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Percepción por rmone77

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Notas del capitulo:

—Lua—

Durante el atardecer dominical, justo en esos minutos en que la brisa fría se extiende a través del cielo anaranjado y el paisaje se vuelve ambivalente en emociones, despertando placeres y nostalgias difíciles de controlar, se concretó una suave conversación entre ambos. Do reposaba sentado sobre las piernas adversas, encogido y completamente envuelto en sus ropajes que, a pesar de ser de su talla, le hacían ver aún más pequeño. Vestía un pantalón de algodón y un suéter negro con cuello de cisne que le resaltaba los pómulos huesudos y sus grandes ojos. Estaba acurrucado en el regazo cálido de Kim, murmurando relatos diferentes que en algún punto se enlazaban y le permitían comprender un poco mejor el interior revuelto de Do.


Le habló de sus padres, rememorando hazañas y momentos tan vívidos de su infancia que a Kim le parecía que todo eso había ocurrido ayer y no años atrás. El lenguaje que el otro empleaba y sus gestos le revolvían el estómago debido a las fuertes emociones que intentaba digerir, imaginándole de forma tan clara en las historias contadas, sobre todo en las que le parecían más tristes.


Al mismo tiempo Kim le acariciaba el cabello con su diestra, sosteniendo una colilla de cigarrillo en la siniestra, a la cual daba caladas largas, evitando que se apagara el extremo brillante. El aroma pesado del tabaco se mezclaba con el aroma almibarado natural que desprendían los muebles y cada pequeña pieza que los rodeaba. La conjunción de ambos les otorgaba una sensación hogareña a esas cuatro paredes y no podían sentirse más en armonía ahora que estaban juntos, aspirando el mismo aire tóxico y extrañamente agradable. Quizá esa era la razón detrás del repentino ataque de confianza que tuvo Do con Kim. Porque de pronto se relajó y se permitió contar un poquito de sí mismo, una especie de compensación por lo sucedido, una excusa justificada, pero que nadie le pidió.


—   No vivo con ellos porque en algún punto nos dimos cuenta de que cada uno estaba en caminos distintos, nunca sentí que los necesitara, ni ellos a mí. Estaban bastante ocupados con sus propias vidas y aprendí eso también, tenía que ocuparme de mí mismo y del día siguiente, y el siguiente, no había tiempo para hablar la situación, para tomar decisiones, así que simplemente me fui. Pasaron un par de años en los que no he cambiado mi pensar, todo sigue siendo igual. No tengo arrepentimientos, mis padres no son personas relevantes para mí.


Kim se estremecía con la frialdad impresa en cada frase, con cada palabra formulada por la voz grave y le era inevitable preguntarse si es que él también sería dejado en el futuro, cercano o no, de la misma forma, sin explicaciones, sin un espacio para expresarse.


Hundió lo que quedaba del cigarrillo en una especie de cristal que contenía otras colillas y se arrimó más al muchacho, sin dejar de interpretar, en más de una forma, aquello que escuchaba.


—   A parte de un par de llamadas de mamá, no ha habido mayor contacto.


—   ¿Para qué te ha buscado?


—   No lo sé, nunca he querido responder.


Kim se congeló momentáneamente y su mirada indiscreta tuvo que ser desviada para no levantar sospechas. Aquella frase le removió las últimas trazas de la rabia interna que supuestamente se había disipado y recordó claramente el instante en que notó la desaparición repentina de Do semanas atrás. Recordó también la noche en que se volvieron a encontrar y todo el entramado de sucesos que los llevaron al segundo en que respiraban, apagando por completo la ira que quiso despertar.


Se quedó en silencio un momento, escuchándole, revolviendo la tómbola de preguntas que encerraba su cabeza, queriendo decir tanto, empero, sin sentirse con el derecho de hacerlo. Le acarició cariñosamente la espalda y, sin necesidad de verle bajo la ropa, palpó los lugares que estaban marcados por manos que no eran las suyas. Formuló una sílaba en su paladar, pero no fue capaz de decir nada. Vagó en sus pensamientos, a la vez que seguía escuchando tranquilamente.


Do detalló una serie de eventos en los inicios de su adolescencia, usando un tono de voz despreocupado, el mismo que usaba para aquellas conversaciones triviales. Hablaba de momentos llenos de tanta insensibilidad como si estuviera indicando el clima para el día siguiente. Y entre más decía, entre más palabras se formulaban en su boca apática, Kim más se hundía en los miedos que regresaban, arremolinándose en su tobillo derecho y subiendo lentamente por debajo de su pantalón.


—   Siempre termino volviendo a mi espacio, como si estuviera escapando, pero no es eso, es sólo que no creo necesitar a los demás.


—   ¿Por esas mismas razones no respondiste mis llamadas y desapareciste sin avisar?


La inquietud salió con tanta fuerza de la boca de Kim, pero con la serenidad del mar. Como una ola engañosa que arrasaba con cada cosa en su camino. Se hizo el silencio entre ambos, sin llegar a romperse la atmósfera cálida y Do palideció aún más de lo que estaba, notándose en sus expresiones la pelea interna que estaba teniendo para responderle. Y verlo así le provocó una punzada de dolor en el pecho, por lo que pensó en disculparse y cambiar rápidamente el tema de conversación. Pero el chico lo abrazo de forma tan rápida que no le dio tiempo de decir ni hacer nada. El gesto fue un acto rápido, la respuesta más fácil de darle, le era más natural transmitirle a través del tacto, que del lenguaje.


Uno de ellos negó y el otro sólo escuchó.


—   Me di cuenta de que me estaba enamorando de ti.


El barullo que salió de la boca de Do quedó incompleto, pero no dijo más que esa simple frase. Y Kim ya se estaba acostumbrando al idioma a medias del chico, y entendió perfectamente sin que ninguno agregara nada más.


Kim no lograba comprender el miedo irracional que tenía Do al relacionarse, al crear lazos de cariño y no sólo de conveniencia. Creía, aún, que era producto de algún trauma, de un hecho sin sentido que él debió interpretar en forma profunda. O de la incapacidad para abrirse a los demás con sinceridad y confianza. Creyó que la causa era una falta de afecto en sus primeros años de vida, primordial para el desarrollo de todo ser humano. Porque, hasta él, rebelde y orgulloso en su adolescencia, recibió siempre el cariño sincero de su familia y amigos. Se preguntaba entonces ¿cómo Do llegó a involucrarse en un área de estudio con un lado humanista tan puro? ¿cómo es que tenía gente que se preocupaba de él, pero, a su vez, él no se preocupaba por ellos? ¿cómo, dentro de su cabeza o corazón, vislumbraba las relaciones humanas? Pero de forma profunda, mucho más allá de lo romántico, o de las emociones fútiles que se desvanecen en conjunto con el alcohol. Quería saber cómo ordenaba a las personas en su vida o si es que existían personas valiosas en ella. Y si sus padres no eran los más importantes, si no tenían un ápice de relevancia ante sus ojos, entonces, ¿quién? ¿él? ¿sólo él y nadie más?


Todas esas conjeturas se desvanecieron cuando lo vio cruzar el portal desgastado de la habitación de un hospital de rehabilitación, que no era más que un asilo y guardería para niños abandonados. Do, durante la profunda charla, le había comentado sobre un lugar que quería visitar y le preguntó precisamente por si deseaba acompañarle. El ofrecimiento estuvo completamente fuera de lugar, siendo todo tan repentino y raro en el muchacho, totalmente alejado de su comportamiento habitual, pero Kim no le iba a dejar sólo tan rápido e, incluso, lo llevó en su auto. Al pasar bajo el portal de la institución no hubo preguntas de ningún tipo y Kim se mantuvo expectante sobre lo vendría a continuación.


Do ingresó al recinto con soltura, como si hubiese estado miles de veces allí. Saludó cordial a las enfermeras, o lo que sea que fuesen, y se adentró como un hombre al llegar a su casa de la infancia. Siguió todas las normas el lugar, dejando sus pertenencias en una custodia. No ingresó alimentos, ni su móvil y se lavó las manos en un lavabo roído fuera de la habitación. Por supuesto que Kim lo imitó y siguió callado, como un niño siguiendo diligentemente a un superior, con sus pupilas reactivas y pendientes de cada detalle nuevo.


Juró ver un aura diferente naciendo del cuerpo de Do cuando su mirada se encontró con la de un viejo alto, recostado en una cama, que tenía sus ojos a medio abrir. Le vio pasar del azul monótono a un naranja pastel, resplandeciente y suave. El chico tomó asiento a un lado del catre y le dirigió una sonrisa curiosa, llamándole con la mano para que se acercara también. Pero Kim no pudo, al menos no en esa oportunidad. Simplemente se quedó de pie, completamente mudo, sin creer las formas tan abismales y sorprendentes que tenía una persona de enamorarse de otra.


De nuevo se hallaba en el mismo paradigma. Miles de preguntas, pero sin la valentía de hacer sólo una.


El primero en romper la calma fue el hombre viejo, que escudriñó el rostro de su chico con bastante detención, gestualizando con su boca como si algo no terminara de calzar en el cuadro que los tres pintaban.


—   Yo… yo tengo un nieto que es muy parecido a ti.


Do esbozó la sonrisa más gentil que alguna vez Kim vio en su boca, y las pestañas, como los pómulos pálidos, se alzaron en el mismo gesto. El muchacho tomó una pequeña toalla de manos y la colocó en el cuello del viejo. Acto seguido, destapó una especie de postre y alimentó al pobre hombre, creando una conversación sin sentido para él. Era evidente que Do era el nieto del que hablaba, y que todas las cosas que le contaba debían haberlas hablado miles de veces. Y, aun así, su muchacho se mostraba asombrado, como si fuese la primera vez que escuchaba esas historias. Kim de pronto quiso besarlo con tanta fuerza que prefirió salir de la habitación, tomar un poco de aire frío y volver minutos después. Amó, de sobremanera, la forma delicada que tenía Do de responderle al anciano, de limpiar su boca seca y arreglarle las sábanas. Se conmovió profundamente con ese pedacito de su amabilidad que le dejó presenciar y esperaba que nadie más supiera de este lado de él. Se llenó de ganas de tratarlo con la misma atención que él le estaba dando al viejo, de mimarlo día tras día, sin cansarse. Quiso hacerle sonreír de la misma forma y alumbrarle el rostro con halagos y caricias.


Al sucumbir a esos repentinos deseos, un par de cosas encajaron en la mente de Kim. El trauma, la razón detrás de sus estudios, esa persona importante en su vida: esos tres hechos podían relacionarse con lo que acababa de presenciar.


Encendió un cigarrillo y una de las enfermeras le pidió salir. Las emociones le habían aturdido y se sintió estúpido por lo que había hecho. No había ninguna advertencia sobre fumar al interior porque era realmente obvio que estaba prohibido. No hacía falta ningún tipo de advertencia.


Repensó las mismas preguntas que había formulado y encontró respuestas más claras, aunque no del todo definitorias.


Apagó el cigarrillo a medio consumir y volvió rápidamente a la habitación, pidiendo las disculpas pertinentes a la mujer robusta que vestía en tonos pasteles. Se quedó apoyado en el marco y admiró abiertamente esa parte cuidadosa y preocupada de la personalidad de Do. Pasó media hora más para que un joven alto y delgado se acercara a dar un par de medicamentos al hombre, recalcando que gracias a la presencia de su chico le fue fácil tomarlos.


Media hora más y el anciano yacía dormido como un bebé, con las sábanas hasta el cuello, muy bien arropado.


Ambos se removieron de sus lugares y caminaron a la salida. Se despidieron y Kim notó la amplia sonrisa que la mujer robusta le dedicaba a Do. Y, aunque el gesto no iba para él, se sintió muy orgulloso. Se sintió bien que otras personas, sin intenciones de interés puro o sexuales, repararan en lo maravilloso que era su muchacho.  


Ninguno de los dos quiso volver de inmediato al apartamento, iniciando una caminata floja en los alrededores del hospital. Había un parque al costado izquierdo, mal cuidado, lleno de hierbajos, pero que mostraba la fuerza de la naturaleza al imponerse sobre las construcciones humanas.


Kim tomó su mano y Do la apretó en respuesta. El menor de ambos avanzó por delante, mirando el suelo en cada paso que daba.


—   ¿Por qué me has traído aquí?


Do demoró en responder y bastaron un par de pasos más para que tuviera una respuesta concreta a la pregunta.


—   No lo sé, por alguna razón he querido que vinieras también.


Do se detuvo y se volteó dudoso, mostrándole una vez más esa lucha con sus demonios internos tan característica de él.


—   ¿Te has sentido incómodo?


La pregunta fue un susurro de los labios carnosos y Kim¸ cuidando que nadie estuviera en los alrededores, le levantó el rostro al tiempo que negaba, besando su mejilla después. No podría sentirse mejor tras esa pregunta formulada en tonos trémulos, una pregunta que mostraba interés, cariño y preocupación provenientes de Do.


Llenó el pecho de aire y emociones suaves, pero intensas, mirándole afectuosamente, totalmente rendido a su presencia.  


—   Me ha hecho feliz.


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