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El Humo por PokeStand

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Martín observó el bisturí de diamante* en su mano.
Se sentía como la primera vez que había experimentado con un cadáver en la universidad. La morgue aceptaba que se llevaran cuerpos no reconocidos ni reclamados por nadie para poder aprender a hacer los cortes de manera precisa, dañando el cuerpo lo menos posible, para revolver y hacer lo que era necesario para salvar una vida y volver a cerrar la herida.
Sin embargo, Martín no salvaba.
Martín asesinaba.
La sangre ya no chorreaba por el filo del metal. Se que se encontraba casi seca, limpia.
Hoy era un día importante en su vida. Hoy, Martín Hernández perdió lo que le quedaba de su humanidad, al ver el yaciente cuerpo de su adorable primo muerto sobre la cama.
La parte horrible ya había terminado. No, no había sido verlo retorcerse de dolor por el veneno, ni mucho menos le había impactado la idea de que lo había matado él. Lo que lograba dejarlo sin aliento era el hecho de que no lo horrorizaba tanto haber cometido esos hechos, nunca había llegado el remordimiento. Simplemente, lo asesinó. ¡Era su primo! ¡Su primito querido!
¿Y qué era lo que sentía?
Satisfacción.
No por la muerte. No por la justicia. No por sus ideales. No por cualquier maldita razón que pudiera tener.
Cualquier profesional aseguraría que Martín tenía la mente más extraña del mundo.
Sonrió. La satisfacción la sentía por la sensación que aun lo recorría, el visturí volviéndose una extensión de su cuerpo, dibujando cada hermosa linea, cada curva perfecta, cada trabajado dibujo. Cada hilo de sangre que surguía de unas pequeñas gotas, seguía su punzante lapiz como un río rojo que persigue el brillo metálico que apaga y se lleva el líquido que mantiene rebosante de viveza el cuerpo muerto.
Daniel tendría el dibujo más bonito de todos.
Un hermoso paisaje y una catarata armada con la misma sangre caían en vertical sobre un montón de señores con galera y mujeres con abanicos. El tiempo le daba incluso para hacerle los detalles a los refinados abanicos de dama y los graciosos monóculos. Ironía. Le encantaba. Porque eran hombres del pasado, que así, representaban el presente. Odiaba el presente tanto como le fascinaba ir modificándolo a su parecer.
La vida que cae en manos de la mierda de la sociedad. ¿No es un dibujo hermoso? ¿No es hermoso? ¿No es hermoso?
Y Martín se sentía pleno, dibujando, burlándose de los que no tienen la inteligencia suficiente como para interpretar su sencilla pero cifrada obra de arte.
Internamente, se preguntó si alguna vez expondrían cuerpos en un museo. Debían conservarlos para que no se pudrieran, porque vaya, la vida es tan complicada que te pudre hasta la tumba.
Por un instante, el rubio deliró. Sus ojos verdes vieron un pabellón de limpias baldosas crema, color que convinaba con las paredes más claras y las columnas blancas con detalles en espiral dorados, representando lo infinito de un barroco dentro de tonos y contextos renacentistas. Cadáveres algo verdosos, pero bien cuidados, serían puestos en exposición por los años de los años, siendo apreciados por los hombres sabios que sabían que La Mona Lisa era la Giocconda y que Caravaggio vivió tal cual sus pinturas. Y verían su obra de arte continuada, como las telas egipcias que se iban escribiendo con la historia... nada de papiros, rollos, hojas o papeles viejos, la misma escencia del cuerpo donde recidió la vida misma era la mejor caja para conservar un pedazo de sueño ideal de un artísta excepcional.
Un pestañeó quebró el fantacioso sueño. Basta. Eso no iba a ocurrir. Las personas eran lo suficientemente moralistas como para fingir que no se sentían morbosamente atraídos por sus asesinatos. Martín tenía la certeza de que mucha gente que se detenía en los semáforos, desviaba la vista hacia el diario que tuviera un titular con alguno de sus crímenes. Sabía que jóvenes como el que había oído cuando se tomaba su típico café matutino había por montones, atraidos (s) por la realidad que superaba a la ya increible ficción.
Y al Hernández le encantaba la sola idea de poner un equipo de investigación boca abajo (s) y enloquecer a la gente que se informaba leyendo o mirando las noticias, confundiéndoles la atracción que sentían por el crímen por el gusto propio al deseo de matar.
El ser humano puede haber avanzado todo lo que quiera, pero el instinto salvaje jamás desaparecerá.
Igualmente, tenía en cuenta la realidad.
Martín Hernández es un psicópata.
Sabía que cumplía las condiciones para serlo, todas las características impuestas por profesionales, por la ciencia que tanto apreciaba. Aún así, insistía en que los que tienen problemas mentales, la mayoría de las veces, solo poseen ventajas no reconocidas (s o sacar).
Como Leonardo da Vinci. Aristóteles. O Caravaggio. Este último, a pesar de haber asesinado y de haber pintado cosas horribles para su época, en este momento era uno de los más grandes pintores de la historia. Él sería algo así en el futuro.
Sería un humano aspirante a dios.
Sería un dios que inspiraría a otros humanos.
Así lo veía él, con su realidad claramente distorsionada, pero extrañamente razonable.
¿Por qué tendría que verlo como los demás? La realidad que ven los demás es carente de cultura, de verdadero arte y, como si fuera poco, pobre. Ya nadie aspira a la grandeza. Necesitan vanidad, necesitan seguir adelante, tener sueños a gran escala y desear cambiar el mundo. Así se crea el progreso, el desarrollo, las revoluciones.
Por eso Martín Hernández acepta para sí, que ser un psicópata no está mal, sino que puede considerarse una ventaja.
Cerró la puerta sin llave sin dejar rastro de nada, como si nunca hubiese estado ahí.
Y así era.
Nunca estuvo allí.
A Daniel de Irala lo mató el humo.
Y el humo desaparece.
Martín tenía su coartada, por supuesto.

-Pasá -Dijo el hondureño, manteniendo la puerta de la parte trasera del local abierta.
Martín asintió, pasando.
-¿Luis Ángel? ¿Qué haces? -Preguntó el boliviano con un par de papas fritas en la mano.
Los dos se quedaron helados.
El olor a hamburguesa y a frituras invadía el aire del silencio. Era asqueroso, Martín lo sabía y se repetía que estaba allí solo por “asuntos”. Eran asuntos, ¿No? Odiaba el puto café del lugar, pero necesitaba ser frecuente. Necesitaba una rutina.
-J... Julio...
-Lo que pasa es que recibí una llamada de mi ex, nada linda la cosa, así que necesitaba fumarme un pucho, y Ángel, que es mi amigo, me dejó salir por acá para que yo le hiciera compañía en su descanso... -Explicó Martín como si alguna de esas palabras fuera verdad.
Es verdad si lo crees.
-Ah... ¿Estás en tu descanso, Luis Ángel? Y yo aquí trabajando.... -Refunfuñó, aunque parecía más un puchero disimulado.
-S... sí, descansa si quieres, yo me pondré a trabajar enseguida, déjame hablar con un segundo con él, ¿Sí? -Habló rápido y nervioso.
-No, dejá. Yo me tomo un café y espero a que termine tu turno, total hoy trabajo más tarde...
-A....ah, ok...
Julio miró a su compañero con extrañeza, bastante confundido por su actitud. Cuando el rubio de cara bonita y expresión despreocupada fue a hacer la cola para pedir dicho café, se le acercó a castaño.
-¿Qué fue eso?
-¿Q... qué fue q-qué?
-Estás muy nervioso, ¿Quién es ese chico? -Insistió con curiosidad.
-Mmm… un amigo…
-Por tu reacción es un “amigo”, no un amigo...
-¿Qué? Oh, no. No, no, te estás equivocando -Sonríe, mas su sonrisa tiembla.
-Sí, claro... -Respondió bromeando maliciosamente antes de irse.

-Mi turno acaba de terminar -Fue lo único que dijo el chico, todavía con el uniforme de trabajo.
El rubio asintió, levantándose.
-Bueno, doy por sentado que me estás ayudando. Acordate que no te estoy obligando a nada. -El hondureño asintió. 
-Lo sé. Sólo... una cosa. ¿Puedo decirles a los demás que me gustas? No es cierto, pero ayuda a aparentar mi nerviosismo cuando hablo de ti.
-Claro. Tenés que aprender a mentir, eso ayudaría bastante... 
-Lo intentaré. -Su tono convencido relajó a Martín.
-Puedo ayudarte en lo que quieras, ya sabés. Y cualquier cosa, mi coartada es que me quedé fumando con vos en el descanso. Y todos estarán sorprendidos, porque nadie sabe que fumo. Entonces yo me hago el avergonzado, y pum, así de simple.
-Sí, por supuesto. ¿No sabían que Martín fumaba? Ah, dio'...
Martín vio en sus ojos lo que necesitaba. La devoción y admiración, mezclada con aquella atracción a la morbosidad a la que le había dado vueltas anteriormente, todo reflejado en aquella mirada pequeña y misteriosa. Su color avellana guardaba secretos, sus secretos. Ahora era su complice. Ese niño de apenas 17 años era todo lo que necesitaba por ahora.
-Tengo que ir a trabajar. Entonces, nos vemos.
-Adiós, que te vaya bien.

Manuel sostenía el té humeante en una mano  la otra la usaba para leer el informe preparado por el Artigas. Estaba aburrudo, hace horas que miraba el mismo papel sin hallar nada más que letras que cuanto más las releía, menos sentido tenían. Soltó los papeles en la mesa, soltando un suspiro quejoso.
-No hay nada nuevo -Criticó amablemente el chileno, dándole un sorbo al líquido oscuro y dulce de la taza.
-Sí, ya lo sé. Tampoco hubo nada nuevo en el caso, ¿No? Estamos donde empezamos. Una muerte más solo significa que estamos dejando perder más vidas.
-¿Y si...? Digo, si no podemos resolver esto... ¿Qué va a ocurrir cuando se le acabe la historia al asesino?
-¿A qué te referís? -El uruguayo bajó sus papeles para centrarse en la conversación. No iba a seguir tomando mate, ya estaba frío.
-El asesino nos está contando su forma de ver la historia de la humanidad con los dibujos en los cuerpos pero, ¿Qué va a pasar cuando llegue a la actualidad? ¿Nos va a contar el futuro? Eso... ¿Qué wea va a ocurrir cuando termine su historia?
-Bueno... -El rubio se acomodó los anteojos- primero, dios quiera que no pase. Ojalá lo atrapemos pronto. Pero de ser así... quizás pare... -Dijo sin confianza.
-Eso espero -Asintió Gonzales- pero sabes que es demasiado optimismo. Un asesino es un asesino. Encontrará su escusa pa' seguir matando. Una... nueva historia, probablemente.
-Mejor... me voy.
-¿Te llevo en mi auto?
El chileno negó con la cabeza, sin mirarlo.
-No, me iré caminando. Quiero tiempo para pensar.
-Nos vemos mañana -Fue la despedida de Sebastián antes de cerrar la puerta de su casa, despidiendose todavía perdido entre un mar de pensamientos, suposiciones, hipótesis, y qué hambre que tengo. Qué cansancio tenía.
Y mientras tanto, Manuel esperaba el ascensor. Se encontró con, ni más ni menos que Martín. Oh, el hermano de Sebastián. El chileno se puso nervioso, su vista volvía a ese par de luceros verdes que parecían brillar de júbilo en la oscuridad del pasillo apenas alumbrado.
-¿Hola…? -Saludó el rubio, reparando su sorpresa con una sonrisa amable.
-Hola -¿Por qué tanto nerviosismo? Lo irritaba. Se irritaba a él mismo. Es el sueño, se dijo. Es el sueño.
-¿Qué hacés vos acá? -Inquirió saliendo del ascensor- Que linda sorpresa verte de nuevo.
-¿Eh? N-no, yo vine a trabajar con tu hermano.
-¿Querés... venir a tomar un mate a mi casa? -Preguntó lentamente, indeciso.
-Bueno... aunque acabo de beber té en la casa de Sebastián, te voy a decir que sí -Se tomó la libertad de sonreírle.
-Perfecto.
El chileno lo siguió e inspeccionó el departamento de Martín desde adentro. Era chico, bonito, pero estaba bastante descuidado. Pero... le gustaba la decoración. Cuadros hermosos, donde no reconocía al artista, aunque eso era lo de menos. Le daban luminosidad a las paredes blancas y aburridas, le ofrecían vida, alegría. La mayoría de los cuadros eran abstractos, pero había varios. Y un par de fotos a lo lejos. Y cosas tiradas.
-No paso mucho tiempo en casa por el trabajo, así que disculpá el desorden. Perdón... -Martín dejó las cosas en el sillón, invitando al menor a sentarse en una de las sillas de la mesa pequeña que había en un costado de la habitación.
-No hay problema.
Sin embargo, sí. Había muchas cosas desparramadas por ahí, pero nada relacionado con su trabajo. En mayoría se trataba de de ropa o basura desperdigada por el cuarto que logró ver de reojo, ya que se quedaron en la cocina, más limpia, con una mesa que tenía varias facturas a pagar.
-¿Mate, café o té?
-Humm... no, gracias, te dije que acabo de beber en casa de tu hermano.
-Ah, sí. Cualquier cosa que quieras, pedime. -Le guiñó un ojo y se dio la vuelta, preparándose lo que pensaba merendar tardíamente.- ¿Mi hermano y vos son muy amigos?
-No... pero solemos juntarnos a trabajar. Dos cabezas piensan mejor que una.
-Los cerebros.
-¿Eh?
-Que piensan los cerebros, no la cabeza. Bueno, ya entendí el punto, ¿Qué haría yo sin mis asistentes? -Bromeó, de buen humor.
Manuel sonrió, esta vez de verdad. La charla sin contenido, hablando de cosas normales, rozando lo corriente, le calmó esa molestia que sentía consigo mismo y esa presión de su vida por culpa del caso a resolver. La conversación siguió durante lo que se les fue el tiempo, Martín tomando mate y Manuel masticando una galletita de vez en cuando.
-Ay, ya es tarde -Se quejó el castaño sin ninguna tristeza en su voz. Si fuera por él, sería un gusto quedarse hablando tan entretenidamente como hasta ahora con el argentino.
-¿Ya te vas?...
-No lo sé. Debería...
El silencio reinó en el cuarto, bañando con incomodidad el aire que los rodeaba.
-Y si yo... te pidiera que no te vayas... ¿Te irías igual? -Soltó de repente Martín, inclinándose para acercar su rostro de inocente expresión.
-E-eh... quizá pueda quedarme un rato más.., -Aceptó, totalmente bajo el hechizo del rubio.
-¿Podrías? No quiero causar problemas...
¿Era cosa de Manuel o Martín se estaba acercando cada vez más a él?
No, así era, ya que cuando el chileno se inclinó hacia adelante hiperventilando, anhelando que sus labios tocaran los de Martín, él rompió esa corta distancia.
No fue más que un simple contacto de labios, suave y tierno. Sin embargo, Manuel se alejó al instante.
Había algo amargo entre toda esa inmensa dulzura, algo que estaba mal aunque realmente quisiera besarlo. No tenía ni la menor idea de lo que era, ¿La moral? ¿Otra vez el sueño? ¿El puto sueño? ¿Por qué ya no podía disfrutar de nada?
-Ah, p-perdón -Empezó a balbucear cuando su celular vibró con energía, emitiendo sonoros y ruidosos ritmos. Le dio la sensación de que llevaba sonando más tiempo.
¿Por qué tenía un ringstone tan idiota? Uno no se da cuenta de ese tipo de detalles hasta que lo hacen pasar vergüenza.
Fingiendo que eso no le importaba, contestó enseguida, para escapar del momento.
Pero Manuel estaba pensando ahora en otra cosa. Había algo en él que le parecía intrigante, algo que iba más allá de su físico y el empalagoso tono que utilizaba para hablarle, un sexto sentido que le gritaba que debía tender una escusa y volver otro día. Ese beso había sido extraño. Pero eso no le impedía perderse ahora en la idea de sus labios, los cuales miraba fíjamente cuando hablaba.
-¿H-ola?
-Manuel, ven AHORA . Hubo otra muerte. –La voz demandante tenía acento inglés. La reconoció casi instintivamente.
-¿Si? ¿A estas horas de la tarde? -Preguntó todavía con la cabeza volando, alarmándose.
-Sí, ven ahora mismo.
Idas y vueltas, gritos y órdenes de personal desesperado se alcanzaron a oír a través del auricular del teléfono antes de que Arthur cortara.
-Me tengo que ir -Avisó Manuel, entristecido.
-Trabajo es trabajo. ¿Pasó algo?
-Otra muerte. Después...
-Sí, después volvé. Cuando quieras. -Le confirmó el argentino.
Manuel salió corriendo se metió en el ascensor, sin saber si la llamada sólo fue su ocurrente salvación o había arruinado el comienzo de un romance color de rosa.
Pues bien, eso habría que averiguarlo después. Ahora, el caso.

Tocó la puerta con una mezcla inmanejable de sentimientos. Sí, no eran horas de llegar de visita, pero esta vez no iba sólo con sus ganas de verlo.
Martín le abrió la puerta y lo recibió con una sonrisa.
-Eris sospechoso -fue lo primero que salió de su boca. Se le escapó, de improvisto, antes que el hola que tal. No lo pudo evitar.
El otro pestañeó, confundido, perdiendo la mueca dulce y reemplazándola por una máscara fría.
-¿Cómo?
-Que eris sospechoso. El jefe de la investigación te ha puesto a ti como sospechoso por tu relación con la víctima y tu oficio.
-Esperá, ¿Qué víctima? ¿A quién mataron?
Manuel se guardó la sorpresa para sí mismo. No podía ponerse en evidencia, ya que él mismo comenzaba a sospechar de él, de su cambio al decirle esas palabras. 
-A Daniel de Irala. Era tu primo lejano, ¿No?
Martín palideció ante los ojos de Manuel, quien de pronto, tuvo la impresión de que él no había sido. La manera en que los ojos del argentino brillaron de lágrimas no eran acordes en un asesino, para nada. No al de un psicópata. De repente se sintió mal de haberle soltado todo tan de repente. Las personas normales no procesaban la muerte como cosa de todos los días, se le olvidaba ser cuidadoso en ese sentido.
-Lo siento -Intentó disculparse, meramente por formalidad.
-N-no... wow... esperame, no puedo, tengo... -Tomó aire, sus ojos desenfocados. Las lágrimas no cayeron en ningún momento de sus ojos.- ...que sentarme -Auriculó, buscando una silla.
Manuel terminó consolando a Martín. Él no paraba de repetir que podía haberlo salvado, puesto a que era el único que sabía sobre la corrupción que estaba cometiendo. El chileno le decía que no, que todos eran corruptos, que pudo haber sido cualquiera. Pero Martín no hacía caso. Martín se tapaba la cara y juraba maldiciones, entre lo que parecían ser gimoteos, Manuel se lamentaba por dentro por no saber decir palabras de aliento para cuando los demás lo necesitaban.
Nunca había entendido a la muerte ni el propósito de esta, el sentido indiscriminado con el que actuaba. Manuel se preguntó por qué existía, si todo tiene un final, ¿Por qué tiene que ser definitivo? ¿Por qué tan cruel? ¿Por se lleva a las personas que necesitan otros? ¿A madres a quienes sus hijos los esperan en sus casas? ¿A padres que trabajan duro para llevarle todos los días alimento a su familia? ¿A abuelos que deben enseñar y malcriar a sus nietos? Y si la muerte era tan cruel, ¿Por qué había asesinos que contribuían a su ya horrible labor? No lo entendía, jamás entendería la mente de un asesino. ¿Por qué la muerte natural no los mataba a ellos? Bueno, conocido dicho es que yerba mala nunca muere.
Al rato, Martín pidió perdón. Le preguntó si quería un remís o algo. Manuel asintió y le pidió pasar al baño antes de marcharse, esperando a que llamara al auto.
Seguía pensativo, por lo que se lavó la cara como si el agua pudiera sacarle las neuronas para dejarle, de una maldita vez por todas, la mente en blanco. Eso nunca ocurriría. Vagamente se preguntó, entre las miles de interrogantes que se hacía constantemente, quién había sido su antepasado. Qué cosas malas había echo para que Manuel pagara todo con su mente. Su cerebro que jamás se detenía, su maldición, su perdición, no lo sabía...
Lo vio reflejado en el espejo, en las grandes ojeras que rodeaban los ojos que alguna vez habían sido hermosos, llenos de energía y entusiasmo por el estudio. Habían. Ahora no era más que el ojo y su iris de color apagado.
Hubo un segundo, donde lo consiguió. Se quedó en nada mirando su rostro, sin pensar en nada. Luego, su cabeza lo traicionó y volvió a maquinar tan rápido como comenzó a latirle el corazón.
Había una cosa que siempre había mantenido la chispa en Manuel Gonzales. Eso que siempre le sacaba el niño interior que él creía que había muerto hace años, una cosa que guiaba la vida sin que ni siquiera se diera cuenta.
La curiosidad.
La curiosidad, que ahora mismo lo obligaba a mantener la vista fija en algo negro dentro de la bañera. Corrió la cortina, encontrando un maletín con tenía un candado, y por qué diablos había un maletín con un candado en el baño. Sin pensarlo, se puso a juguetear con el candado entre sus dedos, preguntándose si la llave podría abrirse como en las películas, con una hebilla de mujer o un alfiler. Supo que no, que eran tonterías.
Si el maletín estaba ahí, entonces la llave también lo estaría. O no. Quizá la tenía Martín.
Como no había lugar dónde ocultar una llave en este baño, salió. Abrió la puerta en completo silencio, oyendo que el rubio hablaba por teléfono, seguramente pidiéndole el remís. Tenía poco tiempo antes de que cortara la llamada. La habitación estaba al lado y se detuvo en el umbral.
¿Vas a sucumbir de nuevo a la curiosidad? ¿O vas a dejar que te consuma hasta que te deshagas? No sabía, no tenía idea de qué hacer. Su mirada dio vueltas por el cuarto y las ansias de abrir ese maletín eran cada vez más grandes. No le bastaría con preguntarle a Martín que había, Manuel tenía que ver todo con sus propios ojos.
Entró a la habitación sin pensarlo, buscando la llave. Rebuscó rápidamente, si Martín lo encontraba no sabría como explicar lo que estaba haciendo. Maldita curiosidad insana.
No había rastro de la llave a simple vista, pero no se animaba a buscar en los cajones. No le hizo falta. Algo hizo crack y Manuel se dio vuelta violentamente, asustado. Martin no estaba en la puerta. El murmullo de su conversación seguía en la cocina.
¿Qué había sido eso?
Suspiró, intentando tranquilizarse, pero cuando intentó seguir adelante, volvió a escuchar el sonido. Levantó el pie y lo volvió a apoyar. El sonido venía de la madera.
La levantó con cuidado y dificultad, hallallando la llave.
¿Qué mierda tenía el maletín para esconder la llave debajo del suelo?
Su interés se hacía cada vez más grande. Volvió a acomodar la madera y huyó al baño, cerrando la puerta tras de sí y arrodillándose frente a la bañera: abrió el candado.
Su decepción fue enorme. Sólo eran las herramientas de trabajo de Martín, un bisturí, paños y algunos productos de limpieza especializados en su doctrina. Cosas de médico. Sin embargo, algo seguía dándole vueltas en la cabeza. ¿Por qué guardarlo así? ¿Por qué ocultarlo de esa manera...?
Sí, se estaba negando. Negando a creerle a la voz que le gritaba “¡Es él! ¡Es él el asesino!”.
-La curiosidad mató al gato, ¿Sabías?
Manuel pegó un respingo y la llave se le escapó de la mano, cayendo estrepitosamente en la bañadera. Se giró lentamente, sintiendo una mezcla de nerviosismo y miedo que lo volvía loco por dentro. Le sudaban las manos y su corazón latía como si hubiera corrido una maratón en tan solo un minuto.
Se quedó callado, atento a esos ojos verdes que lo observaban como si fueran de alguien ajeno a Martín. Las esmeraldas cautivadoras ya no estaban allí; parecían reemplazadas por el frío metálico de un diamante teñido en sangre verde, brillante, misteriosa... y aterradora. Y tan encantadora como su sonrisa.
-L-lo siento.
Manuel lo sentía de verdad. Si no hubiera sido por el irremediable deseo de meterse en lo que no le incumbe para saciar sus ansias de lo oculto, no se encontraría en esta maldita posición. Rápidamente, comenzó a ver las alternativas que tenía para huir de allí. Ansiaba más que nada volver a su casa, tomar una taza de té de limón y mirar la televisión hasta que le pudriera el cerebro y olvidara lo que ocurrió. Ojalá pudiera pudrir su cerebro, pero era lo más valioso que poseía.
Un escalofrío lo recorrió, entonces a no entendía lo que estaba sucediendo. Se sentía como un gato a quien le habían cortado la cola y limado las uñas, desorientado y sin ningún arma.
¿Nungún arma?
Ah, claro, que tonto era a veces.
Agarró el bisturí de atrás suyo. Solo lo usaría para escapar. Tomar el primer teléfono y llamar a sus compañeros. Quizá Sebastián estuviera en su casa, entonces podría ayudarlo.
La risa de Martín lo sorprendió.
-No te preocupes, no mato gatos, los cuido. Y me gustan los gatos curiosos. Pero no puedo tenerlos acá, es cruel mantenerlos en el edificio. -Se encogió de hombros y volvió a dirigir la mirada a él- ¿Por qué no bajas eso? Es caro.
Manuel no reaccionó. Frunció el ceño, pero no cambió de posición.
-¿En serio creíste que soy el asesino?
-Acaban de matarte a tu primo. Una persona así no está riendo a los cinco minutos de saber que murió. Y la llave estaba escondida. ¿Por qué esconderías la llave debajo de la madera del piso si son solo cosas de trabajo?
Martín dejó de sonreír. Se volvió a encoger de hombros.
-Sos igual que mi hermano. Todo tiene que tener gran explicación. Bueno, si querés saber, ya sabía lo de la muerte de mi primo. -Sacó el celular, tecleando rápidamente- El asesino me manda las víctimas. Simplemente no quería ser testigo ni meterme en nada, por eso no dije nada. Me da igual. No creí que iría a afectarme. Pero sigo sin querer meterme en esto... Y lo del maletín es porque le cambié el candado. Antes tenía uno que necesitaba una combinación de números, pero lo cambié por el de la caja fuerte porque era más seguro. Le puse el candado ahí por los rumores de robo en el trabajo. ¿Tenés idea de lo que sale un bisturí de diamante? Dios, que quisquillosos son los investigadores. Y bueno, la llave de ahí debería ser la de la caja fuerte, pero se me olvidó que le cambié el candado.
Manuel bajó el “arma”, soltando un suspiro. Claro, el nuevo, el estúpido, el apresurado... se sentía idiota, por lo que volvió a guardar el bisturí y se apresuró a salir por la puerta, cabizbajo.
Al pasar por al lado de Martín, lo escuchó decir:
-Es imprescindible desconfiar de absolutamente todo. Lástima que sos tan inocente.
Manuel sintió una aguja clavarse en su brazo y, viendo todo borroso, olvidó lo que era la vida durante unos instantes.

Notas finales:

*Nota: El bisturí de diamante no está hecho de diamante sino de metal, se llama así por el tipo de bisturí no por el material.


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