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Leonie lloraba desconsoladamente sobre el ataúd de su hijo, su Chris. Apenas el día anterior lo miraba y ahora se encontraba ahí encerrado, sin vida. Alguna psicópata lo había degollado. Los forenses habían dicho que murió teniendo sexo… y ante esto ella no tenía sospechosa alguna. Quizá alguna chica que estaba obsesionada con él.
En el cementerio se encontraba toda la familia del rubio, y sus “amigos” de la infancia, tan falsos he hipócritas. Todos lloraban, con lágrimas de cocodrilo por supuesto, todos excepto Leonie, que más que llorar la pérdida de un hijo, lloraba el que ya no hubiera nadie a quién cuidar ni quién viera por ella, se había quedado sola.
El padre de Chris y su tío tuvieron que quitar con mucho esfuerzo a la destrozada Leonie del féretro donde descansaba Chris. Había llegado el momento de enterrarlo.
– ¡No se lleven a mi niño! ¡Está vivo, déjenlo! – lloró histéricamente, debatiéndose con los hombres que la sostenían.
Toda la familia y los presentes ignoraron sus gritos, incluso los tipos que se encargaron de bajar el féretro hacia el profundo agujero. Cuando este desapareció de la vista de todos, Leonie interrumpió su llanto y cayó al suelo inconsciente.
Un trueno resonó en el cielo y una fría lluvia comenzó a caer sobre todos, que de inmediato abrieron sus paraguas y fueron retirándose del lugar. El padre de Chris tomó a su ex esposa en brazos y se la llevó. Solo los encargados de enterrar al rubio se quedaron, lanzando tierra despiadadamente sobre su ataúd.
Una hora más tarde, el último montón de tierra fue colocado y Christopher quedo olvidado a dos metros bajo tierra. Oscurecía, y finalizaba el penúltimo día para noche buena.
La noche avanzó, y aflojó la tierra que cubría al inerte moreno. Y el mundo entero lo creyó muerto. No podía estar más lejos de la verdad.
Justamente a la media noche, una figura se internó en el cementerio y se escurrió entre las lápidas, buscando una en especial. Al mismo tiempo, bajo dos metros de tierra el pecho del rubio comenzó a moverse de nuevo: estaba respirando. Sus dedos comenzaron a moverse un poco, y después de unos segundos, unos ojos dorados se abrían en la oscuridad, unos ojos confundidos.
Aquellos ojos buscaron una salida a su encierro y al no encontrarla entraron en pánico, golpeando por todos lados ¿Qué era lo que había pasado? … Tom le había degollado… lo había asesinado… ¿entonces porque seguía con vida?
– Chris – escuchó muy apagado, por encima de su encierro – despierta – alguien le llamaba.
Miró su puño y la madera de aquella caja; sus ojos ahora podían ver mucho mejor en la oscuridad, eso lo notaba; probaría que más podía hacer. Tomo algo de impulso y estrello su puño contra la madera, que sorprendentemente se rompió. Entonces tomó más confianza y volvió a golpear el ataúd. Sólo hasta ese momento se percató de que sí, había muerto y que ese era su féretro.
La tierra que lo rodeaba estaba mojada, y ensució la ropa elegante que le habían puesto. El cabello se le apelmazo y se le formaron plastas de barro. Como pudo, fue escavando hacia arriba el todo. Afuera, de entre la tierra mojada asomo una mano, que se aferró al césped cercano y halo. Poco a poco fue emergiendo por completo. Primero fue la otra mano, los brazos, la cabeza y finalmente el troco, que se dejó caer entre el lodo. Chris respiró normalmente, aquella lucha no lo había cansado como debería y sentía que ya no le era tan necesario el respirar.
Alzó la mirada, ahí a unos pasos, y con un paraguas protegiéndolo estaba su asesino, que lo miraba con una sonrisa ligera en los labios.
– Nunca quise hacer lo que hice contigo ¿sabes? – dijo – Eran todas presas, insignificantes… Pero tú, Chris vas a cambiar eso – anunció serio y le tendió una mano – Pero debes prometer que jamás convertirás a otro humano, y que no te irás de mí ¿lo prometes?
Chris lo miro fijo y asintió quedamente, luego tomo su mano confiadamente.
Esa noche el rubio deseó la sangre mientras caminaba por la oscuridad, y se escondía en ella, junto con su compañero. Al día siguiente el cuerpo de Chris ya no estaba. Había desaparecido sin dejar nada a su paso.
FIN DEL EPÍLOGO.