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Tu Deber por Cucuxumusu

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Notas del capitulo:

Muaja aqui otra vez y a tiempo XD

En fin, este no es tan largo como los anteriores, porque me estoy  obligando a mi misma a no enrollarme tanto con estas cosas. 

En fin espero que os...entretenga, dejemoslo ahi. 

 

El viento soplaba en el árido campo revolviéndole el pelo y dificultándole ligeramente la visión a Kidd. Sin embargo, cuando este se puso el casco sobre la cabeza y los mechones escarlatas dejaron de revolotear como una hoguera al viento, pudo fijar sin problemas su mirada sobre el imponente ejercito ante sus ojos. Estaban todos ellos cuadrados en fila en una posición perfecta y alerta como les había entrenado durante aquellos años y les rodeaba un silencio tenso y reverencial. Como si se fuese a dirigir a la última batalla de la historia de la humanidad. Sus miradas serias y atentas estaban fijadas sobre el enemigo sin importarles nada más, las armaduras relucían bajo el frio sol de invierno y las espadas y lanzas desprendían un azulado e inquietante brillo, preparadas para mancharse de rojo. Su estado mental era el mejor que nunca habían tenido. Kidd no podía pedir más.

 

En el otro lado del campo Kidd percibió entonces, por el rabillo del ojo, una conocida figura pasearse por entre sus hombres dando los últimos consejos con aquel porte elegante y autoritario que le caracterizaba. Con aquel pelo rubio brillando como el oro bruñido al sol del amanecer.

 

Cerró los ojos intentando tranquilizarse, centrarse y descartar el miedo y la ansiedad que le habían invadido la tarde anterior y que volvían a su mente con fuerzas renovadas. Él debería estar haciendo lo mismo que hacía el dios, animando una última vez a los soldados, dándoles ánimos, esperanzas y un objetivo por el que luchar. Ahora debería estar haciendo su papel.

 

Desenfundó entonces la brillante espada que le había acompañado durante aquellos largos años de suplicio y, mirando a Killer una última vez, le sonrió arrogante cuando este le dio una señal de asentimiento asegurándole que todo iba a estar bien. Después, con tranquilidad, montó en la reluciente yegua blanca con la que había competido en su tiempo contra Law. El caballo respondió al instante a sus mandos y comenzó a galopar por el frente de su ejército. Captando su atención. Paseándose y haciendo que la mirada de sus hombre se posase en él. En el general de aquel ejercito, en el hombre por que estaban dispuestos a dar sus vidas y por el que algunos la darían realmente. Y él en respuesta les devolvió la imagen que esperaban de él. La del emperador. La del hombre imponente cabalgando a toda velocidad encima del reluciente caballo, con la armadura de oro y la espada alzada imponente en lo alto. El hombre con el pelo rojo y mirada de demonio.

 

Cuando sintió la atención de todos sus hombres sobre él, atentos a lo que les iba a decir, esperando aquellas palabras de ánimo y apoyo que les ayudarían en la pelea, detuvo el caballo con un suave trote. Paseó su vista entonces por las tropas, deteniéndose en sus amigos para tomar de ellos la fuerza que necesitaba para aquello, ya que en el fondo odiaba hablar en público por mucha experiencia que hubiese adquirido en ella. Observó a Killer, a Marco, a Luffy, a Bartolomeo, a Ace, a Sabo...y les sonrió malignamente en repuesta a sus respectivas sonrisas de asesinos en serie.

 

Respiró hondo una última vez sabiendo que aquello era el final y meta de aquellos años. Aquello iba por Law. Aquello iba por él mismo y todos los años que había perdido sin estar con él. Y entonces comenzó a gritar aquellas palabras de rabia que quemaban su garganta.

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Doflamingo volvió la vista cuando escuchó la potente voz del pelirrojo a sus espaldas retumbando en todo el campo de batalla. Sintió ligeramente sorprendido, como los hombres del pelirrojo coreaban con un potente grito cada frase que el pelirrojo iba diciendo mientras chocaban las espadas contra los escudos produciendo un ensordecedor e imponente bramido.

 

Volviéndose a sus hombres observó entonces el repentino temor en sus ojos. Como si estuviesen perdiendo la confianza ante aquel ejercito tan bien preparado y coordinado que tenían delante. Algunos incluso temblaban de terror con los ojos fijos en aquel hombre de pelo rojo y mirada diabólica que se paseaba enfrente de sus narices como un monstruo traído de otro mundo y que gruñía enseñando sus afilados dientes al mundo.

 

Doflamingo chasqueó la lengua ahora enfadado. Aquello era absurdo, miedo ante un ejército dirigido por un niño. Cuando ellos estaban siendo guiados por un dios.

 

—¿Por qué estamos aquí?—chilló el entonces espoleando aquel poderoso caballo marrón igual que había hecho el pelirrojo, negándose a que sus hombre se rindiesen incluso antes de pelear—¿Por que habéis venido aquí Griegos?— Propagando su voz por entre los hombres que nunca le habían visto pero que habían rezado por su ayuda en momentos de dudas.

 

Los soldados le miraron confundidos y él les devolvió una mirada firme y segura. Aquella mirada poderosa que había estado repartiendo durante años. Y sintió como la duda e incertidumbre iba desapareciendo cuando le observaban a él. Al dios de las leyendas.

 

—Estamos aquí porque nos han retado—continuó el rubio— por que los malditos romanos han venido aquí pensando que nos pueden invadir, que nos pueden quitar lo que es nuestro por derecho propio y nos pueden someter—

 

Observó satisfecho el enfado en los ojos de sus hombres ante aquellas duras pero verdaderas palabras, y aquello le dio ánimos para continuar.

 

—Decidme Griegos ¿Es eso cierto?—les preguntó mientras frenaba su caballo y enfrentaba a la multitud armada.

 

Unos cuantos gritos de protesta retumbaron entre las filas de soldados. Pero aun no era suficiente para el rubio, les quería enfadados, furiosos, que deseasen la muerte ajena.

 

—¿Y qué pensáis hacer para impedirlo?—preguntó entonces de nuevo alzando la voz.

 

Más gritos se escucharon esta vez mientras los soldados recuperaban la confianza ante las palabras del rubio, mientras se enfadaban y se daban cuenta de lo que estaba en juego en aquella batalla y lo que podían perder.

 

—Vamos a acabar con ellos—aseguró, y sus palabras sonaron a profecía para los oídos de los hombres—vamos a masacrarles de tal manera que nunca nadie más se atreverá a levantarse contra nosotros del miedo que les provocara esta batalla. Iremos a la guerra y les demostraremos por qué Grecia es la tierra elegida por los dioses, les demostraremos porque somos a cuna de la civilización y porque nunca nadie nos ha derrotado—

 

Y al darse la vuelta y encarar a los traidores y a sus enemigos un rugido sonó a sus espaldas igual de fuerte que el que había sonado antes de por parte del ejercito del pelirrojo.

 

Sonrió impaciente mientras la tensión entre los dos ejércitos alcanzaba su cúspide. Lo había echado de menos tenía que reconocerlo. El rugido del acero, la incertidumbre de si aquella noche dormirá de nuevo sobre una confortable cama o en una fosa común al lado de miles de cadáveres. Pero sobre todo, lo que más había extrañado había sido la sed de sangre. Aquel instinto primario que tenia cada ser humano y que le hacía querer abalanzarse al galope con la espada en alto y cubrirse de la sangre de quien había osado alzarse contra él y su país. Quería sangre, y su mirada solo estaba enfocada en una persona.

 

En el niño montado sobre el caballo blanco y con la armadura reluciente.

 

Su caballo se removió inquieto sintiendo su estado de ánimo. Él se relamió los labios mientras volvía a cubrirse los ojos con la visera de aquel casco medieval que había mandado hacer. Sintió la mirada del pelirrojo mirándole con la misma aura asesina y sonrió satisfecho de su oponente sintiendo la adrenalina en sus venas. Quiso gritar al aire entre risas retorcidas y afónicas del discurso.

 

Y entonces, por fin, sonó el cuerno que daba inicio a aquello. Aquella nota grave y potente que hacía temblar el suelo y a los combatientes. Y su caballo empezó a correr mientras ambos ejércitos se aproximaban hasta colisionar.

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El choque de ambos ejércitos se escuchó muy lejos de allí. Los gritos, los llantos y los alaridos ante las primeras victorias. El tiempo fue pasando mientras ambos ejércitos se mezclaban en una turba de hombres cubiertos de metal. Los cuerpos caídos dificultaban los movimientos, el polvo levantado por los caballos no dejaba ver muy lejos y las armaduras plagadas de sangre impedían saber si el hombre contra el que se peleaba era amigo o enemigo.

 

Lentamente un ejército se fue imponiendo sobre el otro, pero cuando todo parecía resuelto una nueva estrategia por parte del comandante, o los refuerzos de última hora llegaban y cambiaban el resultado de la contienda hasta límites insospechados. Llegó la tarde, y luego el atardecer, y la noche y después el alba, y nada parecía aclararse. Los hombres cansados y sin cada vez más fuerzas de voluntad caían al suelo sin poder siquiera levantar la espada.

 

Al final, al segundo amanecer la situación pareció por fin tomar un giro y un ejército consiguió acorralar al otro contra un pequeño saliente de rocas con una retorcida estrategia. Al instante les sometieron con un último esfuerzo mientras sentían que el final estaba próximo. Y los soldados agotados de la larga batalla y sin fuerza ya de voluntad, cayeron rindiéndose ante los vencedores.

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El templo seguía sumido en silencio a pesar de la tensión e incomodidad que se percibía dentro. Law, sentado junto a los demás novicios en la sala del trono, suspiró mientras el murmullo de los rezos le rodeaba enigmáticamente siendo el único sonido percibido. Llevaban así ya cuatro días parando únicamente para comer algo en el pesado silencio, o para dormir unas inconsistentes horas.

 

Le habían dejado allí, encerrado en el lugar y sin poder salir por las ordenes del dios. Por su seguridad y propio bien según le habían dicho. No tenía por qué rezar ni estar con la gente, nunca lo había hecho y no pensaba empezar ahora, pero aun así, el estar rodeado de aquel inquietante murmullo era mucho mejor que estar solo paseando por el lugar y pensando en el resultado de la batalla. Porque la incertidumbre le estaba matando. Los hombres se habían ido hacia apenas cinco días hacía el campo acordado y desde entonces no había recibido ni una noticia. Ni un mensaje, ni aviso, ni información de alguna clase de lo que estaba pasando.

 

Law sabía que las batallas tardaban su tiempo, pero también sabía que habían acordado que la pelea iniciaría hacía dos días. Había temblado de terror cuando escucho a varios de kilómetros el rugido del cuerno que daba inició a la contienda y el golpe de los dos ejércitos. y sinceramente, llevaba varios días sin dormir preocupado.

 

¿Qué iba a hacer si le pasaba algo a Kidd? ¿Y si Doflamingo le había matado? ¿Sentiría algo cuando pasase aunque estuviese a varios kilómetros de distancia? ¿Qué haría él sin Kidd?

 

Se levantó inquieto del lugar donde estaba sentado entre Robin y un chico albino llamado Bepo, ambos eran sus únicos amigos en el templo y los únicos que al igual que él odiaban al dios. Robin había querido ser historiadora en la administración política en vez de ser drogada como sacerdotisa como lo era ahora. Bepo solo quería ser un normal y corriente comerciante y viajar alrededor del mundo descubriendo tesoros y nuevos lugares. Habían solo sido niño en su tiempo, y al igual que a él les habían destruido la vida y les habían encerrado allí.

 

Robin le miró en cuando se levantó. Sus pupilas seguían siendo enormes a pesar de que el ritual había acabado hacia varias horas, lo que significaba que seguramente se habían pasado con la dosis aquella vez. Estúpidos imbéciles. Law la había intentado ayudar varias veces con los ataques y espasmos que causaban los efectos secundarios de la droga que le administraban para que tuviese aquellas famosas visiones, y gracias a ello se habían acabado haciendo amigos. Por eso, a pesar de la mirada entrecerrada de la mujer y su cara de cansancio que ocultaba cualquier emoción, pudo identificar al instante la mirada preocupada de la morena.

 

—Estoy bien—susurró lo suficientemente bajo para que el resto no les oyese, fingiendo de paso una sonrisa.

 

Pero como siempre Robin conseguía leerle a la perfección y en vez de sonreírle y dejar pasar el tema como hacían todos, le miró con el ceño aun más fruncido indicándole que no colaba.

 

—Law todo saldrá bien—intento apoyarle de todas maneras—estoy segura—

 

Law asintió pero no dijo nada. Despidiéndose de ellos silenciosamente, salió de la sala donde estaban los novicios, ignorando las miradas preocupadas de sus amigos sobre su espalda, y sin querer pensar en nada, se dirigió los aposentos del dios desde donde tenía una vista perfecta de la ciudad a través de la columnata con cortinas ondulantes.

 

Pensó en lo que podría hacer para matar el tiempo y no pensar en hipótesis absurdas sobre lo que pasaría en la batalla. Hipótesis que en su mente siempre acababan mal. Podría nadar en la enorme piscina. Podría leer en aquel cómodo sillón donde lo había hecho con el rubio la última vez. Podría preparar aquel delicioso chocolate que el dios le había enseñado a hacer, podría... Suspiró sabiendo que en el fondo no iba a poder evitar pensar en el tema. Se conocía ya demasiado bien.

 

Avanzando por la habitación se dirigió sin pensarlo a la esponjosa cama y se tiró sobre ella sintiendo al instante como las mantas y el colchón le engullían. Gimió de placer. Podía odiar al rubio y todo lo que hacía o tenia, pero definitivamente adoraba aquella esponjosa cama.

 

Abrió los ojos cansado y al instante sintió su mente perderse entre las enrevesadas figuras del techo con los dibujos de la mitología Griega. A pesar de aquellos años encerrado recordaba cada cosa que había aprendido antes de entrar, los mitos, las leyendas, las historias sobre hombres con poderes que conseguían mover el mar y dirigirían el mundo. Tanto a él como a Luffy y Ace les encantaba escuchar al viejo Garp contar aquellas historias y recordaba como jugaban a la mañana siguiente en el patio imitándoles. Luffy, que apenas sabía hablar, era la damisela en apuros o la diosa pertinente que Ace, haciendo del poderoso Zeus tenía que rescatar de las manos del malvado Hades que siempre era Law. Desgraciadamente Ace nunca conseguía rescatarla, y mientras Law se reía de él, Luffy seguía atado en lo alto del árbol. Al final Ace se había cansado de perder siempre y Luffy había jurado que nunca más en su vida de disfrazaría de mujer, y entonces habían cambiado de juegos.

 

Pero Law continuaba recordándolo, y mientras observaba aquel mosaico de historias recordaba cada batalla que había tenido con sus hermanos...aunque ahora que lo pensaba realmente nunca habían sido sus hermanos. Pensó entonces en cómo habría sido su vida si aquella noche, como decía Darío, nunca hubiese escapado de su habitación y se hubiese quedado con sus padres y hubiese seguido siendo príncipe de Persia. ¿Habría sido más feliz?¿Habría sido diferente? ¿Habría sido mejor? Pero al instante descartó la idea. Si aquello hubiese pasado nunca hubiese conocido a Luffy y al resto, nunca habría llagado a donde estaba ahora y nunca habría conocido a Kidd.

 

Y una vida sin Kidd para él realmente no era una buena vida. Prefería la vida que había llevado a una con todo lo que quisiese y desease pero sin saber nada del pelirrojo. Si era mejor así, pensó sonriendo mientras sin darse cuanta se iba quedando dormido.

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Cuando despertó por la tarde lo hizo debido a una serie de chillidos que recorrían el templo. Tras un minuto de aturdimiento intentando entender la situación en la que estaba, se levantó de la cama de un salto y se dirigió rápidamente a la puerta de los aposentos desde donde se escuchaba a gente correr entre gritos y chillidos.

 

El corazón le latía más deprisa que en toda su vida. Tanto jaleo solo podía significar una cosa. Los vencedores habían vuelto, el mensajero había llegado, todo había acabado.

 

Sin embargo antes de poder llegar a la puerta y abrirla, esta se comenzó a abrir sola gracias a una mano ensangrentada que la empujaba desde el otro lado. Law contuvo la respiración sabiendo que casi nadie sabía llegar a aquel lugar en las entrañas de templo, mientras la figura avanzaba entrando en la habitación y luego con un último estruendo la puerta se cerraba a sus espaldas dejándoles solos y lejos del alboroto al otro lado.

 

Law se llevó la mano a la boca mientras la figura se acercaba a él con paso débil y vacilante, dejando un rastro de sangre roja a su paso. Cuando le tuvo delante, el hombre alzó una mano cubierta de aquel liquido escarlata y le acarició una suave mejilla con delicadeza, mientras Law, aun sin poder moverse de la impresión, dejaba sus lágrimás caer por ella.

 

—Law—susurró casi sin voz Doflamingo antes de avanzar un poco más y abrazarle con fuerza entre sus brazos.

 

Y entonces, ya sin fuerzas, el rubio cayó al suelo con Law temblando contra su pecho.

 

 

Notas finales:

No voy a decir nada...

y creo que esta vez no quiero reviews..jeje (risilla nerviosa) (¬3¬)'

En fin PAZ y amor wapos

Gracias por leer


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