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Novilunio por Rukkiaa

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La ansiada noche de bodas

 

POV. Edward

 

-¿Houston?-me preguntó Jacob alzando las cejas cuando llegamos a la entrada del aeropuerto de Seattle.

-Es sólo una parada en el camino-le aseguré con una sonrisa de oreja a oreja. No quería que se me notase igual de ansioso que él.

Se quedó dormido durante el vuelo y se espabiló por completo cuando nos detuvimos en el mostrador de los vuelos internacionales para revisar los billetes.

-¿Río de Janeiro?-cuestionó con algo de miedo.

-Otra parada.

Hicimos manitas en el viaje a Sudamérica, dado que estábamos prácticamente solos en primera clase. Lo justo para hacernos arrumacos sin miradas curiosas. Jacob se volvió a dormir y cuando aterrizamos ya estaba anocheciendo. Cogimos un taxi para atravesar las atestadas calles de Río y sonreí cuando tuve que hablar en portugués al conductor y Jacob me miró alucinado. Él creía erróneamente que íbamos a algún hotel a hospedarnos.

Pero nos detuvimos en los muelles.

Le di la mano y encabecé nuestra marcha hacia la larga línea de blancos yates amarrados sobre el agua. Me detuve ante la embarcación más pequeña de todas, no así la menos esbelta. Estaba hecha pensando en la velocidad y no en el espacio. Salté adentro con las maletas y Jacob me siguió.

Cuando pusimos rumbo hacia oriente por el océano abierto, escuchaba a Jacob devanándose los sesos revisando sus conocimientos de geografía para averiguar dónde estábamos. Eso me hacía sonreír interiormente, ni en un millón de años lo adivinaría.

-¿Vamos mucho más lejos?-preguntó llevado por la curiosidad y mi falta de comunicación.

-Pues nos queda como una media hora más de camino...-dije. Oh, vaya, pensó algo decepcionado. Se moría por llegar a donde quiera que fuéramos. Pero veinte minutos después, llamé su atención-¡Jacob, mira hacia allí!

 

POV. Jacob

 

Sentía un revoltijo de nervios en el estómago a cada minuto que pasaba. ¿Cuánto tiempo más íbamos a seguir viajando?¿cuánto tiempo seguiría sintiendo aquel vacío en mi pecho que cada vez se parecía más a un pozo sin fondo?¿cuándo podría por fin hacer mío a Edward?

-¡Jacob, mira hacia allí!-su voz me sacó de mis pensamientos y seguí su dedo que me señalaba una forma baja y oscura que se interponía en el reluciente trazo de la luna sobre el oleaje. La forma terminó transformándose en un triángulo chato e irregular, con uno de sus lados más alargado que el otro, antes de hundirse en las olas. Nos acercamos más y pude comprobar que el contorno era tenue, oscilante ante la brisa ligera. Delante de nuestra posición se erguía, por encima del mar, una islita donde se balanceaban las hojas de las palmeras y refulgía la media luna de una playa bajo la pálida luz de la noche.

-¿Dónde estamos?-murmuré maravillado, mientras él cambiaba de dirección , dirigiéndose hacia el extremo norte de la isla.

-Es la isla Esme- dijo sin más. ¿Perdona?

El barco se deslizó hasta colocarse con exactitud en la posición adecuada, pegado a un corto muelle de planchas de madera deslustradas que adquirían un tono blanquecino a la luz de la luna. Reinó un silencio absoluto cuando se detuvo el motor, pues no había más sonido que el chapaleteo de las olas contra el casco de la nave y el susurrar de la brisa entre las palmeras. El aire era cálido, húmedo y fragante, como el vapor que permanece después de una ducha de agua caliente.

-¿Isla Esme?-repetí sus palabras sin disimular mi contrariedad.

-Es un regalo de Carlisle, y Esme se ofreció a prestárnosla.

-¿Le regaló una isla a su esposa?-por eso Edward era tan generoso, lo había aprendido de su familia-me siento un marido de mierda en estos momentos-dije.

-¿Por qué?-él alzó una ceja al tiempo que cogía las maletas y las sacaba de la embarcación con su acostumbrada gracilidad.

-Jamás podré regalarte algo así...ni en un millón de años-era frustrante.

-Nunca te pediré una isla, Jacob- admitió sin dejar de sonreír. Seguramente mis arranques de niño quejumbroso ya se le habían hecho costumbre.

-Te la daría a pesar de todo-dije y me bajé del barco. Le quité una de las maletas y le seguí.

Pasamos a través de un follaje similar al de la jungla y más adelante pude ver una luz cálida. Estábamos a punto de llegar a una casa. Íbamos a una casa. Allí, en medio de aquella isla. Una isla privada para él y para mi.

Mi corazón comenzó a latir de forma audible contra mis costillas, y el aliento se me quedó atascado en la garganta. El pánico escénico me atacó por fin. Yo que había deseado tanto llegar a un hotel cualquiera...ahora la cercanía de la intimidad lo hacía ver más real. Sentí los ojos de Edward fijos en mi rostro, pero por primera vez, rehuí encontrarme con su mirada. Clavé la vista justo hacia delante, sin ver nada en realidad. Él no me preguntó qué me pasaba, lo cual no era propio de su carácter. Adiviné que esto quería decir que se encontraba tan nervioso como yo.

Dejamos las maletas en el ancho porche mientras él abría las puertas que no estaban cerradas con llave.

Me miró antes de avanzar y cruzar el umbral. Yo le seguí y me condujo a través del edificio, en silencio, encendiendo las luces a su paso. La vivienda me resultaba extrañamente familiar. Acostumbrado como estaba al esquema de colores preferido por los Cullen, claros y luminosos. Era como estar en casa, aunque algo más pequeña que la de Forks. Sin embargo, no me pude concentrar en nada en particular. El pulso me latía detrás de las orejas con tal violencia que todo me parecía borroso.

Entonces Edward se detuvo y encendió la última luz.

La estancia era grande y blanca, y la pared más lejana era casi toda de cristal, el tipo de decoración estándar de los Cullen. Fuera, la luna brillaba con intensidad sobre la arena blanca y, justo unos cuantos metros más allá de la casa, refulgían las olas. Pero apenas me di cuenta de eso. Estaba más concentrado en la inmensa cama blanca que había en el centro de la habitación, sobre la que colgaban nubes vaporosas de una mosquitera.

-Iré...a por el equipaje-dijo Edward y desapareció en un visto y no visto.

La habitación resultaba demasiado cálida y el ambiente estaba más cargado que la noche tropical del exterior. O quizás fuera mi impresión por seguir llevando el frac. Quién sabe. Caminé lentamente hacia delante hasta que pude llegar y tocar el edredón. Por alguna razón sentía la necesidad de asegurarme de que todo era cierto, que estaba pasando de verdad.

Edward volvió y me habló nuevamente-aquí hace un poco de calor-dijo. Fijo que había leído mis pensamientos-¿te gusta el sitio?-extendió los brazos a ambos lados como si me mostrase el lugar por primera vez.

-Es perfecto-dije casi sin aliento y él se echó a reír. Era un sonido nervioso, extraño en Edward.

-Intenté pensar en todo aquello que podría hacer esto...más fácil...-admitió avergonzado. Sólo le faltaba el rubor cubriendo sus mejillas, aunque sabía que eso jamás pasaría. Aún así, era tremendamente adorable-en un hotel llamaríamos demasiado la atención. Aquí podré cazar sin problemas y bueno...tendremos mucha privacidad-echó un vistazo a la habitación, vacilante-estoy seguro de que necesitarás un par de minutos para atender tus necesidades humanas...Ha sido un viaje muy largo.

-Solo tengo una necesidad humana que atender...-reconocí sin rodeos. Me sudaban las palmas de las manos y el resto de mi cuerpo bajo aquella, ahora insoportable tela, también. Los latidos de mi corazón se asemejaban al repiqueteo constante de un tambor. La larga espera había concluido. Aquí. Ahora. Edward y yo. Solos. Casados. Listos.

Esquivaba mi mirada. Él también estaba al borde del colapso. Le observé de arriba abajo. Aquel traje parecía seguir en una percha de lo inmaculado que estaba. De lo impecable que se le veía con el puesto. Estando así, en este momento, no me cabía la menor duda. No me importaba cuanto tiempo pudiera llegar a vivir, yo jamás podría querer a otro que no fuera Edward Cullen. Y allí estaba, con su rostro perfecto a solo unos pocos centímetros de mi.

Llevé mis dedos a la pajarita que empezaba a ahogarme y se desanudó con una facilidad tal, que ni tuve que detenerme antes de unir mis labios con los de Edward. Y ahí fue donde comenzó. Ya no pude parar. Mi voluntad quedó reducida a polvo cuando le besé. El corazón me latía a un ritmo irregular, desbocado, mientras mi respiración se transformaba en un jadeo frenético y mis manos se movían avariciosas por su rostro. Notaba su cuerpo de mármol contra cada curva del mío, completamente a mi merced.

Mis manos descendieron afanosas por su cuello, por su pecho y no pude evitar quejarme entre dientes cuando no encontraba a tientas los botones para deshacerme de su chaleco. Él me echó un cable y se lo desabotonó él mismo. Gracias.

Sus manos heladas acariciaron mi nuca y el nacimiento de los cabellos que habían allí. Haciendo que mi piel se erizara por el simple contacto de la suya. Nuestras lenguas parecían enfrascadas en una violenta lucha. Ninguno cedía terreno. Ambos éramos dominantes guerreros en aquella habitación.

-Creía que ibas a arrancarme la ropa-apreció Edward separando su boca de la mía durante un instante. Su frío aliento me dio de lleno en el rostro y me despejó lo bastante como para recordar que yo había pensado en eso durante la fiesta. Bueno, en realidad, desde que le había visto esperándome al final del pasillo para casarnos.

-No sabía si le tenías aprecio a estas prendas...no quería empezar esta noche con un enfado por tu parte-no sé ni cómo fui capaz de hablar.

-Arráncalas- dijo con una excitación en la voz que me nubló el juicio.

Mi mano obedeció y tiró de la tela blanca rasgándola por completo. Escuché el clin de los pequeños botones al caer sobre el suelo en alguna parte, pero a ninguno nos importó. Admiré pasmado su cuerpo en cuanto le despojé de la levita, el chaleco y los restos de la camisa que corrieron la misma suerte que los botones. Parecía la mejor escultura jamás tallada. Ni el mayor de los genios habría conseguido algo de tal precisión. Palpé aquellos delicados, pero bien definidos músculos. Y me lancé a su cuello en una vorágine hormonal sin precedentes. Mi lengua y mis labios recorrieron todos y cada uno de los rincones de su torso, mientras él enredaba sus dedos en mi cabello y suspiraba.

Mis manos se detuvieron en el borde de su pantalón y le miré a los ojos, buscando una negativa que nunca llegó. Así que arranqué lo último que me faltaba de la vestimenta para verle completamente desnudo. Sentía lava ardiente en lo profundo de mis entrañas. Edward era pura perfección. Volví a besarle con frenesí. Él gimió sutilmente contra mis labios y sentí una de sus manos colarse por debajo de mi ropa. Rompió mi chaleco, mi camisa...todo. Y en cuanto acarició mis pectorales, le empujé. Empujé extasiado su cuerpo hasta que chocó con algo, que supuse sería la cómoda, pero lo ignoraba. Mis manos viajaron raudas hasta sus glúteos de alabastro y lo encaramé sobre la superficie de madera. Dejándole sentado y quedando yo entre sus piernas.

No separábamos nuestros labios. Eran como potentes imanes contra una superficie de metal. Una vez unidos, era difícil alejarlos el uno del otro. Sus manos se aferraron a mi espalda en el instante en que quedó desnuda y expuesta ante el.

Entonces ahondé más en mis caricias. Bajé por su cuerpo hasta su miembro, que ya estaba firme. Rígido. Gruñó ante el contacto y detuvo el beso. Me miraba con los ojos muy abiertos y la respiración alterada. Yo le devolví la mirada. Estaba tan excitado como yo. Su rostro me lo gritaba. Entonces frunció los labios y los vi. Relucientes. Sus colmillos. Había sacado los colmillos. Ahora era una fiera. Sus ojos adquirieron un brillo especial. ¿Aquello era su demonio interior?¿le había hecho salir?¿había perdido el control sobre si mismo?

Que más da. Yo estaba a punto de perderlo también.

Se revolvió un poco cuando seguí acariciando su entrepierna e ignoré sus leves y salvajes bramidos. Una de las veces intentó detenerme con una de sus manos. Tal vez tratase de evitar herirme, pero yo apresé su muñeca con fuerza. Todo irá bien. Se relajó lo suficiente como para permitirme seguir, pero alcé su mano por encima de su cabeza, dando de lleno contra lo que me pareció un cristal, por el ruido que hizo al crujir bajo la piel de mis nudillos. Y ahí me percaté de que tras Edward, había un espejo. Un espejo en el que veía su espalda cincelada, y me veía a mi. Mi cara. Mis ojos nublados por la excitación creciente. Mis mejillas sonrojadas porque ni siquiera era capaz de calcular a qué temperatura se encontraba mi cuerpo en aquel instante. Era el vivo rostro de la lujuria. Nunca me había visto de ese modo. Me estaba transformando en un animal, pero no físicamente. Me estaba dejando llevar por los más profundos instintos de la bestia que había en mi. Pero eso era yo.

Continué masajeando a Edward sin dejar de mirar mi reflejo. Me incliné levemente hacia adelante, dejando mi cuello más cerca de su rostro para olerle mejor. Escuchar sus roncos quejidos me encendía más y más si era posible. Mi respiración se entrecortaba, como si hubiera corrido una maratón. Y ver su espalda arqueada por el placer, acrecentaba en mi todas aquellas sensaciones. Yo le provocaba todo eso. Hacía que se derritiera entre mis dedos como la mantequilla.

Me cogió el rostro de improviso y me besó con fuerza. ¿En qué momento liberé su muñeca?. No usó su lengua esta vez, solo labios contra labios. Supuse que para evitar hacerme daño ahora que sus colmillos habían salido a jugar. Se echó hacia atrás y pude escuchar como el vidrio se hacía añicos a su espalda. Aquello era violencia y deseo a partes iguales. Dos monstruos que peleaban por amarse. Por poseerse.

Recordé, no sé cómo, que todavía seguía vestido de cintura para abajo. Era un milagro que mi erección no hubiera rasgado la tela del pantalón. Pero no quería parar. No podía.

Edward pareció escuchar mis lamentos internos y me empujó posando con delicadeza sus manos sobre mi estómago. Se puso en pie y me obligó a caminar de espaldas hasta que mis piernas rozaron con el borde de la cama y caí. Caí sobre la mullida colcha. Separándonos. Contemplé el rostro de mi vampiro que me miraba desde arriba. Con cuidado, se inclinó y desabrochó mi pantalón. Cada acción que hacía, cada movimiento...era tremendamente erótico a mis ojos. Tal fue así, que tiré de sus brazos antes de que me desvistiera por completo y le hice caer sobre mi. Mi entrepierna y la suya entraron en contacto. Sobre mi bajo vientre.

La electricidad...en ese momento...en esa zona...no podía describirlo con palabras. Un bramido salió por mi garganta antes de besarle de nuevo, como desesperado. Colando mi lengua entre sus finos labios. Acariciando aquellos afilados y mortíferos colmillos.

Y la sentí. La urgencia. El vacío en mi pecho. La necesidad acuciante de poseer lo que era mío desde el mismo instante en que le había visto. Aquella criatura que había sido creada para mi.

Rodé sobre mi mismo, haciéndole quedar bajo mi cuerpo. Se dejaba llevar por mi, perdido en el beso como estaba. Era dócil...al menos en ese momento.

Recobré la compostura como pude unos segundos. Los suficientes como para dejar de besarle y acercar mi boca a su oído.

-Te necesito Edward...ya no puedo esperar más-mi miembro latía. Ansioso. Igual que yo. Él lamió mi mejilla en respuesta, con una sensualidad rayana en lo sobrehumano.

Alcé un poco mi cuerpo para poder posicionarme.

La cabeza de Edward estaba sobre la almohada, al borde. Me miraba con los ojos entrecerrados y respiraba agitado. Yo me arrodillé entre sus piernas. Cautivado por sus facciones. Acaricié su cadera y se la levanté un poco con una de mis manos. Contuve el aliento.

Sujetaba mi entrepierna. Había llegado la hora. Ahora sí...

Empujé abriéndome paso por su entrada y sentí el tiempo detenerse. Su cuerpo me recibía de buen grado, sin impedimento alguno. Las manos de Edward sujetaron con fuerza el edredón. Soltando un ruido gutural desde lo profundo de su pecho a la vez que se estremecía. Yo no podía moverme. No podía pensar. Hasta que le miré. Con los ojos cerrados. Disfrutando del contacto. De la sensación de tenerme dentro, aunque no podría ser comparable a lo que notaba yo. Su interior era tan frío como lo era por fuera. Y me hacía sentir aquella corriente desde los dedos de mis pies, hasta el último pelo de mi cabeza.

Impulsé mi cuerpo hacia adelante, sin salir del suyo. Éramos uno. Por fin Edward y yo, nos habíamos unido en un mismo ser. Entrelacé mi mano con una de las suyas, mientras con la otra continuaba manteniendo alzada su cadera. Y empecé a embestirle.

Gruñí y me mordí el labio con tanta fuerza, que sentí el sabor metálico de la sangre dentro de mi boca. Pero pronto se curaría. No me preocupaba.

Aquello era el paraíso en la tierra. El súmmun de lo maravilloso. Con cada penetración me sentía más y más cerca de tocar el cielo con las manos. Cada gemido de Edward me inundaba la mente. El animal que había en mí aullaba con intensidad.

Pero ésta vez...en su corazón no había tristeza, no había soledad ni dolor. Esta vez, había el más antinatural de los afectos. El profundo amor entre un licántropo y su vampiro. Su imprimación.

El sol, caliente sobre la piel desnuda de mi espalda, me despertó por la mañana. Parpadeé un par de veces para acostumbrarme. Debía haberme quedado dormido hacía poco, porque amanecía cuando Edward y yo...terminamos el quinto asalto. Me senté en la cama llevándome conmigo una gran cantidad de plumas blancas que se deslizaban por mi piel debido a la gravedad. Y miré a mi alrededor. ¿Era el mismo dormitorio?. Las almohadas no eran sino jirones huecos de tela. El colchón mostraba algunos muelles por los lados. La cómoda se había convertido en pedazos de madera astillada y por el suelo habían fragmentos de cristales rotos. Parecía que había estallado una guerra allí dentro. ¿Edward?. No estaba a mi lado.

-En la cocina-escuchar su voz me hizo sonreír. Me puse en pie y localicé las maletas en un rincón. Alice me había hecho el equipaje muy bien. Todo eran pantalones cortos, algún que otro bañador y un par de camisetas que seguramente volverían a Forks con las etiquetas puestas. Como casi todo.

Olía a comida. Edward estaba cocinando y me sentí hambriento. Pero antes de cruzar el umbral me detuve y me llevé una mano al pecho. Increíble. Sam tenía razón. El vacío, el inmenso agujero que me recordaba la constante sensación de soledad si me separaba de Edward, que me indicaba que estaba perdido en el mundo sin mi vampiro, que la vida no tenía del todo sentido si no fuera por él...se había esfumado. Cerrado a cal y canto. Bajo un millón de puntos de sutura irrompibles. Mi alma le había encontrado por fin. Ya estaba completo.

Vi a Edward delante de una cocina de acero inoxidable, deslizando tiras de beicon en un plato de color azul claro que había colocado sobre la encimera. Lleno a rebosar de huevos revueltos, salchichas y tostadas. También había una jarra con zumo de naranja recién exprimido y, lo mejor de todo y más apetecible, él. Llevaba puesto solamente unos holgados pantalones de pijama color beige y el torso al descubierto. De no ser porque las tripas se me retorcían del hambre...

-Aquí lo tienes-me indicó Edward con una sonrisa en el rostro y puso el plato en una pequeña mesa de azulejos.

Me senté en una de las dos sillas de metal que había y comencé a devorar. Él se puso a mi espalda y me acarició la piel, haciendo que un agradable cosquilleo me recorriera la columna vertebral-no quedó marca alguna...-apreció con sus dedos recorriendo algunas partes de mi espalda-es una suerte que te cures tan deprisa...por un momento me preocupé.

-¿De qué hablas?-pregunté al tragar. Edward se sentó frente a mi.

-Creo que...-desvió la mirada un instante-me dejé llevar anoche. Te...arañé un poco.

-¿De verdad?

-Si.

-Seguro que me gustó-admití. Realmente, no recordaba nada doloroso. Todo había sido demasiado genial.

-Desde luego no te quejaste-dijo riendo.

Le miré antes de seguir comiendo-desperté y no estabas...-era una reprimenda. A medias, porque no conseguía darle el tono de enfado que se suponía debía sugerir.

-Quería hacerte el desayuno.

-Pero...acabamos de casarnos. Es nuestra luna de miel...me hubiera gustado despertar a tu lado-admití removiendo los huevos con el tenedor.

-Lo siento. Lo tendré en cuenta la próxima vez-se levantó y por encima de la mesa, me cogió por el mentón antes de besarme.

Aquello era mejor que la comida. Que todo. Yo también me puse en pie y el cuchillo cayó sonoramente al suelo.

-Esto está buenísimo...-musité cuando nuestros labios volvieron a poner distancia de por medio-es impresionante. No entiendo cómo alguien que no come...es tan buen cocinero.

Edward recogió el cuchillo y lo había cambiado por otro antes de que yo terminase de sentarme de nuevo en la silla.

-Ya sabes, con Internet todo es posible.

-¿De dónde ha salido la comida?¿has ido a un supermercado?¿hay alguno en esta isla?-bromeé. Aunque ya esperaba cualquier cosa.

-Le pedí al equipo de limpieza que equipara la cocina, por primera vez, en este lugar. Les tendré que pedir que vean qué pueden hacer con las plumas. Le debo a Esme un dormitorio nuevo.

-Lo destrozamos-admití, pero orgulloso. No lo podía evitar.

-Fue culpa mía, no debimos haberlo hecho aquí dentro. A menos no la primera vez. Ya con un vampiro en esa situación la casa corría peligro, pero si además le añades un licántropo...pasa lo que ha pasado.

-Lo curioso...es que no recuerdo haber roto ninguna de esas cosas-reconocí.

-Ni yo.

Ya el plato que tenía delante estaba vacío, pero mi mirada se concentró en el, algo cohibido.

-Edward...tengo que decirte que lo de anoche...fue el segundo mejor día de mi vida.

-¿El segundo?¿cuál fue el primero?-apoyaba los codos en la mesa y me observaba con interés.

-Cuando me dijiste que me querías por primera vez. Ese es mi día favorito.

-Estabas herido...

-Yo no recuerdo eso. Recuerdo solo tus palabras y tu compañía.

-Para mí...anoche también fue uno de los mejores días de mi existencia-admitió él-¿sabes?, estaba muy nervioso...-dijo. Aunque sabía que yo me había dado cuenta y que estaba incluso más histérico que él al principio-hasta hablé con Carlisle...cuando decidimos casarnos. Con la esperanza de que él me ayudara. Sabía que siendo un monstruo, tú y yo...no sabía qué podía esperar. Carlisle me explicó, que en el caso de los vampiros, era una sensación poderosa, que no se podía comparar con nada. Me dijo que el amor físico no se debía tomar a la ligera, porque siendo nuestros temperamentos tan estables, las emociones fuertes pueden alterarnos de forma permanente. Pero añadió que yo no debía preocuparme por eso, porque de todos modos tú ya me habías alterado por completo-ambos sonreímos y continuó-también hablé con mis hermanos. Me dijeron que se sentía un gran placer que sólo va por detrás de beber sangre humana. Pero yo ya he probado esa sangre y no puede haber ninguna que haga sentir algo que sea más fuerte que esto...No creo que se equivoquen, la verdad, sino que simplemente es diferente para nosotros. Algo más.

-Fue impresionante...-dije-lo que yo sabía del tema...no es comparable a la práctica.

-Lo secundo.

Estiré el brazo para atrapar su mano con la mía por encima de la mesa y nos las estrechamos-¿qué te parece...si vamos a la playa?

Continuará...

Notas finales:

Bueno...¿qué os pareció? XD lo terminé de escribir ayer. Espero no haberos decepcionado. Me puede el romanticismo *3*

Saludos!!


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