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Dejará mi memoria donde ardía por Circe 98

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Notas del capitulo:

Yu-Gi-Oh! no me pertenece, le pertenece a Kazuki Takahashi

Decidí publicarlo aquí puesto que están relacionados y tampoco me venía idea alguna sobre cómo llamar al de Día de Muertos ;O;

Al año siguiente a la muerte de Yugi, viajé de nuevo al país mexicano sólo que esta vez hacia Pátzcuaro, Michoacán un primero de noviembre.

Al llegar a la ciudad, me vi sorprendido de que muchas personas llevaran flores a los cementerios, flores que identifiqué como el cempasúchil, el alhelí y la pata de león. Por lo que pregunté a los habitantes lo que se celebraba y una mujer de edad mayor me respondió.

—Se celebra el Día de Muertos.

Aquella respuesta me interesó por lo que entré a un Ciber-café para buscar cosas relacionadas con el día de muertos, encontrándome con muchas cosas que ignoraba. La siguiente nota me informó bastante sobre este festejo:

“Dos de las celebraciones más importantes de México se realizan en el mes de noviembre. Según el calendario católico, el día primero está dedicado a Todos los Santos y el día dos a los Fieles Difuntos. En estas dos fechas se llevan a cabo los rituales para rendir culto a los antepasados.

Es el tiempo en que las almas de los parientes fallecidos regresan a casa para convivir con los familiares vivos y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares domésticos.

La celebración del Día de Muertos, como se le conoce popularmente -también conocida como noche de muertos-, se practica a todo lo largo de la República Mexicana. En ella participan tanto las comunidades indígenas, como los grupos mestizos, urbanos y campesinos. En la región lacustre, los poblados en que la festividad ha cobrado más fama, son Pátzcuaro, Tzintzuntzan, Janitzio, Ihuatzio y Zirahuén, entre otros.

Según la creencia del pueblo, el día primero de noviembre se dedica a los “muertos chiquitos”, es decir, a aquellos que murieron siendo niños; el día dos, a los fallecidos en edad adulta. En algunos lugares del país el 28 de octubre corresponde a las personas que murieron a causa de un accidente. En cambio, el 30 del mismo mes se espera la llegada de las almas de los “limbos” o niños que murieron sin haber recibido el bautizo.

El ritual de Día de Muertos conlleva una enorme trascendencia popular, su celebración comprende muy diversos aspectos, desde los filosóficos hasta los materiales.

La celebración de Todos los Santos y Fieles Difuntos, se ha mezclado con la conmemoración del día de muertos que los indígenas festejan desde los tiempos prehispánicos. Los antiguos mexicanos, o mexicas, mixtecas, texcocanos, zapotecas, tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos originarios de nuestro país, trasladaron la veneración de sus muertos al calendario cristiano.

Antes de la llegada de los españoles, dicha celebración se realizaba en el mes de agosto y coincidía con el final del ciclo agrícola del maíz, calabaza, garbanzo y frijol. Los productos cosechados de la tierra eran parte de la ofrenda. Los Fieles Difuntos, en la tradición occidental es, y ha sido un acto de luto y oración para que descansen en paz los muertos. Y al ser tocada esta fecha por la tradición indígena se ha convertido en fiesta, en carnaval de olores, gustos y amores en el que los vivos y los muertos conviven, se tocan en la remembranza.

El Día de Muertos, como culto popular, es un acto que lo mismo nos lleva al recogimiento que a la oración o a la fiesta; sobre todo esta última en la que la muerte y los muertos deambulan y hacen sentir su presencia cálida entre los vivos. Con nuestros muertos también llega su majestad la Muerte; baja a la tierra y convive con los mexicanos y con las muchas culturas indígenas que hay en nuestra República. Su majestad la Muerte, es tan simple, tan llana y tan etérea que sus huesos y su sonrisa están en nuestro regazo, altar y galería.

Hoy también vemos que el país y su gente se visten de muchos colores para venerar la muerte: el amarillo de la flor de cempasúchil, el blanco del alhelí, el rojo de la flor afelpada llamada pata de león... Es el reflejo del sincretismo de dos culturas: la indígena y la hispana, que se impregnan y crean un nuevo lenguaje y una escenografía de la muerte y de los muertos.

Hay que decir que nuestras celebraciones tienen arraigo y recorren los caminos del campo y la ciudad. Oaxaca, con sus miles de indígenas, es ejemplo claro del culto, gustos culinarios, frutas y sahumerios; los muertos regresan a casa.

En estas fechas se celebra el ritual que reúne a los vivos con sus parientes, los que murieron. Es el tiempo trascendental en que las almas de los muertos tienen permiso para regresar al mundo de los vivos.

Hay que considerar que la celebración de Día de Muertos, sobre todo, es una celebración a la memoria. Los rituales reafirman el tiempo sagrado, el tiempo religioso y este tiempo es un tiempo primordial, es un tiempo de memoria colectiva. El ritual de las ánimas es un acto que privilegia el recuerdo sobre el olvido.

La ofrenda que se presenta los días primero y dos de noviembre constituye un homenaje a un visitante distinguido, pues el pueblo cree sinceramente que el difunto a quien se dedica habrá de venir de ultratumba a disfrutarla. Se compone, entre otras cosas, del típico pan de muerto, calabaza en tacha y platillos de la culinaria mexicana que en vida fueron de la preferencia del difunto. Para hacerla más grata se emplean también ornatos como las flores, papel picado, velas amarillas, calaveras de azúcar, los sahumadores en los que se quema el copal.

Entre los antiguos pueblos nahuas, después de la muerte, el alma viajaba a otros lugares para seguir viviendo. Por ello es que los enterramientos se hacían a veces con las herramientas y vasijas que los difuntos utilizaban en vida, y, según su posición social y política, se les enterraba con sus acompañantes, que podían ser una o varias personas o un perro. El más allá para estas culturas, era trascender la vida para estar en el espacio divinizado, el que habitaban los dioses.”

Me sentí feliz al saber sobre aquel festejo y me decidí a ayudar a los lugareños. Pagué por los minutos que estuve ahí y luego comencé a ayudar a las mujeres que estaban solas y que eran mayores de edad a llevar sus cosas, en el panteón que ellas me dijeran. Quería ver el festejo antes de ponerlo en práctica en mi hogar pero oculto ya que nadie podría saber sobre lo que haría.

Ayudé a hacer las calaveritas de dulce, calaveritas de barro y calaveritas literarias, en su mayoría, quienes me pidieron ayuda fueron los niños por lo que, al recordar la cara aniñada que Yugi tenía, los ayudé a hacerlas para que se jugaran bromas o regalaran, dependiendo del tipo de calaverita que fuese.

Terminando con ello, las mujeres y hombres que me vieron ayudar a sus hijos y madres o padres, me preguntaron si yo tenía algún alma a la que pedir su regreso y asentí pero no podía ir con ellos a la Iglesia. Confié en ellos ya que no eran muchos los que me vieron, les conté que había nacido con los ojos del diablo tatuados en mis manos y me quité los guantes que llevaba, demostrando su existencia.

Las mujeres me abrazaron y me dijeron que no me preocupara, había sido marcado injustamente por aquel ser maligno y que su Dios me daría su perdón por todas las buenas acciones que hacía, por cumplir con las mayoría de los mandatos establecidos por la Iglesia.

Suspiré, aunque no era católico, los acompañé a la misa, repitiendo todo lo que hacían o decían durante la misma. Oculté completamente mis jahatama de los demás, para evitar que algo ocurriera dentro de la misa, nunca quitándome los guantes.

Luego, las mismas personas me preguntaron si podían ayudarme en la construcción de mi altar, si podía decirle dónde se encontraba el alma a la cual yo veneraría pero les dije la verdad, que su cuerpo no estaba en ningún panteón del estado y que tampoco era del país, que había llegado de visita. Me dijeron que podía ir al panteón con ellos y que llevara alguna foto del difunto que, por lo que presentían, sería mi prometida o mi hermano.

Suspiré y les dije que iría por la tarde, debía dibujarlo porque no tenía fotografía alguna de él. Me acerqué a unos niños y les pedí que me regalaran alguna de sus hojas blancas y algún lápiz. Me lo dieron y comencé, concentrándome en hacer a Yugi.

Lentamente, su forma fue apareciendo, sus enormes ojos inocentes, su cabello tricolor igual al mío salvo a que este era carente de los reflejos que yo tenía, su nariz respingada y sus labios carnosos. Luego lo vestí con su uniforme escolar azul sólo que con mi camisa ajustada negra…

Me lo quedé mirando un rato, simplemente era el trazo y una traicionera lágrima escapó, todavía dolía el pensar que jamás lo vería otra vez pero limpié la lágrima antes de que los niños me prestaran atención y me preguntaran si algo pasaba. Pedí sus colores y comencé a darle color pero también delineaba con los plumones de punta delgada todo lo que había hecho.

Al terminar, otra lágrima traicionera escapó, seguida de varias más al ver su imagen. Los niños se acercaron y me preguntaron si estaba bien a lo que asentí, les expliqué que estaba llorando por haber pedido a mi hermano en un accidente el año anterior y que su muerte me afectaba. Ellos se acercaron a mí y me dieron un pequeño abrazo, eran niños indígenas y supe que comprendían mi dolor aunque no era el dolor que yo sentía porque lo amaba y nunca sabré si me correspondía.

Dejé de llorar para buscar algún porta retrato en el que cupiera la hoja para llevarla al panteón que me dijeron, no era exacto porque carecía de alma alguna pero era lo mejor que podía hacer.

Los señores lo pusieron junto a sus difuntos, sabía su comida favorita pero no más allá de eso por lo que simplemente le puse frutas y bastantes flores, además de calaveritas de azúcar y chocolate. Puesto en un altar de siete niveles, representando los siete pecados capitales, decorando cada nivel, había papel china en forma de calaveritas, de tumbas y varias cosas referentes a la muerte en colores morado y amarillo.

Una docena de jarras de barro llenas de agua se dispersaban en cada esquina de los niveles ya que aquel altar mostraba más de una persona que regresaba a nuestro mundo.

En el primer nivel, se apreciaba una cruz de tierra, simbolizando lo que escuché que murmuraban las señoras: “Polvo eres, y en polvo te convertirás”, dichas por el sacerdote o cura el miércoles de ceniza.

También estaba presente la catrina, quien era demostrada como la representación de la muerte en este país. Además, un montón de velas estaban ubicadas en todas partes, simbolizando la luz que las ánimas usarían para llegar a este mundo. Sólo esperé a que ellos decidieran encenderlas para que yo también encendiera la mía.

La noche llegó y ellos me dijeron que podía ir por algo de beber para todos porque todavía faltaba bastante para que las velas se encendieran. Accedí pero con la condición de que alguno de los niños fuera conmigo porque no conocía muy bien la ciudad y me podía perder completamente.

Quien me acompañó fue un niño de nombre Arameni, me llevó a una tienda cercana y de regreso al panteón, sin necesidad de que lo protegiera asustando a alguien a pesar de mi corta estatura.

Siendo más noche, las velas fueron encendidas y comenzaron a arder, yo pensé en el nombre de Yugi y en su imagen cuando encendí la mía. Me quité mis guantes y vi las jahatama puestas pero se convirtió una, de color sangre, a color blanco y eso me asustó pero, la risa de Yugi, me hizo buscarlo con la mirada hasta llegar al lado más oscuro del panteón.

—Hola, Yami— escuché la voz de Yugi hablarme y lo busqué con la mirada— Arriba— escuché y levanté la mirada.

—Yugi— sólo pude decir eso cuando lo vi, se veía tan inocente que casi me voy de espaldas ante eso pero me congelé al sentir sus labios sobre los míos en un tierno beso.

—Lamento causarte muchos dolores, lamento ser la causa de que te hayas separado de tú familia luego de mi muerte pero tenía que causarla o jamás habrías eliminado la maldición— me dijo pero no hablé, estaba muy sorprendido de que estuviera ahí— Y lamento haberte dejado sin responder lo que me confesaste

—Fue mi culpa, debí decírtelo antes— dije mientras intentaba abrazarlo pero mi mano sólo atravesó su incorpóreo cuerpo.

Yugi soltó otra risilla y lo miré con algo de enojo pero lo olvidé, mi interés estaba en que Yugi había llegado a este plano nuevamente.

Yugi volvió a juntar nuestros labios pero ahora, su lengua, carente de calor, entró a mi boca, recorriéndola hasta que vio que no correspondía el beso.

—¿Tan rápido olvidaste lo que me confesaste?— me preguntó con tono de tristeza y yo negué frenéticamente con la cara.

—No es eso— dije mirando sus orbes que, ahora, tenían un deje de otro mundo— Es que sigo sin creerme que has vuelto luego de que te vi morir por un cuchillo de cocina.

Yugi rodeó mi cuello y un escalofrío me recorrió por su frío tacto pero, aun así, disfruté que pasara sus brazos por mi cuello.

Platicamos un rato, él me contó que estaba pasando la primera prueba para llegar al descanso eterno y que le era difícil pasar ya que tenía su alma atada a alguien porque no había cumplido algo importante pero que lo había hecho en el momento en que había llegado.

—Eres un tramposo— le dije con una sonrisa.

Se levantó de hombros riendo antes de poner sus labios en mi mejilla, se disculpó conmigo por su frío tacto, alegando que no podía hacer nada y que esperaba poder arreglar eso en el futuro. Le respondí que no me importaba su frío tacto, me sentía feliz de sentirlo puesto que sabía que estaba ahí y sólo me importaba eso aunque me preocupó el hecho de que algún día completara las siete pruebas y luego jamás lo volviera a ver.

—No te preocupes, haré lentamente las pruebas para que me alcances— me dijo y negué con la cabeza lentamente.

—No puedo estar al lado de Dios, fui marcado con los ojos del diablo— le respondí, buscando su mano con la mía aunque inútilmente puesto que no podía tocarlo— Se me inculcó que aquellos marcados con esos ojos no podía adquirir el derecho de un descanso en el jardín de Dios como los que eran marcados con sus ojos o los que simplemente no tenían marca.

Me miró tristemente ante aquella respuesta.

Volteé a ver a las personas cuando escuché que comenzaban a despedirse de sus difuntos para permitirles regresar a sus pruebas. Volví la mirada a Yugi y él me miró, ambos con los ojos reflejando tristeza por separarnos otra vez pero también anhelo puesto que nos volveríamos a ver dentro de un año aunque fuera eterno para ambos.

Tomó la mano que tenía la matallah y colocó su mano encima de ella, tatuándose el ojo, siguiendo el mismo procedimiento con la mano que tenía la jahatama.

—Veré que puedo hacer para conservarlas— dijo antes de depositar un pequeño ósculo en mi nariz, causando que soltara una especie del puchero ya que no me gusta que me traten como un sumiso o como un niño y él soltó una pequeña carcajada ante mi reacción.

Su risa causó que mi mohín aumentara solamente pero me calmé ante sus palabras:

—Te quiero— pronunció antes de irse.

Las personas se me acercaron y cubrí una de mis manos, la que tenía la matallah, para evitar que me señalaran y mataran por tener una marca de ese tipo. Expliqué que había estado con Yugi, que había aclarado un montón de cosas con él y que siempre lo vería y velaría por él; también, agradecí su hospitalidad y el que compartieran su creencia conmigo a pesar de ser un extranjero y que eso les trajera problemas aunque alegué que debía irme y regresar a mi hogar.

Tomé el dibujo que hice de Yugi y salí del panteón, cubriendo mi jahatama con el otro guante mientras caminaba, sintiendo más de una mirada sobre mí aunque no me importó aquello.

No dormí en lo que restaba de la noche por observar el dibujo que había hecho de Yugi, lo mejoraría una vez que estuviera en Egipto.

La mañana llegó y me dirigí al aeropuerto, pensando que aquel lugar recibiría visitas anuales mientras no se enteraran de quien era en realidad.

° | ° | ° | ° | °

Me quedé un rato más en este plano, no sería visto por nadie pero yo vería a varias personas y, aun así, la única que me importaba era Yami.

Lo acompañé el resto de la madrugada del dos de noviembre hasta que amaneció y se fue al aeropuerto.

—Ve tranquilo— susurré para mí mientras lo veía subir al avión— Estaré bien y te esperaré toda la eternidad hasta que estemos juntos y, esta vez, te juro que no permitiré que nada nos separe, ni siquiera tus marcas.

Subió al avión con rumbo a Egipto, donde mi cadáver yacía enterrado en su jardín y, aunque mi alma estaba en Pátzcuaro, mi ser lo acompañaría hasta que él falleciera.

Cerré los ojos con una sonrisa y dejé que un viento se llevara mi existencia para continuar con aquella primera prueba, esperando que Yami sintiera mi energía para que continuara su vida por ambos.

Notas finales:

Espero que les haya gustado ;W; próximamente subiré un capítulo de MDMO y trabajaré en ese fic hasta que el segundo fic de Corazón Hibrdio venga a interrumpir (??)

Eeeeeeeeeeeeeen fin! nos leemos n.n

Sayonara~


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