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Hilo rojo por Ayann

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δ´

άθλιος

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Ten piedad de mí.

Lávame todavía más de mi maldad y límpiame de mi pecado, porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre delante de mí.

Salmo 50; Miserere, Gregorio Allegri

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Un trueno azotó brutalmente los cielos y el eco se estrelló contra los ventanales.

Lily despertó sobresaltada, jadeando por aire se quedó inmóvil, escuchando el palpitar del corazón, giró la cabeza a la derecha, tardó un par de segundos en comprender que la tormenta caía iracunda.

—¿Severus? —llamó con voz ronca, sin comprender qué estaba diciendo, automáticamente palpó el lado izquierdo de la cama y lo encontró vacío—. ¿Severus? —repitió, sintiendo el hilo rojo en su dedo anular pulsar con violencia.

—¿Sabes lo qué he hecho? —La figura de Snape salió de entre las sombras y estiró la mano sin llegar a tocarla—. Perdóname.

Lily entrecerró los ojos, el hilo parecía formar un inestable puente sobre un abismo y cada uno estaba en el extremo opuesto. Echó un vistazo a la habitación sin reconocerla.

—Te perdoné —susurró, buscando con la mirada—. ¿James? —El entendimiento impregnó los ojos verdes.

Snape intentó forzar la conexión, el hilo se ciñó con brutalidad en el anular de Lily.

—¡Me lastimas! —vociferó, observando el hilo y después a Snape—. ¿¡Cómo entraste!? —Se hizo hacia atrás, cubriendo instintivamente su vientre.

El corazón de Severus punzó de dolor; podría volver a inducirla, podría hacerle creer que sólo era un sueño.

«Pero es demasiado tarde», pensó, reparando en la desconfianza y el miedo en los ojos verdes. Cuidando de no asustarla más, expresó con suavidad: —En esta vida y en la que sigue…

—Seré tu amigo —completó Lily sin bajar la guardia—. Mentiroso —reprochó conteniendo la furia—, los elegiste a ellos.

—¿A quién elegí? —La voz de James la sobresaltó. Potter ladeó la cabeza, dejó el vaso con leche y el plato con la rebanada de pastel en la cómoda a lado de la puerta y se aproximó—. ¿Lily?

—Yo… —Desorientada miró alrededor. El estruendo del relámpago iluminó las paredes y a la fantasmal figura de Severus detrás de James.

Poco a poco Snape, conforme la oscuridad invadía la habitación, desapareció; antes de que las sombras lo revistieran, los labios de Severus formaron un «Perdóname».

El cerebro de Lily hizo clic.

«¡Mentiroso!». Su mente gritó, cubriendo con las manos la boca, dejó que un desgarrador alarido atravesara la garganta. «¡Mentiroso! ¡Me abandonarás otra vez!».

—¡Oh cariño! —James se apresuró a envolverla entre sus brazos. Lily no desvió la vista del lugar que había ocupado Severus—. Todo va a estar bien —arrulló, depositando suaves besos en la frente—, prometo ser más rápido con tus antojos.

La desatinada frase de Potter la hizo separarse un poco y, sin poder evitarlo, soltó la carcajada.

James se mordió el interior de la mejilla nervioso.

«¿Qué diablos?», pensó, echando un vistazo a la pelirroja. El sonido de la aparición lo sacó de balance, tirándolo al suelo.

La carcajada de Lily se hizo más intensa.

—Señor, Tipi lo siente, señor —La histérica elfa azotaba la cabeza contra el muro.

—¡Es suficiente! —bramó James, aunque no supo si era para la elfa o para su esposa que seguía desternillándose de risa. Sentado en el piso, masajeó la sien derecha—. ¿Qué sucede, Tipi?

La elfa había dejado de castigarse, con la nariz casi en el suelo, respondió:

—Dumbledore, señor, lo espera en la biblioteca. Señor, Tipi le informó que el señor dormía, pero…

—Basta —pidió Potter, levantándose—, bajaré en un momento.

Ante la mención del director de Hogwarts, Lily había dejado de reír.

—¿James?

—Todo estará bien, cariño. —Depositó un beso en la frente, tomó la bata y salió.

—¿Severus? —No hubo respuesta—. En esta vida y en la que sigue —susurró, perdiendo la mirada en la tormenta— seré tu amiga.

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—Cariño —llamó Potter. Lily parpadeó, no se dio cuenta cuando volvió a quedarse dormida—. Tenemos que irnos, Tipi se encargará de nuestras cosas. —Se acercó al armario, sacó un par de gruesas capas de viaje y las puso sobre la cama.

—¿Irnos? ¿A dónde?

—A El Valle de Godric —indicó James, arropándose con una de las capas—. Madre tenía una casa ahí…

—James.

—Habrá que limpiarla…

—¡Potter! —James detuvo su diatriba y observó a la pelirroja parada a un lado de la cama, con el pelo suelto y en camisón—. ¿¡Qué está sucediendo!?

James abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella.

—El Señor Tenebroso, mi niña —dijo Dumbledore, bajo el dintel de la puerta—, ha descubierto que el hijo que esperas podría derrotarlo.

—¿Qué? —La exclamación de Lily hizo a James caminar hacia ella y envolverla entre sus brazos.

—Una profecía —explicó el director— ha sido dictada esta noche.

Lily se deshizo del abrazo.

—Las profecías no son certeras —argumentó, dándole la espalda a James—, a menos que se les dé el poder.

—Mucho me temo —dijo Dumbledore— que Tom ya se lo ha dado. —Los ojos verdes se dilataron—. Y sus huestes corren tras tu sangre. —Las pupilas azules se dirigieron al vientre de la joven.

—Tenemos que irnos —instó James, poniendo la capa sobre los hombros de la pelirroja.

—¡Esperen! —demandó Lily, los dos hombres la observaron—. ¿Por qué tenemos que huir? —Se giró a James—. Puedes hacer el encantamiento fidelius

Albus y Potter intercambiaron una mirada.

—Cariño. —Hizo una tensa pausa—. Los guardianes de la antigua religión y la ley de Merlín pueden ubicar esta casa.

—¡Pero tú dijiste que estaríamos a salvo aquí!

James la tomó con suavidad.

—Lo dije —aceptó, acercándola al pecho. Dirigió la vista a Dumbledore, el anciano hizo una breve inclinación de cabeza, él prosiguió—: y lo estábamos. —Una ceja roja se alzó incrédula—. El caso es que mi padre y, antes que él, su padre, pactó para que su casa estuviera abierta a cualquier guardián que lo solicitara.

La pelirroja se separó totalmente, la palidez se adueñó de sus mejillas.

—¡Ellos podrían encontrarnos en cualquier parte!

James alzó las palmas en un gesto conciliador.

—Cariño, recuerda lo que dijo el sanador…

Un destello de ira se apoderó de los ojos verdes.

—¡No me subestimes, Potter!

—Mi niña —llamó Albus suavemente—, sé que estás asustada. —Lily resopló—. Pero analízalo un poco, si los seguidores de Tom no los atacaron antes fue por mantener una fachada.

—Sólo otro guardián —continuó James— puede rastrear la mansión de mi padre, pero…

—La profecía —concluyó Lily— lo cambia todo.

—Así es—indicó Dumbledore—, no pueden usar la red flú.

Aparecernos no es opción —advirtió Potter, tomando por el codo a la pelirroja la dirigió a la puerta—, el sanador dijo que en esta etapa era delicado hacerlo.

—Será por vía muggle —propuso Lily, acomodándose la capucha. Antes de salir se detuvo, giró sobre su hombro—. ¿No nos hallarán a donde vamos?

Potter rozó con el dorso de la mano la mejilla de su esposa.

—Yo no hice el pacto —reveló con un acento travieso—, olvidé renovarlo cuando murió mi padre.

—¿Entonces, por qué debemos irnos?

—Yo no construí esta casa….

Dumbledore se aclaró la garganta.

—Lamento interrumpir, pero…

—Andando —ordenó Lily.

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La lluvia caía a raudales cuando el taxi de Henry Gresham deambulaba por una solitaria Kensington Palace Gardens, a punto de dar vuelta por York House, se llevó el susto de su vida cuando una figura ataviada en negro atravesó la avenida.

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—¿Quién será el Guardián? —preguntó Albus, considerando la manera de sacarlos lo más pronto de ahí, sin magia.

—Sirius —pronunció James, soltando a Lily, hizo un par de movimientos con la varita, una ráfaga estremeció la residencia—. Aunque la rastreen, tardarán un par de horas en encontrarla.

El rechinido de los neumáticos los hizo mirar a la izquierda, cerca de la embajada de Romania, un taxi se había detenido, un par de escoltas riñeron al conductor.

Antes de que el taxi arrancara, la pelirroja hizo señas.

Henry parpadeó confundido, estaba cien por ciento seguro que a lado de la embajada de Israel no había una mansión con verjas blancas. La mujer volvió a hacer señas, los rumanos volvieron a gritarle, así que se encogió de hombros y acercó el taxi al estrafalario trío.

Antes de subirse al auto, Lily echó un vistazo a la esquina de Kensington y York House. Bajo el inusual parpadeo del farol, la lluvia pareció formar una silueta.

—Vamos cariño —La voz de James la hizo subir al auto.

—¿El viejo no va? —preguntó Henry.

La pareja lo ignoró, acomodándose en el interior.

—A Devon —señaló Lily.

Henry la encaró suspicaz.

—¡Son 8 horas de camino!

James sacó una bolsa de terciopelo con monedas de oro.

—Valen por lo menos 250 mil libras —reveló Lily. Los ojos azul-verdoso del conductor se abrieron impresionados—. Arranca —mandó— y evita los caminos principales.

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Con la capucha haciendo sombra sobre el rostro, Severus observó al taxi perderse por las calles. Los ojos negros se encontraron con los azules del director.

—Hiciste lo correcto —musitó Dumbledore antes de desaparecerse.

—¿Lo hice? —articuló Severus, sintiendo la magia del juramento inquebrantable chocar dolorosamente con la Marca en su antebrazo.

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—¡Cómo pudiste dejarlos ir! —gritó Bellatrix, entrado estrepitosamente al salón blanco en la mansión Malfoy.

Severus arqueó una ceja, hizo a un lado el periódico y tranquilamente rebatió:

—Los Potter están bajo el encantamiento fidelius.

—¡Era tu deber traer a ese niño, mestizo!

Voldemort entraba en ese momento, sin que Bellatrix se diera cuenta, se recargó en el marco de la chimenea.

—Dama Lestrange —dijo Severus—, establecí el plan de acción de acuerdo a la información que usted proporcionó. —La boca de Bellatrix se abrió—. Cuando el escuadrón llegó, los Potter y los Longbottom ya habían sido trasladados.

—¡Mientes!

—¿Por qué habría de mentir?

—¡Porque la sangre sucia te importa más que tu vida!

Severus ladeó una sonrisa.

—Cierto es que imploré por ella. —Una risa maniática brotó de Lestrange—. Pero incluso eso fue solicitado al Lord; en otras palabras, señora, el Lord conoce cada uno de mis planes y acciones.

La furia tiñó de escarlata el rostro de Bellatrix, la carcajada a su espalda la sorprendió.

—El chico tiene razón, Bella —siseó Voldemort; Severus se puso de pie e hizo una venia. El Lord caminó hasta el sofá frente al ventanal y tomó asiento—. Déjanos.

Por un momento, Bellatrix lució confundida.

—Mi Lord, no considero que…

Las rojas pupilas lanzaron una advertencia.

«Maldito mestizo», refunfuño Bellatrix, hizo una grácil reverencia y abandonó el lugar, azotando la puerta.

Severus se mantenía sobre una rodilla y con la mirada en el piso.

Voldemort estudió el paisaje, saboreando la adrenalina segregada por el joven cuerpo.

—Siéntate a mi lado —ordenó, el pelinegro aguantó la respiración y se aproximó. El Lord lo miró de una manera indescifrable—. Hay mucho más en común entre tú y yo. —Colocó una mano en el hombro de Severus—. Aunque mi amor es por la Magia y sus descendientes. —Acercó el rostro al cuello del pelinegro, aspirando el embriagante aroma—. Un hombre enamorado puede ser un estratega inconcebible o un incauto hormonal. ¿Quién has sido tú?

Impertérrito, Snape devolvió la mirada.

—Un fiel servidor, mi Lord.

Voldemort esbozó una macabra sonrisa.

—Y como tal, espero tu contribución.

Snape aguantó el alarido, las uñas del Señor Oscuro atravesaron la tela, clavándose en el omóplato izquierdo, lánguidamente atravesaron los tendones, rasgando el hueso.

Un chispazo de magia inundó a Voldemort, desgarrando la columna vertebral del pelinegro, susurró:

—¿Y por qué mi leal servidor falló?

Por un momento la vista de Severus se borró.

—Porque me confié.

La poderosa magia de Snape recorrió deliciosamente la piel del Lord.

—¿Qué harás para compensar a tu señor? —gimió, deslizando la bífida lengua por el aura de Severus, extrayendo más energía.

El espacio pareció girar para el pelinegro, un sudor frió empapó su cuerpo.

—Hay otro espía.

—Lo sé —jadeó, sintiendo el revitalizante brío inundar sus venas—. Yo lo puse ahí.

—Él… —El aire se escapó de los pulmones de Severus.

Una intensa energía sobrecogió al Lord.

—¡Oh, mi Príncipe! —sollozó al sentir la magia explotar en el vientre.

Hipando, Severus cayó de rodillas en el piso.

Voldemort se levantó.

—La diosa Fortuna sólo pasa una vez —recitó, dirigiéndose al ventanal—, si no se aprovecha, no habrá una segunda oportunidad.'*

Entre destellos blancos y escalofríos, Snape lo vio transfigurarse en una sombra amorfa y sin alma.

—¿Severus? —La voz de Regulus Black fue lo último que Snape escuchó.

.

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El mar golpeaba con fuerza los blancos peñascos de Dover, intensificando las bajas temperaturas de principios de abril de 1981; el chasquido de un cerillo al ser encendido precedió a la sirena del ferry. El viento silbó provocando que largos cabellos negros flotaran en el aire.

Adentrándose por los confines del puerto, un relámpago de adrenalina cruzó la columna vertebral del pelinegro al divisar la estructura de una desvencijada bodega, con calculada calma estudió las posibles salidas.

—¿No podía ser más difícil? —bromeó, sosteniendo en la palma de la mano un espejo.

¡Hazlo ya! —La voz de James brotó del cristal—. ¡Y vuelve a casa, Black!

Sirius soltó una carcajada.

—Ojala estuvieras aquí.

—Menos charla y más acción.

—¿Eso fue una proposición? —La sonrisa se ensanchó cuando el silencio se prolongó—. ¿Realmente lo estás pensando?

—No juegues con mi mente, Padfoot, no juegues con mi mente.

—No es con tu mente con la quiero jugar, Jamie

—¡Idiota! —La carcajada se hizo más enérgica—. Imbécil vas a hacer que te descubran.

Sirius chasqueó la lengua.

—Son tan inútiles que… —La garganta se le cerró cuando la luz del amanecer destelló una castaña cabellera bajo una capa de viaje. Siguió con la mirada a la varonil figura hasta que ésta se adentró en la bodega.

¿Padfoot?

—¿Dónde está Remus, Jamie?

Del otro lado del país, Potter parpadeó confundido.

Creo que deberías dejar de fumar esas cosas muggles.

—¡James!

¡En Manchester, con Frank!

La mano de Sirius tembló.

—¿Es su Guardián?

Potter pestañeó confundido.

—No lo sé. ¿Vas a entrar y extraer el maldito diario?

Black enmudeció cuando una veintena de Mortífagos abandonaron la bodega y se desperdigaron por el lugar, un segundo después, Lucius Malfoy salió del almacén, llevando el diario de Tom Riddle entre sus ropas.

—El objetivo —masculló entre dientes, observando en un pergamino un punto rojo, exactamente donde estaba el rubio— cambió de dueño.

—No hagas una estupidez.

Lucius se desapareció,a punto de seguirlo,Black paró toda acción al observar la delgada figura de castaños cabellos escabullirse por el lado contrario; una ráfaga de viento removió la capa, permitiendo distinguir unas pupilas ambarinas.

—Tenemos un traidor —reveló Padfoot. Guardó el espejo en un pequeño bolso en su cinturón y se deslizó por los contenedores.

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Los rayos del sol estival iluminaron el pasillo del segundo piso de Hogwarts; Lupin sonrió ante el efecto de la luz al atravesar los vitrales.

—Asombroso —susurró, llegando a la gárgola—; Crème brûlée. —La estatua giró, permitiendo la entrada—. Gracias.

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Dumbledore caminaba de un lado a otro.

«Tiene que ser un Merodeador», caviló nervioso. «No hay manera de que...»

—¿Director? —interrumpió Remus.

Albus giró sobre sus talones.

—Mi muchacho. —Extendió un brazo señalando la silla frente al escritorio, él se recargó en el filo del escritorio—. Bienvenido. —Remus tomó asiento—. ¿Caramelo de limón?

—No.

—¿Cómo te fue con Dorcas?

—La manada no se unirá al Señor Tenebroso, pero tampoco se unirá a la orden.

—Comprendo. ¿Qué hay de los lobos del norte? —Remus  hizo una mueca con los labios—. ¿Y los del oeste?

—Sólo la manada de Dover juró lealtad al Innombrable.

—¿Alguien te identificó?

Lupin parpadeó, analizando la misión de tres meses y medio.

—Lucius Malfoy —nombró, una sacudida de entusiasmo recorrió su cuerpo— estuvo en Dover, pero creo que no me vio.

Los ojos azules atravesaron a Lupin.

—¿Estás seguro?

Remus se removió incómodo.

—Utilicé la poción multijugos. —Albus elevó ambas cejas—. Un novato de la legión de Dorcas... muy similar a mí.

El director lo estudió con la mirada, las mejillas de Lupin se sonrojaron, revelando que mentía.

—Un error que pudo costarte muy caro.

Remus bajó la vista.

—Lo sé…, pero no tuve tiempo de...

Albus se guardó la reprimenda.

—¿Greyback?

—Estaba demasiado ocupado adulando a Malfoy, que no reparó en mí.

—¿Sabes de qué hablaron?

El castaño parpadeó ofuscado por el duro interrogatorio.

—No, cuando llegué, Malfoy se despedía y me escabullí antes de que Greyback me detectara.

El director consideró las respuestas.

«Si no es Remus, entonces es…». Tragándose las ganas de estar equivocado, indicó: —Ve a descansar, muchacho.

Remus se puso de pie, antes de salir, preguntó:

—¿Todo bien?

El director meditó hablarle del traidor.

—Mantén la discreción —pidió, volviendo a su paseo—. Remus.

—¿Sí?

—Ni siquiera a Sirius.

Lupin mordió su labio inferior y abandonó el despacho.

«Es por su bien», se dijo Albus. «Hasta que confirme mis sospechas».

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Totalmente exhausto, Lupin se apareció en el ático que compartía con Sirius en Cambridge.

—A veces creo que —murmuró, buscando las llaves— Dumbledore sólo se burla de mí. —Tan metido estaba en sus reflexiones que no notó la inusual oscuridad del departamento, saltó cuando al entrar las luces se encendieron—. ¡Por Merlín, Sirius! —Llevó una mano al pecho—. ¡Me asustaste!

Black lo miró de arriba abajo.

—Así tendrás la consciencia. —El frío saludo extrañó a Remus—. ¿Dónde estuviste?

Lentamente el castaño se quitó la capa, la colgó en el perchero y se dirigió a la pequeña cocina, llenó la tetera y la puso en la estufa. En ningún momento miró a Sirius.

—Con Frank. —La puerta principal fue azotada, sobresaltando a Lupin—. ¿Sirius?

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La brisa castigaba las mejillas, enjugando las lágrimas que no parecían querer detenerse. Aumentando la velocidad, la motocicleta zigzagueó y derrapó por la avenida hasta chocar con un montículo de basura. Sin preocuparle la herida en el muslo, Black se quedó ahí, tendido boca arriba.

La carcajada emergió acompañada de un incesante eco mental:

«¡No puede ser!». Un lamento más fuerte escapó de los labios. «¡Por favor! ¡No puede ser!». Aspiró, intentando calmar los hipidos.

La lluvia cayó despacio, empapando poco a poco el largo cuerpo del Merodeador.

Ignorando sus entumecidos músculos, llevó la mano derecha a la chaqueta de cuero y sacó el espejo.

—James.

Los segundos parecieron eternos.

¿Si?

Un agudo dolor en la boca del estómago impidió que Sirius emitiera algo, haciéndose ovillo, llevó el espejo a su pecho, impidiendo al grito escapar.

¿!Sirius!?

El pelinegro cerró los ojos.

«¡No puedo!»

¡Sirius!

Tomando aire, logró que su voz sonara tranquila.

—Cambia al Guardián.

¿Qué? ¡¿Qué diablos está pasando, por qué no puedo verte?

—Sólo hazlo.

¡Padfoot!

Black se aferró al espejo.

—Por favor, Prongs —habló en voz baja—, sólo hazlo.

Desorientado y nervioso, Potter declaró:

Está bien, se lo pediré a Moony…

—¡No! ¡Escoge a quien quieras menos a él!

Un silencio ensordecedor impregnó el ambiente.

Supongo que —profirió James con mesura— Peter hará un gran trabajo.

—Está bien, confío en él.

James se aguantó las ganas de preguntar qué había pasado con Remus.

Pero…

—¿Pero?

No puedo hacer el ritual ahora.

Con dificultad Sirius se sentó, encaró al espejo.

—¿Por qué?

¿Estuviste llorando?

—¡James no empieces y respóndeme!

Los ojos castaños parpadearon suspicaces.

Porque el ritual exige que la casa y su Guardián estén vinculados por lo menos dos años. —Apretó los labios, Sirius supo que estaba enojado—. ¡Puta Black! ¡Si se pudiera cambiar de Guardián como si fueran calcetines, no se necesitaría escoger a una sola persona!

Los ojos grises examinaron la nada, buscando una solución.

—¡Tiene que haber una forma! —exclamó histérico.

El enojo se disipó en James.

Me estás asustando. ¿Qué diablos está ocurriendo?

—Es él Prongs —soltó con voz quebrada—, es él…

¿Quién?

—¡Moony!

¿Qué con Remus?

—Es el traidor.

Potter se apartó del espejo. La lluvia se incrementó, Black miraba el pedazo de vidrio como si su vida dependiera de ello.

Bautizaremos a Harry el mismo día de su cumpleaños. —La voz de James salió metálica—.Quiero que seas su padrino. Nadie más.

Black mordió su labio inferior hasta sangrar.

—Estaré ahí.

La imagen de Potter volvió a dibujarse en el reflejo.

Encontraremos la manera de cambiar al Guardián.

Sirius asintió, guardó el espejo y se incorporó. Una mueca de dolor cruzó las bellas facciones, el pantalón estaba manchado de rojo.

—Tendré que buscar donde quedarme esta noche.

Cabeza de Puerco cruzó por su mente, el sonido de la desaparición y la lluvia empapó el pavimento.

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La densa niebla, suspendida sobre las aguas, se esparció parsimoniosamente portodoCokeworth; el viento silbó alborotando los cabellos de una negra figura que deambulaba por los adoquinados vecindarios.

La luz del farol de la casa, al final la calle de La Hilandera, titilaba, deteniéndose un segundo más sobre un punto en específico, para apagarse y al segundo iluminar las habitaciones principales.

La figura se detuvo, el viento se hizo más fuerte haciendo la capucha hacia atrás, las pálidas facciones de Sirius por un instante parecieron consternadas; abrió la palma izquierda, permitiendo ver una mariposa nocturna de papel, sopló, el insecto cobró vida, batió sus alas y voló.

Contra el viento, la mariposa logró adentrase a la vivienda.

Black aguardó; no tenía idea de la hora pero creyó haber estado esperando desde el inicio de los tiempos, cuando estaba a punto de retirarse, la puerta se abrió. Sirius atravesó la avenida con largas zancadas y cruzó el umbral.

La puerta se cerró a su espalda, encontrándose en un pequeño y oscuro salón. Sirius paseó la vista por el lugar: Las paredes estaban cubiertas de libros, la mayoría encuadernados en piel marrón o negra. Un sofá frente a la chimenea, una butaca y una mesa que habían visto mejores tiempos. La habitación estaba iluminada por una lámpara de velas que colgada del techo, dándole un toque siniestro.

—¿A qué debo tu visita —ronroneó Severus al oído de Sirius—, Black?

Padfoot brincó, haciéndose a un lado.

—¡Demonios! —La taquicardia invadió los oídos de Black—. ¡Snivellus!

Los labios de Snape dibujaron una discreta sonrisa, pasó de largo a Black y se sentó en el sofá.

—Parece que mi plan para matarte de un ataque al corazón, no funcionó.

Sirius inspiró lento, contuvo la respiración y exhaló despacio.

—¿No habría sido suficiente con un "hola"? —indagó, tomando asiento en la butaca.

—¿Y dónde estaría la diversión? —respondió Severus, lanzándole una toalla—. Te ves terrible.

—Gajes del oficio.

Snape se incorporó, apuntó la varita a un anaquel y el estante se movió, mostrando varias botellas, tomó una y un par de vasos.

—Vino de elfo —dijo, llenando las copas hasta la mitad, extendió una a Black que la tomó sin dudar—. ¿Qué haces aquí?

Padfoot bebió el alcohol de una vez, una mueca cruzó las finas facciones cuando el líquido quemó la garganta.

—No muy buena cosecha —espetó, alargando el vaso a Snape.

Severus vaciló, Black movió el vaso, él sirvió.

—¿Qué haces aquí? —reiteró, tomando asiento frente a Black.

Sirius terminó el segundo trago con rapidez, puso el vaso en la mesa, hincándose, gateó hasta los muslos de Severus.

—Pasaba por el vecindario —comentó despreocupado, aspirando el aroma a jabón de Snape— y quise saludarte. —Irguiéndose un poco, buscó los labios del profesor de pociones. Severus ladeó el rostro. Black prosiguió su inspección sin tocar la piel.

—Tu hermano —profirió Snape, cansándose del extraño juego— quiere abandonar al Lord.

Sirius se detuvo, miró de reojo a la nada y volvió la vista a los labios de Snape.

—Ese idiota cree que es tan sencillo. —De nuevo intentó robar un beso.

—Es sencillo, si sabes qué piezas usar…

Black detuvo toda acción, clavando los ojos grises en los negros.

—¿Qué estás diciendo? —Tomó a Severus por los antebrazos—. ¿Acaso quieres desertar? —El agarre se incrementó—. ¡Nadie abandona al Lord y sobrevive!

Con todo su autocontrol al máximo, Snape respondió:

—Estoy demasiado jodido para salirme. —Lo apartó hosco, levantándose—. ¿Cómo diablos sabes que nadie sale vivo de los Mortífagos?

Sirius permaneció hincado.

—¿No es obvio?

—¿Qué haces aquí?

—¿Por qué tengo que tener una razón para estar aquí?

Los ojos negros brillaron misteriosos.

—Regulus te escribió una carta, hace más de un año. Creí que tú…

Black lució sorprendido, apretando los labios, desvió la mirada al fuego.

«Hubo un tiempo en que lo amé». La imagen de un pequeño Regulus de tres años se impregnó en los recuerdos de Sirius. Una cálida sonrisa se dibujó en los labios.

Severus disimuló su asombro.

—Black —llamó, apretando la varita escondida en la túnica.

—Lo ayudaré —anunció Sirius, poniéndose de pie—, pero no ahora. —Se aproximó a Snape, colocando las manos a los costados del torso del profesor. Lo miró a los ojos—. Suelta la varita —pidió sobre los labios de Severus—, por esta noche…

Snape pasó saliva con dificultad, los ojos grises lo acariciaban de una manera que lo arrojaban al límite.

—¿Qué haces aquí?

Sirius hundió la nariz en el cuello de Snape, delineando con la punta de la lengua la piel. Una corriente eléctrica mareó a Severus. Black deslizó las manos hacia las afiladas caderas, acercando a Snape, llevó sensualmente la lengua a la barbilla, rozando la comisura de los labios.

—Sólo esta noche.

No supo si fue el vino o la súplica en la frase, Severus acunó el rostro de Sirius, antes de besarlo su mente pronunció:

«Ámame».

Y el hilo rojo los envolvió.

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Notas finales:

'*Frase de Adolfo Hitler.


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