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Tu Deber por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Siempre tardo mucho por dios. Pero esque me propongo publicar un dia y luego empiezo a escribir, y sigo escribiendo y sigo y sigo y al final tardo siglos U_U

Lo siento, pero ya lo teneis, espero que os guste por que es bastante denso.

 

 

 

Law observó a Kidd de pie delante suyo.

 

Claramente el pelirrojo estaba intentando mantener una ligera distancia con él, se dio cuenta Law cuando Kidd se paró en medio del jardín. Sabía porque lo estaba haciendo, y sabía que debería agradecerle por darle su espacio, pero definitivamente le quería a su lado a pesar de todo. Moviéndose entonces ligeramente en la estrecha escalera donde estaba sentado, palmeó el espacio a su lado instando al otro a sentarse allí. El moreno observó al mayor dudar durante un instante no del todo convencido de que fuese lo correcto, pero finalmente se acercó con paso firme y se sentó a su lado como si aquel espacio en la escalera le hubiese pertenecido desde el principio.

 

Law suspiró cansado en el incómodo silencio que se instauró al instante entre ellos, alzando la cabeza miró la enorme luna blanca en el oscuro cielo mientras, Kidd entrecruzaba los dedos en el regazo y se recostaba cómodamente contra la columna a su espalda. Law intentó al instante ignorar la repentina necesidad de recostarse contra el cálido cuerpo del otro, de pedirle que le abrazase en la gélida noche y simplemente dejarse llevar. Porque no podía, había demasiado de lo que hablar, había demasiados problemas entre ellos que necesitaban explicar.

 

—Has cambiado—dijo entonces Kidd siendo el primero en hablar rompiendo con ello el pacifico silencio.

 

Law sonrió ligeramente y se tapó aún más con la pesada manta en busca de calor y un poco de protección.

 

—Sí, tu también—respondió girándose entonces a mirar al de ojos rojos aun con la sonrisa suave en su cara— no sabía que te habías convertido en emperador...pero curiosamente te pega demasiado bien con la personalidad arrogante y egoísta que tienes— se burló ligeramente intentando deshacer la tensión reinante entre ellos y recuperar el tono desenfadado con que siempre habían hablado.

 

Pero Kidd no dijo nada y Law volvió entonces a mirar la brillante luna preocupado. Recordaba ahora como, esa misma personalidad que acababa de criticar, le había sacado de quicio en un principio cuando no conocía casi a Kidd. Recordaba también como la había echado de menos en aquellos seis años. Sin embargo a diferencia de hacía seis años donde Kidd seguramente habría respondido a su dulce comentario con alguna salida de tono sobre la mejor forma de follarle o hacerle gritar en la cama hasta que suplicase porque se detuviese, esta vez, había permaneció en silencio. Un silencio que cada vez se alargaba más y más y le demostraba que Kidd no solo había crecido, sino que también había madurado bastante. Aun así Law se negó a girar la cabeza de nuevo y mirar la cara de preocupación que seguramente estaría poniendo el otro aquella cara que llevaba tanto tiempo deseando ver.

 

Por eso no pudo ver a Kidd moviéndose lentamente y no fue hasta que este apoyó su frente contra su espalda que se dio cuenta de que el otro se estaba recargando contra él suavemente. No fue ni siquiera un contacto piel contra piel, ni siquiera un roce o una caricia, pero Law se encontró suspirando terriblemente satisfecho de sentir el calor del otro contra su cuerpo de nuevo. Pero el moreno siguió sin hacer nada. Siguió sin responderle de ninguna manera y en el silencio que asolaba el mundo dejo al pelirrojo hacerle simplemente lo que quisiese.

 

—Law—empezó el pelirrojo con una voz tan baja que al moreno le costó trabajo escucharla. Aun así lo que si sintió en su propia piel fue como el pelirrojo deletreaba su nombre, como si lo estuviese saboreando con un oscuro placer— ... ¿Te- te tratan bien aquí?¿Eres feliz?—

 

Law agachó la cabeza y cerró los ojos con fuerza agradeciendo que el pelirrojo no pudiese verle la cara.

 

Pues claro que no lo hacían, era la puta de un dios y su estatus rozaba el suelo en el maldito templo. Aunque nadie se le acercase por temor a Doflamingo, seguía sintiendo las miradas de odio del resto, o los susurros y risillas degradantes. Pero lo peor como siempre era Doflamingo que hacía con él lo que le daba la gana sin que él pudiese ni quejarse por la promesa que habían hecho años atras, le había quitado todo y se lo seguía quitando, le había roto una y otra vez y le seguía tenido atado por aquellos finos hilos de la primera vez. Law quiso reír sarcásticamente solo de recordarlo. Por supuesto que no era feliz. Estaba encerrado en una jaula, lejos de todo lo que amaba y quería.

 

Pero no le podía decir eso a Kidd.

 

Aun podía hacer algo con su miserable vida y ayudar a aquel maravilloso hombre. Aun podía salvarle a él. Y para ello tenía que conseguir que se fuese de aquel jardín convencido de que no dejaba nada atrás, tenía que hacer que le odíase si hacía falta para que se fuese y rehiciese su vida con alguien que valiese la pena y le hiciese feliz.

 

Tenía que convencerle al pelirrojo de que ya no sentía nada por él.

 

Abrió la boca para murmurar el inicio de la farsa, pero el nudo en su garganta que se había formado por tener que mentirle y hacerle daño hizo que su voz temblase.

 

—Si—respondió de todas formas después de lalarga pausa.

 

Sintió al instante a Kidd tensarse a su espalda y separarse de él dejándole ligeramente vacio sin el agradable calor.

 

—¿Porque me mientes?—

 

Law se sobresaltó ante la pregunta tan directa y el hecho de que el otro se hubiese dado cuenta tan rápido, pero se recompuso al instante. Tenía que hacer aquello, no había otra opción. Colocándose la antigua máscara y fingiendo una sonrisa alegre se dio la vuelta para encarar a Kidd.

 

—No te he...—

 

Y la máscara estalló en pedazos cuando se encontró de golpe con las orbes escarlatas del otro a meros centímetro de su cara. Tan cerca que sentía sus alientos mezclarse como llevaba años recordando. Sus palabras se deshicieron en su boca y su mente quedo en blanco olvidando al instante el plan y la estrategia. Pero Kidd no se quedó allí simplemente y se acercó a su cara aun más. Hasta que sus bocas se rozaron provocándole descargas eléctricas. Hasta que sus narices se frotaron cariñosamente la una con la otra y el mundo pareció detenerse.

 

Law se encontró al instante abriendo la boca en espera del beso, jadeando pesadamente ante la presencia del otro. Estaba tan cerca. Después de tanto tiempo.

 

—Law dímelo, mírame a los ojos y dime que ya no me quieres—murmuró el pelirrojo contra su baca—...si lo haces te prometo que me iré y te dejare en paz para siempre—aseguró el mayor.

 

Y las palabras ronronearon contra los suaves labios de Law a pesar de haber sido pronunciadas casi entre susurros. Law las dio vueltas en su cabeza hasta que se dio cuenta de que aquella era su oportunidad, lo que había estado pidiendo. Solo eran tres palabras, nada complicado, podía hacerlo.

 

Miró a Kidd a los ojos, a aquellos ojos rojos que a pesar de haber dejado pasar tanto tiempo seguían observándole con el mismo calor y aprecio que el primer día, como si fuese lo único que diese sentido a su vida. Observó aquellos extraños ojos del color de la sangre que tanto le habían fascinado desde el primer momento y abrió la boca.

 

—Yo...—las palabras simplemente no salían, el nudo en la garganta le estaba cortando el aire cada vez de forma más opresiva. Mierda. Volvió a intentarlo— yo...—

 

Comenzó a entrar en pánico. No, tenía que hacerlo, por Kidd, por la persona a la que más quería en el mundo.

 

Pero para Kidd aquello fue suficiente y se separó del otro mirándole enfadado. El chico parecía a punto de ponerse a temblar allí mismo, como si no se creyese que realmente seguía queriéndole. Y aquello enfadó al pelirrojo todavía más.

 

—¿Porque elegiste entonces quedarte aquí? ¿Por qué no quieres que te ayudemos y te saquemos de aquí?—dijo con un tono más alto del que pretendía.

 

—No, yo...—pero Kidd le cortó antes de que empezase con la farsa.

 

Agarró una muñeca del de pelo negro y le giró hasta que le tuvo arrodillado entre el circulo de sus piernas aun con la muñeca entre sus manos. Law agachó la cabeza para no mirarle a los ojos como si realmente estuviese arrepentido de lo que estaba haciendo, pero apretó las manos en dos puños tensos.

 

—¿Porque me mientes?—chilló Kidd—¿Por qué haces esto?—

 

Y entonces Law alzó la cabeza y le miró. Serio. Con la pizca del cabreo y la furia que el pelirrojo recordaba. Y Kidd supo que lo siguiente sí que sería verdad.

 

—Por qué es lo mejor—sentenció el de ojos grises.

 

—... ¿Lo mejor para quién?—preguntó Kidd mirándole sin comprender pero teniendo entonces un ligera corazonada. Porque aquello ya había pasado antes. Cuando Law había decidido entrar al templo sin siquiera despedirse.

 

—Para ti—

 

Y tuvo la confirmación.

 

Kidd quiso levantarse y romper algo. La sangre le hervía en la venas al segundo siguiente por semejante gilipollez. Pero no perdería los nervios delante de Law, nunca haría nada que pudiese herirle. Y últimamente cuando se dejaba llevar inundado por la rabia todo a su alrededor quedaba masacrado por su ridículamente fuerte poder. Y no iba a hacer daño a Law. Nunca. Así que se levantó y anduvo hasta el centro del jardín y respiró hondo varias veces tratando de que el frío aire de la noche calmase su ardiente cabeza.

 

No funcioó, y si no podía liberar la rabia con fuerza bruta lo tendría que hacer de otra forma.

 

—¿Y tú qué sabes lo que es mejor para mí?—le gritó a Law. Ya le daba igual si les descubrían. Si alguien entraba les destriparía allí mismo y punto. Necesitaba hablar con Law. Necesitaba sacarle aquella estúpida idea de la cabeza.

 

—Kidd— trató de explicarse entonces Law levantándose también y dejando caer con el movimiento la manta que le cubría.

 

Kidd volvió sin pensarlo la vista huyendo del tentador cuerpo del otro apenas cubierto con un traje blanco y fino que no dejaba nada a la imaginación. No le extrañaba que tuviese frio. Y no extrañaba que el dios no le dejase irse. Aunque iba a matarle por hacer vestir a su moreno con semejante ropa transparente y provocativa que hacían casi imposible el poder apartar la mirada de su perfectamente torneado cuerpo. Pero aquel no era el momento para volver a admirar al otro, en aquel momento estaban discutiendo.

 

—Kidd...—volvió a murmurar esta vez más bajo Law acercándosele— por favor, te lo estoy diciendo en serio. Márchate. No soy la persona que necesitas, vuelve a Roma y encuentra a alguien que te haga feliz, alguien mejor que yo. Solo olvídate de mí de una maldita vez—

 

—No —rugió el pelirrojo negándose en redondo.

 

Aferrando con un movimiento rápido al menor de los hombros, le sostuvo enfrente suyo firmemente y le miró serio a la cara. A aquellos hipnotizantes ojos grises que poblaban cada sueño que tenía.

 

—Te necesito a ti, Law—le explicó—¿Es que no lo entiendes? No quiero a nadie más, solo a ti...Por dios si hasta me he vuelto emperador por ti—y entonces levantando una mano acarició con los nudillos la mejilla del moreno. Tan suave, tan delicado y tierno que Law solo pudo bajar la cabeza ante tanto cariño y temblar ligeramente sin poder aceptarlo— Ven conmigo—le repitió el pelirrojo—deja que por una vez sea yo el que cargue con los problemas, deja que por una vez te haga feliz—

 

Law cerró los ojos y respiró hondo intentando controlar el remolino de emociones en su interior. Kidd simplemente era increíble. Era el mejor. Por segunda vez quiso hacerle caso y acabar con todo aquello. Quiso acercarse al otro y recostarse contra su mano y contra su enorme pecho. Pero después de lo que había pasado la primera vez cuando había aceptado irse con él no podía, no otra vez. Simplemente no iba a dejarse llevar como la ultima vez.

 

—No sabes lo que estás diciendo—respondió con un tono de voz demasiado duro, demasiado frío y seco para la tierna situación.

 

Instantáneamente sintió al otro retirar la mano de su mejilla rechazado, y Law abrió los ojos mientras se echaba para atrás alejándose del otro tanto física como mentalmente.

 

—Sí que se...—intentó contraargumentar al instante Kidd sin querer que se alejase de él en lo más mínimo ni que le rechazase estúpidamente.

 

—No, no lo sabes—Le gritó Law alzando la voz por primera vez.

 

Kidd abrió al instante los ojos sorprendido y se quedó inmóvil como un perro preparado para correr. Pero Law le ignoró. Porque estaba cabreado con él. Porque había llegado aquí pidiéndole todo, exigiéndole todo sin saber absolutamente nada, sin entender nada, arruinándose la vida cuando él le daba la oportunidad de ser feliz. Kidd no sabía lo de las violaciones, lo de las humillaciones, de lo sucio y bajo que había caído. Y le estaba pidiendo convertirse en su amante. En el amante de un emperador.

 

Quería explicárselo. Quería gritárselo y que el otro se diese cuenta del problema. De lo puto que era. Quería que le odiase por ello y se fuese de allí y rehiciese su vida.

 

Pero no podía. En el fondo no quería que Kidd le odiase, no lo soportaría. Era lo único que no soportaría. Era mejor que se fuese sin saber nada de todo aquello. Por su propia voluntad.

 

—Vete de aquí Kidd—comentó de nuevo con la voz tranquila pero aun dura y fría. Levantó una mano y se frotó los ojos intentando calmar el dolor de cabeza punzante detrás de ellos.

 

Y antes de esperar la contestación del otro se dio la vuelta y volvió a comenzar a andar hacia la pasarela de mármol. Le daba igual lo que pensase el otro o lo que le gritase. Había ido allí con la intención de hacer razonar al otro, de convencerle de que no se quería ir y que se quería quedar en el templo. Pero todo se había ido a la mierda y había comprendido que iba a ser imposible razonar con el cabeza hueca del pelirrojo.

 

Pero antes de que pudiese desaparecer en las profundidades del templo de nuevo Kidd corrió tras él y le aferró de nuevo por la muñeca deteniéndole. Law quiso girarse y gritarle lo imbécil que era pero solo pudo hacer lo primero. Impresionado volvió a observar al emperador, no al adolescente atontado que había conocido y que le había perseguido como un perrito faldero hacia unos años, sino al hombre que había subido al poder ganándoselo por méritos propios y que controlaba ejércitos sin siquiera vacilar. Law se encogió ligeramente ante aquel hombre y contuvo la respiración con su atención totalmente enfocada en él.

 

—Voy a sacarte de aquí Law—le dijo Kidd. Y sonó más bien a una promesa que a un comentario—voy a ir a la maldita guerra, voy a ganar y te liberare del templo, lo quieras o no—

 

Y Law, tras la sorpresa inicial y pese a sentirse ligeramente intimidado, fue a responderle al instante al otro con cuatro verdades. Nadie le hablaba así ni tiraba su opinión a la mierda por que sí. Ni siquiera Kidd. Pero al abrir la boca se encontró con la boca del otro repentinamente contra la suya.

 

Sorprendido abrió los ojos mientras el otro tomaba el control absoluto de su boca. Aquello era lo que había estado años esperando, los labios del otro sobre los suyos, su aroma rodeándole y su lengua marcándole como de su propiedad sin pizca de remordimiento. Pero a diferencia de en sus fantasías, aquella vez no le gusto. Quería morderle, que el otro se separase y seguir discutiendo el problema, convencerle de que aquello de la guerra era una estupidez, que no se matase por algo que no valía la pena. Intentó resistirse en el beso, plantarle cara al emperador de las narices y expulsarle de su cavidad bucal a la fuerza de sus dientes.

 

Pero Kidd había tenido el control de la situación desde el principio y le mordisqueó los labios mientras sus lenguas se enredaban la una con la otra robándose el aire de una forma intoxicante. Law sin fuerzas y cada vez sin menos ganas de pelear contra él, se comenzó a dejar llevar y comenzó a responder y a acariciar a aquel delicioso musculo que inundaba cada mínimo rincón de su boca sacándole jadeos y ligeros temblores de placer. Lentamente empezó a disfrutar del posesivo beso y a rendirse ante el mayor rogando internamente por que no parase nunca de besarle.

 

Cerrando los ojos se alzó ligeramente para salvar la altura que le separaba de Kidd y alzó una mano para acunar una de aquellas pálidas mejillas centrándose totalmente en aquel beso. En sus lenguas bailando, en sus alientos mezclándose mientras ellos dos volvían a comerse el uno al otro. Y mientras, Kidd le pasaba la mano por la cintura y le apretaba contra su cuerpo igual de posesivo que siempre, aferrándole aún más, enjaulándole entre sus brazos como si no pensase dejarle irse nunca. Dejándole sentir su dura erección contra su muslo a pesar de la tensa situación. Sintiendo a la vez la suya apretarse contra el muslo del pelirrojo necesitada. Fue el reencuentro para ambos, el volver a medirse en uno de aquellos divertidos duelos entre suspiros, el volver a sentirse después de años y darse cuenta de que nada había cambiado en lo más mínimo. Fue duro, intenso y posesivo…y simplemente maravilloso.

 

Pero finalmente rompieron el beso y en la penumbra de la noche volvieron a mirarse a los ojos. Kidd sonriendo tan arrogantemente como siempre y Law tan falto de aire y tan cabreado como en el primer beso que se habían dado. El moreno quiso volver a darle una patada en la entrepierna como se merecía, pero desgraciadamente el estar espachurrado entre los brazos de Kidd le quitaba toda la movilidad. Intentó hablar entonces para insultarle y recordarle su falta de inteligencia. Y de nuevo la boca del otro contra la suya en un fugaz beso se lo impidió.

 

Gruñó molesto siendo incapaz de hacer nada más que esperar a que el otro le soltase o acabase de devorarle, cosa de la que internamente no se quejaría mucho. Kidd simplemente rio divertido apretándole y torturándole aún más. Pero no podía quedarse allí por mucho que quisiese simplemente tumbar al otro en el suelo y calmar el calor que quemaba su piel y le dejaba ardiendo de necesidad. Era hora de irse. Ahora. Poniendo la cara seria e intimidante del emperador se agachó y ocultó la cara en cuello del otro. Lo había prometido. Le iba a sacar de allí, quisiese el enano o no. Por su propio bien.

 

—Adiós Law—susurró contra la acaramelada piel— te veo en dos días y la próxima vez prometo llegar hasta el final— comentó juguetón apretándole ligeramente la necesitada entrepierna y dandole un fuerte mordisco en la piel sensible del cuello. Se alejó entonces del tentador moreno dándose la vuelta hacia el alto muro.

 

Con la sonrisa arrogante de siempre iluminada por la luna y en su cabeza aun vibrando el erótico gemido que había conseguido arrancarle al chico orgulloso. Chico que ahora le veía marcharse con una mano apretando la reciente marca roja en su cuello, y una mirada asesina que prometía venganza en su rostro.

 

Dos días después.

El rubio de la máscara se acercó a Kidd sentando en una enorme piedra de aspecto tosco mientras este observaba el campo de batalla en silencio. Sin decir nada se situó a su lado y observó la inmensa extensión de colinas con no más de alguna que otra encina surcándola. Era un buen campo de batalla. Amplio, sin accidentes y con una buena visibilidad.

 

—¿Y Darío?— preguntó el pelirrojo sin siquiera volverse a mirar a su mano derecha y mejor amigo.

 

— Los mensajeros dicen que no llegara a tiempo para el inicio de la batalla, sin embargo el hombre asegura que como mucho se retrasaran unas horas por lo que llegaran una vez esté empezada la batalla—

 

Kidd chasqueó la lengua molesto, aquello suponía una ligera desventaja, pero solo una ligera. El ejército que había entrenado él personalmente no caería tan fácilmente aunque faltasen algunos aliados.

 

—¿Por qué?—Exigió saber de todas formas.

 

—Al parecer ha habido problemas para movilizar un ejército. Persia es un país pacifico que no suele entrar en conflictos por lo que reunir de nuevo a un número decente de soldados y armarles les ha llevado su tiempo—

 

Kidd se pasó una mano por los ojos cansado. Llevaba varios días sin dormir lo que debía preparándose la batalla, cada mínimo detalle había ordenado que se lo comunicasen aunque fuese una gilipollez. Juraba que se sabía hasta el menú que habían desayunado los reclutas aquella mañana. Le dolía la cabeza con tanta información, con tanta presión y responsabilidad a sus espaldas, pero no podía parar, todo tenía que salir perfecto. No iba a volver a perder a Law, no si podía impedirlo.

 

—¿Y nuestras tropas?— preguntó de nuevo

 

Killer suspiró repitiendo lo que ya había repetido seis veces ese día a seis personas distintas.

 

—Nosotros estamos bien, el problema del agua potable se solucionó esta mañana y los intoxicados se están curando rápidamente gracias a Kureha y sus médicos. Los griegos por su parte también parecen haber solucionado el problema con la falta repentina de armas y esta mañana Bartolomeo y Marco han estado motivando a los soldados. Todo está bien—

 

Kidd soltó un suspiro satisfecho. Por fin una buena noticia. Como general nunca había sabido los problemas que acarreaba coordinar a tanta gente y moverla con único objetivo, ahora como emperador echaba de menos aquellos días. Los recursos de alimentación y agua para tanta gente suponían arrasar y expoliar las regiones por las que pasaban, las armas y armaduras que debían de dar a los soldados agotaban los recursos económicos del país y por si fuera poco la presión mental que suponía el saber que dentro de unos días podrían enfrentarse a otro ejercito y perder la vida estaba acabando lentamente con sus hombres. Y ahora, una vez asentados en el campo, surgían otros muchos problemas más que antes no habían afectado tanto. Las enfermedades por el frío del invierno y las condiciones infernales por las que pasaban le habían hecho ya perder a varios hombres, al igual las peleas entre soldados aburridos y sin nada que hacer o la estúpida rivalidad entre la fracción griega y la romana.

 

Por eso daba ahora gracias de que todo fuese bien. De una puñetera vez.

 

—Kidd tienes que descansar—dijo entonces Killer posando una mano en su hombro y apretándolo en una muestra de compañerismo.

 

—No—respondió Kidd mientras sentías sus ojos pesados de nuevo pero se giraba de todas maneras a mirar al otro—aun tengo que repasar la estrategia para mañana y hablar con Marco sobre la coordinación y...—

 

—Kidd, no me obligues a dejarte inconsciente y a tirarte a tu cama—le gruñó Killer.

 

—¿Qué?— preguntó Kidd aturdido y con el razonamiento abotargado por tanto cansancio.—No eres capaz—

 

—Kidd, ya no puedes hacer nada más— intentó convencer el rubio a su amigo usando otra estrategia—esta todo perfecto, has medido todo hasta el detalle y ya no hay más que hacer—

 

—Pero...—intentó seguir el pelirrojo-

 

—Kidd, descansa. En serio. Lo necesitas para pelear mañana—

 

Kidd volvió a observar el campo donde al día siguiente se enfrentaría al hombre que más odiaba en el mundo. Empezó a ver una remota lógica a lo que el rubio decía, pero su mente no funcionaba como quería. Necesitaba descansar y lo sabía, pero en el fondo no quería acostarse.

 

Aquella era la primera batalla que dirigía, país contra país, con el destino de mil almas en sus manos. Nuca había hecho aquello y estaba demasiado nervioso y temeroso como para dormir. ¿Y si perdían? ¿Y si no podía recuperar a Law? ¿Y si Doflamingo conseguía matarle? Porque Doflamingo era mucho mayor que Kidd. Había peleado miles de batallas y sabia como hacerlo. Y en cambio él ¿Que había hecho? Alguna que otra revuelta en Roma, o peleas en una birria de pueblo con gente extraña que afirmaba tener poderes. Aquello no podía contra la experiencia del rubio. Era simplemente imposible.

 

—¿Que-Que pasara si perdemos?—preguntó con la mirada baja perdiendo ligeramente su habitual pose arrogante y confiada.

 

Killer le miró durante un momento ligeramente sorprendido por el repentino cambio de tema y de confianza. Sabía lo que su amigo estaría pensando porque él lo había pensado también. Pero no podía dejarle hundirse en la duda y desconfianza. Era el rey. Si él se hundía todos se hundirían, era la norma básica.

 

—No vamos a perder—le aseguró con la voz más firme que pudo poner. Demostrándole al otro que no tenía ni la más mínima duda del resultado de todo aquello.

 

Kidd volvió a mirarle con una ligera mirada indefensa, como si solamente necesitase que se lo recordasen y confirmasen, como si solo necesitase que por una vez alguien le animase a él y le apoyase con la enorme tarea que llevaba sobre los hombros.

 

—Pero Doflamingo tiene más experiencia en batallas y el apoyo de toda Grecia y...—

 

—¿Y qué?—le interrumpió Killer— tú tienes a Darío, un hombre que sospecho que es mil veces mejor en estrategias que Doflamingo, tienes a gente que te ha seguido hasta esta remota parte del mundo para apoyarte ¿Tiene eso Doflamingo?—

 

—No—susurró Kidd agachando la cabeza y volviéndose a sumirse en un silencio agobiado—Es demasiada responsabilidad—

 

Killer sonrió detrás de la extraña máscara que cubría su rostro.

 

—Siempre lo ha sido—le respondió consiguiendo arrancarle otra sonrisa al pelirrojo al recordarle por lo que habían pasado—Estas haciendo lo correcto Kidd— le aseguró con tono confidencial.

 

—Sí, lo sé— y recuperando lentamente el aire de emperador que le había caracterizado los ultimo días se levantó y se estiró ligeramente en el fresco de la tarde— Esta bien, despiértame cuando llegue la hora—

 

Y devolviéndole el apretón en el hombro al rubio se alejó en dirección a la tienda rojo sangre que caracterizaba a la realeza romana y en la que vivía el emperador.

 

—Como ordenes señor—susurró Killer al viento mientras sus ojos se fijaban en las carpas blanca en el otro lado del campo de batalla. En el hombre y ejercito que destruirían al día siguiente.

 

...En otro lugar del campo de batalla...

 

—¿Que tal van los aliados?—preguntó el rubio sentado en la gran mesa con las manos entrecruzadas. Sus ojos violetas se movían sobre el mapa enfrente suyo con diversos juguetes que representaban a ambos ejércitos y sus recursos y repitiendo mentalmente los pasos para la victoria.

 

Vergo sentado a su lado en la inmensidad de la tienda de campaña revisó rápidamente unos papeles a su lado mientras el aparente silencio del campamento les envolvía. Era ya noche cerrada, y los soldados dormían o al menos lo intentaban mientras los cuatro pringados de turno montaban guardia alrededor del campamento. El propio Doflamingo quería dormir, estaba cansado y solo quería que acabase aquello de una vez por que no tenía ganas para nada. Pero el dormir implicaría libertad de pensamiento y que los recuerdos con Law volviesen a surgir. La discusión, las palabras de odio del otro mientras el rubio le daba su alma en bandeja...Aquellas últimas noches habían sido un suplicio. El moreno había decidido volver a su antigua y minúscula habitación con la cama incomoda y el escaso mobiliario en vez de dormir con él en la enorme y esponjosa cama que habían compartido durante años. Ya no hablaba casi con él y ni se le acercaba a menos que fuese totalmente necesario volviendo a poner aquella vieja barrera de antes.

 

Y el rubio le echaba de menos. En su cama, a su lado, entre sus brazos

 

Se obligó a centrarse en la reunión.

 

—Las ayudas de Atenas y Esparta llegaron esta mañana y como pediste les di alojamiento en áreas opuestas del campamento para evitar conflictos—comenzó Vergo.

 

—Bien—susurró Doflamingo, porque lo último que le faltaba ahora eran peleas estúpidas con la vieja rivalidad entre atenienses y espartanos. Ya había pasado por eso y decididamente no se iba a volver a repetir.

 

—Los egipcios también han enviado un regimiento en consideración de la alianza comercial que tenemos con ellos—

 

Doflamingo sonrió ante aquello. Lo de tener tantos aliados o gente que le debía favores siempre venía bien para estas cosas. Con los Egipcios sumaban prácticamente los tres mil hombres, casi los mismos que tenían los romanos y los traidores. Por lo que ahora, con los números igualados, la victoria dependía de la estrategia, y Doflamingo en eso sabía que era mucho mejor que el pelirrojo, después de todo, él ya había vivido varias batallas a lo largo de su vida.

 

Si, iban a ganar, pensó sonriente, y entonces...

 

¿Y entonces qué?

 

¿Law se quedaría con él?¿Law le querría y volvería arrepentido a sus brazos? No, seguramente no. Lo más probable es que le odiase aun más por derrotar a su pelirrojo y que le evitase y le despreciase todavía más. Podría capturar a Kidd a lo mejor, y chantajear al moreno con él. Podría reírse del pelirrojo y humillarle y además podría obligar al dichoso emperador a renunciar a su trono en roma y a rendirlo a los pies de Grecia. Podría hacer tantas cosas si ganaba la batalla...

 

Pero nada de lo que hiciese le iba a dar lo que más quería, a Law y su aprecio y afecto voluntario. Como se lo daba a Kidd. Aunque ganase la batalla nunca conseguiría lo que tenía el otro. Nunca podría tener su felicidad en la vida.

 

—Está bien, es suficiente Vergo—anunció mientras interrumpía al otro y se levantaba cansado con todo aquello—será mejor que nos acostemos—

 

—Como ordenéis —respondió el otro mientras se levantaba también y se dirigía a la puerta rápidamente. Claramente queriendo finalizar ya con la reunión—Que descanséis señor—

 

Y tras cerrar la lona de entrada Doflamingo se quedó solo otra vez en su tienda de campaña rodeado del silencio y de la luz parpadeante de las velas.

 

Miró de pie en medio de la habitación a la armadura dorada y reluciente sobre la percha a su derecha, lista para usarse.

 

Miró la cama cubierta de exóticas pieles de felinos cubriéndola y esperando a que la ocupase.

 

Y se dio cuenta de que no iba a poder dormir.

 

Así que acercándose a la armadura de oro forjado construida en un patrón de varios siglos atrás y desenfundó la espada de la plateada vaina con un susurrante silbido. Observó cansado el conocido reflejo rojo del fuego de las llamas en su pulida superficie.

 

Y entonces, después de siglos y siglos sin tocarla, levantó el arma en un agarre firme y comenzó a entrenar con la tanda de movimientos mil veces practicados. La espada hacia rugir el aire mientras el se movía por la habitación con giros y estoques elegantes y precisos.

 

Lentamente su mente se fue quedando en blanco con el ejercicio hasta que solo una única imagen quedo grabada en su mente, mientras el acero seguía partiendo el aire por la mitad. Eustass hombre que le había quitado desde el principio lo que más había deseado.

 

Una última finta y la mesa en el medio de la habitación quedó partida por la mitad como si fuese mantequilla.

 

 

 

Notas finales:

Pero que monos que son!!!!! Law que no podia decirle a Kidd que no le queria y este como siempre haciendole lo que le daba la gana n3n aunque luego el otro se le ha confesao y Law le ha mandado a la mierda ¬¬

Esta juventud...pero ha sido bonito escribirlo, me ha recordado a los primeros capitulos donde se tiraban todo el dia discutiendo, diooos a ver si llegamos a lo divertido XD

En fin, Doffy y sus ideas de exclavizar a Kidd que me hacer querer cambiar la historia, y comentarios de Kidd subiditos de tono aparte, creo que ha quedado decente el capitulo n_n

Espero que os haya gustado.

Y como siempre gracias por leer.


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