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SD2: Are You Ready For This? por Khira

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Notas del capitulo:

Ya se ha solucionado lo del mail :)

Gracias por los reviews! :*

Are you ready for this?

 

Por Khira

 

Capítulo 8. Rumores

 

 

Pasaron un par de semanas desde el rechazo de Haruko a Sakuragi, y ni ella ni la gundam tenían noticias del pelirrojo, pues no se había aparecido por el instituto desde entonces. Yohei era el único que había conseguido hablar con su madre por teléfono, y lo único que le había dicho la mujer era que su hijo no se quería poner. El chico intuía lo que había pasado por la cara que trajo la pobre Haruko al día siguiente, una parte de él se alegraba y la otra se sentía miserable por ello.

 

Rukawa fue el primero del equipo en notar la ausencia del número 10 en el instituto, pero como no quería preguntar a nadie tuvo que esperar a escuchar a Mito explicarle a Ayako que seguramente estaba enfermo. Pero él, aunque aparentara lo contrario, era muy observador y no se le escapó el tono poco convencido en la voz de Yohei.

 

Lo cierto era que empezaba a preocuparse. Aunque fuera verdad que estuviera enfermo, dos semanas era mucho tiempo. ¿Y si tenía algo grave?

 

No podía ir a visitarle a su casa porque quedaría más fuera de lugar que un pulpo en un garaje. Pero sin embargo podía probar de ir de nuevo a la clínica...

 

Su tío ya no estaba en la ciudad, y el entrenamiento de dos horas con Miyagi ya le había bastado por ese día, así que esa tarde se duchó rápidamente y en lugar de irse a casa se dirigió hacia la clínica de rehabilitación. Quizás ya no encontraría allí a Sakuragi, pero al menos podría preguntarle a alguien si el pelirrojo acudía a las sesiones, con lo que sabría si de verdad estaba enfermo o no.

 

Esa vez no dudó tanto a la hora de entrar en el edificio. Tenía ganas de verle: ya añoraba al escandaloso pelirrojo en los entrenamientos como para encima ni siquiera encontrárselo por los pasillos del instituto. O quizás era que le daba tanta rabia que su tío se hubiera marchado de improviso sin explicarle el porqué que no tenía ganas de seguir sus consejos.

 

—¿Hanamichi Sakuragi, por favor? —preguntó educadamente a la chica rubia de recepción.

 

—Un momento. —La chica tecleó algo en el ordenador y luego levantó la vista de nuevo—. Ahora tiene sesión con la señora Matsuyama, así que... No, espera, aquí está ella, así que ya habrán terminado.

 

Una mujer madura de pelo corto y ojos castaños se colocó junto a Rukawa y cogió unos papeles de encima del mostrador.

 

—Ay Niki, estoy agotada —le dijo a la recepcionista—. Suerte que ya no tengo más masajes por hoy.

 

—Este chico preguntaba precisamente por tu último paciente.

 

La señora Matsuyama miró entonces a Rukawa como si hasta ese momento no hubiera reparado en él.

 

—¿Buscas a Sakuragi? —preguntó.

 

—En realidad solo quería saber si está acudiendo a las sesiones —dijo Kaede.

 

La mujer le miró aún más atentamente.

 

—¿Y por qué no tendría que hacerlo? —preguntó suspicaz.

 

Rukawa no supo que responderle, y además se sentía incómodo porque notaba que la recepcionista no dejaba de mirarle el trasero.

 

—Ven un momento conmigo, y hablaremos con más calma —dijo la señora Matsuyama como si le leyera el pensamiento.

 

Caminaron unos metros hasta sentarse en un sofá situado en una esquina del hall, a modo de sala de espera para los familiares que iban de visita.

 

—Soy la señora Matsuyama, la fisioterapeuta de Sakuragi.

 

—Kaede Rukawa.

 

—¿Eres familiar o amigo de Sakuragi? —le preguntó en cuanto se hubieron acomodado.

 

—No, solo soy un compañero de equipo —respondió Rukawa fríamente, lo que no le pasó desapercibido a la mujer.

 

—¿Y por qué querías saber si Sakuragi acudía a las sesiones?

 

Rukawa se encogió de hombros, pero la mirada insistente de su interlocutora le animó a hablar:

 

—Es que hace un par de semanas que no viene a clase.

 

—¿Y sabes por qué?

 

—No.

 

Creyó que le seguiría preguntando, pero en lugar de eso la señora Matsuyama se quedó pensativa unos segundos.

 

—Lo cierto es que últimamente Sakuragi no pone mucho de su parte en la rehabilitación. —Rukawa se preocupó mucho al oír eso—. Parece deprimido y alicaído.

 

—¿Por qué?

 

—Esperaba que tú me dieras alguna pista... pero ya veo que estás tan desinformado como yo. Mira, hablando del rey de Roma...

 

En esos momentos Sakuragi estaba cruzando el hall vestido de calle con claras intenciones de marcharse, pero se detuvo en seco al verlos en el sofá. Tras un momento de duda se dirigió hacia ellos.

 

—Si pudieras averiguar qué le pasa y convencerle de que se tome en serio la rehabilitación... si no esta se alargará mucho tiempo, o peor, nunca se recuperará —susurró la señora Matsuyama levantándose antes de que el pelirrojo llegara.

 

—Lo intentaré —murmuró Rukawa, más bien por cumplir. Estaba seguro de que él sería la última persona a la que el doa’ho haría caso.

 

—¿Otra vez tú aquí? —preguntó Sakuragi conteniendo un poco su rabia, el moreno supuso que porque la señora Matsuyama estaba delante.

 

—¿Qué manera es esa de tratar a las visitas? —le reprendió ella.

 

Pero Sakuragi no respondió, y la señora Matsuyama se dio cuenta, sorprendida, de que de repente se había formado una atmósfera muy densa y extraña a su alrededor. «Deben ser imaginaciones mías...», pensó.

 

—Me tengo que ir, os dejo solos —murmuró—. Un placer conocerte, Rukawa-kun.

 

—Igualmente —musitó Kaede.

 

En cuanto la fisioterapeuta se hubo alejado, Sakuragi dio un paso con gesto amenazante hacia Rukawa. Éste no se inmutó, pero no le gustó nada lo que leyó en los ojos marrones. El pelirrojo nunca le había mirado con tanto odio como en ese instante.

 

—Creo recordar que te pedí que te largaras de aquí. Eso incluía que no quería que volvieras —siseó Hanamichi.

 

—No me digas —murmuró Rukawa con desdén.

 

Sakuragi respiraba agitado. Rukawa no comprendía que había hecho para ponerlo así. ¿Tanto le molestaba que hubiera vuelto?

 

—Pero sabes qué, yo ya me iba a casa —dijo Sakuragi—. Así que hoy puedes quedarte todo el tiempo que quieras. Y ojalá fueras tú el que tuviera que volver mañana —añadió con rabia.

 

Justo después de decir eso Hanamichi creyó ver una chispa de dolor cruzar por los ojos azules de su rival, pero se dijo que había sido una ilusión. Aún así se sintió un poco culpable por lo que había dicho: aquellas palabras habían sido muy crueles.

 

De pronto Rukawa avanzó hacia él y le pasó de largo. Le había aguantado muchas cosas a Sakuragi, pero esta vez se había pasado. Él nunca le había deseado ningún mal, y mucho menos que se lesionara. ¡Pero si cuando lo vio casi desmayarse por el dolor en el partido contra el Sannoh, sintió que se moría de la angustia!

 

Al verlo salir de la clínica, Sakuragi tuvo el impulso de seguirle. Además esta vez no quería quedarse con la duda.

 

Solo había dado un par de pasos para atravesar los jardines cuando Rukawa notó que le seguían, pero solo se detuvo cuando oyó de nuevo la voz fuerte y clara de Sakuragi.

 

—¿Por qué vienes aquí?

 

—Porque me gusta mucho el edificio, no te jode —le espetó Rukawa deteniéndose y dándose la vuelta tan bruscamente que el pelirrojo casi se chocó contra él. Esa cercanía le puso un poco nervioso—. Para verte, idiota. Para saber cómo estás y como llevas la rehabilitación.

 

Sakuragi se quedó callado, algo descolocado. No se esperaba que Rukawa le confesara tan abiertamente que se preocupaba por su estado.

 

—¿Por qué no acudes al instituto? —preguntó Rukawa aprovechando el momentáneo silencio.

 

Iba a contestarle que no tenía por qué darle explicaciones, pero la mirada azul del zorro decía ‘Yo te he respondido, ahora te toca a ti’.

 

—Porque no me apetece —dijo simplemente.

 

—¿Y tampoco te apetece recuperarte?

 

El pelirrojo supuso que la señora Matsuyama le había contado que desde hacía dos semanas no estaba por la labor. No le había contado a nadie el motivo, porque la verdad era que le daba un poco de vergüenza admitir que estaba así por una chica.

 

—Claro que sí —murmuró. De pronto se sintió en la necesidad de explicarse mejor—. Pero ha pasado algo...

 

—¿Tiene que ver con el baloncesto? —interrumpió Rukawa, quien creyó que de todas maneras Sakuragi no se lo terminaría de contar.

 

«Bueno, para mí Haruko siempre tendrá que ver con el baloncesto», pensó Hanamichi. Pero no, el rechazo de Haruko no tenía por qué influir en él como jugador.

 

—No...

 

—Entonces que no interfiera en tu rehabilitación.

 

Y tras decir eso, Rukawa iba a darse media vuelta pero Sakuragi habló de nuevo.

 

—¿Sabes quién es Haruko Akagi?

 

—Claro que sí... —murmuró Kaede, temiendo adonde quería llegar.

 

—Pues bien zorro, quiero que sepas que me da igual que me haya rechazado. Nunca te perdonaré que la trataras de esa manera.

 

«Así que era eso, la hermana de Akagi le ha rechazado...». Un minúsculo sentimiento de felicidad se apoderó del corazón del moreno durante un momento, pero enseguida desapareció al pensar en la segunda frase que le habían dicho.

 

—Dime una cosa, doa’ho —suspiró—. ¿Acaso me habrías odiado menos si la hubiera tratado bien?

 

Sin esperar una respuesta que de todas maneras no llegó, Rukawa dio la vuelta finalmente y salió de los jardines de la clínica.

 

Sakuragi se había quedado inmóvil, aturdido porque había comprendido el doble sentido de la pregunta de Rukawa. El kitsune le había querido decir que no importaba que hubiera tratado bien o mal a Haruko, si él estaba enamorado de ella, le habría odiado igualmente, pero seguramente más en el caso de que Rukawa la hubiera correspondido.

 

¿Significaba eso que ellos dos estaban destinados a odiarse?

 

—¿Quién era ese? —preguntó una voz a sus espaldas.

 

Era Taki. El rubio estaba mirando alejarse a Rukawa con mucha curiosidad.

 

—El kitsune, que ha venido otra vez a verme.

 

—¿Ese era el kitsune? —se sorprendió Taki—. ¿Cómo se llama?

 

—Kaede Rukawa. —Al ver la expresión de asombro de Taki, Sakuragi se apresuró a preguntar—: ¿Qué pasa, lo conoces?

 

Pero Taki se recuperó de la impresión y disimuló lo mejor que pudo.

 

—No, es que lo he confundido con un amigo...

 

Sakuragi no insistió más.

 

—Ey, este sábado también salimos, ¿eh? —dijo Taki mientras se dirigían a la clínica.

 

—Por supuesto... —aceptó el pelirrojo con aire ausente.

 

xXx

 

A mediados de septiembre las mañanas ya no eran tan soleadas como a principios. Sin embargo aún era agradable pasear por los patios a la hora del almuerzo y disfrutar del color azul intenso del cielo como estaban haciendo Ayako y Miuyo en ese momento.

 

Las dos chicas se habían hecho muy amigas. Ayako aún no había podido averiguar que miembro del equipo le gustaba a Miuyo, pero sí muchas otras cosas, como que la chica de ojos claros adoraba cantar y actuar —de hecho estaba en el club de teatro—, y también cocinar. Miuyo le había contado también que vivía con su abuela desde los ocho años, aunque no le dijo el motivo ni donde estaban sus padres.

 

Por su parte Ayako solo hablaba de sí misma en el sentido físico, siempre se estaba quejando de su cuerpo, pues según ella la dieta no funcionaba y le seguían sobrando varios kilos. Miuyo empezaba a preocuparse por esta obsesión y estaba segura de que Miyagi también.

 

—Pero si estás perfectamente —le dijo por enésima vez—. Yo diría que incluso ya te estás pasando de delgada.

 

—¿Pero qué dices? —casi chilló Ayako—. Mira que muslos tan enormes que tengo. ¡Y mira que trasero! Tú sí que tienes un cuerpazo, que envidia.

 

Miuyo puso los ojos en blanco. Continuaron caminando y al girar una esquina se toparon casi de frente con Mitsui, Kogure y Akagi que charlaban bajo la sombra de un árbol.

 

—¿Pero a ti quién te ha dicho eso? —preguntaba Mitsui.

 

—Nadie —respondió Akagi—. Se lo he oído decir a unas chicas de tercero. No sé de donde lo habrán sacado.

 

—Yo tampoco —añadió Kogure—. Pero no son las únicas a las que hemos escuchado decirlo.

 

—Hombre, ya sabemos que el chaval es rarito, pero de ahí a que sea... —En ese momento Mitsui se dio cuenta de la presencia de las dos chicas—. Ah, hola Ayako —saludó a la asistente.

 

—Hola chicos —saludó Ayako—. ¿De qué hablabais?

 

—De nada importante, solo unos rumores...

 

—¿Unos rumores? ¿Qué clase de rumores?

 

Los tres chicos se miraron un momento entre ellos, como si fueran a decidir telepáticamente si contarlo o no. Finalmente Mitsui, que no tenía pelos en la lengua, lo soltó.

 

—Hemos oído decir a unas chicas de tercero que Rukawa es gay.

 

Ayako soltó una risita.

 

—¿Pero qué tontería es esa?

 

—Bueno, en realidad no usaban esa palabra... —comentó Akagi.

 

A Ayako se le borró la sonrisa cuando se fijó en los rostros preocupados de sus senpais.

 

—¿Pero cómo vais a hacer caso a unas chismosas? Y además, aunque fuera cierto, ¿a que vienen esas caras? ¿Acaso os molestaría? —preguntó acusadora.

 

—No es que nos moleste... —dijo Mitsui—. Pero esta clase de rumores podría perjudicar al equipo...

 

—¿Al equipo? —exclamó ella—. Si esos rumores se expanden por el instituto el único perjudicado será Rukawa. Y además, ¿ quien eres para hablar de perjuicios al equipo?

 

A Mitsui, evidentemente, le molestó aquél comentario. Kogure se apresuró a poner paz.

 

—Calma, chicos... Estamos haciendo una montaña de un grano de arena. Con un poco de suerte nosotros seremos de los pocos que hemos oído hablar de este asunto.

 

El timbre sonó anunciando el fin de la hora del almuerzo.

 

—Eso espero... —murmuró Ayako, todavía molesta—. ¿Nos vamos? —preguntó dirigiéndose a Miuyo.

 

Miuyo, con una extraña expresión en la cara, asintió. Mientras se alejaban del grupito de chicos en dirección a su edificio, la muchacha de ojos claros no dejó de pensar en uno de ellos.

 

«No me ha reconocido... Ni siquiera se ha fijado en mí...»

 

xXx

 

Los deseos de Kogure y Ayako no se cumplieron. A media tarde los rumores ya habían llegado a oídos de la persona menos indicada: Mari, la directora del periódico del instituto. La chica de pelo lila, aunque también estaba enamorada de Rukawa desde que lo viera jugar en el partido de práctica contra el Josei, era una persona muy rencorosa y vengativa. Y que el número 11 de Shohoku siempre la ignorara era algo que no llevaba muy bien.

 

Rukawa no había escuchado nada —tampoco es que hubiera prestado atención a lo que se decía a su alrededor—, pero sí había notado que en los últimos días las chicas ya no suspiraban tanto a su paso, y que esa mañana unos chicos de segundo le habían mirado de forma muy desagradable, pero no hizo mucho caso. No hasta que Mari le interceptó de camino al gimnasio, ya cambiado y con la mochila y las zapatillas en la mano.

 

—Hola Rukawa, ¿te acuerdas de mí? —preguntó la chica situándose a su lado y caminando deprisa para poder seguirle el paso.

 

Kaede la ignoró a ella y a sus dos compañeros que la seguían.

 

—Soy Mari, la directora del periódico del instituto. Intenté hacerte una entrevista hace tiempo...

 

—...

 

—Ya intuyo que tendré el mismo éxito que la otra vez.

 

—...

 

—Bueno, dime, ¿has oído los rumores que circulan sobre ti?

 

«¿Qué rumores?», pensó Rukawa.

 

—Esos que dicen que eres homosexual —dijo Mari como si hubiera formulado la pregunta en voz alta.

 

Rukawa se detuvo en seco en lugar de ignorarla como hasta ese momento, y ese fue su primer error.

 

—¿Cómo dices? —preguntó mirándola de manera tan gélida que la chica de pelo lila tuvo un estremecimiento.

 

—S-solo tienes que desmentirlo... —balbuceó.

 

Pero Rukawa se limitó a mirarla a ella y a sus dos compañeros con infinito desprecio y continuó caminando hacia el gimnasio. Sin embargo el corazón le latía deprisa y se sentía muy intranquilo. ¿Cómo le habían descubierto? Entró en el gimnasio, y por el silencio que se formó y la atenta manera que tuvieron de mirarle, estaba claro que todos sus compañeros se habían enterado del rumor. También comprobó que Ru, Ka y Wa no estaban en las gradas, y por primera vez, echó en falta su apoyo.

 

—Rukawa, llegas tarde —le regañó Ayako intentando aparentar normalidad.

 

Sin decir nada fue a dejar su mochila en los vestuarios, luego salió, se sentó en un banco y se calzó las zapatillas. La cabeza le daba vueltas. ¿De dónde había salido ese rumor? De acuerdo que era evidente que las chicas no le interesaban, pero había confiado en que la gente pensara que era por ser demasiado joven o porque dedicaba toda su atención al baloncesto. Además era imposible que le hubieran visto con ningún chico en situación comprometedora.

 

Durante todo el entrenamiento no pudo dejar de pensar en otra cosa, y el creer ver miraditas curiosas en sus compañeros no le ayudaba a concentrarse. Pero al menos no eran miradas de asco como se había temido...

 

En un lado de la cancha, las dos asistentes miraban preocupadas el transcurrir de la práctica. Haruko estaba muy pálida.

 

—Maldita sea, ha bastado un día para que todo el mundo... —mascullaba Ayako entre dientes.

 

La puerta interior del gimnasio se abrió y por ella apareció Yohei. Tal y como hizo dos semanas antes, se acercó a las asistentes y pidió a Haruko para hablar a solas.

 

—Ahora —dijo tajante. No podía esperar para confirmar su sospecha.

 

Haruko le acompañó a una esquina de la cancha en silencio.

 

—¿Qué te dijo Hanamichi después de que le rechazaras? —preguntó muy serio.

 

La muchacha no se sorprendió de que Yohei supiera que eso era lo que había pasado entre ellos.

 

—Nada...

 

—No es verdad, Haruko. Hanamichi te dijo y algo y necesito confirmar el qué.

 

Haruko miraba avergonzada el suelo.

 

—¿Te dijo que Rukawa era gay, verdad?

 

—Sí... —Al intuir adonde quería llegar Yohei se adelantó—: ¡Pero yo no le he dicho nada a nadie! —exclamó en voz baja.

 

—¿A nadie? ¿Seguro...?

 

—Bueno... solo a Fuji y Matsui... hace un par de días...

 

—Mierda...

 

—¿Crees que ellas...?

 

—¿Y quién si no, Haruko? —preguntó Yohei tristemente.

 

Mientras el entrenamiento había terminado. Rukawa se entretuvo en recoger unos balones y se dirigió el último a los vestuarios bajo la atenta mirada de las dos asistentes y de Yohei.

 

Cuando entró todos sus compañeros estaban bajo las duchas, y se hizo un silencio vergonzoso. Incluso Ryota y Mitsui se sintieron incómodos, pero sobretodo por la situación que tan tontamente se había creado.

 

Rukawa, inmóvil en medio de los silenciosos vestuarios, no lo aguantó más y cometió su segundo error.

 

—Tranquilos, que no os voy a violar —dijo con rabia.

 

Y acto seguido recogió sus cosas y se marchó a casa sin ducharse. Sus compañeros se quedaron avergonzados por lo que había pasado, más aún cuando Ayako entró sin ningún pudor para recriminarles a gritos lo absurdo y cruel de su comportamiento.

 

Continuará...

 


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