Dame un botellín de cerveza y un revólver - Yo misma
No me acuerdo de olvidarte-Guy Pearce. Memento.
Serían cerca de las once de la noche. Era una noche oscura y calurosa. La luna llena se alzaba en lo alto, las estrellas brillaban, los humanos dormían (y el que salía de paseo nocturno lejos de alguna fogata o población, era depedazado vivo por demónios excitados sedientos de sangre y haciendo alarde de virilidad) y los demonios salían en busca de presa, pero no de alimento precisamente.
El olor a sexo, sudor, sangre y fluídos estaba en el aire, algunos habían comenzado la fiesta antes de tiempo. Aún así, nuestro demonio lo aguantaba más o menos bien. Se acercaba la hora de que la punta de la aguja se le clavase.
Pero le había pillado el rastro, le había hecho dar un buen rodeo, se había escondido bien, pero no lo suficiente, no para él.
A los pocos minutos llegó bajo una cascada, muy astuto, pero no lo suficiente, no para él.
Camino detrás de la cascada, mojándose y encontrando alivio para él calor. A unos metros arriba se encontraba la entrada a una especide cueva, estaba recubierta de hojas a modo de cortina. Tenían un fuerte olor a la planta de la que procedían, pero no lo suficiente, no para él. Las atarvesó y se encontró en una cueva que le sacaría una cabeza de alta y sería como tres de él de ancho. Había barriles con agua y cestos con comida; todo eso en un par de metros. Al fondo, otra cortina, tras esta se notaba una luz y pudo ver la inconfundible figura del semidemónio.
-Piérdete...-Inuyasha le había olido nada más entrar. Maldito lobo que no podía perderse y dejarle tranquilo.
-Vengo a llevarte conmigo chucho. Kagome está preocupada...y tú sobrino más...-apelando al lado sensible, por que si por el fuera le llevaría a rastras por hacer llorar a Kagome y su cría.
-No voy a ir, pierdes el tiempo, vete lobo.-Inuyasha hacía uso de todo el autocontrol que le quedaba.
-Joder, maldito perro, se puede saber que coj...-Mientras decía esto Koga había decidido abrir la última cortina y entrar, pero en ese mismo momento tuvo que pararse. El olor de Inuyasha pero mucho más dulce y embriagador inundó sus fosas nasales y le dejó sin aliento. Sumado a la visión del mismo, en el suelo, enseñando sus hombros a través de su kosode y ligeramente sudado hizo que su miembro viril pegara un tirón y su lobo interior aullara de excitación como nunca lo había hecho.-Eres un...
-Un doncel, exacto-Inuyasha sonrió con sorna. Estaba débil y mareado pero no se le notaría.-Debe ser por el hecho de que soy medio demonio que no se me nota tanto.-Dijo con desprecio.
Donceles. Demonios masculinos con capacidad reproductiva. Donceles. No eran escasos, pero si raros. Desde hacía centenares, dada su belleza igual a la de una mujer, su capacidad reproductiva, y como no dejaban de ser hombres, su capacidad combativa; eran regalados y vendidos a señores y jefes de clanes de demonios. Entre eso, y que los demonios poderosos son capaces de controlarse más en épocas de celo y por tanto elegir no tener descendencia, su número se había disminuido muchísimo. Donceles. Joder, su padre era el puto amo y señor de las tierras del Oeste, tenía papeletas para serlo. Donceles. Doncel. Y no se había dado cuenta antes por su olor rebajado, pensaba que era por la humanidad que corría por sus venas. Doncel. Había luchado tanto que hasta su, técnicamente, delicado cuerpo, había madurado, crecido y fortalecido. Doncel. La puta, era un puto doncel.
Estaban a minutos de la medianoche, con un doncel en celo y con el que no se podía controlar. ¿Podía ser peor?
Como diría el señor Murphy: Si algo puede salir mal, saldrá mal. Pero si algo está mal, siempre puede ser peor.