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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Seguimos! Gracias por los reviews :)

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 22. Resaca

 

Ya era más de mediodía pero Rukawa no tenía ninguna intención de moverse de la cama en todo el día. Estaba cansado y bastante deprimido. Boca arriba, observaba la luz del día reflejarse en el techo de su habitación. Del otro lado de la pared, oía a su madre haciendo tareas.

 

Chiyako se había enfadado tanto al verle regresar esa madrugada con la cara magullada y admitiendo que había sido por una pelea que le había castigado sin salir de noche durante dos meses —«Como si quisiera repetir...»—. Y eso que la última vez que lo castigó fue a los nueve años, por meter una cucaracha en el té de una compañera de trabajo que había ido a visitarla. En esa ocasión, el castigo fue tres semanas sin postre...

 

Pero no era el hecho de haber hecho enfadar tanto a Chiyako como para castigarle nuevamente seis años después lo que le tenía a Rukawa tan desganado.

 

«Sólo te preocupabas por mi lesión por eso, ¿verdad? Y sólo te interesa que vuelva al equipo por lo mismo, porque me necesitáis como jugador.»

 

«Pues claro, ¿por qué otra cosa sino?»

 

¿Cómo se le había ocurrido decirle tal barbaridad? Vale que unos segundos antes por poco se había descubierto, pero eso no era motivo para darle a Sakuragi más motivos para odiarle.

 

«¿Pero qué quería que le dijera? ¿Que echo mucho de menos sus insultos en los entrenamientos? ¿Que añoro cuando les pide a nuestros compañeros que no me pasen el balón?»

 

«Aunque quizás igualmente no me lo pasarían...»

 

Rukawa rememoró aquél fatídico día en que se convenció que jamás podría integrarse en ningún equipo de baloncesto.

 

Fue a comienzos del segundo cuatrimestre. Era una tarde de invierno muy fría, pero no por eso desistió de ir a practicar un poco más al término del entrenamiento. A principios de curso siempre se quedaba en el gimnasio, pero desde que le quitó la titularidad a un amigo de Taki Suo, Ken Fujiwara, tenía miedo de que ellos también se quedaran. Porque cuando lo hacían, no importaba quien más estuviera delante: los insultos se sucedían uno tras otro, y de vez en cuando llegaban a las manos. No para pegarle, sino para gastarle bromitas del tipo arrastrarle hasta la ducha para mojarle con agua helada. Los golpes se los daban durante las prácticas, en forma de ‘faltas’ tan bestias que a veces le dejaban enormes morados.

 

Estaba muy harto de esa situación, pero tampoco sabía a quien acudir que pudiera ayudarle sin que el remedio fuera peor (ser un ‘chivato’ no era nada bien visto), incluso el entrenador parecía hacerse el sueco, así que optó por esquivarlos fuera del gimnasio lo más que pudiera.

 

Aquel día no lo consiguió. Nunca supo si le habían seguido o fue casualidad, pero aquella tarde Suo, Fujiwara y otro chico de tercero llamado Kuriyama se presentaron en motocicletas en la alejada cancha de baloncesto que había elegido para practicar por su cuenta. Se quedó helado al verlos entrar a los tres con esas sonrisas cínicas, presentía que algo horrible le iba a pasar.

 

«Mira a quién tenemos aquí...», dijo Taki nada más entrar en la cancha.

 

«Pero si es Kaede Rukawa, el alero titular...», dijo Fujiwara con sorna pero también bastante rencor.

 

Por aquel entonces aún no había dado el estirón, no sabía pelear y tampoco era masoca, así que cuando esos tres chicos dos años mayores que él y veinte centímetros más altos le rodearon no se lo pensó, dio media vuelta y fue a recoger el balón que había lanzado a canasta justo antes de verlos entrar para irse.

 

«Eh, eh, ¿a dónde coño crees que vas?», preguntó Kuriyama agarrándole fuertemente del codo izquierdo.

 

«Suéltame», pidió Rukawa, pero por supuesto el chico mayor no le hizo el menor caso.

 

Forcejeó para soltarse, pero enseguida se unió Fujiwara y entre los dos le redujeron. Taki fue a buscar su balón, y cuando lo tuvo lo lanzó a canasta, pero falló. Rukawa tuvo que reprimir una sonrisa.

 

«¿Qué miras, gilipollas?», le preguntó Taki rabioso por no haber encestado el tiro delante de él.

 

Rukawa no contestó pero su mirada fue tan soberbia que enfureció del todo a los tres chicos.

 

«¿Te crees mejor que nosotros, verdad?», preguntó Fujiwara, apretando con más fuerza el brazo izquierdo del chico de ojos azules. Kaede reprimió un grito.

 

«Estamos hartos de ti, niñato arrogante», dijo Kuriyama.

 

«Vamos a darte lo que te mereces», sentenció Taki.

 

De pronto se vio arrastrado hacia el poste de la canasta, por mucho que intentara impedirlo. Mientras tanto Taki rebuscaba algo en su mochila: las llaves de la cadena de su bicicleta, que estaba atada a una farola fuera de la cancha. Al verlo sumó dos y dos y entendió que iban a atarlo a la canasta; para impedirlo se revolvió con todas sus fuerzas pero lo único que consiguió fue un empujón de Fujiwara que hizo que se golpeara el codo izquierdo contra el poste.

 

«Ugh...», esta vez apenas pudo reprimir el grito.

 

Se estaba sujetando el codo con la mano derecha cuando empezaron a atarle. Le dolía tanto que no podía defenderse más. En cuanto le hubieron atado Fujiwara salió de la cancha; Rukawa le siguió con la mirada y vio como sacaba una botella del interior del asiento de su motocicleta. Cuando volvió a entrar en la cancha llevaba la botella abierta, y por el olor que desprendía supo enseguida lo que era. Sin embargo no empezó a sospechar lo que pretendían hasta que el chico de tercero vació el contenido de la botella sobre su cabeza.

 

Ni siquiera les preguntó que hacían ni por qué lo hacían. Entre el dolor del codo y el miedo le tenían paralizado, y tampoco intentó soltarse. Simplemente se quedó mirando aterrado como Taki sacaba un paquete de tabaco del bolsillo y se encendía un cigarrillo.

 

La gasolina apestaba tanto que Rukawa sentía que no podía respirar. Taki le dio un par de caladas a su cigarro, y a continuación se colocó de cuclillas frente a él, sonriente. Sujetando el cigarrillo con la mano derecha, le acercó un poco el mechero a su rostro.

 

 Nunca antes había sentido tanto pavor.

 

«¿Quieres fuego, Rukawa?»

 

Y ya no recordaba nada más. Por lo visto se desmayó y unos chicos de otro colegio le encontraron allí una media hora más tarde. Aunque después de soltarle y de reanimarle con un poco de agua fría insistieron en acompañarle a casa, Rukawa se marchó solo, arrastrando la bicicleta con el brazo derecho. No quiso explicar nada de lo que le había sucedido ni a Chiyako ni a Kojiro, sólo anunció que no iba a volver a Kitanohashi ni a rastras.

 

Afortunadamente para Rukawa en aquella época Kojiro tenía problemas en el estudio de arquitectura donde trabajaba en Tokyo, así que antes de que pudieran convencerle o buscarle otro colegio, se despidió él mismo y regresaron a su ciudad natal. Rukawa se matriculó a mediados de curso en Tomigaoka y para evitar problemas con los de tercero le pidió a su nuevo entrenador de baloncesto no jugar los partidos hasta el curso siguiente.

 

A la única persona que le contó lo de la ‘broma’ fue a su tío Satoru, después de instalarse de nuevo en su ciudad. En cuanto se le curó el brazo, y como al no jugar los partidos tenía más tiempo, su tío le llevó a un gimnasio y le enseñó a boxear...

 

Rukawa se miró el codo izquierdo. Ahora ya casi nunca sentía molestias pero por si acaso llevaba siempre ahí un soporte. Más que necesidad se había convertido en una manía.

 

Un golpecito en la puerta interrumpió sus recuerdos, y a continuación Chiyako entró, aún visiblemente enojada, con un montón de ropa limpia en los brazos.

 

—Te dejo esto aquí encima —dijo secamente refiriéndose a la silla del escritorio—. La pliegas y la escondes en cuanto te levantes, y por cierto, ya es hora de que lo hagas.

 

Kaede no estaba acostumbrado a ver a su madre tan enfadada y no sabía que decir para no meter más la pata. Chiyako salió del dormitorio sin cerrar la puerta y unos minutos después apareció Taro por ella.

 

Oniichan... —le llamó acercándose.

 

—Mmm...

 

—¿Por qué estás todavía en la cama?

 

—Porque tengo sueño...

 

—¿Por qué?

 

—Porque ayer me fui a dormir tarde...

 

—¿Por qué?

 

—Porque salí...

 

—¿Por qué?

 

Rukawa abrió un ojo y comprobó que su hermano se estaba riendo; el pequeño sabía de sobras que su hermano mayor odiaba los interrogatorios. Abrió también el otro ojo y se incorporó hasta quedar sentado en la cama, rascándose la cabeza con expresión soñolienta.

 

—¿Qué quieres? —preguntó reprimiendo un bostezo.

 

—Salir a jugar.

 

—Pues sal.

 

—¡Contigo!

 

—¿Conmigo? —repitió—. ¿Pero a qué quieres jugar...?

 

—¡A eso!

 

Taro señaló la pelota de baloncesto que Kaede tenía en el suelo en un rincón, pues la usaba tan a menudo que no le valía la pena guardarla.

 

—¿Quieres que vayamos a jugar a baloncesto? —preguntó Rukawa sorprendido, pues nunca antes se lo había pedido.

 

—¡Síii!

 

—¿Que mosca te ha picado?

 

El chiquillo se encogió de hombros.

 

—Quiero ir a jugar —repitió obstinado.

 

En la habitación contigua, que era la de sus padres, Rukawa oía a su madre hacer tareas, y con lo fuerte que hablaba Taro, seguro que ella también les escuchaba a ellos. Pensó que sólo faltaba que se enfadara aún más con él por negarse a salir a jugar con su hermano.

 

—Está bien —suspiró Kaede—. ¿Pero me dejas comer algo antes?

 

—¡Síiii!

 

Rukawa se levantó de la cama y bajó a la cocina para comerse un bol de ramen que le había dejado su madre en el microondas. Luego volvió a subir a su habitación para cambiarse. Al salir del dormitorio ya en chándal y con su bolsa de deporte en la mano se cruzó con su madre en el pasillo.

 

—¿Dónde vais? —le preguntó Chiyako.

 

El muchacho no entendía esa manía de preguntar de su madre aunque ya supiera la respuesta.

 

—A una cancha, a jugar a básquet un rato —respondió.

 

—¿Y no te importa llevar a tu hermano? —inquirió extrañada.

 

—Por una vez que me lo pide...

 

—Lo que pasa es que siempre te vas sin decir nada, pero hoy te ha pillado aún en la cama...

 

—Puede ser...

 

—¿Y cómo vais?

 

—Andando.

 

—Bueno, no le pierdas de vista, ¿eh? Y os quiero de vuelta temprano.

 

—Ok.

 

Kaede bajó las escaleras tras despedirse y se reunió con Taro en el salón.

 

—Hala, vámonos —le dijo señalando la puerta con un gesto.

 

—¡Síiii!

 

Salieron de la casa y empezaron a caminar en dirección a la cancha. Estaba en otro barrio —en el que por cierto se había encontrado a Sakuragi el día que le dieron de alta en la clínica—, y quedaba algo lejos para ir andando pero no había otra más cerca; de hecho era mucha suerte que hubiera al menos un par de canchas en toda la ciudad, teniendo en cuenta que el baloncesto no era un deporte con mucha tradición en Japón.

 

De pronto Rukawa sintió como Taro le cogía de la mano. Se sorprendió un poco, pues de hecho era la primera vez que iban caminando así. Miró de reojo a su hermanito y él también se la estrechó, y se preguntó como era posible que un gesto tan común como aquél se le hiciera tan extraño.

 

Y es que Rukawa era consciente de que su manera de relacionarse con la gente no era muy normal. Hasta ese momento siempre había culpado de su antisocialismo a Taki Suo, pero lo cierto era que desde antes de conocer a ese energúmeno que ya le costaba relacionarse con los demás.

 

«¿Por qué? ¿Por qué soy así?», se preguntó mirando al cielo.

 

Aunque ya era el mes de noviembre aquel domingo era inusualmente muy soleado.

 

—¿Dónde fuiste ayer? —preguntó Taro mientras balanceaba el brazo.

 

—A una discoteca —respondió Kaede todavía un poco ausente en sus pensamientos.

 

—¿Y qué es eso?

 

Rukawa intentó explicarle brevemente a su hermano qué era una discoteca. Al pasar frente a una tienda se cruzaron con dos chicas jóvenes pero más mayores que él que se le quedaron mirando embobadas, tanto a él como a Taro, pero Rukawa ni las miró.

 

Cuando por fin llegaron a la cancha, escucharon el sonido de unos botes que indicaban que ya había alguien en el lugar. Aún así se adentraron en ella, pues con un poco de suerte sólo una de las dos canastas estaría ocupada. Normalmente cuando eso ocurría Rukawa prefería irse o aguardar a que la cancha estuviera vacía del todo, simplemente porque prefería estar solo, pero hoy estaba su hermano con él y no sería justo.

 

Reconoció enseguida al chico que ocupaba una de las canastas.

 

«¿Sendoh...?»

 

Sendoh se giró al escuchar pasos ajenos en la cancha, y se sorprendió mucho al ver a Rukawa con un niño pequeño cogido de la mano.

 

—Hola Rukawa —saludó. Miró a Taro y preguntó—. ¿Es tu hermano?

 

—Sí —respondió Kaede.

 

—¡¡Qué monoo!! —exclamó juntando las manos y con ojitos brillantes.

 

La expresión del puercoespín era tan infantil que a Rukawa le salió una gota de sudor en la frente e instintivamente le apretó la mano a Taro más fuerte y le acercó más a él.

 

—¿Cómo te llamas?

 

—Taro.

 

—¿Y qué edad tienes?

 

—Casi cinco.

 

—¿Qué haces aquí? —le preguntó Rukawa a Sendoh antes de que continuara con el interrogatorio a su hermano.

 

—Quería hablar contigo y sabía que te encontraría aquí —respondió el capitán del Ryonan.

 

—No pienso volver al Carpe Diem —avisó Rukawa.

 

—No, no es eso. Simplemente quería saber como estabas.

 

—¿Y eso por qué?

 

—Bueno, me pareció que habías discutido muy fuerte con Sakuragi...

 

—Sakuragi y yo siempre discutimos —le recordó.

 

—Ya... ¿pero conseguiste hacerle entrar en razón o no?

 

Rukawa se encogió de hombros.

 

—No lo sé.

 

—Bueno, al menos lo intentamos —suspiró el chico de ojos violetas. A continuación le mostró el balón que llevaba bajo un brazo—. ¿Un uno contra uno?

 

—Es que vine a jugar un poco con mi hermano.

 

—Ah vale, pues podemos jugar los tres, ¿no? Los hermanos Rukawa contra mí, ¿qué te parece?

 

—¿Tú que dices? —le preguntó Kaede a su hermano.

 

—Parece un erizo... —murmuró Taro.

 

—Ya, ya lo sé... —Rukawa sonrió muy levemente, lo cual sorprendió gratamente a Sendoh, que no se ofendió por el comentario sobre su pelo—. ¿Pero jugamos con él, o no?

 

—Vale —dijo el pequeño.

 

—Ok, pues vamos.

 

Sendoh le pasó el balón a Taro para que sacara él y así empezó ese curioso duelo.

 

Después de jugar los tres durante casi una hora, Rukawa y Sendoh se sentaron en el suelo de la cancha para descansar y conversar un rato, mientras Taro practicaba solo en la canasta. Ninguno de sus lanzamientos tocaba siquiera el aro, pero constancia no le faltaba...

 

xXx

 

Sakuragi estaba cansado de oír sonar el teléfono. Seguro que era Taki, y no tenía pensado cogérselo. Esa noche apenas había logrado pegar ojo con todo lo que había pasado en el Carpe Diem. Descubrir que alguien a quien consideraba un buen amigo se dedicaba en el colegio a torturar a los más jóvenes que él no había sido nada agradable, y tampoco la discusión con Rukawa que había tenido lugar poco después.

 

El pelirrojo no entendía por qué le había afectado tanto el comentario de Rukawa. Debería estar orgulloso de que el zorro por fin reconociera sus habilidades, y sin embargo... sin embargo le había dolido en el alma que únicamente se preocupara por él para ganar partidos.

 

«Estúpido zorro —pensó molesto—, no me causas más que problemas...»

 

Le dolía la cabeza, y eso que la noche anterior no había bebido. Quizás era la llamada ‘resaca psicológica’ después de una noche igualmente movidita.

 

Se levantó de la cama cansado de estar tumbado sin hacer nada y se dirigió a la cocina para picar algo. Su madre estaría fuera todo el día, no tenía deberes que hacer y no le apetecía quedar con Yohei y los demás. Aburrido, decidió darse una ducha y salir a dar un paseo para disfrutar de aquel día de invierno que había amanecido tan soleado.

 

Caminó por las calles de su barrio durante casi una hora. No era un barrio muy bonito pero al menos contaba con un par de zonas verdes, y lo más importante, una cancha de baloncesto.

 

Sus pasos le dirigieron hacia allí sin él pretenderlo realmente. Recordó que fue en esa cancha donde Haruko le enseñó los tiros ‘vulgares’, como él gustaba de llamarlos, y lo feliz que fue aquel día. Sin embargo no se sintió del todo mal con ese recuerdo, quizás había ocurrido lo que parecía imposible y estaba empezando a superar lo de Haruko...

 

Cuando llegó al lugar escuchó botes y se acercó a la entrada de la verja que rodeaba el recinto pero sin intención de entrar. Y vio sorprendido que el que estaba jugando era el hermano pequeño de Rukawa, Taro, si no recordaba mal. Y no sólo eso sino que sentados en un lado de la cancha tomando el sol estaban el zorro y el puercoespín.

 

«¿Otra vez juntos?», se preguntó molesto.

 

Pensó en pasar de largo y volver a casa pero era demasiado tarde, el niño le había visto. Al menos no les llamó la atención a Rukawa y Sendoh como se había temido, sino que se acercó él directamente. Instintivamente Sakuragi se hizo un poco a un lado para que esos dos no le vieran directamente si se levantaban.

 

—¡Hola! —saludó el pequeño.

 

—Hola —saludó Hanamichi forzando una sonrisa—. ¿Qué tal?

 

—¡Bien! Mi hermano me ha traído a jugar un rato y nos hemos encontrado a un amigo suyo que parece un erizo, pero es muy simpático, y hemos jugado nosotros dos contra él, y nos ha ganado, pero mi hermano dice que a la próxima ganaremos nosotros. ¿Juegas con nosotros?

 

—Lo siento, yo no puedo, estoy lesionado. ¿No te acuerdas que lo conté en la cena?

 

—¡Jo, es verdad!

 

Taro puso los brazos en jarras de manera muy graciosa. Sakuragi pensó que le habría encantado tener un hermano así, pero él ni siquiera tenía primos, ya que sus padres habían sido ambos hijos únicos. Siempre había considerado a su gundam como su verdadera familia, pero ahora... él mismo les había alejado. Hanamichi Sakuragi nunca se había sentido antes tan solo.

 

xXx

 

Definitivamente Rukawa había cambiado de opinión sobre Sendoh. El chico era un poco pesado y a veces se comportaba de forma extraña e infantil, pero no por eso era una mala persona. Y se sentía a gusto charlando con él, aunque evidentemente quien más hablaba y preguntaba era el capitán del Ryonan.

 

—¿Y qué vas a estudiar?

 

—Aún no lo sé seguro... pero supongo que Arquitectura.

 

—Bonita profesión —dijo Sendoh—. Yo estoy entre Publicidad y Comunicación Audiovisual. Aunque también me tira el Periodismo.

 

—¿Estudiarás aquí?

 

—¿Aquí en Kanagawa, o aquí en Japón?

 

—En Japón.

 

—Pues aún no lo sé, porque necesitaría una beca ¿Y tú?

 

—Seguramente me iré a Estados Unidos... a California, tengo un tío que vive allí...

 

—¿Ah, sí?

 

—Ajá...

 

—Qué suerte...

 

Rukawa se echó hacia atrás hasta quedar tumbado en el frío suelo de la cancha. El sol sin embargo daba un calorcito muy agradable. Sendoh no tardó en imitarle, entrelazando las manos por debajo de la nuca.

 

De pronto Rukawa se dio cuenta de que ya no se escuchaba el sonido de un balón rebotando. Se incorporó de golpe y se dio cuenta de que en la cancha sólo estaban ellos dos.

 

—¡¿Taro?! —le llamó mientras se levantaba.

 

Nadie contestó, y a Rukawa se le heló la sangre en las venas.

 

—Pero si estaba aquí hace un momento... —dijo Sendoh también ya de pie.

 

Rukawa miraba hacia todos lados pero no veía a nadie. Sendoh iba a añadir algo pero de pronto Rukawa echó a correr hacia la entrada de la cancha, había varios rotos en la verja pero daban al parque contiguo, era más peligroso que hubiera salido a la calle y por eso lo primero era ir por allí.

 

Dios, si le pasaba algo a Taro sus padres no se lo perdonarían. Y por supuesto él tampoco.

 

Afortunadamente nada más salir a la calle vio a su hermano parado en la acera, acompañado de un pelirrojo de metro noventa inconfundible. Sin embargo el alivio por encontrar a Taro fue muy superior a la sorpresa de toparse con Sakuragi y lo primero que hizo fue dirigirse hacia el pequeño.

 

—¡Taro! —le gritó mientras le agarraba de un brazo y le volteaba algo violentamente—. ¡¿Por qué te has marchado sin decir nada?! ¡¿Que no sabes que no debes salir solo a la calle?!

 

—He-he visto pasar a Sakuragi y le quería saludar... —dijo Taro apurado por ver a su hermano tan inusualmente enfadado.

 

Sakuragi y Sendoh, que acababa de reunirse con ellos, también se habían sorprendido con la actitud de Rukawa, pero ellos no tenían hermanos y no podían comprender el alcance del susto que se había llevado el más joven.

 

—¡No lo vuelvas a hacer!

 

—Ey, Rukawa, tranquilo —murmuró Sendoh, pero después de la mirada glacial que le dedicó este, prefirió cambiar de tema—. Hola Sakuragi —saludó.

 

—Hola —gruñó Sakuragi—. Qué pasa, ¿otra vez os habéis encontrado por casualidad?

 

—Ehmm... no, yo vine expresamente hasta aquí para jugar un rato a baloncesto con Rukawa —dijo Sendoh.

 

Sakuragi puso aún más mala cara pero no dijo nada. Sendoh se dio cuenta de que ese comentario había sido como contar monedas delante de los pobres, ya que el pelirrojo no podía jugar. Intentó arreglarlo un poco.

 

—Aunque en realidad no hemos jugado ningún uno contra uno, sólo hemos peloteado un poco con Taro.

 

El aludido tiró de pronto de la camiseta de su hermano.

 

Oniichan, tengo sed.

 

—Llevo una botella de agua en la mochila... —dijo Kaede.

 

—Yo le acompaño, también tengo sed —se adelantó Sendoh.

 

De esta manera Sakuragi y Rukawa se habían quedado solos en un momento, envueltos en un silencio muy pesado. A Rukawa le daba mucha vergüenza recordar que ahora Sakuragi sabía de su humillación sufrida a manos de Taki.

 

—Bueno, ¿qué tal la noche? —preguntó Hanamichi finalmente—. ¿Os divertisteis mucho tú y Sendoh?

 

—No, nos fuimos poco después de ti... —respondió Rukawa.

 

—¿Por?

 

—Ya no pintábamos nada allí...

 

Sakuragi se cruzó de brazos, mientras le miraba entre sorprendido y enfadado.

 

—¿En serio sólo fuisteis allí para vigilarme? —preguntó.

 

Rukawa prefirió no responder, pero era evidente que la respuesta era sí.

 

El pelirrojo no sabía que pensar. Por una parte le molestaba profundamente que esos dos se hubieran compinchado para espiarle y darle un sermón si le veían bebiendo; pero por otra parecían de verdad preocupados por él, y de momento habían sido los únicos que habían llegado tan lejos. ¿Pero por qué ellos dos precisamente?

 

—No os quiero volver a ver por allí... —«Juntos...»

 

—¿Vas a volver a salir con Suo...? —preguntó Rukawa decepcionado.

 

—No —respondió Sakuragi secamente.

 

—¿Por qué…?

 

—¿Y tú me lo preguntas?

 

Y otra vez el silencio. Rukawa se mordía un labio disimuladamente, como siempre sin saber que podía decir. Sakuragi se dio media vuelta, y de espaldas a él y con las manos en los bolsillos, dijo algo inesperado y tranquilizador.

 

—No voy a volver a salir ni con Taki ni con nadie. Es hora de concentrarme en la rehabilitación, ¿no crees? El equipo me necesita.

 

Al estar de espaldas Sakuragi no lo vio, pero Rukawa no pudo evitar sonreír al escucharle.

 

—Sí, lo creo —dijo simplemente.

 

—Adiós.

 

—Adiós.

 

Rukawa observó al pelirrojo alejarse sin perder la sonrisa. Así le encontraron Sendoh y Taro cuando salieron de nuevo a la calle.

 

—Vaya, parece que esta vez no habéis discutido —comentó Sendoh sorprendido por la sonrisa de Rukawa. Ni a su hermano le sonreía tan ampliamente.

 

Rukawa al escucharle se puso serio de nuevo. Tenía que disimular más si no quería que Sendoh sospechara de sus sentimientos hacia Sakuragi, ni él ni nadie. Estaba seguro que si algo así llegaba a oídos del pelirrojo, sería ‘zorro’ muerto.

 

Continuará...


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