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Claroscuro por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Wow ya voy subiendo el tercer capitulo, es todo un logro para mi porque por lo general me demoro mas en actualizar, por falta de ideas, o estas se me cruzan con las ke son para otros fics.

Bueno, ignoren eso, no importan mis estupidos dramas XD, espero ke les agrade, porque le puse mucha dedicacion a este capi que de nuevo me quedo increiblemente largo. 

     -Ten. -Dijo la castaña repentinamente, lanzándole al rostro lo que le pareció que eran unas fotografías, las cuáles hubo antes sacado de su bolso. -¿Qué te parece?, he descubierto él Gran secreto que tanto me escondías.


El albino parpadeó y arrugó su frente nívea, con mediano desconcierto. Aunque éste no era tanto, ya que le rondaba una ligera idea sobre de que podría ir esto. Viró la vista hacia el suelo pulido y se acuclilló. Y en efecto, era lo que temió que pudiera ser. -¿Desde cuando lo sabes? -Inquirió en voz baja, tomando una de las fotos, cuya imagen le delataba besándose con Kougami, cosa usual pero secreta hasta ese momento. -Dime, ¿las tomaste tú misma o le pagaste a alguien para que me siguiera? -Preguntó serio, pero no sin un leve matiz de mordacidad.


-¿Y eso qué importa? -Espetó indignada. No esperó a que le replicase nada y continuó. -¿Cómo pudiste hacerme algo así?, ¡y con Kougami!, ¿ya olvidaste que él es mi ex?. -Le gritoneó. -¿Te das cuenta de lo retorcido que es eso?, si yo lo dejé por ti... ¡ y ahora tú me traicionas precisamente con él!


Se puso de pie en silencio absoluto y la miró con semblante calmo, a pesar de la tensión que les rodeaba. Sabía que la reacción de ella era natural y esperable, por ello la soportaría sin proferir ni medio alegato, respetando su derecho a desahogarse. Sin embargo, incluso cuando contemplaba su cara trastocada por la rabia y el dolor, no lograba concebir un genuino arrepentimiento hacia sus actos. Sólo podía sentir culpa por su sufrimiento, el que nunca tuvo intención de provocar, pero no por haberse involucrado íntimamente con Shinya. Y menos ahora, que recientemente había averiguado que por él sentía algo más que la ya bien conocida y habitual atracción. Aunque evidentemente no podía decirle eso a su destrozada novia. Y muchísimo menos al receptor de sus sentimientos.


-No inventaré excusas para eludir mi responsabilidad en esto, pero tampoco voy a mentirte diciéndote lo que no siento. -Dijo clara y fríamente, casi cómo sí fuese algo totalmente ajeno a él.


-¿Y eso que se supone que significa?, ¿Ni siquiera vas a pedirme perdón? -Contuvo las lágrimas que no hacían más que arder. Se dijo que de ningún modo posible lloraría en su presencia. No se humillaría gratuitamente por alguien a quién le daba igual lo que sintiera. -¡Eres de lo peor!


-Te pido perdón, sí, por hacerte daño; pero no me disculparé por lo demás. Si lo hiciera no estaría siendo sincero contigo ni conmigo mismo. -No tenía ya ninguna razón para continuar mintiéndole, y hacerlo sería un despropósito y una falta más para con ella. Sí, otra más para sumarse a la interminable lista de embustes de su agonizante relación. Al menos pudo saborear el alivio inigualable de saberse libre finalmente de aquella cruz. -Puedes llamarlo retorcido, o cómo mejor te plazca hacerlo, pero no puedo decir que fuera ningún error. Sé que esto te sonará terriblemente cruel, pero así cómo no me arrepiento de haberte amado a ti, a pesar de que estabas casada, tampoco podría arrepentirme de haberlo conocido e involucrado con él.


Akane apretó los dientes, sin poder creer lo que oía. Realmente nunca pudo imaginar tan abominable descaro. Alzo su diestra y le abofeteó la mejilla izquierda, con todas las fuerzas que pudo reunir y concentrar en su pequeña mano.


-Jamás voy a perdonarles esto. -Siseó con fría cólera controlada en su mayoría. -Ni a ti ni a él. Y lo nuestro se acaba ahora, por supuesto. Vete. Nunca más quiero verte ni saber de ti.


-Así será entonces. -Masculló entre dientes, enderezándo el rostro. Uff, para ser tan pequeña y delgada, su cachetazo en verdad le dolió. Pudo sentir el peso titánico de su despecho y de su dolor en aquel único y sonoro golpe.


Suspiró sin darse cuenta y estiró los hombros. Fué a por sus cosas a la habitación que compartió con ella hasta ese mismo día, dejando olvidado en el piso el desatre de imágenes que le incriminaba. No le llevó demasiado tiempo empacar sus posesiones en un par de maletas;  porque a pesar de lo que pareciera, no llevaban tanto tiempo compartiendo la misma vivienda; por lo que el resto de sus cosas todavía seguían estando en su antiguo departamento al que ahora habría de regresar. Tal vez nunca debió de salir de él en primer lugar, reflexionó con cierto deje de malestar.


-No creo que te convenga ilusionarte demasiado con Kougami. -Dijo Akane desde un sillón cercano a una ventana, secando sus ojos avellana con un pañuelo de papel, cuando Makishima salió a la sala e iba rumbo a la puerta. -Que lástima por ti, porque incluso aunque de verdad te hayas enamorado de él, podría apostar a que sólo se metió contigo para lastimarme. Y en cambio no me extrañaría para nada que él en realidad te desprecie y ahora te abandone, en cuánto se entere de que ya no tienes nada que ver conmigo.


-Lo que será, será. Y eso a ti no te incumbe. -Replicó secamente, abriendo la puerta. -Adiós, Tsunemori Akane. Te deseo que tengas una buena vida.


Cerró la puerta tras de sí con un pequeño portazo gélido y definitivo, que estremeció su alma con lúgubre desasosiego. Dentro del lugar, Akane chilló y arrojó un cenicero de vidrio en contra de la puerta cerrada.


¤•:.::•.•::.:•¤


Bien. De manera en que todo volvía a ser como al principio, eso al menos para el albino. Vivía nuevamente solo, mantenía una relación tachada de prohibida con alguien, y gracias a eso se había hecho acreedor del rencor más profundo e inmutable de una tercera persona, la que seguramente deseaba sacarle los ojos de las cuencas en ese preciso momento, como podía jugar a adivinar sin equivocarse.


Si. Todo en su vida retornaba a sus raíces, aunque los papeles de los demás en ella habían sido invertidos drástica y muy notoriamente. Exceptuando el suyo, claro. Seguía encarnado a la estúpida manzana de la discordia, que trae fatalidad y rompe lazos entre quienes le rodean, y todo aún sin proponérselo. Hubo un tiempo en que creyó estar seguro de haberse aclimatado a ese rol, y lo aceptaba con sus pros y sus contras, pero ahora solamente deseaba quitarse ese vil estigma de encima. Porque ostentarlo le impedía obtener lo que quería, o mejor dicho, a quién quería.


Movió la cabeza y cerró el libro que leía y mantenía en su regazo. Sufría de una terrible jaqueca que le imposibilitaba la concentración requerida para una lectura fluida, y el efecto del analgésico que antes ingirió, o bien aún no le invadía , o lo había tomado ya demasiado tarde cómo para que pudiese hacerle ningún bien. Se resignó a la más probable y realista segunda alternativa. Quizás lo más recomendable fuese intentar dormir un rato. No obstante, cesar el flujo de sus pensamientos a voluntad era algo que no podía hacer. Sobretodo los referentes a Kougami y a las "afables y bienintencionado palabras" que Akane le dedicó en señal de despedida cuando se fué.


Pudiera ser que ella tuviese razón. Le recordaba una voz insidiosa dentro de su mente. Si le dijeras lo que sientes por él, no dudaría en rechazarte y en cortar todo vínculo contigo.


Temía que así sucediera. Eso lentamente, a paso de tortura, había ido transformándose en su más grande miedo. Y reconocerlo ofendía en parte a su orgullo y le conmocionaba estrepitosamente. ¿Cuando habría podido figurarse que aquello que empezó cómo no más que un juego libertino de atracción, terminaría ahora quitándole el frágil sueño de la preocupación, además de  abarcar sus anhelos e involuntarios sentimientos más recónditos?, probablemente nunca, y he ahí su error garrafal.


Se salió de sus cálculos y primeras intenciones. Aunque incluso así todo el asunto no dejaba de brillar con fascinante irisdiscencia desde una perspectiva más amplia y menos obcecada que la suya; ya que al estár tan implicado en ello, no podía ser completamente ecuánime al respecto.


Y por ende continuaba sin determinar cuál podría ser la decisión correcta a tomar ahora, bajo sus nuevas circunstancias. Porque no podría seguir con Shinya sin que éste eventualmente se enterase de que ya no estaba más con Tsunemori, y que por lo mismo, quedaba inválido el acuerdo inicial entre los dos de seguir juntos hasta que le diera a ella el divorcio. Es decir, que ya sólo perduraría la condición de: "Hasta que uno de los dos se canse del otro".


Y eso seguramente pasaría, si. Irremediablemente. Después de todo, ¿Por qué él tendría algún interés en continuar con lo que tenían?, si se le presentaba la oportunidad única de desentenderse de él y de paso, de devolverle la jugada por haberle quitado a Tsunemori, ¿Por qué no la tomaría?, Nada le impediría hacerlo y ni siquiera lo culparía por eso. Y entonces cualquier resquicio de esperanza sin asidero verdadero que pudiese cobijar regresaría a la nada, justo cómo su consciencia venía advirtiéndole desde hace rato que ocurriría.


Hizo una mueca al adentrarse en estos tormentosos pensamientos. Cómo las cosas se veían, ya no había vuelta atrás ni cambio posible que pudiese hacer y que le resultase beneficioso. Todo estaba cayendo por su propio peso y esto era lo que merecía, si es no que más. Y podía intuir que el saberlo no le evitaría la aflicción que de seguro le esperaría en la otra esquina.


Al siguiente día vería a Shinya, y le revelaría entonces una de sus dos verdades, y recibiría el fin, de acontecerle éste. No se martirizaría más hasta entonces, cuando todo hubiese concluido, ya fuera de buena o de mala forma.


¤•:.::•.•::.:•¤


Esa era una noche fría, más de lo común en esa época del año. El viento susurraba historias y secretos ininteligibles contra las olvidadas cortinas sin cerrar y la creciente luna se mantenía resguardada tras el alero de nubarrones, rehusándose ser testigo de los acontecimientos que pronto tendrían lugar. Esa podría ser su última velada juntos. Maldita sea. Pensar eso no le provocó otra cosa más que un nudo en estómago y añadió una cuota de tensión innecesaria a su ya intranquilo estado ánimico. Alejó esas ideas de inmediato. Ninguna duda podía existir ya en su resolución perfecta; se había dedicado especialmente a erradicar cada una de ellas de su sistema. Así que estaba listo. Debía estarlo.


Sus labios juntos se movieron imperceptiblemente, sin que llegar a abrirse. El té en la taza que tenía entre las manos tembló, pero no salió de su ensimismamiento.


-¿Todo bien? -Inquirió el pelinegro, que sin que se éste se diese cuenta, no le quitaba los ojos de encima desde hace ya un rato.


Dio un leve respingo involuntario y desvío la vista de la ventana y sus alrededores. En el instante en que su mirada se posó sobre Kougami, su expresión dubitativa mutó automáticamente. Insinuó una sonrisa socarrona.


-¿Por qué no lo estaría?


-No lo sé, pero desde que llegaste no has dejado de mirar hacia la nada. Da la sensación de cómo si estuvieses a kilómetros de aquí. -Respondió encogiéndose de hombros.


-Sólo me distraje un poco. -Dejó la taza sobre la mesa de centro. Se levantó de su asiento frente a él  y se le aproximó. Sin necesidad de pedir permiso, se sentó en su regazo, con sus largas piernas a cada lado de su cuerpo. - Y si te disgusta deberías de hacer algo para atraer mi interés. -Susurró con voz de suave terciopelo cerca de su oído. Delineó su cálido cuello con su lengua rosácea , antes de alejarse y mirarlo con una invitación impresa en sus ojos ámbar. Aunque ya había dado el primer paso, las palabras que realmente quería decir seguían sin estar dispuestas a salir de entre sus labios. Una renuncia dentro de lo esperado.


Kougami no perdió el tiempo y rodeó su cintura, deslizando poco a poco sus manos hacia sus caderas. Lo atrajó más hacia sí, y seguro estuvo de percibir en él un débil estremecimiento.


Algo seguía revoloteando allí, cómo una alarma insonora que buscaba llamar su atención y advertirle acerca de algo que desconocía. Pero hizo caso omiso e ignoró su intuición, que por lo demás, muy rara vez fallaba. Más tarde o más temprano acabaría lamentándose por ello, pero ahora, mientras el libido resurgía de sus rojizas cenizas y volvía a encenderse; la cordura era mellada y amordaza más rápido que nada.


-Para lo que no se necesita mucho esfuerzo realmente. -Contraatacó muy cerca de su apetecible boca. -Sino, no seguirías viniendo aquí, ¿no?


-Error. Eso y -Le dejó un fugaz beso. -Esto, son dos cosas distintas.


-¿En verdad? -Le miró interrogante. -¿Y cuál es la gran diferencia, si se puede saber?


Makishima solamente sonrió y cerró los ojos momentáneamente con un ápice de tristeza. Cada segundo insignificante le equivalía a mil sempiternos años. De ese modo todo quedaría esculpido meticulosamente en la película de su memoria, no dejando ni el más mínimo detalle sin en ella plasmar. No consentiría lo contrario. Porque nada valía menos y ningún beso sabía menos dulce. Por ello se detuvo antes de cruzar el umbral. No pudo romper aún aquella fantasía tangible e irreal. Hacerlo tan pronto y fríamente sería el más cruel pecado que pudiese cometer.


Lo postergaría un poco más. Sólo un poco más.


-Quizás después te lo diga. Más tarde, antes de que me vaya. -Dijo imprimiendo aúreas notas de pasión a cada sílaba. Fué el preludio del ósculo que se dio a continuación. Y en consecuencia, sus remordimientos se disolvieron en la bruma que le invadió como gas venenoso. Anestesió su consciencia mientras Kougami proseguía internándose en su boca sumisa e invitadora, y su lengua sólo detuvo a la suya cuando se vio obligado a respirar. Inhaló profundamente, embriagándose de su aliento y luego retomaron lo pausado. El azabache acariciaba sus muslos y su trasero con implícita ansia, enviándole sutiles ondulaciones de calor que bailaban gracílmente por su piel aún cubierta por la estorbosa ropa. Ojalá y ésta simplemente se deshaciera como papel fino al sumergirse en agua.


Suspiró con suma pesadez cuando su boca por fin estuvo libre después de un rato de besos ininterrumpidos, y su clavícula expuesta fué entonces reclamada por la hambrienta boca de su amante. Dejó salir el aire restante en su pulmones en un gemido profundo y liberador, despidiéndose de la realidad. Movió sus caderas hacia adelante y hacia atrás, frotando insinuantemente sus asentaderas contra su dura hombría despierta.


Por esa noche quería poseer el control; hacerlo todo y no dejar ningún cabo suelto que luego pudiese evocar con amargura y desconsuelo.


Su mano se dirigió a la entrepierna contraria y palpó lo que se se alzaba allí bajo el negro pantalón. Simultáneamente intercambiaron una mirada complice de lascivia, y en tácita elección, el albino se bajó de sus piernas y se arrodilló entre ellas en el suelo. Un puñado de mariposas se agolpó en su vientre por pura excitación cuando sus dedos desabrocharon el cinturón y se dispusieron a bajar el cierre de metal. El tic tac del reloj se congeló irrevocablemente en ese instante.


Tomó su órgano viril sin escatimar en vergüenza o decoro. Tales conceptos carecían de significado en esos momentos. Sus dedos estimularon la base mientras sus labios abarcaban la punta. Su ardiente lengua baño el glande con fruición, y su boca le dedicó a éste intercaladas succiones.


Inclinó el rostro y apoyó la mano derecha sobre su cabeza. Enredó los dedos entre los cabellos de prístino blanco y le empujó, queriéndole hacer ir más deprisa y abarcar más. Makishima elevó la vista sin pausar sus movimientos y sus ojos nuevamente coincidieron. Si tan solamente con aquello fuese capaz de expresarle la infinidad de cosas que sentía y que pensaba en abstracto, su alma podría ser liberada del flagelo de la resignación indeseada; ya que sin importar cuáles fueran las palabras que pudiese hallar y elegir, éstas nunca serían suficientes para transmitir lo que ni el mismo terminaba por asimilar. El lenguaje resultaba ser demasiado prosaico y mundano para éste fín.


Rápidamente ahogó éstos pensamientos, conscientemente, pues no iba a deprimirse aún. No eran ni de lejos el momento o el lugar propicios para la autocompasión. Sofocado cómo estaba por el calor, no haría más que continuar. Sí después de todo, las acciones demuestran y valen más que cualquier palabra irresoluta.


De manera en que con la usual confianza que le caracterizaba, recorrió con su lengua la extensa longitud del falo, en ritual previo a la introducción de éste en su húmeda cavidad. Su propio miembro, atrapado en sus pantalones, latía dolorosamente a causa de ello. Juntó las piernas y se estremeció largamente, sin dejar de succionar con ahínco aquello caliente y enorme entre sus manos temblorosas. Una sinfonía de impúdicos y húmedos sonidos hacían eco en su garganta, y la presión sobre su cabeza se incrementó. Sus orbes se cerraron despacio. Podría asegurar que le sintió endurecerse todavía más entre su lengua y paladar. Y no se equivocaría.


Elevó la pelvis, buscando penetrar más profundamente aquella boca que le regalaba sus atenciones. Esa lozana sumisión, que el albino entre sus piernas portaba en su cuerpo cuál exquisita filigrana, le enloquecía. Quería tocarle, y verle deshacerse en suspiros y demases en el proceso de llevarlo a la cima del éxtasis. Sus pensamientos oscilaban en un sin fín de ideas símiles a ésta, mientras su respiración se volvía pesada. Pero su mirada llena de aquel fulgor plateado no se apartó del de cabellos claros en ningún momento, hasta que, finalmente y cómo debía suceder, el placentero cúlmine y se liberó en la cálida boca de éste.


Shougo apoyó la mano izquierda en la parte interior del muslo del moreno y se echó hacia atrás, intentando recuperar la respiración perdida y de paso no ahogarse con el semen caliente que no terminaba de tragar aún y descendía por sus labios carmesíes. Llevó su otra mano a su entrepierna y se frotó, intentando aplacar en lo posible a su erección, que clamaba por atención a gritos.


Sin embargo antes de que se diese cuenta, Shinya lo levantaba por los hombros, haciéndole detenerse y ponerse en pie junto con él. Besó sus labios, y limpió los rastros blanquecinos que había en ellos delineando suavemente el contorno de éstos con su lengua. Makishima abrió los ojos y le abrazó, apoyándose en él. Su ansia fué mermada temporalmente con aquel delicado contacto y pronto sus párpados volvieron a ceder ante él.


Perdió la noción del tiempo. Bien podrían no haber sido más de cinco minutos, o inclusive una hora entera sin que pudiese percibir la diferencia. Sólo podía sentir su boca acariciando a la suya en una cadencia similar a los latidos de un corazón. Notó que se movían, pero sólo  se dejó ir, confiando en él y en sus instintos propios. El suelo que pisaban se desdibujaba y diluía tras sus pasos. El mundo guardaba silencio, respetando sus respiraciones enlazadas en una concesión temporal de un paraíso terrenal.


El rumor de las sábanas al crujir bajo el peso de ambos y la semi oscuridad del cuarto le regresó a la realidad. Ya sobre la cama se apresuraron en liberarse de sus ropas, y el albino emitió un nuevo gemido contra el cuello de Kougami cuando éste apresó a su erecta virilidad y comenzó a masturbarle. Sentado sobre él como otra vez estaba, tuvo que alzar sus caderas para que el pelinegro le penetrara, con sus dígitos en primera instancia. Echó hacia atrás la cabeza, agitando en delicada cascada sus hebras de plata cuando el estallido de placer, reverso a la ligera incomodidad de tener sus dedos dentro le consumió. Y antes de que se recuperara, ya desgastaban sus labios de nuevo entre besos y mordidas compartidas, y sus palmas apretujaban la piel de la bien torneada espalda, más tostada que la suya, que en comparación era casi traslúcida.


No había estado equivocado al optar concienzudamente por posponer las palabras hasta el final, sino de lo contrario quizás nada de eso estaría sucediendo. Era mil veces preferible un adiós con despedida que uno sin ella, y más aún si dicha despedida se trataba de una como ésta.


-Ahh... -No dudó cuando fué su turno, y apoyando sus rodillas sobre el colchón, volvió a elevar sus caderas, esta vez más que antes. Descendió, sentándose en él y la penetración fué certera. Entró de lleno hasta lo más profundo de su ser, arrebatándole el poco aliento que aún conservaba. Y su espalda tembló sobrecogedoramente, obligándole a soltar unos cuántos gemidos lastimosos.


Kougami recogió con la punta de su lengua las lágrimas que perlaron aquel rostro tras caer de los luceros de oro, y le besó también uno de sus pómulos atiborrados de bello carmín. Exhaló el aliento contra su oido y también mordió el blanco lóbulo de la correspondiente oreja antes de lamerlo.


 Gimió roncamente. La presión de la cavidad alrededor de su miembro era delirante. Una delicia carnal que debilitaba progresivamente su cordura y raciocinio. Y por lo mismo, predominaba el inherente deseo de continuar.


A punto estaba de consultarle si ya se encontraba bien para comenzar, cuando Makishima le quitó las palabras de la boca con un ósculo intempestivo, y acomodó sus brazos en torno a su cuello. Correspondió aquella nueva y súbita llamarada pasional, y surcó la piel nívea de su pecho con oleadas de caricias. El albino le empujó de espaldas.


Compartieron un hilo delgado y trasparente cuando sus bocas terminaron por separarse, el cuál se rompió cuando Shougo se enderezó y se apoyó sobre el perfectamente marcado torso del moreno. Se sentía tan estúpidamente bien, que apenas sí fué consciente de cuando empezó a moverse sobre su bien dotada hombría en un irreverente y profundo compás, cómo guiándose por una melodía que sólo repiqueteaba dentro de su cabeza.


-Ahh... Mmm... Kougami. -Su voz salía sin ningúna contención. Fresca y llana libertad derrochadora de placer inextingible. O al menos hasta que terminaran y la efímera felicidad se esfumara de su pecho cómo el arcoiris posterior a una tormenta.


¡No! Eso era lo último en que debía pensar, porque de lo contrario...


-¡Ahhh! ¡Ngh! -La cálida mano de Shinya en su excitada entrepierna le salvó de hundirse en el oscuro abismo de la perdición. Por ahora. Su otra mano se afianzó al hueso de su cadera, ayudándole en el vaivén.


Se movió más aprisa, en un ir y venir de cortas -aunque rápidas y eficaces- autopenetraciones, hasta terminar llegando al orgasmo y convertirse en uno. Se sintió arder en cada rincón mientras el placer que esto le suponía se dispersaba por cada célula propia y terminación nerviosa en un escalafón ascendente. Su semilla fué vertida y también la del pelinegro, seguidamente, entre sus apretadas carnes.


Emitió un exiguo último suspiro antes de derrumbarse sobre su pecho, víctima del agotamiento. Eso era todo. Porque, algo más que esa mutua y sin reservas entrega carnal no podrían llegar a tener. Esa era para él una  percepción evidente y ni siquiera debería desear otra cosa que no podría nunca vislumbrar en la realidad.


-Kougami... -Masculló cerca de su cuello, notando la garganta apretada. Llegaba la hora de sincerarse; aunque realmente no quería ni creer lo que a punto estaba de decir allí, en la oscuridad. Y pese a que disfrutaba enormemente respirar su fresco y atractivo aroma, y el ser confortado por su calor, esto no se le hacía más fácil.


El antes mencionado se extrañó al escuchar su nombre en la voz del albino, sobretodo por el tono de angustia que creyó indentificar. No podía ver su rostro, y por ello estaba imposibilitado de comprobar sí efectivamente fuese pesar lo que recién creyó oír impregnando su voz. Tampoco pudo imaginar cuál pudiese ser el motivo de ese cambio tan brusco en él, por lo que lo único que se le ocurrió hacer, fué acariciarle lenta y suavemente la espalda en ánimo consolador.


Solamente después, cuando rememorara lo que ahora sucedía, se daría cuenta de lo que no podía ver y de su significado. Para él. Para los dos.


Cuando sintió que lo tocaba, una sutil sensación de serenidad le invadió, pero también su intento de confesión fué truncado inevitablemente. De cabo a rabo. Le fué imposible segar esa ilusión tan nítida que ya no quería abandonar jamás. Se odiaría intensamente si arruinara ese momento y posterior recuerdo; no obstante ya se guardaba recor suficiente por pecar de cobarde.


Hacía tiempo desde que supo que lo más justo sería que él acabara rompiendo su corazón -en caso de éste existir-, como ya era inevitable. De ese modo estarían a mano por lo que había ocasionado antes en su vida al estar con Akane.


Era un sacrificio loable. Pero ahora allí, frente al precipicio, vaciló y descubrió que carecía del valor necesario para saltar a él cómo un verdadero suicida.


Asimismo, y en concordancia con su antigua corazonada, el dolor llegó de todas formas a atenazar su pecho.


Apretó los ojos, pero aún así un par de malvadas gotas saladas consiguió escapar de ellos. Sólo esperaba que no fuese a notarlo.


¤•:.::•.•::.:•¤


Al despertar por la mañana, no encontrar al albino durmiendo a su lado no fué ninguna sorpresa para Shinya. No. Eso era lo normal, Makishima siempre se iba durante la noche luego de terminados sus encuentros, y algunas veces como aquella, lo hacía mientras él dormía.


Si, esa era la costumbre, y estaba bien, porque se imaginaba que de lo contrario el albino tendría más cosas que explicar a Tsunemori cuando llegara a casa, y correría más riesgo de ser descubierto en su engaño. Sin embargo no podía evitar divagar respecto a con qué clase de artificios éste se escudaría de las preguntas de la castaña, que suponía debían de ser bastantes, tomando en cuenta que cualquiera en su lugar dudaría y sospecharía si su pareja se ausentara tan a menudo y luego regresara tan tarde por las noches.


Pero ese no era ahora el quid de la cuestión. Lo que esa mañana llamó su atención de sobremanera fué la pequeña y corta nota, de no más de dos simples palabras escritas a puño y letra por el oji ámbar sobre su respectivo papel blanco; la que halló encima del velador a un lado de la lámpara apagada. Eso sí era algo que sobresalía y desentonaba de la común rutina.


"Terminamos. Adiós."


Entornó los ojos releyendo aquella sentencia definitiva, sin comprender. Bueno, no exactamente sin comprender, porque su significado era más claro que la misma agua, pero eso no quitó que le decolocara por completo. ¿Cómo podía ser eso?, ¿Así, tan repentino y sin siquiera hablarlo de frente?,  Eso sin contar que hasta la noche anterior todo había estado perfectamente bien entre ambos, o al menos así había sido desde su punto de vista...


Aunque podría también ser algún tipo de broma, no por nada de él se esperaba cualquier cosa. Incluso visualizó en su mente la semi sonrisa irónica que Makishima le mostraría en una ocasión como esa.


Estaba sumergido en éstas cavilaciones, cuando el timbre sonó repetidas veces, rompiendo el silencio calmo que hasta entonces reinó en el departamento.


Esto lo sacó de sus reflexiones, así que dejó el papel sobre el mismo lugar en que lo halló y se apresuró a ponerse algo para ir a abrir la puerta, y ver quién diablos tocaba el timbre con tanta insistencia.


Terminó por vestirse, poniéndose a la rápida una camiseta negra que encontró por ahí, y salió del cuarto rumbo a la puerta. Tuvo la impresión de que bien podría tratarse del mismo albino, que tal vez volviera para aclararle lo de la nota de despedida, cosa que no estaría mal, porque incluso aunque su relación no fuera seria, lo menos que podía esperar era recibir una explicación por parte de Shougo, si éste realmente decidía concluirlo todo así, de buenas a primeras.


No supo la razón, pero durante un momento pasajero -aunque indudablemente intenso- deseó que verdaderamente fuese él la persona que le visitaba esa mañana, con más ahínco de que pudo medir en ese instante con sabor a eternidad.


Abrió dicha puerta, predispuesto a encontrarse con aquel armónico rostro conocido, pero su deseo no le fué concedido. O no completamente.


Porque a pesar de que no era el de cabellos plata, ahí si estaba alguien a quién muy bien conocía, sólo que tal persona era a su vez la última que se esperó ver.


Una curiosa sonrisa , como la de quién guarda ciertas segundas intenciones, se formó en los labios de la chica castaña al verle.


-¿Akane? -Inquirió desconcertado. Y allí se dejaba ver otra extraña e inesperada sorpresa en un ínfimo período de tiempo.


-¿Cómo estás, Kougami? -Preguntó la recién mencionada, con sumo encanto y amabilidad. Si era o no auténtica, eso era harina de otro costal. -¿Tienes un momento?,  hay algo muy importante de lo que tengo que hablarte.


Y así, el círculo volvía a empezar.

Notas finales:

Gracias x leer!!

saltare de felicidad si me dejan sus opiniones en reviews, ok no, no tanto, pero si me alegraria Xd


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