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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Thanx por los reviews :) Seguimos donde lo dejamos ;)

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 17. Una cena diferente

 

Justo cuando estaban terminando de bajar las escaleras se abrió la puerta principal y apareció Kojiro.

 

—Hola Kaed... —se fijó sorprendido en Sakuragi (y en su peinado)—. Ah, hola...

 

—Buenas noches —saludó el pelirrojo educadamente.

 

—Hola papá... ehm... te presento a Hanamichi Sakuragi —dijo Rukawa al terminar de bajar. Se notaba que no tenía mucha práctica en las presentaciones—. Es un... compañero de equipo...

 

—Encantado —dijo Kojiro.

 

—Igualmente —dijo Hanamichi.

 

—Mamá le ha invitado a cenar —gruñó Kaede—. Ahora íbamos al comedor.

 

—Me parece muy bien — dijo el hombre, intentando disimular que estaba igual de atónito ante esa visita que Chiyako un rato antes, o incluso más.

 

—¡Hola papá! —gritó Taro abalanzándose sobre él. Como era costumbre Kojiro le recibió alzándole en brazos.

 

—Hola hijo. Ven, vamos a saludar a tu madre, que veo que no sale a recibirme.

 

Y entró en la cocina con Taro en brazos. Rukawa y Sakuragi pasaron al salón-comedor, y como si se hubieran puesto de acuerdo se aproximaron al parque donde Aiko jugaba con un gato de peluche. Parecía que se había reconciliado con sus juguetes.

 

—¿Cómo se llama? —preguntó Sakuragi sin dejar de mirar a la pequeña.

 

—Aiko —respondió Rukawa.

 

—¿Y qué edad tiene?

 

—Trece meses.

 

—Es muy guapa.

 

—Sí...

 

Aiko levantó la vista y la clavó en Sakuragi. Sonrió y empezó a agitar los bracitos.

 

—Parece que le he caído bien — dijo el pelirrojo.

 

—Se está riendo de tu peinado, idiota...

 

—¿Qué sabrás tú, zorro estúpido...?

 

Los dos chicos se miraron a los ojos, ambos se habían dado cuenta de que ese corto intercambio de insultos no había sido como los demás. Era como si por primera vez, se hubieran insultado sin odio, con confianza, como... amigos.

 

Y así los encontró Kojiro cuando entró en el comedor, callados y mirándose fijamente a los ojos, hasta que oyeron que llamaba a Kaede y truncaron ese contacto visual.

 

—Kaede, ¿puedes venir un momento?

 

Rukawa asintió y se alejó de la cuna—parque para seguir a su progenitor hasta una pequeña habitación individual que había en la planta baja y que Kojiro empleaba como estudio.

 

Sakuragi se quedó en el salón paseando. Se acercó a una librería muy grande que ocupaba toda una pared y contempló con atención las fotografías enmarcadas que había en los estantes. Había un par de Taro y Aiko de bebés, el retrato de boda de los señores Rukawa, una foto de estudio en la que estaban todos los miembros de la familia, y la que más le llamó la atención, una del zorro a solas.

 

El lugar parecía un barco de crucero, y la fotografía parecía muy espontánea, ya que daba la impresión de que Rukawa, apoyado de espaldas en la barandilla, apenas se había dado cuenta de que le iban a fotografiar. Aparentaba unos trece o catorce años, llevaba un jersey negro con el cuello verde y una camiseta blanca debajo, y tenía la expresión seria de siempre.

 

«¿Es que no sonríes ni para las fotos?»

 

Pero aunque no sonriera, lo cierto era que había quedado muy bien, despeinado por el viento y con los ojos azules algo entrecerrados, seguramente por el mismo motivo.

 

—¿Está muy guapo en esa foto, verdad? —preguntó una voz femenina a sus espaldas.

 

—S-sí —respondió Sakuragi apurado, como si hubiera sido pillado in fraganti cometiendo una fechoría.

 

—Como nunca quiere salir en las fotos, tenemos que pillarlo por sorpresa —explicó Chiyako con una sonrisa—. En esta en particular él estaba tan tranquilo observando el mar, su padre le llamó la atención, y antes de que pudiera quejarse, le tomó la foto. Y la verdad es que quedó muy bien.

 

Sakuragi miró de nuevo la fotografía, y se sorprendió preguntándose de nuevo que estaría pensando Rukawa tras esos fríos ojos azules justo antes de que le tomaran la fotografía.

 

Mientras, en el estudio...

 

—¿Qué pasa? —preguntó Kaede intrigado al ver que su padre cerraba la puerta para que no les oyeran.

 

—No pasa nada —dijo Kojiro situándose frente a él—. Bueno, en realidad sí... —cogió aire y continuó—: Verás Kaede, ya sé que te dije que no me molestaba que fueras gay, pero... ¿no te parece que es demasiado pronto para traer a tu novio a casa...? No me has dado tiempo para...

 

Un furioso y poco habitual sonrojo adornó las mejillas de Kaede.

 

—¡Papá, él no es mi novio! —exclamó en voz baja y ahogada por la vergüenza.

 

—¿Ah, no?

 

—¡No!

 

—¿Entonces?

 

—¡Entonces nada, ya te lo he dicho, es sólo un compañero de equipo que ha venido a verme!

 

—Ah... —Kojiro sonrió—. Bueno, pues no he dicho nada. Volvamos al comedor.

 

—Que malpensado eres... —suspiró Rukawa. «Ya me gustaría a mí que lo fuera...»

 

En el comedor Taro ya estaba sentado a la mesa con todos los platos en su sitio y Sakuragi tenía a Aiko en brazos.

 

—Tu madre me ha dado permiso —se apresuró a decir al ver el gesto tan serio de Rukawa.

 

Kaede se acercó a él mientras Kojiro regresaba a la cocina y contempló a su hermana, que parecía bastante cómoda en los brazos del pelirrojo. Reía y le tocaba la cara con las manos como reconociéndole.

 

«Qué suerte tienes...», pensó Rukawa.

 

—Bueno, toma —dijo Sakuragi ofreciéndole a la pequeña, que creía que la expresión seria de Rukawa se debía a que no quería que la tuviera en brazos.

 

—No, no puedo aguantar peso —dijo Rukawa. Se dio cuenta de que estaban siendo observados atentamente por Taro, recordó algo importante y bajó mucho la voz—. Oye, de lo que te he contado arriba... mi hermano aún no sabe nada. No metas la pata durante la cena.

 

—Ok...

 

Y de nuevo esa sensación de confianza y amistad que hasta ese día nunca se había hecho presente. Pero no pudieron pensar mucho en ello porque entraron en el comedor Chiyako, con una bandeja de yakitori en las manos, y Kojiro, arrastrando la silla alta para comer de Aiko.

 

—A cenar, chicos —dijo Chiyako mientras dejaba la bandeja en medio de la mesa.

 

Los dos jugadores del Shohoku se sentaron a la mesa, que era redonda pero la habían extendido hacia un lado para que cupieran todos. Kaede se sentó junto a su hermano, Sakuragi entre Kaede y Kojiro, y Chiyako se sentaría entre Kojiro y la pequeña Aiko, pero antes empezó a servir los platos.

 

—¿No quieres llamar a casa, Sakuragi? —preguntó mientras le servía a él primero, recordando que el chico aún no había telefoneado.

 

—No hace falta, mi madre llega de trabajar muy tarde los viernes.

 

—¿Ah, sí? Vaya... ¿Y eso? ¿De que trabaja?

 

—De cocinera. —En realidad por las tardes trabajaba de empleada de hogar, y Sakuragi no es que se avergonzara, pero viendo el barrio y la casa de aquella gente... prefirió omitir ese detalle.

 

—¿Cocinera? Vaya, y yo que quería impresionarte con mi yakitori —rió Chiyako—. Pero debes estar acostumbrado a comer muy rico en casa.

 

—Y me ha impresionado, huele muy bien —se apresuró a decir el pelirrojo.

 

—Oh, gracias —sonrió—. Pero, ¿y tu padre? ¿Tampoco cena en casa?

 

La expresión de Sakuragi se tensó durante una milésima de segundo.

 

—No, mi padre... mi padre murió hace tres años...

 

Rukawa miró de reojo al pelirrojo, no tenía ni idea de eso.

 

—Oh, vaya, lo siento... —murmuró Chiyako apenada.

 

—No pasa nada —intentó sonreír el muchacho.

 

Mientras Chiyako terminaba de servir, Kojiro aprovechó para cambiar de tema y interrogar un poco a Sakuragi, tal y como se temía Rukawa.

 

—¿Así que sois compañeros de equipo? —preguntó con voz amable.

 

—Sí. —Como le pareció que esa respuesta había sido muy seca, se apresuró a continuar hablando—: Pero yo ahora no puedo jugar, porque estoy lesionado.

 

—¿Estás lesionado? —repitió Chiyako, ya sentada en la mesa y preparándose para dar de comer a Aiko. Sakuragi asintió—. ¿Qué te pasa?

 

—Me lesioné la espalda en los nacionales...

 

—Vaya, qué mala suerte... Vas a rehabilitación, supongo... —dijo Kojiro.

 

—Así es...

 

—Esperemos que te recuperes pronto... —le dijo Chiyako.

 

—Gracias... —Realmente le pareció que la madre del zorro se lo deseaba de todo corazón.

 

—Sabes, cuando Kaede entró en Shohoku pensé que sería el más alto del equipo, pero ya veo que no —comentó Kojiro—. ¿Cuánto mides, Sakuragi?

 

—Pues... la última vez que me medí 189,2 centímetros. Pero ahora creo que he crecido un poco más.

 

—Seguro que ya has alcanzado el metro noventa. Pero aún hay otro chico en el equipo más alto que vosotros, ¿verdad? Me fijé en él la última vez que pude venir a un partido.

 

—Sí, el gor... Akagi —se corrigió rápidamente—. Era el capitán del equipo, pero se ha retirado.

 

—¿Y eso?

 

—Para estudiar, porque ya va a tercero y quiere prepararse bien los exámenes de ingreso a la universidad.

 

—Bien que hace —dijo Chiyako.

 

—¿Por qué tienes el pelo rojo? —preguntó Taro de pronto.

 

Sakuragi y los señores Rukawa sonrieron.

 

—Para variar un poco —explicó Hanamichi sin perder la sonrisa—. Todos los japoneses somos morenos o castaños, y es un poco aburrido... Así que un día fui al peluquero y le pedí que me cambiara el color por uno más original.

 

—¿Los peluqueros saben cambiar el color del pelo? —preguntó el pequeño asombrado.

 

—Claro que sí, doa’ho... —murmuró Rukawa saliendo de su mutismo.

 

—Kaede, no llames así a tu hermano —le regañó su padre.

 

—Tú llamas así a Satoru... —replicó el muchacho en voz muy baja, pero su padre lo oyó, aunque no hizo ningún comentario.

 

Sakuragi también lo había oído, y le pareció curioso descubrir de donde había sacado el zorro aquel insulto que usaba tan a menudo, sobretodo con él.

 

—¿Quién es Satoru? —se atrevió a preguntar.

 

—Es mi hermano pequeño —respondió Kojiro.

 

—¡Viaja por todo el mundo! —explicó Taro emocionado.

 

—¿Ah sí? ¿A que se dedica?

 

—Es un secreto —dijo el pequeño con voz muy seria.

 

—¿Un secreto...?

 

—Sí.

 

Sakuragi miró a Rukawa como buscando una explicación, pero este se encogió de hombros. Un día su tío, con la condición de que no se lo dijeran a nadie, les contó a él y a su hermano que se dedicaba a ‘buscar tesoros’; Kaede sabía que era una de sus bromas pero Taro se lo había creído y no tenía derecho a desvelar ese ‘secreto’ delante de él.

 

La cena transcurrió durante un par de minutos en silencio, a excepción de unos cuantos comentarios entre los señores Rukawa sobre la comida, pero no era un silencio incómodo. Sakuragi no pudo evitar mirar de reojo de vez en cuando a Rukawa. Este tenía la expresión neutra de siempre mientras cenaba; sin embargo su mirada, sobretodo cuando la dirigía a su hermano Taro, era mucho más cálida.

 

De pronto Rukawa alargó el brazo por encima de la mesa para coger la botella de agua, pero lo recogió enseguida con un gesto de dolor.

 

—Ya te pongo yo —dijo Kojiro, y le llenó el vaso frente a Sakuragi, que estaba sentado en medio de los dos.

 

—Deberíamos ir a tu médico de cabecera —dijo Chiyako—. Ya no debería dolerte tanto.

 

—Y no me duele tanto —dijo Rukawa.

 

—Ya se nota —replicó ella, irónica. Luego se dirigió a Sakuragi—. Supongo que Kaede te ha contado lo que le pasó.

 

—Más o menos...

 

—A ver si tú le convences de que los denuncie. Es lo mínimo que se merecen esos chicos.

 

—Kaede ya les dio su merecido, no te preocupes más —sonrió Kojiro, pero ese comentario enfadó a Chiyako.

 

—Me da igual que Kaede ganara o no la pelea, no se trata de eso. Las agresiones deben denunciarse.

 

Sakuragi miró sorprendido a Rukawa. Él había dado por hecho que había perdido y que por eso había terminado en el hospital.

 

—¿Les ganaste? —le preguntó en voz baja mientras los señores Rukawa discutían.

 

Rukawa asintió sin desviar la vista de su plato. Hanamichi le creyó, aunque no dejó de sorprenderse. De acuerdo que el primer día que le conoció acababa de cargarse a la banda de Nori Hotta al completo, pero esos estúpidos no tenían ni idea de pelear. Y ahora que lo pensaba... ¿cómo era posible que el zorro supiera pelear tan bien? Viendo su barrio y su casa, y recordando la ropa de marca que usaba en los entrenamientos, era evidente que Rukawa era un niño rico y bastante pijo. ¿Dónde habría aprendido a ‘defenderse’ así?

 

«En realidad... no sé nada de ti...», pensó mirando al zorro de reojo y sintiendo un extraño anhelo en el pecho.

 

xXx

 

Durante la cena Sakuragi averiguó más cosas de la familia de Rukawa, pero no del zorro en sí. Se enteró, por ejemplo, de que la señora Rukawa era abogada, pero había pedido una excedencia de dos años para dedicarse a los niños, y de que el padre de Rukawa era arquitecto y que le gustaría mucho que Kaede también lo fuera, pero que lo dejaba a elección suya. También se enteró de que ambos eran de Yokohama, pero se mudaron a Tokyo cuando Rukawa tenía siete años y volvieron hace tres, todo por motivos laborales de Kojiro.

 

Lo que Sakuragi seguía sin entender era que, si era cierto que la causa de las mudanzas eran estrictamente laborales, por qué Rukawa no había podido jugar el resto de la temporada en Tomigaoka.

 

La cena terminó y Sakuragi ayudó a Rukawa y a su hermano a retirar la mesa, aunque Chiyako le insistió que no hacía falta.

 

—Bueno, pues... yo ya me voy... —dijo parado en el recibidor, después de echar un vistazo a su reloj—. Muchas gracias por la cena. Estaba muy rica. —Y se inclinó un poco hacia Chiyako.

 

—No hay de qué, Sakuragi —dijo ella—. Ha sido un placer conocerte. ¿Vuelve otro día, de acuerdo?

 

Sakuragi miró algo incómodo hacia Rukawa. No le desagradaba la idea de volver a esa casa, pero sentía que la decisión no era suya. Sin embargo el chico de ojos azules permanecía impasible y no supo adivinar que pensaba al respecto de la proposición de su madre.

 

—Sí, lo haré... —murmuró finalmente de forma algo evasiva para no hacerle un feo a la señora Rukawa.

 

—Sakuragi, ¿quieres que te acompañe a casa con el coche? —le preguntó Kojiro desde el sofá del salón donde ya estaba sentado y acomodado.

 

—No gracias, vivo cerca. —No era del todo cierto, pero la idea de estar a solas con el padre del zorro le resultaba demasiado incómoda.

 

—Ok, como quieras. Un placer, Sakuragi.

 

—Igualmente.

 

El pelirrojo se despidió con un guiño de Taro y con otra inclinación de Chiyako. Del zorro no tenía ni idea de cómo despedirse, y menos con la señora Rukawa delante, pero esta pareció entender que estaba de más y dejó a los muchachos solos, no sin antes repetirle al número 10 del Shohoku que volviera otro día.

 

En cuanto estuvieron solos Sakuragi salió de la casa a paso lento seguido de Rukawa, quien se detuvo en el umbral de la puerta e instintivamente la cerró un poco tras él para que no les vieran desde el interior. Tampoco tenía ni idea de que hacer o que decir.

 

Hacía bastante fresco, y Hanamichi, que no había traído chaqueta, sintió escalofríos.

 

—Esteee... —empezó, presintiendo que era más probable que les cayera un meteorito encima en ese instante a que el zorro hablara primero—. Bueno... supongo que... ya nos veremos...

 

—Sí... —murmuró Rukawa. Quería decirle que no le importaba que aceptara la invitación de Chiyako (al contrario), pero no se atrevía...

 

—¿Cuándo volverás al instituto?

 

—Dentro de dos semanas...

 

—Vaya, es bastante tiempo...

 

—Ya... Oye, no le dirás nada al entrenador Anzai, ¿verdad...? —preguntó Kaede lo más fríamente que pudo.

 

—Claro que no...

 

—Bueno, pues... me voy... Adiós...

 

—Adiós...

 

Sakuragi se dio media vuelta y empezó a caminar cruzando el jardín. Rukawa, aunque su mente le repetía una y otra vez ‘Pídele que vuelva, pídele que vuelva’, no se atrevió y no pudo hacer más que observar como se marchaba hasta que se perdió calle abajo.

 

Suspiró y entró de nuevo en la casa. Kojiro y Taro estaban tirados en el sofá, y Aiko dormitando en el parque. Supuso que su madre estaba en la cocina fregando los platos.

 

—Muy simpático este Sakuragi —le dijo su padre sin desviar la vista del televisor.

 

—Sí... —musitó Kaede. Y sin decir nada más, subió las escaleras con cuidado en dirección a su cuarto.

 

Una vez en su habitación Rukawa no pudo evitar retirar las cortinas y asomarse a la ventana por si gracias a la altura aún distinguía la figura del pelirrojo al final de la calle, pero no fue así.

 

—¿Es él, verdad?

 

Kaede soltó la cortina del susto. No había oído a su madre entrar en la habitación.

 

—¿Cómo...? —preguntó girándose y mirando fijamente a su madre.

 

—El chico que te gusta. —Kaede abrió grandes los ojos—. Es Sakuragi, ¿a que sí?

 

—No sé de qué me hablas... —murmuró intentando recobrar la compostura.

 

—No te hagas el despistado, que soy tu madre —sonrió Chiyako acercándose un poco más a él—. ¿Y bien?

 

—¿Cómo lo has sabido...? —suspiró finalmente el muchacho.

 

—Intuición femenina, supongo —bromeó. En realidad al haberlo pillado mirando por la ventana resultaba más que evidente. En seguida se puso más seria—. No, simplemente he notado que había algo entre vosotros... algo como... no sé, la verdad es que no sé como definirlo.

 

—¿Algo como odio? —bufó Rukawa—. Por si no lo has notado, Sakuragi no me soporta...

 

—¿Pero qué dices...? —se sorprendió Chiyako—. ¿Por qué habría de venir a verte, entonces?

 

—No lo sé. —Rukawa se encogió levemente de hombros—. Supongo que porque yo le visité a él cuando estaba ingresado en la clínica por su lesión...

 

—No creo que haya venido sólo para devolverte el ‘favor’...

 

—Bueno, ¿y qué más da? —Chiyako iba a replicar de nuevo pero Kaede la interrumpió—. Mamá, no quiero hablar de él... por favor...

 

—Está bien... —accedió ella—. Pero hay algo de lo que sí tenemos que hablar... Espera un momento que ahora vuelvo, ¿sí?

 

Rukawa asintió y se sentó en la cama, intrigado, sin poder evitar recordar que Sakuragi había estado allí sentado un rato atrás. «Quien me iba a decir que hoy tendría al pelirrojo en mi cama», pensó divertido. Chiyako salió de la habitación y regresó un par de minutos después, con un paquetito en las manos que le entregó nada más se sentó en la cama a su lado.

 

El chico de ojos azules nunca había sentido tanta vergüenza en su vida como en ese momento.

 

—P-pero mamá... ¿qué me das? —preguntó rojo como la grana mirando la cajita de preservativos.

 

—Algo que espero que no necesites hasta dentro de mucho —sonrió Chiyako—. Pero los chicos de hoy en día sois muy precoces... así que más vale prevenir...

 

— ...

 

—Sé que esto lo tendrías que hablar con tu padre —continuó más seria—. Pero él aún no está preparado para hablar de esto contigo, dada la situación... Él creía que tendría que aconsejarte sobre como tratar con una chica, y sobretodo, como no dejarla embarazada... pero evidentemente ahora no es el tema de ser abuelos antes de tiempo lo que nos preocupa... 

 

—...

 

—Kaede, ya sabes de que te estoy hablando, así que por favor, mírame y promete que, cuando llegue el momento, sea quien sea la persona con la que des el paso, por mucho que creas conocerla, tomarás precauciones.

 

Rukawa miró a su madre.

 

—Te lo prometo.

 

Chiyako sonrió de nuevo y le plantó un beso en la mejilla. Luego, tras recomendarle que no se fuera a dormir muy tarde, salió de la habitación y le dejó solo.

 

Rukawa se quedó mirando los preservativos durante unos minutos. Después abrió el segundo cajón de su mesilla de noche y metió allí la caja.

 

Entendía la preocupación de su madre, pero él hacía mucho tiempo que tenía claro el riesgo que conllevaba una relación sexual sin protección, tanto hetero como homosexual. Además, aunque su tío Satoru por lo general era muy reticente a hablar con él sobre sexo, alegando que aún era muy joven, ya le había desvelado algunos secretos sobre las relaciones gays.

 

Pero de aquí a que experimentara por él mismo el sexo, dado el panorama, seguro que los preservativos que le había dado su madre estarían caducados...

 

xXx

 

Durante todo el camino a casa Sakuragi no pudo dejar de pensar en Rukawa y en su familia. Sus padres le habían caído muy bien, y sus hermanos eran una ricura —aunque esa expresión parecía dicha por una anciana. Y en cuanto al zorro... pues había descubierto que en su casa no era tan autista, borde y estúpido como fuera de ella... parecía incluso un chico normal... muy serio, eso sí...

 

Al llegar entró y al ver que no había luz no anunció su llegada. Dejó una nota en la cocina para decirle a su madre que ya había cenado y luego se fue directamente a su habitación, ya que no tenía ganas ni de mirar un rato la televisión, así que se puso el pijama, hizo una visita fugaz al baño y se acostó.

 

Su último pensamiento antes de dormirse también fue para los Rukawa. Y es que, a pesar de saber que el zorro era adoptado, durante esa cena Sakuragi había sentido mucha envidia de su familia.

 

Continuará...

 

 


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