ADIOS A LA SOLEDAD
El sonido hueco retumbo en sus oídos al igual que en aquel cuarto de hotel. Corrió lo más rápido que pudo hasta el lugar de donde provenía aquel estruendo para encontrarse la puerta de baño cerrada viéndose en la obligación de echarla abajo de una buena patada para encontrarse solo en este o eso pensó, hasta percatarse que las cortinas de la ducha estaban cerradas.
Camino pausadamente, temeroso, tomando con sus manos cada extremo de la dichosa cortina que cubría tan bien aquella tina que al ser descubierta dejo ante sus ojos la imagen más horrorosa que hubiera siquiera imaginado en el transcurso de su vida.
Se hecha sobre el cuerpo dentro de esta, tomándolo con sumo cuidado para suplicarle que abra sus ojos, para besarle aquellos labios fríos que no respondían a ningún estímulo, para sentir que yacía sin respiración alguna y que de su cabeza aun borboteaba la sangre a grandes caudales con sus sesos embarrados en la loza de la pared.
Aulló como animal herido en medio del bosque sin escape alguno al encontrarse entre la espada y la pared. Lloro como niño chiquito abrazando aquel cuerpo que alguna vez perteneciera al ser que había amado, rogando, suplicando por algo que jamás sucedería, pues él le había abandonado, él se había marchado y nada más quedaba de su esencia a no ser un cuerpo hueco, sin vida, que poco a poco se iría pudriendo sin remedio alguno para llevarse con él los últimos vestigios de una felicidad que creyó absolutamente suya hasta ese momento.
La soledad era su fiel compañera, su única aliada, su única realidad, hasta que el apareciera a su vida sorprendiéndolo por su tenue parecido físico pero con un carácter y juicio demasiado diferente a quien fuera su amado haciéndole pensar que había vuelto de alguna forma a él.
Lo conquistaría, lo haría, asi le tomara toda la vida, el seria suyo y no lo perdería como antes, porque ahora estaría pendiente suyo en cada momento de su vida.
Jamás había escuchado apodos como muggles, sangre sucias o sangre puras, y aunque al principio se le hizo gracioso no pudo obviar que en cierta medida le insultaba con ello, mas no le importaba, porque no se daría por vencido, porque el había vuelto de la tumba para estar a su lado y debía luchar por él.
El dolor que recorrió su cuerpo era peor a cualquier sensación que alguna vez hubiera sentido o hubiera imaginado en la peor de sus pesadillas, porque ese dolor no tenía nombre y porque además era provocado por quien le pertenecía entonces su corazón.
A duras penas le había quitado el maldito palito con el cual le atacaba cada vez que deseaba verlo, dándose cuenta de lo aterrado que se veía al pensar que le destruiría.
Quizás no era justo pero haría lo que fuera necesario por tener la oportunidad que tanto necesitaba con él, aun si era a costa de su felicidad.
Los días pasaban y aunque su vida debía ser un paraíso en ciertas oportunidades era el infierno mismo, mas no le importaba o no quería que le importase, porque él estaba a su lado y poco a poco iría ganando su corazón.
Y por fin un buen dia el encontró su palito en una de sus gavetas perdiéndose en su simple imagen con devoción absoluta por algo inanimado e inútil a no ser para lastimarle como de seguro haría apenas se percatara de su presencia.
Su último recuerdo, sus últimas palabras, su despedida de ese mundo no sería un te amo, ni mucho menos un no me dejes, sino una simple frase de cuentos infantiles que de inocente no tendría nada en absoluto al ser tocado por aquel refulgir verde que lo envuelve y le detiene el corazón sin darle tiempo siquiera de pedir perdón, ni mucho menos de……..
-¿Quién eras? Nadie, ahora lo entiendes sucio muggle, no eras nadie- profesa molesto el mago atrayendo hasta el las ropas que el muy infeliz le ocultaba desde hacía tiempo en una de sus gavetas, mientras ve con asco y odio al hombre que lo ultrajara una y otra vez rogándole por una caricia sincera o una palabra de amor que jamás saldrían de su boca, aun si era torturado -Voldemort tenía razón, ¡ustedes no son más que escoria!- exclamo pateando el cuerpo inerte a su lado -Ojala y no te hubiera lanzado la maldición asesina- suelta con cansancio pensando para si como se hubiera divertido cruciando aquel infeliz si hubiera actuado con mente fría ante su presencia y no con temor. Y es cuando está sumido en sus pensamientos, cuando siente una mano rozar la suya y da un salto aterrado hacia atrás soltando su más preciada posesión para ser hipnotizado por unos grandes y penetrantes ojos azules que le impiden dar siquiera un paso para recuperarla del suelo.
-¿Qué pasa amor? Te ves sorprendido- susurra espeluznantemente el hombre tomando lo que le pertenece para rozarle con ella desde el muslo su rostro -Sorprendido…- sonríe para dejar entre ver algo que hasta ese momento ignora por completo.
-Tú…tú eres…oh por Merlín- dice lleno de pánico al descubrir que no solo ha perdido nuevamente su varita en manos de ese, sino también al darse cuenta que en su contra la maldición asesina no funcionara.
-Lo que soy no tiene importancia- le reclama tomándole por el cuello -Porque jamás te dejare, como tu jamás lo harás tampoco- le promete acercándose al cuello del otro para ser rechazado de inmediato con patadas y puñetazos que son soportados con gallardía hasta el punto de escuchar el llanto desgarrador de su amado de pura frustración al enterrar sus colmillos en su tierna piel atravesándola hasta sentir la yugular palpitante y expuesta ante sus labios, dándole no tan solo el elixir que le permite ser eterno, sino lo que le permitirá tenerlo a su lado por toda la eternidad.
Había perdido a Pierre por su maldita indecisión, por no contar con que su mayor peligro no era el vil tiempo que pasaba inexorablemente para su amado si no por no notar que otro factor aún más cruel que la vejez podría alejarlo de el cómo lo eran los hombres, los malditos hombres y sus prejuicios contra algo que consideraban sucio, los malditos hombres y sus extorciones, los malditos hombres y sus deudas de juegos que no le dejaron otra salida más que la muerte. Pero con este las cosas serían diferente, lo supo en cuanto descubrió su pequeño secreto, lo supo cuando descubrió que las historias de su viejo maestro eran ciertas y como él no debio vivir sumido únicamente en el mundo mortal como este le llamaba, muy a diferencia suya.
-Tú serás mi compañero eterno- le informo acariciándole el cabello con parsimonia -Seremos tu y yo por el resto de la eternidad- continuaba con su discurso ignorando por completo los sollozos quedos de quien estuviera desplomado entre sus brazos sin fuerza alguna para reclamar ante lo que sería su vida desde ese momento -Y seremos felices mi querido mago, lo seremos y jamás deberás temer a nada, ni a nadie porque yo estaré siempre ahí para protegerte, porque te amo, te amo y jamás permitiré que te lastimen, jamás-
Adiós dolor, adiós soledad, adiós al final inesperado de una vida sin amor, adiós a la incertidumbre y adiós al recuerdo del amor perdido por la propia mano de este que no pensara ni un segundo en su agonía, en su dolor.
Adiós, adiós a todo aquello….Porque ahora lo tenía a él para hacerle compañía, por siempre.
Fin