katze le seducía y acariciaba a un tiempo, haciéndole sentir que no podría negarle nada.

-No... no sé muy bien como empezó todo- cedió al fin Daryl, maldiciéndose por ser tan débil, pero gozando como nunca del tener tan cerca a su amigo y señor-... solo recuerdo una agradable sensación antes de despertar y como mi miembro crecía y crecía entre sus dedos suaves, pero decididos...

Se detuvo, no quería seguir con eso.

Katze se separó para ver las avergonzadas facciones que se daban cita en el bello rostro del general. No perdiendo nota de ninguna de ellas. Guardándolas para siempre en su memoria.

-Por favor... señor ya no ...

-Continua.

Daryl ladeo el rostro. El bochorno era ya suficiente. Sin embargo no podía detener sus labios ni las palabras que de ellos salían. El corazón latiéndole a mil...

-Su... sudaba, esa era la primera vez que alguien más me tocaba. Aparte de mi claro...

-Oh, quieres decir que antes de esa experiencia, ya te masturbabas

-Por supuesto- dijo contundentemente el general, sonrojándose más vivamente con ello.

Katze volvió a sonreír. La de cosas que uno puede saber con un poco de licor de Sol.

- Y dime, ¿te acariciaba mejor él o te gustó más masturbarte?

-Eso... no pienso decirlo... juré no decir que un hombre me sedujo, hasta pensar que sus manos eran más hábiles que las mías.

-¿En serio?- profirió el rey irónico. Su vasallo y amigo estaba entreteniéndole como nunca. Una idea con sabor y malicia cruzó por su mente y a bien dispuso el llevarla acabo.

-Si... sus manos apretaban mi miembro de forma firme, pero al ser tan suaves, no pude quejarme y es que sus dedos no dejaban de tocarme en toda la extensión de mi sensible zona. Parecía que veneraba esa parte mía y, aunque estaba del todo despierto ya, fingí seguir dormido. Así me sentía mejor, disfrutaba, pero a la vez mantenía mi conciencia tranquila, creyendo que lo que me sucedía era un sueño, uno muy húmedo y delicioso, capaz de enloquecer a cualquiera.

Daryl no quería en modo alguno continuar sus eróticas confesiones, pero el mantener ese contacto tan cercano con el pelirrojo rey no ayudaba para nada negarse a los caprichos ajenos.

Lo que sin duda era aún peor, fue el sentir en la piel y no sólo en la memoria el recuerdo. Eso le hizo tener una erección súper dolorosa y mucho más grande que de costumbre.

-Súbitamente- retomó su relato Daryl- encerró a mi miembro en una de sus manos, mientras la otra se dedicaba a presionar con cadencia mis testículos. Yo deliraba de placer, tanto que ahora que lo pienso seguramente ya se había dado cuenta de que estaba despierto, por que respiraba entrecortadamente, mientras mi pene se llenaba del pre-semen. Quería que él siguiera. Ni importaba si era hombre, mujer, elfo, enano o quimera, solo ansiaba más de esas caricias, que me apretara con más fuerza y me obligara a jadear de placer...

El rubio general tuvo que abrir los ojos con desmesura. Eso jamás se lo había reconocido ni a sí mismo. Pero ahora lo sentía y lo sabía. Esa noche le habría gustado llegar más lejos.

-Sus dedos abandonaron mis testículos, para ir a recorrer mis temblorosas piernas... pero la otra mano seguía masturbándome a discreción. ¡Dioses! Ese hombre sabía lo que hacía. Cada caricia, cada pellizco, cada roce era preciso y yo al ser novato en eso me dejé llevar... me corrí entre sus manos unas dos o tres veces...

El rojo de las mejillas del general así como su agitada respiración no tenían parangón y es que el rey ni tregua daba al ponerse tan cerca del otro, sonriéndole y mientras relataba todo Katze aprovechaba para besar, casi como por casualidad el expuesto cuello ajeno, la suave barbilla y casi cerca de la boca, con lo que dejaba con ansias de más al pobre rubio. Las hábiles manos regias dedicándose por entero a desnudar al desvalido amigo, que ya no hallaba la manera de silenciarse, de hecho ya no había mucho que callar.

-... y cada una de ellas la disfruté como si fuera la primera. Sin embargo, él no se quedó a mi lado. No supe ni su nombre. Solo sé que no era de mi campamento por que investigué un poco... la piel de cada compañero... y ninguna era así de suave. Además todos allí eran tan o más neófitos en cuestiones sexuales que yo mismo, así que dudo que ese experto halla estado entre sus filas- finalizó muerto de la pena el aguerrido militar.

No podía creerlo, batallas habían ido y venido, así como las protocolarias reuniones de estado, en las que veía a las bellezas más exóticas y deseables y jamás de los jamases, había estado en situación semejante. Tan abatido, sumiso y nervioso, pero, por sobretodo excitado. ¡Maldito y mil veces maldito Katze! ¿Cómo demonios podría ser tan irresistible? Y más aún mientras sus manos le recorrían sin pudor por todo el cuerpo, despojándolo de su ropa, sin el menor de los empachos.

Katze miraba de nueva cuenta ese cuerpo que tantas veces había visto, pero que hasta ahora se daba el entero lujo de manosear. Los músculos que se iban dejando ver los tocó apreciando la tersura, idolatrando a la misma con caricias lentas. Siguió con el sensual tormento, hasta dejar al general en adanesco traje.

Daryl sintió un poco de la tardeadora brisa recorrer su febril cuerpo sin piedad alguna. Un exquisito escalofrío le atacó al mirar el deseo plasmado en las ambarinas orbes del pelirrojo. Si, más que deseado, se sentía de la propiedad exclusiva del rey, cosa que, lejos de disgustarle, lo único que consiguió fue enardecer más la llama del deseo propio.

Katze tuvo que separarse un momento, tan solo para mostrarle a sus ojos la visión completa de tan suculento bocado. Daryl lo vio de esa forma, de pie, ante él tan dominante y atractivo como lo imaginara en cada una de esas locas fantasías. Sin embargo quiso cubrirse un poco, tapar esa impúdica desnudez suya, para no seguir siendo el objeto de burla de su amado rey... por que podía soportarlo todo, menos la ligera sonrisa burlesca de Katze.

Giró el rostro para no ver la cínica sonrisilla. ¿Cuántas veces en esa tarde necesitaría ocultar su rostro, igualando el gesto de una doncella reacia?

-Ha sido un buen relato Daryl. sin embargo, deseo algo más- dijo el rey recordando aquella idea maliciosa que por su mente pasara cuando el general se negara a relatar sus sensuales encuentros nocturnos.

El rubio volvió su atención hacia su señor ¿Más? Katze quería más...

-Quiero que me muestres con tus propias manos lo que aquellas te hicieron a ti.

-¡¿Qué?!... debe ser ¡Una maldita broma!- espetó Daryl ante tal orden, llevando el rojo de sus mejillas a un nivel imposible, mientras se incorporaba un poco, completamente indignado.

-No es ninguna broma. Es una orden General y estoy esperando que la cumplas.- dejó en claro en monarca al tiempo que volvía a poner al rubio en su sitio de un empujón.

No... eso ¡no! el jamás, jamás se había masturbado enfrente de nadie, y mucho menos de un hombre. ¡Dioses! y ahora no podía negarse. Katze lo tildaba de orden y por la dureza de la mirada regia intuyó que lo de broma ni mencionarlo debía de nueva cuenta.

Suspiró apesadumbrado. Cerrando los ojos y evocando aquella prohibida noche guió a sus manos hasta su propio vientre.

-Abre los ojos Daryl. Quiero que me veas mientras te tocas.

La mañana llegó en el momento justo en el que evocaba la imagen de aquél extraño y sensual pelirrojo. Raoul sonrió levemente. Nunca pensó que el ritual lo fuese a llevar a tener semejante orgasmo y sin que nadie lo tocara... solo por la imagen de aquél desconocido.

Bien, se dijo, fuera como fuese. Ya había tocado el sol la fina hierba en la que había dormido, así que iba siendo hora de acudir con la pitonisa.

Se vistió con las prendas que las doncellas dejaran para él junto al claro. Obviamente ellas se habían dado cita en el templo, dejándolo por entero a solas. A fin de cuentas lo que sucediera entre la vieja pitonisa y él era solo de su incumbencia.

Siguiendo el rastro de las dríadas azules, llegó a la casa de la pitonisa. Que no era más que una cabaña. Una choza demasiado común para el ojo porco entrenado de un humano. Pero para el ojo avizor de un elfo, este era un centro de poder de la misma diosa. Ligeramente fulgurante del azul driada. Si, el lugar bien podía parecer hasta salvaje. No tallado por las hábiles manos élficas, sin embargo, ese recinto tenía mucha mayor importancia que cualquier mansión elfa.

Quiso darse prisa en entrar y así acabar con ese asunto lo antes posible. Seguramente sus tropas ya estaban haciéndose a la idea de su falta con unas buenas tandas de cerveza. Movió con desaprobación la cabeza. Por otro lado le daban ganas de darse un segundo encuentro con cierto hechicero.

-Estás en terreno sagrado. Ningún pie había hollado antes el sendero de la Diosa. ¡Identifícate mortal, si no quieres que te fulmine en nombre de la todo poderosa!- tronó de pronto una potente voz, proveniente de todo el bosque.

Era una extraña sensación la que invadió al general rubio, ya que esa voz sonaba como si fuese del mismo rumor de los árboles. De la misma tierra. De todo a su alrededor.

A decir verdad, muy pocos habían tenido cita con la pitonisa y menos aún los que contaron tal efecto. Por que ella no es lo que se dice sociable. Además el hecho de ser la Elegida, le daba un toque aún más atemporal que cualquiera de los elfos.

-Soy Raoul Am y vengo a cumplir el pacto que mi señor Iason debe en el reino humano. Deseo la bendición de la Elegida de la Diosa- contestó sin miedo el rubio. Al fin de cuentas él no tenía que temer nada.

-Valientes palabras elfo. Adelante- lo invitó la voz y un boquete a guisa de puerta se abrió en aquella parodia de cabaña.

Al entrar apenas si pudo distinguir el piso del resto del habitáculo. La oscuridad reinante no era para nada normal.

-Llegas puntual- aprobó la voz que provenía de más adentro de aquél lúgubre lugar- Acércate. Ordenó y de inmediato el rubio elfo tuvo que cumplir el mandato.

Lo que encontró adentro no estaba en su imaginación. Un ser de brillante tono azulino lo recibió. Apenas si podía distinguir las facciones de "ella" por que a fin de cuentas no parecía ser mujer... de hecho no parecía tener un sexo definido. Solamente vestía una túnica vaporosa color blanco y sus ojos grises, lo miraban con pertinaz insistencia. Bien podía decirse que era una niña, o al mismo y aterrador tiempo que se veía en un espejo.

No pasó mucho tiempo para que el cambiante ser le dirigiera la palabra nuevamente.

-Haz cumplido con la Ordenanza y por ello te has ganado un augurio- dijo la pitonisa, sin mayores preámbulos.

Raoul escuchó impertérrito.

La mujer lo vio con aprobación antes de seguir. Sus ojos tomaron cierta transparencia alarmante, antes de emitir un ligero pero hermoso silbido, al que acudió en respuesta una sílfide negra: La sílfide del tiempo, la cual se posó en una discreta joya en la frente de la pitonisa, que antes no viese el general. A decir verdad era una tiara que de tan fina había escapado a los ojos del avizor Raoul.

Luego de una ligera sacudida, la mujer habló, pero ahora con un tonó de voz doble...

-Tu sino se muestra difícil. Deberás elegir entre dos grandes amores y sólo uno tendrás. Haz de elegir entre el reino que te vio nacer y el dueño de tu corazón. Elige con esmero pues decirte debo, que aquél que rechazado sea de ti, destruido será.

Raoul sintió un estremecimiento de horror ante semejantes perspectivas. Bajó la mirada solo un segundo. Únicamente un segundo. Sabía cual era su deber, pero por una vez se olvidó de los deberes.

-Elijo a mi señor por sobre todo, incluso sobre mí- dijo Raoul, entendiendo de pronto la magnitud de lo que acababa de hacer: grabar un negro y aciago destino para su pueblo. Cerró los ojos un instante. Ya no había marcha atrás. Al abrir los ojos de nueva cuenta la decisión se vio en ellos con rotundidad aplastante.

-Tu elección viene de tu corazón, pero no carece de razón. En el caso de los elfos el reino no lo constituye el pueblo, sino su rey. Por ello te anuncio que has sido sabio. Pero también decirte debo que no debes llorar por pérdidas que no puedes cambiar, ni te envanezcas con los logros. Al final, nada será lo que en un principio aparenta ser.

Una vez terminada la frase, la sílfide negra salió del cuerpo de la pitonisa.

Así estaban las cosas. La mujer permaneció en sepulcral silencio. En un principio, pensaba que ella no tenía nada que decir, pero al verla, notó que ella lo veía de una forma, nada decorosa. Casi quiso reír por aquello. La mujer acababa de dictarle un sino fatal y ahora lo único que parecía importarle era saber que tan grande media su miembro.

-Tus bodas con el humano no son simplemente simbólicas, hijo de Larel Am. Deberás recibir en tu cuerpo a la Diosa, así como aquél rey de humanos recibirá al dios cielo. Por lo tanto deja de preocuparte por tonterías. Si eres el de abajo o no, eso carece de importancia. La diosa hará que disfrutes de un placer como nunca imaginaste- declaró la mujer con tanta ufanidad que el general creyó que lo estaba probando.

-También deberás llevar dos presentes. El primero ya te fue dado en la Cuna del misterio. El segundo Goran te ayudará a obtenerlo. Deben dar una sílfide azul. Y para ello has de seguir el ritual. El hechicero habrá crearla. Quizás te cueste un poco hacerlo por las buenas. Así que, toma esto- urgió la mujer al tiempo que una sílfide común le alargaba al rubio algunas varas.

-Es incienso de belladona. Con él convencerás al mago- sonrió de medio lado la atemporal mujer, de una manera algo perversa, para gusto de Raoul. Aunque el regalo de incienso bien valía la pena.

-Ahora debes partir hijo de Larel Am e Iriel Minkaisel. Ve y cumple tus deberes.

-Así lo haré, gran Elegida- prometió el regio elfo con una reverencia, antes de irse.

La mujer sonrió maternalmente, al verlo salir.

-¡Ay de ti, testarudo elfo! Tu destino será lo que más temes- auguró en un susurro cuando quedó a solas.

Iason buscaba a sus dos mascotas. Lo extraño era que una vez finalizada la charada de celebración, no los encontrase por ningún sitio.

Al finalizar cada una de esas protocolarias reuniones siempre tenía ganas de hacerlo con Forferían... y ahora con Riki. Eso le ayudaba a despejarse de todas esas miradas, sonrisas y halagos falsos. Se retiró a sus aposentos. Sin embargo le extrañó que Irúviel, no pudiese dar con ninguno de los dos.

Quizás lo más extraño recaía en que a Riki no podía sentirlo... el sello le informaba en que condiciones se encontraba los portadores. Sin embargo a Forferían si que lo sentía y en una situación subida de tono.

Por su rostro paso una mueca de disgusto. Así que su súbdito y mascota se estaba divirtiendo sin él. Pues bien ya se encargaría de darle su merecido.

Por otro lado estaba el horowolf. No esperaba que Mayaris le diese tan costoso obsequio. De hecho no sabía que la lombardana pudiese hacerse con algo de ese calibre. Más también había de hacer algo con la criatura. Pero qué...

Bien, eso no lo sabía por el momento. Y quizás lo peor del asunto era que podía sentir a aquella criatura cerca, pero no verla. Se mostraba cuando mejor le parecía. Reprimió las ganas enormes que tenía d maldecir, pues a fin de cuentas es lo que se obtiene al tener de mascota a un ser de otro plano astral.

Recordó casi por casualidad los reclamos de Ilean. El reino no era lo que se suponía que debiera ser. Quizás para los ojos extraños era un símbolo de poder y esplendor. Sin embargo, el hijo de Orferius, bien entendía que faltaba mucho más para llegar a la dominación completa. Por que, todo empezaba a desmoronarse y no importaba el esfuerzo conjunto que él, Ilean y el mismo Raoul llevasen acabo. El reino parecía ser el blanco de todos los ataques de las inmundas criaturas de los bajos mundos. Aún más que lo normal.

Un mal augurio se cernía en el aire y con un suspiro Iason esperaba que el ritual de las bodas de su primo y general con el humano sanaran todo. La ayuda de los dioses parecía lo más indicado en estos momentos de precaria y muy dudosa paz.

Raoul, él siempre tan obediente. Ilean tenía toda la razón. No debió haber ordenado que su primo y amigo fuese al reino de los humanos. Sin embargo ciertamente que en los últimos días sus decisiones no tenían nada de acertado.

Se recostó en su cama. Sintiendo un poco mediante el vínculo del sello las aventuras del elfo gris.

Cerró los ojos, sintiendo lo que su prisionero e ideando el castigo ideal por tamaña afrenta. Si bien cierto era que no había tenido la razón en la toma de decisiones en últimas fechas, para el correctivo a emplear, si que lo meditaría y con suma paciencia...

Forferían aprendería de nuevo que nadie engaña a Iason Minkaisel.

Forferían tragó saliva. El felino sujeto se veía exquisito. Las brillantes gotas de vino recorrían la piel del moreno con sensualidad. No pudo aguantar más tiempo sin probar el vino en tan suculento recipiente.

-ah, si así pequeño- aceptó el príncipe, al sentir la tímida y tibia lengua, tocarle el pechó siguiendo el curso de una gota de vino en particular. Más tuvo que sonreír al sentir que el chico se emocionaba y succionaba su piel con tierno apremio- tranquilo, con calma. Es todo para ti- ronroneó el mayor.

Forferían solamente se sonrojó más pero ni contesto ni abandonó su sensual tarea. El cuerpo ajeno demostraba ser delicioso en combinación con aquél etílico aderezo. Su lengua atrapaba las escurridizas gotas, sin importar si estaban en el vientre o en las tetillas. Todas a su boca iban a parar.

Nunca llegó a pensar que el vino pudiera sen tan... erótico. Su miembro estaba durísimo y no pudo evitar rozarlo con la rodilla del lombardano.

-Te estas poniendo muy caliente- aseveró el gatuno ser con algo de sensual malicia.

Era la verdad grabada a fuego para Forferían. Con el solo roce que ahora el lombardano propinaba son certeza en su dureza, le hacía delirar. Y ni que decir de ese vino de locura, con sabor a sexo. Su boca no podía dejar de recorrer aquél hermoso cuerpo. Además ese incesante ronroneo, escalofriaba su mente y más su caliente cuerpo.

Jadeos urgidos dejaba escapar. Con tan poco trato el príncipe lo tenía a su entera merced. Deseándolo, amándolo como merecía un hombre tan regio como aquél. La tibieza de la piel se le grababa en la mente a cada lamida, con cada roce. Y el vino parecía no querer terminarse. No importaba cuanto lamía, aquí y allá se veían todavía algunas rebeldes gotas recorriendo sensualmente la anatomía ajena. Y no solo quiso lamer, sino también tocar esa piel que empezaba a ponerse pegajosa por el dulce elíxir. Recorrió los magníficos músculos con sus delgados dedos.

Más jadeos y el lombardano seguía tranquilo. Sonriendo de cuando en cuando con autentico goce. Haciendo que las mejillas del elfo ardieran. ¿Cómo podía seguir tan tranquilo? Forferían sentía cada respiro del príncipe y ninguno era ni la mitad de agitado que los propios. Pero no debía importar eso, que más daba todo, cuando se llegaba a ese nivel, cuando la sangre hierve...

Tiyagar casi jadeó entre asombrado y halagado cuando el chico perdiendo todo el decoro lo recarga en la mesa hasta casi dejarlo acostado, para paladearle la piel con mayor soltura.

No podía saber a raja tabla cuan excitado estaba el elfo gris.

Forferían solo quería más, más de aquella piel... mucho más.

Arrancó el taparrabos que lo separaba de la erección del otro. Podía estar mal, lo que hacía, más tarde habría de pagarlo, pero ahora no podía detenerse. Quería probar las gotas de vino que brillaban sobre aquella viril superficie, las pocas que lograron colarse hasta tan privado sitio. Llevó allí sus ansiosos labios. Tomó cada gota, pero no era suficiente. Ya nada lo era. Así que atacó con sutiles mordidas y lentas lamidas la hombría del príncipe quien por fin dejó si cínico estoicismo, para rugir excitado.

Forferían pudo sentir en sus labios la dura carne seguir en su crecer, pero lo que más le gustó fue el sabor mezclado con el alcohol y esa dureza que amenazaba con arrancarle todos los reparos y modestias.

Siguiendo tan solo el instinto, ese mismo que le llevaba a hacer todo aquello, se detuvo de lo que hacía y le incorporó hasta arrancarle al engreído príncipe el más sensual y asfixiante beso que éste jamás hubiese probado.

-Házmelo, quiero que me poseas, ahora- ordenó el elfo gris aún con los labios pegados muy cerca del gatuno sujeto y viéndolo a los ojos.

Tiyagar abrió los ojos a tenor de muda sorpresa. En algún sitio de su mente había sentido que la presa, tan bella y sumisa, había dado el paso metamórfico, para convertirse en el cazador. Y ahora lo comprobaba. Sin embargo no se arrepentía al ver al joven elfo tan demandante y más atractivo de lo que esperara. Asintió a la propuesta, tomando de la nuca al chico, para poder repetir la unión de sus labios.

Se recargó en la mesa y acercó más a Forferían, con ambas manos. Rozando ambas erecciones solo así pudo notar hasta donde estaba la excitación del elfo... regodeándose en tal suceso al ser él mismo el causante. Invirtió los papeles, ya que excitado o no había que recordar quien era el cazador y quien la presa. Recargó a Forferían sobre la mesa, dejándolo boca arriba para que pudiese ver su hermoso rostro en el momento de tomarlo. Forferían solo pudo gemir con ello...

Sin preparación, sin nada, de forma ruda, Tiyagar entró en él. Dolió, si, bastante, pero eso no disminuyó en modo alguno la delirante pasión que despertara en su pecho. Menos al sentir las poderosas manos del gatuno sujeto, sus tremendos besos o el aumento en el ronroneo. Aquella poderosa erección irrumpía exquisitamente en él. Hasta adentro, demandante, posesiva. Con todo, no pudo más que seguirse dejando llevar hasta el punto de rodear con sus brazos aquél poderoso cuello y dejarle saber su pasión con un tributo de ininterrumpidos gemidos.

La velocidad creciente de los besos, de las caricias y algunos arañazos por parte de Forferían seguían, sin embargo el príncipe tardó en moverse, había entrado hasta el final, y estaba disfrutando de la sensación.

-Muévete... ah ... hazlo muy fuerte- musitó el elfo al separarse de uno de los candentes besos.

Tiyagar sonrió. Sujetó con fuerza las caderas del elfo y le dio lo que pedía. Sin piedad alguna metió y sacó su miembro, hasta que los gemidos del naguirian se tonaron gritos y terminó por arañarle la espalda y morderle el cuello.

El dolor... el exquisito dolor mezclado con el placer de tener tan poderoso sujeto dentro... tan adentro.

Los desesperados gemidos del elfo aumentaron el placer y más los sutiles temblores de ese cuerpo suave, sutil. Con un escalofrío electrizante dejó vagar su orgasmo mientras el chico hacía lo propio. Esencias masculinas fundiéndose en tan poseso abrazo...

Continuara...

 

Notas finales:

Hasta aqui llega la historia por el momento no se cuando la autora volvera a retomarla y subir la continuacion.


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