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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Perdón perdón perdón me equivoqué, el penúltimo capítulo de la primera parte es este, no el anterior ^^UUU sorry. 

En breve colgaré el siguiente y entonces sí la primera parte del fic estará lista.

Un besote y muchas gracias por los reviews!

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 25. El regalo de Navidad de Sakuragi

 

A pesar de ser el día de Nochebuena, Hanamichi Sakuragi se encontraba en la clínica de rehabilitación haciendo sus ejercicios como todos los sábados. Aquella tarde había muy poca gente en la sala de máquinas de la clínica. El pelirrojo supuso que esto era porque la mayoría de los pacientes se habían tomado el día libre para prepararse para la fiesta. Él en cambio no tenía ninguna fiesta que preparar, su madre y él cenarían en casa de algo sencillo como si fuera un día cualquiera, con la diferencia de que esta vez su madre sí que estaría en casa cuando llegara. Y menos mal, porque su madre llevaba ya no sabía cuantas semanas casi sin librar ningún día, a este paso se pondría enferma. Hanamichi pensó en todas las veces que se había ofrecido para ayudarla económicamente buscando un trabajo por las tardes que no le obligara a dejar el instituto, aunque sí que tendría que dejar el baloncesto... Pero su madre había sido rotunda.

 

«Ni hablar, desde que has empezado a hacer deporte que eres otro —le había dicho en una ocasión—, Ya no te peleas y pareces más feliz que nunca. No, no quiero que lo dejes por ningún motivo, y mucho menos para trabajar. Si entre estudiar y entrenar te sobra tiempo, dedícate a disfrutar, que estás en la edad de hacerlo.»

 

Sakuragi pensó que tenía una madre que no se la merecía. Suerte que no se había enterado de lo que había estado haciendo últimamente los fines de semana, ya que a beber y a fumar seguramente su madre no lo consideraría como ‘disfrutar’.

 

Mientras pensaba en todo eso el pelirrojo estaba realizando unos ejercicios en una de las máquinas para fortalecer la espalda después de tanto tiempo sin hacer deporte y de intensos masajes que le dejaban los músculos hechos gelatina. Para evadirse del incipiente cansancio pasó a ocupar la mente en intentar encontrar un regalo apropiado para el Rukawa, pero no se le ocurría nada, y eso que ya había pasado una semana exacta desde la inesperada invitación por parte de la madre del número 11 del Shohoku.

 

«¿Un balón? No, seguro que ya tiene. ¿Una camiseta de algún equipo de la NBA? No, demasiado caras. ¿Un disfraz de zorro? No, él no necesita disfraz para eso... ¡Mierda! ¡¿Por qué demonios tuve que aceptar esa estúpida invitación?!»

 

Llevaba ya casi cincuenta estiramientos levantando pesas con el brazo izquierdo cuando de pronto entró alguien conocido en la sala de máquinas. Sakuragi quiso hacer como que no le había visto, pero no le sirvió de nada. Taki también le vio y se acercó a él hasta quedar frente a la máquina donde el pelirrojo estaba realizando sus ejercicios.

 

—Hola —saludó el rubio.

 

Hanamichi no contestó al saludo. Continuó levantando pesas como si no hubiera escuchado nada.

 

—¿Es que ya ni siquiera vas a hablarme? Pues te aviso que no voy a moverme de aquí hasta que me digas algo.

 

—Algo —murmuró sin mirarle.

 

—Muy gracioso... —Taki se sentó en el banco acolchado de la máquina de al lado—. Hanamichi, tenemos que hablar.

 

Sakuragi dejó las pesas y con una toalla que había dejado bajo su banco se secó el sudor de la cara.

 

—¿Qué quieres? —preguntó cansino.

 

—Quiero saber por qué estás tan enfadado conmigo —respondió Taki.

 

—Creo que ya te lo dejé claro aquel día en el Carpe Diem.

 

—Pues no, sólo me partiste la boca. —El pelirrojo no pudo evitar sonreír muy levemente al recordarlo—. Pero no me dijiste por qué. Pero no soy tonto, supongo que fue porque Rukawa te contó alguna historia sobre mí.

 

—Pues sí, algo me contó —Sakuragi finalmente le miró a los ojos, visiblemente enfadado—. Me contó algo sobre alguien que yo creía mi amigo que me decepcionó mucho. Y tengo derecho a no querer saber nada más de él, así que por favor, si me disculpas... —Se levantó dispuesto a irse, pero la voz de Taki le detuvo.

 

—Eres un hipócrita, Hanamichi —le soltó el rubio, también levantándose.

 

—¿Qué has dicho? —gruñó Sakuragi.

 

—Que eres un hipócrita —repitió Taki—. Todo el tiempo que estuvimos ingresados en la clínica te lo pasaste criticando a Rukawa, ¿o es que no lo recuerdas? De lo antipático, creído y antisocial que era. ¿Y ahora te molesta que alguna vez me pasara un poco con él?

 

—¿’Un poco’? —repitió el pelirrojo, incrédulo—. Te pasaste mucho, Taki. Rukawa no se merecía eso. Él no se había metido con vosotros, de hecho... no se mete con nadie a no ser que haya empezado él primero.

 

—¿Desde cuándo defiendes a ese tipo?

 

—No es que lo defienda —replicó—. Pero una cosa es que alguien te caiga mal y demostrarlo, y otra muy diferente ser tan cruel como tú fuiste con él. Yo jamás sería capaz de hacerle algo así a alguien.

 

—¿Estás seguro, Hanamichi?

 

El aludido se le quedó mirando sin entender a que se refería.

 

—¿Acaso no eras tú también un matón de instituto en Wakô?

 

El número 10 del Shohoku le miró con furia infinita. Alargó su mano derecha para coger fuertemente al rubio de la camiseta azul que portaba y acercó bastante sus rostros.

 

—Yo jamás, me oyes, JAMÁS, he abusado de alguien menos fuerte que yo.

 

Sin esperar otra réplica de Taki, Sakuragi le soltó de un pequeño empujón y salió con prisa de la sala de máquinas.

 

Estaba atravesando el hall todavía con cara de malas pulgas cuando se cruzó con la señora Matsuyama, su fisioterapeuta.

 

—¡Hola Sakuragi! —le saludó la mujer.

 

—Hola señora Matsuyama —saludó Hanamichi, intentando recuperar la compostura.

 

—¿Ya has terminado los ejercicios que te mandé el otro día?

 

—Eh... sí —mintió, aunque había realizado prácticamente el noventa por cien de lo que le tocaba por ese día.

 

—Estupendo. Mira, dentro de un par de horas me llegarán los resultados de tus últimas pruebas. ¿Quieres quedarte, y así sabrás enseguida que tal te han ido, en lugar de esperar hasta el lunes?

 

—¡Claro! —exclamó el pelirrojo. E inmediatamente sintió que le invadían los nervios.

 

—Muy bien, entonces en mi despacho a las ocho, ¿de acuerdo?

 

—De acuerdo —dijo Hanamichi, intentando que no se le notara el nerviosismo en la voz.

 

xXx

 

Jingle bells, jingle bells
Jingle all the way,
Oh what fun it is to ride
In a one-horse open sleigh.
Jingle bells, jingle bells
Jingle all the way,
Oh what fun it is to ride
In a one-horse open sleigh!

 

Las calles del centro de Yokohama estaban muy animadas. Muchas parejas caminaban en busca de un lugar donde cenar y celebrar esa noche tan especial, e incluso más de uno todavía estaba comprando el regalo para su pareja.

 

—¡Kyaaa, no me puedo creer que de verdad me invites a cenar al Nabuko! —exclamó Miuyo caminando muy feliz acompañada de su chico.

 

—¿Por qué te resulta tan inverosímil? —preguntó Mitsui con una gota de sudor resbalando por su frente.

 

—No sé, no me lo esperaba —sonrió Miuyo.

 

Hacía mucho frío, pero se trataba de ir a cenar en Nochebuena con su novio, así que Miuyo había aprovechado para ponerse una falda corta —eso sí, con botas altas y medias térmicas—, de color gris, y un jersey beige de cuello de cisne, todo ello debajo de un elegante abrigo negro que le había regalo su abuela. Mitsui también iba muy elegante con unos vaqueros negros que estrenaba esa noche y un jersey granate, bajo el cual llevaba una camisa blanca con el cuello medio levantado, muy acorde con su estilo.

 

—¡Mira, ya hemos llegado! —exclamó la chica señalando con el dedo al otro lado de la acera.

 

Situado en pleno centro de Yokohama, el Nabuko era un restaurante muy de moda, donde se decía servían el mejor sashimi (N/A: comida cruda, fileteada en finas lonchas y servida con una salsa para mojar y guarniciones sencillas)de la ciudad. A pesar de servir ese y otros platos típicos de la gastronomía japonesa, la decoración no era no era en absoluto tradicional. Grandes lunas de cristal permitían ver el interior del local, donde dicho material seguía presente tanto en las mesas como en los espejos de las paredes, los cuales agrandaban visualmente el espacio. El suelo era de mármol negro, haciendo contraste con las sillas y las paredes blancas. Los camareros y camareras iban uniformados al estilo occidental, también en blanco y negro.

 

—¡Qué bonito! —dijo Miuyo, acercando tanto el rostro a una de las lunas que el aire caliente manchó el cristal.

 

—No está mal —sonrió Mitsui, paseando la vista por el lugar, y también por los que ya cenaban.

 

—Venga, entremos antes de que se llene, que ya apenas se ven mesas libres. ¡Y eso que hemos venido temprano!

 

—Qué remedio, con el horario tan estricto que te impone tu abuela... —suspiró Mitsui en voz muy baja para que no le oyera.

 

La chica dio un par de pasos en dirección a la puerta de entrada, pero Mitsui la cogió del jersey y la obligó a quedarse donde estaba.

 

—Eh, pero que... —empezó a quejarse.

 

—Mira —la interrumpió Mitsui.

 

El escolta le señaló disimuladamente hacia una de las mesas situadas casi al fondo del local. Miuyo no entendió que pretendía hasta que reconoció a la pareja sentada en la mesa. Un chico moreno con el pelo engominado hacia atrás y una chica castaña con el pelo liso hasta los hombros.

 

—Yohei y Haruko... —susurró Miuyo, sorprendida—. ¿Qué están haciendo aquí...?

 

—Yo diría que cenar —murmuró Mitsui.

 

—¿Ellos dos solos? ¿Acaso son pareja?

 

—Parece que sí...  La mesa es sólo para dos. Y fíjate que acaramelados están...

 

Efectivamente, una de las manos de Yohei estaba sobre una de las de Haruko...

 

—¿Crees que Sakuragi lo sabe? —preguntó Miuyo.

 

—¿Cómo sabes que Sakuragi va detrás de Haruko? —preguntó a su vez Mitsui.

 

—Ayako me comentó algo...

 

Mitsui volvió a mirar hacia la pareja, pensativo.

 

—No, no creo que Sakuragi lo sepa —respondió al cabo de unos segundos—. De hecho creo que nadie lo sabe.

 

—¿Por qué no? —inquirió Miuyo.

 

—Porque conociendo a Sakuragi, Yohei habría salido mal parado... sobre todo siendo su mejor amigo.

 

—Ya... —Miuyo también se quedó callada unos instantes—. ¿Y ahora qué hacemos? —preguntó.

 

—¿Hacer? ¿Nosotros? —repitió el chico de la cicatriz sin entender.

 

—Quiero decir si se lo contamos a Sakuragi o no —se explicó.

 

—Ni hablar —dijo Mitsui convencido—. En estos asuntos siempre se mata al mensajero.

 

—Pero tiene derecho a saberlo...

 

—No por nosotros —insistió él.

 

—Está bien —accedió.

 

—Y ahora mejor vayamos a cenar a otro restaurante, ya vendremos aquí otro día.

 

—¡¿Quéeee?!

 

—Sería muy violento que nos vieran ellos también, entiéndelo. Te prometo que la próxima vez que salgamos a cenar te llevaré aquí, ¿de acuerdo? —prometió Mitsui.

 

—Bueno...

 

Mitsui la agarró suavemente de la cintura para darle un suave beso en los labios. Cuando se separaron Miuyo forzó una sonrisa, pero cuando empezaron a alejarse, miró por última vez el interior del local, decepcionada.

 

xXx

 

Eran casi las ocho y media cuando la señora Matsuyama entró en la salita de espera que precedía a su despacho con una abultada carpeta bajo el brazo.

 

—Hola Sakuragi, perdona el retraso —se disculpó la mujer—. ¿Qué tal?

 

—Nervioso —reconoció el pelirrojo, levantándose.

 

—No te preocupes por nada. Vamos, entra.

 

La señora Matsuyama entró primero a su despacho seguida por Sakuragi. Se sentó en su butaca y le indicó al pelirrojo que se sentara en la silla que había frente a la mesa.

 

—Cuéntame, Sakuragi —pidió cuando ambos estuvieron ya acomodados—. Sinceramente, ¿cómo crees que va tu espalda?

 

—Bien —sonrió—. Apenas me duele ya, haga el ejercicio que haga.

 

Era cierto. Desde que se peleó con Taki que se acabó su suministro de maría, pero aún así los dolores habían casi desaparecido, incluso durante los masajes. En su lugar le había quedado una sensación de ‘mono’ que le había asustado bastante, pero que afortunadamente no había durado mucho.

 

La señora Matsuyama le devolvió la sonrisa a la vez que abría la carpeta y sacaba un sobre que ya había sido abierto.

 

—Eso es muy buena señal. Y coherente con los resultados de tus últimas pruebas...

 

El pelirrojo contuvo la respiración. Hacía un par de días que le habían hecho otra vez un montón de pruebas: radiografías, análisis, tests... y por lo visto ahora mismo sabría él también los resultados.

 

—Sakuragi, tengo muy buenas noticias —sonrió más ampliamente la fisioterapeuta—. Tu columna está prácticamente curada.

 

Nunca antes Hanamichi Sakuragi se había sentido tan aliviado como en ese momento.

 

—¿E-en serio? —balbuceó casi sin podérselo creer.

 

—Sí —afirmó la señora Matsuyama—. Por supuesto todavía no puedes abandonar la rehabilitación y empezar a jugar a baloncesto al mismo nivel que antes, pero ya es hora de que vuelvas a tocar un balón. He pensado hacer una lista con los ejercicios básicos que puedes empezar a realizar con una pelota y dárselos a tu entrenador para que completes la última parte de la rehabilitación en compañía de tu equipo. Podrías empezar por ejemplo después de las vacaciones de Navidad.

 

—¿Ejercicios... básicos... otra vez...? —se desesperó momentáneamente el pelirrojo, aunque en realidad ya se temía algo así.

 

—Aunque si quieres puedes realizarlos aquí con Igarashi, el preparador físico de la clínica.

 

—¡No! —exclamó—. Prefiero regresar al equipo.

 

«Regresar al equipo...»

 

—Yo... —Una enorme sonrisa apareció en la tez morena de Sakuragi—. Voy a regresar... al equipo...

 

Continuará...


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