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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Perdón por la demora! Me despisté. Gracias por los reviews :*

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 5. Planes

 

Satoru miró preocupado a su sobrino. Desde siempre habían mantenido una relación muy especial, le ayudaba en todo lo que podía, y le daba consejos cuando este se lo pedía. Pero en cuanto a ese tema... poco podía hacer. Era algo que por más que intentaba que no le diera más importancia de la necesaria, Kaede siempre tenía presente. Demasiado presente.

 

—Eso no cambia nada, Kae —insistió.

 

—Lo cambia todo —replicó el muchacho—. Si yo fuera realmente su hijo, no importaría cual fuera el disgusto que le diera, porque me terminaría perdonando. Pero no lo soy...

 

—Sí lo eres —Satoru habló con voz fuerte y clara—. Eres su hijo, igual que lo son Taro y Aiko.

 

—No, no es lo mismo...

 

Satoru bufó, exasperado. Estaba cansado de mantener una y otra vez la misma conversación. Rukawa lo oyó y se apresuró a explicarse.

 

—Tú no vives con nosotros, en nuestra casa. No ves como mi  padre mira a mis hermanos, como les coge en brazos, como les habla...

 

—Porque son pequeños, Kae. Y los niños pequeños siempre requieren más atención. Cuando tú eras pequeño, mi hermano también estaba más pendiente de ti.

 

—Pues no me acuerdo...

 

—Pero yo sí —aseguró Satoru—. Kojiro estaba como loco por ti. Y Chiyako también, claro. Y lo siguen estando.

 

—Hasta que les cuente que soy gay y me echen de casa... —suspiró Rukawa.

 

—Nadie te va a echar de casa. Bueno, y aunque así fuera, pues te vendrías a vivir conmigo, ¿no?

 

—Es una opción...

 

Rukawa sabía que su tío se lo proponía en broma, pero él había hablado muy en serio. Si no fuera por la charla que mantuvo con el entrenador Anzai antes de los nacionales, en ese momento quizás ya estarían viviendo juntos en Los Ángeles. En cuanto se convirtiera en el mejor jugador de bachillerato de Japón se lo pediría.

 

 Satoru se levantó a la vez que se estiraba como un gato y mal disimulaba un bostezo.

 

—Bueno que, ¿nos vamos a comer? Apenas he desayunado y me muero de hambre.

 

—Claro... Pero digo yo que antes tendrás que vestirte, ¿no? —dijo Rukawa a la vez que también se levantaba—. ¿O vas a salir a la calle con el albornoz rosa?

 

—Es fucsia —dijo ofendido.

 

—Lo que sea...

 

—Claro que no, en un momento me visto —dio un par de pasos hacia la habitación, pero antes se giró de nuevo un momento hacia Kaede—. Por cierto, ¿me contarás durante la comida qué tal con ese chico que tanto te gusta?

 

xXx

 

Sopor, dolor de cabeza, calambres... En una palabra: resaca. Eso era lo que tenía Hanamichi Sakuragi esa mañana. Estirado boca abajo en la cama, se juró y perjuró a sí mismo que nunca volvería a beber. A pesar de tener la ventana abierta, la habitación olía a tabaco y a porro. No porque hubieran fumado en ella sino porque el olor se les había quedado en la ropa. Y habían llegado tan tarde que tuvieron que entrar a escondidas en la clínica para ahorrarse una más que probable regañina; suerte que Naoko, la recepcionista del turno de noche, dormitaba sobre el mostrador y no se dio cuenta de dos chicos que atravesaban de puntillas el hall.

 

—Te odio... —murmuró Sakuragi en cuanto escuchó a Taki salir del baño.

 

—Ya... Como si no te lo hubieras pasado bien anoche...

 

—Pero no hacía falta beber tanto para ello...

 

—Nadie te obligó a beber...

 

Sakuragi refunfuñó algo y se incorporó en la cama hasta quedar sentado. Nada quedaba ya del peinado ‘despeinado’ que lucía la noche anterior, toda la gomina se había quedado en la almohada.

 

—Me encuentro fatal...

 

—Puede... ¿Pero a que la espalda no te duele? —rió Taki.

 

—Imbécil... Me duele tanto la cabeza que eclipsa todo lo demás...

 

Poco a poco se levantó de la cama del todo, y con pasos inseguros se metió en el baño. Una vez en la ducha, abrió el grifo del agua fría para despejarse.

 

Taki tenía razón, se lo había pasado muy bien esa noche. Aunque al principio estaba un poco cortado porque no conocía a nadie más aparte del rubio, poco a poco se fue integrando e incluso entabló conversación con alguna de las pocas chicas que había en la fiesta, aprovechando que no le temían por pandillero al no conocerle, pero en gran parte también gracias a la desinhibición que le provocó la gran cantidad de alcohol que consumió.

 

Se quedó quieto bajo el chorro un buen rato, hasta que por fin la cabeza dejó de darle vueltas. Entonces cogió su bote de champú para el pelo, y después de echarse un montoncito en el pelo, empezó a frotarse.

 

En ese champú estaba el truco para que nunca se le vieran las raíces negras. Era un champú para cabellos secos y teñidos normal y corriente, pero estaba mezclado con un poco de tinte rojo. Eso le permitía mantener siempre su color de pelo casi como recién teñido. Claro que para lucir ese tono tan llamativo tenía ir cada poco tiempo a la peluquería para decolorárselo primero. Y por mucho que le llamaran yankee u otros insultos de ese estilo pensaba seguir haciéndolo durante mucho tiempo. Sí, le gustaba llamar la atención, ¿y qué?

 

Cuando un rato después salió del baño era ya la hora de comer. Él y Taki bajaron a la cafetería, para compartir la que sería su última comida juntos. Aquella tarde le daban el alta.

 

xXx

 

Al ser domingo muchos restaurantes estaban llenos a reventar. Satoru y Rukawa terminaron comiendo en una pizzería cercana al apartamento. Después de varios minutos de insistir, Rukawa terminó accediendo a contarle a su tío lo penosa que seguía siendo su relación con el do’aho.

 

—El otro día fui a verle a la clínica, y antes de ni siquiera poder preguntarle que tal estaba, ya me había echado—. recordó con rabia.

 

—¿Pero qué le has hecho a ese muchacho para que te odie tanto?

 

—Nada nuevo. Ya te lo conté una vez: está enamorado de una chica, que ahora es la segunda asistente del equipo de baloncesto, que hasta hace poco me iba detrás a mí...

 

—¿Qué quieres decir con ‘hasta hace poco’? ¿Ya no le gustas?

 

—Creo que no... Creo que... ahora le gusta él... No sé qué hacer...

 

Rukawa tenía cogido su vaso y miraba su contenido como si esperara encontrar alguna respuesta en él. Satoru suspiró, estaba seguro de que Kaede no quería oír lo que iba a decir, pero para él lo más importante era que su sobrino no sufriera.

 

—Mira, Kae. Ya sabes que yo pienso que todos en el fondo somos bisexuales. Y que no hay que rendirse aunque la persona que nos guste sea hetero. Pero por lo que me cuentas de esta situación, en este triángulo amoroso tú tienes todas las de perder. Creo que deberías olvidarte de ese chico.

 

«Como si no lo hubiera intentado ya...», pensó Rukawa.

 

Había intentado alejarse de él lo máximo posible, algo que en principio no le tendría que haber resultado nada difícil pues estaba acostumbrado a hacerlo con casi todo el mundo. Pero irónicamente era el propio Sakuragi quien no se lo permitía, aunque él no le hablara, el pelirrojo siempre encontraba cualquier excusa para iniciar una pelea, con el consecuente intercambio de golpes e insultos. Y cada vez que le escuchaba dirigirse a él, aunque solo fuera para llamarle ‘zorro estúpido’, su corazón le traicionaba y empezaba a latir más fuerte de lo normal.

 

Era patético...

 

—¡Kaede!

 

La voz de su tío le devolvió a la realidad. Algo grave había pasado para que le llamara por el nombre completo y no por el diminutivo.

 

—¿Que-qué pasa...?

 

—¿Cómo que qué pasa? —Satoru se había levantado de su silla y estaba semiarrodillado a su lado, sujetándole la cabeza con una mano en la mejilla—. ¡Que te has quedado blanco! ¡Parecía que te ibas a desmayar en cualquier momento!

 

—Yo... —No supo qué decir, era cierto que se sentía un poco confundido.

 

«¿Qué demonios...?»

 

Los gritos de Satoru habían alertado a un camarero, que se había acercado a ellos para preguntar si algo iba mal.

 

—No, tranquilo. El niño, que se ha mareado un poco... —explicó Satoru.

 

—¡No me llames ‘el niño’!

 

—¿Necesitan algo? —preguntó el camarero.

 

—Un vaso de agua y la cuenta, por favor.

 

Rukawa rechazó la ayuda de su tío para levantarse y también volver al apartamento en taxi, donde se quedaron un rato, no mucho porque Satoru había quedado con un conocido por la tarde. El mareo o lo que fuera ya se le había pasado, pero le costó convencerle de que podía volver solo a casa en la bicicleta.

 

—Por favor ten cuidado. Si notas algo extraño detente enseguida y me llamas desde una cabina —le ordenó Satoru.

 

—Que sí...

 

—Ven a verme otro día antes de que me vaya.

 

—Pues claro.

 

Kaede se despidió con un gesto, y con un hábil movimiento se subió a la bicicleta, colocó ambos pies en los pedales y partió. Satoru se quedó unos minutos observando como se alejaba.

 

El hombre se preguntó si había hecho bien de aconsejarle a su sobrino que se olvidara del chico que le gustaba. Al fin y al cabo, él no podía saber del cierto si tenía posibilidades o no…

 

xXx

 

Era cierto que hacía aún bastante calor, pero en unos pocos días las temperaturas habían bajado mucho. No entendía por qué se había mareado en la hamburguesería. Rukawa decidió ir con cuidado por las ajetreadas calles del centro.

 

Una vez ya en las afueras, circulaba por un barrio cercano a Shohoku cuando distinguió una conocida figura pelirroja caminando con paso tranquilo por la acera, con una enorme bolsa al hombro.

 

«Mierda... ya es casualidad...»

 

En apenas un par de segundos, los que transcurrieron hasta que le alcanzó, el corazón de Rukawa se llenó de nervios y dudas.

 

«Deberías olvidarte de ese chico.»

 

Su tío tenía razón. Debería ignorarle y pasar de largo. Y sin embargo... le barró el paso con una espectacular derrapada cuando el pelirrojo se disponía a cruzar una calle.

 

—¡Joder! —exclamó Sakuragi dando un salto hacia atrás. Su expresión de furia se acentuó cuando reconoció al dueño de la bicicleta—. ¡Teme kitsune! ¿Por qué siempre intentas atropellarme?

 

Rukawa, que no se había bajado siquiera de la bicicleta, no contestó a la pregunta; más bien no dijo nada de nada. No tenía ganas de discutir otra vez, y sabía que dijera lo que dijera el pelirrojo lo malinterpretaría, así que se quedó callado contemplándole. Sakuragi se veía mejor que en la clínica, quizás por el simple hecho de haber salido de ella. Y ahora que se fijaba mejor, también se dio cuenta de que había crecido como mínimo un centímetro. ¿O era el extraño peinado que llevaba? Lo cierto era que le quedaba de muerte...

 

Aquel silencio sorprendió un poco a Hanamichi, pues se esperaba un ‘Doa’ho, eres tú quien se mete en mi camino’ o algo así. Pero en lugar de eso Rukawa se había quedado mirándole tan fijamente que empezó a ponerse nervioso.

 

—¿Se puede saber qué miras?

 

Tampoco contestó a eso. Sakuragi bufó y dio un par de pasos rodeando la bicicleta para continuar su camino. Entonces el moreno se decidió a hablar, no quería que aquel encuentro fuera tan fugaz como el de la clínica.

 

—Espera —pidió, al mismo tiempo que se bajaba de la bicicleta, manteniéndola de pie con una mano.

 

Por un instante pensó que Sakuragi no se detendría y le dejaría allí plantado de nuevo, pero este se giró y le encaró.

 

—¿Qué quieres? —preguntó algo intrigado.

 

Quería preguntarle como estaba, si le habían dado el alta definitiva, si iba de camino a su casa, si acudiría a clases al día siguiente, si se pasaría por el gimnasio a ver al equipo... Quería saber si había alguna posibilidad de que enterraran el hacha de guerra, o como mínimo, de que dejaran de insultarse cada vez que se vieran...

 

Quería sonreírle y darle ánimos para que se recuperara cuanto antes...

 

Quería abrazarle y decirle que podía contar con él...

 

Quería besarlo y confesarle todos los sentimientos que le provocaba...

 

—Nada, déjalo.

 

Y antes de que Sakuragi se diera cuenta de que su máscara de indiferencia se estaba quebrando, dejando entrever una expresión sospechosamente triste, Rukawa se subió de nuevo a la bicicleta de un salto y con dos violentas pedaleadas ya se había alejado diez metros de él.

 

Hanamichi se quedó con cara de no entender nada. Lo cierto era que se sentía un poco mal por haber echado a Rukawa de la clínica el día que fue a visitarle, y ahora que se tomaba la molestia de quedarse con él, el zorro le devolvía el plantón.

 

Se encogió de hombros y continuó el camino hacia su casa, que no era mucho, pues la parada del tren donde se había bajado le dejaba muy cerca. Aunque había estado tres semanas fuera, no tenía ninguna prisa por llegar, sabiendo como sabía que la encontraría vacía.

 

Pero no fue ese el caso. Nada más abrir la puerta, las luces se encendieron solas y una lluvia de confetti cayó sobre él.

 

—¡¡Bienvenido a casa, Hanamichi!! —gritaron Yohei, Takamiya, Noma y Ookusu a la vez, apareciendo de la nada.

 

—P-pero... ¿qué hacéis vosotros aquí? ¿Cómo habéis entrado? —preguntó Sakuragi desconcertado por la sorpresa.

 

—Tu madre nos dio las llaves. —Yohei se colocó junto a su amigo y le colocó un collar de flores de estilo hawaiano, igual que el que llevaban todos ellos, pero de diferentes colores.

 

Sakuragi dejó caer la bolsa en el suelo y contempló atónito como habían decorado la pequeña vivienda. Globos y guirnaldas colgaban por doquier. Parecía la fiesta de cumpleaños de un niño de cinco años. Y Noma y Ookusu no dejaban de hacer sonar sus trompetillas.

 

—Esas trompetillas me suenan... —murmuró Hanamichi con una gota en la cabeza—. Son las que usáis para ‘animarme’ cada vez que una chica me rechaza...

 

—Pues sí —admitió Takamiya—. Pero hace tanto tiempo que no las usamos que tuvimos que pensar en otra utilidad...

 

—...

 

—Venga Hanamichi, no pongas esa cara —dijo Yohei con una sonrisa—. Se supone que vamos a celebrar tu regreso...

 

Por fin la expresión de Sakuragi se relajó y le devolvió la sonrisa a su mejor amigo.

 

—¿Y bien? ¿Nos quedamos aquí o vamos a tomar algo al Danny’s?

 

Todos votaron por ir al Danny’s.

 

xXx

 

Cuando no se tienen amigos ni nada que se le parezca, los domingos por la tarde suelen ser muy aburridos. Rukawa lo sabía de sobras, ya que no se relacionaba con nadie que no formara parte de su familia desde los doce años. Después de una larga siesta y de jugar un rato con Taro a la consola, se vistió nuevamente de deporte, cogió la bicicleta y salió a jugar un rato a baloncesto solo. Por el camino escuchó sus lecciones de inglés con el walkman.

 

Por suerte la cancha a la que solía acudir estaba vacía. Rápidamente se despojó de la parte superior del chándal y se quedó en camiseta manga corta. Un par de ejercicios de calentamiento y listo para empezar a practicar triples.

 

Pero los tiros no le entraban. Estaba desconcentrado, y sabía la razón. No podía sacarse de la cabeza las conversaciones mantenidas con su tío y con Sakuragi —aunque en el segundo caso, lo de ‘conversación’ quedaba grande.

 

Cogió la pelota de baloncesto con ambas manos y la sostuvo un buen rato frente a su estómago, inmóvil como una estatua.

 

Aparte de su familia, el baloncesto era lo único con lo que se sentía seguro. Y es que amaba ese deporte desde que tenía uso de razón. El primer regalo que recibió de su padre fue una pelota, que aún conservaba desinflada en un rincón de su armario. Desde entonces le había regalado muchas más cosas —entre ellas una cara mesa de dibujo técnico—, pero ninguna podía compararse con ese viejo balón.

 

No podía imaginarse su vida sin el básquet. Y sin embargo tenía que hacerlo, porque, ¿y si se lesionaba? Sería mucha mala suerte que la lesión le inhabilitara de por vida, pero existía la posibilidad. ¿Qué haría entonces?

 

Le gustaba la profesión de su padre, y sabía que él estaría encantado con que su hijo también estudiara arquitectura. De hecho tenía pensado hacerlo, ya que tanto como si se quedaba en Japón como si se marchaba a Estados Unidos quería jugar en la liga universitaria. Pero dedicarse a ello siempre lo había considerado como una segunda opción. Dibujar planos no era su sueño.

 

Dio un par de botes al balón, se colocó en posición y lanzó a canasta. Esta vez el tiro entró limpiamente.

 

Sabía que si se concentraba no podía fallar. No en vano se había pasado miles de horas jugando solo en aquella cancha, lanzando una y otra vez, al no disponer de un compañero de prácticas. Lo que más le preocupaba era su condición física. Esta nunca había sido precisamente extraordinaria, y no porque fuera un niño enfermizo ni nada por el estilo, sino que simplemente no la había trabajado lo suficiente. Pero eso iba a cambiar a partir de ahora.

 

No solo mejoraría su técnica sino también su resistencia. Y cuando Sakuragi volviera al equipo, no se dejaría alcanzar en ninguno de los dos aspectos.

 

En el próximo partido contra Ryonan vencería a Sendoh delante del entrenador Anzai. Y luego se marcharía a Estados Unidos con su tío. Terminaría allí el bachillerato y después empezaría la universidad, con un poco de suerte le admitirían en la UCLA. Jugaría ni más ni menos que en la NCAA.

 

No volvería a ver a Hanamichi Sakuragi, y así seguro que se olvidaría de él.

 

Esos eran los planes de Kaede Rukawa.

 

Pero en esta vida las cosas no salen siempre como uno desea.

 

¿O sí?

 

Continuará...

 


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